La búsqueda del Jesús histórico
en los estudios contemporáneos
ARUL PAGRASAM
Publicación
original: “The Quest for the Historical Jesus in Contemporary
Scholarship”, Vidyajyoti
62 (1998) 251-269.
Publicación
resumida (la que aquí seguimos): Sal Terrae 154 (junio 2000)
109-115. Traducida y condensada por Eugenia Molinero.
Las
recientes publicaciones sobre el Jesús histórico muestran
puntos de vista diversos y contrarios no sólo sobre cómo
los expertos del Nuevo Testamento clasifican históricamente
a Jesús, sino también sobre cómo se aproximan a Jesús
a través de métodos de análisis históricos,
antropológicos o sociales. Los investigadores actuales ofrecen siete
imágenes distintas del Jesús histórico: Jesús,
un judío marginal; un profeta escatológico; un profeta del
cambio social; un sabio o la sabiduría de Dios; un ser humano del
espíritu; un filósofo cínico itinerante y un campesino
judío.
En
la primera parte de este artículo, explicaré brevemente los
puntos más destacados de cada una de estas siete caracterizaciones.
En la segunda parte, defiendo que el Jesús auténtico siempre
escapa a una exploración completa de la metodología histórico-crítica
de la investigación del N.T. De las siete imágenes, ninguna
de ellas ni ningún título capta plenamente la verdad completa
del Jesús histórico. Jesús, el Cristo, el último
punto de contacto entre Dios y la humanidad, sigue siendo tanto persona
histórica como ahistórica.
LAS
SIETE IMÁGENES DEL JESÚS HISTÓRICO
1.
Jesús: un judío marginal
Para
a J.Meier, la familia de Jesús «estaría imbuida de
una piedad judía sencilla probablemente extendida entre los campesinos
de la baja Galilea». Una característica que hace a Jesús
destacable en su ciudad natal es que «Jesús nunca se casó,
lo cual lo hace un ser atípico, y por extensión marginal
en la sociedad judía convencional». Hacia el año 28,
Jesús abandona su vida estable en Nazaret y se dirige a Juan el
Bautista: «aceptó su mensaje escatológico y se bautizó,
y en este sentido llegó a ser su discípulo». Después
de un breve período de preparación, Jesús viaja a
través de Galilea, Samaria, la Decápolis, Perea y Judea,
predicando el «Reino de Dios», especialmente a los pobres.
Esta predicación no era indicativa de ningún movimiento social,
sino que afirmaba la venida de Dios para juzgar al mundo y
transformarlo.
A partir del símbolo del «Reino de Dios», Jesús
evoca a su audiencia el drama bíblico del gobierno majestuoso de
Dios sobre su creación y su pueblo Israel (...). Esta cualidad dinámica
y polivalente del Reino de Dios como «salvación-histórica»
fue la que probablemente usó Jesús en su ministerio.
Así,
Jesús «proclamó la llegada inminente del Reino de Dios
y lo hizo presente por sus milagros. Esta convergencia y configuración
de diferentes rasgos del ser humano Jesús (...) le dieron su distinción
o unicidad en el judaísmo palestino en el primer siglo de nuestra
era».
En
resumen, para Meier, el Jesús histórico fue un judío marginal. Esta
persona histórica no era significante para la fe cristiana. El objeto
próximo y directo de la fe cristiana es Jesús, el Cristo
«crucificado, resucitado y presente en su Iglesia». Este Cristo,
que está «vivo, resucitado y glorificado en la presencia del
Padre», es «accesible a todos los creyentes». El Jesús
histórico es necesario para la teología pero Jesús,
el Cristo, es significante para la fe.
2. Jesús:
el profeta escatológico
Esta
posición está representada por E. P. Sanders y M. Casey.
Sanders comienza su investigación sobre el Jesús histórico
usando las sentencias tradicionales de los Evangelios, no como textos
de
prueba, sino para aislar los eventos concretos de la vida de Jesús.
El
Jesús histórico fue un profeta escatológico. Esto
es, Jesús «se consideraba como el último mensajero
de Dios antes del establecimiento del Reino». Además, los
eventos históricos, como la controversia sobre el templo, indican
que Jesús «formaba parte del ambiente general de la restauración
escatológico judía y se le identificaba como el fundador
de un grupo que se unó a las expectativas de esta teología».
En otras palabras, Jesús pensaba que el templo sería destruido
y reemplazado, que Jerusalén sería el centro de la era mesiánica,
y que él (Jesús) y sus discípulos gobernarían
sobre un Israel restaurado. Por el hecho de que Jesús no intentó
apoderarse del control de la situación política ni conspirar
para derrocar a los sumos sacerdotes, podemos concluir -dice Sanders-,
que la misión y el mensaje de Jesús respecto al Reino de
Dios deben haber sido apolíticos.
3. Jesús:un
profeta del cambio social
Esta
posición está representada por R. Horsely y G Theissen. En
oposición a Sanders y Casey. Horseley sitúa a Jesús
más en un contexto «social» que en un escenario «religioso»
del primer siglo de Palestina. La «cuestión» para los
contemporáneos de Jesús «fue aparentemente más
un tema de fenómenos concretos sociohistóricos que de ideas
teológicas o esperanzas escatológicas». Por tanto,
el contexto para la misión de Jesús fue la opresión
colonial de los judíos por los romanos. Jesús se opuso al
dominio de Roma y a la colaboración de la aristocracia sacerdotal
con Roma. En esta situación colonial de lucha de clases y conflictos,
Jesús, fiel a la tradición profética del Antiguo Testamento,
tomó parte por el pobre y acuso a la clase gobernante. Sin embargo,
Horsely indica claramente que Jesús no estaba interesado en organizar
una revolución «política» sino una «revolución
social».
Siguiendo
a Horsely, D. Kaylor, sostiene que Jesús fue un reformador social
que trabajó por una sociedad de justicia y paz. Sin embargo, según
Taylor, Jesús fue un profeta político que «predicó
y enseñó un mensaje que era totalmente político, un
mensaje que demandaba una revolución política y social».
Tal predicación fue comprendida por el poder gobernante como
subversiva.
Por ello fue Jesús ejecutado.
G.Theissen
también ve a Jesús como un reformador social. Afirma que
los primeros movimientos reformadores judíos como los zelotas o
los fariseos estaban implicados ya sea con la «intensificación»,
ya con la «relajación» de ciertas normas y leyes como
«reacción a la tendencia a la asimilación, producida
por una cultura ajena y superior», la cultura de Roma. Durante este
período Jesús inició su ministerio público
y organizó un movimiento. Este movimiento de Jesús no aconsejaba
la revuelta contra Roma o la resistencia armada. Era «el partido
de la paz entre los movimientos renovadores del judaísmo».
Este partido pacífico pedía una intensificación de
las leyes que pertenecen a la esfera social y una relajación de
las religiosas. Así, la imagen de Jesús, según Theissen,
aunque implicada con el cambio social, no fue suficientemente radical.
4. Jesús:un
sabio -la sabiduría de Dios-
Esta
posición está representada por E. Fiorenza y B. Witherington.
Fiorenza también ve a Jesús y a sus seguidores como «un
movimiento renovador interno del judaísmo». El movimiento
de Jesús era intrínsecamente sociopolítico al desafiar
el sistema social judío de pureza y santidad. Jesús subvertía
las estructuras dominantes de su tiempo con una visión diferente
«un discipulado de iguales»- y desafiaba claramente la preocupación
social por la pureza y el patriarcado. Pero Jesús puede llamarse
profeta de sabiduría, o mejor, portavoz de la Sofía divina.
Así le comprendieron los primeros seguidores, «como mensajero
de la Sofía o como la Sofía misma», y así probablemente
se comprendió a sí mismo. Fiorenza escribe: «el primer
nivel de reflexión teológica, en el que se puede recurrir
al Jesús histórico, pero que es apenas localizable, comprende
a Jesús como mensajero y profeta de la Sofía». El segundo
nivel «identifica a Jesús con la Sabiduría divina.
Aunque Jesús no es llamado Sofía recibe títulos cristológicos
masculinos como kyrios y soter que también
fueron títulos de Isis-Sofía, (...). La primera reflexión
cristiana sofialógica también conoce una fase de transición
en la que se concedieron a Jesús atributos de Sofía».
Para
comprender al Jesús histórico, B. Witherington propone «una
aproximación sapiencial» a Jesús y a su ministerio.
El modo como Jesús llama a Dios Padre, el cual no es característico
del A.T, se explica porque donde encontramos un lenguaje parecido es en
la literatura sapiencial (véase Sir 23, 1.4; 51, 10; y 14.3). «El
uso de Jesús del lenguaje del Reino de Dios en unión
con la Sabiduría hablada y el modo como mira a las cosas
se
encuentra», casi exclusivamente en los contextos de la Sabiduría
de Salomón 10,10. El modo como Jesús practica exorcismos
podría «fácilmente haber influenciado a su visión
de sí mismo, y a que fuera visto, como el sucesor de Salomón
o incluso más grande que él». Durante el primer siglo
de nuestra era, se veía a Salomón como un exorcista, y su
«sabiduría» se entendía como la clave para los
exorcismos del presente. Witherington va todavía más allá
y afirma que el que Jesús se describiese a sí mismo con «imaginería
femenina tal, como la encontramos en el lamento sobre Jerusalén»
en Mt 23,37-39 y Lc 13,34-35 puede explicarse solamente si Jesús
se veía a sí mismo como el sabio de la «Sabiduría»,
a partir del modo como ésta se representa en los textos cruciales
de Pr 8-9 y Sb 8-9.
5. Jesús:
un ser humano del Espíritu
El
representante de este grupo es M. Borg que ofrece una imagen del Jesús
histórico en cuatro rasgos: como persona del espíritu, maestro
de sabiduría, profeta social y fundador de un movimiento.
El
hecho más crucial del Jesús histórico es que fue una
«persona del Espíritu», un «mediador de lo Sagrado»,
y «una de aquellas personas que hacen del Espíritu una realidad
experiencial en la historia humana». Por Espíritu, Borg entiende
lo Sagrado: «la realidad o la presencia inmaterial» que las
tradiciones religiosas han denominado de muy variada forma. Las
personas
del Espíritu son las que han vivido y frecuentado experiencias
subjetivas
de lo trascendente a otro nivel o dimensión.
Jesús
fue una persona del Espíritu como se expresa en el discurso inaugura
de Lc 4,18: «El Espíritu del Señor está sobre
mí». Jesús tenía una profunda y continua relación
con el Espíritu de Dios, por lo que podía llamar al Espíritu
Abba, Padre. Debido a esta experiencia espiritual personal, Jesús
habla con autoridad lo cual sugiere que «Jesús se percibía
a sí mismo hablando "por boca del Espíritu" y no simplemente
aludiendo a una tradición». En resumen, Jesús era «una
de aquellas figuras de la historia humana con una conciencia
experiencial
de la realidad de Dios». Jesús, «persona del Espíritu»
fue también un maestro de sabiduría. Usaba regularmente
las formas clásicas de ésta para enseñar una sabiduría
subversiva y alternativa. Jesús también fue un profeta social,
similar a los profetas clásicos del antiguo Israel, un fundador
de un movimiento que promovió una renovación judía
«que desafiaba y destrozaba las fronteras sociales de su tiempo,
un movimiento que accidentalmente se convirtió en la primera Iglesia
cristiana».
Dos
rasgos negativos son: «que la autocomprensión y el mensaje
del Jesús prepascual no eran posiblemente mesiánicos»
y que «con toda probabilidad el Jesús prepascual no era escatológico»,
esto es, que Jesús no esperaba la «llegada sobrenatural del
Reino de Dios como un evento del fin del mundo en su propia generación».
6. Jesús:
un
filósofo cínico itinerante
La
multiplicidad de formas de recuerdo en los Evangelios sugieren, según
B. Mack, que hubo muchas imágenes del Jesús terrenal. Estas
«variadas tradiciones de la memoria no pueden fusionarse en una imagen
simple y coherente», por lo que todas ellas no pueden ser igualmente
primarias y verdaderas. Sin embargo, como el nivel más antiguo de
la tradición de Jesús es el sapiencial, prefiere llamar al
Jesús histórico un maestro cínico, «más
helenista que judío en una Galilea totalmente helenizada».
La «analogía cínica sitúa al Jesús histórico
lejos del ambiente sectario específicamente judío y lo aproxima
al ethos helenístico que dominaba en Galilea».
Aunque
judío por nacimiento y educación, Jesús no estaba
implicado en las cuestiones del mundo social judío. No tenía
una misión en relación con el judaísmo: ni lo criticaba
ni pretendía renovarlo. No llamaba a las gentes a la comunidad;
su mensaje era para individuos. «El Reino del que Jesús hablaba
estaba más próximo al "reino del cínico" que a cualquier
noción específicamente judía del "Reino de Dios"».
Así, Mack se distancia de muchos otros especialistas contemporáneos
del N.T: separa a Jesús de su mundo judío.
7.
Jesús: un campesino judío
Esta
posición está representada por J.D. Crossan, para el que
Jesús era un «campesino cínico judío».
A diferencia de Mack, que argumenta que el cinismo de Jesús era
más helenístico que judío en una Galilea completamente
helenizada, Crossan presenta a Jesús como un judío cínico
que envía a sus discípulos a predicar la buena nueva de ciudad
en ciudad, sin comida ni zurrón y mendigando en las casas en que
se alojaban (Mt 1 0; Mc 6; Lc 9).
Sin
embargo, hay diferencias entre Jesús y los filósofos cínicos.
«Jesús es rural, ellos -los filósofos cínicos-
son urbanos; él organiza un movimiento comunitario, ellos siguen
una filosofía individual y su simbolismo exige bastón y alforja
mientras que el de Jesús no».
Este
campesino cínico, el Jesús histórico, tenía
una única visión social que se encarnaba en sus dos actividades
más características: «lo mágico y
la comida». Crossan prefiere el término «mágico»
o mago cuando se refiere a curaciones y milagros de Jesús, pues
un mago es un sanador que actúa fuera del reconocimiento de la
autoridad
religiosa, y por tanto, fuera del sistema, y Jesús hacía
sus curaciones o su magia fuera del sistema religioso. Afirma que las
curaciones
de Jesús difícilmente eran recuperaciones físicas,
sino más bien una resocialización de los excluidos de la
comunidad. «La intención de los milagros y las parábolas,
las curaciones y las comidas, era integrar a los individuos sin mediar
contacto físico ni espiritual con otros». Jesús practicaba
la «comensalía abierta» -comer con todo tipo de personas
sin hacer distinciones sociales (véase Lc 14,15-24)-. La «estrategia
de Jesús era la combinación de la curación gratuita
y de la comida en común, un igualitarismo religioso y económico
que anulaba por igual a la vez las normas jerárquicas y patronales
de la religión judía y del poder romano».
¿QUIÉN
ES EL AUTÉNTICO JESÚS?
Estas
siete imágenes del Jesús histórico pueden ser aceptables
en el sentido limitado de que son múltiples facetas de la personalidad
y seguramente de la persona histórica de Jesús. A la vez,
estas imágenes son extremadamente incompletas y desesperadamente
deficientes.
Entre
los autores tratados, Mack, Crossan, Borg y Horsely rechazan los
Evangelios
canónicos como una fuente fidedigna del Jesús histórico.
Para ellos los Evangelios del N.T. deberían competir con los evangelios
apócrifos. Parece que estos autores buscan hallar la creencia cristiana
en Jesús en una distorsión del Jesús auténtico,
y al cristianismo en una distorsión del movimiento de Jesús.
Imaginan a Jesús en términos de crítica social o cultural
más que espiritual o de realidades religiosas. Diríase que
esbozar la ambientación de la vida de Galilea capacitaría
para reimaginar y reconstruir la persona histórica de Jesús
de Nazaret.
Como
J. Meier observa, incluso si se pudiera reconstruir un «Jesús
histórico» éste no debe ser ingenuamente identificado
con la realidad total de Jesús de Nazaret. En contraste con el «Jesús
auténtico», el «Jesús histórico»
es aquél que podemos recuperar usando las herramientas científicas
de la moderna investigación histórica. El Jesús histórico
es así una elaboración científica, una abstracción
teórica de los investigadores modernos que sólo coincide
parcialmente con el Jesús de Nazaret auténtico, el judío
que realmente vivió y trabajó en la Palestina del primer
siglo de nuestra era.
J.
Meier concluye que si el «Jesús histórico» no
es el «Jesús auténtico», tampoco es el «Jesús
teológico» investigado por los teólogos según
sus propios métodos y criterios. Es cierto que !os datos del N.T
no nos pueden ayudar a construir un relato completo de la vida y muerte
de Jesús. También es verdad que si no se puede construir
el Jesús histórico, es muy difícil, probablemente
imposible, construir el auténtico Jesús.
Sin
embargo, las caracterizaciones nos dejan un Jesús que no explica
suficientemente su crucifixión, su resurrección y el seguimiento
que tiene, incluso hoy Jesús puede ser llamado un sabio. Puede ser
reimaginado como un filósofo cínico, pero es más que
eso. La fe cristiana afirma que es la encarnación de la segunda
persona de la Santísima Trinidad. El, para nosotros, es Dios: Emmanuel,
o
sea, Dios con nosotros. La encarnación de Dios en Jesús de
Nazaret no es algo que pueda mostrarse utilizando simplemente las
herramientas
de la crítica histórica.
La
metodología histórico-crítica tiene un vocabulario
limitado: sólo es capaz de describir ciertas cosas y ciertos aspectos
de las mismas, y la divinidad no es una de ellas. La divinidad de
Jesús,
tal como ha sido comprendida en la tradición cristiana, ni es un
aspecto de una cosa ni es la cosa misma; no es una de las
características
de Jesús, no es un hecho sobre él: es él mismo.
Hoy, se debería
estar atento, pues mientras se interpreta a Jesús se ha de tener
cuidado de hablar no sólo de Jesús, el ser humano de Nazaret,
o hablar de Cristo como se le encuentra en el kerigma de la Iglesia. Es
más, ambos se deberían combinar «a la luz del movimiento
que se inició en el nombre de Jesús en el siglo primero».
Como N. Lash señala este «hablar de Jesucristo no es sólo
hablar de un ser humano que vivió y murió, sino también
de un futuro que todavía está por venir, pero que en algún
sentido está ya aquí -una posibilidad permanente-. Además,
se ha de permanecer fiel al depósito de la tradición auténtica
y autorizada sobre Cristo, como nos ha llegado desde los apóstoles
en la primera generación cristiana. Si Jesucristo fue adorado y
proclamado como la segunda persona de la Santísima Trinidad en los
orígenes del cristianismo, entonces estará en el nacimiento
del tercer, cuarto y quinto milenio, y al final del mundo. Con el autor
de Hebreos (13,8), los cristianos creen que Jesucristo es el mismo
ayer,
hoy y siempre. Tomando prestada una frase de San Agustín, Jesús
y su mensaje permanecerán «una belleza siempre antigua y siempre
nueva».
Tomado
de:
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