Etapas en la
investigación
sobre la vida de Jesús
SANTIAGO
GUIJARRO OPORTO
La
antigua
búsqueda: de Reimarus
a Wrede (1778-1901)
La primera etapa
en la investigación sobre la vida de Jesús comenzó
a mediados del siglo XVIII con los trabajos de H. Reimarus, y puede
decirse
que concluye en los primeros años del siglo XX con la publicación
del libro de W. Wrede sobre el secreto mesiánico en los evangelios.
H. Reimarus
(1694-1768) fue un aguerrido defensor de la religión de la razón
frente a la fe eclesiástica, y sobre este tema publicó varios
escritos durante su vida. Sin embargo, la obra capital en la que
fundamentaba
sus opiniones solamente circuló entre sus amigos y conocidos. Fue
uno de ellos, G. Lessing, quien algunos años después de su
muerte publicó siete fragmentos de las cuatro mil páginas
que había dejado escritas. El último, publicado el año
1778 con el título "Sobre los objetivos de Jesús y sus discípulos",
señala el comienzo de la investigación crítica sobre
la vida de Jesús. La tesis de Reimarus era que Jesús y sus
discípulos persiguieron objetivos distintos. Jesús fue un
mesías político, que anunció la llegada del reinado
de Dios y fracasó; pero sus discípulos, que no estaban preparados
para ello, decidieron continuar aquella forma de vida e inventaron el
mensaje
de su resurrección y de su segunda venida. En consecuencia, no podemos
fiarnos de lo que los apóstoles nos dicen sobre Jesús, porque
su testimonio acerca de él no responde a lo que dijo y enseñó
en su vida. Reimarus establece así una distinción entre el
dogma y la historia, que será básica en la investigación
sobre la vida de Jesús.
El mérito
de Reimarus consiste en haber planteado una cuestión de fondo a
partir de una lectura crítica de los evangelios. Su planteamiento
es el de un historiador, no el de un teólogo, pero los teólogos
comprendieron enseguida el alcance de su intuición. En el último
tercio del siglo XVIII y en el primero del XIX aparecieron diversas
vidas
de Jesús escritas con un talante racionalista, que reflejan el espíritu
de la Ilustración y proclaman su consigna: "¡liberémonos
del dogma y volvamos al hombre Jesús!" Esta etapa culmina con la
publicación de la primera vida extensa de Jesús. La escribió
un filósofo y teólogo llamado David Friedrich Strauss, que
había sido discípulo de Baur y de Hegel. La obra, que apareció
entre 1935 y 1936 en tres volúmenes, aplicó a los evangelios
una categoría que ya se había utilizado en el estudio del
Antiguo Testamento: el mito. Es evidente que los evangelios son relatos
míticos, pues poseen elementos que contradicen las leyes de la
naturaleza.
Estos elementos no-históricos no son fruto del engaño, como
pensaba Reimarus, sino de la imaginación mítica, que crea
espontáneamente para transmitir una idea. Por eso, el revestimiento
mítico no afecta al núcleo de la fe cristiana, que según
Strauss era la idea de la humanidad de Dios, realizada históricamente
en Jesús.
La vida de Jesús
escrita por Strauss integró las conclusiones de su maestro F. Ch.
Baur acerca de la prioridad de los sinópticos sobre el evangelio
de Juan, pero aún pensaba que Mateo y Lucas eran los evangelios
más antiguos. Esta forma de entender las relaciones entre los
evangelios
cambiaría enseguida. En el año 1838 Ch. H. Weisse y Ch. G.
Wilke propusieron de forma independiente una nueva hipótesis que
estaría llamada a tener una gran fortuna: el evangelio de Marcos
no era un resumen de los otros dos, sino el que les había servido
de fuente. Esta hipótesis se basaba en la observación de
que Mateo y Lucas coinciden entre sí en el orden sólo cuando
coinciden con Marcos. Weisse postuló además la existencia
de una fuente de dichos común a Mateo y a Lucas, poniendo así
las bases de la hipótesis de las dos fuentes, que ha determinado
el estudio de los evangelios hasta hoy.
El descubrimiento
de la prioridad de Marcos abrió una nueva etapa en la investigación
sobre la vida de Jesús. Si Marcos era el evangelio más antiguo,
entonces tenía que ser también el más fiable desde
el punto de vista histórico. Contemplados desde esta nueva perspectiva,
los detalles pintorescos y aparentemente innecesarios de Marcos
aparecieron
ante los ojos de los estudiosos liberales como una confirmación
de su cercanía a los acontecimientos. El evangelio de Marcos se
convirtió así en el nuevo paradigma de las vidas de Jesús.
Después de una primera etapa en Galilea marcada por el éxito,
Jesús experimentó un momento de crisis reflejado en el episodio
de Cesarea de Filipo (Mc 8,27-30), el cual dio lugar a una nueva
conciencia
de su misión, que le llevaría hasta Jerusalén. Este
es el tono de las vidas de Jesús liberales, que se publicaron en
la segunda mitad del siglo XIX.
Sin embargo,
un nuevo paso en la investigación de los evangelios quebraría
este optimismo basado en la prioridad de Marcos. Fue en 1901, justo al
comenzar el nuevo siglo, cuando W. Wrede publicó su estudio sobre
el secreto mesiánico en los evangelios. Este libro puso de manifiesto
la importancia de las motivaciones teológicas de Marcos, y en
consecuencia
su carácter tendencioso. Según Wrede, el evangelio de Marcos
no es una crónica de la vida de Jesús, sino que proyecta
en ella la condición de Mesías que le fue atribuida posteriormente
por sus discípulos. El hecho de imponer silencio a quienes le reconocen
como Mesías o Hijo de Dios sería, según Wrede, un
recurso de Marcos para explicar por qué muchos discípulos
de Jesús no sabían nada acerca de su mesianidad. Lo que había
sucedido, en realidad, es que Jesús no se había presentado
a sí mismo como Mesías.
La obra de Wrede
llevó la investigación sobre la vida de Jesús a un
callejón sin salida. Primero se había descartado el evangelio
de Juan como fuente histórica menos fiable (Baur, Strauss). Después
se había establecido la prioridad de Marcos sobre los otros dos
sinópticos (Weisse, Wilke). Y ahora se demostraba que también
Marcos estaba mediatizado por intereses teológicos. La primera búsqueda
del Jesús histórico terminó con una sensación
de impasse, que se acentuó con la publicación en 1906
de la Historia de la investigación sobre la vida de Jesús
de A. Schweitzer. En su aguda presentación de las obras publicadas
desde Reimarus Schweitzer demostró que los autores de las vidas
de Jesús habían proyectado sobre él lo que cada uno
consideraba el ideal ético supremo. En su intento por liberarse
de las ataduras del dogma habían caído en los lazos de las
modas filosóficas.
Con todo, el balance
de estos esfuerzos no es negativo. La primera búsqueda del Jesús
histórico puso sobre el tapete una serie de problemas a los que
no supo dar una respuesta satisfactoria, pero también intuyó
que dicha respuesta sólo podía encontrarse por el camino
que abría el estudio crítico de los evangelios. Por él
volverán a caminar, después de un paréntesis de casi
medio siglo, los discípulos de Bultmann. Fue un paréntesis
presidido por el escepticismo, en el que sin embargo se fueron poniendo
las bases para un caminar más firme y seguro.
Un
paréntesis de escepticismo: de Wrede a Käsemann (1901-1953)
El periodo que
se cerró con la publicación de la obra de Wrede estuvo protagonizado
por partidarios de la "teología liberal", que se esforzaron por
rescatar al Jesús de la historia de los estrechos corsés
del dogma eclesiástico. La reacción de la "teología
positiva" frente a este intento fue casi siempre de carácter defensivo.
Sólo en 1982 pasó a la ofensiva con una obra de Martin Kähler,
que en cierto modo se adelantó a su tiempo. Llevaba un título
bien pensado, cuyos matices no se perciben bien en castellano: Der
sogenannte
historische Jesus und der geschichtliche, biblische Christus.
Kähler
planteó una alternativa entre dos visiones de Jesús: la del
Jesús del pasado reconstruido por los historiadores (historisch),
y la del Cristo existencialmente histórico (geschichtlich)
de la predicación de la Iglesia. Según Kähler nosotros
sólo podemos acceder al segundo, es decir al Cristo bíblico,
que es el único que tiene un valor permanente, pues sólo
el Cristo de los evangelios evoca en nosotros una sensación de
realidad.
La propuesta de Kähler no fue escuchada en su tiempo, pero la semilla
sembrada por él daría fruto años más tarde,
cuando R. Bultmann retomó, desde otra perspectiva, su intuición
fundamental.
La figura de Rudolf
Bultmann, como escritor y como maestro, preside este gran paréntesis
de escepticismo que se extiende a lo largo de la primera mitad del
siglo
XX. Una de las claves para entender su postura hacia el problema del
Jesús
histórico se encuentra en los descubrimientos realizados por la
Escuela de la Historia de las Formas con respecto a los evangelios.
Entre
1919 y 1921 aparecieron tres obras fundamentales, que sentaron las
bases
para entender de una forma completamente nueva la historia de la
formación
de los evangelios. K. L. Schmidt descubrió que los evangelios habían
sido compuestos a partir de pequeñas unidades independientes y que
el marco narrativo fue creado secundariamente por los evangelistas. M.
Dibelius, y el propio R. Bultmann, confirmaron y completaron el
descubrimiento
de Schmidt, mostrando que incluso esas pequeñas unidades literarias
estaban impregnadas de la fe comunitaria, pues se habían transmitido
en diversos contextos de la vida eclesial. Este descubrimiento situó
el estudio crítico de los evangelios en un escenario completamente
nuevo. Se pasó del estudio de las fuentes, que tanto influyó
en la primera búsqueda, al estudio de las tradiciones. Ante los
ojos de los estudiosos aparecía poco a poco un nuevo periodo en
la formación de los evangelios: el que va desde la pascua hasta
la elaboración de las fuentes más antiguas. En este periodo
las tradiciones sobre Jesús fueron cristalizando en formas literarias
fijas que contribuyeron a su conservación, pero también a
su homogeneización.
En este nuevo
escenario la tarea de quien quisiera reconstruir la vida de Jesús
se había hecho mucho más compleja, pues ahora había
que situar cada una de las unidades de la tradición oral en el contexto
de la vida de Jesús. Bultmann y sus compañeros de escuela
pensaron que esto era imposible, y que lo más que podía hacerse
era situarlas en la vida de las comunidades que las transmitieron. Más
aún, estaban convencidos de que muchas de estas tradiciones no habían
tenido su origen en Jesús, sino que habían sido creadas después
de la pascua para responder a diversas situaciones de la vida
comunitaria.
La reacción
de Bultmann consistió en atrincherarse en el baluarte de la
predicación.
Si muchas de estas tradiciones son posteriores a la pascua, y todas
ellas
están teñidas por la experiencia de fe de las comunidades,
entonces la tarea de recuperar la vida de Jesús resulta casi imposible.
Es verdad que podemos averiguar muchas cosas acerca de lo que hizo y
dijo,
pero no podemos reconstruir su vida. Y aún en el caso de que pudiéramos
hacerlo, afirma Bultmann, no encontraríamos nada que sea relevante
para la fe, porque Jesús pertenece a la esfera del Judaísmo,
no del Cristianismo. El Cristianismo comienza propiamente con el
anuncio
sobre él, y por tanto el único fundamento de la fe es el
kerigma predicado por los primeros cristianos. Fiel a este postulado,
Bultmann
consideró la predicación de Jesús como la antesala
de la teología cristiana, y en consecuencia le dedica un brevísimo
espacio en su monumental Teología del Nuevo Testamento..
Bultmann mantuvo
este punto de vista incluso cuando sus discípulos se habían
lanzado de nuevo a la búsqueda del Jesús de la historia,
y esta actitud revela que su postura se basaba no sólo en los
resultados
de su estudio literario de los evangelios, sino en convicciones más
profundas, que hay que buscar en los postulados de la teología
dialéctica:
fundamentar la fe en la predicación y no en la historia era una
manera de reivindicar la primacía de la sola fides frente
a la razón o a cualquier tipo de evidencia.
El influjo de
Bultmann fue tan extraordinario, que la primera mitad del siglo XX ha
sido
definida, en lo que se refiere al Jesús histórico, como un
periodo de "No búsqueda" (no-quest). Aunque tal vez la expresión
sea exagerada, porque a lo largo de estos años no faltaron quienes
seguían empeñados en abrir caminos hacia Jesús. El
autor más representativo de esta tendencia es Joachim Jeremias,
que vivió durante muchos años en Palestina, y nunca renunció
a llegar al Jesús del que le hablaban a cada paso los lugares y
las costumbres que conocía bien. Su estudio sobre la invocación abba,
o sobre las parábolas, y sobre todo su teología del NT, son
un excelente exponente de este intento perseguido durante toda una vida.
La
nueva búsqueda: de Käsemann a nuestros días (1953-)
El punto de partida
de la segunda etapa en la investigación sobre el Jesús histórico
fue una conferencia pronunciada por E. Käsemann el 20 de Octubre de
1953 en una reunión de antiguos alumnos de Bultmann. Käsemann
comenzó levantando acta de la situación con estas palabras:
"una de las características de la revolución que se ha producido
en nuestra época es que el antiguo problema del Jesús histórico
ha pasado a ocupar en la última generación un plano relativamente
muy secundario en los trabajos alemanes sobre el Nuevo Testamento". A
pesar
de ello, reconoce Käsemann, este problema ha constituido el centro
de la disciplina y ha sido el que la ha hecho progresar. Se impone, por
tanto, revisar esta situación y replantear la vieja cuestión
de la teología liberal en una situación nueva. Esta necesidad
nace de la misma naturaleza del kerigma cristiano, que identifica al
Cristo
resucitado con el Jesús terreno, haciendo así del Jesús
de la historia un asunto central para la fe cristiana.
La propuesta de
Käsemann fue escuchada, y a su ensayo programático siguieron
otros de sus colegas, que fueron explicitando sus consecuencias. Su
influjo
fue decisivo en las tres décadas siguientes, aunque las publicaciones
sobre Jesús fueron más bien escasas. La obra más representativa
es, sin duda, el Jesús de Nazaret de G. Bornkamm, publicado
en 1956.
La autores de
esta nueva búsqueda, que en su mayoría eran alemanes y discípulos
de Bultmann, tomaron en serio los hallazgos de la Formgeschichte sobre
la naturaleza creyente de la tradición evangélica, pero al
mismo tiempo tenían la convicción de que los primeros cristianos
quisieron evocar la historia de Jesús en su testimonio de fe. Esta
intencionalidad histórica de los testimonios de fe hacía
posible recuperar críticamente un mínimo de tradición
sobre Jesús anterior a la pascua. Bastaba con descartar en las
tradiciones
evangélicas todos aquellos elementos derivados de Judaísmo
o del Cristianismo primitivo. Guiados por esta convicción, y partiendo
de los postulados de escuela de la Historia de las Religiones, los
discípulos
de Bultmann elaboraron un criterio de historicidad, que constituye la
piedra
angular de esta primera fase de la nueva búsqueda: el criterio de
desemejanza. Según dicho criterio, puede considerarse histórico
todo aquello que no proceda del Judaísmo anterior a Jesús,
ni del Cristianismo posterior a él. Un ejemplo: la invitación
de Jesús a sus primeros discípulos para que se conviertan
en "pescadores de hombres" puede atribuirse a Jesús, porque ni se
encuentra en el Judaísmo, ni la Iglesia posterior la utilizó
para designar el ministerio pastoral.
Con este criterio
como instrumento básico, la nueva búsqueda fue elaborando
una "base de datos" de aquellos elementos, principalmente palabras de
Jesús,
que podían considerarse históricos. Estos elementos "más
seguros" podían utilizarse después como canon para evaluar
otros menos claros, dando lugar así a un criterio secundario: el
de coherencia. A este segundo criterio se añadían otros,
pero todos ellos pivotaban sobre el criterio de desemejanza, que era el
fundamental. La aplicación de este criterio dio como resultado una
imagen de Jesús desvinculada de sus raíces judías,
que en última instancia trataba de corregir la visión unilateral
de Bultmann sobre su relevancia para el Cristianismo. Este es, sin duda
el rasgo más característico del Jesús reconstruido
por los discípulos de Bultmann, un Jesús recuperado de la
trastienda judía a la que lo había relegado su maestro, un
Jesús cuya vida y predicación sí era relevante para
la fe cristiana.
El impulso de
Käsemann, cristalizado en sus propias publicaciones y en las de sus
compañeros de escuela, llega hasta finales de la década de
los setenta. Hacia 1980 comienza una nueva etapa en la investigación
sobre el Jesús histórico, que fue propiciada por diversos
factores. Uno muy importante, fue la aparición de nuevas perspectivas
metodológicas que intentan comprender mejor los textos del Nuevo
Testamento reconstruyendo su contexto con ayuda de las ciencias
sociales.
Esta nueva perspectiva metodológica coincidió con un mejor
conocimiento de los textos cristianos antiguos, tanto canónicos
(Documento Q), como apócrifos (Evangelio de Tomás); con un
notable desarrollo de los estudios sobre la obra de Flavio Josefo y
sobre
los escritos de Qumran, y con importantes aportaciones procedentes del
campo de la arqueología. Estos y otros factores han contribuido
a un conocimiento más preciso y diferenciado del Judaísmo
del siglo I d.C, que será decisivo en esta nueva etapa.
Todos estos factores
coincidieron con un desplazamiento de la investigación bíblica
desde Centroeuropa hacia Norteamérica, cuyas universidades se han
convertido en los últimos veinte años en el hogar de la investigación
sobre el Jesús histórico. Este nuevo contexto vital ha contribuido
notablemente a que los estudios sobre el Jesús de la historia hayan
dejado de ser un patrimonio de la teología protestante alemana.
El círculo de los estudiosos se ha abierto para abarcar otras
disciplinas
(la antropología o la arqueología), otras confesiones y religiones
(católicos y judíos), y otras nacionalidades (sobre todo
norteamericanos). La nueva búsqueda se ha vuelto interdisciplinar,
interconfesional, interreligiosa, e internacional; y los planteamientos
típicamente teológicos, protestantes y alemanes están
menos presentes que en toda la investigación precedente.
La coincidencia
de todos estos elementos ha propiciado una revisión a fondo de los
resultados de la investigación llevada a cabo por los discípulos
de Bultmann. Una de las principales claves de este cambio de
perspectiva
ha sido el mejor conocimiento del Judaísmo antiguo, que ha ido
madurando
a partir de la segunda guerra mundial. El Judaísmo del siglo I d.C.
no fue una realidad homogénea sino plural, y dentro de esta pluralidad
Jesús puede ser comprendido como un judío de su tiempo. Este
descubrimiento cuestionó la primacía del criterio de desemejanza,
y puso en su lugar un nuevo criterio de historicidad: el llamado
criterio
de plausibilidad histórica. Según este criterio, es históricamente
plausible todo aquello que revele, al mismo tiempo, una relación
de continuidad y discontinuidad con respecto al Judaísmo anterior
a Jesús, y con respecto al Cristianismo naciente. Un ejemplo: la
actitud de Jesús hacia la ley fue de aceptación y de crítica
al mismo tiempo. Por un lado, esta actitud responde a un debate interno
que el Judaísmo sostenía en aquella época, y revela
una cierta novedad con respecto a él. Por otro lado, es una actitud
que explica por qué los diversos cristianismos posteriores se
enfrentaron
a causa de este tema.
La novedad de
estos planteamientos respecto a la investigación inmediatamente
precedente ha hecho pensar a la mayoría que estamos ante una nueva
etapa en la investigación sobre el Jesús histórico:
la llamada "tercera búsqueda". A pesar de que se trata de una
convicción
muy difundida y apenas discutida, en mi opinión esta nueva fase
en la investigación debe entenderse como una segunda etapa de la
nueva búsqueda iniciada a mediados del siglo XX. Es cierto que existen
muchos elementos nuevos, como ya he señalado, pero también
es cierto que existe una gran continuidad con la investigación
precedente
en los presupuestos básicos. En primer lugar hay una continuidad
cronológica, que relaciona ambas fases como dos momentos de un proceso
dialéctico en torno a un mismo planteamiento. En segundo lugar,
y a pesar de que el criterio básico utilizado en ambas fases ha
sido diferente, es común la preocupación por establecer unos
criterios que sirvan para determinar la historicidad de las
tradiciones.
Y en tercer lugar ñ y esto es tal vez lo más importante ñ
la investigación de la segunda mitad del siglo XX está basada
en los resultados de la Formgeschichte, que colocó en primer
plano el estudio de las tradiciones orales recogidas en los evangelios.
La difusión
que ha alcanzado
la etiqueta "tercera búsqueda del Jesús histórico"
para referirse a la investigación de los últimos veinte años
corre el peligro de hacernos olvidar las raíces de esta nueva fase
de la investigación, como si se tratara de algo completamente nuevo.
Por eso he querido insistir en su estrecha vinculación con la fase
anterior, que planteó los problemas de fondo y comenzó a
responderlos. Dicho esto, sin embargo, es necesario reconocer la
peculiaridad
de las investigaciones de los últimos veinte años. En ellos
hemos asistido, y aún estamos asistiendo, a una avalancha de
publicaciones
propiciada por un renovado interés sobre Jesús. Curiosamente,
este interés ha traspasado las fronteras de los círculos
creyentes y académicos y ha llegado hasta la prensa (Times, Newsweek)
y a la televisión (reciente programa de la BBC), convirtiéndose
así en un fenómeno mediático. Resulta imposible recoger
aquí todo lo que se ha publicado en estos años, y además
aún es pronto para hacer un balance. Por eso me limitaré
a presentar brevemente algunas imágenes recientes sobre Jesús.
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