El islam y los
cristianos progresistas
JUAN DAMASCENO
Agosto 2010
La ignorancia de las instituciones católicas y de los
cristianos en general con respecto a la historia y el sistema
del islam está bastante extendida. Las propuestas de diálogo interreligioso planteadas por algún
teólogo, que hace gala de cierta erudición islámica, ponen de manifiesto tal
desatino doctrinal y tanto angelismo, que no parece darse cuenta de estar
haciendo el juego al adversario, pues del intento
de comprensión ha pasado a la apología
(cfr. Juan José Tamayo,
Islam. Cultura, religión y política.
Madrid, Trotta, 2009). Algunos movimientos cristianos supuestamente
progresistas, como Comunidades Cristianas Populares, dan muestras de una
alarmante desorientación, que no se puede disculpar en nombre de la buena
voluntad. Durante muchos años, no han tenido el menor empacho en ejercer una
crítica radical de la jerarquía católica. Por ejemplo, el 24 de octubre de
2006, publicaban una carta abierta al arzobispo de Granada, en tono agresivo
desde la primera a la última línea. Lo acusan de que su comportamiento con respecto a los curas,
los seminaristas, las órdenes religiosas y la ciudad
no es evangélico, ni cristiano, ni católico. Lo tildan de fariseo, insensato, ultraconservador y persona non grata. Y lo conminan de manera fulminante: "¡Señor
arzobispo de Granada, váyase o cambie!"
Y no pasó nada. Pues bien, los mismos que rubricaron esa carta elaboran
y airean, en 2010,
manifiestos de apoyo
a las autoridades islámicas que pretenden usar
la catedral de Córdoba
para su culto, cosa cuya naturaleza no cristiana e insensata no haría falta
demostrar. El asunto saltó a la opinión pública por el altercado ocurrido en
dicha catedral en Semana Santa, cuando en su interior un grupo de musulmanes
austriacos se puso a rezar el azalá y hubo de intervenir la policía.
Como es lógico, el apoyo objetivo al islam lo enmascaran
con una serie de tópicos bienintencionados pero equivocados, dentro de una retórica demagógica. El texto habla
de "orar a Dios en un
mismo espacio compartiéndolo con otras manifestaciones religiosas". Así,
bajo "otras manifestaciones religiosas" se camufla el propósito, evitando
mencionar de qué religión
se trata en concreto, aunque se sobreentiende; al mismo tiempo, se supone que
el Dios de los cristianos y el Alá de los mahometanos, en cuanto ideas y en la
concepción de su relación con los humanos, tienen mucho en común -lo cual es
suponer demasiado, si analizamos la historia de sus confrontaciones-.
Del hecho de que "este monumento sea considerado
patrimonio de la humanidad" parecen deducir que cualquiera tiene derecho
al usufructo, aunque de nuevo apuntan tácitamente a un solo beneficiario. Más de la mitad del documento se explaya en líricas y legendarias evocaciones relativas al emplazamiento de
la mezquita, con intervención de Salomón y David, los iberos y el dios Jano, los visigodos y los omeyas,
antes de aterrizar en el dato relevante: "el
29 de junio de 1236, el obispo de Osma la consagró para el culto
católico, convirtiéndola en la catedral de Córdoba". Hace casi ocho siglos de eso; y fue en julio, no en junio.
Pero el empeño
no varía: la catedral no pertenece a sus dueños legales sino al "patrimonio mundial" y está destinada por su
esencia histórica al "encuentro de civilizaciones".
Por si esa "esencia histórica" de la mezquita-catedral no nos acaba
de convencer, el autor hace una incursión moralista y falsamente
ecuménica, rememorando a Jesús de Nazaret, que ofrece la otra mejilla, y a Juan XXIII, el Papa bueno, que "abrió las ventanas de la Iglesia", a fin de que
nosotros apoyemos que se abran las puertas de la catedral de Córdoba a los
musulmanes, calificados de "hermanos y hermanas" que profesan la
misma fe abrahánica y rezan al mismo Dios de Abrahán.
Pero Jesús habla de poner la otra mejilla como plantar cara sin violencia
al que nos ataca.
Y Juan XXIII abrió las ventanas para que saliera
el integrismo, para la modernización de la Iglesia. No tenemos
por qué abrir ninguna puerta ni a los adversarios del cristianismo ni a la medievalización de las conciencias. En cuanto al mito de la identificación abrahánica, para desmontarlo basta cotejar la figura de Abrahán de Génesis 22,1-17, con el Ibrahim/Abrahán
musulmán descrito en el Corán 37,102-109, incluyendo la hábil sustitución de Isaac por Ismael,
en el relato del sacrificio del hijo, y también como heredero de la promesa divina.
Por si los especiosos argumentos aún no nos han
seducido, el firmante acude finalmente a la simple demagogia: "La mezquita
es patrimonio del pueblo de Córdoba, de Andalucía...". No obstante, de ahí se seguiría en buena lógica
que, como ese pueblo es mayoritariamente cristiano, pues su catedral es de su
Iglesia. Pero no. El obispo, tachado de "señor feudal", y el cabildo
catedralicio son desautorizados, mientras que él se erige en el auténtico portavoz
del pueblo. Y en nombre del pueblo ha decidido cómo
hay que llevar a cabo el encuentro entre diferentes culturas y religiones; esto
es, cediendo y sometiéndose a los proyectos de los musulmanes que desean islamizarnos.
Resulta incomprensible que Comunidades Cristianas
Populares del Estado Español, publicara como propio, el día 14 de abril, un
documento que ya había aparecido el día 7 de abril en el diario Córdoba, y que WebIslam
se había apresurado a celebrar difundiéndolo en su portada
de Internet al día siguiente (http://www.webislam.com/?idt=15682). El original,
"La mezquita, destino universal", es de un tal Miguel
Santiago, que firma como profesor
y asesor de la Cátedra de Interculturalidad de la
Universidad de Córdoba. (Parece evidente que la "interculturalidad"
se ha extraviado por los derroteros del multiculturalismo y el relativismo
cultural.) Los comunitarios apenas se molestaron en retocar el título, que pasó a ser "Una mezquita universal"
(la catedral ha desaparecido) y en convertir el singular "desde mi fe" en plural "desde nuestra fe".
Una fe cristiana aparentemente desnortada, puesto que les lleva a situarse más cerca de la Junta Islámica que de la Iglesia Católica.
La crítica a la propia tradición religiosa cristiana no es suficiente para
hacer buena a la tradición musulmana. Lo coherente sería extender la tarea crítica a los fundamentos de esa religión
no europea que está colonizando Europa.
Semejante caso de islamofilia quizá sólo tiene
precedente en el general Franco. Este católico general, en 1974, otorgó al
entonces presidente de Irak, Sadam Husein, jefe supremo de un partido político
laicista, el privilegio de rezar en la antigua
mezquita cordobesa, ante el mihrab de estilo bizantino, preservado
durante tantos siglos por la tolerancia cristiana y restaurado siendo Ministro
de Información y Turismo don Manuel Fraga Iribarne.
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