SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO CICLO "A" Primera lectura:
Isaías 11, 1-10 EVANGELIO 2-Enmendaos, que está
cerca el reinado de Dios. 3A él se refería el
profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita desde el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos (Is 40,3). 4Este Juan iba
vestido de pelo de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se
alimentaba de saltamontes y miel silvestre. 5Acudía en masa la
gente de Jerusalén, de toda el país judío y de la comarca del Jordán, 6y
él los bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados. 7Al ver que muchos
fariseos y saduceos venían a que los bautizara; les dijo -¡Camada de víboras!, ¿quién os
ha enseñado a escapar del castigo inminente? 8Pues entonces dad el
fruto que corresponde a la enmienda 9y no os hagáis ilusiones
pensando que Abrahán es vuestro padre; porque os digo que de las piedras estas
es capaz Dios de sacarle hijos a Abrahán. 10Además, el hacha está ya
tocando la base de los árboles, y todo árbol que no da buen fruto será cortado
y echado al fuego. 11Yo os bautizo con
agua, en señal de enmienda; pero llega detrás de mí el que es más fuerte que
yo, y yo no soy quién para quitarle las sandalias. Ese os va a bautizar con
Espíritu Santo y fuego, 12porque trae el bieldo en la mano para
aventar su parva y reunir el trigo en su granero; la paja, en cambio, la
quemará con fuego inextinguible.
COMENTARIOS Cuando un gran personaje (un jefe de Estado o de
Gobierno, el Papa, un artista famoso) viaja a cualquier país, se prepara todo
desde mucho tiempo antes: itinerarios, discursos, comidas, homenajes, gestos... Adviento significa venida: en este tiempo, esperamos la llegada de alguien muy importante, mucho
más que cualquier artista, que cualquier gobernante, que el mismo Papa... ¿Cómo nos estamos preparando? ¿SE PASA..., O NO LLEGA? ¡ Qué duro y qué terrible era Juan Bautista! ¡Gamada de víboras!, ...
castigo inminente..., hoguera que no se apaga... Parece como si más que atraer
a la gente quisiera espantarla. ¿ Verdad que resulta un poco exagerado? Sí, hay que reconocerlo: el
Bautista, en algunas cosas, se pasa. Pero en otras lleva toda la razón. Se pasa, o mejor, no llega, al hablar de Dios y de su inminente
intervención en la historia de los hombres. Porque la idea que Juan tiene del
modo de ser de Dios quedará definitivamente anticuada cuando Jesús explique
cómo es el Padre. Hablaremos de eso en el siguiente comentarlo. Pero si al hablar de un Dios amenazador y terrible (Mt 3, 10-12; Lc
3,9.17) se equivoca, en lo que acierta al ciento por ciento es al exigir
sinceridad y seriedad a quienes, interesados por su mensaje, se acercan a él: dad el fruto que corresponde al arrepentimiento. YA ESTA CERCA... Juan anunciaba la cercanía del reinado de Dios: «Enmendaos, que está
cerca el reinado de Dios». Era ésta una vieja esperanza del pueblo de Israel,
que aguardaba que Dios restableciera la justicia en la sociedad israelita y en
sus instituciones y devolviera a su nación su antiguo esplendor. Por eso las gentes del pueblo responden a su anuncio masivamente y se
preparan para la ya próxima intervención de Dios confesando sus pecados y bautizándose. Este bautismo era señal de
que estaban dispuestos a enmendar su comportamiento, de que estaban decididos
a romper totalmente con la injusticia. También se acercaron al Jordán unos individuos que provocaron la ira
de Juan: unos saduceos y fariseos que pretendían bautizarse como los demás. Estos
pertenecían a dos partidos opuestos entre sí pero unidos por un hecho:
compartían el poder y, cada grupo a su manera, dominaban y explotaban al
pueblo. Y por la reacción de Juan ante su presencia, no parece que estuvieran
muy dispuestos a cambiar de actitud. Por eso Juan les plantea una clara
exigencia: «dad el fruto que corresponde al arrepentimiento». Les está pidiendo
simplemente que sean sinceros, que no intenten engañarle a él y a la gente,
que no pretendan burlarse de Dios. Ellos, responsables en gran parte del
desorden establecido, de la injusticia legalizada y de la explotación y
opresión de los pobres... ¡ se atreven a presentarse aparentando que también
ellos vibran con la misma esperanza del pueblo que soporta sus injusticias!
No. Para prepararse a los acontecimientos que se acercan no basta con un gesto
exterior: es menester dar frutos que
demuestren que de hecho el arrepentimiento es sincero; es necesario abandonar
la injusticia y adoptar un nuevo modo de actuar. ... CERCA TAMBIÉN PARA
NOSOTROS Jesús de Nazaret sale constantemente a nuestro encuentro. Para
nosotros la cercanía del reinado de Dios es un hecho permanente. La
celebración del Adviento y de la Navidad no es un puro recuerdo histórico ni
una simple celebración tradicional. Es una invitación a prepararnos para que
Jesús entre definitivamente en nuestra vida y en nuestra historia. Y tampoco a nosotros nos basta con algunos gestos externos. Para que
nuestro encuentro con Jesús pueda realizarse es condición indispensable que ni
practiquemos nosotros la injusticia ni seamos cómplices de la injusticia del
sistema. ¿Cómo nos
estamos preparando? II No ha de confundirse éste con la «conversión» (gr. epistrophé,, término teológico que
designa la vuelta a Dios (el verbo hebr. sub,
convertirse, no se traduce en los LXX por metanoeó). En Mc y Mt la conversión se expresará por la fe o
adhesión a Jesús. Desde el momento en que está presente en el mundo el «Dios entre
nosotros» (1,23), es a él a quien habrá que «volverse». Dado que Jesús no ha
aparecido aún en la escena, el precursor invita al cambio de vida, como hará
Jesús mismo (4,17) antes de darse a conocer. La enmienda o metanoja tiene su raíz en la predicación profética. Su paradigma
está expresado por Is 1,16-17: «Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien». «El reinado de Dios», que había sido la aspiración de Israel en toda
su historia, era objeto de viva expectación en la época. Se pensaba
generalmente que se realizaría por medio del Mesías, rey descendiente y sucesor
de David, que vencería a los paganos y restauraría la gloria de Israel como
nación. Juan Bautista, sin embargo, al exigir la enmienda como condición para
el reinado, muestra que éste no es fruto solamente de la intervención de Dios,
sino que requiere la colaboración del hombre. De hecho, se pensaba que el
Mesías había de purificar también a Israel, separando en su interior a justos
y pecadores. v.3. Mt refiere un texto de
Isaías a la predicación de Juan. La preparación de que habla el profeta
coincide con la enmienda que pedía Juan. La voz grita «desde el desierto»: el
lugar donde se sitúa el heraldo (en, es también el lugar desde donde ejerce su actividad. «Clamar
en el desierto», en el sentido de hablar en vano, sin que nadie haga caso carecería de sentido, puesto que la voz de
Juan encuentra inmediato eco «fuera» del desierto, en Jerusalén y Judea (3,5). v. 4. Basándose en el texto de Mal 3,23: «Yo os enviaré al profeta
Elías antes que llegue el día del Señor», la teología rabinica había
desarrollado la creencia de que Elías había de llegar como precursor del Mesías
para purificar a Israel y prepararlo para el reinado mesiánico (Mt 17, 10) Por
su vestido y, en particular, por la correa de cuelo a la' cintura, Juan se
identifica con el profeta Elías. El es
quien va a preceder el Día del Señor, es decir, la llegada del Mesías. Se
asocia así la cercanía del reino con la proximidad del Mesías. El alimento de Juan no era extraordinario. «Los saltamontes» se
vendían también en los mercados. Su dieta confirma, sin embargo, su ruptura.
Juan utiliza el alimento que tiene a mano, sin depender de la sociedad de la
que se ha separado. v. 5. La respuesta a la proclamación de Juan es unánime;. la capital y
toda Palestina acuden a su pregón («toda Judea» significa todo el país judío-
cf Mc 1,5; Lc 1,5- Herodes el Grande, «rey de Judea»; acude también gente de la
región cercana al río. Se establecen ahí dos polos opuestos: Jerusalén, lugar
de las autoridades religioso-políticas y centro del culto oficial, y el
desierto, desde donde se hace oír la voz de Juan. La afluencia masiva a éste es
un plebiscito en su favor y en contra de la institución judía; expresa así el
pueblo su profundo descontento con esa institución y sus dirigentes. v. 6. El bautismo o inmersión en el agua era un rito común en la
cultura judía. Significaba la muerte a un pasado, que quedaba simbólicamente
sepultado en el agua. Se utilizaba en lo civil para indicar, por ejemplo, la
emancipación de un esclavo, y en religioso, para la conversión de un prosélito.
En este caso significa el cambio de vida- el pasado de injusticia queda
sepultado. De ahí que el bautismo vaya acompañado de un reconocimiento de «los
pecados», es decir, de las injusticias cometidas. Esta es la preparación para
el reinado de Dios. vv. 7-8. Los fariseos eran modelo de hombres religiosos y se preciaban
de su fidelidad a la Ley, interpretada según la tradición rabínica. Por su
ejemplaridad al menos aparente, ejercían gran influjo sobre el pueblo;
representaban el poder espiritual. Los saduceos por su parte, constituían la
clase dominante. A ellos pertenecían los grandes terratenientes y las familias
de la aristocracia sacerdotal; representaban el poder económico, religioso y
político. Se acerca a Juan un buen número de ellos para recibir su bautismo,
pero sin propósito de reconocer la injusticia en que viven ni de rectificar su
conducta. En vista de la reacción del pueblo, el sistema opresor quiere de
algún modo integrar la figura de Juan y el movimiento que ha suscitado. Juan no los acepta, sino que los increpa de manera violenta. «Camada
de víboras» caracteriza a las dos categorías como agentes de muerte. Juan
califica así al poder político-religioso en su relación con los hombres. Lo
mismo hará Jesús con fariseos y letrados (12,34; 23,33). «Castigo» (lit.
«ira»): en las lenguas semíticas y en el griego bíblico es frecuente expresar
realidades por los sentimientos que las provocan o que ellos mismos provocan.
Juan supone que Dios como rey o, lo que es igual, el Mesías que llega, va a
infligir un castigo; los fariseos y saduceos pretenden evitarlo sometiéndose al
rito externo, pero sin cumplir la condición exigida, la enmienda, sin cambiar
radicalmente su modo de vida. Mt distingue, por tanto, entre la masa de la
gente, que acepta el bautismo de Juan y cumple la condición propuesta (3,5s),
y los círculos influyentes, que no tienen propósito de cumplirla. Pretenden expresar
una ruptura con la injusticia, pero sin corregir su conducta personal. vv. 9-l0. Creen que basta ser descendientes de Abrahán para ser
salvados. Juan derriba esa seguridad. No cuenta el linaje, sino las obras. La
descendencia de Abrahán puede provenir de fuera de Israel. Dios puede
suscitarla incluso de lo que aparentemente es incapaz de vida («estas
piedras»). Alusión, en boca del Bautista, a la futura entrada de los paganos en
el reino de Dios (8,11). Juan espera de la llegada del Mesías un juicio
inminente y severo. El fruto bueno es el fruto que corresponde a la enmienda
(3,8). No bastan, pues, ritos externos para acoger el reinado de Dios, se requiere
un cambio de conducta. Quienes no lo hagan, serán excluidos de él. La condena
es la del árbol sin fruto, la destrucción por el fuego. La separación que va a
efectuar el Mesías no se basará, por tanto, en la pureza de sangre ni en la
práctica del culto (saduceos) ni en la fidelidad a las prescripciones de la
Ley (fariseos), sino en la actitud hacia el hombre. v. 11. Juan compara su bautismo con el del que ha de llegar. Se
declara precursor de uno más fuerte que él mismo. El propósito de su bautismo
es suscitar el cambio de conducta (metanoja).
El que llega trae un bautismo muy superior al suyo: con Espíritu Santo y
fuego. «Santo» aplicado al Espíritu significa, en primer lugar, su pertenencia
a la esfera divina; en segundo lugar, su actividad «santificadora» o
«consagradora»; él es quien “separa” al hombre transfiriéndolo a la esfera de
Dios. Su comunicación interior de vida divina transforma al hombre, lo mantiene
en contacto con Dios y le da la fidelidad a él. El propósito humano de cambiar de conducta no adquiere verdadera
solidez hasta que no esté confirmado por el Espíritu. El bautismo del Mesías
efectuará, un juicio: para los que se han preparado con la enmienda, será
purificación e infusión de Espíritu (fuerza de vida y fecundidad), efecto del
favor de Dios para los que no han cambiado de conducta, será la destrucción
expresada antes manifestación de la ira divina (3,10). Juan reconoce que «no
merece ni quitarle las, sandalias al que llega». La imagen de quitar las
sandalias esta inspirada en una antigua usanza matrimonial: cuando un hombre
moría sin hijos, el pariente más próximo debía casarse con la viuda para dar
descendencia al difunto (Dt 25,5). En caso de que no lo hiciera, otro podía
tomar su puesto; el gesto simbólico que significaba esta apropiación del
derecho del primero se hacía quitándole una o las dos sandalias Juan reconoce
que el que viene es más fuerte que él y tiene derecho preferente. Se anuncia el
tema del Esposo, que supone el de la alianza. El que viene funda una alianza
nueva (cf. 26,28) donde él toma el puesto de Dios (el Esposo), por ser «Dios
entre nosotros» (1,23). v. 12. Repite Juan la idea del juicio con otra imagen: la del labrador
que recoge su cosecha. Su trigo, que será reunido, serán los que hayan
producido el fruto de la enmienda; el verbo «reunir» recuerda la reunión
escatológica de las tribus de Israel. La paja será quemada con fuego
inextinguible, que asegura su absoluta destrucción. La figura del
Mesías que aparece en las palabras d el Bautista correspondía a
cierta expectación de Israel. Juan manifiesta su hostilidad contra los
fariseos y la clase dirigente (saduceos). El movimiento iniciado por el Bautista
es, por tanto de raíz popular y espera que el Mesías haga justicia sin demora.
A los dirigentes los considera enemigos del reinado de Dios y absolutamente
necesitados de un cambio radical En la perspectiva del reino tiene que
renunciar a su modo de proceder; su conducta actual es incompatible con él
Esta conducta es particularmente perversa (carnada
de víbora;). Sin la actuación del Mesías como juez, anunciada por Juan, no
corresponde a la actividad posterior de Jesús. III El
pensamiento utópico, es un componente esencial del judeocristianismo. No lo es
de otras religiones, incluidas las grandes religiones. No hay sólo un tipo de
religiosidad. Podemos encontrar varias corrientes en las religiones
(neolíticas, de los últimos cinco mil años). Unas experimentan lo sagrado sobre
todo en la conciencia (la interioridad, el pensamiento silencioso, la
experiencia de la iluminación, de la no dualidad... una especie de estado
modificaco de conciencia), otras lo experimentan en la naturaleza, en la
experiencia cósmica... (la experiencia de sintonía con la naturaleza, de unidad
e interdependencia con ella, de su sacralidad imponente, de la Pachamama... lo
que Mircea Elíade llama la «experiencia uránica» que todos los pueblos han
sentido al contemplar la belleza del cosmos). Las religiones abrahámicas, por
su parte, han experimentado lo sagrado en la historia, por medio de la fe, la
esperanza y el amor, a través del llamado de una Utopía de Amor-Justicia. Ésta última
es, concretamente, el ADN de nuestra religión. Todo lo demás (doctrina, moral,
liturgia, institución eclesiástica...) añade, reviste, completa... pero la
esencia de la religiosidad abrahámica es esa fuerza de la experiencia
espiritual mediante el llamado de la Utopía del Amor-Justicia. Que, por ser
“amor-justicia”, obviamente, siempre estará de parte de los pobres, de los
“injusticiados”, en cualquier nivel o tipo de injusticia (económica, cultural,
racial, de género...). Los profetas,
Isaías en el caso de la lectura de hoy, «describe» la Utopía, o «cuenta el
sueño» que le anima: un mundo amorizado, fraterno, sin injusticia, sin injusticiados,
en armonía incluso con la naturaleza... La Utopía fue tomando en Israel el
nombre de «reinado de Dios»: cuando Dios reina el mundo se transforma, la
injusticia deja lugar a la justicia, el pecado al perdón, el odio al amor...
las relaciones humanas descompuestas se recomponen en una red de amor y
solidaridad. El conocido estribillo del canto del salmo 71 (el de la liturgia
de este domingo) lo dice magistralmente: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad,
tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor».
Donde Dios está presente y «reina», es decir, donde se hacen las cosas «como
Dios manda», allí hay Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gracia y Amor. Por eso hay
que clamar con el estribillo cantado de ese salmo: «Venga a nosotros tu Reino,
Señor». No hay sueño ni Utopía más grande, aunque esté tan lejana. El adviento
es, por antonomasia, el tiempo litúrgico de la esperanza. Y la esperanza es la
«virtud» (la virtus, la fuerza) de la Utopía, la fuerza que la Utopía provoca,
crea en nosotros para esperar contra toda esperanza. Adviento es por eso un
tiempo adecuado para reflexionar sobre esta dimensión utópica esencial del
cristianismo, y un tiempo para examinar si con el paso del tiempo nuestro
cristianismo tal vez olvidó su esencia, tal vez arrincónó tanto la utopía como
la esperanza. El evangelio
de Mateo nos presenta a Juan Bautista pidiendo a sus coetáneos la conversión,
«porque el reinado de Dios [reinado “de los cielos” dirá Mateo, con el pudor
reverencial judío que evita «tomar el nombre de Dios en vano»] está cerca». En
aquellos tiempos de mentalidad precientífica y apocalíptica, la propensión a
imaginar futuras irrupciones del cielo o del infierno servía para mover a las
masas. Hoy, con una visión radicalmente distinta sobre la plausibilidad de
tales expectativas apocalípticas, la argumentación de Juan Bautista ya no
sirve, resulta increíble para la mayor parte de nuestros contemporáneos. No es
que hayamos de cambiar (que hayamos de convertirnos) «porque el reino de Dios
está cerca», sino exactamente al revés: el Reino de Dios puede estar cerca
porque (y en la medida en que) decidimos cambiar nosotros (convertirnos) y con
ello cambiamos este mundo... Ya no estamos en tiempos de apocalipsis (una
irrupción venida de fuera y de arriba), sino de praxis histórica de
transformación del mundo y de su historia (una transformación venida de abajo y
desde dentro). El reinado de Dios -la Utopía, para decirlo con un lenguaje más
amplio e interreligioso- no es ni puede ser objeto de «espera» (como ante algo
que sucederá al margen de nosotros), sino de «esperanza» (la desinencia «anza»
expresa ese matiz de actividad endógena). La esperanza es esa actitud que
consiste en «desear provocando», desear ardientemente una realidad todavía
«u-tópica», tratando de hacerla «tópica», presente en el «topos», en el lugar,
aquí y ahora, en la Tierra, no en el cielo futuro. Insistimos:
otras religiosidades discurren por otro tipo de experiencia de lo sagrado -y
ello no es malo, es muy bueno, y es muestra de la pluriformidad de la
religiosidad-, pero la vivencia espiritual específicamente judeocristiana es
esta esperanza activa histórico-utópica comprometida. En este Adviento
podríamos hacer de esto una materia de reflexión y examen. Por cierto,
la segunda lectura, de la carta a los romanos, coincide curiosamente con este
mismo enfoque esencial: «Todas las antiguas Escrituras se escribieron para
enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan
las Escrituras mantengamos la esperanza»... Mantener la «esperanza», mantener
esa tensión de compromiso histórico-utópico es el objetivo de las Escrituras
(por cierto, de todas las Escrituras, no sólo de la Biblia...). Es decir: las
Escrituras fueron escritas para eso. No para fines piadosos, para fines
estrictamente transcendentes o sobrenaturales... sino «para mantenernos en la
esperanza», por tanto, para comprometernos en la historia, para encontrar lo
divino en lo humano, el Futuro absoluto en el futuro histórico y contingente.
Cualquier utilización bíblica que nos encierre en la misma Bíblia, nos separe
de la vida o nos haga olvidar el compromiso histórico de construir
apasionadamente la Utopía en esta tierra, será un uso malversado -o incluso
perverso- de la Biblia. Para la
revisión de vida ¿Soy persona de utopía? ¿Vibro por
ella? ¿Puedo decir que mi vida es un «vivir y luchar por la causa (utopía) que
Jesús nos comunicó? ¿He llegado a descubrir y vivir el cristianismo como
«militancia» histórica, como construcción de un mundo nuevo? Juan es la antítesis de la sociedad
de su tiempo; es decir, no se amoldó cómodamente a las maneras de ser y de
pensar de sus contemporáneos. ¿Cómo me comporto yo en el ambiente en que vivo?
¿Hay algo de anuncio-denuncia en mi manera de ser y de transmitir el mensaje? Para la
reunión de grupo Recoger, reunir los pasajes bíblicos más
importantes que parecen describir el mundo de la Utopía. Comentar tras su
lectura. Nos sirve hoy
la manera de argumentar de la predicación de Juan Bautista? ¿Por qué no? Recordar el
canto del salmo 71 (de Juan Antonio Manzano), y su estribillo: «Tu Reino es
Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es
Gracia, tu Reino es Amor. ¡Venga a nosotros tu Reino, Señor!». ¿Por qué ese
estribillo es una de las mejores síntesis del mensaje cristiano y de su Utopía?
Aprenderse ese estribillo como una definición muy práctica y asequible del
Reinado de Dios. Ponerlo como una hermosa pancarta en nuestra casa o en el local
comunitario. Para la
oración de los fieles Por nuestros
grupos y comunidades células de la Iglesia, para que fieles a la misión que nos
corresponde seamos capaces de anunciar valientemente el evangelio en todos los
lugares. Por los que
trabajan por la paz, la justicia y la prosperidad: para que descubran en su
empeño el proyecto de Dios revelado en Jesús. Por las
comunidades cristianas de todas las confesiones: para que nos preparaos a la
conmemoración de la venida de nuestro salvador con obras de amor, justicia y de
paz. Por todos
nosotros para que este tiempo de adviento haga resonar en nuestros corazones
las palabras de Juan que nos preparen de verdad a celebrar la llegada de Jesús. Oración
comunitaria Dios Padre que nos entregas
todo tu amor; haz que nuestras palabras y obras muestren siempre nuestra
disposición al amor y la reconciliación; aleja de nosotros toda actitud de
discordia, egoísmo y violencia, y haz que el encuentro que hoy celebramos nos
fortalezca en la construcción de la Utopía del “otro mundo posible” que tú nos
propones ayudarte a crear. Nosotros te lo pedimos por Jesús de Nazaret, hijo
tuyo, hermano mayor nuestro. Amén.
|
|
|