TERCER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO "A" Primera lectura:
Isaías 35, 1-6 a. 10 EVANGELIO 3-¿Eres tú el que
tenía que venir o esperamos a otro? 4Jesús les respondió: -Id a contarle a Juan lo que
estáis viendo y oyendo: 5Ciegos ven y cojos
andan, leprosos quedan limpios y sordos
oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena
noticia (Is 26,19). 6Y ¡dichoso el que no
sé escandalice de mi! 7Mientras se
alejaban, Jesús se puso a hablar de Juan a las multitudes: -¿Qué salisteis a contemplar en
el desierto?, ¿una caña sacudida por el viento? 8¿Qué salisteis a
ver si no?, ¿un hombre vestido con elegancia? Los que visten con elegancia,
ahí los tenéis, en la corte de los reyes. 9Entonces, ¿a qué
salisteis?, ¿a ver un profeta? Sí, desde luego, y más que profeta; 10es
él de quien esta escrito: Mira, yo envío mi mensajero
delante, de ti; él preparará tu camino ante ti (Ex 23,20;
Mal 31). 11Os aseguro que no ha nacido de mujer nadie más grande que
Juan Bautista, aunque el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él. COMENTARIOS En otras épocas, las cosas estaban más claras: los
que creían, creían todos lo mismo; los que no creían... ¡allá ellos! Hoy, sin embargo, son muchas las voces que pretenden
hablar en nombre de Jesús y diversos los mensajes que en su nombre se proponen.
¿Somos nosotros capaces de descubrir cuál es su auténtico mensaje? ¿Hay algún
medio fiable para reconocerlo? ¿ Qué podemos responder a
la pregunta que sirve de título a una popular canción religiosa: «¿Lo
conocéis?»? EL MESÍAS DE JUAN Según Juan Bautista, era misión del Mesías ser el instrumento por
medio del cual Dios iba a devolver a su pueblo la libertad, la dignidad y la
justicia. A los dirigentes religiosos y políticos (fariseos y
saduceos) y al mismísimo rey Herodes les anunció que Dios les iba a dar su
merecido por ser los directos responsables de la injusticia (Mt 3,7-12;
14,3-4); al pueblo le dijo que se preparara, rompiendo con esa injusticia,
para el difícil y terrible juicio que se acercaba: «Enmendaos, que está cerca
el reinado de Dios» (Mt 3,2). LAS DUDAS DE JUAN Confiado porque sabía que estaba de la parte del Dios liberador de
Israel, denunció con valentía los abusos de los poderosos. Pero... Un día el rey
Herodes, presionado por su amante, lo detuvo y lo encerró en la cárcel (Mt
14,3ss). Seguro que entonces se le agolparon en la mente un torrente de
preguntas. ¿Qué estaba pasando? ¿Cuándo se iba a realizar el juicio de Dios?
¿Cuándo iban a ser castigados, de una vez por todas, los culpables? ¿Cómo es
que Dios no establecía ya con su poder la justicia? ¿Vencerían de nuevo los de
siempre? ¿ Se habría vuelto a olvidar Dios de su pueblo? Quizá aquél no era
todavía el Mesías. Y silo era, ¿por qué no hacía nada por librarlo de la
cárcel? Estas eran las dudas del Bautista. VIDA Y LIBERACIÓN Por medio de dos de sus discípulos, Juan plantea la cuestión al mismo
Jesús: «¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?» En su respuesta,
Jesús se remite a los hechos: -«Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo». Lo que presenta como pruebas para que Juan sepa y crea que él es
efectivamente el Mesías son las cosas que hace y el mensaje que predica; son
hechos y palabras de liberación y vida: «Ciegos ven y cojos andan, leprosos
quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena noticia».
Esas son las señales del Mesías; eso es lo que sobre él anunciaron los
antiguos: por medio de él Dios devolvería al pueblo la vida y la libertad que
los poderosos le habían arrebatado. Cojos, ciegos, leprosos, sordos,
muertos..., invalidez, oscuridad, marginación, muerte... A ese estado habían
llevado al pueblo. OTRO MESÍAS, OTRO DIOS, OTRO
HOMBRE Jesús era, en efecto, el Mesías, pues daba vida y libertad. Pero
entonces... Juan Bautista no sabía que la misión del Mesías no era juzgar al
hombre, sino darle la posibilidad de crecer y hacerse adulto, dejando de ser
-también en sus relaciones con Dios-infantil. Sabía que Dios quiere la libertad
del hombre, pero no sabía que Dios también quiere que sean los hombres quienes
conquisten su propia libertad; y sabia que Dios emplea toda su fuerza en favor
de la liberación de los hombres; pero no
sabia que la fuerza del Padre de Jesús no es el castigo que esclaviza por
el miedo, sino el amor, infinitamente
eficaz si es aceptado, pero del todo inútil si se rechaza. Sabía que Dios no
soporta la injusticia ni la opresión de los pobres; pero no sabia que la
solución a esos problemas no iba a bajar milagrosamente del cielo. Dios, por
medio de su Mesías, estaba ya enseñando cual es el único modo de resolverlos
definitivamente: poniendo en práctica la buena
noticia, el evangelio que Jesús anunciaba a los pobres, cada hombre y cada
pueblo podría obtener de Dios la vida y la liberación definitivas; pero el hombre
debería colaborar en su propia liberación. ¿LO CONOCÉIS? A Juan Bautista le costó trabajo reconocer, en Jesús, al Mesías. ¿Y
nosotros? ¿Lo conocemos? ¿Lo reconocemos? A un Dios que no nos resuelve nuestros problemas, sino que nos exige
comprometernos en su solución, ¿ lo reconocemos? A un Mesías partidario de la teología
de la liberación (= ciencia del
Dios liberador Y, en su sentido más radical y profundo, ¿ lo reconocemos? ¿Y a un hombre adulto, responsable de su propio destino por voluntad de Dios? Estas son las señales del Mesías, los rasgos mediante los cuales se
puede reconocer el mensaje de Jesús: allí donde se anuncia y se pone en
práctica, los hombres son más humanos, más felices, y están más llenos de vida,
de libertad, de amor. Y ya, desde
ahora. II Juan había anunciado un Mesías cuyo bautismo tendría carácter de
juicio; separaría a los que habían respondido a su predicación, siendo para
ellos la efusión del Espíritu; pero, por otro lado, para los que no habían
practicado la enmienda, en particular para los círculos de poder, fariseos y
saduceos (3,7ss), significaría la destrucción (fuego). Esta idea central de juicio fue desarrollada por Juan con la imagen
del hacha puesta a la raíz del árbol (3,10) y del labrador que reúne el trigo y
quema la paja (3,12). Nada tiene de extraño, pues, que ante la actividad de
Jesús, quien hasta ahora no se ha enfrentado directamente con las minorías
dominantes ni da sentencia condenatoria, sino que soporta la oposición
(9,11-13.14), Juan se pregunte si verdaderamente es el Mesías o si es otro el
que va a realizar el juicio que se espera. Juan concibe a un Mesías que va a
actuar con la fuerza y va a derribar a los que ejercen el poder. El hecho de
que esté en la cárcel puede indicar que de la actividad de Jesús esperaba su
propia liberación (cf. Is 61,1). La respuesta de Jesús a los emisarios remite precisamente a sus obras
(4s). Estas se describen con términos proféticos que anunciaban el rescate del
pueblo para emprender el éxodo definitivo (Is 35,5s) o que describen la
salvación (Is 29,18; 26,19). Como se ha expuesto en los episodios anteriores
(8,2-9,34), son figuras de la liberación que va haciendo Jesús del pueblo
(ciegos, sordos, leprosos, muertos). Se añade la proclamación de la buena
noticia a los pobres (Is 61,1). Todos los rasgos con que Jesús describe su acción
son de liberación y curación, ninguno de juicio. A pesar de las fuertes
reminiscencias de Is 35,5s y 61,1 en Mt 11,5, no hay alusión alguna a Is 35,4 y
61,2, donde se contempla un día futuro de venganza y desquite. Jesús se apoya
en algunos textos proféticos, pero deja de lado otros. No toda la elucubración
mesiánica basada sobre textos del AT tenía validez. Termina Jesús su exposición con un aviso, que es al mismo tiempo una
bienaventuranza: «Dichoso el que no se escandalice de mí» (6), es decir, e1.
que acepte su modo de obrar y, con él, su persona y misión. Es un aviso y una
recomendación a Juan. Se refleja aquí el diálogo entre Juan y Jesús con
ocasión del bautismo (3,14s). Juan no entendía que el Mesías solicitara su
bautismo, y Jesús le hizo comprender que este símbolo de muerte resumía la
voluntad del Padre sobre ellos dos. Pero Juan no ha terminado aun de entender
lo expuesto entonces por Jesús. vv 7-11. Dada la respuesta a los emisarios de Juan, Jesús hace su
elogio ante las multitudes. Sus preguntas van en crescendo. Juan no ha sido un
hombre que haya contemporizado con los poderosos (cf. 3,7-12) ni haya vacilado
ante la violencia; tampoco ha vivido en el lujo (alusión al vestido y modo de
vida de Juan, 3,4). Claramente, el pueblo consideraba a Juan un profeta (cf. 21,26), pero
Jesús va más allá: es más que profeta (9), por ser el precursor del Mesías. Lo
apoya con un texto (10) que combina dos del AT. Su primera parte corresponde a
Ex 23,20. Juan va a preparar el éxodo definitivo, que será obra del Mesías, y
cuya tierra prometida es el reinado de Dios. Todo el texto se inspira también
en Mal 3,1. «Tu camino» es en Mal 3,1 el camino de Yahvé; en Mt se aplica a
Jesús; él, como es «Dios entre nosotros», va a conducir el éxodo (10). Con
introducción solemne («Os aseguro»), establece una contraposición: afirma la
excelencia de Juan sobre todos los personajes históricos que lo habían
precedido, pero, al mismo tiempo, afirma que el más pequeño en el reino de Dios
(alusión a los discípulos, a los que en 10,42 ha calificado de «pequeños») es
más grande que él. Marca así Jesús la diferencia entre la época del AT y la que
comienza con él. Juan estaba a la puerta del reino de Dios como anunciador de
su cercanía (3,2), pero la distancia entre el reino y los hombres sólo puede
ser salvada por la adhesión a Jesús. Por decirlo
así, Juan ve ya la tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Con su
bautismo ha sacado a la gente de la institución judía hasta la orilla del
Jordán (3,5s), pero el paso del Jordán para entrar en la tierra está reservado
a Jesús, nuevo Josué. Los que participan del reino gozan de una realidad de la
que Juan no ha podido participar (11). III La primera y
la segunda lectura de hoy, del profeta Isaías y del apóstol Santiago, coinciden
en el mensaje: merece la pena esperar, hay que esperar, debemos esperar, porque
viene nuestro Dios, él mismo viene en persona, y trae el desquite... Hay que
tener paciencia, porque es inminente su llegada, ya está a la puerta... No dudamos de
que esta forma de plantear la esperanza, de vivirla y de transmitirla, ha sido
útil y muy eficaz para muchas generaciones anteriores a nosotros, pero tampoco
dudamos de que hoy día, ese planteamiento pudiera no servir ya. - Este motivo
aducido clásicamente para fundamentar la esperanza (de que Alguien viene,
alguien va a irrumpir apocalípticamente en nuestra vida, incluso con
inminencia, y de que nuestra esperanza consista en «esperar» (de espera, no de
esperanza) su llegada... no resulta hoy ya plausible. - Ese esquema
conceptual según el cual Dios ha anunciado que vuelve, en una segunda venida
que sellará el final del mundo, y que nosotros estamos por tanto en un tiempo
intermedio, incierto y amenazado por la espada colgante (de Damocles) de esa
sorpresa divina que llegará como la visita del ladrón, ha sido una imagen
poderosa, que ha cautivado la atención de muchas generaciones, pero que hoy
empieza ya a no funcionar. - Esa idea de
que debemos esperar que en el futuro Dios va a castigar a los malos... y así «poner
las cosas en su sitio» y vengar las maldades de los que nos han hecho daño...
probablemente fue muy efectiva en otro tiempo, como lo ha sido en pedagogía
todo lo referente a los premios y castigos, las buenas y las malas notas, pero
hoy ya muy pocas mentes lúcidas pueden aceptar que la pedagogía humana infantil
pueda ser atribuida al misterio existencial del ser humano. Aquellas
generaciones tenían una comprensión del mundo fundamentalmente religiosa,
inserta en las coordenadas de la descripción del mundo que las mismas
religiones habían elaborado: un mundo que consistía esencialmente en un «plan
de Dios» para poner una prueba al ser humano y llevarlo a otra vida, mejor o
peor según mereciera premio o castigo. Dentro de ese «pequeño mundo», dentro de
esa cosmovisión religiosista que ocupó por milenios el imaginario de nuestros
mayores, funcionaba el hablar de una segunda venida, de la prueba que Dios nos
pone, de la amenaza que supone la posible sorpresa del Dios que viene e irrumpe
en el mundo para finalizarlo e inaugurar otro eón, el de los premios y
castigos. Este imaginario religioso (tradicional, antiquísimo, milenario...)
está agotándose, desapareciendo con las generaciones mayores, desvaneciéndose y
perdiendo vivacidad y plausibilidad en las generaciones medias, y siendo
rechazada en las generaciones jóvenes, en las que no logra ya implantarse. La
transmisión de ese tipo de fe se está interrumpiendo. En el nuevo
imaginario o cosmovisión que muchos estamos adquiriendo, fundamentado en la
nueva imagen que la cosmología y el conjunto actual de las ciencias nos
ofrecen, ya no cabe concebir la realidad tan «antropocéntricamente» como para
pensar que todo consiste y todo se reduce a «un plan que Dios ha hecho para
probar al ser humano». Al ser humano actual no le resulta ya plausible una
espiritualidad que le dice que él es el centro del cosmos, y que este cosmos
«ha sido creado simplemente para servir de escenario al drama humano de su
salvación ultraterrena»... Y no le resulta plausible tampoco que el misterio
tan respetable del más allá sea asociado con y puesto al servicio de la amenaza
de castigos o la promesa de premios... ¿Es posible
ser cristiano sin aceptar estas imágenes que hoy sentimos como no incorporables
a nuestra cosmovisión? Sí, lo es, al costo de purificar nuestra esperanza -y,
más ampliamente, nuestra cosmovisión religiosa global- de aquellas imágenes
propias de un tiempo que ya no es el nuestro. En realidad,
lo que importa es el contenido profundo, la experiencia espiritual, la dimensión
de esperanza (en este caso), no el soporte de categorías, esquemas mentales,
cosmovisiones apocalípticas o esquemas de concepción del tiempo de los que
echaron mano nuestros antepasados. El cristianismo, a lo largo de su historia,
ya ha abandonado muchas imágenes que en su tiempo fueron comunes, que luego se
oscurecieron, y que finalmente nos resultaron inaceptables (de algunas de las
cuales hoy incluso nos avergonzamos). Durante muchos siglos el predominio del
pensamiento estático, el supuesto de la ahistoricidad y la negación del
carácter evolutivo de todo, nos ha querido hacer pensar que no podemos cambiar
nada, que debemos creer a la letra lo que expresaron nuestros mayores, sin
remontarnos a revivir su misma experiencia profunda pero con libertad y creatividad,
y que nada puede ser innovado. Pero la misma historia está ahí para mostrar lo
contrario a quien sepa y quiera verlo. Y también está ahí el presente: son
muchos ya, de hecho, los cristianos/as que «creen de otra manera». El evangelio de Mateo nos presenta la llamada «prueba mesiánica». Juan el Bautista desde la cárcel manda emisarios para preguntarle a Jesús si es él el esperado o si deben esperar a otro. Jesús no responde con algunas pruebas teologicas, ni con citas bíblicas apologéticas, o con algunos dogmas o doctrinas, sino que se remite y remite a los consultantes a los puros hechos, que pueden ser «vistos y oídos»: «los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios... y a los pobres se les anuncia el Evangelio, la Buena Noticia». Estos «hechos», estas buenas noticias, son la prueba de identidad del Mesías. Y serán, tienen que ser, la prueba de identidad de quienes sigan al Mesías, al Xristós, o sea, los «cristianos». Sólo si nuestra vida produce esos mismos hechos, sólo si somos «buena noticia para los pobres», sólo entonces estaremos siendo seguidores de aquel Mesías, del Xristós, o sea, «cristianos».
Para la revisión
de vida Detengámonos un momento en nuestro
camino de evangelizadores y tratemos de configurar de nuevo en nuestra vida la
imagen de Jesús: ¿coincide esa imagen con la que nos revelan los evangelios?
Preguntémonos: “eres tú, o debemos replantearnos tu imagen? Para la
reunión de grupo ¿El mundo se
va a acabar, puede ser que se acabe «con la segunda venida de Cristo»? ¿Es
dogma de fe? ¿Qué fundamento tiene esto? ¿Y qué significaría en todo caso? ¿Es
un elemento esencial del «relato» cristiano? ¿Qué es lo que sería esencial, la
expresión o su contenido profundo? ¿Y cuál es ese contenido? Se puede ser
cristiano y «creer» en el mundo que la ciencia nos presenta hoy día? Alguien
puede preparar este tema con una reflexión-planteamiento del tema. Luego se conversa
y dialoga abiertamente, y alguien finalmente trata de expresar una conclusión
común, aunque no sea única. Retomemos la respuesta de Jesús a los mensajeros de Juan, ¿cuáles son las señales que Jesús ve como la prueba de su mesianismo? ¿Valen esas mismas señales para probar la identidad del seguidor del Mesías? Poner algún ejemplo: ¿en qué situaciones, actitudes, personas, grupos... creemos que hoy se dan esas buenas noticias, esas pruebas de estar compartiendo la misión del Mesías... y en cuáles no?
Por los que
viven sin esperanza o en tristeza, para que Cristo Salvador los llene de
fortaleza y de alegría. Roguemos al Señor. Por nuestros
grupos y comunidades, para que a pesar de las dificultades e injusticias que
enfrentamos cada día, seamos capaces de sembrar esperanza y luchar con
entusiasmo evangélico por un mundo mejor. Roguemos al Señor. Por los que
hemos sido llamados a trabajar de manera directa en el anuncio del Evangelio,
para que el Jesús que predicamos sea el que realmente vivimos y seguimos.
Roguemos al Señor. Por todas las
iglesias que confiesan su fe en Jesús, para que más allá de los intereses de
grupo sepamos poner todos nuestros esfuerzos a favor de la paz, la unidad y la
fraternidad. Roguemos... Oración
comunitaria Padre bueno, al acercarnos a la
celebración de la fiesta entrañable de la Navidad te pedimos que acrecientes
nuestra esperanza, para que nunca desistamos del esfuerzo por crear un mundo en
el que el amor sea posible. Nosotros te lo pedimos por Jesús de Nazaret, hijo
tuyo y hermano nuestro, cuyo nacimiento nos aprestamos a celebrar. Amén.
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