PRIMER DOMINGO DE CUARESMA
CICLO "A" Primera
lectura: Génesis 2, 7-9; 3, 1-7 EVANGELIO 3E1 tentador se le
acercó y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, di que
estas piedras se conviertan en panes. 4Le contestó: -Está escrito: «No sólo de pan
vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios por su boca» (Dt 8,3). 5Entonces se lo llevó
el diablo a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo 6y le
dijo: -Si eres Hijo de Dios, tírate
abajo; porque está escrito: «A sus ángeles ha dado órdenes para que cuiden de
ti»; y también: «te llevarán en volandas, para que tu pie no tropiece con
piedras» (Sal 91,11-12). 7Jesús le repuso: -También está escrito: «No
tentarás al Señor tu Dios» (Dt 6,16). 8Todavía lo llevó el
diablo a un monte altísimo y le mostró todos los reinos del mundo con su
gloria, 9diciéndole: -Te daré todo eso si te postras
y me rindes homenaje. 10Entonces le replicó
Jesús: -Vete, Satanás, porque está
escrito: «Al Señor tu Dios rendirás homenaje y sólo a él prestarás servicio»
(Dt 6,13). 11Entonces lo dejó el diablo; en esto se acercaron unos ángeles y se pusieron a servirle.
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COMENTARIOS Un título que con cierta frecuencia se da a Dios en
el Antiguo Testamento es el de «El Señor de los Señores», indicando que él
está por encima de todos los poderes y de todos los poderosos de la tierra.
Desde un cierto punto de vista, esto es y seguirá siendo cierto: nadie es más
grande en
amor que el Padre de Jesús. Ahora bien:
si con esa expresión alguien quiere divinizar el poder en su origen o en su ejercicio..., pues resulta que, ya desde
el principio de su actividad, el Espíritu empuja a Jesús para que deje claro
que el poder humano, en su triple manifestación (riqueza, honores y dominio),
no procede ni pertenece a Dios, sino a su adversario. Por eso, ni poseer el poder ni coquetear con los poderosos favorece la
expansión del evangelio. ¿Lo acabaremos de entender alguna vez?
El relato de las tentaciones es un relato ejemplar, esto es, está hecho para que sirva de ejemplo a los
seguidores de Jesús. El evangelista reúne en una única narración los obstáculos
más importantes que todos aquellos que no van a aceptar el modo de ser Mesías
de Jesús van a ponerle en el desarrollo de su misión, y la correspondiente
reacción de Jesús; las tentaciones, presentes a lo largo de toda su actividad
pública, son todos los intentos de desviar a Jesús del camino indicado por el
Padre; son, pues, las resistencias que
encuentra el mensaje de Jesús: las que se le opusieron cuando lo proclamó
por primera vez y las que encuentra cada vez que alguien se plantea la
posibilidad de aceptarlo y de vivirlo. El propósito del evangelista al construir este relato y colocarlo al
principio del evangelio es advertir a los que se sientan atraídos por el
proyecto de Jesús que, para seguirlo, hay que romper con ciertos valores,
propios de este mundo, pero totalmente
incompatibles con Dios y con el mundo que
él quiere. Por eso presentan a Jesús despreciando, desde el principio, el
atractivo que pudieran tener esos valores: para que sirva de ejemplo a sus
seguidores.
«Si eres hijo
de Dios, di que las piedras estas se conviertan en panes». Una tentación que se ha presentado repetidamente a lo largo de la
historia y a la que, personal y colectivamente, hemos sucumbido una y otra
vez: siempre que hemos usado a Dios para saciar mi hambre, para llenar mi bolsillo
o, quizá con más frecuencia, para hinchar mi
vanidad. Una tentación a la que hemos sucumbido cada vez que hemos
utilizado a Dios olvidándonos de Dios.
«Si eres hijo de Dios, tírate abajo; porque está
escrito: 'A sus ángeles ha dado órdenes para que cuiden de ti'; y también: 'te
llevarán en volandas, para que tu pie no tropiece con piedras'». ¿Verdad que esta tentación también ha sido un peligro constante en
nuestra historia? Determinados modos de entender y presentar la realeza de
Dios, la religiosidad popular basada
en apariciones, milagros... Así, si no se solucionaban los problemas de este
mundo, a nadie se le ocurriría buscar a los responsables de tejas abajo; y si
de camino se podía participar del triunfo de Dios... Por supuesto, el prestigio
conseguido se utilizaría en favor de Dios, para favorecer la expansión de su
Reino... «No tentarás al Señor tu Dios».
«Te daré todo
eso si te postras y me rindes homenaje». Lo más sorprendente de esta tentación -sobre todo después de casi dos
mil años de cristianismo- es descubrir que el poder no pertenece a Dios, sino al
Adversario, y que, por tanto, el poder no sirve para extender el reinado de
Dios, sino para todo lo contrario. Y que el señor de los señores de este mundo
no es el Padre de Jesús, sino su Adversario, al que hay que estar dispuesto a
rendir culto si se quiere poseer el poder: «Te daré todo eso si te postras y me
rindes homenaje». Y es que deberíamos tenerlo claro desde que tomó partido en favor de
un pueblo de esclavos- Dios no está con los
señores, sino con el servicio.
v. 2. El ayuno de Jesús, «cuarenta días y cuarenta noches», no es
ritual o devocional; éste cesaba a la puesta del sol. Es un ayuno
ininterrumpido. Mc 1,12s no lo menciona; Lc 4,2 evita el término «ayuno». Alude
a los ayunos de Moisés (Ex 34,28; Dt
9,9-11) y de Elías (1 Re 19,8), las dos figuras que resumen el AT (la Ley y los
Profetas). Dada, sin embargo, la total diversidad de circunstancias, el
paralelo subraya únicamente que Jesús no es inferior a las grandes figuras del
pasado. Aun físicamente exhausto, vence sin dificultad a Satanás; tal es la
fuerza que le ha comunicado el Espíritu. El ayuno de Jesús no es preparatorio ni pretende obtener dones
divinos. El don por excelencia, el Espíritu de Dios, le ha sido comunicado
antes. Representa, en cambio, la absoluta fidelidad a su misión incluso en
circunstancias extremas. v. 3. El tentador es llamado antes «el diablo» y más tarde «Satanás».
El significado de ambos términos, griego y hebreo, es el mismo: «el
adversario», el enemigo del hombre y, en consecuencia, de Jesús, el Salvador
(1,23). Su propósito es, por tanto, desviar a Jesús de su misión, inducirlo a
cambiar el carácter de su mesianismo, expuesto en 3,16s, impidiendo así que la
obra salvadora se lleve a efecto. El tentador se dirige a Jesús dando por
supuesto (si ya que) que es el Hijo de Dios, es decir,
el Mesías. Lo invita a dar una orden: «que estas piedras se conviertan en
panes». Su intención es que Jesús utilice la fuerza que le confiere su
condición y remedie su propia necesidad con un milagro. La mención de los panes relaciona este texto con los dos episodios
donde Jesús alimenta a una multitud compartiendo el pan después de bendecir a
Dios o darle gracias (14,l7ss; 15,34ss). La abundancia de pan, implícita en la
propuesta del tentador (estas piedras) no
será efecto de un despliegue de poder; se obtendrá continuando en el compartir
la generosidad divina (cf. 14,l7ss). La tentación quiere inducir a Jesús a obrar en propio beneficio sin
contar con el plan de Dios. Sería un ateísmo práctico y una adopción del
egoísmo como norma de vida, que destruiría su compromiso de entregar incluso
su vida para salvar el hombre (3,15; cf. 26,53). v. 4. Para responder al tentador usa Jesús un texto de la Escritura
(Dt 8,3). El texto indica que el alimento no es lo único que mantiene la vida
del hombre. También la palabra de Dios es para él alimento, pues la vida física
no adquiere sentido más que potenciada por la que Dios comunica. En Dt 8,2s la
palabra de Dios que alimenta se pone en relación con el maná; quiere decir que
Dios no abandona nunca a sus fieles ni los deja sucumbir en la necesidad.
Jesús sabe, por tanto, que Dios le ha de proporcionar alimento y no teme por su
vida. En la fidelidad al plan de Dios está su seguridad. vv. 5-6. Para tentarlo de nuevo, el Adversario se lleva a Jesús a la
«ciudad santa», denominación que designa a Jerusalén en cuanto sede del templo,
lugar de la presencia divina. Coloca a Jesús en el alero del templo, saliente
que dominaba los patios del gran recinto. En la creencia judía éste era el
lugar donde había de manifestarse el Mesías y hacer su proclama a Israel (S.-B.
IV, 873). El había de derrotar inmediatamente a los paganos y restaurar la
gloria del pueblo elegido. La tentación es, por tanto, una invitación a
acomodarse a las doctrinas mesiánicas en vigor en su tiempo. No solamente lo
invita a encarnar la figura del Mesías triunfador, sino, además, a tirarse
desde aquella altura, para cumplir un hecho prodigioso que probase al pueblo
que Dios estaba con él. Se apoya en un texto de la Escritura (Sal 91,11s). El
texto del salmo se refiere a la protección que Dios dispensa a sus fieles,
amparándolos de toda desgracia. El tentador propone a Jesús, en cambio, que
provoque él mismo la situación de peligro, forzando la acción de Dios. Así como
en la anterior lo incitaba a un ateísmo práctico, desentendiéndose del plan de
Dios, en ésta lo invita a un providencialismo literalista e irresponsable.
También de este modo se contradice al plan de Dios, que colabora con el hombre
según las circunstancias que se presentan, pero no ha prometido apoyar su
temeridad. v. 7. La respuesta de Jesús, que reproduce el texto de Dt 6,16,
considera que aceptar la propuesta del tentador significa tentar a Dios, es
decir, forzar su acción sin motivo. El texto del Dt 6,16 remite al episodio
relatado en Ex 17,1-7, donde los israelitas desafían a Dios a probar que
realmente está con ellos. Jesús no necesita tal testimonio extraordinario. La
presencia de Dios en él se manifestará con otras señales. La tentación siguiente está estrechamente unida a la anterior. Al ver
que Jesús ha rechazado la gloria del Mesías de Israel, el tentador le propone
la última y definitiva tentación. El monte altísimo indica, en primer lugar,
la suprema condición divina, según el simbolismo del monte como lugar de Dios
o de los dioses (cf. Ex 13,3; 24,9-11: el Sinaí; Dt 11,29; 27,12s; Jos 8,33:
los montes Ebal y Garizín, desde donde se pronuncian las bendiciones y
maldiciones divinas; 1 Re 18,42: Elías ora en la cima del Carmelo; Sal 2,6;
43,3; 74,2: el monte Sión; Is 65,7; Jr 3,6.23; Os 4,13, etc.: cultos paganos en
montes o colinas). Desde allí domina todos los reinos del mundo. Satanás saca,
por tanto, a Jesús de la estrechez de la nación judía, para ofrecerle el
imperio universal. Nótese que en aquel tiempo los emperadores romanos se
atribuían la condición divina. Satanás ofrece a Jesús el poder en su triple
dimensión de riqueza, prestigio y dominio (la gloria del mundo). Puede darlo
porque le pertenece. El evangelista califica así de satánicos el poder y la
gloria del mundo. La única condición que pone el tentador a Jesús consiste en
que le rinda homenaje a él como a su propio soberano. Aquí descubre su juego.
Pretende que en lugar de salvar a la humanidad se haga súbdito y agente del
enemigo del hombre, frustrando para siempre el designio de Dios. El pasaje
enseña que utilizar el poder, con sus presupuestos de riqueza y prestigio, para
propagar el reinado de Dios significa traicionar el designio divino que
pretende salvar al hombre. El único verdadero salvador es el que, lejos de dominar
al hombre, da su vida por él (3,13-17). La pretensión del diablo de ser
reconocido por Jesús como soberano indica que la ambición de poder hace al
hombre idólatra, pues sustituye al verdadero Dios por otro. La figura de
«Satanás», el adversario, encarna el poder que tienta la ambición del hombre y
lo convierte en enemigo del género humano. v. 10-11. La respuesta de Jesús está de algún modo separada de esta
última tentación y unida estrechamente a la derrota de Satanás (4,10.11:
repetición de «entonces»). Jesús da una orden a Satanás, llamándolo por su designación hebrea,
término teológico. Su respuesta es tan definitiva como la tentación misma y
ocasiona la derrota del tentador. Aduce Jesús un texto del AT (Dt 6,13),
situado en el mismo contexto del anterior: Dios es único y, por tanto, exclusivo. No se puede servir a dos
señores (cf. 6,24). Esta fidelidad a Dios solo y, en consecuencia, a su
voluntad produce la derrota del adversario. En cambio, Jesús recibe la ayuda de
«los ángeles», cuyo significado se irá viendo a lo largo del evangelio. Es de notar
que ninguno de los tres textos del Deuteronomio usados por Jesús para responder
a las tentaciones tiene carácter mesiánico; se aplican por el contrario, a todo
israelita y, más en general, a todo hombre. La razón es que la misión mesiánica
de Jesús no es exclusiva suya; se extiende a todos sus seguidores. El Mesías es
el modelo de Hombre (el Hijo del hombre). Sus actitudes y conducta son las que
hacen llegar al hombre a su plenitud.
La primera
lectura de este domingo reúne, resumidamente, dos importantes relatos bíblicos:
el de la creación y el del pecado original. Son muy significativos, muy
importantes, y hoy día, también muy problemáticos. Es importante
hacer recordar a los oyentes que estos textos, y todos los que forman el grupo
de los once primeros capítulos del Génesis, que se refieren a los inicios de la
«historia de la Salvación», han sido entendidos desde siempre de un modo
literal. Todas las generaciones que nos precedieron en la fe los entendieron
así. Seguramente que nuestros padres - y ciertamente nuestros abuelos- nunca
pensaron otra cosa, y muchos cristianos actuales también lo piensan. Desde
tiempo inmemorial, estos textos han fungido para muchísimas generaciones, como
la fuente de su comprensión del mundo y de la historia. Las “coordenadas
generales” que estos mitos trazan (Dios arriba, naturaleza abajo, un acto de
creación, una creación distinta del ser humano, Dios que prohíbe comer el fruto
del árbol, la desobediencia del ser humano que se convierte en el «pecado
original» que transformará la suerte de toda la humanidad posterior, el papel
especialmente importante de la mujer en este pecado, el enfado de Dios, su
ruptura de relaciones con la Humanidad después de comer el fruto prohibido...),
han sido para toda esa humanidad judeocristiana de los tres mil últimos años,
el “paradigma” desde el que han entendido tanto el mundo, como a Dios, como a
sí mismos, es decir, la realidad entera. Estamos ante unos mitos religiosos
ante los que hay que descalzarse, como quien pisa tierra sagrada. Es importante
recordar a los oyentes que hoy no creemos que estos relatos haya que
entenderlos así, literalmente. Es decir: que hoy sabemos que la Biblia no puede
decirnos cómo fue el origen del cosmos, ni el del ser humano. Que la Biblia no
contiene mensajes de física, ni de química, ni de biología evolutiva, ni de
geofísica o astrofísica... que nos informen sobre todos esos campos. Y que por
tanto se puede ser cristiano y aceptar razonablemente lo que la ciencia nos
dice hoy, incluidas las opiniones contrarias a tantas afirmaciones y supuestos
incluidos en estos relatos bíblicos. Es importante
hacer caer en la cuenta de que esta nueva manera de entender los textos
bíblicos no fue fruto de un descubrimiento fácil e ingenuo, sino una trabajosa
intuición de los biblistas y teólogos, seguida de un difícil proceso de
elaboración, y que durante todo ese tiempo hubieron de enfrentarse a la
oposición y a la condena de las autoridades de sus respectivas Iglesias. En el
campo de los católicos, apenas hace 100 años que Roma volvía a proclamar el
carácter histórico de los once capítulos primeros del génesis, y reiteraba la
condena a quien se atreviera a pensar lo contrario. Todo
cristiano medianamente formado puede tener su opinión sobre el origen del
mundo, igual que puede tener sus opiniones en política, en medicina o en
psicología, libremente, sin coacción, y sin que haya ninguna opinión oficial de
la Iglesia en esos campos. Los relatos bíblicos están en otro plano, un plano
simbólico, que no afecta al campo autónomo de la ciencia. Hay que
aclarar que hoy no sostenemos que el símbolo judeo-cristiano del llamado
«pecado original» tenga un fundamento histórico. No hay por qué sostenerlo. Más
bien resulta prácticamente imposible, por cuanto lo más probable es que no hubo
un solo filón de surgimiento de nuestra especie y el poligenismo es hoy la
opinión más común de la ciencia. La proclamación que la Iglesia católica hizo
del monogenismo en el siglo pasado se debió al espejismo de pensar que el
significado del símbolo del pecado original dependía efectivamente de un pecado
histórico que habría cometido una primera pareja de la que descendemos
absolutamente todos los hombres y mujeres. Especialmente
importante es aclarar que hoy día resulta del todo inverosímil -teológicamente
hablando- todo el conjunto simbólico de la tentación y el pecado original:
pensar que toda la humanidad esté en una situación de postración espiritual
(que sea una «massa damnata», una multitud condenada, como decía san Agustín) a
raíz de un supuesto primer pecado de una supuesta primera pareja, y pensar que
debido a él Dios rompió sus relaciones con la Humanidad, y que esa ruptura no
sería solventada sino con la sangre de la muerte en cruz del Hijo de Dios, tal
y como ha sido presentado por la tradición más común y constante del
cristianismo, resulta hoy inaceptable, y que por tanto deben sentirse aliviados
todos los que se sienten incómodos ante las acostumbradas explicaciones
homiléticas al respecto, tan parecidas a las catequesis infantiles que
recibimos cuando fuimos niños. Otras varias
salvedades y comentarios críticos también muy importantes se podrían hacer
entre los temas implicados en esos dos grandes relatos bíblicos que han sido
juntados en la primera lectura de este domingo (por ejemplo sobre la
«transcendencia» de Dios que ahí se presenta como obvia, sobre la imagen misma
de “theos”, la visión negativa de la realidad que conlleva la creencia en un
primer «pecado primordial», la terrible culpabilización e inferiorización de la
mujer causada por ese texto...). Ya hemos dicho que no pretendemos que esta
lista de advertencias críticas sea el contenido de una homilía, sino
simplemente un trasfondo crítico a tener en cuenta a la hora de hablar de las
“tentaciones” y del “pecado”, para lo que sin duda se encontrará mucho material
en los numerosos portales de servicio bíblico de la red. Es importante
que digamos claramente, e insistamos, en que se puede ser cristiano y ser
persona de hoy en sus opiniones científicas. Y que hay otras formas de hablar
del la realidad del mal y del pecado, que la de tomar como única referencia
unos mitos religiosos elaborados hace dos milenios y medio. Finalizamos
diciendo que ya que tantas veces hemos insistido en el pecado original y en sus
fatales consecuencias para toda la humanidad, sería bueno compensar esa actitud
refiriéndonos a lo que hoy intuye la teología de frontera: que, más bien, lo
original no fue un pecado, sino una bendición... Puede ayudar el libro de FOX,
Mathew, “Original Blessing”, Bear & Company 1983; traducción: La bendición
original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI, Obelisco,
Barcelona 2002, 410 pp.
Para la
revisión de vida Comienza uno de los llamados
«tiempos fuertes» del año litúrgico. No precisamente un tiempo «light», ni
siquiera un tiempo ordinario. ¿Qué voy a hacer para que esta Cuaresma no se me
pase sin darme cuenta, sino viviéndola a fondo? La Cuaresma es una «cuenta
regresiva» de 40 días hasta la Pascua… El objetivo al que apuntamos desde el
principio de la Cuaresma es la Pascua misma… Para la
reunión de grupo El objetivo
del relato del pecado de Adán y Eva no es contar un pecado concreto, por muy
importante que pudiera ser; el texto es un «mito» bíblico para algo más
profundo: «explicar» la presencia del mal en el mundo. ¿Por qué hay mal? ¿Por
qué el dolor? ¿Por qué la muerte?... De eso es de lo que el relato bíblico está
hablando, a su manera «mítica». ¿Podemos expresar nosotros su mensaje de una
forma más “racional” o “teológica”? O sea: ¿cuál es el mensaje teológico del
mito del pecado original? Con el relato
de las tentaciones de Jesús ocurre algo parecido: no es la crónica o el
reportaje periodístico de algo que le pasó a Jesús, sino una composición
simbólica que quiere darnos un mensaje teológico. Las tres tentaciones que se
dice que sufre Jesús corresponden a tres grandes dimensiones de la respuesta de
fe del pueblo de Israel (de ahí su correspondencia con el Primer [o Antiguo]
Testamento) y de todo ser humano. ¿Cuáles son esas grandes dimensiones?
¿Estamos de acuerdo con esa teología? Veinte siglos más tarde, ¿lo
expresaríamos nosotros igualmente o con alguna variante añadida? El teólogo
Mathew Fox insiste en que el verdadero principio de nuestra historia no es un
pecado original, sino una «bendición original»... Comentar. Para la
oración de los fieles Para que la
Iglesia confíe siempre y por encima de todo en la Palabra de Dios y en su
fuerza liberadora. Roguemos al Señor... Para que
hagamos caso a las voces que nos llaman a buscar una sociedad más justa y un
ser humano más fraterno. Roguemos... Para que nos
reafirmemos cada día en nuestra fe en un Dios de vida y de vivos. Roguemos... Para que, frente
al individualismo y el egoísmo, nosotros pongamos el valor de la solidaridad
entre las personas. Roguemos... Para que
seamos conscientes de que Dios está siempre a nuestro lado, aunque a veces no
lo parezca, en la tentación y en las dificultades. Roguemos... Para que la
Eucaristía que celebra nuestra comunidad nos anime a ser más consecuentes con
nuestra fe y nuestra esperanza. Roguemos... Oración
comunitaria Oh Dios que sabes que nuestra vida
humana está sometida a tantos influjos, presiones, tentaciones, repulsiones… y
también a tantos estímulos, inspiraciones y buenos ejemplos; te pedimos que la
atracción y el influjo del bien sea mucho más fuerte en nuestra vida que la
tentación y la fuerza del mal, y que el ejemplo modélico de Jesús nos ayude a seguirle
por el camino del amor y del bien. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano
nuestro. Amén.
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