SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
CICLO "A" Primera
lectura: Génesis 12, 1-4 a
4Intervino Pedro y le
dijo a Jesús: -Señor, viene muy bien que
estemos aquí nosotros; si quieres, hago aquí tres chozas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías. 5Todavía estaba
hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra. Y dijo una voz
desde la nube: -Este es mi Hijo, el amado, en
quien he. puesto mi favor. Escuchadlo. 6Al oírla cayeron los
discípulos de bruces, aterrados. 7Jesús se acercó y
los tocó diciéndoles: -Levantaos, no tengáis miedo. 8Alzaron los ojos y
no vieron más que al Jesús de antes, solo. -No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de la muerte.
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COMENTARIOS Estamos ya acostumbrados a ver cómo personas que
estaban dispuestas a comerse el mundo llegan a la
cima aunque sólo sea la cima de la
colina más insignificante y establecen
en ella su residencia definitiva y,
desde tan alta cumbre, acaban olvidándose de sus anteriores inquietudes
sociales, de su ya antiguo ímpetu transformador de esta sociedad o de esta
Iglesia, de sus viejas poses revolucionarias... Parece como si, habiendo
llegado ellos a la cima y lograda su gloria, el mundo, ya estuviera salvado. Jesús acababa de anunciar a sus discípulos que el Mesías tenía que «ir
a Jerusalén, padecer mucho a manos de los senadores, sumos sacerdotes y
letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día»; y se había visto obligado a
enfrentarse con dureza a la actitud de Pedro, que quiso torcer su camino (16,
21-22). Igualmente había anunciado que quienes quisieran seguirlo deberían
estar dispuestos a correr una suerte similar: «El que quiera venirse conmigo,
que reniegue de sí mismo, cargue con su cruz y me siga» (16,25). Este doble anuncio suponía para los
discípulos de Jesús una gran desilusión. Ellos, apoyados en su ley y en sus
profecías, esperaban que el día del
Mesías sería glorioso para él y sus seguidores, a la vez que terrible para
sus adversarios. Y Jesús les hablaba de padecer, de ser ejecutado, de perder la
vida... Jesús, para mostrarles adónde conducía su camino,
escoge a los tres discípulos más recalcitrantes y los hace participes de una
experiencia que demuestra que la entrega por amor hasta la muerte es el sendero
que lleva hasta la gloria del Hombre: .... se llevó Jesús a Pedro, a Santiago y
a su hermano Juan y subió con ellos a un monte alto y apartado. Allí se
transfiguró delante de ellos: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se
volvieron esplendentes como la luz». Jesús los conduce a la cima de un monte alto, el lugar de la presencia
y de la manifestación de Dios; y allí les muestra anticipadamente su meta: la
entrega hasta la muerte no es el camino del fracaso, sino el del verdadero
triunfo. La vida de Jesús y la de sus seguidores se desarrollará en medio de
conflictos y persecuciones; aparentemente, según se entiende en este mundo el
éxito y el fracaso, el fruto de sus esfuerzos será la frustración; pero al
final «los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre», como había
dicho Jesús anteriormente (13,43).
Mientras están participando de esta experiencia, aparecen en escena
dos nuevos personajes: Moisés y Elías. Ellos representan la antigua religión
judía: la ley (Moisés) y los profetas (Elías). Y hablan con Jesús, que va a dar
cumplimiento definitivo a las antiguas promesas. El momento parece inmejorable
a Pedro -otra vez Pedro- para detener la historia y olvidarse de los problemas
y sufrimientos del género humano: «... Si quieres, hago aquí tres chozas, una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todo lo que él quería se
encontraba en aquel momento allí presente: Moisés y Elías, su pasado, sus
tradiciones, sus esperanzas, y Jesús, a quien había dado su adhesión, la
realización de sus esperanzas. Juntos su pasado, su presente y su futuro. Y
todo sin tener que romper con nada. Y todo sin tener que arriesgar nada.
Ante la actitud de Pedro -muy valiente de palabra, pero dispuesto a dormirse en los laureles en cuanto se le
presenta la ocasión-, ni Dios puede permanecer callado. Y hace oír su voz:
«Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto. Escuchadlo». A él sólo. Si Dios se había dirigido anteriormente a
los hombres por medio de Moisés y Elías, eso pertenece a una época ya superada de sus relaciones con la
humanidad. Ahora la voz de Dios sólo puede oírse cuando habla Jesús, el Hijo de
Dios, en el que reside y se manifiesta el amor del Padre. Todo lo demás es
relativo. Todo. Todas las palabras y todas las voces.
Nadie puede andar hacia atrás la propia historia. Y tampoco se puede
detener el presente. El presente hay que arriesgarlo y así construir el
futuro. Jesús acabará triunfando, glorioso: pero después de terminar su
camino, después de su muerte. Y, ¡atención!,
que no es que Dios exija la
muerte de su Hijo. Como tampoco exige sufrimientos de nadie. Dios no ofrece
vida, su vida, a cambio de dolor. Lo
que sucede es que para participar de la gloria de Dios hay que parecerse a él.
Y Dios es amor. Y el amor es siempre perseguido por quienes son esclavos del
egoísmo, del odio, de la ambición, del deseo de poder. O por quienes en el
lugar del corazón tienen un código de piedra. Levantaos, les dice Jesús.
Hay que seguir caminando. Hay que dar a conocer al mundo esta clase de amor.
Hay que enseñar que el Padre, al que ya no hay que temer, es el verdadero
Dios. Hay que explicar a los hombres de todas las razas que, por encima de sus leyes y sus profetas particulares, es posible quererse como hermanos. Y,
estando el mundo como está..., no podemos permitirnos el lujo de quedarnos dormidos en nuestros laureles y
esconder al mundo esta gran noticia. Hay que seguir, aunque nos cueste la vida.
El amor que quede aquí y la vida que conservaremos serán nuestra gloria y nuestro
triunfo: resucitará y renacerá el Hombre. Y así fue. Y así puede ser todavía.
Como Mc, Mt coloca la escena «seis días después». El sexto día fue el
de la creación del hombre: el estado de gloria en el que va a mostrarse Jesús
representa el éxito final de la creación, la realización plena del proyecto de
Dios sobre el hombre. Al mismo tiempo, como en Mc, «los seis días» resultan de
la suma de los datos cronológicos de la pasión: «dentro de dos días» (26,2),
«el primer día de los ázimos» (26,17) y «al tercer día» en que tendrá lugar la
resurrección (16,21). El transfigurado muestra, por tanto, el estado que sigue
a la muerte. Dado el simbolismo del monte como lugar de la presencia y comunicación
divina (cf. 5,1), el «monte alto», no determinado, indica una manifestación
Odivina, la más importante que los discípulos van a recibir en el evangelio.
«El monte altísimo» a que el tentador llevó a Jesús era el de la manifestación
del falso dios a través de la gloria de todos los reinos del mundo; en este
«monte alto» se manifestará la verdadera gloria, la que procede de Dios vivo,
capaz de infundir una vida que supera la muerte. v. 2. Mt explica en qué consiste la transfiguración. «Su rostro brillaba
como el sol» hace visible la gloria de los justos en el reino de su Padre
(13,43). Recuerda al mismo tiempo el resplandor del rostro de Moisés (Ex
34,29-35). También los vestidos resplandecen como la luz; el brillo y la blancura
son propios de la esfera divina (cf. 17,5: nube luminosa; 28,3). v. 3. La aparición de Moisés y Elías se hace en beneficio de los
discípulos. Representan la Ley y los Profetas, que habían anunciado el reino
de Dios (11,13) y a los que Jesús viene a dar cumplimiento (5,17). Ellos
hablan con Jesús, no con los discípulos. La Ley y los Profetas están orientados
hacia la figura del Mesías. Moisés y Elías fueron los dos hombres de quienes
se dice que hablaron con Dios en el monte Sinaí (Ex 33,l7ss; 1 Re 19,9-13).
Ahora, en este «monte alto», ante los discípulos, hablan con Jesús, el
Hombre-Dios. El estado glorioso de éste, que representa la condición definitiva
del hombre en el reino de Dios, era el objetivo del AT y el cumplimiento
último de las promesas. v. 4. Pedro se dirige a Jesús. Su propuesta enlaza la visión con la
fiesta de las Chozas, que tenía un fuerte carácter mesiánico y nacionalista.
Pedro propone una síntesis entre Jesús Mesías y el AT. Coloca a Moisés y Elías
no subordinados a Jesús, sino en el mismo plano que él («una para ti, una para
Moisés y una para Elías»). Ha reconocido el mesianismo de Jesús (16,16), pero
no quiere que éste se separe de las categorías del AT; no debe haber ruptura,
sino continuidad con el pasado. La actividad de Moisés y Elías se caracterizó
por su violencia contra los enemigos de Dios y de su pueblo. Pedro quiere
asegurarse de que Jesús va a realizar su mesianismo en la línea de las
profecías del AT, que atribuían a la obra del Mesías las ideas de fuerza, poder,
desquite y gloria. Con su propuesta, muestra Pedro que sigue pensando en las
categorías de «los hombres» (16,23). v. 5. La nube es símbolo de la presencia divina (cf. Ex 13,21; Nm
9,15; 2 Mac 2,8). Hay una paradoja en el texto: una nube luminosa los cubrió con su
sombra; es la gloria (= resplandor) de Dios que cubría el santuario (Ex
40,35); ella revela y oculta a Dios, que sólo es perceptible en su palabra. La
voz de la nube repite ante los tres discípulos las palabras que resonaron en el
bautismo de Jesús (3,17) y que señalan su unicidad; ningún personaje del AT
puede compararse con él. Añade la voz el imperativo: «escuchadlo a él». Jesús
sustituye a Moisés, integrando en si la figura del prometido profeta
escatológico (cf. Dt 18,15). La única voz que hay que escuchar es la suya. El
AT queda relativizado: así como Moisés y Elías no dirigían la palabra a los
discípulos, así éstos no deben escuchar más que a Jesús. El AT conserva validez
sólo en cuanto sea interpretado desde la realidad Jesús, o sea, compatible con
su enseñanza. Jesús es el único legislador, maestro y profeta. v. 6. La reacción de los discípulos es de profundo miedo, que se
expresa en el gesto de caer de bruces a tierra (cf. Dn 8,17); expresan el
miedo a morir por haber recibido un oráculo divino, según la creencia del AT
(Is 6,5; Dn 10,15.19). Siguen pensando en las antiguas categorías; son víctimas
de la ideología religiosa que han recibido y no conocen a Dios. v. 7. Jesús, que lleva en sí la presencia divina (1,23), se acerca a ellos
y los toca, como tocaba a los enfermos y a los muertos (8,3.15; 9,25-29); los
invita a levantarse, como había hecho con la hija de Jairo (9,25). Estos
discípulos, miembros del Israel mesiánico, están en la misma situación que el
antiguo Israel. v. 8. «Al Jesús de antes, solo», lit. «a un mismo Jesús, solo». La
construcción griega auton Iesoun suele
interpretarse como aramea (pronombre proléptico). Los ejemplos que se citan,
sin embargo, llevan siempre el nombre articulado, mientras aquí se omite el artículo
ante «Jesús». La omisión del articulo ha ocurrido en Mt solamente en la
presentación de Jesús antes de su nacimiento (1,1. 16.18), siempre calificada
por «Mesías» (1,21.25 no cuentan), y en la primera noticia que de él tiene
Herodes (14,1), casos perfectamente naturales. La insólita omisión en este texto hace pensar que la aposición tiene
otro significado. La traducción literal «a un Jesús mismo» parece significar «a
Jesús con su apariencia acostumbrada»; se añade luego que estaba «solo», es
decir, no acompañado de Moisés y Elías. La interpretación se confirma por el
paralelismo con vv. 2-3; el v. 2 describe el aspecto transfigurado de Jesús,
que en v. 8 ha desaparecido ya, mostrándose «el Jesús de antes/de siempre»; en
el v. 3 aparecen los dos interlocutores, y a su ausencia en v. 8 corresponde el
«solo». Mt expone cuidadosamente la vuelta a las condiciones ordinarias. v. 9. Jesús refiere a «el Hombre» el contenido de la visión mesiánica.
Esto confirma el significado de la datación inicial «seis días después».
Identifica además al Hombre (el Hijo del hombre) con el Hijo de Dios (v. 5). Comunicarla
a otros podría despertar expectativas mesiánicas falsas, como si su muerte se
hiciera innecesaria. En cambio, después de su muerte, cuando la calidad de su
mesianismo no deje lugar a dudas, el relato de esta visión podrá iluminar a los
demás sobre la experiencia de la resurrección de Jesús. Es la única vez que Mt
emplea el término «visión», que se usaba para visiones proféticas (Gn 15,1; Ex
3,3; Dn 2,19; 4,10; 7,2; Job 7,14). Estos tres discípulos serán los que
presencien la oración de Jesús en Getsemaní (26,37). Lo que han presenciado
debería servirles para entender la realidad que se oculta bajo la angustia de
la muerte.
A Abraham se
le considera «padre en la fe» de tres religiones importantes: el Judaísmo, el
Cristianismo y el Islam. La escena de
la transfiguración que nos relatan los evangelios es también un símbolo de esas
otras muchas experiencias de transfiguración que todos experimentamos. La vida
diaria se vuelve gris, monótona, cansada, y nos deja desanimados, sin fuerzas
para caminar. Pero he aquí que hay momentos especiales, con frecuencia
inesperados, en que una luz prende en nuestro corazón, y los ojos mismos del
corazón nos permiten ver mucho más lejos y mucho más hondo de lo que estábamos
mirando hasta ese momento. La realidad es la misma, pero nos aparece
transfigurada, con otra figura, mostrando su dimensión interior, esa en la que
habíamos creído, pero que con el cansancio del caminar habíamos olvidado. Esas
experiencias, verdaderamente místicas, nos permiten renovar nuestras energías,
e incluso entusiasmarnos para continuar marchando luego, ya sin visiones, pero
«como si viéramos al Invisible». Todos
necesitamos esas experiencias, como los discípulos de Jesús la necesitaron.
Nosotros no podemos encontrarnos con Jesús en el Tabor de Galilea. Necesitamos
buscar nuestro Tabor particular, las fuentes que nos dan fuerzas, las formas
con las que nos arreglamos para lograr renovar nuestro compromiso primero,
siendo la oración, sin duda, el más importante.
Para la
revisión de vida El motor de la vida es la esperanza,
la utopía, el futuro que añoramos… Y todo depende de nuestra visión, de lo que
vemos, de si nuestra mirada sólo capta lo inmediato y rastrero que nos rodea, o
si es capaz de penetrar en ello y descubrir lo profundo y lo elevado… «Todo es
según el color del cristal con que se mira»… ¿Cómo es mi mirada? ¿Más allá de
lo inmediato que me rodea soy capaz de ver la trastienda de eternidad, de
profundidad de sentido, de presencia de Dios… que hay detrás de cada
circunstancia? ¿Soy capaz de transfigurar la mirada? ¿Qué debo hacer para
conseguirlo? Para la
reunión de grupo Abraham es la
figura que mejor expresa, para el Primer (o Antiguo) Testamento, la fe. Dejarlo
todo, romper con todo, e irse a «la tierra que Yo te mostraré», sin
seguridades, sin saber, sólo confiando en la Palabra de Dios. ¿Qué relación
podemos establecer a esta lectura con la transfiguración? ¿Por qué? El pasaje de
la transfiguración puede causar un malentendido, si nos lleva a imaginar que
Jesús "por dentro", o sea, en su conciencia psicológica, sabía y veía
y sentía todo como Dios, sólo que lo estaría disimulando o reprimiendo
continuamente... Tema difícil, pero importante, éste de la "conciencia
psicológica" de Jesús. Tal vez puede ser oportuno tener una charla, un
intercambio con una persona entendida en cristología... Más allá de
lo que históricamente pudo ser el “hecho” de la transfiguración, en el
evangelio nos es trasmitido como una narración simbólica que contiene una
afirmación teológica sobre Jesús, para alimento de nuestra fe: ¿cuál es la
afirmación teológica, lo que Mateo está queriendo aludir sobre el mesianismo de
Jesús (las figuras-símbolo que aparecen acompañándole, y sobre todo las
palabras que se escuchan -muy elocuentes-)?, y ¿qué
interpretación o reinterpretación (una o varias) se puede dar al “símbolo” de
la “transfiguración” para hacerlo significante en nuestra vida hoy día? Para la
oración de los fieles Para que las
tres religiones «abrahámicas», que se remiten a Abraham como «padre de los
creyentes», muestren fehacientemente que son hermanas y que dialogan y colaboran
y se aman, roguemos… Para que
seamos capaces de salir de nuestra tierra, de nosotros mismos, de nuestras
seguridades, de nuestro egoísmo, de los estrechos límites de nuestro pequeño
mundo… para ir la tierra que Dios nos muestra cada día en las necesidades de
los hermanos, roguemos... Para que no
tengamos miedo a abandonar nuestras seguridades por seguir la llamada de Dios,
única roca sobre la que podemos construir sólidamente nuestra vida y nuestra
sociedad, roguemos... Para que el
Señor nos dé capacidad de mirar la vida con penetración, para ver lo que hay en
el fondo de ella, más allá de las apariencias, roguemos... Para que no
nos quedemos en las apariencias que figuran externamente, y descubramos lo que
configura la realidad profunda de las situaciones y las personas, roguemos... Para que el
Señor nos dé fe, fuerza en la mirada, potencia en el corazón, ojos nuevos y luz
mayor… para ver la realidad transfigurada, roguemos... Oración
comunitaria Dios Padre, Madre, Sabiduría eterna,
Visión infinita, Intuición total: danos profundidad en la mirada, potencia en
el corazón, luz en los ojos del alma, para que seamos capaces de transfigurar
la realidad y contemplar tu gloria ya ahora, en nuestra peregrinación
terrestre, por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.
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