DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
CICLO "A" Primera lectura:
Isaías 50, 4-7
-¿Cuánto estáis dispuestos a
darme si os lo entrego? Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata (Zac
11,12). 16Desde entonces andaba buscando ocasión propicia para
entregarlo. 17El primer día de
los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: -¿Dónde quieres que te preparemos la cena de
Pascua? 18-Él contestó: -Id a la ciudad, a casa de
Fulano, y dadle este recado: «El Maestro dice que su momento está cerca y que
va a celebrar la Pascua en tu casa con sus discípulos». 19Los discípulos
cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la cena de Pascua. 20Caída la tarde se
puso a la mesa con los Doce. 21Mientras comían,
dijo: -Os aseguro que uno de vosotros
me va a entregar. 22Ellos,
consternados, empezaron a replicarle uno tras otro: -¿Acaso soy yo, Señor? 23Respondió él: -Uno que ha mojado en la misma
fuente que yo me va a entregar. 24El Hijo del hombre se va, como
está escrito de él; pero ¡ay de ese hombre que va a entregar al Hijo del
hombre! Más le valdría a ese hombre no haber nacido. 25Entonces reaccionó
Judas, el que lo iba a entregar, diciéndole: -¿Acaso soy yo, Rabbí? Respondió: -Tú lo has dicho. 26Mientras comían,
Jesús cogió un pan, pronunció una bendición y lo partió; luego lo dio a sus
discípulos, diciendo: -Tomad, comed: esto es mi
cuerpo. 27Y cogiendo una
copa, pronunció una acción de gracias y se la pasó, diciendo: -Bebed todos de ella, 28pues
esto es la sangre de la alianza mía, que se derrama por todos para el perdón de
los pecados.
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COMENTARIOS I Dios no es un sádico, sino un Padre. Por eso no
podemos decir que la muerte de Jesús fue una exigencia de Dios para expiar los
pecados de la humanidad. No fue Dios, sino la humanidad, la que exigió tal
sacrificio: la torpeza de una humanidad que necesita ver morir a alguien para
tomar conciencia de sus miserias, que necesitó ver morir al Hijo de Dios para
descubrir el camino de su salvación.
No. Dios no es un sádico a quien le guste el sufrimiento de los
hombres. No. La pasión y muerte de Jesús no es la satisfacción que Dios exige
para conceder el perdón a la humanidad pecadora. La muerte de Jesús no es el castigo que se merecía la humanidad y
que Jesús sufre en nombre de todos los hombres, sus hermanos. Dios no necesita
ni exige que nadie sufra para perdonar. Dios perdona gratuitamente, no porque
nosotros nos lo merezcamos ni porque haya tenido que merecérnoslo nadie. Dios
perdona porque es Padre, porque es amor, porque nos quiere y desea nuestra
felicidad. Y eso sí que se manifiesta en la cruz de Jesús: el amor de Dios en
el amor de Jesús, su hijo, quien, al enseñarnos a amar, se dejó la piel en el
empeño. Y POR ESO LO MATARON «Es que sabía
que se lo habían entregado por envidia». ¿Cuál fue, entonces, la causa de la muerte de Jesús? Está claro, desde el principio del evangelio, que Jesús no se lleva
bien con determinados grupos de la sociedad judía ni con los representantes de
determinadas instituciones. El gobierno autónomo judío estaba formado por tres grupos, con los
que repetidamente había chocado Jesús: los sumos
sacerdotes, responsables últimos del aparato religioso; los senadores, miembros de las grandes
familias de terratenientes de Palestina, y los letrados, los teólogos oficiales del régimen, casi todos del
partido fariseo. Jesús se había enfrentado con todos estos grupos diciéndoles cosas
como éstas: que habían convertido -los sumos sacerdotes- la religión en un
negocio y que ellos eran unos bandidos (Mt 21,13); que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja
que un rico entrara en el reino de Dios (Mt 19,23-24); que eran -los fariseos- unos hipócritas que, con el pretexto de la
religiosidad, se aprovechaban de la gente (Mt 23,1-36)... Y no se lo perdonaron. «ESTE ES JESÚS, EL REY DE
LOS JUDÍOS» En el juicio que le hicieron los dirigentes de su pueblo lo acusaron
de delitos religiosos. Para ellos
tenían más importancia y, además, en su predicación Jesús había arremetido con
fuerza contra aquella religión opresora que se habían montado. Pero como ellos
no podían matarlo -los que allí mandaban de verdad eran los romanos (Roma era
la superpotencia de entonces, lo
llevaron al tribunal del gobernador y allí lo acusaron de delitos políticos: que pretendía hacerse rey (lo que no era verdad)
y que defendía que no se debían pagar impuestos a los invasores (y en esto se quedaron cortos). A Jesús lo mataron porque
estorbaba: a los religiosos, que se habían apropiado de Dios, y Jesús se lo
devolvió al pueblo; a los ricos, que
agradecían a Dios sus riquezas, cuando en realidad Dios, según Jesús, estaba de
parte de los pobres, víctimas de la injusticia de la riqueza; a los teólogos oficiales, que hablaban
de un Dios amo) dueño, mientras que
Jesús mostró que Dios es Padre y Liberador; a
los poderosos, que también ellos ponían a Dios en el origen de su poder, y
Jesús, en cambio, decía que era el demonio el que ofrecía todos los reinos y todo su esplendor... Les estorbaba. Y por eso lo mataron.
Jesús sabía que, desde el principio, le tenían ganas todos los que
hemos citado antes. Pero no se echó para atrás. El había asumido un compromiso
de lealtad para con Dios y de solidaridad con la humanidad y estaba dispuesto
a llevarlo hasta el final, hasta la muerte si era preciso. Porque su enfrentamiento con los ricos y poderosos de este mundo no se
debía a su deseo de conseguir él los puestos que ellos ocupaban, como casi
siempre ocurre, sino, muy al contrario, a su propósito de ofrecer a los hombres
un modo alternativo de vivir, un modo de organizar la sociedad humana en el que
no cabe ni la injusticia, ni la explotación de los pobres, ni la opresión de
los humildes, ni la alienación (alienación
comedura de coco) de los
sencillos. El venía a revelar el verdadero rostro de Dios: dador de vida y
amor, Padre que no puede soportar el sufrimiento de sus hijos y que quiere que
los hombres sean verdaderamente libres, que sean dichosos y que construyan su
felicidad compartiendo el amor y viviendo como hermanos. Jesús tenía que enseñar a los hombres que lo que puede salvar al mundo
de éstos no es ni el poder, ni el dinero, ni la violencia, ni la sabiduría que
justifica todo esto; que lo único que puede salvar a la humanidad es el amor. Y por eso se dejó matar: por amor. Para ser fiel a su compromiso de
amor y para enseñarnos cómo es posible amar hasta la muerte.
Por eso, al exhalar su último suspiro, entregó su Espíritu -el Espíritu de Dios, que el poseía en plenitud-, como el último y
definitivo acto de su compromiso de amor con sus hermanos los hombres. Era
parte esencial de su misión: tenía que ofrecer el Espíritu a los hombres para
que, con la fuerza de ese Espíritu, fueran capaces de amar a los demás más que
a sí mismos, para que, amando de ese modo, fueran haciéndose hijos de Dios y
hermanos unos de otros. Y así, de su amor, llevado hasta la exageración en la
cruz, nace la posibilidad para cada hombre de llegar a ser hijo de Dios y de
vivir como hermanos de los hombres. Así, lo que
parecía su derrota se convirtió en la manifestación de su gloria:
«Verdaderamente éste era Hijo de Dios».
II
La escena
tiene lugar "el primer día de los Azimos" (fiesta de los panes sin
levadura), la tarde de la víspera de Pascua. Son los discípulos los que
recuerdan a Jesús que ha de ser preparada la cena. Jesús, consciente de que
"su momento" -el de su muerte- está cerca, manda a todos los
discípulos a dar el recado a un desconocido. "Caída la tarde se puso a la mesa con los Doce" (v. 20).
"Los Doce" se identifican con "sus discípulos"; se ve el
valor simbólico del número, que designa al grupo como el Israel mesiánico.
Jesús anuncia la traición, provocando la tristeza y la inseguridad de ellos (v.
21); "mojar en la misma fuente" era gesto de amistad e intimidad. Y añade: "El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero
¡ay de ese hombre que va a entregar al Hijo del hombre! Más le valdría a ese
hombre no haber nacido". Hay una clara oposición entre "el Hijo del Hombre" y "ese hombre",
es decir, entre el portador del Espíritu de Dios (3,16) y el que carece de él.
Al entregar al Hijo del hombre a la muerte, Judas elimina de sí mismo todos los
valores propios del Hijo del hombre y pretende acabar definitivamente con
ellos. Renuncia para siempre a su plenitud humana. Prefiere el dinero a su
propio ser. La vida del hombre es un camino hacia la plenitud; quien renuncia a
ella se condena él mismo al fracaso; más le valdría no haber nacido. "Entonces reaccionó Judas, el que lo iba a entregar, diciendo:
-¿Acaso soy yo, Rabbí? Jesús respondió: -Tú lo has dicho (v. 25). Jesús va
estrechando el circulo de los posibles traidores (v. 21: «uno de vosotros»; v.
23: "Uno que ha mojado en la misma fuente que yo"). A la primera
denuncia todos reaccionan, excepto Judas: "Ellos, consternados, empezaron
a replicarle uno tras otro: ¿Acaso soy yo, Señor?" (v. 22). A la segunda, Jesús se ve
forzado a reaccionar: "Tú lo has dicho" (v. 25). Sin reproche
alguno, Jesús identifica al traidor, aunque no necesariamente a los oídos de
todos. Es su último esfuerzo para que Judas tome conciencia de lo que va a
hacer y recapacite. “Cuerpo”
significaba la persona en cuanto identificable y activa; “sangre” (símbolo de
la muerte violenta) denotaba también a la persona en cuanto entregada a la
muerte. El
sentido inmediato del pan es el de alimento, y como tal indispensable para la
vida. Al mismo tiempo, era símbolo de la Ley. Al identificar Jesús el pan con
“su cuerpo” sustituye el código de la alianza antigua por el de la suya: la
norma de vida para el discípulo es él mismo, su persona y su actividad. Invita
a los discípulos a comer el pan, es decir, a asimilarse a su persona; es una
expresión del seguimiento. La bendición que pronuncia Jesús pone este relato en
relación con el primer episodio de los panes (14,19). La entrega de los
discípulos a la gente, simbolizada por el reparto del pan, se hace posible por
esta entrega de Jesús a ellos y la identificación de ellos con Jesús. Al
darles este pan, simboliza Jesús su entrega a ellos por amor; ellos, a su vez,
deberán entregarse a todos en el pan que repartan. Mt no constata que los
discípulos comiesen el pan. La
copa es símbolo de pasión y de muerte. La acción de gracias pone el relato en
relación con el segundo episodio de los panes (15, 35s).
III
En efecto,
muchos de nuestros comentarios bíblicos al uso pareciera que se mueven en «otro
mundo», un mundo propio de referencias bíblicas intrasistémicas, que funcionan
con una lógica particular diferente, y que están de antemano inmunizados contra
toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al que están
destinados, en las homilías, todo debe ser recibido sin discusión, sin espíritu
crítico y «con mucha fe». Los que tenemos una fe más o menos crítica, una fe
que no quiere dejar de ser de personas de hoy y de la calle, nos preguntamos:
¿es posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como buscamos «otra
forma de creer», hay «otra forma de celebrar y acoger la semana santa»? Veamos.
Comencemos preguntándonos: ¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa,
muchas personas creyentes de hoy? Muchos
creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y
también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en
semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la
familia -y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa-,
entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se
sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos,
referencias bíblicas... que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia
central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de
la vida: la «Redención». Estamos en semana santa, y lo que celebramos -así
perciben en el templo- es el gran misterio de todos los tiempos, lo más
importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»... El
«hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la
Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una
fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino
abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de
la Redención, para redimir al ser humano que está en «desgracia de Dios» desde
la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho
«pecado» le infligió a Dios. Ese nuevo
plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su
encarnación en Jesús, para asumir así nuestra representación jurídica ante Dios
y «pagar» por nosotros a Dios una reparación adecuada por semejante ofensa
infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su
Pasión y Muerte, para «reparar» la ofensa, redimiendo de esa forma a la
Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del
demonio bajo el que permanecía cautiva. Ésta es la
interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte
de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente
ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se
asfixian. Se ven trasladados a un mundo, que nada tiene que ver ni con el mundo
real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del
sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no
sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino de la Iglesia. ¿Hay otra
forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo
manido de esa teología en la que tantos ya no creemos? ¿«No
creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir -para alivio de muchos- que
efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma
de fe» (aunque lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una
maravillosa construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la
genialidad medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del
derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo, en
aquel contexto cultural, el sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado
por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo
bien: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus
coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XX. Habría que felicitar a san
Anselmo, sin duda. El Concilio
Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la
hipótesis de la Redención, o una interpretación de la significación de Jesús
más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares
aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la
estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van ya mucho más
allá. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar -no digamos para la
Iglesia con espiritualidad de la liberación- deja de pasar por la redención,
por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y
por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de
Canterbury... Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen,
suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la
película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no
por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por
supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que
invita vehementemente al rechazo. ¿Cómo
celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas
creencias? Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo
suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía... pero se siente mal
en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y
viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de semana santa, las
meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente
las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI... estando como
estamos en un siglo XXI... Debajo de la
semana santa que celebramos no dejan de estar, allá, lejos, bien al fondo de
sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya celebraban
sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha
evolucionado muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, de una a
otra cultura, de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada
también por los nómadas israelitas como la fiesta del cordero pascual, y
después transformada por los israelitas sedentarios como la fiesta de los panes
ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la
identidad israelita... Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la
fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de
los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación
jurídica de la redención, por obra del genial san Anselmo de Canterbury.. ¿Por qué
quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una
teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que
podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de
esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de
mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar
nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos
corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar
de pensar que «Otra semana santa es posible»... ¡y urgente! No vamos a desarrollar aquí, ahora, una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos por hoy cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables del deseo de que «otra semana santa es posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía... ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?
Aunque los
señalaremos concretamente en los próximos días, recordamos que los temas de la
Pasión de Jesús están recogidos ampliamente en la serie «Un tal Jesús»,
principalmente en los episodios 106 a 126. Los audios y los guiones de estos
episodios pueden recogerse libremente de http://www.untaljesus.net
Por su carácter dramatizado, y por la mentalidad crítica con la que ya pudo ser
escrita hace casi treinta años, la serie «Un tal Jesús» representa, de un modo
sumamente pedagógico, la visión de la vida de Jesús desde la perspectiva de la
teología de la liberación. - La serie
«Otro Dios es posible», de los mismos autores, tiene un capítulo, el 85,
titulado «¿Los judíos mataron a Cristo?», que puede ser útil para suscitar un
diálogo-debate sobre el tema. Su guión y su audio puede recogerse en http://www.emisoraslatinas.net/entrevista.php?id=180085
Para el
simple estudio de la continua sucesión de interpretaciones de las fiestas a lo
largo de la historia de Israel, se puede recurrir a Fiesta en honor de Yavé, de
Thierry Maertens (disponible en la biblioteca de Koinonía:
servicioskoinonia.org/biblioteca). Como
bibliografía para recuperar, desde la perspectiva de la liberación, lo mejor de
la visión clásica de la teología respecto a la pasión y muerte de Jesús,
recomendamos el excelente libro de BOFF Pasión de Cristo, Pasión del mundo (Sal
Terrae en España, Indoamerican Press en Colombia, Vozes en Brasil...). Del
mismo autor, el artículo 217 en la RELaT (http://servicioskoinonia.org/relat):
Cómo anunciar hoy la Cruz de nuestro señor Jesucristo. No obstante,
la recuperación que la teología de la liberación (TL) hizo de esta temática se
queda corta hoy. La TL releyó la visión tradicional cristiana desde la
perspectiva histórica y reinocentrista y desde la opción por los pobres, sí,
pero dejó simplemente a un lado lo que no creyó recuperable, y no sometió a
crítica los supuestos profundos de la visión clásica; simplemente los ignoró.
En ese sentido, la propuesta de la TL no fue realmente nueva, sino una
«propuesta nueva pero desde los mismos fundamentos»... Hoy esos fundamentos
están en crisis, y ahora sólo nos puede servir una propuesta realmente nueva,
es decir, desde presupuestos nuevos: sin «dos pisos», sin el histórico pecado original,
sin un Dios-theos ahí fuera que se pueda ofender gravemente por un supuesto
pecado humano, sin un Dios antropomórfico que pueda exigir «reparación para con
su dignidad ofendida», sin unos mitos entendidos como narraciones históricas
literales... En este
sentido, es el obispo John Shelby Spong quien con más claridad y valentía está
proponiendo reinterpretar el cristianismo desde una superación radical de este
«mito básico cristiano», como lo llama él: cfr. el capítulo «Cambiando el mito
básico cristiano» de su reciente libro «Un
cristianismo nuevo para un mundo nuevo» (Editorial Abya Yala,
Quito enero 2011). Véase un artículo exprofesso sobre el tema en la RELaT titulado «Jesús como rescatador y redentor: una
imagen que debe desaparecer» . También: Problemas
en torno a la idea de expiación/satisfacción, de Robert J. Daly, en
«Selecciones de Teología» 47/188(2008)310-324 (disponible en el portal de la revista,). Acabaremos
recordando que, como es obvio, la problemática de la Redención no es del
Domingo de Ramos, ni siquiera de la semana santa... sino de todo el
cristianismo; afrontarla -tratando de «agarrar valientemente el toro por los
cuernos» no es tarea para un domingo ni para una semana, sino para todo el
año... Pero un domingo de ramos es una buena ocasión para plantearlo más
detenidamente. Lo dejamos en manos de ustedes, lectores, personas individuales
y comunidades lectoras...
Para la
revisión de vida Comienza la «semana mayor» de todo
el año. La semana santa se ha convertido en muchos lugares en una minivacación.
Sugerencia: aprovechar bien la oportunidad de la semana santa. Si tengo
posibilidad, dedicar esta «vacación» a atender lo que en la agitada vida diaria
me veo imposibilitado de cuidar suficientemente: mi profundidad, mi oración, mi
paz interior, el respaldo de coherencia interna que quiero dar a mi compromiso
externo... Si tengo la suerte de encontrar una
comunidad cristiana con inquietudes de búsqueda y de renovación, tal vez puedo
sugerir la posibilidad de vivir una semana santa diferente, de renovación
radical de la mentalidad teológica, de replanteamiento de nuestra comprensión
cristiana y de reiniciación de nuestra experiencia religiosa... Si no tengo la
suerte de conocer ninguna de esas comunidades, tal vez puedo hacer el esfuerzo por
buscarlas... Para la
reunión de grupo La semana
santa puede ser buena ocasión para dar un repaso a las hipótesis teológicas más
conocidas sobre la muerte de Jesús y su valor salvífico. Un buen material para
preparar una exposición inicial en la reunión de grupo, o un libro para tenerlo
todos y estudiarlo y comentarlo es “Pasión de Cristo, Pasión del Mundo”, de
Leonardo BOFF, con ediciones en varias editoriales y países ya citados… La semana
santa es la «semana mayor» y el triduo sacro es el la concentración de la
celebración pascual, y la vigilia pascual es el momento culminante. Será bueno
preguntar a algunas personas mayores que recuerden cómo eran las celebraciones
de la Semana Santa antes de la reforma de Pío XII en 1950, con sus notorias
diferencias con el modo actual. Y cabe preguntar: ¿por qué la vigilia pascual
no ha entrado todavía en la conciencia del pueblo cristiano como lo que es: el
centro de todo el año litúrgico? Se puede
montar diferentes reuniones de estudio sobre la pasión de Jesús y/o los temas
propios de la semana santa en general tomando como base algunos de los
capítulos de la serie «Un tal Jesús», principalmente del 106 al 126. Los audios
y los guiones pueden ser recogidos de www.untaljesus.net
Los textos
más arriba citados de John Shelby Spong pueden servir también para un estudio y
debate sobre el tema. Muy probablemente, tales debates nos dejarán la
conclusión preocupante de que si la Redención necesita ser reentendida -o
abandonada, como dice Spong- es todo nuestro cristianismo el que necesita
reformulación, y nos resulta por tanto urgente rehacer nuestra formación
cristiana... Buena conclusión. Pero no la dejemos ahí: obedezcámosle,
pongámonos en movimiento. Aunque no
estamos acostumbrados a hacerlo, también puede ser una buena actividad de grupo
escuchar la Pasión según san Mateo, de Johan Sebastian BACH, presentada y
comentada previamente por un buen conocedor de la misma, incluyendo ahí sus
aspectos teológicos peculiares, de Bach como músico, y del texto o libreto. Para la
oración de los fieles Para que la
Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, lleve su obediencia al Padre y su
servicio a las personas hasta las últimas consecuencias. Roguemos al Señor... Para que los
gobernantes sirvan a los intereses de los pueblos y no a sus propias
aspiraciones. Roguemos... Para que los
pobres y los oprimidos sean los primeros en obtener el respeto a sus derechos y
la justicia para sus vidas. Roguemos... Para que
mostremos nuestra devoción a Cristo crucificado siendo solidarios con los
crucificados de nuestro tiempo. Roguemos... Para que
sepamos descubrir y transmitir la fuerza del amor de Dios en medio de las
dificultades, los sufrimientos, y la muerte. Roguemos... Para que
todos los difuntos compartan la resurrección de Cristo, igual que han
compartido ya con él la muerte. Roguemos... Oración
comunitaria Dios, Padre nuestro, tú enviaste a
tu Hijo entre nosotros, para que descubramos todo el amor que nos tienes. Y
cuando nosotros respondemos a ese amor con nuestro rechazo, matando a tu hijo,
Tú no te echaste atrás sino que seguiste adelante con tu plan de ser nuestro
mejor amigo. Ablanda nuestros corazones para que sepamos responder a tu amor
con el nuestro. Por Jesucristo. O bien:
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