CUARTO DOMINGO DE PASCUA
CICLO "A" Primera lectura:
Hechos de los apóstoles 2,14a. 336-41
1Sí,
os lo aseguro: Quien no entra por la puerta en el recinto de las
ovejas, sino trepando por otro lado, ése es un ladrón y un bandido. 2Quien entra por la puerta es pastor de las ovejas; 3a ése le abre el portero y las ovejas escuchan su voz. A las ovejas propias las llama por su nombre y las va sacando; 4cuando ha empujado fuera a todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. 5A un extraño, en cambio, no lo seguirán, huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
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COMENTARIOS I Con el
comienzo de la primavera, los pastores cananeos se disponían a partir con el
rebaño en busca de pastos. .Era un momento decisivo y peligroso. Salir con el
rebaño suponía abandonar la seguridad de la propia tierra para salir en busca
de lo desconocido. Había que tomar ciertas precauciones. Antes de partir, los
pastores celebraban una fiesta de despedida. Sacrificaban un animal joven a la
divinidad para obtener de ella, a cambio, la fecundidad y la prosperidad del
ganado. La víctima era asada al fuego, no se le podía romper ningun hueso. Con
su sangre untaban los palos de la tienda para alejar epidemias o calamidades.
El rito pretendía ser garantía de protección de los peligros que surgieran
durante el desplazamiento de los pastores con el rebaño. En una noche de
primavera, noche de luna llena, se reunían para comer el animal sacrificado.
La cena solía ser de pie, con el atuendo de quien está preparado para una larga
marcha: báculo en mano y sandalias en los pies. En torno a la cena se cernía un
cierto aire de rito mágico. Después se partía. La imagen del
pastor que guía al rebaño es una de las preferidas del evangelista Juan al
referirse a Jesús. La utilizó en un polémico discurso de su evangelio para
presentar al Maestro nazareno como el pastor ideal, el pastor modelo, el buen
pastor frente a los pastores de oficio: asalariados, ladrones y bandidos más
que pastores. «Si, os lo
aseguro -decía Jesús a los fariseos-; el que no entra por la puerta en el
recinto de las ovejas, sino saltando por otro lado, ése es un ladrón y un
bandido... El ladrón no viene más que para robar, matar y perder. Yo he venido
para que vivan y estén llenos de vida: yo soy el modelo de pastor. El pastor
modelo se desprende de su vida por las ovejas; el asalariado, como no es
pastor ni las ovejas son suyas, cuando ve venir al lobo, deja las ovejas y echa
a correr y el lobo las arrebata y dispersa; porque a un asalariado no le importan
las ovejas. Yo soy el modelo de pastor: conozco las mías y las mías me conocen
a mí, igual que mi Padre me conoce y yo conozco al Padre; además, me desprendo
de la vida por las ovejas» (Jn 10,lss). Al terminar
aquel discurso, los oyentes se sintieron interpelados. Las opiniones se
dividieron. «Muchos decían: -Está loco de atar, ¿por qué lo escucháis? Otros
replicaban: -Esas no son palabras de loco, ¿puede un loco abrir los ojos de los
ciegos?» Por si acaso, los fariseos trataron de «prenderlo» para quitarlo de la
circulación, «pero se les escabuyó de las manos» (Jn 10,39). Jesús definió
en aquel día en qué consiste la quintaesencia del pastor. Ser pastor, dirigir,
gobernar es ir en la vida por delante de los demás con obras y palabras, vivir
para el otro y no a costa del otro, firmar un compromiso de permanencia sin
límite junto al pueblo, entablar una relación personal con él, conocer su
nombre y su vida, compartir gozos y esperanzas, tristezas y angustias. Por eso no se
puede ser pastor, ni dirigente, ni guía del pueblo desde una oficina, desde un
palacio o desde un templo. Sólo puede ser pastor quien marcha con el pueblo,
quien vive con él, quien sabe de sus dolores porque los experimenta, quien
corre sus mismos riesgos y quien, a pesar de todos los pesares, va por delante. Este es el modelo de pastor, encarnado en Jesús de
Nazaret. «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo
les doy vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi
mano» (Jn 10,27-30). Quienes no siguen este modelo de pastor son asalariados,
gente que se mueve por otros intereses distintos de los del pueblo a quien
dicen servir, sirviéndose de él. Son más los asalariados que los pastores. Y
así estamos...
Los jerarcas político-religiosos de Israel habían esclavizado al
pueblo, dominándolo por medio del miedo a Dios. Y Dios no consiente que el
pueblo que El liberó sea sometido y
además en su nombre- al miedo y a la esclavitud. Para eso llega un nuevo pastor
al que corresponderán ovejas -¡no borregos!- de otro estilo.
Tenían miedo los pastores de Israel. Jesús acababa de
decir que él era «el modelo de pastor», y eso los había llenado de
preocupación. Por eso se dirigieron a Jesús, que «paseaba en el templo por el
pórtico de Salomón», lo rodearon y, nerviosos, les preguntaron: «¿Hasta cuándo
vas a no dejarnos vivir? Si eres tú el Mesías; dínoslo abiertamente» Jn 10,24).
Se entiende su miedo. Los antiguos profetas de Israel se habían enfrentado en
muchas ocasiones a los dirigentes llamándolos malos pastores, dedicados a
explotar al pueblo en beneficio propio (Jn 10,21; 23,2-7; 25,34-38; Ex 34). Jesús acababa de echarles en
cara que, para mantener sus privilegios, estaban dispuestos a todo: a mentir, a
matar..., comparándolos con el pastor mercenario a quien «no le importan las
ovejas» (Jn 10,11-12). Seguramente presentían que se iba a cumplir la amenaza
de aquellos profetas: Dios iba a pastorear su rebaño, iba a ocuparse de su
pueblo, mediante un enviado suyo, que arrancaría las ovejas del dominio de los
malos pastores (Ex 34,22-24; véase también Sal 23). Por eso, si Jesús era de
verdad el Mesías..., se les acababa lo que para ellos era su medio de vida, sus
privilegios, la posibilidad de aprovecharse, en beneficio propio de la fe de la
gente sencilla. Ya no van a poder seguir asustando a la gente con la amenaza de
un Dios cruel ni la van a mantener sumisa diciendo que no se puede saber con
seguridad si Dios los habrá perdonado o no; se les acabará el negocio en que
han convertido la religión y se derrumbárá el orgullo que sienten por ser -por
haberse arrogado ese papel- los intermediarios de Dios. Es lógico su
nerviosismo: Jesús acaba de decir que va a dejar vacía la institución religiosa
(«A las ovejas propias las llama por su nombre y las va sacando...», 10,3), se
ha puesto como modelo de pastor porque él da la vida por sus ovejas (10,11) y
ha dicho que Dios, el Padre, está con él, mostrándole su amor y garantizando
que nadie podrá arrebatarle definitivamente la vida que él da libremente
(10,17-18). Si es cierto lo que afirma Jesús y no una fanfarronada... Por eso los
dirigentes, sintiéndose amenazados, se defienden como pueden, incluso negando,
como en el caso del ciego de nacimiento (9,1-38), la evidencia de la vida que
sobreabundaba gracias a la actividad de Jesús. Y aconsejan a la gente que no
lo escuchen, que está loco, que está poseído por un demonio (8,48; 9,22.24). LO QUE MÁS IMPORTA Mis ovejas escuchan mi voz:
yo las conozco y ellas me siguen, yo les doy vida definitiva y no se perderán
jamás ni nadie las arrancará de mi mano. Lo que me ha entregado mi Padre es lo
que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre. Yo y el
Padre somos uno. Lo que los
dirigentes quieren es recobrar el control sobre la gente. ¿Qué va a ser de
ellos si no lo consiguen? Es posible
que, aparentemente, tengan éxito: habrá muchos que, faltándoles el valor
necesario para asumir la libertad con todos sus riesgos, vuelvan a someterse al
miedo que ellos imponen y, dominados por ese miedo, lleguen a pedir la muerte
para quien los quiere liberar (véase 18,35; 19,6-7.12: el término los judíos usado en estos lugares se
refiere a los dirigentes judíos y puede englobar también a sus partidarios). Pero los que
han escuchado y aceptado el mensaje de Jesús, los que han empezado a ponerlo en
práctica, los que han gustado ya el sabor de la vida que los hace hijos
(1,12-13), de la verdad que los hace libres (8,32.36) y del amor que los hace
hermanos (13,34-35; 15,12-17), no se van a dejar embaucar de nuevo. Esas son
las ovejas de Jesús, aquellos que, haciendo uso de la puerta abierta por la que
se puede entrar y salir (10,7-9), han roto con todo lo que significa opresión
de la persona humana y se han puesto del lado de Jesús, haciendo propia la
tarea de este pastor que han aceptado libremente, por quien se sienten
conocidos y queridos y en cuya mano se sienten seguros: «Yo las conozco y ellas
me siguen, yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las
arrancará de mi mano». Porque, y esto es lo principal, Jesús va a defenderlos,
incluso con la vida, pues para él ellos son «lo que más importa». Esas ovejas no son borregos que se dejan llevar, pasivos, sin iniciativa...
Precisamente porque están con Jesús, tienen que ser personas libres, adultos,
que saben escuchar y que han tenido que responder responsablemente a un mensaje
que les asegura definitivamente la vida; ellos son la nueva humanidad, la
semilla de un mundo nuevo en el que, si tiene que haber pastores, tendrán que
serlo al estilo de Jesús. Los jerarcas no aceptaron las palabras de Jesús. No
podían aceptar un Dios que se hace visible en la débil carne de un hombre de
pueblo y que pone esa carne al servicio de la liberación de su pueblo. Y como
no podían acabar con Dios, intentaron, otra vez, ocultarlo destruyendo aquella
carne en la que se manifestaba: «Los dirigentes cogieron de nuevo piedras para
apedrearlo» (10,31).
Los que son de Jesús lo escuchan, es decir, le
prestan adhesión, no de palabra o de principio, sino de conducta y de vida (me siguen), comprometiéndose con él y
como él a entregarse sin reservas a liberar y promocionar al hombre. Jesús
comunica a los que lo siguen una vida que supera la muerte y les da la
seguridad (no se perderán jamás), y
esa fuerza de vida, que es el Espíritu, los une a él de tal modo que nadie
podrá separarlos de su persona. Para Jesús,
lo más importante es el fruto de su obra, la nueva humanidad que él ha
de constituir con los hombres que el Padre le ha entregado (6,37.44.65),
completando en ellos la creación con el Espíritu. En el caso del ciego, ellos
han intentado "arrancarlo" de la mano de Jesús, pero no lo han
conseguido. La vida que había experimentado hizo a ese hombre capaz de resistir
a las presiones de los dirigentes. Estar en la mano de Jesús es lo mismo que estar en
la del Padre, porque el Padre está presente y se manifiesta en Jesús y, a través
de él, realiza su obra creadora, que lleva a cumplimiento su designio (5,17.30;
6,38-40). Nunca había formulado antes Jesús tan claramente
esta afirmación-clave del evangelio: Yo y
el Padre somos uno. La identificación entre Jesús y el Padre excluye toda
instancia superior. La oposición a Jesús es oposición a Dios.
IV Lógicamente,
esa formulación del kerigma está condicionada por su contexto social e
histórico. No es que porque aparezca en el Nuevo Testamento ya haya de ser
tenida como intocable e ininterpretable. Las palabras, las fórmulas, los
elementos mismos que componen ese kerigma, hoy nos pueden parecer extraños,
ininteligibles para nuestra mentalidad actual. Es normal, y por eso es también
normal que la comunidad cristiana tiene el deber de evolucionar, de recrear los
símbolos. La fe no es un «depósito» donde es retenida y guardada, sino una
fuente, un manantial, que se mantiene idéntico a sí mismo precisamente
entregando siempre agua nueva. En muchos
países tropicales son casi desconocidos los rebaños de ovejas cuidadas por su
pastor. Eran y son muy comunes en el mundo antiguo de toda la cuenca del
Mediterráneo. Muy probablemente Jesús fue pastor de los rebaños comunales en
Nazaret, o acompañó al pastoreo a los muchachos de su edad. Por eso en su
predicación abundan las imágenes tomadas de esa práctica de la vida rural de
Palestina. En el evangelio de Juan la sencilla parábola sinóptica de la oveja
perdida (Mt 18,12-14; Lc 15,3-7) se convierte en una bella y larga alegoría en
la que Jesús se presenta como el Buen Pastor, dueño del rebaño por el cual se
interesa, no como los ladrones y salteadores que escalan las paredes del redil
para matar y robar. Él entra por la puerta del redil, el portero le abre, El
saca a las ovejas a pastar y ellas conocen su voz. La alegoría llega a un punto
culminante cuando Jesús dice ser "la puerta de las ovejas", por donde
ellas entran y salen del redil a los pastos y al agua abundante. Por supuesto
que en la alegoría el rebaño, las ovejas, somos los discípulos, los miembros de
la comunidad cristiana. La alegoría del Buen Pastor está inspirada en el largo
capítulo 34 del profeta Ezequiel en el que se reprocha a las autoridades judías
no haber sabido pastorear al pueblo y Dios promete asumir Él mismo este papel
enviando a un descendiente de David. La imagen del
Buen Pastor tuvo un éxito notable entre los cristianos quienes, ya desde los
primeros siglos de la iglesia, representaron a Jesús como Buen Pastor cargando
sobre sus hombros un cordero o una oveja. Tales representaciones se conservan
en las catacumbas romanas y en numerosos sarcófagos de distinta procedencia. La
imagen sugiere la ternura de Cristo y su amor solícito por los miembros de su
comunidad, su mansedumbre y paciencia, cualidades que se asignan
convencionalmente a los pastores, incluso su entrega hasta la muerte pues, como
dice en el evangelio de hoy "el buen pastor da la vida por sus
ovejas". La imagen de
«ovejas y pastores» ha de ser manejada con cuidado, porque puede justificar la
dualidad de clases en la Iglesia. Esta dualidad no es un temor utópico, sino
que ha sido una realidad pesada y dominante. El Concilio Vaticano I declaró:
«La Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales, en la que todos los
fieles tuvieran los mismos derechos, sino que es una sociedad de desiguales, no
sólo porque entre los fieles unos son clérigos y otros laicos, sino, de una
manera especial, porque en la Iglesia reside el poder que viene de Dios, por el
que a unos es dado santificar, enseñar y gobernar, y a otros no» (Constitución
sobre la Iglesia, 1870). Pío XI, por su parte, decía: «La Iglesia es, por la
fuerza misma de su naturaleza, una sociedad desigual. Comprende dos categorías
de personas: los pastores y el rebaño, los que están colocados en los distintos
grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Y estas categorías, hasta
tal punto son distintas entre sí, que sólo en la jerarquía residen el derecho y
la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el
fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de
dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores» (Vehementer Nos, 1906). La
verdad es que estas categorías de «pastores y rebaño», a lo largo de la
historia de la Iglesia han funcionado casi siempre -al menos en el segundo milenio-
de una forma que hoy nos resulta sencillamente inaceptable. Hay que tener mucho
cuidado de que nuestra forma de utilizarlas no vehicule una justificación
inconsciente de las clases en la Iglesia. El Concilio
Vaticano II supuso un cambio radical en este sentido, con aquella su
insistencia en que más importante que las diferencias de ministerio o servicio
en la Iglesia es la común dignidad de los miembros del Pueblo de Dios (el lugar
más simbólico a este respecto es el capítulo segundo de la Lumen Gentium del
Vaticano II). Como es
sabido, en las últimas décadas se ha dado un retroceso claro hacia una
centralización y falta de democracia. La queja de que Roma no valora la
«colegialidad episcopal» es un clamor universal. La práctica de los Sínodos
episcopales que se puso en marcha tras el concilio, fue rebajada a reuniones
meramente consultivas. Las Conferencias Episcopales Nacionales, verdadero
símbolo de la renovación conciliar, fueron declaradas por el cardenal Ratzinger
como carentes de base teológica. Los «consejos pastorales» y los «consejos
presbiterales» establecidos por la práctica posconciliar como instrumentos de
participación y democratización, casi han sido abandonados, por falta de
ambiente. La feligresía de una parroquia, o de una diócesis, puede tener
unánimemente una opinión, pero si el párroco o el obispo piensa lo contrario,
no hay nada que discutir en la actual estructura canónica clerical y
autoritaria. «La voz del Pueblo, es la voz de Dios»... en todas partes menos en
la Iglesia, pues en ésta, para el pueblo la única voz segura de Dios es la de
la Jerarquía. Así la Iglesia se ha convertido -como gusta de decir Hans Küng-
en «la última monarquía absoluta de Occidente». A quien no está de acuerdo se
le responde que «la Iglesia no es una democracia», y es cierto, porque es mucho
más que eso: es una comunidad, en la que todos los métodos participativos
democráticos deberían quedarse cortos ante el ejercicio efectivo de la
«comunión y participación». En semejante contexto eclesial, ¿se puede hablar
ingenuamente de «el buen pastor y del rebaño a él confiado» con toda inocencia
e ingenuidad? El Concilio Vaticano II lo
dijo con máxima autoridad: «Debemos tener conciencia de las deficiencias de la
Iglesia y combatirlas con la máxima energía» (Gaudium et Spes 43). En la Iglesia de Aquel que dijo que quien quisiera ser el primero fuese el último y el servidor de todos, en algún sentido, todos somos pastores de todos, todos somos responsables y todos podemos aportar. No se niega el papel de la coordinación y del gobierno. Lo que se niega es su sacralización, la teología que justifica ideológicamente el poder autoritario que no se somete al discernimiento comunitario ni a la crítica democrática. ¿Qué la Iglesia no es una democracia? Debe ser mucho más que una democracia. Y, desde luego: no ha de ser un rebaño.
Para la
revisión de vida La imagen del Buen Pastor debe
evocar en nosotros a esa persona que cuida y protege las ovejas encomendadas a
su cuidado. ¿Tengo yo esa sensación de paz, seguridad y confianza que debe
darme el sentirme en buenas manos, en las manos de Dios Padre que
"pastorea mi alma"? Para la
reunión de grupo Jesús
resucitado es nuestro Maestro y Pastor, que nos muestra el camino que nos lleva
a la Vida. Pero, a pesar de las advertencias de Jesús, luego nos hemos echado
encima muchos «pastores», que muchas veces sólo son asalariados, o
funcionarios, cuando no ambiciosos y engreídos, que quieren suplanta al único
Pastor y que "sólo se predican a sí mismos". No puede ocurrir que, en
la práctica, el pastoreo de Jesús queda opacado por tantos otros pastores
intermedios que acaben impidiéndonos tener con él una relación tan directa con
él como la que puede tener cualquier otro "pastor intermediario". ¿No
habría que rescatar la idea de que, en realidad, Pastor sólo hay uno y todos
nosotros tenemos igual derecho de relación directa con él? La
"apertura a los gentiles" que se dio en los tiempos primeros del
cristianismo, no es un tema cerrado y concluido. Tiene proyecciones ulteriores
en la historia colectiva de los discípulos, que siempre tienen que ir saliendo
de sus guetos y abriéndose a nuevas formas de "gentilidad". ¿Será que
también hoy la Iglesia está -estamos- muy encerrada en su lenguaje, en sus
cosas, en un envejecido e inamovible estilo de celebrar, de creer, de
organizar... que mantiene alejados a muchos "gentiles" de hoy día
que, de buena gana entrarían en nuestra comunión si nosotros abriéramos las
cerrajas que nos encierran? Hoy los gentiles que esperan se les una buena nueva
(nueva) sobre la resurrección de Jesús, son el mundo de la increencia, de los
alejados, los no practicantes, los que huyen de nuestra fría iglesia hacia
experiencias religiosas más cálidas... ¿Qué se debería abrir? ¿Qué se debería
abandonar? ¿Qué se debería incorporar? Leer y
comentar los párrafos del Vaticano I y de Pío XI transcritos en el comentario
de más arriba. Compararlos con lo que dice el Vaticano II en el capítulo
segundo de la Lumen Gentium, o concretamente en su número 32. Comentar. Para la
oración de los fieles Para que
quienes ejercen su ministerio en la Iglesia lo hagan desde el servicio y no
desde el autoritarismo o el afán de dominio. Roguemos al Señor... Para que los
pobres y explotados de nuestra sociedad encuentren también en los cristianos
apoyo y solidaridad. Roguemos... Para que
todos aquellos que escuchan la voz del Señor llamándoles al servicio de la
Comunidad, respondan con valentía al don del Espíritu. Roguemos... Para que el
Señor Jesucristo, que ha vencido el dolor y la muerte, se acuerde de los
pobres, afligidos, enfermos y moribundos, y a nosotros nos haga solidarios con
ellos. Roguemos... Para que los
gobernantes estén siempre atentos a las inquietudes y necesidades de los
pueblos, y den justa respuesta a sus aspiraciones de paz, justicia e igualdad.
Roguemos... Para que
todos los que sufren persecución por causa de su fidelidad al Reino, se
mantengan firmes y nunca duden del Amor de Dios, que resucita a los muertos.
Roguemos... Oración
comunitaria Pastor bueno, puerta de la Vida,
cuida de todos nosotros, y ya que nos alegramos por la alegría de la Pascua,
danos fuerza para trabajar con coraje por el Reino, y el gozo de verlo crecer
poco a poco en el mundo, de modo que la fraternidad universal sea cada día más
real entre nosotros. Nosotros te lo pedimos con la mirada puesta en Jesús de
Nazaret, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.
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