SEXTO DOMINGO DE PASCUA
CICLO "A" Primera
lectura: Hechos de los apóstoles 8, 5-8. 14-17
18No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros. 19Dentro
de poco, el mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque de
la vida que yo tengo viviréis también vosotros. 20Aquel día
experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo
con vosotros. 21El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y al que me ama mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo demostraré manifestándole mi persona.
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COMENTARIOS I ¿Existe una ética cristiana?
¿Existen unas normas de comportamiento que se puedan considerar propiamente
cristianas? No. No se trata de ponerlo
todo en duda. Hay normas o principios de comportamiento que son aceptados y
defendidos por «SI ME AMÁIS. . . » Además de los buenos sentimientos que de
forma natural pueda tener una persona, en el origen del comportamiento cristiano
hay un hecho fundamental: la relación del creyente con Jesús de Nazaret. Una
relación que es, primero, de adhesión a su persona y a su proyecto de hombre y
de humanidad; y en segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, una relación
de amor que conduce a la plena identificación entre Jesús y el creyente. Según esto, el comportamiento del creyente en
Jesús no se rige por unas normas impuestas o por unos principios aceptados sin
rechistar, ni de una ley que se le impone desde fuera, sino, muy al contrario,
su actuación nace del amor, sus normas de comportamiento se las da él mismo, le
salen de dentro como consecuencia de su identificación personal con Jesús: «El
que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama». «... CUMPLIRÉIS LOS
MANDAMIENTOS MÍOS» Pero ¿cuáles son esos mandamientos? En el capítulo anterior de su evangelio, Juan
nos deja el testimonio del único mandamiento que Jesús ha dejado a los
suyos, un mandamiento nuevo que, por serlo, sustituye a los mandamientos
viejos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo
os he amado, también vosotros amaos unos a otros. En esto conocerán que sois
discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros» (13,34). Jesús, que
acababa de aceptar su muerte como culminación de su entrega en favor de los
hombres sus hermanos y que de esa manera llevaba su amor hasta el extremo, se
pone como ejemplo y medida del amor entre sus discípulos. Y hace de ese amor
el signo mediante el cual se podrá reconocer en adelante a sus
seguidores. Poner en práctica en cada caso y en cada circunstancia este único
mandamiento, en eso consisten los mandamientos de Jesús. En realidad, el mandamiento nuevo no es sino
el encargo de Jesús a sus seguidores para que continúen su misión. En efecto,
antes de hablar del mandamiento nuevo, Jesús, en el evangelio de Juan, había
hablado dos veces de la misión que él tenía que desarrollar diciendo que era un
mandamiento, un encargo de su Padre. La primera vez se refiere a lo que
tenía que hacer: «Por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi
vida y así la recobro. Nadie me la quita, yo la entrego por decisión propia.
Está en mi mano entregarla y está en mi mano recobrarla. Este es el mandamiento
que recibí de mi Padre» (Jn 10,17-18). Entregar la vida voluntariamente,
éste es el mandamiento que Jesús ha recibido de su Padre. La segunda
vez se refiere a lo que Jesús tiene que decir, al mensaje que tiene que
comunicar: «Porque yo no he propuesto lo que se me ha ocurrido, sino que el
Padre que me envió me dejó mandado él mismo lo que tenía que decir y que
proponer, y sé que su mandamiento significa vida definitiva» (Jn 12,
49-50). El mandamiento del Padre consiste en que comunique un
mensaje que es al mismo tiempo una oferta de vida, que si la aceptamos, nos
hace hijos y nos compromete a trabajar para convertir este mundo en un mundo de
hermanos. A la luz de estos mandamientos que
cumple Jesús debemos entender el mandamiento que él nos deja. UN COMPORTAMIENTO CRISTIANO En consecuencia, una moral cristiana no se
distingue de otras porque, por ejemplo, condena el divorcio o prácticamente
todo lo relacionado con el sexo. No. La moral, la ética cristiana se distingue
porque nace de un amor hasta el extremo y tiene como meta practicar un amor
de la misma calidad. En todo tipo de relación interpersonal, ésta es la
característica que debe distinguir el comportamiento de los cristianos. (De
este modo, el matrimonio cristiano, siguiendo con el ejemplo, no se distingue
de un matrimonio no cristiano en su indisolubilidad, sino en que marido y
mujer se quieren tanto que están dispuestos a dar la vida el uno por el otro y,
en ese amor, sienten la presencia del amor sin límites del mismo Jesús. Y en
que ese amor no se encierra ni siquiera en los límites del matrimonio mismo,
ni en los de la familia, ni dentro de ningún otro límite, sino que se extiende
y se comunica a cuantos pueda alcanzar. De esa manera, la pareja se convierte
en una unidad de lucha en favor de un mundo de hermanos en el que sea posible
la felicidad de todos los seres humanos. La indisolubilidad vendrá por
añadidura.) ¿SEREMOS CAPACES? Si quisiéramos hacer un esfuerzo de síntesis
de la ética cristiana podríamos proponer esta fórmula: Todo lo que se opone,
estorba o ignora cualquier tipo de amor es moralmente malo. Todo lo que
es amor es moralmente bueno; todo lo que es amor hasta el extremo y,
por tanto, compromiso de realizar el proyecto de un mundo de hermanos, es
específicamente cristiano. Comportarse de esa manera es, sin duda, un
proyecto difícil. Pero Jesús no nos deja solos: antes de marcharse promete el
envío de alguien que nos sirva de apoyo: «Yo, a mi vez, le rogaré al Padre y os
dará otro valedor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad...»;
y anuncia su próxima vuelta («No os voy a dejar desamparados, volveré con
vosotros») a un mundo que lo ha rechazado, que no lo reconoce, pero en el que
ha quedado un grupo de personas que, mediante la práctica del amor, están
identificados con él y se han comprometido a hacer posible que en el mundo sea
verdaderamente posible el amor. ¿Seremos capaces?
Por
primera vez menciona Jesús el amor de sus discípulos a él: la adhesión a su
persona y obra se convierte en un impulso de identificación con él. Después de
haber expuesto el mandamiento nuevo (13,34), habla Jesús de “sus mandamientos”: El primero expresaba
la actitud del discípulo y creaba la solidaridad del amor. “Los mandamientos
suyos”, cuyo contenido nunca se explicita, son las exigencias de actuación que
las circunstancias presentan al amor de los discípulos. En “el mandamiento”
habla Dios en el interior del discípulo; en “los mandamientos” le habla desde
la realidad histórica. Si
Jesús conserva el término “mandamiento”
para designar esta realidad, es sólo para oponer su norma de vida a
los mandamientos de El
amor de identificación con Jesús no absorbe al discípulo, sino que lo abre a
los demás. No hay verdadero amor a Jesús que no lleve al amor de los otros. Por
la identificación con Jesús, los mandamientos pierden todo carácter de
imposición; son la exigencia del amor. Cumplirlos significa ser como Jesús, y a
esto lleva espontáneamente la fuerza interior del Espíritu. No se trata de la
obediencia de los discípulos a normas externas, sino de la expansión exterior
de la sintonía con Jesús. El
término “valedor”, que se aplica al Espíritu, significa el que ayuda a la comunidad en cualquier
circunstancia. Es el Espíritu de la verdad, por ser él la verdad y
comunicarla. El término “verdad” significa también “fidelidad / lealtad"
(cf. 4,24) y está en conexión con el amor (1,14). El Espíritu de la verdad-amor
da libertad al hombre, pues la verdad hace libres (8,31s); él continuará el
proceso de liberación. El
mundo, el orden injusto, el sistema de poder, profesa “la mentira”, una
ideología que propone como valor lo que es contrario al designio creador, lo
que merma la vida del ser humano. El sistema es la mentira institucionalizada,
que llega al homicidio, a la supresión de la vida (8,44). No puede percibir el
Espíritu de la verdad ni conocerlo, pues la estructura de muerte es
incompatible con el principio de vida. Los
discípulos tienen experiencia del Espíritu en Jesús; pero esta experiencia
será mayor en el futuro, cuando lo reciban ellos mismos y esté en ellos como
principio dinámico y vivificante. 18-20
«No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros. Dentro de poco, el
mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque de la vida que
yo tengo viviréis también vosotros. Aquel día experimentaréis que yo estoy
identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros». Jesús
sigue preparando a sus discípulos para el momento de su ausencia; les da todas
las seguridades para que no estén intranquilos. No los dejará huérfanos,
indefensos. Su
ausencia no será definitiva; promete su vuelta dentro de poco. Después de su
muerte, no se manifestará al mundo, pero sí a ellos. Al participar de su misma
vida, que es su Espíritu, experimentarán su presencia. “Aquel
día” llegará cuando Jesús se haga presente, ya resucitado, a su comunidad. El
efecto de la comunicación de la vida-Espíritu será la experiencia de
identificación con Jesús y con el Padre. Comunión de vida entre Dios y los
hombres: se constituye así un núcleo de donde irradia el amor. 21
«El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama;
y al que me ama mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo demostraré
manifestándole mi persona». De
su relación y la del Padre con la comunidad pasa Jesús a la que establecen con
cada miembro de ella. Su comunidad no es gregaria, ni su Espíritu uniforma;
cada uno es responsable de su modo de obrar. El
discípulo hace suyos los mandamientos de Jesús y los cumple. La actividad en
favor del hombre (mis mandamientos) es lo único que da realidad al amor
a él (cf. 14,15) y, por tanto, el único criterio para verificar su existencia.
El amor a Jesús consiste, por tanto, en vivir sus mismos valores y comportarse
como él. El amor verdadero no es solamente interior, sino visible: un dinamismo
de transformación y de acción. La
semejanza con Jesús, efecto de ese amor, provoca una respuesta de amor de parte
del Padre, que ve realizada en el hombre la imagen de su Hijo. La respuesta de
Jesús se traducirá en una manifestación personal suya. El Padre y Jesús, que
son uno, responden al unísono. El Padre considera hijo al que ama como Jesús;
Jesús lo ve como hermano. Jesús menciona solamente su propia manifestación,
porque él seguirá siendo el santuario donde Dios habita (2,21); en él se revela
el Padre (14,9).
Esta obra
evangelizadora que rompe fronteras nacionales, que supera odios y rivalidades
ancestrales, provocando en cambio la unidad y la concordia de los creyentes, es
obra del Espíritu Santo, como comprueban los apóstoles Pedro y Juan, que con su
presencia en Samaria confirman la labor de Felipe. Se trata de una especie de
Pentecostés, de venida del Espíritu Santo sobre estos nuevos cristianos
procedentes de un grupo tan despreciado por los judíos. Para el Espíritu
divino, no hay barreras ni fronteras. Es Espíritu de unidad y de paz. La 2ª lectura
sigue siendo, como en los domingos anteriores, un pasaje de la 1ª carta de
Pedro. Escuchamos una exhortación que con frecuencia se nos repite y recuerda:
que los cristianos debemos estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a
todo el que nos la pida. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué nos
empeñamos en confiar en la bondad de Dios en medio de los sufrimientos de la
existencia, las injusticias y opresiones de la historia? Porque hemos
experimentado el amor del Padre, y porque Jesucristo ha padecido por nosotros y
por todos, para darnos la posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra
existencia en Dios. Por esta misma razón el apóstol nos exhorta a mostrarnos
pacientes en los sufrimientos, contemplando al que es modelo perfecto para
nosotros, a Jesucristo, el justo, el inocente, que en medio del suplicio oraba
por sus verdugos y los perdonaba. La breve lectura termina con la mención del
Espíritu Santo por cuyo poder Jesucristo fue resucitado de entre los muertos. A quince días
de que termine la cincuentena pascual, la Iglesia comienza a prepararnos para
la gran celebración que la concluirá: la de Pentecostés, la venida del Espíritu
Santo sobre los apóstoles. La manifestación pública de la Iglesia. Podríamos
decir que su inauguración. En la lectura del evangelio de san Juan, tomada de
los discursos de despedida de Jesús que encontramos en los capítulos 13 a 17 de
su evangelio, el Señor promete a sus discípulos el envío de un
"Paráclito", un defensor o consolador, que no es otro que el Espíritu
mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad porque procede de
Dios que es la verdad en plenitud, no un concepto, ni una fórmula, sino el mismo
Ser Divino que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce la
historia humana a su plenitud. Los grandes
personajes de la historia permanecen en el recuerdo agradecido de quienes les
sobreviven, tal vez en las consecuencias benéficas de sus obras a favor de la
humanidad. Cristo permanece en su Iglesia de una manera personal y efectiva:
por medio del Espíritu divino que envía sobre los apóstoles y que no deja de
alentar a los cristianos a lo largo de los siglos. Por eso puede decirles que
no los dejará solos, que volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una
comunión de amor entre el Padre, los fieles y El mismo. El «mundo»
(en el lenguaje de Juan) no puede recibir el Espíritu divino. El mundo de la
injusticia, de la opresión contra los pobres, de la idolatría del dinero y del
poder, de las vanidades de las que tanto nos enorgullecemos a veces los
humanos. En ese mundo no puede tener parte Dios, porque Dios es amor,
solidaridad, justicia, paz y fraternidad. El Espíritu alienta en quienes se comprometen
con estos valores, esos son los discípulos de Jesús. Esta
presencia del Señor resucitado en su comunidad ha de manifestarse en un
compromiso efectivo, en una alianza firme, en el cumplimiento de sus mandatos
por parte de los discípulos, única forma de hacer efectivo y real el amor que
se dice profesar al Señor. No es un regreso al legalismo judío, ni mucho menos.
En el evangelio de San Juan ya sabemos que los mandamientos de Jesús se reducen
a uno solo, el del amor: amor a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha
de mostrar creativo, operativo, salvífico.
Para la
revisión de vida Con frecuencia entendemos el amor
que nuestra fe nos pide como una cuestión de sentimientos; pero, de ser así,
¿cómo entender el amor al enemigo, que nos pide Jesús? El amor cristiano no es
tanto un sentimiento del corazón como una actitud de vida ante el prójimo, sea
amigo o enemigo. ¿Cómo muestro yo mi amor a Dios y al prójimo, con
sentimentalismos o, como Él nos dice, cumpliendo su voluntad?; ¿vivo mi fe como
un «asunto del corazón» o como un asunto de mi vida entera?; ¿recuerdo y vivo
aquello de «obras son amores y no buenas razones»? Para la
reunión de grupo En el
evangelio de hoy Jesús nos promete la compañía del Espíritu en la comunidad. ÉL
nos llevará a la verdad completa, y gracias a Él no estaremos solos. Sin
embargo, en la historia de la Iglesia –y probablemente, en nuestra propia
infancia- nuestra formación cristiana dejó a un lado al Espíritu. Dios, sin más
especificación, era Dios Padre, y Cristo era el protagonista del proyecto del
Padre. El Espíritu con frecuencia brillaba por su ausencia. ¿A qué se debe este
olvido del Espíritu en nuestra historia cristiana? ¿Qué consecuencias ha podido
traer? Por otra
parte, es verdad que decir de un grupo que es pentecostal, espiritual,
pentecostalista o espiritualista, carismático… son calificaciones con
frecuencia entendidas como negativas. ¿Por qué? ¿En qué peligros se basa este
temor? El Espíritu
es la fuerza que nos capacita para cumplir la tarea que Dios nos asigna a
personas y comunidades; sin Espíritu, la religión se queda en magia; con
Espíritu se convierte en vida; ¿cómo celebra nuestra Iglesia los sacramentos:
como ritos mágicos, como celebraciones folclóricas? ¿En qué sentido? Para la
oración de los fieles Por la
Iglesia, para que siempre sea consciente de que su vida no está en sus normas e
instituciones sino en dejarse llegar por el Espíritu, y no se anuncie a sí
misma sino el Reino de Dios. Roguemos al Señor. Por todos los
creyentes, para que sintamos siempre el gozo y la alegría de haber recibido la
Buena Noticia y sintamos también el impulso de anunciarla a los demás. Roguemos
al Señor. Por todos los
que ya no esperan nada ni de Dios ni de los hombres, para que nuestro
testimonio les abra una puerta a la esperanza. Roguemos al Señor. Por los
jóvenes, esperanza del mundo del mañana, para que se preparen a construir un
mundo mejor, más solidario, más justo y más fraterno. Roguemos al Señor. Por todos los
pobres del mundo, para que los cristianos, con nuestra fraternidad solidaria,
seamos causa real de su esperanza en verse libres de sus limitaciones. Roguemos
al Señor. Por todos
nosotros, para que formemos una verdadera comunidad en la que se alimente
nuestra fe y nuestra esperanza, de modo que podamos transmitir nuestro amor a
los demás. Roguemos al Señor. Oración
comunitaria Dios, Padre nuestro, que en Jesús de
Nazaret, nuestro hermano, has hecho renacer nuestra esperanza de un cielo nuevo
y una tierra nueva; te pedimos que nos hagas apasionados seguidores de su
Causa, de modo que sepamos transmitir a nuestros hermanos, con la palabra y con
las obras, las razones de la esperanza que sostiene nuestra lucha. Por
Jesucristo.
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