1 de noviembre
TODOS LOS SANTOS CICLO "A" Primera
lectura: Apocalipsis 7,2-4. 9-14
Salmo responsorial: Salmo 23 Segunda lectura: 1 Juan 3,1-3
EVANGELIO 1Al ver Jesús las multitudes
subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. 2É1 tomó
la palabra y se puso a enseñarles así: 3Dichosos los que eligen ser
pobres, porque ésos tienen a Dios por rey. 4Dichosos los que sufren, porque ésos van a recibir el consuelo. 5Dichosos los sometidos, porque ésos van a heredar la tierra. 6Dichosos los que tienen hambre y
sed de esa justicia, porque ésos van a ser saciados. 7Dichosos los que prestan ayuda, porque ésos van a recibir ayuda. 8Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. 9Dichosos los que trabajan por la
paz, porque a ésos los va a llamar Dios hijos
suyos. 10Dichosos los que viven
perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey. 11Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. 12Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido. | |
COMENTARIOS I Cada una de las bienaventuranzas está
constituida por dos miembros: el primero enuncia una opción, estado o
actividad; el segundo, una promesa. Cada una va precedida de la promesa de
felicidad («dichosos»). El código de la nueva alianza no impone preceptos
imperativos; se enuncia como promesa e invitación. De las ocho
bienaventuranzas hay que destacar la primera y la última, que tienen idéntico
el segundo miembro y la promesa en presente: «porque ésos tienen a Dios por
rey». Cada una de las otras seis tiene un segundo miembro diferente y la
promesa vale para el futuro próximo («van a recibir, van a heredar, etc.»). De
estas seis, las tres primeras (vv. 4.5.6) mencionan en el primer miembro un
estado doloroso para el hombre, del que se promete la liberación. La cuarta,
quinta y sexta (vv. 7.8.9), en cambio, enuncian una actividad, estado o
disposición del hombre favorable y beneficiosa para su prójimo, que lleva
también su correspondiente promesa del futuro. v. 3: Dichosos los que eligen ser
pobres, porque ésos tienen a Dios por rey. «Los que
eligen ser pobres » El texto griego se presta a dos interpretaciones: 1) pobres
en cuanto al espíritu y 2) pobres por el espíritu. La primera, a su vez puede
tener un sentido peyorativo («los de pocas cualidades») o bien el de «los
interiormente despegados del dinero», aunque lo posean en abundancia Este
último sentido está excluido por el significado del termino «pobres» ('anawim/'aniyim), por la explicación
dada por Jesús mismo en la sección 6,19-24 y por la condición puesta al joven
rico para seguir a Jesús y así entrar en el reino de Dios (19, 21-24). En la
tradición judía, los términos 'anawim/'aniyim
designaban a los pobres sociológicos, que ponían su esperanza en Dios por
no encontrar apoyo ni justicia en la sociedad. Jesús recoge este sentido e
invita a elegir la condición de pobre (opción contra el dinero y el rango
social), poniéndose en manos de Dios El término
«espíritu», en la concepción semítica, connota siempre fuerza y actividad
vital. En este texto donde va articulado y sin referencia a una mención
anterior, denota el «espíritu del hombre» (artículo posesivo). En la
antropología del AT, el hombre posee «espíritu» y «corazón» Ambos términos
designan su interioridad; el primero, en cuanto dinámica, su actividad en
acto; el segundo, en cuanto estática, los estados interiores o disposiciones
habituales que orientan su actividad (cf. 5,8). La interioridad del hombre pasa
a la actividad en cuanto inteligencia, decisión o sentimiento. Dado que lo que
Jesús propone es una opción por la pobreza, el acto que la realiza es la
decisión de la voluntad. El sentido de la bienaventuranza es, por tanto, «los
pobres por decisión», oponiéndose a
«los pobres por necesidad». Es la interpretación que Jesús mismo propone en
6,24, la opción entre dos señores, Dios y el dinero. Transponiendo el nombre
verbal «decisión» a forma conjugada, se tiene «los que deciden» o «eligen ser
pobres». Como se ve,
además del sentido bíblico del término «pobres» y de los textos paralelos de Mt
citados más arriba (6,19-24; 19,21-24), el significado de «espíritu» (acto) en
la antropología semítica, contrapuesto al de «corazón» (disposición/estado),
basta para excluir la interpretación «pobres en cuanto al espíritu». «Tienen a
Dios por rey». El griego basileia no
significa aquí «reino», sino «reinado» (cf. 3,2). «Suyo es el reinado de Dios»
quiere decir que este reinado se ejerce sobre ellos, que sólo sobre ellos
(ésos) actúa Dios como rey. La traducción requiere una fórmula que exprese el
sentido activo de basileia. Los efectos
negativos de la opción por la pobreza (necesidad, dependencia) quedan
neutralizados por la declaración de Jesús: «Dichosos». Cuando Dios reina sobre
los hombres, se produce la felicidad. Esto significa que esos pobres no van a
carecer de lo necesario ni van a tener que someterse a otros para obtener el
sustento. La pobreza a la que Jesús invita significa una renuncia a acumular y
retener bienes, a considerar algo como exclusivamente propio; estos pobres
estarán siempre dispuestos a compartir lo que tengan. Así lo explica Jesús en
los episodios de los panes (14, 13-23; 15,32-39). Esta es la
buena noticia a los pobres, el fin de su miseria, anunciado por Is 61,1 (cf.
Mt 11,5). La opción
inicial que propone Jesús realiza lo prescrito por el primer mandamiento de
Moisés. «No tendrás otros dioses frente a mí» (Dt 5,7). La idolatría que
amenazaba a Israel en sus primeros tiempos se concreta en la posesión de la
riqueza (cf. Mt 6,24). Por eso, el enunciado de esta bienaventuranza, como el
de las que siguen, es exclusivo: porque «ésos», y no otros, «tienen a Dios por
rey». Solamente los que han roto con el ídolo del dinero entran en el reino de
Dios. La opción por la pobreza es la puerta de entrada en el reino y la que
incorpora a la nueva alianza. En relación
con la proclamación de Jesús: «Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios»,
la opción propuesta por la primera bienaventuranza lleva a su perfección la metanoia o enmienda, pues quien elige
ser pobre renunciando a acaparar riquezas, y con ello al rango y al dominio,
excluye de su vida toda posibilidad de injusticia. v. 4: Dichosos los que sufren, porque ésos van a recibir el consuelo. Comienzan las
tres bienaventuranzas que mencionan una situación negativa del hombre y la
correspondiente promesa de liberación. «Los que sufren»: el verbo griego denota
un dolor profundo que no puede menos de manifestarse al exterior. No se trata
de un dolor cualquiera; el texto está inspirado en Is 61,1, donde los que
sufren forman parte de la enumeración que incluye a los cautivos y
prisioneros. En el texto profético se trata de la opresión de Israel, y el
Señor promete su consuelo para sacar a su pueblo de la aflicción, del luto y
del abatimiento. «Los que
sufren» son, por tanto, víctimas de una opresión tan dura que no pueden
contener su dolor. Como en Is 61,1, el consuelo significa el fin de la
opresión. v. 5: Dichosos los sometidos, porque ésos van a heredar la tierra. El texto de esta bienaventuranza reproduce
casi literalmente Sal 37,11. En el salmo, los praeis son los 'anawim o
pobres que por la codicia de los malvados han perdido su independencia
económica (tierra, terreno) y su libertad y tienen que vivir sometidos a los
poderosos que los han despojado. Su situación es tal que no pueden siquiera
expresar su protesta. A éstos Jesús promete no ya la posesión de un terreno
como patrimonio familiar, sino la de «la tierra» a todos en común (cf. Dt 4).
La universalidad de esa «tierra» indica la restitución de la libertad y la
independencia con una plenitud no conocida antes. v. 6: Dichosos los que tienen hambre y sed de esa
justicia, porque ésos van a ser saciados. Las dos
bienaventuranzas anteriores se condensan en ésta. «Los que tienen hambre y sed
de la justicia (= de esa justicia).» El hambre y la sed indican el anhelo
vehemente de algo indispensable para la vida. La justicia es al hombre tan
necesaria como la comida y la bebida; sin ella se encuentra en un estado de
muerte. La justicia a que se refiere la bienaventuranza es la expresada antes:
verse libres de la opresión, gozar de independencia y libertad. Jesús promete
que ese anhelo va a ser saciado, es decir, que en la sociedad humana según el
proyecto divino, «el reino de Dios», no quedará rastro de injusticia. v. 7: Dichosos los que prestan ayuda, porque ésos van a recibir ayuda. Comienzan las
bienaventuranzas que mencionan una actividad o estado positivos. «Los que
prestan ayuda»: no se trata de misericordia como sentimiento sino como obra ( =
obras de misericordia); es decir, de prestar ayuda al que lo necesita en
cualquier terreno, en primer lugar en lo corporal (cf 25, 35s) Dios derramará
su ayuda sobre los que se portan así v. 8: Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. La expresión
«los limpios de corazón» está tomada de Sal 24,4, donde «el limpio de corazón»
se encuentra en paralelo con «el de manos inocentes». «Limpio de corazón» es el
que no abriga malas intenciones contra su prójimo; «las manos inocentes»
indican la conducta irreprochable. En el salmo se explican ambas frases por «el
que no se apega a un ídolo ni jura en falso a su prójimo» (LXX). En la primera
bienaventuranza, Jesús ha identificado al ídolo con la riqueza (5,3; cf.
6,24); es el hombre codicioso el que tiene una conducta malvada. Lo que sale
del corazón y mancha al hombre se describe en Mt 16,19: los malos designios,
que desembocan en las malas acciones. La limpieza de corazón, disposición
permanente, se traduce en transparencia y sinceridad de conducta y crea una
sociedad donde reina la confianza mutua. A «los
limpios de corazón» les promete Jesús que «verán a Dios», es decir, que tendrán
una profunda y constante experiencia de Dios en su vida. Esta bienaventuranza
contrasta con el concepto de pureza según la Ley; la pureza o limpieza ante
Dios no se consigue con ritos ni observancias, sino con la buena disposición
hacia los demás y la sinceridad de conducta. La conciencia de la propia
impureza retraía de la presencia divina (cf. Is 6,5) y el corazón puro era una
aspiración del hombre (Sal 51,12). Para Jesús, el corazón puro no es sólo una
posibilidad, sino la realidad que corresponde a los suyos. En el AT, el lugar
de la presencia de Dios era el templo (Sal 24,3; 42,3.5; 43,3); su función ha
cesado de existir: Dios se manifiesta directa y personalmente al hombre. v. 9: Dichosos los que trabajan por la
paz, porque a ésos los va a llamar Dios hijos
suyos. «La paz»
tiene el sentido semítico de la prosperidad, tranquilidad, derecho y justicia;
significa, en suma, la felicidad del hombre individual y socialmente
considerado. Esta bienaventuranza condensa las dos anteriores: en una sociedad
donde todos están dispuestos a prestar ayuda y donde nadie abriga malas
intenciones contra los demás, se realiza plenamente la justicia y se alcanza la
felicidad del hombre. A los que trabajan por esta felicidad promete Jesús que
«Dios los llamará hijos suyos»; es decir, esta actividad hace al hombre
semejante a Dios por ser la misma que él ejerce con los hombres. Como cima de
las promesas se enuncia la relación filial de los individuos con Dios, que
incluye recibir la ayuda que él presta y tener la experiencia de Dios en la
propia vida. El reinado de Dios es el de un Padre que comunica vida y ama al
hijo. Cesa, pues, la relación con Dios como Soberano propia de la antigua
alianza, sustituida por la relación de confianza, intimidad y colaboración del
Padre con los hijos. v. 10: Dichosos los que viven
perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey. La última
bienaventuranza, que completa la primera, expone la situación en que viven los
que han hecho la opción contra el dinero. La sociedad basada en la ambición de
poder, gloria y riqueza (4,9) no puede tolerar la existencia y actividad de
grupos cuyo modo de vivir niega las bases de su sistema. Consecuencia
inevitable de la opción por el reinado de Dios es la persecución. Esta, sin
embargo, no representa un fracaso, sino un éxito («Dichosos») y, aunque en
medio de la dificultad, es fuente de alegría, pues el reinado de Dios se ejerce
eficazmente sobre esos hombres. El hecho de
que en la primera y última bienaventuranzas la promesa se encuentre en
presente: «porque ésos tienen a Dios por rey», y las demás en futuro: «van a
ser consolados», etc., indica que las promesas de futuro son efecto de la
opción por la pobreza y de la fidelidad a ella. Se distinguen, pues, dos
planos: el del grupo que se adhiere a Jesús y da el paso cumpliendo la opción
propuesta por él, y el efecto de esto en la humanidad. En otras palabras, la
existencia del grupo que opta radicalmente contra los valores de la sociedad
provoca una liberación progresiva de los oprimidos (vv. 4-6) y va creando una
sociedad nueva (vv. 7-9). La obra liberadora de Dios y de Jesús con la
humanidad está vinculada a la existencia del grupo humano que renuncia a la
idolatría del dinero y crea el ámbito para el reinado de Dios. Aunque Jesús
dirige su enseñanza a sus discípulos (5,2), las bienaventuranzas se encuentran
en tercera persona, son invitaciones abiertas a todo hombre. La multitud que
ha quedado al pie del monte, pero que escucha sus palabras (7, 28) puede
considerarse invitada a aceptar el programa de Jesús. La nueva alianza no está
destinada solamente a Israel, sino a la humanidad entera. Según la concepción
de Mt, el Israel mesiánico comprende a todos los pueblos, que pasan a ser hijos
de Abrahán (3, 9) Por eso la genealogía del Mesías no comenzaba con Adán, sino
con Abrahán (1,2), pues con él se inició la formación de la humanidad según el
proyecto de Dios: la integración de la humanidad en el pueblo del Mesías
(1,21), el descendiente de Abrahán, será el cumplimiento de la promesa. En las
bienaventuranzas promulga Jesús el estatuto del Israel mesiánico y constituye
el nuevo pueblo representado en este pasaje por los discípulos que suben al
monte con él. De ahí que Mt, al contrario de Mc (3,13-19), no narre la
constitución de los Doce, sino solamente su misión (10,1ss). El número Doce es
el del Israel mesiánico, fundado con las bienaventuranzas o código de la
alianza. «Los doce discípulos» (10,2) representan a todos los seguidores de
Jesús, sea cual fuera su número. vv. 11-12: Dichosos vosotros cuando os insulten, os
persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y
contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo
persiguieron a los profetas que os han precedido. Desarrolla
Jesús para sus discípulos la última bienaventuranza, la más paradójica de
todas La persecución mencionada en 5,10 se explicita en insulto, persecución y
calumnia por causa de Jesús. La sociedad ejerce sobre la comunidad una presión
que tiene diversas manifestaciones más o menos cruentas. Busca desacreditar al
grupo cristiano, presentar de él una imagen adversa, y puede llegar a la
persecución abierta. El motivo de esa hostilidad no puede ser otro que la
fidelidad a Jesús y a su programa. La reacción de los discípulos ante la
persecución ha de ser de alegría. Tendrán una gran recompensa. La locución
del original («en los cielos») designa a Dios como agente (« desde los
cielos»); él actúa como rey de los que viven perseguidos; ésa es su recompensa.
Los discípulos toman en la historia el puesto de los profetas de antaño, pero,
según este pasaje, la acción profética es la vida misma según el programa
propuesto por Jesús. La persecución no es, por tanto, motivo de depresión o
desánimo; todo lo contrario, ella demuestra que la vida de los discípulos causa
impacto en la sociedad ambiente, y éste es su éxito. Relacionando estas
palabras de Jesús con el conjunto de las bienaventuranzas, puede afirmarse que
la vida de la comunidad va produciendo la liberación prometida en los sectores
oprimidos de la sociedad y a eso se debe la persecución de que es objeto. II El contenido
de su mensaje recibirá con el tiempo diversos nombres: Sermón del monte,
bienaventuranzas, carta programática de Jesús, carta programática del Reino. Me
gusta ver este texto como el “Evangelio-dentro-del-Evangelio”. Jesús va a
hablar del Reino en muchas oportunidades, pero siempre de manera misteriosa, en
parábolas. Aquí nos regala toda una propuesta para comenzar a vivir el proyecto
del Padre, en el aquí y ahora de la historia, sabiendo que su consumación plena
será al final de los tiempos. La misma lógica del reinado de Dios, que no
encaja en la lógica del sistema imperante, no se entiende sino en la paradoja
misma: “Felices los afligidos”, “felices los desposeídos”. La lógica de Jesús
es ilógica para aquellos que no piensan y sienten desde el corazón de Dios. La
herencia de la tierra es el Reino mismo que ya viven los que todo lo esperan en
Dios, los que no acumulan, sino que comparten lo propio. En ellos ya está Dios
reinando. El programa
de Jesús nos invita también a no descansar en la búsqueda de la paz, que
proviene de la justicia, y a asumir el riesgo profético que lleva consigo el
oponer una alternativa de inclusión, solidaridad e igualdad al sistema de
opresión e injusticia. La persecución y la injuria serán elementos para
discernir si nuestras opciones son las de Jesús y el Reino u otras. Esta invitación
es a vivir la verdadera santidad a la que nos llama la liturgia del día de hoy.
Ser santos en el día a día para hacer realidad el Reino que Jesús nos mostró
con palabras y hechos.
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