DECIMOCUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "A" Primera
lectura: Zacarías 9, 9-10
EVANGELIO -Bendito
seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; 26sí,
Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien. 27Mi Padre me lo ha entregado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al
Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 28Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os
daré respiro,. 29Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy
sencillo y humilde: encontrareis vuestro respiro, 30pues mi yugo es llevadero y mi
carga ligera.
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COMENTARIOS Me da la impresión de que con
A lo largo de la historia han sido muchos los
conflictos entre los dogmas religiosos y la ciencia, y en muchos casos el
transcurso del tiempo parece que ha ido dando la razón a los científicos. Y hoy
son muchos los científicos que se confiesan ateos o agnósticos. ¿Será
incompatible la inteligencia humana y la fe en Jesús de Nazaret? ¿Es eso
lo que quiere decir el evangelio de este domingo? SABIOS Y ENTENDIDOS La oración de Jesús a que se refiere el
evangelio de hoy: «Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque,
si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a
la gente sencilla», hay que entenderla a la luz de una advertencia que hace
Dios a su pueblo por medio del profeta Isaías: «Dice el Señor: Ya que este
pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su
corazón está lejos de mí, y su culto a mí es precepto humano y rutina, yo
seguiré realizando prodigios maravillosos: fracasará la sabiduría de
sus sabios y se eclipsará la prudencia de sus prudentes» (Is 29,13-14;
véase también Mt 15,8-9). Dios se había dado a conocer a su pueblo por
medio de su actuación liberadora, al sacarlo de la esclavitud de Egipto; en el
Sinaí les dio unas normas que cumplir, que en sus primeras formulaciones
estaban siempre basadas en los acontecimientos que dieron origen al pueblo de
Israel (~x 20,2; Dt 5,6.20-25). La relación del hombre con Dios debía estar
siempre basada en esta experiencia liberadora, de tal forma que, como repiten
una y otra vez los profetas, es imposible relacionarse con Dios si no se
practica la justicia para con el prójimo (véase, p. ej., Is 1,10-18; 58,1-12). Pero, según se deduce de las palabras de
Isaías que hemos citado antes, algunos sabios y entendidos habían hecho creer
al pueblo que lo que Dios quería es que los hombres estuvieran pendientes de
él, que rezaran mucho, que frecuentaran mucho el templo. Así habían conseguido
que los mandamientos que Dios había dado a los israelitas para que, poniéndolos
en práctica, consiguieran evitar que entre ellos se pudieran reproducir
relaciones de esclavitud y opresión semejantes a las que sufrieron en Egipto,
quedaran sustituidos por preceptos humanos, y que la práctica religiosa
se redujera a pura rutina. Esos son los sabios y entendidos, que
no comprenden el mensaje de Jesús. Los que utilizan su sabiduría y su ciencia
para vaciar de contenido liberador la relación de Dios con su pueblo. RENDIDOS Y ABRUMADOS En contraposición a ellos, dice Jesús, la
gente sencilla sí que puede entender su mensaje. Ellos, rendidos y abrumados
por la injusticia de los que se aprovechan de las doctrinas de sabios y
entendidos y por la imagen que los mismos presentan de Dios -un tirano
cruel dispuesto a castigar sin piedad las equivocaciones más insignificantes o,
lo que es peor, celoso de la felicidad de sus criaturas, que se irrita por todo
lo que da un poco de alegría a la vida de los pobres-, sienten en Jesús la
presencia del Dios de Israel, amigo y liberador de esclavos, al que no le
agradan las prácticas religiosas que no estén basadas en «abrir las prisiones
injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos,
partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que
ves desnudo...» (Is 58,6-7). A Jesús se le da en el evangelio de Mateo
el nombre de «Dios con nosotros» (1,23), que ya se usa en el profeta
Isaías con un claro sentido liberador (Is 7,14); Jesús ha recibido del Padre la
misión de continuar y llevar a su culminación su obra salvadora y liberadora:
«Mi Padre me lo ha entregado todo... » Eso sólo lo entiende la gente sencilla.
Porque, además, Jesús es, él mismo, sencillo y humilde, solidario con
los pequeños y los humillados. Los sabios y entendidos, los que se creen
tales, los que usan su ciencia para cargar lardos pesados en las espaldas de
los hombres (Mt 23,4), jamás entenderán -no les interesa- el mensaje
de Jesús, jamás aceptarán el Dios cuyo ser nos da a conocer plenamente Jesús:
«Al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar». Por otro lado, el proyecto de Jesús tiene sus
exigencias; pero éstas no son un yugo insoportable que esclavice al hombre,
sino un compromiso que debe ser libremente aceptado y que, al mismo tiempo, es
liberador: «Acercaos a mi todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os
daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde:
encontraréis vuestro respiro, pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera». No es la ciencia, la inteligencia humana, lo
que es incompatible con el mensaje de Jesús; es la utilización de estas facultades
para engañar y oprimir a los sencillos lo que incapacita a los hombres para
conocer a un Dios que, además de liberador, quiere ser Padre. No
es la fe enemiga del saber; lo es de la sabiduría que se utiliza para engañar,
dominar, humillar, adormecer, infantilizar...; para explotar a los pobres. Lo
es la sabiduría que se opone no a la necedad, sino a la sencillez; porque eso
no es conocimiento, sino soberbia; no es ciencia, sino malas artes,
incompatibles con el que, en un obrero, quiso ser Dios con nosotros.
La
expresión introductoria «por aquel entonces» enlaza de algún modo esta perícopa
con la anterior. Después de la recriminación a las ciudades que no responden
aparece la respuesta favorable de la gente sencilla. Por contraste con la
invectiva anterior, en esta perícopa Jesús alaba al Padre por lo que está
sucediendo. Aparece el Padre como el Señor del universo. Jesús
bendice al Padre por una decisión: los intelectuales no van a entender esas
cosas; los sencillos, sí. «Esas cosas» puede referirse a «las obras» del Mesías
(11,2.19). La revelación de que habla Jesús respecto a los sencillos tiene un
paralelo en la que recibe Simón Pedro para reconocer en Jesús al Mesías,
después de los episodios de los panes (16,17). Se trata, pues, de comprender el
sentido de las obras de Jesús, de ver en ellas la actividad del Mesías. La
revelación del Mesías podía haberse hecho de manera deslumbradora y
autoritaria. Sin embargo, el Padre ha querido hacerla depender de la
disposición del hombre. Es la limpieza de corazón, la ausencia de todo interés
torcido, la que permite discernir en las obras que realiza Jesús la mano de
Dios. Precisamente,
la denominación «los sabios y entendidos» alude a Is 29,14. En el texto
profético, Dios recrimina al pueblo su hipocresía en la relación con él: lo
honra con los labios, pero su corazón está lejos (cf. Mt 15,8s). A eso se debe
que fracase la sabiduría de los sabios y se eclipse el entender de los
entendidos. En el trasfondo del dicho de Jesús se encuentra, por tanto, esta
realidad: los sabios y entendidos no captan el sentido de las obras de Jesús
porque su insinceridad inutiliza su ciencia, impidiéndoles aceptar las
conclusiones a las que su saber debería llevarlos. Los «sencillos» no tienen
ese obstáculo y pueden entender lo que Dios les revela. El hecho de que Dios
«oculta» ese saber no se debe a su designio, sino al obstáculo humano; se atribuye
a Dios lo que es culpa del hombre. De hecho, la realidad de Jesús está patente
a todos, viene para ser conocido de todos. El pasaje está en relación con el
aserto de Jesús en 9,13: «No he venido a llamar justos, sino pecadores.» El
«justo» es el que se cierra a la llamada por estar conforme con la situación en
que vive. No es culpa de Jesús, sino del hombre. El que se tiene por «justo»,
sin reconocer su necesidad de salvación, se cierra a la llamada de Jesús. Lo
mismo el «sabio y entendido», cuyo corazón está lejos de Dios, está cerrado a
la revelación del Padre (25s). v.
27: Mi Padre me lo ha entregado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al
Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. La
frase de Jesús «mi Padre me lo ha entregado todo» está en relación con la
designación «Dios entre nosotros»: Jesús es la presencia de Dios en la tierra.
También con la escena del bautismo, donde el Espíritu baja sobre Jesús y el
Padre lo declara Hijo suyo. La posesión de la autoridad divina fue afirmada por
Jesús en el episodio del paralítico (9,6). La relación íntima entre Jesús y el
Padre la establece la comunidad de Espíritu. Por eso nadie puede conocer al
Padre, sino aquel a quien el Hijo comunique el Espíritu, que establecerá una relación
con el Padre semejante a la suya. Es decir, el conocimiento de Dios de que se
glorían los sabios y entendidos, que se adquiriría a través del estudio de De ahí que invite a todos los que
están cansados y agobiados por la enseñanza de esos sabios y entendidos. El se
presenta como maestro, pero no como los letrados, dominando al discípulo; él no
es violento, sino humilde, en contraposición al orgullo de los maestros de
Israel. Su enseñanza es el descanso, después de la fatiga del pasado (11,28s). Jesús
invita a aceptar su yugo, imagen de las exigencias que se derivan de su
mensaje; su yugo es llevadero, no como el de
Para
Zacarías, el nuevo gobernante debía distinguirse por la humildad, la justicia y
pacífico. La humildad entendida como la capacidad para andar en la verdad y no
como sumisión y conformismo. La justicia como pilar de una organización social
en la que se le da a cada persona de acuerdo con sus necesidades y no según sus
ambiciones. El pacifismo como la actitud básica para solucionar los inevitables
conflictos que se presentan en toda organización humana. Tres cualidades que
configuran una nueva forma de ejercer el poder. Sin embargo, Israel se estrello
con la ambición de algunos grupos minoritarios y poderosos que impusieron una
teocracia centralista, prepotente y uniformadora. Fueron suprimidas de manera
sistemática, todas las disidencia posibles y se le negó así al pueblo de Dios
la posibilidad de intentar una utopía universalista, solidaria y
transformadora. Se centró todo el poder en unas pocas familias que controlaban
el Templo, el gobierno y la tierra. Así, ‘los pobres de Yahvé no tuvieron la
posibilidad de darle vida a su proyecto por falta de posibilidades económicas,
de apertura política y de libertad religiosa. El evangelio
de Mateo nos presenta a Jesús con las características mesiánicas de la profecía
de Zacarías: una persona pacífica y humilde, dispuesta a hacer realidad la
utopía de Dios. Por esta razón, Jesús no se identifica con los ideales acerca
del Mesías, vigentes en su época. No hay el más mínimo asomo del militar
aguerrido e irresistible que con un formidable despliegue eliminaría las
pretensiones del imperio romano, ni con el sacerdote excelso que con sus extraordinarias
dotes santificadoras transformaría el santuario de Jerusalén, ni con el
gobernante extraordinario que congregaría al pueblo de Israel disperso por el
mundo. Jesús no comparte estos proyectos, como tampoco las extravagantes
aspiraciones de los nacionalistas furibundos que veían en el imperio romano un
peligro que no eran capaces de descubrir al interior de ellos mismos: la
violencia incontenible. Los ideales
de Jesús estaban más cerca de las grandes tradiciones proféticas que aspiraban
a que el pueblo de Dios fuera capaz de organizarse como modelo alternativo de
sociedad. Por esta razón, los valores como el pacifismo y la humildad eran tan
urgentes y necesarios. El pacifismo obliga a asumir actitudes dinámicas de
transformación social pero, al mismo tiempo, no se rinde a la imparable lógica
de la violencia. La humildad, por su parte, exige reconocer en cada momento los
propios límites de la existencia y las barreras intrínsecas de la historia.
Humildad y pacifismo hacen de un proyecto tan grandioso e imponente como el
reino de Dios, algo al alcance de los pobres y excluidos. Jesús, sin
embargo, sabía perfectamente que no bastaba con que el ‘rey’ o líder poseyera
atributos excepcionales para que la situación cambiara. Para él, era necesario
que una comunidad de hermanos y hermanas se comprometiera a vivir la
alternativa, a demostrarle al mundo que eran posibles otras maneras de
organización, que la lógica aparentemente inextinguible de la violencia podía
ser controlada. Por esto, Jesús insiste en la necesidad de asumir el ‘suave
yugo’ de la vida comunitaria y la ‘ligera carga’ de las opciones evangélicas.
Pero, atención, esto no es para todo el mundo. Es necesario madurar la fe y
crecer como personas antes de meterse en este proyecto. Porque para quien no ha
crecido en la dinámica de la comunidad, sino que ve todo desde ‘afuera’, desde
los valores sociales vigentes, los ideales de Jesús son una carga abominable y
el ideal de la cruz una ideología insufrible. No podemos pedirle a cualquiera
que asuma la inmensa responsabilidad del pacifismo si toda su vida ha creído
que la ‘ley del revolver’ es un destino inexorable’. No podemos pedirle
mansedumbre a una persona a la que siempre le han enseñado que el control de
los demás, las ambiciones de ascenso social y el arribismo son las herramientas
para ‘progresar’ en la vida. Jesús quiere
una comunidad donde los lazos de solidaridad, afecto y respeto hagan de un
grupo humano una gran familia consagrada a la realización del reino. Una
comunidad donde los sencillos, los pequeños, hallen un lugar de importancia y
sean los gestores de una nueva manera de organizar las relaciones interhumanas.
Porque, como dice Pablo, sólo el ser humano espiritual, o sea, el ser humano
que se ha abierto a la acción del Espíritu de Dios, es capaz de vivir la vida a
plenitud, es decir, en gozosa aceptación y armonía con la humanidad.
Para la
revisión de vida Dice Jesús: "vengan a mí todos
los que están cansados y agobiados, y yo les aliviaré". ¿Cuáles son mis
cansancios? ¿Qué los causa: el trabajo por el Reino o mis intereses personales,
mis egoísmos? ¿Dónde y cómo busco alivio a mi cansancio? Cuál es mi valoración de la
sabiduría de los pequeños, los sencillos... los obreros, los campesinos, los
indígenas...? ¿Creo que el pueblo, la clase popular, tiene su sabiduría y su
capacidad, o que siempre necesitará de la clase «superior» para gobernar la
sociedad, la política, la cultura...? Para la
reunión de grupo “Te alabo,
Padre, porque has revelado estas cosas a la gente sencilla...” La frase podría
entenderse como la afirmación de que Dios ha hecho “revelaciones especiales” a
los pobres y sencillos... Pero, ¿cuáles son “estas cosas” a las que se refiere
Jesús? Orientación
de la respuesta: El contenido de esa “revelación” no son afirmaciones
doctrinales, “verdades reveladas”... sino “las cosas del Reino”. El Padre ha
revelado “las cosas del Reino” a la gente sencilla, a los pobres... Jesús no
está hablando quizá de ningún “milagro”, de ninguna “revelación positiva”, sino
de un hecho fácilmente comprobable: dada la naturaleza del Reino de Dios, sólo
lo ven con claridad (sólo entienden ‘estas cosas’) los sencillos, los que
tienen corazón de pobre, los que no dejan que el egoísmo les sofoque la
transparencia de su mirada... “Porque has
revelado estas cosas...”. La palabra de Jesús puede ser ocasión para revisar el
concepto de «revelación». El concepto de revelación dominante en muchos
sectores del pueblo cristiano, todavía es, normalmente, un concepto de
revelación cuasi-mágica: una revelación que viene de fuera, de lo alto,
extrínseca, como una especie de milagro sobre natural, cuyo contenido viene
como un paquete ya hecho y preparado, ajeno a toda participación o implicación
de los sujetos que “reciben” esa revelación. Este concepto está superado y hay
qua abandonarlo. ¿Cuál sería el concepto renovado de revelación? Sugerimos un
libro de lectura: Andrés TORRES QUEIRUGA, La revelación de Dios en la
realización del hombre, Ediciones Cristiandad, Madrid 1987, y Repensar la
Revelación, Trotta Madrid 2008. Para la
oración de los fieles Por la Iglesia, para que sume su esfuerzo al
de tantos hombres y mujeres de buena voluntad que luchan por conseguir la
esperanza, la alegría, la paz y el gozo de quienes se saben en manos de Dios
padre. Oremos. Por todos los
que viven su fe como una obligación que cumplir, para que se encuentren con el
Jesús vivo que libera de toda atadura y agobio, incluso de los de la ley.
Oremos. Por todo son
los que no tienen paz en sus vidas, en sus relaciones con los demás, en su
relación con Dios; para que encuentren la paz que Jesús trae para todos.
Oremos. Por todos los
gobernantes, para que sus palabras y promesas de servicio a la comunidad y al
bien común se traduzcan en hechos reales. Oremos. Por los
pobres, los sencillos, los pequeños... para que tengan parte esencial en la
construcción del nuevo mundo, justo y fraterno, que todos anhelamos. Oremos. Por todos
nosotros, para que encontremos en Jesús la paz y la alegría que él nos trae de
parte del Padre, y que nos libera de nuestras fatigas. Oremos. Oración
comunitaria Te bendecimos, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido grandes cosas a los ‘sabios y prudentes’, y se las has revelado a los sencillos. Te pedimos que también a nosotros nos des un corazón de pobre, un amor a la Causa de los pobres, y el desprendimiento necesario para no dejarnos atar por los intereses egoístas, de forma que siempre sepamos captar el sentido de “estas cosas” que revelas a los sencillos.
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