VIGESIMOSEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "A" Primera
lectura: Jeremías 20, 7-9 EVANGELIO 22Entonces Pedro lo tomó
aparte y empezó a increparlo: -¡Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará
a ti eso! 23Jesús se volvió y dijo
a Pedro: -¡Vete! ¡Ponte detrás de mí,
Satanás! Eres un tropiezo para mí, porque tu idea no es la de Dios, sino la de
los hombres. 24Entonces dijo a los
discípulos: -El que quiera venirse conmigo,
que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga. 25Porque
si uno quiere poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su
vida por causa mía, la pondrá al seguro. 26Y luego, ¿de qué le sirve
a un hombre ganar el mundo entero a precio de su vida? ¿Y qué podrá dar para
recobrarla? 27Además, el Hijo del hombre va a venir entre sus ángeles
con la gloria de su Padre, y entonces retribuirá a cada uno según su conducta.
|
|
COMENTARIOS I Nuestra espiritualidad cristiana está basada,
en muchos casos, sobre malas interpretaciones de las palabras de Jesús. Y así
nos luce el pelo a los católicos. El alejamiento de
No es literatura; ni
romanticismo barato. Por el evangelio hay que estar dispuestos a jugarse la
vida. Después de haber celebrado casi dos mil veces el Viernes Santo, no
debería ser necesario decirlo. No basta con recordar la vida, pasión y muerte
de Jesús; hay que cargar con la cruz y seguirlo. Después de la confesión de Pedro, Jesús se
pone a explicar a sus discípulos cuáles son las consecuencias prácticas que va
a tener el que él sea un mesías muy distinto a lo que se decía en las
enseñanzas oficiales: «Desde entonces empezó Jesús a manifestar a sus
discípulos que tenía que ir a Jerusalén, padecer mucho a manos de los
senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer
día». Jesús no anuncia un fracaso ni un éxito
pasajero: el final que Jesús anuncia es la vida definitiva, la victoria sobre
la muerte; eso estaba ya incluido en la afirmación de Pedro: «Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo». Pero ante la dureza del camino, Pedro pierde de
vista la meta; y si su intervención anterior fue absolutamente positiva, ahora
pierde los papeles y muestra el otro lado, la cruz... de la moneda. El no puede
consentir que Jesús acabe de esa manera: en conflicto con los máximos
dirigentes del pueblo, los miembros del Gran Consejo, la aristocracia
económica (senadores), la jerarquía religiosa (sumos sacerdotes) y la crema de
la intelectualidad (letrados)...; detenido, juzgado, ejecutado... Pero ¿habría
perdido Jesús la cabeza? Y lo coge aparte, se separa del resto de la comunidad
y... ¡ menuda regañina! « ¡Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará a ti eso!» La dureza de la reacción de Jesús muestra
hasta qué punto había sido profunda la metedura de pata de Pedro: «¡Vete!
¡Quítate de enmedio, Satanás! Eres un tropiezo para mí, porque tu idea no es
la de Dios, sino la humana». Exactamente lo contrario de lo que le acababa de
decir (véase comentario del domingo pasado). La pretensión de Pedro equivale a
las tentaciones del desierto: él, aunque lo hace para evitar su muerte, intenta
desviar a Jesús de su camino (Mt 4,1-11); por eso Jesús lo rechaza con las
mismas palabras con que despidió al diablo en aquella ocasión. La muerte de Jesús es inevitable. Y no porque
Dios lo haya dispuesto así (véase el comentario al evangelio del Domingo de
Ramos), sino como consecuencia del choque que se produce entre la fidelidad de
Jesús a su compromiso de servicio y de amor, y la obcecación de los
dirigentes. Y Pedro, al oponerse, está intentando quebrar la fidelidad de
Jesús. Muy al contrario, lo que él debe hacer es seguir las huellas de su
maestro.
A continuación, Jesús se dirige a los
discípulos y les dice que «el que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí
mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga». No dice Jesús nada nuevo: se limita a
recordar lo que ya había dicho en las bienaventuranzas (Mt 5,1-12). Renegar de si mismo significa colocar en un
segundo plano los propios intereses, renunciar al éxito y al triunfo, tal y
como se entienden en nuestro mundo; renunciar, naturalmente, al deseo de
hacerse rico: es la primera bienaventuranza. Cargar con la cruz equivale a la última, en
la que Jesús promete la felicidad a quienes son perseguidos por su fidelidad:
Jesús no está, por tanto, predicando la resignación ante los sufrimientos
que nos pueda traer el vivir cotidiano. La cruz que hay que coger es la misma
que llevó Jesús. El no se calló ante la injusticia, no se resignó ante el dolor
humano. No. Y por eso lo mataron: por lo que habló, por su lucha constante en
favor de la felicidad de los pobres, los enfermos, los marginados, los
desgraciados... y de todos los que quisieran aceptar su servicio. Esa fue su
cruz; y ésa es la cruz que está esperando a sus seguidores. Ni
Jesús buscó el sufrimiento ni quiere que lo busquemos nosotros; pero lo que él
no hizo, y no quiere que nosotros lo hagamos, es huir asustados cuando nuestra
actividad en favor del evangelio se vea atacada por letrados, sumos sacerdotes
o senadores. Jesús no nos invita a sufrir, sino a amar. Que mantengamos la
fidelidad en el amor es lo que nos pide, aunque nos pueda acarrear la
persecución de quienes viven mejor -eso creen ellos, y así es si vivir mejor es
tener más privilegios- en un mundo injusto e insolidario que en un mundo de
hermanos.
Jesús, ya lo veíamos, anuncia su
resurrección. Y lo mismo que nos invita a acompañarlo en el camino, que puede
pasar por la persecución y muerte también en nuestro caso, nos promete que
estaremos asociados a él también en el triunfo: «Porque si uno quiere poner a
salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la
pondrá al seguro». No es un trabalenguas, ni una adivinanza: es un compromiso.
El que esté dispuesto a jugarse la vida, sabe que acabará ganando. Jesús
recorrerá con él el camino que ya recorrió una vez, y al final «el Hombre va a
venir entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces retribuirá a cada
uno según su conducta». Pero, además de tener asegurada la vida para
siempre, Jesús da una razón más. No vale la pena gastar la vida en conseguir
el mundo: « ¿De qué sirve a un hombre ganar el mundo entero a precio de su
vida? » La vida vale mucho más que todas las riquezas del mundo. «Renegar a sí
mismo», «elegir ser pobre» no es renunciar a la vida, es aprovecharla mucho
mejor, es dedicarla al amor, es gastarla en la conquista de la felicidad, la
más profunda, la más extensa, la que nace de la experiencia del amor
compartido. La
cara de la moneda puede estar no sólo después de la cruz, sino también antes;
ése es el sentido de la promesa de las bienaventuranzas: «Seréis dichosos».
¿Vale la pena gastar la vida en otra cosa?
El Gran Consejo, representante de todas las
clases dirigentes, poder del dinero, líderes religiosos e intelectuales, va a
pasar a la acción contra Jesús. El destino de éste está señalado por la muerte;
ésta va a ser la última palabra de los dirigentes, su intento de destruir al
Hombre, y la pronunciarán en nombre de Dios, de «su» dios. Pero Dios mismo la
desautorizará resucitando a Jesús, dándole de este modo la razón a él, no a
«sus representantes». Con la resurrección, Dios va a refrendar la palabra y la
actividad de Jesús, poniéndose en contra de quienes lo han condenado. El verbo «tenía que» (gr. dei) indica una
necesidad que entra dentro del designio divino. Este consiste en que Jesús
salve a su pueblo (1,21) aun a costa de su vida misma. No es que Dios quiera y
haya decidido la muerte de Jesús, sino que ésta es inevitable dada la oposición
de los dirigentes al mesianismo que él encarna. Jesús Mesías, cuya misión
consiste en liberar de la opresión religioso-política (éxodo) ejercida sobre
Israel por las instituciones y sus representantes, tiene necesariamente que
sufrir la oposición implacable de esas autoridades, que lo condenarán a muerte. «Al tercer día» era fórmula consagrada para
indicar un breve espacio de tiempo. Puede hacer alusión también a la teofama y
a Os 6,2: «al tercer día nos resucitará». Jesús lo rechaza con el mismo Imperativo con
que rechazó a Satanás: «¡Vete!»; la segunda parte: «¡Quítate de en medio!», se
refiere a Pedro como obstáculo que impide su camino. Explica Jesús por qué Pedro es obstáculo: «tu
idea no es la de Dios, sino la de los hombres». «Tu idea», gr. phroneis, «piensas,
tienes un modo de pensar». «La idea de Dios» es la expresada por la voz del
cielo en el bautismo de Jesús, donde el Mesías aparece como el Hijo de Dios
cuyo propósito de cumplir su misión hasta Ja muerte es aceptado por el Padre y
que asume así los rasgos del siervo de Dios (cf. 3,17); son los elementos que
constituyen «los secretos del reinado de Dios» (13,11). «Los hombres» son los mencionados en 16,13,
los que no descubren el mesianismo de Jesús. Pedro ha comprendido el mesianismo,
como lo ha mostrado en su brillante profesión de fe (16,16), pero no acepta sus
consecuencias. La fe que profesa queda en el intelecto, no se hace praxis. Su caso
es más grave que si no hubiera entendido (cf. 7,21.26) Encarnando «al diablo»
(4 3 6) reconoce que Jesús es el Hijo de Dios pero pretende encauzar su
mesianismo hacia el poder y el triunfo La oposición de Pedro continuara así lo
indica el paralelo entre «empezó Jesús a manifestar» (21) y «empezó (Pedro) a
increparlo» (22). La oposición culminara en las negaciones (26 29 75)
La
experiencia del exilio marcó la vida del pueblo de Israel. Fue un momento muy
doloroso que le exigió replantear su fe en el Dios de la Alianza. En este marco
histórico se ubica el Profeta Jeremías. Este pasaje
pone de relieve el clamor del profeta porque Dios le ha seducido y le ha
forzado, ha sido objeto de burla de todos y la palabra ha sido motivo de dolor
y desprecio. Por eso el profeta ha querido desentenderse de la misión pero la
Palabra ha sido más fuerte y, prácticamente, lo ha vencido. La mayoría de
los profetas bíblicos han sufrido experiencias similares a las de Jeremías. Son
rechazados por sus propios hermanos y por las autoridades correspondientes.
Muchos de ellos tuvieron que sufrir la muerte o el destierro. Pero pudo más la
fidelidad a Dios y a su Pueblo que su propia seguridad y bienestar. La Palabra
de Dios actúa en el profeta como un fuego abrasador que no lo deja tranquilo y
lo mantiene siempre alerta en el cumplimiento de su misión. La segunda
lectura de la carta de Pablo a los cristianos de Roma utiliza un lenguaje
imperativo. Estos versículos sirven de enlace entre la parte anterior de orden
más indicativo. El lenguaje es exhortativo. Les habla no sólo como hermano en
la fe sino con la autoridad del Apóstol. Les invita a hacer de su cuerpo una
ofrenda permanente a Dios. El verdadero culto no es el que se reduce a ritos
externos sino el que procede de una vida recta y diáfana. El cuerpo, vehículo
de la vida interior, debe ser un canto de alabanza y gratitud a Dios. En esto
consiste la conversión para Pablo: en una vida totalmente transformada por el
Espíritu de Dios, en el cambio de mentalidad, de valores, de horizonte. Sólo
así se podrán tener los criterios de discernimiento para buscar, encontrar y
realizar la voluntad de Dios. En el
evangelio nos encontramos con un bello esquema catequético «sobre el
discipulado como seguimiento de Jesús hasta la cruz». Jesús pone de manifiesto
a sus discípulos que el camino de la resurrección está estrechamente vinculado
a la experiencia dolorosa de la cruz. El
núcleo principal es el primer anuncio de la pasión. Pero aun los discípulos,
simbolizados en la persona de Pedro, no han comprendido esta realidad. Ellos
están convencidos del mesianismo glorioso de Jesús que se enmarca dentro de las
expectativas mesiánicas del momento. Jesús rechaza enfáticamente esta
propuesta, pues la voluntad del Padre no coincide con la expectativa de Pedro y
los discípulos. Por eso Pedro aparece como instrumento de Satanás delante de
Jesús para obstaculizar su misión. El maestro
invita al discípulo a continuar su camino detrás de él porque aún no ha
alcanzado la madurez del discípulo. Luego Jesús se dirige a todos los
discípulos para señalarles que el camino del seguimiento por parte del
discípulo también comporta la cruz. No hay verdadero discipulado si no se asume
el mismo camino del Maestro. El anuncio del evangelio trae consigo persecución
y sufrimiento. Tomar la cruz significa participar en la muerte y resurrección
de Jesús. La pérdida de la vida por la Causa de Jesús habilita al discípulo
para alcanzarla en plenitud junto a Dios. En el
Bautismo hemos sido consagrados sacerdotes profetas y reyes. Por lo tanto la
dimensión profética de nuestra fe es intrínseca a la consagración bautismal.
Hoy no podemos prescindir del profetismo en el seguimiento de Jesús. Y sabemos
que las consecuencias del profetismo, vinculado estrechamente a la misión
evangelizadora, son la oposición, la persecución, el rechazo y el martirio.
Muchos hombres y mujeres en distintas partes del mundo se han jugado la vida
por la fe y la defensa de los valores evangélicos. Si se quiere seguir a Jesús
en fidelidad tendremos que enfrentar muchas contradicciones, caminar a
contravía de lo que propone el orden establecido, la cultura imperante y la
globalización del mercado -que no es otra cosa que la globalización de la
exclusión-. Quisiéramos
vivir un cristianismo cómodo, sin sobresaltos, sin conflictos. Pero Jesús es
claro es su invitación: hay que tomar la cruz, hay que arriesgar la vida, hay
que perder los privilegios y seguridades que nos ofrece la sociedad si queremos
ser fieles al evangelio. ¿Cómo vivimos en la familia y en la comunidad
cristiana la dimensión profética de nuestro bautismo? ¿Estamos dispuestos/as a
correr los riesgos que implica el seguimiento de Jesús? ¿Conocemos personas que
han vivido la experiencia del martirio por el evangelio? ¿Ya no es tiempo para
mártires, o lo es para mártires de otra manera?
Para la
revisión de vida El papel que representó Pedro,
tratando de disuadir a Jesús de seguir su camino por temor a la cruz que se
venía encima, lo juegan en nuestra vida otras personas, o a veces nosotros
mismos… ¿Quién lo juega en nuestra vida personal? Y la decisión que tomó Jesús, que
fue la de desestimar las palabras de Pedro y seguir con firmeza el propio
camino, nos toca a nosotros tomarla. ¿En qué situaciones, o respecto a qué
desafíos hemos de tomar con firmeza la decisión de Jesús? Para la
reunión de grupo En la primera
lectura Jeremías se desahoga ante Dios; él denuncia lo que siente en su corazón
que Dios le pide denunciar, y eso hace que sus coetáneos estén hartos de él y
lo acechen. Jeremías está cansado de esa situación; siente la añoranza de ser
una persona “normal” y llevar una vida “privada” y dejarse de las
complicaciones del ministerio profético. Pregunta: ¿todo esto es una situación
propia de Jeremías, o es la situación propia y normal de todo profeta? ¿Por
qué? Literariamente,
los «anuncios de la pasión» –uno de los cuales leemos hoy- son “postpascuales”,
elaborados después de la resurrección. En la vida real de Jesús no hizo falta
ninguna capacidad profética o intuitiva para «anunciar» lo que se venía encima,
que era evidente… El significado de estos anuncios postpascuales no es resaltar
la profecía de Jesús, sino su coraje para afrontar su camino sin miedo a los
malos presagios. Comentar esta diversidad de acento en la interpretación de los
textos. «El que
quiera salvar su vida la perderá…». Es la famosa «paradoja» evangélica.
«Paradoja» es una figura literaria construida por una oposición o contradicción
aparente, que en la realidad no es tal contradicción. Desprenderse de sí mismo,
amar, «perder la vida» (en un sentido) es la forma «ganarla»… Comentar. Para la
oración de los fieles Para que guíe
a la Iglesia en su misión de anunciar la Buena Noticia a todos los pueblos.
Oremos. Para que
sostenga a las comunidades y a las personas perseguidas por su defensa de los
derechos de los pobres y los excluidos. Oremos. Para que dé
ilusión a los abatidos, esperanza a los que han experimentado el fracaso y
ánimo a los defraudados de la vida. Oremos. Para que los
gobernantes busquen el bien de los pueblos, la justicia y la paz universales
por encima de sus intereses partidistas. Oremos. Para que
nuestra esperanza en la resurrección sea siempre más fuerte que nuestro miedo a
la muerte. Oremos. Para que
tengamos siempre presente que sólo «gana la vida» quien «la gasta» en el
servicio al prójimo. Oremos. Para que las
religiones del mundo reflexionen sobre el significado de la existencia de las
demás religiones, y todas se preparen a un acercamiento y mutua colaboración
para construir y salvaguardar la paz del mundo. Oremos Oración
comunitaria Oh Dios, Amor eterno, que has
engendrado a todos los seres y los envuelves en tu ternura materna. Acrecienta
en nosotros una actitud de confianza radical en la bondad de la Vida y de la
Existencia, para que seamos también creadores de Vida por Amor. Que vives y
reinas, y amas y llamas al Amor, por los siglos de los siglos. Dios, Padre nuestro, llena nuestros corazones de amor a tu voluntad y de una confianza plena en Ti, para que así seamos valientes testigos de la Buena Noticia del Reino en el mundo, como discípulos de tu Hijo no sólo de palabra sino con las obras. Por Jesucristo.
|