VIGESIMOCUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "A" Primera
lectura: Eclesiástico 27, 30- 28,7 EVANGELIO -Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo,
¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces? 22Jesús le contestó: -Siete veces, no; setenta veces siete. 23Por esto el reinado de Dios se
parece a un rey que quiso saldar cuentas con sus empleados. 24Para
empezar, le presentaron a uno que le debía muchos millones. 25Como
no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, con su mujer, sus
hijos y todas sus posesiones, y que pagara con eso. 26E1 empleado se echó a sus pies
suplicándole: -Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré
todo. 27El señor, conmovido, dejó
marcharse a aquel empleado, perdonándole la deuda. 28Pero, al salir, el empleado
encontró a un compañero suyo que le debía algún dinero, lo agarró por el cuello
y le decía apretando: -Págame lo que me debes. 29El compañero se echó a sus pies
suplicándole: -Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré. 30Pero él no quiso, sino que fue y
lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31Al ver aquello sus compañeros,
quedaron consternados y fueron a contarle a su señor lo sucedido. 32Entonces
el señor llamó al empleado y le dijo: -¡Miserable! Cuando me suplicaste te perdoné
toda aquella deuda. 33¿No era tu deber tener también compasión de
tu compañero como yo la tuve de ti? 34Y su señor, indignado, lo
entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda. 35Pues lo mismo os tratará mi
Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano.
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COMENTARIOS Sin venir a qué, un buen día, Lamec llamó a
sus dos mujeres, Ada y Sila, y les dijo: por un cardenal mataré a un hombre, a un
joven por una cicatriz; si Caín se vengó por siete, Lamec se vengará
por setenta y siete".
Difícil,
¿verdad? Es difícil perdonar cuando se ha sufrido injustamente; cuesta perdonar
cuando todavía no están cerradas las cicatrices; tampoco nos anima a perdonar
el mundo en el que vivimos, en el que habitualmente se identifica perdón con
debilidad... Pero es
necesario perdonar para que cese el sufrimiento, para que cierren las heridas,
para reivindicar el valor de lo débil, para poder entrar en el camino de la
felicidad.
Nos han asustado muchas veces
amenazándonos con Dios: «No hagas eso, ¡que Dios te va a castigar! »
Dios ha sido muchas veces el coco de los niños grandes; con él los más grandes
han dominado a quienes a ellos les interesaba mantener sometidos: si Dios
estaba de su parte y, además, tenía un genio terrible, mejor era no irritar a
los señores para que no se irritara el Señor. Por eso la imagen de un Dios
dispuesto a torturar eternamente al que cometiera el error más insignificante
se ha mantenido vigente durante siglos a pesar de que el mensaje de Jesús
resultaba incompleto con esa imagen. Si el domingo pasado
reflexionábamos sobre la liberación de
Porque una de las novedades más
radicales del mensaje de Jesús es ésta: Dios es un Padre bueno que quiere,
sobre todo, la felicidad de sus hijos y ante el cual no tiene cabida el miedo,
no tiene sentido «el temor de Dios»: «En el amor no existe temor; al contrario,
el amor acabado echa fuera el temor, porque el temor anticipa el castigo; en
consecuencia, quien siente temor aún no está realizado en el amor», dice San
Juan en su primera carta (1 Jn 4,18). Jesús quiso cambiar el modelo de
relación del hombre con Dios, sustituyendo la relación Señor-siervo por la de
Padre-hijo: se teme a un amo; a un padre se le quiere. Y si no hemos entendido
esto, no hemos entendido absolutamente nada del mensaje de Jesús. Pero para que la relación
Padre-hijo sea auténtica y sincera es necesario que sea también sincera la
relación entre hermanos. Dios está dispuesto a perdonar «miles de millones»;
pero lo que él no va a hacer es imponer a nadie la aceptación de su amor, que
va siempre incluido en su perdón.
El evangelio de este domingo
cuenta la parábola en la que Jesús habla de un señor que perdonó una enorme
cantidad de dinero a uno de sus empleados; éste, cuando salía de hablar con su
señor, se encontró con un compañero que le debía una cantidad insignificante; y
como no pudo pagársela hizo que lo detuvieran y lo metieran en la cárcel.
Cuando el señor se enteró de lo que su empleado había hecho, lo mandó llamar,
le echó en cara su comportamiento y «lo entregó a los verdugos hasta que pagara
toda su deuda». Y Jesús añade: «Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si
no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano». El sentido de la parábola, con
la que Jesús completa su respuesta a Pedro, es claro: Dios perdona sin medida;
y sólo nos exige a cambio de su perdón que no tengamos medida en el perdón a
los hermanos. Siete, en la manera de hablar de
los judíos, significaba totalidad. La pregunta de Pedro: «Señor, y si mi
hermano me sigue ofendiendo, ¿ cuántas veces lo tendré que perdonar? ¿ Siete
veces?», ya tenía un valor prácticamente universal; la respuesta de Jesús:
«Siete veces, no; setenta y siete» -o setenta veces siete, que para el caso es
lo mismo, lo que quiere decir es que no hay que llevar la cuenta de las veces
que se perdona al hermano, sino que hay que perdonar siempre. Y que ésta -estar dispuesto a
perdonar siempre que haga falta es una condición necesaria para que Dios
perdone a quien le haya ofendido a él. Como todo lo que dice el
evangelio, esta exigencia de perdón se puede entender de dos maneras. Si no hemos entendido el mensaje
del evangelio, si aún pensamos en Dios como en un señor que se dedica a imponer
caprichosamente a sus súbditos leyes que hay que cumplir sin discusión alguna,
entonces soportaremos la exigencia de perdonar, y si conseguimos hacerlo
alguna vez, lo haremos por temor o por egoísmo. Si aún seguimos encadenados a
la mentalidad de este mundo, el perdonar nos parecerá una derrota, un signo de
debilidad, una falta de valentía. Pero si hemos llegado a
comprender que lo que Dios pretende es que eliminemos de nuestro mundo todo lo
que impide a los hombres alcanzar la felicidad, entonces, cuando llegue la
ocasión, podremos experimentar la alegría de perdonar, estaremos en camino de
encontrar, sin buscarla expresamente, la felicidad que nace de la práctica del
amor -y el perdón es una muestra de amor-. Así se entiende que en el evangelio
(en el que leimos el domingo pasado, que forma parte de este mismo párrafo) se
diga que es el ofendido el que tiene que tomar la iniciativa y buscar al
culpable para intentar hacer las paces: el que no ha roto el amor es el que
debe intentar recomponerlo. La
pregunta del sabio autor del libro del Eclesiástico (28,3): « ¿Cómo puede un
hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?», nosotros, a la luz
del mensaje evangélico, la podríamos formular de esta manera: «¿Cómo puede un
hombre guardar rencor a otro y pretender ser verdaderamente feliz? »
Tanto en los tiempos
de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el
odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace
presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos
daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, será la
fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente
individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver
los grandes problemas de El libro de
Ben Sira, compuesto alrededor del siglo segundo antes de la era cristiana,
proporciona una serie de orientaciones éticas y morales para garantizar la
madurez de la persona y la convivencia social. Estamos ante una obra de
profundo contenido teológico. El autor, Ben Sira, señala al pecador como
poseedor de la ira y el furor que conduce a la venganza. Y esta venganza se
volverá contra el vengativo. Por eso el único camino que queda es el camino del
perdón. También aquí aparece la reciprocidad entre perdonar y obtener perdón.
No se puede aspirar al perdón por los pecados cometidos si no se está dispuesto
a perdonar a los otros. Tener la mirada fija en los mandamientos de la alianza
garantiza la comprensión y la tolerancia en la vida comunitaria. Como vemos, ya
desde el siglo II A.C. se plantea este tema de profundo sabor evangélico. El núcleo del
pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y
muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el
creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del
resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida
práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el
Señor son dos cosas que está íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden
separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su
prójimo. En el
evangelio, otra vez Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas
candentes en el ambiente judío en que crece la comunidad cristiana. Pero la
actitud de Pedro es la del discípulo que quiere claridad sobre la propuesta del
maestro. No es la actitud arrogante de los Fariseos y Letrados que quieren
poner a prueba a Jesús y encontrar un error garrafal que ofenda la ortodoxia
judía para tener de qué acusarlo. Pedro
pregunta por el límite del perdón. Pero para Jesús, el perdón no tiene límites,
siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Para explicar esta
realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del Rey centra el tema de la
parábola: ¿no debías haber perdonado como yo te he perdonado? La comunidad
de Mateo debe resolver ese problema porque está afectando su vida. El perdón es
un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Pero exige
abrir el corazón a la conversión, es decir, a obrar con los demás según los
criterios de Dios y no los del sistema vigente. Como diría el juglar de la
fraternidad, Francisco de Asís, “porque es perdonando como soy perdonado”. En la
catequesis tradicional de En muchos
países de América Latina, luego de las dictaduras militares de los setenta y
ochenta, se dictaron leyes de amnistías, perdón y olvido, «obediencia debida»,
o «punto final». Los golpistas y sus colaboradores, responsables por decenas de
miles de muertos y desaparecidos en cada uno de nuestros países, se
autoperdonaron, burlándose de la justicia y de la verdad. Pero sin Verdad y
Justicia, las heridas causadas por la represión en muchos hogares y comunidades
no han cerrado aún. A pesar de todas las leyes encubridoras, la presión, el
silencio, el ocultamiento de pruebas... En ese
sentido, nuestras comunidades cristianas deben ser espacios propicios y activos
a favor de una verdadera reconciliación basada en
Para la
revisión de vida “Ante Dios todos somos deudores
insolventes”, dice el comentario bíblico. Es cierto: probablemente, todos
tenemos mucho de que ser perdonados… ¿Rezo yo, con humildad, aquello de
“perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” Para la
reunión de grupo “Ante Dios
todos somos deudores insolventes”, dice el comentario bíblico... En algún
sentido es cierto, lógicamente. Pero también expresa toda una imagen de Dios –y
del ser humano- ante Quien nadie es santo, nadie es digno, todo es pecado… La
teoría del pecado original, según la cual todos entramos en la existencia
previa e irremediablemente ya descalificados por ese pecado, estaría en la
misma línea. Cierto tipo de pastoral apostólica, muy extendida, se construía
sobre el mecanismo de “convencer a la persona de sus pecados”, para suscitar la
petición de la confesión, objetivo final de la acción apostólica. Hacer
apostolado sería lograr que la gente se dé cuenta de que es pecadora y se
confiese y comulgue. Y esa pastoral sería la máxima “misión cristiana”…
¿Estamos de acuerdo con esa concepción pecaminosa del ser humano? ¿Qué crítica
se nos ocurre a la imagen de Dios –y de persona humana- ahí subyacente? Si nos
despojáramos de la rutina -que todo lo puede llegar a ocultar-, ¿a qué suena la
expresión “Señor, ten piedad”? En rigor, ¿sería una expresión adecuada para
dirigirnos a Dios? Dice Tony de Melo que de/a Dios decimos a veces cosas que no
nos atrevemos a decir de/a cualquier persona medianamente buena»… Para la
oración de los fieles Por Por los
gobiernos de los pueblos, para que promuevan un orden social justo y respeten
el derecho a la vida y a la libertad de todos los ciudadanos. Oremos. Por las
diferentes legislaciones del mundo, para que en todas ellas se elimine la pena
de muerte, se aplique una justicia igual para todos y se favorezca el perdón y
la reinserción social. Oremos. Por todas las
personas, para que colaboremos en crear un mundo mejor en el que seamos capaces
de entendernos desde la igualdad y la justicia. Oremos. Por todos los
que han sido ofendidos de cualquier manera, para que sepan perdonar y olvidar,
y así fomentar un mundo en concordia, paz y justicia. Oremos. Por todos
nosotros, para que vivamos en actitud permanente de perdón y la ejerzamos con
generosidad. Oremos. Oración
comunitaria Dios, Padre nuestro, Madre nuestra:
haz que descubramos la importancia que tiene para nuestras vidas el sabernos y
sentirnos perdonados y perdonadas por Ti, de manera que también perdonemos de
corazón a quienes que nos han ofendido. Por Jesucristo.
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