8 de diciembre
INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA CICLO "B" Salmo interleccional: Salmo 97 Segunda lectura: Efesios 1,3-6. 11-12 EVANGELIO -Alégrate, favorecida, el Señor
está contigo. 29Ella se turbo al
oír estas palabras, preguntándose que saludo era aquél. 30El ángel
le dijo: -No temas, María, que Dios te ha
concedido su favor. 31Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz
un hijo y le pondrás de nombre Jesús 32Este
será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de
David su antepasado; 33reinará para siempre en la casa de Jacob y su
reinado no tendrá fin. 34María dijo al
ángel: -¿Cómo sucederá eso, si no vivo
con un hombre? 35El ángel le
contestó: -El Espíritu Santo bajará sobre
ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a
nacer lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios". 36Y mira, también tu pariente
Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo y la que decían que era estéril está
ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible. 38Respondió María: -Aquí está la sierva del Señor,
cúmplase en mí lo que has dicho. Y el
ángel la dejó. COMENTARIOS «En el sexto
mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la
virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas
coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir
personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y «Judea»
(espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial,
«Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf. 2,1). El zoom de aproximación funciona esta vez
con más precisión: «a un pueblo que se llamaba Nazaret». Aunque en el episodio
anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo,
por razones teológicas Lucas omitió mencionar una y otro, limitándose a
encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las
manifestaciones divinas. El contraste
entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es
nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica
alguna; esta segunda intervención divina no va a representar una continuidad
con el pasado. Aun cuando el
mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución
religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con
la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías),
casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer «virgen»
(María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre (José). La primera
pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón,
explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de
Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea
masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad
avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta
fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras
del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María,
no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa
a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la
doble mención), sin relevancia social (Nazaret). Jugando con
los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que
Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción
de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día
sexto», Dios va a completar la creación del Hombre. El ángel
«entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no
entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la
saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se
divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof
3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que
Dios te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia
ante Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su
constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de
Jesús que «el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el
libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre
todo de Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está
contigo» es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de
Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de
Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene];
18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda
permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El
saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de
su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor
irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el
sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1 ,29b). HIJO DEL ALTÍSIMO Y HEREDERO DEL TRONO
DE DAVID REY UNIVERSAL «No temas,
María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a
dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el
anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios
ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor. A diferencia
de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un
hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la
han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es
fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en su seno y
dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel» (Is 7,14). La anunciación
es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23). Igualmente, a
diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan», aquí
es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el nombre de
«Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con
la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paternidad de
José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará
el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su
reinado no tendrá fin» (1,32-33). Continúa el
paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán
«grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será
«el más grande de los nacidos de mujer» (cf. 7,28), por su talante ascético
(cf. 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos,
por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (cf.
1,15c); Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso lo
reconocerán como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del
universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David,
sin descender directamente de él. «Ser hijo» no
significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar
la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento;
no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su
Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La herencia de David le
correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero el trono
no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios («le
dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el
Israel escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12),
pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44), sino algo
completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).
LA NUEVA TRADICIÓN
INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO
María, al
contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como
esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit.
«no estoy conociendo varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera
vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica (José),
sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María
«no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa. Son muy
variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta.
Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la
psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que
no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado
todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un
diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario destinado a preparar
el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en el versículo
siguiente. La respuesta
del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará
sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va
a nacer, lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios" (1,35).
María va a tener un hijo sin concurso humano. A diferencia
de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después
de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la
fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la
promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los apóstoles (cf. Hch
1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la gloria de
Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea
israelita (Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su pueblo
(Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la
presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo
que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra:
el Mesías (= el Ungido). Se afirma
claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre
el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado
antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el
nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva. La nueva
fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no le fue
posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo
lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de
personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hombre,
un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe
partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que
ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada
que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los
valores ancestrales del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados
del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de
la inseguridad del hombre. Esta fuerza,
que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo (cf.
11,13). María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús
será «el Mesías/Ungido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nombre,
sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar con el
Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de liberarnos de
las inhibiciones, frustraciones y fanatismos del pasado (familiar, religioso,
nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y
que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de
frutos abundantes para los demás. LA UTOPÍA ES EL COPYRIGHT DE DIOS La
incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su
senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la
empresa que se le anunciaba (cf. 1,18), se tradujo en «sordomudez». A María, en
cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel
añade una señal: «Y mira, también tu
pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era
estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible» (1,36). La
repetición, por tercera vez (cf. 1,7.18.36), del tema de la «vejez/esterilidad»
sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la
pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el procedimiento
literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el nacimiento del
Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza
creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la fecundidad al Israel
religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una
muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso humano,
excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en peligro
la realización del proyecto más querido de Dios. EL «NO» DEL HOMBRE
RELIGIOSO Y EL «SÍ» DE
LA MUCHACHA DEL PUEBLO Zacarías no
dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba «esperando» el
pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí
está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es
«una sierva», sino «la sierva del Señor», en representación del Israel fiel a
Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se pone al
servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa. El díptico
del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la dejó»
(1,38b). La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando «a las
órdenes inmediatas de Dios» (1,19a), «ha sido enviado» a Zacarías (1,19b),
primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11),
y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en
su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28),
une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su
misión, se comprueba su partida. La
descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los
rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol
genealógico del pueblo escogido: Judea / Jerusalén, región profundamente
religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley;
servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para
ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen
la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era
estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el
anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró
incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más
religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que
profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido. La
descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada
por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un
compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y
generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganizada;
Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por varón; de
la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de
la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa. No obstante,
María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios,
se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar
de no verlo humanamente viable, cree de veras que para Dios no hay nada imposible.
Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su
colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado por el Espíritu Santo,
concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con
la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea
espiritual- con el proyecto de Dios. II
|
|
|