LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
CICLO "B" Interleccional: Salmo 127 Segunda lectura: Colosenses 3,12-21 EVANGELIO 25Había por cierto en Jerusalén un
hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel,
y el Espíritu Santo descansaba sobre él. 26El Espíritu Santo le
había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor. 27Impulsado
por el Espíritu fue al templo y, en el momento en que entraban los padres con
el niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según 29-Ahora, mi Dueño, según tu
promesa, 30puedes dejar a tu siervo irse en
paz, 31porque mis ojos han visto la
salvación 32que has puesto a disposición de
todos los pueblos: una luz que es revelación para las naciones y
gloria para tu pueblo, Israel. 33Su padre y su madre estaban
sorprendidos por lo que se decía del niño. 34Simeón los bendijo y
dijo a María su madre: -Mira, éste está puesto para que en Israel
unos caigan y otros se levanten, y como bandera discutida 35-y a ti,
tus anhelos te los truncará una espada-; así quedarán al descubierto las ideas
de muchos. 36Había también, una profetisa,
Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era de edad muy avanzada: de casada
había vivido siete años con su marido 37y luego, de viuda, hasta los
ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y
oraciones noche y día. 38Presentándose en aquel momento, daba
gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de
Jerusalén. 39Cuando dieron término a todo lo
que prescribía COMENTARIOS I «Al
cumplirse los días de su purificación conforme a La
madre, después de dar a luz, quedaba legalmente impura: debía permanecer en
casa otros treinta y tres días. El día cuarenta debía ofrecer un sacrificio en
la puerta de Nicanor, al este del Atrio de las Mujeres. Por otro lado, todo
primogénito varón debía ser consagrado a Dios (Ex 13,2.12.15) para el servicio
del santuario y rescatado mediante el pago de una suma (Nm 18,15-16). Lucas no
menciona rescate alguno. Habla, en cambio, del sacrificio expiatorio de los
pobres (Lv 12,8) ofrecido para la purificación. EL PUEBLO ACUDE AL
TEMPLO EN ESPERA DE Para
un buen judío, el templo era el lugar más apropiado para las manifestaciones
divinas. Lucas, sin embargo, ya nos ha dejado dicho que la aparición del ángel
Gabriel a Zacarías en el recinto más sagrado del templo, el santuario, a la
hora de la oración matutina, en lugar de asentimiento había suscitado incredulidad;
por el contrario, la gran noticia de que fue portador el mismo Gabriel a una
muchacha del pueblo, cuando ésta se hallaba en su casa, sin que se diga que
estaba orando, había encontrado plena acogida. Mediante
la primera pareja, Zacarías/Isabel, Lucas ha querido describir la situación
religiosa de Israel, vista desde la perspectiva de los responsables de
mantener la alianza que Dios había hecho con Abrahán y que había renovado por
medio de los profetas (Judea/sacerdote/santuario). A pesar de la completa y
humanamente insalvable esterilidad de la religión judía, Dios, fiel a sus
compromisos, ha intervenido en la historia de su pueblo para que diera un
fruto, el fruto más preciado que podía dar la religiosidad judía: Juan, asceta
y profeta. Lucas
se ha servido de una segunda pareja todavía no plenamente constituida,
María/José, para enmarcar el nacimiento del Hijo de Dios en la historia de la
humanidad. A pesar de que María estaba sólo desposada con José y de que todavía
no convivían juntos, fruto de la íntima colaboración entre Dios y una muchacha
del pueblo, en representación ésta del Israel fiel, pronto para el servicio
solícito hacia los demás, pero sin gran arraigo religioso (Nazaret/Galilea), ha
tenido un hijo: Jesús, el Mesías de Israel y Señor de toda la humanidad. Ahora
Lucas quiere completar la descripción con una tercera pareja, Simeón/Ana, cuyo
único lazo de unión es el hecho de confluir en el templo en el preciso instante
en que van a presentar a Jesús; ambos son profundamente religiosos, pero a
pesar de su edad avanzada mantienen viva la esperanza de una inminente
liberación de Israel: representan al pueblo que, a pesar de la incredulidad de
sus dirigentes (representados por la primera pareja), sigue acudiendo al templo
con la esperanza de ver realizado su sueño de liberación (cf 1,10.21). A
través de estos dos personajes, presentados ambos como profetas, Lucas reúne en
el momento de la presentación de Jesús en el templo las dos líneas que había
trazado en los cánticos de Zacarías y de María.
«Pues
mira, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón -un hombre por cierto justo y
piadoso- que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba
sobre él» (2,25). El foco («mira») se ha fijado en un nuevo personaje,
representativo esta vez de la humanidad profundamente religiosa que procede con
rectitud hacia los demás («un hombre», «hombre por cierto [lit. "y este
hombre"] justo y piadoso»), real («Simeón», nombre propio muy común en el
judaísmo), confiado en que el consuelo de Israel -su liberación- estaba en
manos de la institución judía («en Jerusalén», en sentido sacral), al tiempo
que contaba con la asistencia permanente («descansaba [lit. "estaba"]
sobre él») del Espíritu Santo y había sido informado por éste de la inminente
presentación del Mesías en el templo: «El Espíritu Santo le había avisado que
no moriría sin ver al Mesías del Señor» (2,26). «Impulsado
por el Espíritu fue al templo. En el momento en que introducían los padres al
niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según
irse en paz, según tu promesa, porque
mis ojos han visto la salvación que has puesto a disposición de todos los
pueblos: una
luz que es revelación para las naciones paganas y gloria para tu pueblo, Israel"»
(2,27-32). Como
en otro tiempo Abrahán (Gn 15,15), Jacob (46,30) y Tobías (Tob 11,9),
«también él» podrá «irse en paz» porque ha visto realizado lo que esperaba.
«Ahora» se corresponde con el «hoy» del ángel a los pastores (cf. 2,11): ya se
ha inaugurado la etapa final de la historia humana. «Siervo/Dueño», mentalidad
veterotestamentaria de respeto y sumisión a Dios; falta todavía un buen trecho
hasta que este niño nos revele la nueva relación «Hijo/Padre». Simeón tiene los
ojos tan aguzados, gracias a la permanencia en él del Espíritu Santo, que ha
logrado penetrar en lo más hondo del plan de Dios: con su mirada profética ha
logrado traspasar los limites estrechos de Israel e intuir que la salvación que
traerá el Mesías será «luz» en forma de «revelación» para los paganos,
liberándolos de la tiniebla/opresión que los envuelve (Is 42,6-7; 49,6.9;
52,10, etc.), y de «gloria» para el pueblo de Israel (46,13; 45,13). EL ESTANDARTE IZADO EN
LO ALTO COMO SIGNO DE CONTRADICCIÓN Ante
la incomprensión de los padres del niño en todo lo que hace referencia a su
futura función mesiánica (se anticipa la incomprensión de que será objeto Jesús
entre los suyos), Simeón, dirigiéndose a la madre y usando el mismo lenguaje de
María en el cántico, revela que Jesús será un signo de contradicción y que esto
lo llevará a la cruz: «Mira, éste está puesto para caída de unos y alzamiento
de otros en Israel, y como bandera discutida -también a ti, empero, tus
aspiraciones las truncará una espada-; así quedarán al descubierto los
razonamientos de muchos» (2,34-35). VIRGEN, CASADA Y VIUDA: La
figura femenina de Ana se corresponde con la masculina de Simeón, formando una
pareja ideal (ambos son profetas): «Había también una profetisa, Ana, hija de
Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era de edad muy avanzada: después de su
virginidad había vivido siete años con su marido y luego, de viuda, hasta los
ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y
oraciones noche y día» (2,36-37). La descripción es muy minuciosa, como
corresponde a un personaje representativo, al igual que lo era la de Simeón. La
cifra 84 es un múltiplo de 12 (12x7), alusión a las 12 tribus de Israel,
mientras que el número 7 tiene, entre otros, valor de globalidad; asumiendo,
además, que el período de virginidad hubiese durado catorce años (dos
septenarios), momento en que solía darse una hija en matrimonio, y que había
vivido de casada siete años (otro septenario), su viudez habría durado sesenta
y tres años (llenando los nueve septenarios restantes), es decir, tres cuartas
partes de su existencia. Mediante
las tres etapas de la larga vida de Ana, traza Lucas los períodos más
importantes (tres es marca de totalidad) de la vida del pueblo de Israel
representada por ella: «virginidad», cuando Dios pactó con ella una alianza y
la tomó por esposa; «casada con su marido», período de buenas relaciones de
Dios con su pueblo; «viuda», por la ruptura de la alianza. La
alusión a la tribu de Aser, una de las diez tribus del norte, confirma el
alcance de su representatividad. La mención de la «edad muy avanzada», situada
ya en el límite, contrasta con la doble mención de la «edad avanzada» de
Zacarías e Isabel (cf. 1,7.18). De una parte, Ana está muy arraigada al pasado
(genealogía) y a la institución judía (templo); de otro, por su calidad de
«viuda», dice relación con el pueblo de Israel, que ha enviudado de su Dios,
mientras que como «profetisa» lanza un grito de esperanza ante semejante
desastre nacional. ¿LIBERACIÓN NACIONAL O
LIBERACIÓN DE LOS OPRIMIDOS? «Presentándose
en aquel instante, se puso a dar gracias a Dios y a hablar del niño a todos los
que aguardaban la liberación de Israel» (2,38). Tanto Simeón como Ana convergen
en el preciso momento en que Jesús es presentado a Dios en el templo. Simeón
continúa la línea del cántico de María: «caída» de los opresores y «alzamiento»
de los oprimidos por ellos; Ana, la de Zacarías: «la liberación de Israel» de
los enemigos externos. Lucas logra así que se entrecrucen los contenidos de los
himnos de María (Madre por la venida del Espíritu Santo sobre ella) y Simeón
(hombre sobre el que reposa el Espíritu Santo) con los de Zacarías (inspirado
por el Espíritu Santo) y Ana (profetisa). María-Simeón hablan del «auxilio»
(1,54) / «consuelo» (2,25) que Dios viene a traer a los pobres y humillados de
Israel frente a los ricos y poderosos que lo oprimen; Zacarías-Ana, de la
«liberación de Israel» (1,68) / «de Jerusalén» (2,38) por obra de Dios frente a
los enemigos de fuera. Las dos tendencias están muy enraizadas en Israel y
ambas cuentan con el respaldo del Espíritu Santo. En
su calidad de Salvador/Liberador, Jesús irá más allá: su muerte dejará
perplejos a los que aguardaban la liberación/restauración de Israel (cf.
24,21; Hch 1,6; 3,21); su mensaje no se limitará a proclamar la liberación de
los oprimidos frente a los opresores ni se circunscribirá a Israel, sino que
creará una comunidad de hombres y mujeres libres que, siguiendo su ejemplo, se
pongan al servicio de los demás. De momento, el Espíritu profético sigue la
línea de los profetas del Antiguo Testamento. Será en Jesús donde el Espíritu
Santo podrá desplegar plenamente toda su fuerza y dinamismo, sin las
limitaciones inherentes a todo profeta, condicionado por la tradición patria. VUELTA A «Cuando
dieron término a todo lo que prescribía PRIMER COLOFÓN: INFANCIA DE JESÚS RODEADA DEL FAVOR DIVINO «El niño crecía y se robustecía, llenándose de
sabiduría, y el favor de Dios descansaba sobre él» (2,40). Durante los primeros
años de su vida (antes de alcanzar los doce años, momento de su presentación a
Israel), Lucas subraya el crecimiento y afianzamiento del niño, en paralelo
con el de Juan Bautista (cf. 1,80), pero acentuando su superioridad respecto al
precursor. La sabiduría va dando a Jesús una visión profunda sobre el plan de
Dios. La presencia continua del favor divino indica una limpidez sin
obstáculos. Jesús, que había nacido en la más completa marginación, no se
separa de su entorno familiar, mientras que Juan, que había visto la luz
rodeado de sus familiares, parientes y vecinos, aguardó en el desierto el
momento de su presentación a Israel. II En el
evangelio vemos a toda la familia de Nazaret en el cumplimiento de los
preceptos religiosos; pero más importante es verlos juntos, realizando el plan
de Dios: En esta ocasión se encuentran con Ana, una mujer profetisa; ella, al
igual que Simeón, ha envejecido esperando ver la gloria de Dios; y en Jesús ha
hallado algo especial: Este niño es la vida nueva, es el cumplimiento de la
promesa liberadora de Dios. Termina el
evangelio diciendo que Jesús crecía integralmente en el seno de su familia; un
rasgo que vale la pena resaltar hoy. Jesús configura su ser en la hoguera de su
casa, con su familia; es allí donde aprende a amar, a servir, a trabajar y a
luchar por la justicia. Oremos hoy
por todas las familias del mundo para que sean verdaderas escuelas de vida en
las que el amor, la escucha y la comprensión, sean la principal característica.
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