TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "B" Primera lectura: Jonás 3, 1-5. 10 EVANGELIO -Se ha cumplido el plazo, está cerca el
reinado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia. 16 Yendo de paso junto al
mar de Galilea vio a cierto Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban
redes de mano en el mar, pues eran pescadores. 17Jesús les dijo: -Veníos conmigo y os haré pescadores
de hombres. 18Inmediatamente dejaron
las redes y lo siguieron. 19Un poco más adelante
vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano, que estaban en la barca
poniendo a punto las redes, 20e inmediatamente los llamó. Dejaron a
su padre Zebedeo en la barca con los asalariados y se marcharon con él. COMENTARIOS I
SE
HA CUMPLIDO EL TIEMPO Después que arrestaron a Juan
llegó Jesús a Galilea y se puso a proclamar la buena noticia de parte de Dios.
Decía: —Se ha cumplido el tiempo, está
cerca el remado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia. Los
antiguos profetas de Israel habían anunciado que Dios estaba dispuesto a
intervenir en la organización social de su pueblo para restaurar la justicia
que los poderosos habían repetidamente violado. Una y otra vez habían anunciado
que Dios estaba dispuesto a mandar un enviado suyo para acabar con el desorden
establecido en su pueblo. Por eso las proclamas de los profetas suenan, para
los responsables de la injusticia, a denuncia y amenaza; para sus víctimas, en
cambio, son anuncio de liberación y felicidad (véase, por ejemplo, Is 9,1-6;
11,1-9; 42,1-9; 49,1-13; 50,4-51,8; Jr 23,1-7; Ez 34;Sal 72). Jesús
empieza su misión anunciando que Dios ha decidido intervenir ya: «Se ha
cumplido el tiempo, está cerca el reinado de Dios.» BUENA
NOTICIA La
esperanza en el reinado de Dios era un sentimiento muy extendido en los días en
que comenzó Jesús su actividad. Todos decían que el día del Señor, el día en
que Dios intervendría de nuevo para el bien de su pueblo, sería un día grande.
Todos decían que deseaban ardientemente que ese día llegase cuanto antes. Pero
no todos decían la verdad. Los que tenían hambre y sed de pan y de justicia sí
que esperaban con ilusión al enviado del Señor; pero los culpables de ambas
hambres lo temían. Por eso se pusieron nerviosos cuando apareció el Bautista, y
en cuanto tuvieron una ocasión, la aprovecharon para quitárselo de en medio. Jesús,
nada más llegar, se dirige preferentemente a quienes sufrían la injusticia, a
los que aguardaban esperanzados al Mesías de Dios: para ellos, el anuncio de su
llegada, el anuncio de la cercanía de la intervención de Dios, sí que sería
buena noticia. Pero
como Jesús no es un ingenuo, sabe que, aunque la gran injusticia es culpa sólo
de unos pocos, acaba contaminando a todos o a casi todos los miembros de una
sociedad, pues las víctimas acaban adoptando la ideología y el modo de
comportarse de sus verdugos, y a la postre, todos cometen pequeñas injusticias
o se callan ante las grandes. Por eso Jesús empieza su predicación haciendo
suyas las palabras de Juan; «enmendaos». Hay que empezar por una liberación
personal lo más profunda que sea posible: hay que mirarse por dentro, descubrir
hasta qué punto somos responsables o cómplices del sufrimiento de los demás y
tomar la determinación de cambiar de actitud y de comportamiento. Y después
creer que el proyecto de humanidad que Jesús llama «el reino de Dios» es, en
verdad, buena noticia y confiar en que ese proyecto/buena noticia se va a
realizar: «enmendaos y tened fe en esta buena noticia». PESCADORES
DE HOMBRES Al pasar junto al mar de Galilea
vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban la red en el mar, pues
eran pescadores. Jesús les dijo: —Venios detrás de mí, y haré que
seáis pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes
y lo siguieron. Un poco más adelante vio a
Santiago... y a Juan... e inmediatamente los llamó... A
nosotros compete hoy esa tarea, pero es posible que un día nos pidan cuentas
por habernos presentado como portadores de la buena noticia (evangelio = buena
noticia) y nos hayamos dedicado a dar malas noticias, pues la peor noticia para
este mundo sería que el reino de Dios es asunto de otro mundo.
II Recuerdo
los no tan lejanos tiempos de la misa en latín. Las iglesias, abarrotadas de
gente en silencio, mirando al altar en lugar elevado. Un sacerdote -siempre
varón, pues las mujeres no tenían ni tienen acceso al ministerio- presidía la
asamblea, vuelto de espaldas, haciendo ritos y musitando rezos en una lengua
ininteligible para los fieles. Estos, apiñados en la nave de la iglesia,
llenaban aquel tiempo litúrgico como mejor les parecía: rosario en mano,
devocionario o misal castellano, cuyas páginas se pasaban al son de los
movimientos del sacerdote en el altar. La
fe de muchos de nosotros nació en ese ambiente. De espaldas unos a otros en el
templo, nos acostumbramos a entendernos con Dios sin hablar con el vecino;
aunque apiñados en la iglesia, aquello tenía más de masa de individuos que de
comunidad de hermanos. La religión se centraba en el domingo y giraba en torno
al templo y sus dependencias. Fuera del templo comenzaba la vida y el mundo, un
mundo malo, lleno de peligros para el alma cristiana. Poco
tenía que hacer el cristiano en él, a no ser rezar por su conversión, respetar
el poder establecido, acatar las normas de Los
seglares, en Todo
esto quedó atrás, a Dios gracias, pero aún sufrimos las consecuencias. Falta
todavía mucho para reconocer en la práctica que los seglares son -deben ser-
clase activa en No
fue así al principio. Nada más comenzar Jesús su predicación, "pasando
junto al lago de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés que estaban echando
una red en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: Venios y os haré
pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco
más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban
en su barca repasando las redes, y en seguida los llamó: dejaron a su padre,
Zebedeo, en la barca con los jornaleros y se marcharon". Jesús
inició su actividad misionera invitando a cuatro seglares a formar una
comunidad de personas activas. Dos parejas de hermanos. Simón y Andrés,
Santiago y Juan, lo dejaron todos (se entiende "todo lo que les podía
impedir seguir al Maestro"; Pedro no dejó su casa, que servía de
alojamiento a Jesús, ni abandonó su trabajo, cuya barca servía al profeta
galileo; alternaban el trabajo cotidiano con las correrías apostólicas). Pero
la tarea de seguir al Maestro sería ajetreada. Jesús no quería gente con los
brazos cruzados alrededor suyo: "Os haré pescadores de hombres". Meterse
en el mar del mundo, con su oleaje amenazador de ideología contraria al
Evangelio, echar las redes y atrapar psces-hombres para llevarlos a la tierra
firme de la comunidad cristiana: ésta es la vocación del seglar cristiano. Y
esto, realizado en sociedad, en grupo, en compañía, en comunidad. Algo para
gente con mucha iniciativa e imaginación. III Jesús llega detrás de Juan (1,7), una vez
terminada por la violencia de ciertos agentes la misión de éste. Se sitúa en la
provincia del norte, Galilea, alejada del centro religioso y político del país
y abierta al mundo pagano. Se presenta como profeta, transmitiendo de parte de
Dios «la buena noticia». v. 15 Decía:
«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reinado de Dios. Enmendaos y tened fe
en esta buena noticia. Al existir el Hombre en su plenitud, Jesús,
comprometido por amor a los hombres a llevar su misión salvadora hasta la
muerte, se ha producido el cambio de época y comienza la etapa definitiva de
la historia (se ha cumplido el plazo); lo anterior queda superado de
modo irreversible. La buena noticia (cf. 1,1) anuncia que se
abre la posibilidad de una sociedad nueva y justa, digna del hombre, la
alternativa que Dios propone a la humanidad (aspecto social del reinado de
Dios, la nueva tierra prometida); exige como condición de parte del hombre la
renuncia a la injusticia (punto de partida) (enmendaos) y la confianza
en que esa meta (punto de llegada) puede alcanzarse (tened fe). v. 16 Yendo
de paso junto al mar de Galilea vio a cierto Simón y a Andrés, el hermano de
Simón, que echaban redes de mano en el mar, pues eran pescadores. El mar de Galilea (no se llama «lago», para aludir
al éxodo) es frontera y, al mismo tiempo, conexión con el mundo pagano. Ante
la perspectiva del reinado de Dios, Jesús invita a colaborar con él en primer
lugar a los círculos inquietos de Israel; de hecho, la insistencia del texto en
la actividad y oficio de «pescadores» muestra que la pesca, además de su
sentido real, tiene un sentido metafórico, que en los profetas es ordinariamente
el de conquista militar (Am 4,2; Jr 16,16). De este modo insinúa Mc que el
ideal que mueve a estos hombres es la restauración y la hegemonía de Israel. Los llamados por Jesús están representados
por dos parejas de hermanos. La doble mención de «su hermano» (16.19) alude a
Ez 47,13s, que señala de este modo la igualdad de los israelitas en el reparto
de la tierra. Todos están llamados por igual al reinado de Dios que se
anuncia. No hay privilegios. vv. 17-18 Jesús les dijo: «Veníos detrás
de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo
siguieron. Veníos detrás de mí recuerda la llamada de Elías a
Eliseo (1 Re 19,20s) y alude aquí a la comunicación del Espíritu de Jesús a sus
seguidores (1,8). La expresión pescadores de hombres insinúa una misión
universal, no limitada al pueblo judío (cf. Ez 47,8s). Ante la invitación de
Jesús, Simón y Andrés abandonan su forma de vida anterior: la esperanza de un
cambio suscita en ellos una respuesta favorable, aunque la calidad de su
seguimiento se irá manifestando en su conducta. vv. 19-20
Un poco más adelante vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano,
que estaban en la barca poniendo a punto las redes, e inmediatamente los llamó.
Dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los asalariados y se marcharon con
él. Cada pareja de hermanos representa un sector
diferente de la sociedad galilea: En la primera pareja, formada por Simón y
Andrés, la relación es de igualdad, no de subordinación (hermanos), no se
menciona patronímico y sus nombres son griegos, mostrando menor apego a la
tradición; es un grupo activo (echaban una red), de condición humilde
(pescadores sin barca propia). Los que forman la segunda pareja, Santiago y
Juan, llevan nombres hebreos, indicando pertenecer a un sector más conservador,
en el que, además hay relaciones de desigualdad: Santiago y Juan están, por una
parte, sometidos al padre, figura de autoridad y representante de la tradición;
por otra, gozan de una situación privilegiada respecto a los asalariados
(sociedad jerárquica). Los dos hermanos no son aún activos, pero están deseosos
de actividad (poniendo a punto las redes) y tienen, respecto a los dos
primeros, un nivel económico más alto (barca propia, asalariados). Ante la invitación de Jesús, Simón y Andrés
abandonan su actividad; Santiago y Juan se desvinculan de la tradición (el
padre) y de su ambiente social. IV Como es
sabido, en las lecturas de la liturgia de los domingos, la primera y la tercera
están siempre unidas temáticamente, mientras que la segunda suele ir por
caminos independientes. Hoy la pareja de lecturas principales son la de la
predicación de Jonás sobre la ciudad Nínive, y la predicación de Jesús al
comenzar su ministerio, precisamente «cuando arrestaron a Juan», o sea, al
faltar el profeta. El comentario
más simple a este texto puede ir por la línea de la importancia de la
predicación profética para la conversión de los que están alejados de Dios. Es
un tema conocido. Y, como decíamos, hace un paralelismo con el texto del
evangelio: Jesús es un nuevo profeta, que empalma con la línea de los profetas
clásicos, que también se lanza por los caminos para predicar un mensaje de
conversión. Para unos
oyentes más críticos, esta segunda lectura es preocupante. Porque el conjunto
entero de lo que en ella se expresa pertenece a un marco de comprensión hoy
insostenible: un Dios arriba, directamente imaginado como un gran rey, que
envía su mensajero para predicar un mensaje de conversión, mensaje que antes no
pudo surtir efecto porque el profeta no quiso ir a predicar, pero que ahora es
atendido y obedecido por los ninivitas. «Y vio Dios sus obras, su conversión de
la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había
amenazado a Nínive, y no la ejecutó». Esta imagen de un Dios arriba, que toma
decisiones, envía mensajeros, les insiste, se comunica con los seres humanos
por medio de esos mensajeros profetas, y que «al ver» las obras de penitencia «se
compadece y se arrepiente de la catástrofe con que había amenazado a la
ciudad»... es, obviamente, humana, muy humana, demasiado humana sin duda. Es,
claramente, un «antropomorfismo». Dios no es un Señor que esté ahí «arriba, ahí
afuera», ni que esté enviando mensajeros, ni es alguien que pueda amenazar, ni
que se pueda arrepentir... Hoy sabemos que Dios no es así, que lo que llamamos
«Dios» es en realidad un misterio que no puede ser reducido a una imaginación
antropomórfica semejante. Sería bueno,
incluso necesario, referirse a esta calidad de antropomorfismo que tiene esta
lectura –como tantísimas otras- y no dejar de hacer caer en la cuenta a los
oyentes que no los estamos tomando por niños, sino que, simplemente, estamos
utilizando un texto compuesto hace más de dos milenios, y que la imagen de Dios
que aparece en él nos resulta hoy inviable. Es importante decirlo, y no es
bueno darlo por sobreentendido, porque puede haber –con razón- personas que se
sientan mal al escuchar estas imágenes, como si se sintieran retrotraídas al
tiempo de la catequesis infantil. Y, desde luego, es recomendable abordar -en
esta u otra ocasión- el tema de las imágenes de Dios, y aclarar que si somos
personas de hoy, lo más probable es que no nos encaje bien el lenguaje clásico
sobre Dios, y que tenemos todo el derecho a utilizar otro y a ser críticos. Éste podría
ser, sin más, el buen tema de reflexión central para la homilía de hoy. Es más
que suficientemente importante. Recomendamos el libro del obispo anglicano John
Shelby SPONG, Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, colección «Tiempo
axial», Abya Yala, Quito 2011, tiempoaxial.org). Muchos
reinados recordaban los judíos que escuchaban a Jesús: el muy reciente reinado
de Herodes el Grande, sanguinario y ambicioso; el reinado de los asmoneos,
descendientes de los libertadores Macabeos, reyes que habían ejercido
simultáneamente el sumo sacerdocio y habían oprimido al pueblo, tanto o más que
los ocupadores griegos, los seléucidas. Recordaban también a los viejos reyes
del remoto pasado, convertidos en figuras de leyendas doradas, David y su hijo
Salomón, y la lista tan larga de sus descendientes que por casi 500 años habían
ejercido sobre el pueblo un poder totalitario, casi siempre tiránico y
explotador. ¿De qué rey hablaba ahora Jesús? Del anunciado por los profetas y
anhelado por los justos. Un rey divino que garantizaría a los pobres y a los
humildes la justicia y el derecho y excluiría de su vista a los violentos y a
los opresores. Un rey universal que anularía las fronteras entre los pueblos y
haría confluir a su monte santo a todas las naciones, incluso a las más
bárbaras y sanguinarias, para instaurar en el mundo una era de paz y
fraternidad, sólo comparable a la era paradisíaca de antes del pecado. Este «reinado
de Dios» que Jesús anunciaba hace 2000 años por Galilea, sigue siendo la
esperanza de todos los pobres de la tierra. Ese reino que ya está en marcha
desde que Jesús lo proclamara, porque lo siguen anunciando sus discípulos, los
que Él llamó en su seguimiento para confiarles la tarea de pescar en las redes
del Reino a los seres humanos de buena voluntad. Es el Reino que proclama la
Iglesia y que todos los cristianos del mundo se afanan por construir de mil
maneras, todas ellas reflejo de la voluntad amorosa de Dios: curando a los
enfermos, dando pan a los hambrientos, calmando la sed de los sedientos,
enseñando al que no sabe, perdonando a los pecadores y acogiéndolos en la mesa
fraterna; denunciando, con palabras y actitudes, a los violentos, opresores e
injustos. A nosotros corresponde, como a Jonás, a Pablo y al mismo Jesús, retomar las banderas del reinado de Dios y anunciarlo en nuestros tiempos y en nuestras sociedades: a todos los que sufren y a todos los que oprimen y deben convertirse, para que la voluntad amorosa de Dios se cumpla para todos los seres del universo.
Para la
revisión de vida Con frecuencia pensamos que ser
cristiano consiste en ratificar el credo en todos sus artículos y aceptar sin
fisuras en nuestra mente todos los dogmas y proposiciones que la Iglesia nos
haga; olvidamos que lo esencial no está en la mente sino en el corazón y en la
vida, que lo esencial es el encuentro personal con el proyecto de Dios, su
propuesta, en la Causa de Jesús. ¿Es mi fe una simple amistad con Jesús, una
apasionada opción vital por su Causa (el Proyecto de Dios, ¡su Reinado!, razón
de mi vida)? Para la
reunión de grupo El libro
citado más arriba de John S. SPONG hace una propuesta de reformulación global
del cristianismo en torno a este eje, la superación del «teísmo» clásico. La
mayor parte de las personas siguen considerando hoy día a Dios como un Ser
Supremo, concretamente un Ser Personal, que habita ahí arriba, ahí afuera, que
ama, piensa, hace planes, decide, se enfada, castiga, se arrepiente, perdona...
¿Es posible «imaginar» a Dios de una forma enteramente distinta? ¿Qué problemas
conlleva todo esto? ¿No es por otra parte bien urgente el abordarlo, dada la crisis
de «Dios» en la cultura actual? Se puede organizar un debate en torno a este
tema. Alguna persona puede leer/estudiar el libro y hacer una presentación para
abrir el debate. Un capítulo inicial del libro está al público en la RELaT
[servicioskoinonia.org/relat], en su número 413. El dilema que
se hizo vigente en los últimos siglos fue «teísmo/ateísmo». John S. Spong dice:
«no existe tal disyuntiva inevitable, pues existe otra alternativa, el
posteísmo». La Agenda Latinoamericana’2011 trae un artículo con este
tema-título: «El teísmo, un modelo útil pero no absoluto para ‘imaginar’ a
Dios», de sólo dos páginas, apto para servir de punto de partida a un debate.
(Está disponible en el “archivo digital” de la Agenda:
servicioskoinonia.org/agenda/archivo Antiguamente
la palabra «conversión» sólo se aplicaba a la adopción inicial de una religión,
o al cambio de una religión a otra. El Concilio Vaticano II popularizó un uso
más «ordinario» del concepto de conversión: todos necesitamos conversión, que
ya no es adoptar una religión, ni es cambiar de religión, sino que es
«volvernos, con todo lo que somos» («cum-vertere», «con-versión»), hacia Dios y
su proyecto. Pregunta: pero cuando se trata de predicar el evangelio a otro que
no es cristiano, ¿la «conversión» consiste para él cambiar de religión y
aceptar el cristianismo? El concepto de conversión, referido a los no
cristianos, ¿necesita también alguna reformulación? Las lecturas de hoy,
¿pueden arrojar alguna luz sobre ello? El evangelio
de hoy es «el primer sermón de Jesús», por hablar así. Y Marcos lo pone al
inicio mismo de su evangelio como un manifiesto programático. Tiene todos los
elementos centrales de lo que va a ser la predicación misma de Jesús.
Comentémoslo. El evangelio
de hoy –y todo el evangelio- pone de relieve la importancia central del Reino
de Dios en la misión de Jesús. El Reino no es un elemento más, sino su mismo
centro. Si no se entiende esto, no se entiende a Jesús, ni se entiende qué es
ser cristiano. ¿Qué es el «reinocentrismo»? ¿Qué significa esa palabra? ¿A qué
se opone? (En el libro de Casaldáliga-Vigil «Espiritualidad de la liberación»
-disponible en la biblioteca de Koinonía (servicioskoinonia.org/biblioteca)-
hay todo un capítulo de exposición sobre el «reinocentrismo», si ayuda). Para la
oración de los fieles Para que la
Iglesia siga anunciado a todos y a sí misma el Reino y la necesidad de
convertirnos e él acogiendo la Buena Noticia. Oremos. Para que
actualicemos nuestro lenguaje sobre Dios, dando cabida a fomas de expresar lo resligioso
más en concordancia con los avances de las ciencias y el sentido crítico de
nuestra cultura. Oremos. Para que
todos los cristianos que titubean o vacilan a la hora de vivir su fe encuentren
en Jesús la fuerza necesaria para no tener miedo a nada ni a nadie. Oremos. Para que
sepamos vivir en continua conversión, sabiendo que eso nos hará más humanos y
más felices. Oremos. Para que la
Buena Noticia del amor de Dios sea recibida y acogida por todas las gentes de
todos los pueblos. Oremos. Para que vivamos
siempre conforme a lo que creemos y demos testimonio ante todos de los
verdaderos valores. Oremos. Oración
comunitaria Dios, Padre nuestro, Tú que todo lo
puedes, ayúdanos a que nos convertirnos a Ti cada día, de modo que llevemos
siempre una vida según tu voluntad y podamos dar abundantes frutos de Amor y de
Justicia. Tú que vives y das vida por los siglos de los siglos. Amén.
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