SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
CICLO "B" Canto interleccional: Salmo 115 Segunda lectura: Romanos 8,31b-34 EVANGELIO -Os
aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el
reinado de Dios con fuerza. 2A
los seis días Jesús se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los hizo
subir a un monte alto; aparte, a ellos solos, y se transfiguró delante de
ellos: 3sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como
ningún batanero en la tierra es capaz de blanquear. 4Se
les apareció Elías con Moisés; estaban conversando con Jesús. 5Reaccionó
Pedro diciéndole a Jesús: -Rabbí,
viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para
ti, otra para Moisés y otra para Elías. 6Es
que no sabía cómo reaccionar, porque estaban aterrados. 7Se
formó una nube que los cubría, y hubo una voz desde la nube: -Este
es mi Hijo, el amado: escuchadlo. 8Y,
de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con
ellos. 9Mientras
bajaban del monte les advirtió que no contasen a nadie lo que habían visto
hasta que el Hombre resucitase de la muerte. COMENTARIOS Pertenecían
al grupo de los doce y formaban un trío inseparable del Maestro. Se llamaban
Simón (= Dios escucha), Santiago (= Jacob) y Juan (=Dios agracia). Pero estos
nombres no les iban demasiado bien; le venían grandes. Jesús les confeccionó
otros a su medida: a Simón lo apodó "Pedro"(= piedra), tal vez
aludiendo a su obstinado modo de pensar, y a los otros dos hermanos los llamó
"Boanerges" (= hijos del trueno, fulminantes como rayos). Eran
pescadores de profesión, de las clases populares, de los de abajo, del pueblo
que lucha por sobrevivir. Sin embargo no habían elegido esta situación, ni la
querían. Aspiraban a más. Un
buen día se encontraron con el Maestro y pensaron que se les presentaba la
oportunidad de su vida; al fin podrían salir del anonimato y abandonar la
monotonía de la vida obrera, llegarían a grandes; con una poca suerte podrían
contarse entre los de arriba, mandar, dominar y ocupar los primeros puestos del
reino que instauraría su Maestro. Jesús
pensó que eran buenos hombres, pero que andaban un poco equivocados de ideas:
tendría que dedicar a ellos más horas, necesitarían clases particulares
intensivas para llegar a comprender qué clase de Maestro era y qué reino venía
a instaurar. El
sitio elegido para una de estas lecciones fue el monte de la transfiguración.
"Jesús cogió a Pedro, a Santiago y a Juan y subió con ellos solos a una
montaña alta y apartada (lo de subir les iba bien; menos les gustaría bajar).
Allí se transfiguró delante de ellos: sus vestidos se volvieron de un blanco
deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo
(bonita imagen para expresar la presencia de Dios en Jesús). Se les aparecieron
Moisés y Elías conversando con Jesús"; hablaban, según Lucas, de su muerte
inminente. "Intervino
entonces Pedro y le dijo a Jesús: Maestro, viene muy bien que estemos aquí
nosotros; podríamos hacer tres chozas; una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías. Estaba tan espantado que no sabía lo que decía". Pedro
había intervenido para impedir lo que se avecinaba: mejor era quedarse en lo
alto del monte que bajar de nuevo para seguir hasta Jerusalén donde era
previsible que las autoridades acabaran con la vida del Maestro. Lo
de siempre. Los de abajo -Pedro y los suyos- desean subir para quedarse arriba,
y cuando están arriba, no quieren bajar, sino permanecer allí para siempre.
Pero Jesús, tras la transfiguración, especie de avance de la resurrección, los
invita a bajar con él, a volver a la gente, al mundo, a la tarea cotidiana y al
servicio hasta la muerte, si fuese preciso. Es a este Jesús, que no se queda en
las alturas, a quien hay que escuchar, según ordena la voz: "Este es mi
Hijo, el predilecto, escuchadle". El
había venido para que dejara de haber unos arriba y otros abajo, proyecto que
no se hará realidad mientras los de abajo no renuncien a subir y quedarse
arriba, y los de arriba no se abajen por amor. Utópico proyecto que si se
realizara daría luz verde a un mundo feliz y sin opresión.
La
huida para aislarse en un pequeño paraíso individual en una choza en cualquier
sitio, al aire libre en el campo... o en la celda de un convento. Con sólo lo
necesario para vivir. Sin lujos, sin ambiciones..., pero sin problemas. Casi no
parece una tentación, pero lo es. Y muy peligrosa.
Como
le sucedió a Jesús, no nos va a resultar fácil mantener hasta el final nuestro
compromiso de lucha por convertir este mundo en un mundo de hermanos. Y, además
del resto de las tentaciones, en algún momento de la marcha aparecerán
el cansancio, la desilusión y el deseo de construirnos un paraíso pequeño, a
nuestra medida, para pararse a descansar... definitivamente. No se trata de
renunciar a la meta; es una tentación mucho más fina: es
pretender adelantar la meta para uno solo, o sólo para unos pocos, y abandonar
la tarea de ofrecer a otros la posibilidad de fijarse esa misma meta. «Si nadie
nos hace caso, ¿por qué no nos retiramos a algún sitio tranquilo en el campo y
allí, sin ambiciones, pero sin hacernos más ilusiones, descansamos y ponemos en
práctica nuestro ideal cristiano de vivir como hermanos?» Así se podría presentar
esta tentación.
Jesús
se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan y los hizo subir a un monte alto,
aparte, a ellos solos. Allí se transfiguró delante de ellos: sus vestidos se
volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero en la tierra es capaz
de blanquear. Los
discípulos de Jesús acababan de sufrir el impacto de un anuncio para ellos
preocupante: Jesús les acababa de decir que iba a morir asesinado por los
poderosos de su tierra y que todos sus seguidores debían estar dispuestos a
correr la misma suerte; pero que ni su muerte ni la de los suyos serían
definitivas, sino que al final vencería la vida (Mc 8,34-38). Probablemente se
dio cuenta de que sus discípulos no quedaban demasiado convencidos y quiso
ofrecer a tres de ellos un anticipo de esa victoria. Es lo que nos cuenta el
evangelio de este domingo: Jesús ofrece a Pedro, Santiago y Juan, los tres
discípulos más preocupados por el triunfo de Jesús o por su propio éxito, la
oportunidad de gozar de una experiencia que les hará comprender que lo que a los
ojos de este mundo es una derrota, la muerte, no lo es en realidad. La transfiguración,
como tradicionalmente se ha llamado a este pasaje, es la experiencia
anticipada de la victoria de Jesús sobre la muerte. Jesús va a morir, sí; pero
su muerte no será para siempre. El vive con la vida de Dios y esa vida es
definitiva. Su fracaso no será un fracaso.
En apoyo de lo que allí está sucediendo
aparecen Moisés y Elías, que simbolizan el conjunto de la antigua religión de
Israel. Para Pedro, Santiago y Juan no hay que buscar más; su esperanza está
realizada: el Mesías ha triunfado. Este era el objetivo y ya se ha cumplido. Y
propone que todo se detenga allí: «Rabbí, viene muy bien que estemos aquí nosotros;
podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Dos
peligros acechan escondidos en la propuesta de Pedro. Por un lado, la
pretensión de parar la historia de la liberación de la humanidad poniendo al
mismo nivel Por
otro lado, Pedro olvida que el mundo no se acaba en aquel monte y que allá
abajo queda todavía mucho trabajo que realizar, muchos hombres y mujeres que
aún no han llegado ni siquiera al nivel de libertad que Dios hizo posible para
su pueblo por medio de Moisés. De esta manera, Pedro está proponiendo a Jesús
que deje sin efecto el compromiso que asumió en su bautismo. Y eludiendo la
exigencia que Jesús había planteado a todos sus discípulos: seguir, también
ellos, hasta el final su camino.
La
voz de Dios devuelve a Pedro a la situación presente: «Este es mi Hijo, el que
yo quiero: escuchadlo a él.» Moisés y Elías ya no tienen nada que decir a los
discípulos (de hecho no hablan con ellos); sólo a él, a Jesús, a quien
Dios llama Hijo suyo, hay que escuchar;
Añade
Jesús un dicho solemne que estimula la esperanza: El reinado de Dios conocerá
un impulso extraordinario dentro de aquella misma generación, debido a la
entrada de los paganos en el Reino después de la destrucción de Jerusalén
(13,28-32; 14,62); llegará con fuerza de vida para la humanidad (cf.
5,30; 12,24; 13,26; 14,62). Se inaugurará una nueva etapa histórica. Ante
la violenta reacción de Pedro, portavoz del grupo de discípulos, a la
predicción sobre el destino del Hijo del hombre (8,32), Jesús quiere
convencerlos, mediante una experiencia extraordinaria, de que aceptar incluso
la muerte por procurar a otros vida y plenitud humana no significa el fracaso
del hombre y de su proyecto vital, sino que, por el contrario, asegura el éxito
definitivo de la existencia. v.
2: A los seis días Jesús se llevó
consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los hizo subir a un monte alto, aparte, a
ellos solos, y se transfiguró delante de ellos... Jesús
toma consigo a los tres discípulos más representativos y que mayor resistencia
ofrecen al mensaje (3,16s, sobrenombres; cf. 5,37); quiere mostrarles el estado
final del Hombre, que, con su entrega, ha superado la muerte (cf. 8,31.35). El monte
alto es símbolo de una importante (altura) manifestación divina; la
precisión aparte alude, como en los contextos anteriores (4,34; 7,33), a
la incomprensión de estos discípulos. La escena anticipa lo que será la
condición de resucitado. vv.
3-4: ... sus vestidos se volvieron de
un blanco deslumbrador, como ningún batanero en la tierra es capaz de
blanquear. Se les apareció Elías con Moisés; estaban conversando con Jesús. El
blanco deslumbrador imposible de obtener en este mundo simboliza la
gloria de la condición divina (cf. 16,5): Jesús se manifiesta en la plenitud
de su condición de Hombre-Dios. Dos personajes, Elías (los profetas) y Moisés
( v.
5: Reaccionó Pedro diciéndole a Jesús: «Rabbí, viene muy bien que estemos
aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y
otra para Elías». La
reacción de Pedro es característica: Rabbí (en Mc, sólo en boca de
Pedro, 9,5; 11,21, y de Judas, 14,45) era el título honorífico de los maestros
de v.
6: Es que no sabía cómo reaccionar,
porque estaban aterrados. El
ofrecimiento de Pedro a colaborar ha sido un intento de congraciarse a Jesús;
de hecho, los tres discípulos sienten terror ante la gloria que se manifiesta
en él, que, dada su anterior resistencia, sienten como una amenaza. No
comprenden que la visión es un acto de amor de Jesús, que pretende liberarlos
de los ideales mezquinos y exclusivistas que limitan su horizonte y les impiden
su desarrollo humano. vv.
7-8: Se formó una nube que los cubría, y hubo una voz desde la nube: «Este
es mi Hijo, el amado: escuchadlo». Y de pronto, al mirar alrededor, ya no
vieron a nadie mas que a Jesús solo con ellos. La
nube es símbolo de la presencia divina (cf. Ex 40,34-38). La voz revela
a los discípulos la identidad de Jesús (cf. 1,11) y refrenda su enseñanza: es
el único a quien deben escuchar (cf. Dt 18,15.18). El AT queda ya sin voz
propia; escuchando a Jesús, la comunidad cristiana integra o descarta la
doctrina del AT. Termina la manifestación. v.
9 Mientras bajaban del monte les advirtió que no contasen a nadie lo que
habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de la muerte. Como los discípulos la han interpretado mal, no deben divulgar su error. Lo que se ha manifestado es la gloria definitiva del Hombre dotado de la condición divina, «el Hijo del hombre». Esta denominación, de sentido extensivo, indica que la misma condición gloriosa deberá extenderse a sus seguidores. Para los tres discípulos, sólo después de la muerte de Jesús, que mostrará la calidad de su mesianismo, podrá encontrar su contexto interpretativo. Pero debería prepararlos para la escena de Getsemaní (14,33).
Veamos en primer lugar la fuerza simbólica del relato y después
“ataremos cabos” para resaltar el mensaje para nuestro HOY: “Seis días” que evocan los “seis días” de la creación o los “seis
años” de trabajo antes del “año sabático”. Es pues, tiempo productivo, de
siembra, de actividad, de preparación. En este ambiente sucede la
transfiguración. Pudiéramos decir que la transfiguración pertenece a “otro
tiempo” que irrumpe en el “tiempo ordinario” con el fin de producir un
contraste, un desequilibrio, un llamado de atención, una corrección. “Tres discípulos”, Pedro, Santiago y Juan en representación de la
comunidad discipular conducida por Jesús. La humanidad masculina en camino al
encuentro transformador con la divinidad. Quizá por ello más necesitada de la
corrección que va a desarrollarse en lo alto del monte. “Vestidos resplandecientes” para resaltar la transformación, en donde
el resplandor y la blancura expresan la profundidad y la integridad del cambio
operado. Las primeras comunidades cristianas usaron vestidos blancos recién
lavados para simbolizar la nueva vida que se proponían vivir. Los vestidos
exteriores son expresión de los profundos cambios en el interior de las
personas. “Tres seres resplandecientes”: Jesús, Moisés y Elías en representación
de la “comunidad celestial” en comunión. También masculina. Quizá por ello, el
encuentro de las dos comunidades solo suman “seis”. La plenitud del “siete”
tendrá lugar mediante la inclusión de la comunidad femenina. “Tres tiendas”, simbolismo del éxodo y del Dios del éxodo, experiencia
tribal originaria y fundacional de Israel. El tiempo de las tiendas es también
tiempo de alianza tribal, de solidaridad, de igualdad. En la fiesta de las
tiendas sukkot, cada familia hacía una choza y habitaba en ella recordando la
salida de Egipto. Tenemos un énfasis en el simbolismo trinitario: 3 seres celestiales
(Jesús, Moisés, Elías), 3 discípulos (Pedro, Juan, Santiago), 3 chozas (éxodo);
tres veces tres junto con la gloria de Dios. Tres significa comunidad,
perfección, plenitud. Es la propuesta comunitaria de Dios para la humanidad a
partir del mismo ser trinitario de Dios. Es el proyecto a construir una vez que
se regrese a la llanura. “Nube” para los pueblos del desierto significa sombra, lluvia, vida,
alegría, bendición. Por todo esto, siempre está relacionada con Dios. Es un
signo visible de la presencia y la compañía gratificante de Dios. Así lo fue
durante la travesía del pueblo por el desierto, Dios caminaba delante de él
señalando el camino. La voz y la nube van junto al pueblo, cuando este decide
construir el proyecto de Dios. “Subir el monte alto” evocando Horeb-Sión, lugar donde Moisés y Elías
se vieron “cara-a-cara” con Dios. Epifanía que revela el proyecto de Dios y que
da fuerza y sabiduría para llevarlo a cabo. Ascenso humanizador, en cuanto
capacidad y decisión para realizar lo revelado por Dios. “Descender del monte” a la llanura para el encuentro y la
transformación humana y social. En el descenso, quienes experimentaron la
resurrección, discuten sobre la “resurrección de los muertos”. El monte está
relacionado con la resurrección y la llanura con la muerte. Evocación de los
orígenes de Israel en las montañas tribales en contraste con las llanuras
tributarias e idolátricas. Producir tal contraste es la tarea permanente de
quienes “descienden del monte”. De ahí el imperativo a descender. En el camino a Jerusalén era necesaria la transfiguración. Galilea
había mostrado el “éxito” del reino de Dios. La comunidad discipular identificó
allí la realización de los tiempos mesiánicos relacionados con los milagros de
Jesús y con las multitudes necesitadas. La expectativa judía de un Mesías
liberador de la opresión romana estaba siendo respondida. La comunidad
discipular aún no salía de estos moldes mesiánicos. Cuando Jesús anuncia su
pasión y crucifixión, hay alarma y desconcierto. No se entiende un mesianismo
que pase por la cruz. Para “corregir” esta situación vivida por la comunidad
post-pascual de Marcos, el relato introduce la transfiguración. Lo que en el sentido profundo se trasmite en el texto es una vivencia
fundamental para toda persona humana, que lo fue sin duda también para Jesús:
la necesidad de transcender la superficie de las cosas para captar su sentido
profundo. En un momento privilegiado de gracia, los discípulos pudieron acceder
a una visión más honda de lo que significaba aquél Jesús humilde que les
acompañaba “como uno de tantos”. Y eso les dio ánimos y les fortaleció para
continuar la “subida a Jerusalén”. La fe es la que opera esa “transfiguración”; por ella la vida real,
tantas veces chata y sin relieve, rutinaria o hasta decepcionante, se
“trasfigura”, mostrándonos sus riquezas de sentido, su trasfondo de dimensiones
transcendentes, hasta hacernos experimentar incluso que “todo es gracia”...
como dijo Bernanos. Ante esa visión transfigurada de la realidad, uno se
extasía, siente el deseo de detener el tiempo para contemplar y saborear...
Pero esos momentos privilegiados, transfigurados, son excepciones; a lo largo
del camino hacia Jerusalén hay pocos montes Tabor... La fe es la que debe suplir y hacer posible en el fondo del corazón la
fuerza para subir al monte Tabor, incluso cuando podamos estar cerca del otro
monte, el Calvario… La fe nos puede dar “una visión contemplativa de la
realidad”, una visión mayor, penetrante, transfiguradora, anticipadamente
escatológica incluso. Este poema de Casaldáliga que les ofrecemos parece
expresar algo semejante. y la noche y su aldea reunida; la garza blanca y sus ocultos huevos, la piel del río y su secreta vida. en la entera verdad de su querencia; y cada cosa en su primero nombre y cada nombre en su lograda esencia. veré, por fin, la cierta encrucijada de todos los caminos de la Historia Y saciaré mis ojos en Tu gloria, para ya siempre más ver, verme y verte. Para la revisión de vida ¿Hasta
qué punto me fío yo de la Palabra de Dios, como Abraham?, ¿cómo reacciono
cuando esa Palabra me trae complicaciones y comporta dificultades a mi vida? Abraham
no se reservó para sí ni a su propio hijo, y eso que era el medio necesario
para el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho de tener una
numerosa descendencia... ¿También yo soy capaz de ofrecerle y entregarle todo?
¿O hay zonas o realidades de mi vida que yo no estaría dispuesto a entregar a
Dios si me lo pidiera? ¿Necesito
yo un alto en el camino -como el que proporcionó Jesús a sus tres discípulos en
el monte Tabor- para verle transfigurado y transfigurar así también mi vida?
¿Me ayuda la fe a ver las dimensiones profundas de la realidad? ¿Me ayuda a
transfigurarla? Para la reunión de grupo La fe de Abraham fue "una fe contra toda evidencia"... ¿una
especie de "obediencia ciega"? Se trata fundamentalmente de un
símbolo que no hay que extrapolar tomándolo a la letra. Teniendo eso en cuenta:
¿la fe, puede estar contra la evidencia de la razón? ¿Fe y razón pueden
oponerse contradictoriamente? ¿Puede estar la fe en contra del «sentido común»? El ser humano no sólo es un “animal racional”, al decir de
Aristóteles, sino que es también un “animal de sentido”. Necesita un sentido
para vivir. Y lo necesita tanto o más que los bienes materiales necesarios para
su vida. Sin sentido, su vida se hace sencillamente insufrible. ¿Qué relación tiene
la cultura y la religión con esta necesidad antropológica fundamental? Estamos en un tiempo sin utopías, donde todo se compra y se vende y se
calcula fríamente... ¿Qué mensaje nos trae el símbolo de la transfiguración a
este tiempo de mirada tan corta? Abraham no es «nuestro» padre en la fe, sino el padre de tres
religiones monoteístas, las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo
e islamismo. ¿No parece que tenemos bastante infravalorada esta
«consanguinidad» o especial relación que deberíamos tener, que debería unirnos
a las tres religiones? Sin ir más lejos: ¿qué relación tenemos desde mi
comunidad cristiana con comunidades de religión judía o islámica de nuestra
propia ciudad o región? Para la oración de los fieles Por la Iglesia, para que en medio de las oscuridades y angustias de
nuestro mundo sea siempre signo de la esperanza capaz de transfigurar la
existencia humana. Oremos. Por todas las personas, para que encontremos el sentido de la vida en
el trabajo por conseguir un mundo nuevo y mejor, transfigurado. Oremos. Por todos los que padecen injusticia, opresión, soledad, rechazo; para
que encuentren hermanos que transfiguren su mirada con la ayuda solidaria.
Oremos Por todos los indecisos, para que descubran lo urgente que es amar.
Oremos. Por todos los pueblos a los que no llegó la luz del Evangelio: para
que sean fieles a la luz que el Dios único ha puesto a su disposición en la
religión del pueblo en el que han venido al mundo. Oremos. Por esta comunidad nuestra, para que permanezcamos fieles a Jesús, a
quien el Padre resucitó de entre los muertos, y nos mantengamos firmes en la
esperanza de encontrarnos un día cara a cara con el Cristo glorioso. Oremos. Oración comunitaria Dios,
Padre nuestro, que nos invitas a "escuchar a tu Hijo muy amado",
Jesucristo; abre nuestros corazones para que sepamos acoger su Palabra con
cariño y confianza, la pongamos por obra, y así lleguemos a participar un día
de la plenitud de su felicidad gloriosa. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo,
nuestro hermano e hijo tuyo muy amado...
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