TERCER DOMINGO DE CUARESMA
CICLO "B" Salmo interleccional: Salmo 18 Segunda lectura: 1 Corintios 1,22-25 EVANGELIO 14Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a
los cambistas instalados. 15Haciendo como un azote de cuerdas, a
todos los echó del templo, lo mismo a las ovejas que a los bueyes; a los
cambistas les desparramó las monedas y les volcó las mesas 16y a los
que vendían palomas les dijo: -Quitad
eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios. 17Se acordaron sus discípulos de que estaba escrito: "La pasión por
tu casa me consumirá". 18Respondieron entonces los dirigentes judíos, diciéndole: -¿Qué
señal nos presentas para hacer estas cosas? 19Les replicó Jesús: -Suprimid
este santuario y en tres días lo levantaré. 20Repusieron los dirigentes: -Cuarenta
y seis años ha costado construir este santuario, y ¿tú vas a levantarlo en
tres días? 21Pero él se refería al santuario de su cuerpo. 22Así, cuando se levantó de la muerte se acordaron sus discípulos de que
había dicho esto y dieron fe a aquel pasaje y al dicho que había pronunciado
Jesús. 23Mientras estaba en Jerusalén, durante las fiestas de Pascua, muchos
prestaron adhesión a su figura al presenciar las señales que realizaba. 24Pero
Jesús no se confiaba a ellos, por conocerlos a todos; 25no
necesitaba que nadie lo informase sobre el hombre, pues él conocía lo que el
hombre llevaba dentro. COMENTARIOS A mí no me extraña que Jesús de
Nazaret entrara en el templo de Jerusalén y haciendo un azote de cordeles
echara fuera a muchos. No era para menos; más que un templo, parecía un banco,
siendo de hecho el centro financiero más importante del país.
Dios
no cabe entre cuatro paredes por mucho que en el transcurso de los siglos lo
hayan intentado encerrar los manipuladores de la fe de los pueblos Dios sólo
cabe en el Hombre; en el hombre que, por amor, entrega y gasta la vida por la
libertad de sus semejantes. Y en los grupos de hombres en los que ese amor es
la característica que los idéntica. EL TEMPLO DE JERUSALÉN Desde muchos siglos antes de Jesús, en
Palestina sólo había un templo. En una sociedad tan religiosa, si sólo se podía
encontrar a Dios en un lugar, los intermediarios de ese encuentro, los que
controlaban el acceso a ese lugar adquirían, por ese hecho, el mayor poder que
un hombre puede pretender: la capacidad para facilitar o impedir la relación de
los hombres con Dios. Los sumos sacerdotes, que se atribuyeron en exclusiva
ese poder, muy pronto lo aprovecharon en beneficio propio. En tiempos de Jesús,
controlaban directa o indirectamente la venta de animales -corderos, bueyes
y palomas- para los sacrificios (las ceremonias de aquella religión
incluían casi siempre el sacrificio de un animal, el impuesto religioso y el
cambio de moneda (sólo se podía pagar ese impuesto en moneda oficial del
templo; Mt 21,12; Jn 2,15). El tesoro del templo funcionaba también como banco
en el que se depositaban las grandes fortunas y, además, el templo poseía
grandes extensiones de tierra; era la primera empresa de Palestina. Y
todo porque aquélla, decían, era la casa de Dios; y ellos tenían la llave.
Jesús va a acabar con esta situación. SE ACABÓ EL TEMPLO Encontró en el templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas insra1ados, y haciendo
como un azote de cuerdas, a todos los echó del templo, lo mismo a las
ovejas que a los bueyes; a los cambistas les desparramó las monedas y les volcó
las mesas, y a los que vendían palomas les dijo: -Quitad eso de ahí: no
convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios. Jesús se presenta con un azote en la mano (el
evangelio no dice que lo utilice contra nadie): él es el Mesías, y como tal se
muestra. Pero lo que hace y lo que dice va mucho más allá de lo que todos
esperaban. En primer lugar, Jesús desbarata todo aquel
montaje. No puede consentir que lo que debería haber sido un lugar de encuentro
con el Dios liberador se haya convertido en un negocio para explotar a los
pobres. Su gesto es una acusación contra los dirigentes religiosos de Israel
que manejan la fe del pueblo para enriquecerse; pero, al mismo tiempo, echando
fuera a los animales, está indicando que ya no van a hacer falta para dar culto
a Dios. Dios, ya se había dicho muchos siglos antes, no necesitaba para nada la
sangre de los animales; lo que él quería era que los hombres practicaran la
justicia y el derecho; ésas eran las ceremonias religiosas que Dios
agradecía. La expulsión de las ovejas tiene un
simbolismo aún más profundo (el evangelio de Juan, al que pertenece este
pasaje, utiliza en varios lugares la imagen de las ovejas para referirse al
pueblo; véase, por ejemplo, el capítulo 10, el pasaje más conocido): Jesús está
anunciando con este gesto que su tarea es liberar al pueblo de toda opresión,
sobre todo cuando ésta se justifica en nombre de Dios. El va a empezar un nuevo
éxodo (con este nombre se conoce la salida de los israelitas de
la esclavitud de Egipto y el libro en que se cuenta), un nuevo proceso de
liberación que comienza precisamente por sacar al pueblo de la institución
religiosa. A los dirigentes, representados por los
vendedores de palomas (la ofrenda de los pobres; Lv 5,7), los denuncia por su
actuación: «quitad eso de ahí»; pero no les cierra la puerta: «no convirtáis la
casa de mi Padre en una casa de negocios». En las palabras de Jesús se contiene
una invitación para que se liberen de su injusticia también ellos. EL NUEVO TEMPLO -Suprimid este santuario y
en tres días lo levantaré Repusieron los dirigentes: -Cuarenta y seis años ha
costado construir este santuario ¿y tú vas a levantarlo en tres días? Peto él se refería al
santuario de su cuerpo. La respuesta de Jesús, explicada por el evangelista,
revoluciona toda su mentalidad: «Suprimid este santuario... Pero él se
refería al santuario de su cuerpo. » Dios ya no habita en el templo. Dios
está presente en un cuerpo, el del Hombre que da su vida (suprimid este
santuario) por amor a sus semejantes. Dios revela su gloria en el amor
leal que se manifiesta en la entrega de ese Hombre en la cruz y en la vida que,
por la fuerza del amor de Dios, acabará venciendo a la muerte, y seguirá
manifestando su gloria y haciéndose presente en cada hombre y en cada grupo que
intenten amar con la misma lealtad. La
religión, ¿un negocio? Esta ha sido una acusación que se ha hecho repetidamente
contra las instituciones religiosas. Lo terrible del caso sería que esa
acusación hubiera podido hacerse alguna vez, con razón, contra la comunidad
cristiana. Que cada cual saque sus consecuencias.
III vv.
13-17 Estaba cerca El
templo, centro religioso y símbolo nacional de Israel, está convertido en
lugar de comercio y explotación. El azote de cuerdas era un conocido
símbolo mesiánico. Jesús se presenta como Mesías cuando está próxima la fiesta
de Pascua y acuden peregrinos a Jerusalén. Con la expulsión del ganado, anuncia
su propósito de sacar (éxodo) al pueblo (representado por las ovejas, cf. Jn
10,lss; Ez 34) fuera de la institución religiosa, de la que es víctima. La
acción de Jesús alude al texto del profeta Zacarías (14,21): "Y no habrá
mercaderes en el templo del Señor... aquel día". Con eso, "el día del
Mesías", el de la actividad de Jesús, se identifica con "el día del
Señor" (Zac 14,1), el final y definitivo, cuando "el Señor va a ser
rey de todo el mundo" (Zac 14,9). Los
cambistas, por su parte, representan en este episodio el sistema bancario y
administrativo del templo, y el tributo (medio siclo = dos dracmas) que todos
los varones, residentes lo mismo en Palestina que en el extranjero, habían de
pagar anualmente a partir de los veinte años de edad. De hecho, el culto y el
funcionamiento del templo se mantenían en gran parte con el dinero que los
dirigentes recaudaban del pueblo, invocando para ello la voluntad divina. La
acción de Jesús muestra que tampoco acepta esta forma de despojo, que hace
aparecer a Dios como explotador del pueblo. Pero
los principales acusados son los vendedores de palomas. La paloma se usaba para
los sacrificios expiatorios, en particular de los pobres. Como se ha visto a
propósito de las tinajas de Caná (2,6), la religión oficial prometía
falsamente la reconciliación con Dios; ahora se descubre que con ello explotaba
económicamente a los más débiles. Los vendedores de palomas son así figura de
la jerarquía del templo, que, aprovechándose del sentimiento religioso de los
pobres, los despojaba con el fraude de lo sagrado. El Dios del templo ya no es
el Padre, sino el dinero: es un templo idolátrico. Al
llamar a Dios “mi Padre”, hace Jesús una nueva afirmación
mesiánica (cf. Sal 2,7: "Hijo mío eres tú"). Pero este apelativo
muestra al mismo tiempo que la relación con Dios ya no se formula en términos
religiosos, sino familiares (Padre); no hay en ella temor, sino amor y
confianza. Los
discípulos interpretan la acción de Jesús en clave del celo de Elías (1 Re
19,10.14.15-18; 2 Re 10.1-28; Mal 3,lss.23; Eclo 48,1-11): ven en Jesús un
Mesías que va a reformar las instituciones por la violencia ("La pasión
por tu casa me consumirá"). vv.
18-21 Respondieron entonces los dirigentes judíos, diciéndole: «¿Qué señal
nos presentas para hacer estas cosas?» Les replicó Jesús: «Suprimid este
santuario y en tres días lo levantaré». Repusieron los dirigentes: «Cuarenta y
seis años ha costado construir este santuario, y ¿tú vas a levantarlo en tres
días?» Pero él se refería al santuario de su cuerpo. Los
dirigentes del templo, representados antes por los vendedores de palomas, no
hacen caso de la exhortación de Jesús a que dejen de explotar al pueblo (v. 16:
Quitad eso de ahí); al contrario, le piden sus credenciales como
Mesías. Consideran que su propia autoridad es legítima por institución divina y se arrogan la facultad
de juzgar sobre la validez de la pretensión de Jesús. La
función del templo era expresar la gloria de Dios y significar su presencia activa
en medio del pueblo (cf. Éx 40,34-38). Ellos han ocultado esa gloria y anulado
esa presencia, haciendo del templo un mercado. Este
templo va a ser sustituido. Jesús, en quien habita la gloria-Espíritu (1,14),
es el nuevo santuario que invalida todos los anteriores. Matando a Jesús (Suprimid
este santuario), los dirigentes intentarán eliminar definitivamente la
presencia de Dios, al que ya han desalojado del templo, pero su intento será
vano (en tres días lo levantaré). Ellos
no entienden el dicho de Jesús y piensan en una reconstrucción milagrosa del
templo material. Pero Jesús sabe bien lo que dice, pues ya prevé el desenlace
del conflicto que ahora empieza. La
expresión el santuario de su cuerpo / persona, que el evangelista
refiere a Jesús (cf. 19,31.38.40; 20,12), será extensible a todos los
que posean el Espíritu (7,38; 19,34); también ellos serán santuario de Dios en
el mundo. v.
22 Así, cuando se levantó de la muerte se acordaron sus discípulos de que
había dicho esto y dieron fe a aquel pasaje y a las palabras que había
pronunciado Jesús. Sólo
cuando Jesús resucite comprenderán los discípulos que su celo lo había llevado
a dar la vida por los hombres, no a quitar la vida a otros. Mientras tanto, a
todo lo largo del relato evangélico, la adhesión a Jesús (2,11) coexistirá en
el grupo con la interpretación errónea de su misión. vv.
23-25 Mientras estaba en Jerusalén, durante las fiestas de Pascua, muchos
prestaron adhesión a su figura al presenciar las señales que realizaba. Pero
Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos; no necesitaba que
nadie lo informase sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre llevaba
dentro. La
primera reacción es la de un grupo numeroso, aunque indeterminado, que, al
igual que los discípulos (2,17), viendo que la actuación de Jesús ha sido una
denuncia de las institución central del sistema judío y de sus dirigentes (las
señales que realizaba), le da su adhesión esperando que sea un reformador (a
su figura); tal es su idea del Mesías. Se trata, por tanto, de gente
descontenta con el sistema judío, que ve en Jesús un líder político. Sin
embargo, Jesús no establece contacto con ese grupo, pues, conociendo bien las
aspiraciones populares (lo que el hombre llevaba dentro), sabe que sus
expectativas sobre él son contrarias a su propósito. IV El simbolismo de la revelación mesiánica de Jesús es sumamente
resaltado en la confrontación con el templo. El relato necesita hacerlo, al fin
y al cabo se está construyendo y afirmando una nueva identidad. El templo de
Jerusalén es el centro de las instituciones y símbolo de la gloria y el poder
de la nación judía (tanto la residente en Palestina como la que se encuentra en
la Diáspora). El evangelio emplea un símbolo conocido para indicar la
presentación mesiánica de Jesús: el “látigo con cuerdas”. Era proverbial la
frase “el látigo del Mesías” para significar la violencia que implica la irrupción
de la era mesiánica. El uso que Jesús hace del “látigo” no deja la menor duda a
cerca de su identidad y del proyecto que encarna: con él arroja fuera del
templo el ganado que se vendía para los sacrificios, las ovejas y los bueyes.
Sacrificios, como ovejas y bueyes, así como sus potenciales compradores (sólo
los ricos podían ofrecer este tipo de ganado en el sacrificio) son puestos
fuera del horizonte del nuevo proyecto mesiánico-profético. Al echar todos afuera del templo con sus ovejas y sus bueyes, declara
Jesús la invalidez del culto de los potentados, del que los sacrificios
constituían el momento cumbre. Jesús no denuncia solamente, como habían hecho
los profetas, el culto que encubre la injusticia, sino que declara infame el
culto que es en sí mismo una injusticia, por ser medio de explotación, pero
sobre todo por ser legitimación religiosa de la injusticia y del crimen. No
propone una reforma del culto, sino la abolición. La expulsión de los bueyes tiene que ver con la misma constitución de la
sociedad tributaria-monárquica. El primer rey de Israel se constituyó a partir
del “grupo de campesinos propietarios de bueyes”. No es de extrañar que a
partir de entonces, latifundistas, bueyes y sacrificios en el templo estén
articulados en un solo proyecto y se correspondan ideológica y religiosamente.
Además el dios Baal de los agricultores cananeos se representaba con un buey.
La agricultura y la ganadería necesitan su propio dios y su propio culto.
Fueron los latifundistas aliados importantes de Herodes para la consolidación
de su poder y éste en retribución mantuvo en forma opulenta al templo. Así
podemos entender por qué el templo estaba lleno de bueyes, si la ideología
religiosa dominante cuyo centro simbólico estaba allí, era la justificación principal
para al sistema social estratificado y concentrador en Palestina desde la
Reforma de Josías. La expulsión de las ovejas del templo tiene también un rico sentido
simbólico. Las ovejas son figura del pueblo, encerrado en el recinto donde está
condenado al sacrificio. Los dirigentes explotan y asesinan al pueblo,
verdadera víctima del culto, sacrifican y destruyen al rebaño, a cuya costa
viven. Jesús no se propone reformar aquella institución religiosa, propósito
por cierto inútil, sino rescatar al pueblo de ella. Todos los grupos judíos esperaban el Reino, y la agitación del primer
siglo hizo a muchos pensar que la hora estaba próxima. Para los celotas era la
hora de tomar las armas era la hora de tomar las armas contra la ocupación
romana para instaurar el reino de Dios en el cual el templo y su personal ya no
estuvieran sujetos a ningún imperio. Los saduceos no esperaban activamente el
Reino y se contentaban con mantener como mejor podían el culto del templo con
la ayuda de las autoridades romanas. Los esenios como los celotas estaban
listos para tomar las armas por el Reino pero se habían retirado al desierto en
espera del momento oportuno (kairós), considerando que el templo estaba en
manos ilegítimas. Los fariseos también consideraban que para que llegara el
Reino había que acabar con el dominio extranjero y restaurar la autonomía del
templo. Sin embargo, no entraron a ninguna guerrilla y se dedicaron a la más
riguroso observancia de la ley. A diferencia de los grupos anteriores, la actitud de Jesús y de su
comunidad discipular es de tajante oposición al templo, lo que aparece de una
manera mucho más radicalmente - no solo como rechazo de un culto de los
poderosos - en las acciones contra los cambistas a quienes les desparrama las
monedas, y contra los vendedores de palomas a quienes les ordena quitar de en
medio su mercancía. Los cambistas representaban “el sistema financiero” de la época. Todos
los varones judíos mayores de 21 años estaban obligados a pagar un tributo
anual al templo, e infinidad de donativos en dinero iban a parar al tesoro del
templo. Además, en la antigüedad, los templos, por la inmunidad que les
confería su carácter sagrado, era el lugar elegido por los pudientes para
depositar sus tesoros. El templo de Jerusalén llegó a ser uno de los mayores
bancos de la antigüedad. Para pagar el tributo y los donativos no se podía
hacer en monedas que llevasen la efigie imperial, considerada idolátrica por
los judíos. El templo acuñaba su propia moneda y los que iban a pagar tenían
que cambiar sus monedas por las del templo. Los cambistas cobraban,
naturalmente su comisión. Al volcar sus mesas y desparramar sus monedas, Jesús
estaba atacando directamente el tributo al templo y, con él, al sistema
económico religioso dominante. El templo es para Jesús una empresa que explota
económicamente al pueblo. De hecho, el culto proporcionaba enormes riquezas a
la ciudad y a los comerciantes, sostenía a la nobleza sacerdotal, al clero y a
los empleados. La acción de Jesús toca, por tanto, un punto neurálgico: el
sistema económico e ideológico que representaba el templo en Israel. La acción contra los vendedores de palomas es igualmente de enorme
impacto ideológico. Las palomas eran animales sacrificiales de menor
importancia, pues con ellas los pobres ofrecían sus cultos a Dios; sin embargo
el hecho que sus vendedores hayan sido los únicos a quienes Jesús se dirige y a
los que hace responsables de la corrupción del templo, deja ver la enorme
preocupación de Dios por la suerte de los pobres y su enojo por quienes hacen
negocio con su pobreza. En contraste con las dos acciones anteriores, Jesús no
ejecuta acción alguna, sino que se dirige a los vendedores mismos acusándolos
de explotar a los pobres por medio del culto, del impuesto, y del fraude de lo
sagrado. El templo es “casa del mercado” y allí el dios es el dinero. Al llamar
a Dios mi Padre, Jesús no lo identifica con el sistema religioso del templo. La
relación con Dios no es religiosa sino familiar, está en el ámbito de la casa
familiar. La relación se desacraliza y se familiariza. En la casa del Padre ya
no puede haber comercio ni explotación, siendo casa-familia acoge a quien
necesite amor, intimidad, confianza, afecto. Aún, Jesús da un paso más en su confrontación radical con el templo al proponerse él mismo como santuario de Dios. Frente al poder de Herodes (cuarenta y seis años de construcción del templo) emerge el poder del resucitado (tres días). En el Reino de Dios no se requiere templos sino cuerpos vivos. Estos son los santuarios de Dios, en donde brilla su presencia y su amor si viven dignamente. Jesús no viene a continuar la línea religiosa tradicional. Vino a proponer una humanidad restaurada a partir del principio de la ultimidad de la vida en cuerpos que viven con dignidad. Sobre esta base es posible soñar y construir otra manera de vivir y otra manera de creer.
Para la revisión de vida ¿Qué
significan para mí «los diez mandamientos»? ¿Están en el centro de mi visión
moral, o los he superado y transcendido en el mandamiento de Jesús, el
«mandamiento nuevo»? ¿Los
tomo demasiado como «mandamientos», como una orden, como si fueran algo así
como una orden irracional, o los he interiorizado y hecho míos? ¿Vivo
pendiente de la ley, o de alguna manera vivo ya en el espíritu de la ley, sin vivir
atenazado por la «obligación»? Para la reunión de grupo Se nos enseñó que para hacer nuestro «examen de conciencia»
siguiéramos «los diez mandamientos de Dios y los 5 de la Iglesia»… Todavía hay
personas cuyo «guión de examen» contiene en primer lugar o exclusivamente esos
15 mandamientos. ¿Es correcto ese planteamiento? ¿Por qué? ¿Pueden ocupar este
espacio de la conciencia los mandamientos del Primer Testamento? ¿Y los
mandamientos de Jesús? ¿Cuáles? Tener como referencia moral unos «mandamientos» puede tener un
peligro: el de creer que las cosas malas son malas por estar prohibidas, que su
pecaminosidad procede simple o principalmente del hecho de que han sido
prohibidas. Santo Tomás de Aquino hizo famoso un adagio: «las cosas malas no
son malas porque estén prohibidas, sino que están prohibidas porque son malas»
(non mala quia prohibita, sed prohibita quia mala). Entender esto o no,
posibilita dos tipos de espiritualidad o de moral: uno legalista y esclavo,
otro adulto y libre. En la Edad Media europea hubo una corriente filosófica de lo que se
llamó un «voluntarismo ético»: Dios ha mandado unos preceptos y con ello queda
para nosotros claro la ética y la moral, pero en realidad podría haber mandado
las cosas al revés, porque el bien y el mal éticos los dicta y los crea la
«voluntad de Dios». Comentar esta posición teológica. Los diez mandamientos es uno de tantos elementos que en la biblia
están repetidos, contados dos veces, y para más extrañeza, elencados de forma
diversa. Están en Ex 20,1 y en Dt 5, 1. El estudio moderno de la Biblia comenzó
precisamente observando repeticiones como ésta, y tratando de deducir su
significado. El grupo puede hacer el intento de interpretar la diferencia de
las dos redacciones. Si se quiere completar toda una sesión de trabajo y formación sobre la
base de los mandamientos, se puede tocar el tema del abandono del segundo
mandamiento (prohibición de hacer imágenes) y el desdoblamiento del décimo para
recuperar el número de diez (“deca”-logo). Ambas cosas (abandono y
desdoblamiento) tienen un significado teológico digno de profundizar. Que el "Templo" pueda convertirse en una "cueva de
ladrones" no se refiere sólo a la mercantilización de la religión (hoy más
improbable que en el tiempo de Jesús), sino también a su connivencia profunda
con el gran capital. En un sistema capitalista neoliberal como el actual, que
reconocidamente produce una concentración de la riqueza y una exclusión
creciente de los pobres, ¿qué tendría que hacer la religión para «no ser ni
parecer» legitimadora del desorden económico mundial actual? Si en el mundo
20/80 (el mundo en el que el 20% de la población acapara el 80% de los
recursos) ese 20% más rico "es" cristiano, ¿qué pensar del
"Templo" cristiano? Si los máximos multimillonarios actuales
"son" cristianos, ¿qué decir de sus “capellanes”? Para la oración de los fieles Para que la Iglesia, con sus actuaciones liberadoras y de servicio a
los pobres, demuestre que adora a Dios en espíritu y en verdad, y no al Dios
dinero. Oremos. Para que los derechos humanos no se queden en una hermosa declaración
de buenas intenciones, sino que se respeten y sean tenidos en todos los pueblos
como una norma fundamental de la convivencia humana. Oremos. Para que el sostenimiento económico de la comunidad cristiana sea
llevada por los mismos creyentes, con su propia contribución, y en todos los
países la Iglesia sea independiente de rentas y de privilegios del Estado.
Oremos. Para que sean muchos los evangelizadores que, como san Pablo, se
autofinancien con su propio trabajo, para que resplandezca siempre la
evangelización como una tarea gratuita ajena a todo interés lucrativo. Oremos. Para que cada día prestemos más atención a los templos vivos que son
las personas, que a los edificios de piedra. Oremos. Por los que se declaran cristianos públicamente y están en los puestos
donde se toman las decisiones graves sobre la economía del mundo, para que
siempre actúen como Dios nos pide: mirando justicia, la fraternidad y la
preferencia por los más pobres. Oremos Oración comunitaria Dios
de la Vida, Padre «todo-bondadoso», que nos has señalado como Ley suprema el
Amor: ayúdanos construir una comunidad mundial de hermanos y hermanas que, más
allá de toda diferencia religiosa o cultural, te den siempre culto en espíritu
y en verdad. Por Jesucristo nuestro Señor.
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