QUINTO DOMINGO DE CUARESMA
CICLO "B" Salmo interleccional: Salmo 50 Segunda lectura: Hebreos 5,7-9 EVANGELIO -
Señor, quisiéramos ver a Jesús. 22Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a
Jesús. 23Jesús les respondió: -
Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria del Hombre 24Sí,
os lo aseguro: Si el grano de trigo una vez caído en la tierra no muere,
permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto. 25Tener
apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del
orden este es conservarse para una vida definitiva. 26E1 que quiera
ayudarme, que me siga, y así, allí donde yo estoy, estará también el que me
ayuda. A quien me ayude lo honrará el Padre. 27Ahora me siento fuertemente agitado; pero ¿qué voy a decir: «Padre
líbrame de esta hora»? ¡Pero si para esto he venido, para esta hora! 28¡Padre,
manifiesta la gloria de tu persona! Vino
entonces una voz desde el cielo: -
¡Como la manifesté, volveré a manifestarla! 29A esto, la gente que estaba allí y la oyó decía que había sido un
trueno. Otros decían: -
Le ha hablado un ángel. 30Replicó Jesús: -
Esa voz no era por mí, sino por vosotros. 31Ahora hay ya una
sentencia contra el orden este, ahora el jefe del orden este va a ser echado
fuera, 32pues yo, cuando sea levantado de la tierra, tiraré de
todos hacia mi. 33Estó lo decía indicando con qué clase de muerte iba a morir. COMENTARIOS Lleno
de miedo, se paró a reflexionar. Atrás quedaba la semilla de Evangelio, ahogada
por las zarzas del sistema mundano; aunque a su alrededor permanecía aún el
grupo de discípulos, día a día, se iba quedando solo, terriblemente solo,
acorralado y asediado por la violencia y el odio de quienes, instalados en la
cúspide del poder, buscaban el momento oportuno para quitarlo de en medio. Arriba,
allá en lo alto del cielo, se encontraba su Padre Dios; a punto estuvo de
pedirle que lo librara de pasar aquel mal trago. Tenía miedo a morir y dijo a
sus discípulos; "Ahora me siento fuertemente agitado, pero ¿qué voy a
decir: Padre, líbrame de esta hora? ¡Pero si para esto he venido, para esta
hora! Padre, manifiesta la gloria de tu persona". Y decidió seguir
adelante. Al
instante de tomar esta decisión, dice el evangelista Juan, "se oyó una voz
del cielo: Acabo de manifestar mi gloria y volveré a manifestarla". La
gloria, la manifestación del Dios-Amor tenía su aparición más perfecta en Jesús
de Nazaret. "Ante
esto la gente que estaba allí escuchando decía que había sido un trueno;
algunos decían que le había hablado un ángel". Bella imagen para confirmar
desde arriba la decisión de Jesús, como trueno que hace estremecerse, como voz
de un mensajero divino dirigida a todos cuantos aún dudaban del camino del
Maestro: "Esta voz no era por mí, sino por vosotros" -precisó Jesús. Antes de pronunciar estas palabras había declarado:
"Sí, os lo aseguro: si el grano de trigo caído en la tierra no muere,
queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto". Estaba convencido de
que no se puede producir vida sin dar la propia; la vida es fruto del amor y no
brota si el amor no es pleno, si no llega al don total. Amar es darse sin
escatimar nada; hasta desaparecer, si es necesario. En la imagen del grano que
muere en la tierra, la muerte es condición para que se libere toda la energía
vital que contiene. El fruto comienza en el mismo grano que muere. Dar la
propia vida es la suprema medida de amor: "Quien tiene apego a la propia
vida, la pierde". Jesús era consciente de que sólo queda lo que damos. Y
se decidió a dar lo único que le quedaba: la vida. Sin posesiones, sin dinero, sin honores, sin dignidad, sin amigos, solo, subió al patíbulo. Su muerte, semilla de vida, fue consecuencia inevitable de un amor sin límites a los despojados de la sociedad, de un compromiso solidario con el pueblo, de una denuncia tenaz y abierta de la opresión. Fue la hora de la verdad. Bendita hora...
EL ENEMIGO DE Por
otro lado, en nuestra mentalidad han influido mucho otras ideas que consideran
al hombre un compuesto de dos partes totalmente distintas: el alma se
consideraba la parte buena y todo lo relacionado con el cuerpo era malo. Pero
ése no es el modo de pensar y de hablar de los escritores del Nuevo Testamento. La
palabra «mundo» en el evangelio de Juan puede significar distintas cosas: el
universo, la tierra, la humanidad..., obras de Dios y objeto de su amor. Pero,
a veces, con esa palabra se refiere a una realidad negativa, mala. El mundo,
en este sentido, es la desdichada manera de organizar la sociedad que los
hombres tenemos, es el «orden» social que tiene como pilares básicos «los bajos
apetitos, los ojos insaciables, la arrogancia del dinero», según palabras del
mismo evangelista en su primera carta (2,16). El mundo es todo sistema
social y/o religioso en el que no se respeta la dignidad del ser humano, y, por
tanto, no se respeta a Dios. Por
otro lado, para la mentalidad hebrea, el hombre no es un compuesto de dos
partes distintas, sino una unidad que puede ser vista de distintas maneras:
como carne, el hombre entero en cuanto mortal; como cuerpo, esto
es, capaz de relación con los demás; como alma, o sea, como ser vivo; y
como espíritu, dotado de unas capacidades superiores a las de los demás
vivientes y exclusivas de la persona humana. El alma es la vida; que «el mundo
es enemigo del alma» significa que es enemigo de la vida: que la sociedad
humana se ha organizado de tal modo que en ella la vida del hombre está en
constante peligro.
EL ORDEN ESTE Algunos
quizá piensen que esta frase significa que Dios quiere que su Hijo muera para
salvar a la humanidad. No. Dios no quiere que ni su Hijo ni nadie muera; pero
la muerte de Jesús será inevitable por la maldad del orden este. El sufrió, y,
como él, todos los que se comprometan en la tarea de organizar el mundo de otra
manera, como un mundo de hermanos, sufrirán el acoso de los defensores del
mundo, del orden este. Todos los que gozan de privilegios obtenidos a costa de
la opresión de los demás se resistirán a perderlos, aunque para ello tengan que
matar; de hecho, sus privilegios son ya instrumento de muerte, pues sus sobras
son falta de vida para los pobres. Por eso no es una contradicción esta otra
frase: «Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida
en medio del orden este es conservarse para una vida definitiva». Lo absurdo es
querer vivir en medio de un orden de muerte, en medio de una organización en la
que sólo algunos -y sólo aparentemente- viven. Y para vivir de esa manera no
tienen más remedio que matar. Como algunos quizá piensen que estamos
exagerando, que hablen los hechos. Dos ejemplos de hoy: -
En nuestro mundo hay alimentos suficientes para que cada ser humano de la
tierra coma cada día lo que necesita para vivir y para que sobre un 10 por 100
aproximadamente. Pero, mientras tanto, el hambre es la causa -directa o
indirecta- de la muerte de 100.000 seres humanos. Y, entre tanto, en
Estados Unidos hay almacenados excedentes, alimentos que sobran, por valor de 400
billones (400.000.000.000.000) de pesetas; y, mientras tanto, -
Cada año, el Tercer Mundo gasta en armas cerca de tres billones
(3.000.000.000.000) de pesetas que podrían haberse gastado en producir
alimentos. Por dos veces matan las armas a los pobres: violentamente cuando se
usan y de hambre cuando se compran; la riqueza producida con el trabajo de los
pobres sirve para matar a los pobres. ¿Es demagogia decir que el mundo así
organizado es un orden de muerte?
III «Los griegos» del texto podían ser judíos
helenistas, paganos prosélitos o simples simpatizantes del judaísmo. En todo
caso, pertenecen a otra cultura, que, en aquella época, podía llamarse
universal. De este modo, al cortejo que sigue a Jesús se
suma gente de otros pueblos. Se verifica la frase de los fariseos: todo el
mundo se ha ido detrás de él. Los griegos subían a Jerusalén para dar
culto, pero, al encontrar a Jesús, renuncian a su propósito. Comienzan a
acercarse las ovejas que no son del recinto de Israel (10,16), para ser
reunidas por Jesús. Felipe era natural de Betsaida (“Lugar de
pesca”, posible alusión a la misión) (1,44), situada fuera del territorio de
Israel, en la tetrarquía de Filipo. Los griegos le manifiestan su deseo de
conocer a Jesús. Felipe, el hombre de la tradición que no ha salido de las categorías
del judaísmo (1,45; 6,5-7), el que había invitado a Natanael a acercarse a
Jesús (1,46), no se atreve a hacer lo mismo con los griegos. Acude a Andrés, el
que “se quedó a vivir con Jesús” (1,39), es decir, el que vive en la esfera del
Espíritu y comprende el mensaje (6,8-9), pero tampoco Andrés se atreve a tomar
la iniciativa. Ambos van a consultar a Jesús. Refleja este pasaje la dificultad
que tuvieron las primeras comunidades, de raíz judía, para abrirse a los
paganos (cf. Zac 9,13; Sof 3,9). Jesús no habla directamente a los griegos: la
misión con los paganos tocará a sus seguidores. Declara que la hora anunciada
desde el principio (2,4) ha llegado, y que en ella se hará patente la gloria
del Hijo del hombre, su amor fiel hasta el don de la vida, terminando de
realizar en sí mismo el proyecto divino, el Hombre-Dios (1,2). El ideal del hombre que se realiza en Jesús
no coincide con los tradicionales de la cultura griega: no se identifica con el
héroe que aspira a la gloria militar y a la fama imperecedera, ni con el
filósofo que cultiva la sabiduría. La plenitud del hombre no está en la fama ni
se centra en el saber. Hay un nivel infinitamente más alto, que excluye algunos
de estos aspectos y completa otros: ese nivel es la condición divina, que se
alcanza por el don de sí mismo, por el amor a todos hasta el fin, reproduciendo
el ser y la actividad del Padre, único Dios verdadero. Es singular que este anuncio lo haga Jesús
precisamente cuando hombres de cultura griega se interesan por él. Quiere decir
que la manifestación en Jesús de la gloria del Hombre es el hecho decisivo para
la misión en el mundo pagano. Para la humanidad en general, lo más importante
acerca de Jesús no será reconstruir en detalle su itinerario en ambiente judío,
sino descubrir en él la condición divina del Hombre. En consecuencia, los discípulos no deberán
proponer en primer lugar una doctrina o una ideología, ni presentar a Jesús
como un mero individuo histórico (Jesús de Nazaret), sino que han de mostrar
realizada en él la plenitud humana en la manifestación suprema de la
gloria-amor. La figura de Jesús pone al hombre en el centro, le devuelve su
valía y su dignidad y, por encima de toda ideología, es el modelo que permite a
la humanidad encaminarse hacia su plena realización. 24-26 «Sí, os lo aseguro: Si el grano de
trigo, una vez caído en la tierra, no muere, permanece él solo; en cambio, si
muere, produce mucho fruto. Tener apego a la propia vida es destruirse,
despreciar la propia vida en medio del orden este es conservarse para una vida
definitiva. E1 que quiera ayudarme, que me siga, y así, allí donde yo estoy,
estará también el que me ayuda. A quien me
ayude lo honrará el Padre». En esta declaración solemne y central explica
Jesús cómo se producirá el fruto de la misión, suya y de los discípulos. No se
genera vida sin dar la propia. La vida es fruto del amor y brota según la
medida del amor. Amar hasta el fin es darse sin escatimar. En la metáfora del grano que muere en la
tierra, la muerte es la condición para que se libere toda la energía vital que
contiene; la vida allí encerrada se manifiesta entonces de una forma nueva.
Jesús afirma con esto que el hombre posee muchas más potencialidades de las que
aparecen, y que solamente el don de sí hasta el fin las libera para que ejerzan
toda su eficacia. Jesús usa aquí una formulación extrema. En
realidad, la muerte de que habla no es un suceso aislado, sino la culminación
de un proceso de donación de sí mismo; se presenta como el último acto, que
sella definitivamente la entrega continua. El dicho de Jesús implica que la
fecundidad no depende de la transmisión de un mensaje doctrinal, sino de la
práctica de un amor hasta el fin. El amor es el mensaje. El temor a perder la vida es el gran
obstáculo a la entrega. Poner límite al compromiso por apego a la vida es
condenarla al fracaso, pues este apego lleva a todas las abdicaciones. Por el
contrario, estar dispuesto a arriesgar la vida, desafiando la hostilidad de la
sociedad injusta, no significa frustrar la propia existencia, sino llevarla a
su completo éxito. Infundir temor es la gran arma del orden injusto. Quien no
teme morir, lo desarma. Es totalmente libre y puede amar totalmente. Ha advertido Jesús que el secreto de la
fecundidad está en la entrega de la propia vida. Ahora invita a seguirlo en ese
camino (el que quiera ayudarme, que me siga), es decir, colaborar en su
misma tarea, aun en medio de la hostilidad y persecución. Es el mismo mensaje
contenido en la exigencia de “comer su
carne y beber su sangre” (6,35). El lugar de Jesús (allí donde yo estoy) es
el de la plenitud del amor que va a demostrar en la cruz, de donde brotará el
fruto. El hombre libre creado por Jesús (8,32) es dueño de su vida y por eso
puede darla como él. Posee su presente, y en cada ocasión puede entregarse al
máximo. Eso precisamente significa “morir”: no en primer lugar perder la vida
porque otros la arrebaten, sino ir entregándola como don libre de sí. Esa
entrega va comunicando vida a otros y acrecentándola en el hombre mismo. Con
esta actividad de amor, el discípulo se va haciendo “hijo de Dios”, y, aunque
"el mundo" lo margine y le quite la honra, el Padre lo honrará acogiéndolo
como a hijo suyo. 27-29 Ahora me siento fuertemente agitado;
pero ¿qué voy a decir: “Padre líbrame de esta hora”? ¡Pero si para esto he
venido, para esta hora! 28¡Padre, manifiesta la gloria de tu
persona! Vino entonces una voz desde el cielo: «¡Como la manifesté, volveré a
manifestarla!» 29A esto, la gente que estaba allí y la oyó decía que
había sido un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel». Jesús ha desafiado a la institución judía,
denunciando su injusticia, y su actitud va a costarle la vida. Ahora, el ser de
Jesús se rebela ante la muerte que lo amenaza (me siento fuertemente
agitado). Él es la vida, la antítesis de la muerte. Pero, además, la suya
no va a ser una muerte natural, sino prematura, en la flor de la edad (8,57).
Será efecto del paroxismo del odio y del
máximo de la injusticia. Él, que ofrece amor y vida, se ve rechazado y
condenado a muerte por los suyos. Su turbación nace del horror que siente el
amor ante el odio. Jesús rechaza la tentación de recurrir al
Padre para obtener una intervención que lo saque de la situación crítica en que
se encuentra (líbrame de esta hora); es la idea del Dios-solución, que
permite esquivar la propia responsabilidad y escapar de las consecuencias de la
propia actuación. Jesús reacciona contra su estado de ánimo
reafirmando su decisión de llevar a cabo su obra. Afirma que el sentido
de su vida entera depende de “su hora”, que será la de su enfrentamiento final
con el mundo homicida y la manifestación suprema de su amor al hombre. Su hora
es la consecuencia y el coronamiento de toda su vida. Desde el principio la
tenía presente (2,4). Aparece aquí, muy real, la humanidad de
Jesús. Hace su opción consciente en contra de su inclinación natural. No va a
la muerte con la sonrisa en los labios; la empresa es muy seria y dolorosa.
Pero en la paradoja de que el hombre de carne pueda amar hasta ese punto,
brilla su gloria y la de Dios mismo. Su amor supera la debilidad de la carne. Pide al Padre que manifieste su gloria, que
es su amor fiel (1,14). Hasta ahora la ha manifestado en la obra de Jesús,
ahora éste le pide que la manifieste en él una vez más, al afrontar la prueba
final. La petición de Jesús al Padre es, al mismo tiempo, una petición por el
pueblo, por la humanidad entera, pues de esa manifestación de amor-vida depende
la salvación del mundo. La
respuesta del cielo confirma la actitud de Jesús. La bajada del Espíritu (1,32:
bajar del cielo) fue la manifestación a Jesús del amor del Padre; ahora
habrá una manifestación visible para todos, la nueva teofanía (volveré a
manifestarla), el Hombre en la cruz de quien fluirá la vida (3,14s;
7,37-39). La multitud reconoce la procedencia celeste
de la voz. El término voz significa también “trueno” (Éx 19,16.19), y
así lo interpreta una parte de los presentes. Para éstos es una manifestación
divina sobrecogedora, y quizá amenazadora (trueno, cf. Sal 29,3ss); para
otros, en cambio, es un mensaje de Dios a Jesús (ángel). Se perfila un
contraste de actitudes entre el pueblo. 30-33 Replicó Jesús: «Esa voz no era por
mí, sino por vosotros. Ahora hay ya una sentencia contra el orden este; ahora
el jefe del orden este va a ser echado fuera, pues yo, cuando sea levantado de
la tierra, tiraré de todos hacia mí». Esto lo decía indicando con qué clase de
muerte iba a morir. Jesús les interpreta lo sucedido. Era un
mensaje, pero no estaba destinado a él, sino a ellos; la voz pretendía
confirmarles su misión divina. "El orden este", el sistema
injusto, es el enemigo de Jesús y de sus discípulos (cf. 8,23). "Su
jefe" personifica el círculo de poder, los dirigentes, mostrando el
singular la común motivación y la unidad de intento; son los hijos y
agentes del Enemigo (“el diablo”), del asesino y embustero (8,44), es decir,
del dios-dinero instalado en el templo (8,20; cf. 2,16). Jesús había venido para abrir un proceso
contra el orden este (9,39). Ahora está ya dada la sentencia, pues la han
dictado ellos mismos al negarse a aceptar a Jesús (3,19). Creyendo excluirlo,
son en realidad ellos los que van a ser excluidos. Así, ante Dios, se invierten
los papeles: los que creen juzgar, serán juzgados; los que pretenden expulsar,
serán expulsados; los que piensan estar dentro, quedarán fuera. El acto mismo de levantar a Jesús de la
tierra, velada alusión a la cruz, sellará la sentencia del orden injusto y
anunciará su ruina. Pero esa acción, en vez de representar la ignominia
extrema, va a significar la máxima exaltación. En ese momento, que será el de
la manifestación esplendorosa del amor de Dios al hombre, Jesús va a convertirse en centro que atraerá
a los hombres (Os 11,4) a un nivel como el suyo, a una entrega como la suya, la
del Hombre-Dios, para crecer hacia su plenitud. IV La carta a los hebreos destaca las actitudes de Jesús en el
cumplimiento de la voluntad del Padre. El pasaje recuerda la escena del huerto
de los Olivos, cuando Jesús ora al Padre ante la posibilidad de ser librado de
la muerte. La oración tuvo como efecto el fortalecer a Jesús para llevar a cabo
su misión, no ahorrarle la realización de la misión. Los cristianos tenemos
mucho que aprender en este sentido, pues, la mayoría de las veces, nuestras
palabras más que oraciones o súplicas parecen órdenes dadas a Dios para que no
se haga su voluntad. El texto nos acerca también al sufrimiento que asume Jesús
como prueba de su obediencia a los designios del Padre. Oración y sufrimiento
de Jesús son signos concretos de esta solidaridad que comparte con toda la
Humanidad. Por este acercamiento tan perfecto a la voluntad del Padre es por lo
que Jesús se convierte en manifestación de la presencia de Dios entre nosotros,
camino y modelo de salvación abierto a todos los hombres y mujeres del mundo. En el evangelio de Juan vemos a judíos -o convertidos al judaísmo- que
vienen a Jerusalén con motivo de la fiesta pascual. En medio de la caravana
aparecen algunos griegos que aprovechan para pedir a Felipe: «quisiéramos ver a
Jesús». La pregunta no es «¿dónde está?», a lo que probablemente cualquiera les
hubiera respondido con una información adecuada, sino una petición que va unida
al deseo de la mediación de los discípulos para conocer personalmente a Jesús.
Los discípulos son reconocidos por su cercanía al maestro y se convierten en
mediadores, testigos y compañeros de camino para quienes quieren ver a Jesús.
El hecho de que sean griegos quienes buscan a Jesús tal vez quiera ser un
símbolo de universalidad del evangelio, pues «incluso los paganos buscan a
Jesús». La ocasión es aprovechada para anunciar que el tiempo de las palabras y
los signos está llegando a su fin, pues se acerca la «hora» del «signo» mayor:
su pasión y muerte en la cruz para alcanzar la redención del mundo. Jesús acude a una breve parábola. Sólo el grano de trigo que muere de
mucho fruto. Esta brevísima parábola presenta una vez más, de otro modo, la
lección fundamental del Evangelio entero, el punto máximo del mensaje de Jesús:
el amor oblativo, el amor que se da a sí mismo, y que por ese perderse a sí
mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida. Estamos ante una de las típicas «paradojas» del evangelio: «perder» la
vida por amor es la forma de «ganarla» para la vida eterna (o sea, de cara a
los valores definitivos); morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir,
entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de
recibirla… «Paradoja» es una figura literaria que consiste en una
«contradicción aparente»: perder-ganar, morir-vivir, entregar-retener,
dar-recibir… Parecen dimensiones o realidades contradictorias, pero no lo son
en realidad. Llegar a darse cuenta de que no hay tal contradicción, captar la
verdad de la paradoja, es descubrir el evangelio. Y estamos ante un punto alto de la revelación cristiana. En Jesús, se
expresa una vez más el acceso de la Humanidad a la captación esta paradoja. En
la «naturaleza», en el mundo animal sobre todo, el principal instinto es el de
la auto-conservación. Es cierto que hay mecanismos diríamos «altruistas»
controlados hormonalmente para acompañar los momentos de la reproducción y la
cría de la descendencia o para la defensa de la colectividad, pero no se trata
verdaderamente de «amor», sino de instinto, un instinto puntual excepcional
sobre el gran instinto de la auto-conservación, que centra al individuo sobre
sí mismo. La naturaleza animal está centrada sobre sí misma. Lo que pueda ser
contrario a esta regla no es más que una excepción que la confirma. El ser humano, por el contrario, se caracteriza por ser capaz de amar,
por ser capaz de salir de sí mismo y entregar su vida o entregarse a sí mismo
por amor. La humanización u hominización sería ese «descentramiento» de sí
mismo, que es centramiento en los demás y en el amor. La parábola que estamos
reflexionando expresa un punto alto de esa maduración de la Humanidad; tanto,
que puede ser considerada como una expresión sintética de la cima del amor. En
el fondo, esta parábola equivale al mandamiento nuevo: «Este es mi mandamiento,
que se amen los unos a los otros ‘como yo’ les he amado; no hay mayor amor que
‘dar la vida’» (Jn 15,12-13). Las palabras de Jesús tienen ahí también
pretensión de síntesis; ahí se encierra todo el mensaje del Evangelio. Y en
realidad se encierra ahí todo el mensaje religioso: también las otras
religiones han llegado a descubrir el amor, la solidaridad… el
«descentramiento» de sí mismo como la esencia de la religión. Jesús es una de
esas expresiones máximas de la búsqueda de la Humanidad, y del avance de la
presencia de Dios en su seno… Si las semillas somos nosotros, ¿a qué debemos morir? Esta hora
neoliberal que vive el mundo de hoy, aunque se haya dado un notable avance en aspectos
como la tecnología, la intercomunicación mundial, y hasta un notable desarrollo
económico (tremendamente desequilibrado), no podemos dejar de descubrir un
cierto «retroceso» en humanización: frente al pensamiento utópico, a las
«ideologías» (en el sentido positivo de la palabra) que buscaban la
«socialización» humana, la realización máxima posible de la solidaridad entre
los humanos y la colectividad, la realización de una sociedad fraterna y
reconciliada, tras el fracaso simplemente económico, militar o tecnológico de
alguno de los sectores en conflicto, ha acabado por imponerse la vuelta a una
economía supuestamente «natural», descontrolada, sin intervención, dejada al
azar de los intereses de los grupos, llegándose a proclamar que «la persecución
del propio interés sería la mejor manera de contribuir para el bien común»
[fisiocracia, Tableau de Quesnay…]. El neoliberalismo, con su programa de
«adelgazamiento del Estado», su disminución de los programas sociales y la
proclamación de un mercado supuestamente «libre», ha vuelto a hacer de la
sociedad humana una «ley de la selva», donde cada uno busca su propio interés
incluso creyendo que colabora al bien común. Es una proclamación enteramente
contraria al Evangelio, y contraria al mensaje de todas las religiones. Espor
eso que podemos considerarla como la proclamación de una nueva religión, las
del egoísmo insolidario. Afortunadamente hay cada vez más señales de que este
eclipse de la solidaridad y este retroceso de hominización trasluce cada vez más
su verdadera naturaleza, y la inconformidad surge por doquier. «Otro mundo es
posible», a pesar del esfuerzo de la propaganda neoliberal por convencernos de
que «no hay alternativa» y de que estamos en el «final (insuperable) de la
historia»... Si, con el evangelio, creemos que «no hay mayor amor que dar la
vida», que la ley suprema es «morir como el grano de trigo para dar vida»
(evangelio de este domingo), deberíamos comprometernos para que la sociedad se
concientice sobre la necesidad de superar políticas económicas tan «naturales»
y tan poco «sobrenaturales» como la actual política neoliberal. Posdata crítica sobre el evangelio de Juan El evangelio de ese domingo y de estas semanas es el de Juan. Un
evangelio bien diferente de los sinópticos. El último que se escribió. Un
evangelio que refleja una reflexión y una elaboración teológica muy
sofisticada, de difícil comprensión con frecuencia. El evangelio de la
comunidad de Juan. El Jesús que en este evangelio se refleja, el Jesús que discute con
«los judíos» no es en absoluto el Jesús histórico. Todas esas frases
lapidarias, solemnes, autoritativas, cuasidogmáticas... no son de Jesús. Han
sido puestas por el evangelista en boca de Jesús para expresar la reflexión
teológica que la comunidad ha elaborado… En la predicación, en la catequesis, en el comentario bíblico, es muy
fácil «no entrar en profundidades» y comentar sin más las palabras de Jesús
«como si» de hecho fueran palabras directas, históricas. Pero hacer esto hoy
día, no explicitar claramente al auditorio que se trata de reflexión teológica
y que su significado no puede entenderse en directo según lo que la narración
misma dice, es un error pastoral. Es el error de mantener al pueblo cristiano
en la ignorancia de lo que los exegetas hace muchos años que afirman
unánimemente. Es el error de presentar involuntariamente una imagen falsa del
Jesús histórico: un Jesús que lo sabe todo, que no tiene psicología ni
conciencia humana, porque una supuesta conciencia divina habría desplazado el
núcleo interior de su ser humano... Si se interpreta como histórico el Jesús
presentado por el evangelio de Juan caemos casi inevitablemente en la herejía
monofisista (Jesús como solamente divino, no humano). Leer y proclamar o
comentar el evangelio de Juan sin un comentario exegético mínimo, y, por
omisión, no evitar una interpretación directa literal del mismo, es un flaco
servicio a la fe del pueblo cristiano. El asunto es largo, pero bien conocido. Necesitamos hacer un esfuerzo
de catequesis siempre que se proclame este evangelio, porque sin ella nuestro
pueblo mantiene y confirma la visión de Jesús que fue clásica durante siglos en
las Iglesias, pero que desde hace tiempo se ha evidenciado como inexacta, no
histórica, y peligrosa, si no va acompañada de una aclaración hermenéutica. Al respecto recomendamos, por ejemplo, el libro de E.P. SANDERS, La
figura histórica de Jesús, Verbo Divino, Estella 2001.
Para la revisión de vida Si
el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. ¿Me resisto a dar
vida y a dar la vida en las pequeñas cosas de cada día y en los grandes
momentos de la vida? ¿He captado la ley evangélica es de dar la vida por amor?
¿Estoy dispuesto a aceptar esa «muerte» para vivir? Para la reunión de grupo Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. El
grano de trigo ha de entregarse, enterrarse, perderse... para ser fecundo. La
condición de la fecundidad es saber morir a muchas cosas. ¿Se puede encontrar
en estas palabras de Jesús el fundamento cristiano de la mortificación, del
ofrecer sacrificios a Dios para pedirle algo o simplemente para agradarle? ¿Por
qué? El mensaje de esta pequeña parábola del grano de trigo, ¿es una
«revelación única» del Evangelio, o ha sido revelada en otras religiones? ¿Es
una verdad natural o revelada? ¿Puede el ser humano descubrirla por sí mismo?
El mensaje que Jesús propone, ¿es una «revelación» venida de lo alto a la que
nunca podríamos haber llegado si él no nos la hubiera manifestado? Encontrar textos o mensajes equivalentes a esta parábola [Jn 15,
12-13: nadie tiene mayor que dar la vida…; Mt 7, 12 y Lc 6, 31: la «regla de
oro»; Lc 17,33: el que se guarde su vida la perderá…]. ¿Se trata de un
principio moral simplemente o de un principio evangélico fundamental? ¿Por qué? Jeremías anuncia que llegará un tiempo (escatológico) en el que la ley
de Dios no será un código externo al que haya que someterse, sino que estará en
el corazón mismo del ser humano… Encontrar paralelos de esta visión profética
neotestamentaria en el nuevo testamento. [La letra y el espíritu de la ley…]. Para la oración de los fieles Por la Iglesia, para que sea portadora de esperanzas, en medio de la
desesperanza, roguemos al Señor... Para que en este tiempo de cuaresma sepamos romper las cadenas que nos
atan a una vida cómoda y sin compromiso, confiados en el crucificado que hoy,
resucitado, es nuestro compañero de camino, roguemos al Señor... Por todos nosotros que estamos reunidos aquí, para que nos
concienciemos, de la necesidad del testimonio de la entrega de la propia vida,
roguemos al Señor... Por nuestra comunidad, para que en un testimonio colectivo de
servicio, de fe y de compromiso muestre al mundo que el amor y la vida vencen
el odio y la muerte, roguemos al Señor... Para que las Iglesias cristianas se descentren de sí mismas, eviten
concentrarse en sus problemas y en su propio bienestar, y estén dispuestas a
desvivirse por el bien de los hijos e hijas de Dios, roguemos al Señor… Oración comunitaria Dios
Padre-Madre Nuestro, te pedimos que nos mantengas nuestra fe, nuestra caridad,
y sobre todo nuestra esperanza, para que nos comprometamos crecientemente en
hacer crecer la vida, aunque para ello debamos entregar la nuestra cada día.
Que con ello podamos acelerar la llegada de tu Reino de Justicia, Paz y Solidaridad.
Te lo pedimos en nombre de Jesucristo nuestro hermano mayor. Amén.
|
|
|