DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
CICLO "B" Salmo responsorial: Salmo 21 Segunda lectura: Filipenses 2, 6-11 EVANGELIO -Durante
las fiestas, no, no vaya a haber un tumulto en el pueblo. 3Estando
él en Betania reclinado a la mesa en casa de Simón el leproso, llegó una mujer
llevando un frasco de perfume de nardo auténtico de mucho precio; quebró el
frasco y se lo fue derramando en la cabeza. 4Algunos comentaban
indignados: -¿Para
qué se ha malgastado así el perfume? 5Podía haberse vendido ese
perfume por más de trescientos denarios de plata y habérselo dado a los
pobres. Y
le reñían. 6Pero Jesús replicó: -Dejadía,
¿por qué la molestáis? Una obra excelente ha realizado conmigo; 7porque
a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis hacerles bien cuando queráis;
a mí, en cambio, no me vais a tener siempre. 8Lo que recibió, lo ha
llevado a la práctica: de antemano ha perfumado mi cuerpo para la sepultura. 9Os
aseguro que en cualquier parte del mundo entero donde se proclame esta buena
noticia, se recordará también en su honor lo que ha hecho ella. 10Judas Iscariote, aquel que era uno de los Doce, acudió a los sumos
sacerdotes para entregárselo. 11Ellos, al oírlo, se alegraron y le
prometieron darle dinero. El andaba buscando cómo entregarlo y el momento oportuno. 12E1 primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual,
le dijeron sus discípulos: -¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? 13É1 envió a dos de sus discípulos diciéndoles: -Id
a la ciudad, os encontraréis con un hombre que lleva un cántaro de agua;
seguidlo, 14y donde entre decidle al dueño: "El Maestro
pregunta dónde está su posada, donde va a celebrar la cena e Pascua con sus
discípulos;". 15E1 os mostrará un local grande, en alto, con
divanes, preparado; preparádnosla allí. COMENTARIOS I Con
anterioridad había pedido prestado un borrico. La elección del animal fue
intencionada. En caballo o en mulo entraban, a la sazón, los reyes en las
ciudades (1Re 1); en carro, los guerreros. Jesús era rey, de la dinastía de
David, pero no como los reyes de la tierra. No le iban ni el poder, ni la
fuerza, ni la violencia. Por eso utilizó como vehículo un borrico, símbolo de
mansedumbre y sumisión. La
gente que había oído hablar del profeta galileo, comenzó a gritar en el
transcurso de aquella procesión: "Bendito el reino que llega, el de
nuestro padre David". Como si se tratase de un rey, "echaron encima
del borrico los mantos y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus
mantos, otros con ramas cortadas en el campo". Con este gesto daban a
entender que ponían a disposición del nuevo rey su propia vida, desde el
momento de su entrada oficial en la ciudad. Así lo hacían con los reyes en
Israel (2Re 9,13). Entrada
de Jesús sin triunfalismos. Alboroto pasajero. Nube de verano. Relámpago en
noche oscura. Tras
aquel día radiante de luz, todo se oscurecería de nuevo. A causa de sus
enfrentamientos diarios con las autoridades de Jerusalén, Jesús sería declarado
"persona non grata". El
pueblo de Israel, según el profeta galileo, era como higuera de hojas
abundantes, pero sin fruto. El templo, una cueva de bandidos; los dirigentes,
viñadores homicidas que quisieron quedarse con la viña, el pueblo, matando al
heredero; las autoridades, gente que contemporizaba con el poder político y se
lucraba con la religión. Día a día, Jesús los dejó en evidencia a todos. Los resultados
no se harían esperar; Jesús lo sabía bien. Por
eso tomaba la precaución de salir de la ciudad cada atardecer para esconderse
con sus discípulos en el Monte de los Olivos, en alguna de sus muchas grutas
naturales (Lc 21,37). "Los sumos sacerdotes y los letrados andaban
buscando la manera de acabar con él, pero tenían miedo del pueblo" (Lc
22,1); "habían mandado que quien se enterase de donde estaba, les avisara
para prenderlo" (Jn 11,57). "Y decían: durante las fiestas no, no vaya
a haber un tumulto en el pueblo (Mc 14,2). "Judas, que pertenecía al grupo
de los doce, fue a tratar con los sumos sacerdotes y los oficiales la manera de
entregárselo. Ellos se alegraron y se comprometieron a darle dinero. Aceptó y
andaba buscando ocasión propicia para entregárselo sin que la gente se
enterase" (Lc 22,6). Halló
la ocasión tras la cena que tuvo lugar, con toda probabilidad, el martes
(nosotros la recordamos el Jueves Santo). "Judas conocía el sitio, porque
Jesús se reunía allí a menudo con sus discípulos" (Jn 18,1-2). Su traición
consistió en descubrir a los adversarios de Jesús el lugar donde el Maestro se
ocultaba de noche para no poner en peligro la vida. Lo demás, ya lo sabemos: murió unos días más tarde, ajusticiado por defender al pueblo. De Octubre (domingo de Ramos) a marzo-abril (Viernes Santo) todo se precipitó. Trágicos y agitados meses que nosotros recordamos en una semana: Santa Semana.
¿Y EL PODER DE DIOS? Se
dejó matar, aceptó
la muerte por amor: porque no podía soportar que se hiciera sufrir a los seres
humanos. Y porque con su amor quería mostrar al mundo el amor de Dios, a quien
él llamaba «Padre». Se dejó matar porque estaba harto de que se predicara la
resignación y el sometimiento en nombre de Dios, y quiso enseñar a los hombres
que lo que Dios exige es la rebeldía contra todo lo que constituye una
violación de la dignidad de quienes fueron creados a imagen de Dios y están
llamados a ser sus hijos. Y porque quiso ser rebelde sin ventajas, «como un
simple hombre» (Flp 2,7), hasta en la muerte. Pero
¿era necesario tanto dolor? De acuerdo: no fue Dios el que exigió la muerte de
Jesús, pero ¿no le pudo ahorrar por lo menos la humillación? Porque si pudo y
no quiso, ¿dónde estaba el amor de Padre? Y si quiso y no pudo..., ¿dónde
estaba el poder de Dios? INSULTOS, BURLAS Y ABANDONO Y,
al final, parece que hasta el mismo condenado les da la razón: «¡Eloi, Eloi,
lema sabaktani», que significa Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? Un
Dios sin poder. A algunos les sonará a blasfemia, pero eso es lo que se ve en
el crucificado. «Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso», decimos
en el credo. Pero ¿en qué consiste su poder? Ciertamente, el poder de Dios no
es como el de los poderosos de la tierra (capacidad de determinar o modificar
la libertad de los demás). No. El Padre no cambia el curso de los
acontecimientos que los hombres, en el uso de su libertad, han decidido; no
fuerza la libertad de los hombres, ni siquiera para que éstos sean buenos.
Preguntarse si podría hacerlo es un absurdo, algo así como preguntarse si Dios
puede pecar. Entonces... Dios
es amor, dice
San Juan. Y ése, el amor, es su poder. Y de ese poder sí está
llena la figura del crucificado. Sus paisanos no fueron capaces de descubrirlo:
todos los que hablan al verlo en la cruz pretenden que Dios anule lo que los
hombres han hecho para que, demostrado así su poder, puedan creer en Jesús. No
les entraba en la cabeza que el amor fuera ya salvación. Quizá
también a nosotros nos resulta difícil creer que el amor puede transformar el
mundo. Sin embargo, conocemos por experiencia la fuerza del amor: si se apodera
de nosotros nos cambia la vida, y cuando se hace norma de convivencia de un
grupo, transforma su forma de vivir. Entonces, si lo dejáramos organizar el
mundo en lugar de que siga estando en manos de la fuerza y del poder, ¿no
cambiaría nada? No, no es tarea fácil. Como Jesús, hay que poner en juego la
vida. Y sin ventaja: Jesús tuvo que afrontar la muerte solo, como un simple
hombre. La confianza que él tenía en Dios («Dios mío» expresa una gran
familiaridad) no alivia ni el dolor de verse rechazado por su pueblo y
derrotado por sus enemigos ni la angustia, tan humana, de enfrentarse a la
muerte. Pero así manifestó el poder del amor de Dios. Sólo un forastero, un
pagano, supo verlo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. » Entre
tantos salvadores poderosos, ¿no sería inteligente dar una oportunidad a este
salvador?
III Los
sumos sacerdotes (poder religioso) y los letrados (poder ideológico), miembros
del Sanedrín o Consejo supremo, habían buscado la manera de acabar con Jesús,
pero habían desistido por miedo a la multitud que lo apoyaba (11,18). Es
precisamente el miedo a la reacción de la gente el que los induce ahora a
prenderlo a traición, con una estratagema que no tenga repercusión pública. Así
evitarán la agitación popular (un tumulto en el pueblo), pues la
multitud era favorable a la enseñanza de Jesús (12,37). Durante las fiestas sería
el peor momento, porque la afluencia de peregrinos era grande. No
los mueve para posponer el prendimiento de Jesús el valor religioso de la
fiesta ni su significado. Si no fuera por el pueblo, estarían dispuestos a
prenderlo en medio de la fiesta para darle muerte. En la fiesta de la
liberación van a matar al Mesías liberador. v.
3 Estando él en Betania recostado a
la mesa en casa de Simón el leproso, llegó una mujer llevando un frasco de
perfume de nardo auténtico de mucho precio; quebró el frasco y se lo fue
derramando en la cabeza. Comienza
la perícopa con una localización: en Betania, aldea que está bajo el influjo
ideológico de Jerusalén (11,2). Allí se encuentra Jesús, en casa de Simón el
leproso, quien, como tal, está marginado por la sociedad a la que
pertenece. El
sentido figurado es patente: en primer lugar, es inconcebible que el
evangelista presente al lado de Jesús a un leproso en sentido literal y que
éste no le pida a Jesús que lo libre de la lepra (1,40); esta lepra, por tanto,
tiene que tener sentido figurado, como imagen de la marginación extrema. Jesús
aparece recostado a la mesa como lo estuvo en el banquete con los
discípulos y los «pecadores» (2,15); está, por tanto, entre los suyos, y «el
leproso» representa a un seguidor de Jesús. Por otra parte, «la casa de Simón»
recuerda la de Simón y Andrés, donde estuvo Jesús (1,29). Este Simón, por tanto,
es figura de Simón Pedro (que representa al grupo entero de discípulos), en
cuanto, por ser seguidor de Jesús, es rechazado por los incondicionales del
sistema judío (Betania). La condición de Jesús, al que quieren matar, pasa
lógicamente a su comunidad: es una comunidad de excluidos. Pero Simón, que no
ha roto su vínculo ideológico con el judaísmo, lo experimenta dolorosamente
como una marginación (leproso). v.v.
4-5 Algunos comentaban indignados: «¿Para qué se ha malgastado así el
perfume? Podía haberse vendido ese perfume por más de trescientos denarios de
plata y habérselo dado a los pobres». Y le reñían. Al
proponer vender el perfume y darlo a los pobres, mantienen la distancia entre
ellos y los pobres, no crean igualdad. Ven a los pobres como objeto de
beneficencia. Están dispuestos a dar cosas, pero no su persona. v.
6 Pero Jesús replicó: «Dejada, ¿por qué la molestáis? Una obra excelente ha
realizado conmigo. » v.v.
7-8 «porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis hacerles
bien cuando queráis; a mí, en cambio, no me vais a tener siempre. Lo que
recibió, lo ha llevado a la práctica: de antemano ha perfumado mi cuerpo para
la sepultura». Jesús
anuncia su muerte: no me vais a tener siempre, y antes de que llegue
espera una respuesta y una expresión de solidaridad de parte de los suyos. El
amor de la mujer, semejante al de Jesús, asegura la incorruptibilidad de éste (perfumar
/ embalsamar el cuerpo para la sepultura), es decir, perpetúa su presencia
en la comunidad y en el mundo después de su muerte. Esto es lo que da sentido a
su entrega: que sus seguidores estén dispuestos a continuar su misión. Es el
único homenaje digno de la muerte de Jesús. v.
9 «Os aseguro que en cualquier parte
del mundo entero donde se proclame esta buena noticia, se recordará también en
su honor lo que ha hecho ella». v.
10 Judas Iscariote, aquel que era uno de los Doce, acudió a los sumos
sacerdotes para entregárselo. v.
11 Ellos, al oírlo, se alegraron y le
prometieron darle dinero. El andaba buscando cómo entregarlo y el momento
oportuno. v.
12 El primer día de los Azimos,
cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron sus discípulos: «¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» v.
13 El envió a dos de sus discípulos
diciéndoles: «Id a la ciudad, os encontraréis con un hombre que lleva un
cántaro de agua; seguidlo. Jesús
envía dos discípulos a la ciudad, el centro que domina al pueblo con su
ideología y su aparato institucional (no aparece ya el nombre de Jerusalén),
como antes los había enviado a «la aldea», subordinada a ella (11,2). Para
que lleguen al lugar donde Jesús va a celebrar su Pascua, les da una señal:
encontrarán un hombre que, contra la costumbre, lleva un cántaro de agua
(tarea propia de mujeres). El individuo sabe lo que tiene que hacer, conducir a
los discípulos a un lugar determinado. Todo el episodio tiene sentido figurado:
el hombre que lleva el agua alude a Juan Bautista, el que bautizaba con
agua (1,8), como señal de cambio de vida. Seguir al hombre del cántaro significa
que tienen que cambiar, rompiendo con un pasado. Han acompañado a Jesús
aferrados a su mentalidad; como no se desprendan de ella, no participarán de v.v.
14-15 «y donde entre decidle al dueño: "El Maestro pregunta dónde está
su posada, donde va a celebrar la cena de Pascua con sus discípulos". El
os mostrará un local grande, en alto, con divanes, preparado; preparádnosla
allí». Jesús
va a celebrar en medio de Israel una pascua alternativa que dará realidad a lo
que anunciaba la antigua; será liberación definitiva, creará el nuevo pueblo de
Dios, que se extenderá a toda la humanidad. Los discípulos tienen que
contribuir a la preparación de ese nuevo éxodo siempre abierto en la historia. En
medio de este sistema opresor (Jerusalén) se celebra la verdadera liberación. v.
47 Los otros le echaron mano y lo
prendieron, pero uno de los presentes tiró de machete e hirió al siervo del
sumo sacerdote, cortándole el lóbulo de la oreja. La
señal es eficaz y, en cuanto la multitud la ve, echa mano a Jesús (9,31: «en
manos de ciertos hombres»; 14,41: «en manos de pecadores»). Judas traiciona al
Mesías, la multitud usa la violencia contra él; los dirigentes utilizan 8 ambos
para su propósito de darle muerte. Mc
no precisa quién intenta defender a Jesús con la fuerza, pero la actitud que
lleva a este acto es la expresada por Pedro en 14,31: «Aunque tuviese que morir
contigo», asumida luego por todo el grupo; es éste, por tanto, el que Mc
designa de manera indeterminada. No puede llamarlos discípulos porque en esto
se oponen a la enseñanza de Jesús. Ellos admitirían morir combatiendo al
enemigo, pero no encuentran sentido a que Jesús se entregue voluntariamente a
la muerte; quieren vencer a la institución para que reine Jesús, pero él no
viene a hacerse con el poder, sino a dar testimonio del amor del Padre. El
siervo del sumo sacerdote es su representante cualificado, su delegado. En los pueblos
orientales, cualquier funcionario, aun de alto rango, se llamaba «siervo» de su
señor. Atacar al «siervo» significa atacar al sumo sacerdote, suprema autoridad
religiosa y política del pueblo judío. En la consagración del sumo sacerdote se
le ungía, entre otras partes del cuerpo, el lóbulo de la oreja (Ex
29,20; Lv 8,23). Cortarle el lóbulo al representante del sumo sacerdote quiere
significar la destitución de éste, declarar ilegítimo el sumo sacerdocio
existente. El agresor no ataca a la multitud, sino a la máxima autoridad de su
pueblo; muestra así el espíritu reformista violento que ha caracterizado
siempre a los discípulos, en particular a Pedro (1,29-31). No han orado (14,38)
y sucumben a la tentación. IV En efecto,
muchos de nuestros comentarios bíblicos al uso pareciera que se mueven en «otro
mundo», un mundo propio de referencias teológicas intrasistémicas, que
funcionan con una lógica diferente a la real, y que parecen estar de antemano
inmunizados contra toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al
que están destinados, en las homilías, todo debe ser recibido sin discusión,
sin espíritu crítico y «con mucha fe». Los que tenemos una fe más o menos
crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy y de la calle,
nos preguntamos: ¿es posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como
buscamos «otra forma de creer», hay «otra forma de celebrar y acoger la semana
santa»? Muchos
creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y
también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana
santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la
familia -y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa-,
entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se
sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos,
referencias bíblicas... que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia
central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de
la vida: la «Redención». Estamos en semana santa, y lo que celebramos -así
perciben en el templo- es el gran misterio de todos los tiempos, lo más
importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»... El
«hombre» fue creado por Dios pero ésta, la mujer, convenció al varón para que
comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan
de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un
nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que quedó en
«desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la
infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios. Ese nuevo
plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su
encarnación en Jesús, para asumir así nuestra representación jurídica ante Dios
y «pagar» por nosotros a Dios una reparación adecuada por semejante ofensa
infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su
Pasión y Muerte, para «reparar» la ofensa, redimiendo de esa forma a la
Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del
demonio bajo el que permanecía cautiva. Ésta es la
interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte
de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Es la interpretación
–literalmente tal- que vehiculó, con toda seriedad, el catecismo que muchos de
nosotros/as aprendimos cuando éramos niños/as, y que configuró en un primer
momento nuestra percepción de la realidad de este mundo humano y su historia. Y
es el ambiente mental ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy
mal. Sienten que se asfixian. Se sienten trasladados a un mundo, que nada tiene
que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la
información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros
muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino
de la Iglesia. ¿Hay otra
forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a comulgar con esa
teología en la que tantos ya no creemos? ¿«No
creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir -para alivio de muchos- que
efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma
de fe» (aunque lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una
maravillosa construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la
genialidad medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del
derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo, en
aquel contexto cultural, el sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado
por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo
bien: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus
coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XX. Habría que felicitar a san
Anselmo, sin duda. El Concilio
Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la
hipótesis de la Redención o, más propiamente, una interpretación de la
significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los
documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces
incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar
van ya mucho más allá. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar
–mucho más lo será después para la Iglesia con espiritualidad de la liberación-
deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles
sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal
satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury... Desaparecen estas
referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas,
incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel
Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa
que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen
que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita
vehementemente al rechazo. ¿Cómo
celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas
creencias? Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo
suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía... pero se siente mal
en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y
viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de semana santa, las
meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente
las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI... estando como
estamos en un siglo XXI, nada menos que a un milenio de distancia... Debajo de la
semana santa que celebramos no dejan de estar, allá, lejos, bien al fondo de
sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya celebraban
sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha
evolucionado muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, de una a
otra cultura, de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada
también por los nómadas israelitas como la fiesta del cordero pascual, y
después transformada por los israelitas sedentarios como la fiesta de los panes
ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la
identidad israelita... Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la
fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de
los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación
jurídica de la redención, por obra del genial san Anselmo de Canterbury.. ¿Por qué
quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una
teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que
podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de
esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de
mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar
nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos
corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar
de pensar que «Otra semana santa es posible»... ¡y urgente! No vamos a desarrollar aquí, ahora, una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos por hoy cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables por sentir el deseo de que «otra semana santa es posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía... ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?
Comienza la «semana mayor» de todo
el año. La semana santa se ha convertido en muchos lugares en una minivacación.
Sugerencia: aprovechar bien la oportunidad de la semana santa. Si tengo
posibilidad, dedicar esta «vacación» a atender lo que en la agitada vida diaria
me veo imposibilitado de cuidar suficientemente: mi profundidad, mi oración, mi
paz interior, el respaldo de coherencia interna que quiero dar a mi compromiso
externo... Si tengo la suerte de encontrar una
comunidad cristiana con inquietudes de búsqueda y de renovación, tal vez puedo
sugerir la posibilidad de vivir una semana santa diferente, de renovación
radical de la mentalidad teológica, de replanteamiento de nuestra comprensión
cristiana y de reiniciación de nuestra experiencia religiosa... Si no tengo la
suerte de conocer ninguna de esas comunidades, tal vez puedo hacer el esfuerzo
por buscarlas... Para la
reunión de grupo La semana
santa puede ser buena ocasión para dar un repaso a las hipótesis teológicas más
conocidas sobre la muerte de Jesús y su valor salvífico. Un buen material para
preparar una exposición inicial en la reunión de grupo, o un libro para tenerlo
todos y estudiarlo y comentarlo es “Pasión de Cristo, Pasión del Mundo”, de
Leonardo BOFF, con ediciones en varias editoriales y países ya citados… La semana
santa es la «semana mayor» y el triduo sacro es el la concentración de la
celebración pascual, y la vigilia pascual es el momento culminante. Será bueno
preguntar a algunas personas mayores que recuerden cómo eran las celebraciones
de la Semana Santa antes de la reforma de Pío XII en 1950, con sus notorias
diferencias con el modo actual. Y cabe preguntar: ¿por qué la vigilia pascual
no ha entrado todavía en la conciencia del pueblo cristiano como lo que es: el
centro de todo el año litúrgico? Aunque no
estamos acostumbrados a hacerlo, también puede ser una buena actividad de grupo
escuchar la Pasión según san Mateo, de Johan Sebastian BACH, presentada y
comentada previamente por un buen conocedor de la misma, incluyendo ahí sus
aspectos teológicos peculiares, de Bach como músico, y del texto o libreto. Para la oración
de los fieles Para que la
Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, lleve su obediencia al Padre y su
servicio a las personas hasta las últimas consecuencias. Roguemos al Señor... Para que los
gobernantes sirvan a los intereses de los pueblos y no a sus propias
aspiraciones. Roguemos... Para que los
pobres y los oprimidos sean los primeros en obtener el respeto a sus derechos y
la justicia para sus vidas. Roguemos... Para que
mostremos nuestra devoción a Cristo crucificado siendo solidarios con los crucificados
de nuestro tiempo. Roguemos... Para que
sepamos descubrir y transmitir la fuerza del amor de Dios en medio de las
dificultades, los sufrimientos, y la muerte. Roguemos... Para que
todos los difuntos compartan la resurrección de Cristo, igual que han
compartido ya con él la muerte. Roguemos... Oración
comunitaria Dios, Padre nuestro, tú enviaste a
tu Hijo entre nosotros, para que descubramos todo el amor que nos tienes. Y
cuando nosotros respondemos a ese amor con nuestro rechazo, matando a tu hijo,
Tú no te echaste atrás sino que seguiste adelante con tu plan de ser nuestro
mejor amigo. Ablanda nuestros corazones para que sepamos responder a tu amor
con el nuestro. Por Jesucristo. O bien: Oh Dios, Padre Universal, de
todos los pueblos y de todos los hombres y mujeres, en quienes has depositado,
por medio de sus culturas y religiones, la sed de encontrarse consigo mismos y
contigo, Fuente Originaria. Te pedimos que en la renovación anual de estas
fiestas que se avecinan, tan tradicionales y ancestrales, nos sintamos en
comunión con todos los hombres y mujeres que te buscan a Ti y buscan también el
sentido de su vida, entre mitos, ritos, símbolos y grandes relatos. Nosotros lo
celebramos desde el seguimiento de Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro,
cordialmente unidos a todos los pueblos y religiones que también te buscan y
contemplan. Gracias. Amén. Axé. Aleluya.
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