VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
CICLO "B" Interleccional: Salmo 30 Segunda lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9 EVANGELIO 3Entonces
Judas cogió la cohorte y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y
llegó allí con faroles, antorchas y armas. 4Jesús,
entonces, consciente de todo lo que se le venía encima, salió y les dijo: -¿A
quién buscáis? 5Le
contestaron: -A
Jesús el Nazoreo. Les
dijo: -Soy
yo. (También
Judas, el que lo entregaba, estaba presente con ellos.) 6Al
decirles. "Soy yo", se echaron atrás y cayeron a tierra. 7Les
preguntó de nuevo: -¿A
quién buscáis? Ellos
dijeron: -A
Jesús el Nazoreo. 8Replicó
Jesús: -Os
he dicho que soy yo; pues si me buscáis a mí, dejad que se marchen éstos. 9Así
se cumplieron las palabras que había dicho: "De los que me entregaste, no
he perdido a ninguno". 11Jesús le dijo a Pedro: -Mete
el machete en su funda. El trago que me ha mandado beber el Padre, ¿voy a dejar
de beberlo? 12Entonces, la cohorte, el comandante y los guardias de las autoridades
judías prendieron a Jesús, lo ataron 13y lo condujeron primero a
presencia de Anás, porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote el año
aquel. 14Era Caifás el que había persuadido a los dirigentes judíos
de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo. 15Seguía a Jesús Simón Pedro y, además, otro discípulo. El discípulo
aquel le era conocido al sumo sacerdote y entró junto con Jesús en el atrio del
sumo sacerdote. 16Pedro, en cambio, se quedó junto a la puerta,
fuera. Salió
entonces el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote; se lo dijo a la
portera y condujo a Pedro dentro. 17Le dice entonces a Pedro la
sirvienta que hacía de portera: -¿Acaso
eres también tú discípulo de ese hombre? Dijo
él: -No
lo soy. 18Se habían quedado allí los siervos y los guardias, que, como hacía
frío, teñían encendidas unas brasas, y se calentaban. (Estaba también Pedro con
ellos allí parado y calentándose.) 19Entonces, el sumo sacerdote interrogó
a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. COMENTARIOS La frase inicial: Dicho
esto, enlaza El torrente señalaba el
límite de la ciudad. Jesús, con los suyos, abandona Jerusalén, centro de la
institución que busca darle muerte (11,53). Él y los discípulos van juntos. Ni
él ni ellos pertenecen al orden injusto. Primera mención de un
huerto, lugar de vida y fecundidad. Este huerto era el lugar habitual de
reunión, privado y clandestino, para Jesús y los suyos. Para poder localizar a
Jesús, los dirigentes tienen que esperar la delación de un miembro de su grupo.
El huerto tiene un
valor simbólico: situado más allá del torrente, fuera de la ciudad y de la
institución judía, aparece como el lugar propio de la comunidad que, unida a
Jesús, se encuentra en el ámbito de la
vida. 3-9 Entonces Judas
cogió la cohorte y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y llegó
allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, entonces, consciente de todo lo que
se le venía encima, salió y les dijo: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazoreo». Les
dijo: «Yo soy ». (También Judas, el que lo entregaba, estaba presente
con ellos.) A1 decirles: “Yo soy”, se echaron atrás y cayeron a tierra. Les
preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» Ellos dijeron: «A Jesús el Nazoreo».
Replicó Jesús: «Os he dicho que yo soy;
pues si me buscáis a mí, dejad que se marchen éstos». Así se cumplieron
las palabras que había dicho: “De los que me entregaste, no he perdido a
ninguno”. Al ofrecer Jesús a
Judas el trozo mojado (13,26), había puesto en su mano su propia persona. Judas
cogió el trozo y salió para entregar a Jesús (13,30). Ahora coge la cohorte y
los guardias para detenerlo y que le den muerte. Ha cumplido el encargo de
Jesús: Lo que vas a hacer, hazlo pronto (13,27). Resalta el número de
las fuerzas que intervienen en el prendimiento. Esto muestra, por un lado, el
peligro que representa Jesús para “el mundo” y, por otro, la intensidad de la
violencia de éste y la magnitud del odio (7,7; 15,18-25). Se hacen presentes
todos los componentes de la oposición a Jesús: la cohorte representa el poder
político romano; los guardias, a los sumos sacerdotes, poder religioso oficial
y miembros de la aristocracia del dinero, y a los fariseos, los defensores e
intérpretes de A la cabeza, Judas hace
de jefe; él es quien conduce la tropa; personificando al jefe del orden este
(14,30). Es una escena
clamorosa; no pretenden ocultarse. Los faroles y antorchas muestran que
caminan en la tiniebla. Llevan armas, instrumentos de muerte. Se
identifican tinieblas y muerte. Quieren extinguir la luz-vida (1,5). Jesús es plenamente
consciente de la circunstancia. Él mismo sale; los que llegan no pueden entrar
en el huerto, lugar de la vida. Su salida señala de nuevo la voluntariedad de
su entrega. No se dirige a Judas,
sino al grupo entero (¿A quién buscáis?). Preguntan por “el Nazoreo”,
denominación que señala al descendiente
de David (alusión a Is 11,1; Jr 23,5; 33,15; Zac 3,8 y 6,12: “el Germen”).
Jesús se identifica él mismo, no hacen falta contraseñas. La expresión Yo
soy lo designa como Mesías, la presencia salvadora de Dios (8,24.28;
cf. 6,20). Por última vez se
menciona al traidor (También Judas...); queda alineado con los enemigos
de Jesús, a los que siempre había pertenecido (6,70). La frase se echaron
atrás (Sal 27,2; 35,4; 56, 10; 70,13) y cayeron a tierra es lenguaje
simbólico que significa la derrota total. La entrega de Jesús no es su
derrota, sino la del mundo (14,30; 16,33). No se señala reacción alguna de la
tropa a la caída, lo que confirma el sentido simbólico de la escena. Cuando ha quedado
constancia de su identidad y de su entrega voluntaria, Jesús repite su
pregunta, que va a permitirles detenerlo. Aunque podría hacerlo, no intenta
escapar. Jesús se identifica de nuevo (os he dicho que yo soy) y les da
orden de limitarse a la misión que traen y dejar en libertad a los suyos. Éstos
no son capaces de seguirlo, y Jesús no quiere que simplemente pierdan la vida
por la violencia; tienen que aprender a darla por amor. Pone a salvo a sus
amigos, por quienes va a dar la vida (15,15), para darles la vida definitiva. 10-11 Entonces,
Simón Pedro, que llevaba un machete, lo sacó, agredió al siervo del sumo
sacerdote y le cortó el lóbulo de la oreja derecha. El siervo se llamaba
Malco. Jesús le dijo a Pedro: «Mete el machete en su funda. El trago que me ha
mandado beber el Padre, ¿voy a dejar de beberlo?» Simón Pedro va armado,
dispuesto a la agresión o a la defensa violenta. No ha comprendido la
alternativa de Jesús ni su designio (1,42; 13,8), que no consiste en triunfar
dando muerte, sino en entregarse para comunicar vida. Estaba dispuesto a
arriesgar la suya para mostrar su amor a Jesús (13,37), pero quiere impedir que
Jesús, con su entrega, le manifieste el suyo. No ha superado la tentación de
hacerlo rey (6,15; 12~13) y no acepta su muerte (12,34). “El siervo”, determinado,
es un personaje calificado, el delegado del sumo sacerdote. Pedro se enfrenta
con el representante de la suprema autoridad política y religiosa de Israel,
que encarnaba la institución. La extrema precisión
del evangelista, le cortó el lóbulo de la oreja, alude a Éx 29,20
y Lv 8,23, donde se prescribe y se ejecuta la consagración de Aarón, el sumo
sacerdote, y de sus hijos. Para consagrarlos, se les untaban con sangre del
animal sacrificado varias partes del cuerpo, entre ellas el lóbulo de la oreja
derecha. Así, el gesto de Pedro, que corta al siervo el lóbulo de la oreja, es figura de la destitución del sumo
sacerdote. Pedro no se enfrenta con los soldados, sino con la máxima autoridad
religioso-política de su pueblo. Muestra con ello su espíritu reformista
violento. Con su gesto, declara ilegítimo el sumo sacerdocio existente. El nombre del siervo, “Malco”, en
arameo significa “rey”. Malco, por tanto, por la representación que ostenta y
por su nombre, es figura del sistema teocrático, del poder político en manos de
la jerarquía sacerdotal. Por tercera vez a
partir de Jesús detiene a Pedro.
La aceptación de la muerte entra en el designio del Padre: él debe presentar,
ante el odio y la violencia, la alternativa del amor. El Padre no ha destinado
a Jesús a la muerte; la misión que le había encomendado era dar testimonio de
su amor a los hombres. Pero, en el mundo de la tiniebla opresora, el
enfrentamiento era inevitable y su muerte violenta va a manifestar hasta el
máximo la maldad del mundo y el amor de Dios. Jesús no busca el
dolor, pero lo acepta cuando es consecuencia ineludible del testimonio del
amor y la denuncia de la opresión. No responde al odio con el odio ni combate
la violencia con la violencia, para no imitar, aunque le cueste la vida, la
maldad del sistema opresor. Muestra así que Dios es puro amor y ajeno a toda
violencia. 12-14 Entonces, la
cohorte, el comandante y los guardias de las autoridades judías prendieron a
Jesús, lo ataron y lo condujeron primero a presencia de Anás, porque era suegro
de Caifás, que era sumo sacerdote el año aquel. Era Caifás el que había
persuadido a los dirigentes judíos de que convenía que un solo hombre muriese
por el pueblo. Insiste el evangelista
en la complicidad de todos los poderes, civiles y religiosos (la cohorte, el
comandante y los guardias). En el momento decisivo, todos descubren su
verdadero rostro: son los enemigos del hombre y de la vida. Las palabras lo
ataron recuerdan el pasaje de Is 3,9-10: «"Atemos al justo, porque nos
es insoportable". Pero comerán los frutos de sus obras». Anás había sido sumo sacerdote
en los años 6-15, y sus cinco hijos lo fueron después de él. Era conocido por
su ambición, riqueza y codicia. Es el personaje más importante de la
institución judía, el verdadero poder, que maneja a los que ejercen la función
en cada momento (Caifás, el año aquel); representa “al Enemigo” (8,44),
del que Caifás es instrumento. La mención del dicho de Caifás: conviene que
un solo hombre muera por el pueblo, revela el sentido del prendimiento de
Jesús: quieren ejecutar el acuerdo del Consejo (11,53). 15-16a Seguía a
Jesús Simón Pedro y, además, otro discípulo. El discípulo aquel le era
conocido al sumo sacerdote y entró junto con Jesús en el atrio del sumo
sacerdote. Pedro, en cambio, se quedó junto a la puerta, fuera. Pedro no hace caso del
aviso que le había dado Jesús (13,36) de que no está preparado para seguirlo.
El otro discípulo, innominado, pero asociado a Pedro, como en 13,23s (cf.
20,2.4; 21,7.20-22), es el predilecto de Jesús. Ahora muestra el evangelista
el amor con el que este discípulo corresponde a Jesús. El discípulo aquel era
conocido del sumo sacerdote. Esta afirmación
alude al dicho de Jesús en 13,35: En esto conocerán todos que sois
discípulos míos, en que os tenéis amor entre vosotros. Es decir, este
discípulo lleva el distintivo propio de los que son de Jesús, el amor a los
demás, y por eso es conocido. En consecuencia, como Jesús, que ha sido
detenido, es objeto del odio del “mundo” (15,18s), representado aquí por la
autoridad religiosa suprema, el sumo sacerdote. Se completa así la figura de
este discípulo: el que experimentaba el amor de Jesús (13,23) responde a ese
amor aceptando el riesgo de seguir a Jesús hasta el fin (entró con Jesús). Contraste con Pedro. El
otro entra porque es conocido como discípulo; Pedro, en cambio, a quien no se
le conoce como discípulo, no entra; se detiene fuera, junto a la puerta. Por
cuarta vez aparece el sobrenombre “Pedro” sin ir acompañado por el nombre
"Simón" (cf. 13,8.37; 18,11); el evangelista subraya así la actitud
negativa de Pedro. 16b-17 Salió
entonces el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote; se lo dijo a la
portera y condujo a Pedro dentro. Le dice entonces a Pedro la sirvienta que
hacía de portera: «¿Acaso eres también tú discípulo de ese hombre?» Dijo él: «No lo soy». El otro discípulo,
representante de la comunidad fiel, va a ofrecer a Pedro la oportunidad de
declararse discípulo y seguir a Jesús en su entrega. Pedro, sin embargo, no
entra espontáneamente, sólo se deja conducir (cf. 1,42). Aunque es llevado
dentro, no ha dado el paso, sigue en su postura. No lleva el distintivo del
discípulo (13,35); hay que preguntarle si lo es, y tiene que definirse. Toda su arrogancia ha
desaparecido, se asusta de una sirvienta. Teme las posibles consecuencias de
declararse partidario del preso. Su adhesión se dirigía en realidad a su propia
idea de Mesías triunfador, que esperaba ver encarnada en Jesús. Pero Jesús ha
defraudado su expectativa y Pedro ya no
se siente vinculado a él. Niega ser discípulo suyo. 18 Se habían quedado
allí los siervos y los guardias, que, como hacía frío, tenían encendidas unas
brasas, y se calentaban. Estaba también Pedro con ellos allí parado y
calentándose. Al romper con Jesús,
Pedro se encuentra mezclado con sus enemigos, los que fueron al huerto a
prenderlo (los guardias). No habiendo alcanzado la libertad, está entre los
siervos. El frío, como la noche y la tiniebla, es símbolo de muerte.
A los faroles y antorchas que en el prendimiento intentaban vencer la tiniebla
(18,3), corresponden ahora las brasas, que intentan vencer el frío. 19 Entonces, el sumo
sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Contraste con lo que
ocurre en el patio. El sumo sacerdote, el poder supremo, quiere saber
quiénes apoyan a Jesús, su influjo (sus discípulos) y qué doctrina
propone. No hace ninguna alusión a Dios, ni pregunta a Jesús por el origen o
legitimación de su persona y doctrina. Su preocupación es meramente política:
proteger los intereses de la institución. La entrevista no es un juicio; no hay
formalidad jurídica alguna. La sentencia está ya dada (11,53).
El cuarto
poema del siervo muestra un personaje paciente y glorificado. Se trata de la
narración que se hace de la pasión, muerte y triunfo del personaje, enmarcada
por una introducción y epílogo que el autor pone en boca de Dios. El contenido
es clarísimo. Un inocente que sufre, dejando de lado la doctrina de la
retribución que considera el sufrimiento como consecuencia del pecado; mientras
que los culpables son respetados. Más sorprendente es aún, que el humillado
triunfe y que un muerto siga viviendo. El mismo texto proclama que se trata de
algo inaudito. La biografía
del siervo se presenta de una manera escueta: nacimiento y crecimiento (15,2),
sufrimiento y pasión (3,7) condena y muerte (8), sepultura (9) y glorificación
(10-11a). Los que narran los acontecimientos participan en ellos; son
transformados y dan cuenta de esta transformación. Dios confirma
el mensaje con su oráculo. Anula el juicio humano declarando inocente a su
siervo. Este sufrimiento del inocente servirá para la conversión de los demás.
Su vida, pasión y muerte han sido como una intercesión por los demás y el Señor
lo ha escuchado. El triunfo del Siervo es la realización del plan del Señor (v.
10). Si después de
leer el texto nos preguntamos ¿quién es este personaje que sufre hasta la
muerte y sigue vivo? ¿a quién nos recuerda? Sin duda que la figura se parece a
Moisés, o a Josías, quizás a Jeconías el desterrado, o al profeta Jeremías.
Algunos piensan que es el mismo siervo de los cantos precedentes, otros que el
profeta Isaías II, otros lo identifican con el pueblo judío o el pequeño resto.
Una cosa si es evidente. Jesús, el Mesías quiso modelar su vida de acuerdo con
el siervo de Is 53. Cristo tenía
muy clara la idea que El debía sufrir y morir y estos eran elementos de su
misión redentora. Su identificación con el siervo de Yahveh en Mc 14,24 y sus
paralelos, sacrificado por todos, es evidente. El Hijo del Hombre viene a
cumplir su misión de Siervo de Yahveh. Desde qué momento se reconoció Cristo
como Siervo de Yahveh? Desde el Bautismo (Mc 1,11 par. Is 42,1). En San Juan
también aparece mucho la idea de la identificación de Cristo con el Siervo.
Entonces no es una identificación posterior que hizo la comunidad cristiana,
sino que es anterior. Es posible que el autor no hubiera comprendido la
significación completa y total, tal vez no pensó en Cristo, pero sí en un
personaje posterior que haría la intercesión total. El Siervo de
Yahveh es una personalidad corporativa. Es Cristo que actúa personalmente y su
actuación repercute en toda la comunidad. Salmo 30
(31): A ti Señor me acojo, no quede yo nunca defraudado. Se trata de
un salmo de súplica y una acción de gracias. En medio de la angustia, el
salmista mezcla los gritos de socorro con las expresiones de confianza porque
está seguro de que el Señor es su roca y su fortaleza. Esta confianza del
salmista en el momento de la prueba nos invita a evocar en nosotros ese mismo
sentimiento, seguros de que Dios escuchará nuestras súplicas. Hebreos
4,14-16; 5,7-9: Dios lo proclamó sacerdote en la línea de Melquisedec. El autor de
la carta a los Hebreos presenta a Jesús como Sumo Sacerdote, no solamente como
el responsable del sacrificio como lo era en el antiguo testamento, sino como
el hombre lleno de misericordia, que asumió todos los sufrimientos del ser
humano hasta la muerte, de tal manera que se convirtió en el modelo para todos
los hombres. Su vida estuvo siempre condicionada a la voluntad del Padre, aún
en el sufrimiento. A este sumo
sacerdote podemos acercarnos con libertad, sin miedo, porque en su trono abunda
la gracia y por su misericordia conseguiremos el apoyo necesario. Cristo fue
llamado por Dios de la misma manera que Aarón y según el orden de Melquisedec,
pero ya no para ofrecer el sacrificio y las oblaciones, porque él mismo es la
víctima. Es un nuevo tipo de sacerdote que proporciona la salvación a cuantos
se aproximan a él y su gran tarea es conducirlos al Padre. Lectura de la
Pasión: Jn 18,1-19,42 La narración
de la pasión según San Juan nos presenta la imagen de Jesús que el evangelista
ha querido forjar a través de todo su evangelio: un Jesús que es la revelación
del Padre, al mismo tiempo que en él se revela la plenitud del amor. Aún
pendiente de la cruz su vida y su muerte es una victoria, porque "todo se
ha cumplido" como era la voluntad del Padre. Las oraciones
comunitarias Las oraciones
que la liturgia nos propone expresan los sentimientos que mueven a la comunidad
cristiana. La universalidad de esta oración incluye aún a las personas que no
pertenecen a la Iglesia y que no creen en Dios. La muerte de Jesús es una
propuesta para que todos unidos participemos realmente de la nueva historia que
surge de la cruz victoriosa. Reflexión
para hoy La muerte ha
sido el gran misterio que ha preocupado al hombre a través de toda su historia.
Porque aunque éste ha pretendido negar todas las verdades, sin embargo hay una
que siempre le persigue y nunca ha podido rechazar: la realidad de la muerte.
Ni siquiera los ateos más recalcitrantes se han atrevido a negar que ellos
también han de morir. Para el
pagano la muerte era toda una tragedia; no tenían ideas claras sobre el más
allá, por eso no obstante que admitían una existencia más allá de la tumba,
dicha existencia estaba rodeada de oscuridad y enigmas. Además no todos
admitían una vida después de la muerte porque ésta era un desaparecer total, el
fin de todas las esperanzas, la frustración de todos los anhelos. Los mismos
judíos aceptaban la resurrección pero la dilataban hasta el fin de la historia.
Para los
discípulos la situación era muy desalentadora; ellos esperaban un Mesías
terreno que iba a revivir las glorias del reinado de David y Salomón y he aquí
que sus ilusiones se desvanecieron como la espuma. Esa sensación de desaliento
está claramente expresada en uno de los discípulos de Emaús: Nosotros
esperábamos que sería él quien rescataría a Israel; más con todo, van ya tres
días desde que sucedió esto. (Lc 24,21) La muerte de
Jesús había sido un acontecimiento trágico; sus enemigos habían logrado lo que
querían: quitarlo de en medio; los fariseos, porque había desenmascarado su
hipocresía, los sacerdotes porque había denunciado la vaciedad de un culto
formalista; los saduceos porque había refutado la negación de la resurrección;
los ricos porque les había echado en cara la injusticia de sus actuaciones; los
romanos porque pensaron que era un sedicioso. Jesús murió
abandonado por todos; sus discípulos huyeron, los judíos lo despreciaban; el
Padre se hizo sordo a su clamor; esa tarde en la cruz colgaba el cuerpo de un
ajusticiado, condenado por la justicia humana y rechazado por su pueblo.
Parecía que el odio hubiera vencido sobre el amor; el poder sobre la debilidad
de un hombre; la tinieblas sobre la luz; la muerte sobre la vida. Aquella tarde
cuando las tinieblas cayeron sobre el monte Calvario parecía que todo había
terminado y los enemigos de Jesús podían por fin descansar tranquilos. Pero he aquí
que en lo más profundo de los acontecimientos, la realidad era distinta. Jesús
no era un vencido, sino un triunfador; no lo aprisionaba la muerte, sino que se
había liberado de su abrazo mortal; lo que parecía ignominia se transformó en
gloria; lo que muchos pensaban que era el fin, no era sino el comienzo de una
nueva etapa de la historia de la salvación. La cruz dejó de ser un instrumento
de tortura, para convertirse en el trono de gloria del nuevo rey y la corona de
espinas que ciñó su cabeza es ahora una diadema de honor. Al morir
Jesús dio un nuevo sentido a la muerte, a la vida, al dolor. La pregunta
desesperada del hombre sobre la muerte encontró una respuesta. Pero esto no
significa que podamos cruzarnos de brazos y contentarnos con enseñar que la muerte
de Jesús significó un cambio en la vida de la humanidad. Ese cambio debe
manifestarse en nuestra existencia porque él no aceptó su muerte con la
resignación de quien se somete a un destino ineludible, sino como quien acepta
una misión de Dios. Por eso su muerte condena la injusticia de los crímenes y
asesinatos, pero nos pide hacer algo contra la injusticia porque no solo
condena la explotación de los oprimidos, sino que nos pide mejorar su
situación; la muerte de Jesús no solo es un rechazo del abandono de las
muchedumbres, sino que nos exige que nos acerquemos al desvalido. Su muerte no
es solamente un recuerdo que revivimos cada año, sino un llamado a mejorar el
mundo, a destruir las estructuras de pecado; a restablecer las condiciones de
paz; a construir una sociedad basada en la concordia, la colaboración y la
justicia. Jesús sigue
muriendo en nuestros barrios marginados, en los soldados y guerrilleros que
yacen en las selvas, en los secuestrados y prisioneros, en los enfermos y en
los ignorantes. A nosotros nos toca hacer que se grito de desesperación que
Jesús pronunció cuando dijo “Padre, por qué me has abandonado” se convierta en
el grito de esperanza: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.
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