TERCER DOMINGO DE PASCUA
CICLO "B" Interleccional: Salmo 4 Segunda lectura: 1 Juan 2,1-5 EVANGELIO 36Mientras hablaban de esto, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: -Paz con vosotros. 37Se asustaron y, despavoridos, pensaban
ver un fantasma. 38É1 les dijo: -¿Por qué ese espanto y a qué vienen esas
dudas? 39Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y
mirad; un fantasma no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. 40Dicho esto, les mostró las manos
y los pies. 41Como aún no acababan de creer de la alegría y no
salían de su asombro, les dijo: -¿Tenéis ahí algo de comer? 42Ellos le ofrecieron un trozo de
pescado asado; 43é1 lo cogió y comió delante de ellos. 44Después
les dijo: -Esto significaban mis palabras cuando os
dije, estando todavía con vosotros, que todo lo escrito en 45Entonces les abrió el
entendimiento para que comprendieran -Así estaba escrito: El Mesías padecerá, pero
al tercer día resucitará de la muerte; 47y en su nombre se predicará
la enmienda y el perdón de los pecados a todas las naciones. Empezando por
Jerusalén 48vosotros seréis testigos de todo esto.
COMENTARIOS Para reconocer al crucificado-resucitado no
bastaba con los ojos de las carne, había que volverse a las Escrituras y
disponerse a partir el pan en comunidad. En
II
MIEDO A ...se presentó Jesús en
medio de ellos y les dijo: -Paz con vosotros. Se
asustaron, y despavoridos, pensaban ver un fantasma. Un fantasma. No tenían esperanza, dudaban de la palabra de
Jesús, y eso les impedía reconocer la plenitud de vida que se hacía presente en
medio de ellos. O, quizá, lo que les daba miedo eran las exigencias que
plantea el creer en la vida, en especial la que no se guarda para sí, sino que,
gastada por amor, es semilla que, tras caer en tierra y morir, da como fruto
más vida. Y no perdieron el miedo hasta que Jesús les demostró que era la misma
persona que había conocido. Y que el suyo no era un vivir a medías, sino
la vitalidad desbordante de un hombre capaz de comunicarse y de compartir con
sus amigos el afecto y, sobre todo, su vida: « ... soy yo en persona. Palpadme
y mirad; un fantasma no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.» Entonces el miedo se tornó en alegría. Y
quedó demostrada por los hechos la verdad del anuncio de Jesús: tendría que
sufrir y ser perseguido, pero, en un breve espacio de tiempo, resucitaría
(Lc 9,22.43; 18,31-34). TESTIGOS DE TODO ESTO Entonces les abrió el
entendimiento para que comprendieran -Así estaba escrito: el
Mesías padecerá, peto al tercer día resucitará de la muerte, y en su nombre se
predicará la enmienda y el perdón de los pecados a todas las naciones.
Empezando por Jerusalén, vosotros seréis testigos de todo esto. « ... pero al tercer día resucitará de la
muerte. » Es el elemento fundamental de nuestra fe: la resurrección de Jesús.
El evangelista, cuando habla de que todo lo que le sucedió a Jesús estaba
previsto en las Escrituras, destaca ante todo la resurrección. Por tanto, a
pesar de lo que nuestra forma de celebrar « ... y en su nombre se predicará la
enmienda.» Por eso, el anuncio de la victoria de Jesús tiene que incluir una
invitación a enmendarse, esto es, a abandonar todo comportamiento que
nos haga culpables o cómplices de la existencia y del mantenimiento del orden
este, una invitación a actuar de un modo semejante al de Jesús, sin miedo a
que los grandes, los ricos y los poderosos nos consideren sus enemigos, pues a
partir de ese momento Dios nos considerará sus amigos: « ... y el perdón de los
pecados a todas las naciones». No terminemos la celebración de Vivamos intensamente dando testimonio de que
Dios está del lado de los que viven y, mediante la entrega por amor de su
propia vida, hacen germinar la vida. III El creyente,
expuesto a las tentaciones, rupturas y caídas no tiene por qué sentirse
condenado eternamente al fracaso o a la separación de Dios. San Juan nos da hoy
en su Primera Carta el anuncio gozoso del perdón y de la reconciliación consigo
mismo y con Dios. El cristiano está invitado por vocación a vivir la santidad;
sin embargo, las infidelidades a esta vocación no son motivo de rechazo
definitivo por parte de Dios, más bien son motivo de su amor y su misericordia,
al tiempo que son un motivo esperanzador para el cristiano, para mantener una
actitud de sincera conversión. En el
evangelio nos encontramos una vez más con una escena pospascual que ya nos es
común: los Apóstoles reunidos comentado los sucesos de los últimos días.
Recordemos que en esta reunión que nos menciona hoy san Lucas, están también
los discípulos de Emaús que habían regresado a Jerusalén luego de haber
reconocido a Jesús en el peregrino que los ilustraba y que luego compartió con
ellos el pan. En este
ambiente de reunión se presenta Jesús y, a pesar de que estaban hablando de él,
se asustan y hasta llegan a sentir miedo. Los eventos de la Pasión no han
podido ser asimilados suficientemente por los seguidores de Jesús. Todavía no
logran establecer la relación entre el Jesús con quien ellos convivieron y el
Jesús glorioso, y no logran tampoco abrir su conciencia a la misión que les
espera. Digamos entonces que “hablar de Jesús”, implica algo más que el simple
recuerdo del personaje histórico. De muchos personajes ilustres se habla y se
seguirá hablando, incluido el mismo Jesús; sin embargo, ya desde estos primeros
días pospascuales, va quedando definido que Jesús no es un tema para una
tertulia intranscendente. Me parece que
este dato que nos cuenta Lucas sobre la confusión y la turbación de los
discípulos no es del todo fortuito. Los discípulos creen que se trata de un
fantasma; su reacción externa es tal que el mismo Jesús se asombra y corrige:
“¿por qué se turban... por qué suben esos pensamientos a sus corazones?”. Aclarar la
imagen de Jesús es una exigencia para el discípulo de todos los tiempos, para
la misma Iglesia y para cada uno de nosotros hoy. Ciertamente en nuestro
contexto actual hay tantas y tan diversas imágenes de Jesús, que no deja de
estar siempre latente el riesgo de confundirlo con un fantasma. Los discípulos
que nos describe hoy Lucas sólo tenían en su mente la imagen del Jesús con
quien hasta un poco antes habían compartido, es verdad que tenían diversas
expectativas sobre él y por eso él los tiene que seguir instruyendo; pero no
tantas ni tan completamente confusas como las que la “sociedad de consumo
religioso” de hoy nos está presentando cada vez con mayor intensidad. He ahí el
desafío para el evangelizador de hoy: clarificar su propia imagen de Jesús a
fuerza de dejarse penetrar cada vez más por su palabra; por otra parte está el
compromiso de ayudar a los hermanos a aclarar esas imágenes de Jesús. Es un hecho,
entonces, que aún después de resucitado, Jesús tiene que continuar con sus
discípulos su proceso pedagógico y formativo. Ahora el Maestro tiene que
instruir a sus discípulos sobre el impacto o el efecto que sobre ellos también
ejerce la Resurrección. El evento, pues, de la Resurrección no afecta sólo a
Jesús. Poco a poco los discípulos tendrán que asumir que a ellos les toca ser
testigos de esta obra del Padre, pero a partir de la transformación de su
propia existencia. Las
expectativas mesiánicas de los Apóstoles reducidas sólo al ámbito nacional,
militar y político, siempre con característica triunfalistas, tienen que
desaparecer de la mentalidad del grupo. No será fácil para estos rudos hombres
re-hacer sus esquemas mentales, “sospechar” de la validez aparentemente
incuestionable de todo el legado de esperanzas e ilusiones de su pueblo. Con
todo, no queda otro camino. El evento de la resurrección es antes que nada el
evento de la renovación, comenzando por las convicciones personales. Este
pasaje debe ser leído a la luz de la primera parte: la experiencia de los
discípulos de Emaús. Las
instrucciones de Jesús basadas en la Escritura infunden confianza en el grupo;
no se trata de un invento o de una interpretación caprichosa. Se trata de
confirmar el cumplimiento de las promesas de Dios, pero al estilo de Dios, no
al estilo de los humanos. De alguna
forma conviene insistir que el evento de la resurrección no afecta sólo al
Resucitado, afecta también al discípulo en la medida en que éste se deja
transformar para ponerse en el camino de la misión. Nuestras comunidades
cristianas están convencidas de la resurrección, sin embargo, nuestras
actitudes prácticas todavía no logran ser permeadas por ese acontecimiento.
Nuestras mismas celebraciones tienen como eje y centro este misterio, pero tal
vez nos falta que en ellas sea renovado y actualizado efectivamente. Permítasenos
transcribir sólo un párrafo del libro «Repensar la resurrección» (Trotta,
Madrid 2003, cuyo resumen puede leerse o recogerse en la Revista Electrónica
Latinoamericana de Teología, http://servicioskoinonia.org/relat/321.htm): «Si antes
influía sobre todo la caída del fundamentalismo, ahora es el cambio cultural el
que se deja sentir como prioritario. Cambio en la visión del mundo, que,
desdivinizado, desmitificado y reconocido en el funcionamiento autónomo de sus
leyes, obliga a una re-lectura de los datos. Piénsese de nuevo en el ejemplo de
la Ascensión: tomada a la letra, hoy resulta simplemente absurda. En este
sentido, resulta hoy de suma importancia tomar en serio el carácter
trascendente de la resurrección, que es incompatible, al revés de lo que hasta
hace poco se pensaba con toda naturalidad, con datos o escenas sólo propios de
una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo al Resucitado, verle venir
sobre las nubes del cielo o imaginarle comiendo, son pinturas de innegable
corte mitológico, que nos resultan sencillamente impensables». Invitamos a
leer el texto completo (o, mejor aún, el libro entero).
Para la
revisión de vida «Para ver si conocemos a Dios,
veamos si cumplimos sus mandamientos», dice la carta de san Juan. ¿Cómo va mi
«conocimiento de Dios» según este indicador? ¿Rebosa mi vida «conocimiento de
Dios», o sea, conformidad con su voluntad? Para la
reunión de grupo Lean
detenidamente el cap. 24 de san Lucas, tratando de descubrir el esquema
pedagógico que según el evangelista emplea Jesús para instruir a sus
discípulos. Miren atentamente cómo comienza, como continúa y cómo termina.
Complementen –si se puede- este pequeño estudio con la lectura de la
Introducción que nos presenta el documento de Santo Domingo (“Mensaje a los
Pueblos de América Latina, nº 12-27). Confrontar este esquema con nuestros
métodos y esquemas de evangelización. Para la
oración de los fieles Oremos a Dios
Padre que en Jesús ha querido acercarse a cada uno de nosotros y supliquémosle
diciendo: Escucha, Padre nuestras súplicas. Por todas las
Iglesias y confesiones cristianas, para que muestren siempre la veracidad de su
conocimiento de Dios en la autenticidad de su compromiso de solidaridad para
con los más necesitados. Escucha... Por la
sociedad civil, para que con el influjo de la fuerza renovadora del Evangelio a
través de la aportación de os cristianos y cristianas, se involucre con gozo en
la construcción de esa Utopía que nosotros llamamos «Reino». Escucha... Por nuestras
comunidades cristianas, para que en el continuo ejercicio del compartir seamos
cada vez más signo de amor, de bondad y fraternidad en nuestras sociedades.
Escucha... Oración
comunitaria Oh Dios, Padre-Madre de todos: que
tu pueblo universal se regocije al saber de tu fidelidad, que nosotros vemos
manifestada en su intervención en la resurrección de Jesús; y que la alegría de
saber que Tú estás tan fielmente de parte del Amor y de la Vida, nos ayude a
todos/todas a continuar sin desfallecimiento en la construcción del proyecto de
Vida y Salvación que quieres para todos los pueblos; tú que vives y haces
vivir, por los siglos de los siglos. Amén.
|
|
|