QUINTO DOMINGO DE PASCUA
CICLO "B" Primera lectura: Hechos 9, 26-31 Salmo responsorial: Salmo 21 Segunda lectura: 1 Juan 3, 18-24 EVANGELIO 2Todo sarmiento que en mí no
produce fruto, lo corta, y a todo el que produce fruto lo limpia, para que dé
más fruto. 3Vosotros estáis y a limpios por
el mensaje que os he comunicado. 4Seguid conmigo, que yo seguiré con
vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí solo si no sigue
en la vid, así tampoco vosotros si no seguís conmigo. 5Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos. El que sigue conmigo y yo con él, ése produce mucho fruto, porque sin
mí no podéis hacer nada. 6Si uno no sigue conmigo, lo tiran fuera
como al sarmiento y se seca; los recogen, los echan al fuego y se queman. 7Si seguís conmigo y mis
exigencias siguen entre vosotros, pedid lo que queráis, que se realizará. 8En
esto se ha manifestado la gloria de mi Padre, en que hayáis comenzado a
producir mucho fruto por haberos hecho discípulos míos.
COMENTARIOS I Tan fáciles
se han puesto las cosas en la Iglesia, que, de un puñado de discípulos que tuvo
el Maestro nazareno, ya somos muchos millones los que pertenecemos, al menos
oficialmente, a su grupo. Somos tantos los bautizados que incluso el bautismo
se ha devaluado, reduciéndose, en un altísimo porcentaje de casos, a un rito
casi puramente social, realizado por el sacerdote, en presencia de padres y
familiares, a quienes el Evangelio y el estilo de vida de Jesús les suele traer
sin cuidado, no entrando dentro de las coordenadas de sus vidas. No fue así al
principio. Jesús era más exigente que la organización eclesiástica actual y no
admitía así porque sí a cualquiera para formar parte de su grupo. También es verdad
que él ni siquiera se preocupó de bautizar a nadie, cosa que mandaría hacer más
tarde a sus discípulos. Dado que
entre los primeros cristianos había también buenos y malos, el evangelista
Mateo pone en boca de Jesús el criterio para distinguir a unos de otros:
"Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,16). No bastaba,
según Jesús, para ser su discípulo con estar bautizado o pertenecer a un
determinado país o raza. Había que demostrarlo con un estilo de vida en
consonancia con su Evangelio: "No basta decirme: Señor, Señor, para entrar
en el Reino de Dios" (Mt 7,21). Había que hacer mucho más. "Ve,
vende lo que tienes y repártelo a los pobres, que tendrás un tesoro en el
cielo; y anda, vente conmigo" -dijo al joven rico (Le 18,22) Para ser
cristiano Jesús exigía abandonar la riqueza y compartirla con quienes no
tienen. "Amaos como Yo os he amado" (Jn 15,12), "amad a vuestros
enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mt 6,43): sólo quien ama así
lleva con dignidad el nombre de cristiano. "El hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir" (Mt 20,28); "dejad que se
acerquen los niños y no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el
Reino de Dios" (Lc 18,17). El cristiano tiene que servir a los demás,
colocándose en la sociedad entre los que no cuentan, como los niños. Estas y
muchas más son las exigencias del maestro. Según el Evangelio, no basta para
ser cristiano con estar bautizado o pertenecer a la Iglesia oficialmente.
"Por sus frutos los conoceréis". Sólo es cristiano quien adopta el estilo
de vida de Jesús y se une a él como el sarmiento a la vid. Sólo ese dará fruto
abundante (Jn 15,1-8). Quizás, con
tanta organización y tanta estructura y tanta gente y tantas facilidades,
hayamos olvidado lo más importante. II
No somos cristianos por nosotros ni para
nosotros mismos. Es nuestra unión a Jesús, nuestra comunión con él dentro de la
comunidad, lo que nos hace cristianos, y lo somos para dar fruto: vivir como
hijos luchando, para que todos los hombres puedan vivir como hermanos.
Los jerarcas
de la religión judía habían pretendido apropiarse de la viña del Señor, del pueblo de Dios. Empezaron por decir que sólo
estando con ellos se podía estar con
Dios y que, por tanto, sólo dentro de su institución
era posible conseguir la salvación. En realidad, lo que habían hecho era
convertir la religión en un negocio que les proporcionaba enormes beneficios
económicos, privilegios, honores y poder; las instituciones religiosas eran,
más que un medio para encontrarse con Dios, un obstáculo para llegar a él,
porque a aquellos jerarcas ni les importaba el pueblo ni les importaba Dios:
sólo sus propios intereses, su prestigio, su poder. Su último crimen fue matar
al heredero o, utilizando la imagen del evangelio del domingo pasado, para
seguir explotando al rebaño, mataron y pretendieron suplantar al verdadero
pastor. En la larga
conversación que mantiene con sus discípulos después de la última cena, Jesús
les advierte que tengan cuidado para que no se repita esa traición a Dios y a
su pueblo y, al mismo tiempo, les da, o
mejor, les repite desde otro punto de vista, una magnífica noticia: él no va a
dejar este mundo; él no va a abandonar a los suyos: se quedará con aquellos que
decidan poner en práctica el mensaje que él, de parte del Padre, les ha
ofrecido. Y allí donde él esté, estará la viña,
el pueblo de Dios: «Yo soy la vid
verdadera, mi Padre es el labrador.» El acceso a Dios de los seguidores de
Jesús no estará ya mediatizado por ningún tinglado humano, pues el Padre y
Jesús vivirán allí donde se viva y se practique el amor: «Uno que me ama
cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos
quedaremos a vivir con él» (Jn 14,23).
SEÑALES DE COMUNIÓN Que estamos
en comunión con Jesús se deberá notar fundamentalmente por dos cosas: la
primera es haber quedado limpios por el
mensaje que Jesús nos ha comunicado. Esto es, para aceptar el mensaje de
Jesús hay que romper antes con el orden
este, hay que dejarse limpiar de sus valores. Y, si después de haber aceptado
el mensaje volvemos a contaminarnos con esos falsos valores, debemos dejar que
el Padre vuelva a limpiarnos. Y es que si se quiere estar en comunión con Jesús
no se puede estar en comunión con todo aquello que lo llevó a él a la muerte:
el egoísmo y la riqueza, la ambición y el poder, el gusto por los honores y las
desigualdades; y hay que mantener una permanente vigilancia para que esos
valores no nos contaminen. La segunda es
dar fruto. Porque, por supuesto, el grupo de Jesús, las comunidades cristianas
y la gran comunidad universal no son una realidad puramente espiritual ni una
escuela de perfección individual: su vocación es ser un ámbito de libertad
donde los hombres puedan vivir como hermanos, y su tarea ofrecer a todos los
hombres ese modo de vida como alternativa al modo de vivir que impone el orden este. Por eso Jesús quiere que se
nos conozca y se nos reconozca como seguidores suyos; sólo así podremos dar el
fruto que él espera de nosotros: vivir y proclamar su mensaje,. y así actuar
como mediadores entre los que aún no lo conocen, ni a él ni al Padre, para que
puedan llegar a conocerlo y a quererlo y, entrando en comunión con él y con
todos los que participan de esta comunión, se incorporen a esa vid verdadera en
la que, después de dejarse limpiar de los valores de este mundo mediante la
aceptación del mensaje del evangelio, puede injertarse todo el que quiera
trabajar para que todos los hombres vivamos como hermanos. El fruto que
Jesús espera de nosotros es, por tanto, una realidad que presenta dos aspectos
distintos, uno es el crecimiento personal, el ir haciéndose cada vez más hijos
de Dios mediante la práctica del amor fraterno; el otro es el crecimiento de
la comunidad. Pero cuidado: que este crecimiento no es una cuestión de
prestigio; no se trata de que nos enorgullezcamos diciendo «¡qué grande es
nuestra santa religión!»Nuestro objetivo es el bien de los hombres: que cada
vez haya más personas que encuentren su felicidad en la práctica del amor, en
saberse hijos de Dios y hermanos de todos los hombres que acepten a Dios como
Padre y a sus hijos como hermanos. Y estos
frutos sólo son posibles si estamos en
comunión con Jesús, comunión que debe darse dentro de la comunidad
cristiana o llevar a ella, pero que no debe confundirse ni suplantarse por
ninguna otra comunión.
En varios pasajes del AT, la vid o viña es el
símbolo de Israel como pueblo de Dios (Sal 80,9; Is 5,1-7; Jr 2,21; Ez
19,10-12). La afirmación de Jesús se contrapone a esos textos; no hay más
pueblo de Dios (vid y sarmientos) que la nueva humanidad que se construye a
partir de él (la vid verdadera, cf.
1,9: la luz verdadera; 6,32: el verdadero pan del cielo). Como en el
AT, es Dios, a quien Jesús llama su Padre, quien ha plantado y cuida esta vid. Advertencia severa de Jesús, que define la misión
de la comunidad. Él no ha creado un círculo cerrado, sino un grupo en
expansión: todo miembro tiene un crecimiento que efectuar y una misión que
cumplir. El fruto es el hombre nuevo, que se va realizando, en intensidad, en
cada individuo y en la comunidad (crecimiento, maduración), y, en extensión,
por la propagación del mensaje, en los de fuera (nuevo nacimiento). La
actividad, expresión del dinamismo del Espíritu, es la condicion para que el
hombre nuevo exista. El sarmiento no produce fruto cuando no responde a
la vida que recibe y no la comunica a otros. El Padre, que cuida de la viña, lo
corta: es un sarmiento que no pertenece a la vid. En la alegoría,
la sentencia toma el aspecto de poda. Pero esa sentencia no es más que
el refrendo de la que el hombre mismo se ha dado: al negarse a amar y no hacer
caso al Hijo, se coloca en la zona de la reprobación de Dios (3,36). El
sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece a la comunidad, pero no
responde al Espíritu; el que come el pan, pero no se asimila a Jesús. Quien practica el amor tiene que seguir un proceso
ascendente, un desarrollo, hecho posible por la limpia que el Padre hace. Con
ella elimina factores de muerte, haciendo que el discípulo sea cada vez más
auténtico y más libre, y aumente así su capacidad de entrega y su eficacia.
Pretende acrecentar el fruto: en el discípulo, fruto de madurez; en otros, fruto de nueva humanidad. 3-4 «Vosotros
estáis ya limpios por el mensaje que os he comunicado. Seguid conmigo, que yo
seguiré con vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí solo
si no sigue en la vid, así tampoco vosotros si no seguís conmigo». Hay una limpieza inicial (cf. 13,10) y otra
sucesiva, para el crecimiento. Sintetizando datos, la limpieza o purificación
inicial la produce la opción por el mensaje de Jesús, que es el del amor. Este
separa del mundo injusto y quita, por tanto, el pecado (1,29). Cuando el
mensaje se hace práctica en la vida del discípulo, la actividad del amor va
profundizando la purificación. Según el significado de “limpio/puro”, sólo
quien practica el amor a los demás agrada a Dios; y ése no sólo tendrá aceeso
al Padre, sino que el Padre vendrá a habitar con él (cf. 14,23: vendremos a él...). Jesús exhorta a sus discípulos a renovar su
adhesión a él, mirando al fruto que han de producir. La unión con Jesús no es
algo automático ni ritual, pide la decisión del hombre; y a la iniciativa del
discípulos responde la fidelidad de Jesús (yo
me quedaré con vosotros). Esta unión mutua entre Jesús y los suyos, vistos
aquí como grupo, es la condición para la existencia de la comunidad, para su
crecimiento y para que produzca fruto. Los discípulos no tendrán verdadero amor
al hombre sin el amor a Jesús (14,15), y sin amor al hombre no hay fruto
posible. El sarmiento no tiene vida propia y, por tanto, no
puede dar fruto de por sí; necesita la savia, es decir, el Espíritu comunicado
por Jesús. Interrumpir la relación con él significa cortarse de la fuente de la
vida y reducirse a la esterilidad. 5-6 «Yo soy
la vid; vosotros, los sarmientos. El que sigue conmigo y yo con él, ése produce
mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si uno no sigue conmigo, lo
tiran fuera como al sarmiento y se seca; los recogen, los echan al fuego y se
queman». Repite Jesús su afirmación primera, ahora en
relación no con el Padre, sino con los discípulos. Entre él y los suyos existe
una unión íntima; la misma vida circula en él y en ellos, gracias a la asimilación
a él (6,56: comer su carne y beber su sangre). El fruto de que se hablaba antes se especifica
ahora como mucho fruto (cf. 12,24).
Éste está en función de la unión con él, de quien fluye la vida. Sin estar
unido a Jesús, el discípulo no puede comunicarla (sin mí no podéis hacer nada). . Pasa Jesús a considerar el caso contrario, la falta
de respuesta. El porvenir del que sale de la comunidad por falta de amor es
“secarse”, es decir, carecer de vida. El final es la destrucción (los echan al fuego y se queman). La
muerte en vida acaba en la muerte definitiva. 7-8 «Si
seguís conmigo y mis exigencias siguen entre vosotros, pedid lo que queráis,
que se realizará. En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre, en que
hayáis comenzado a producir mucho fruto por haberos hecho discípulos míos». Sigue el tema de la fecundidad. La respuesta a las
exigencias concretas del amor crea el ambiente de la comunidad (entre vosotros, cf. 5,38). Jesús se
hace colaborador en la tarea de los suyos, sin límite alguno (lo que queráis). La sintonía con Jesús,
creada por el compromiso en favor del hombre, establece su colaboración activa
con los suyos. Pedir significa afirmar la unión con Jesús y reconocer que la
potencia de vida procede de él. La gloria, que es el amor del Padre, se manifiesta en la actividad de los
discípulos, que trabajan en favor de los hombres. Esta afirmación pone el dicho
en el contexto de las comunidades posteriores.
IV Para entender
bien este texto es necesario saber que tanto la vid (o las uvas) o como la
higuera (o los higos) son símbolos del pueblo de Dios en el AT. Así el profeta
Oseas (9,10), refiriéndose al pueblo, dice: "Como uvas en el desierto
encontré a Israel, como breva en la higuera descubrí a vuestros padres".
Jeremías (24,1-10) cuenta una visión con estas palabras: "El Señor me
mostró dos cestas de higos... una tenía higos exquisitos, es decir, brevas;
otra tenía higos muy pasados, que no se podían comer". Los higos
exquisitos aparecen como figura de los desterrados fieles a Dios; los «muy
pasados que no se podía comer» son figura del rey, sus dignatarios y el resto
de Jerusalén que han quedado en Palestina o residen en Egipto (v. 8). Pero tanto la
vid (que da agrazones en lugar de uvas) como la higuera (abundante en hojas, pero
sin frutos) son figura del pueblo judío y de sus gobernantes, que no se han
mantenido fieles a Dios. El fruto que Dios esperaba de Israel era el
cumplimiento de las dos exigencias fundamentales de la Ley: el amor a Dios y el
amor al prójimo como a sí mismo (12,28-31). Practicar ese amor, encarnado,
según Is 5,7 (cf. Mc 12,1-2), en la justicia y el derecho, era la tarea
preparatoria de la antigua alianza en relación con el reinado de Dios
prometido. Sin embargo este pueblo no ha dado los frutos deseados a lo largo de
la historia. Así Jeremías (8,4-13), después de constatar la corrupción de
Jerusalén, que, a pesar de todo, se gloría de la Ley, termina descorazonado
diciendo: «Si intento cosecharlos, oráculo del Señor, no hay racimos en la vid
ni higos en la higuera». El texto
completo de este pasaje del profeta ilumina el sentido de la esterilidad:
"Así dice el Señor: «¿No se levanta el que cayó?, ¿no vuelve el que se
fue? Entonces, ¿por qué este pueblo de Jerusalén ha apostatado
irrevocablemente? Se afianza en la rebelión, se niega a convertirse. He
escuchado atentamente: no dice la verdad, nadie se arrepiente de su maldad
diciendo: «¿Qué he hecho?». Todos vuelven a su extravío... mi pueblo no
comprende el mandato del Señor. ¿Por qué decís: «Somos sabios, tenemos la Ley
del Señor»?, si la ha falsificado la pluma falsa de los escribanos... Del
primero al último sólo buscan medrar; profetas y sacerdotes se dedican al
fraude". Semejante es
el lamento de Miq 7,1ss: "¡Ay de mí! Me sucede como al que rebusca terminada
la vendimia: no quedan uvas para comer, ni brevas que tanto me gustan". La
decepción del profeta proviene de que los piadosos y justos han desaparecido de
la tierra y todos cometen malas acciones. A la higuera-Israel la conmina Jesús
en el evangelio de Marcos de este modo: «Nunca jamás coma ya nadie fruto de
ti». No le lanza
una maldición que le desee directamente la muerte o algún mal. Jesús no
expresa odio o aborrecimiento hacia la higuera-institución. De hecho, no le
dice: "No produzcas fruto", ni tampoco anuncia que no encontrarán
fruto en ella, condenándola a la esterilidad. Le dice: "Nunca jamás coma
ya nadie fruto de ti". Expresa así Jesús el deseo vehemente de que ninguna
persona, judía o no, recurra para su alimento-vida a la higuera-institución o
dependa de ella; quiere que la humanidad repudie su doctrina y su ejemplo; que
nadie busque nada en ella ni acepte nada de ella; que quede aislada al margen
de la sociedad humana, y termine así su papel histórico. El juicio tan tajante de Jesús sobre el templo
y la institución, que los presenta como el prototipo de lo aborrecible, se debe
a que ésta ha sido infiel a la misión que Dios le había asignado, en dos
aspectos diferentes que serán explicitados en la perícopa siguiente: hacia
fuera ha traicionado el universalismo que debía encarnar, y hacia dentro del
pueblo se ha convertido en instrumento de explotación. Con ello,
siendo la institución judía con el templo la única representante en la tierra
del verdadero Dios, deforma su imagen, convirtiéndolo en un Dios particularista
y legitimador de la injusticia. Apaga así el faro que debía iluminar a la
humanidad y cancela todo horizonte de esperanza. Es el juicio del Mesías sobre
las instituciones de Israel. Constata el fracaso de la antigua alianza y, por
su parte, declara el fin de la misión de Israel en la historia. Como se ve,
las palabras de Jesús no tendrán efecto más que si los cada uno siguiendo su
deseo, renuncia a buscar alimento en la higuera, es decir, si dejan de profesar
la ideología que la institución propone o las ventajas que procura la adhesión
a ella. El cumplimiento de estas palabras, depende de la opción libre de los
seres humanos. Frente a
aquel pueblo que había sido infiel a Dios a lo largo de la historia, Jesús
funda un nuevo pueblo, una comunidad humana nueva, verdadero pueblo de Dios,
cuya identidad le viene de la unión con Jesús, que le comunica incesantemente
el Espíritu, y el fruto de su actividad depende de ella. La vid o la
viña es el símbolo de Israel como pueblo de Dios (Sal 80,9; Is 5,1-7; Jr 2,21;
Ez 19,10-12). La afirmación de Jesús se contrapone a esos textos; no hay más
pueblo de Dios (vid y sarmientos) que la nueva humanidad que se construye a
partir de él (la vid verdadera, cf. 1,9: la luz verdadera; 6,32: el verdadero
pan del cielo). Como en el AT, es Dios, a quien Jesús llama su Padre, quien ha
plantado y cuida esta vid. Advertencia
severa de Jesús, que define la misión de la comunidad. Él no ha creado un
círculo cerrado, sino un grupo en expansión: todo miembro tiene un crecimiento
que efectuar y una misión que cumplir. El fruto es el hombre nuevo, que se va
realizando, en intensidad, en cada individuo y en la comunidad (crecimiento,
maduración), y, en extensión, por la propagación del mensaje, en los de fuera
(nuevo nacimiento). La actividad, expresión del dinamismo del Espíritu, es la
condición para que el hombre nuevo exista. El sarmiento
no produce fruto cuando no responde a la vida que recibe y no la comunica a
otros. El Padre, que cuida de la viña, lo corta: es un sarmiento que no
pertenece a la vid. En la
alegoría, la sentencia toma el aspecto de poda. Pero esa sentencia no es más
que el refrendo de la que cada uno se ha dado: al negarse a amar y no hacer
caso al Hijo, se coloca en la zona de la reprobación de Dios (3,36). El
sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece a la comunidad, pero no
responde al Espíritu; el que come el pan, pero no se asimila a Jesús. Quien
practica el amor tiene que seguir un proceso ascendente, un desarrollo, hecho
posible por la limpia que el Padre hace. Con ella elimina factores de muerte,
haciendo que el discípulo sea cada vez más auténtico y más libre, y aumente así
su capacidad de entrega y su eficacia. Pretende acrecentar el fruto: en el
discípulo, fruto de madurez; en otros, fruto de nueva humanidad. El sarmiento
no tiene vida propia y, por tanto, no puede dar fruto de por sí; necesita la
savia, es decir, el Espíritu comunicado por Jesús. Interrumpir la relación con
él significa cortarse de la fuente de la vida y reducirse a la esterilidad. El fruto de
que se hablaba antes se especifica como mucho fruto (cf. 12,24). Éste está en
función de la unión con él, de quien fluye la vida. Sin estar unido a Jesús, el
discípulo no puede comunicarla (sin mí no podéis hacer nada). El porvenir del
que sale de la comunidad por falta de amor es «secarse», es decir, carecer de
vida. El final es la destrucción (los echan al fuego y se queman). La muerte en
vida acaba en la muerte definitiva. Qué bien lo había entendido Juan en su
carta cuando sentencia: «Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de
su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó». El
amor es lo único que conduce a la vida verdadera y definitiva. Nota: No es recomendable comentar este evangelio prescindiendo absolutamente del tema de su historicidad, comentar estas palabras de Jesús, como si fueran históricamente literales, como si Jesús hubiese pensado así... «Hasta hace 100 años –como todavía hoy en círculos poco instruidos- se tenía por cierto que la creencia en Jesús como Dios encarnado sebasaba con toda certeza en la propia enseñanza de Jesús (...). Difícilmente habrá un estudioso competente del Nuevo Testamento que este preparad para dedender que las cuatro veces que aparece la frase «Yo soy» en Juan puedan atribuirse históricamente a Jesús» (cf. John Hick), La metáfora de Dios encarnado, Abyayala, Quito 2004, adquirible por internet, y en varias librerías españolas). Permitir que siga habiendo personas que se mantengan en una «ignorancia vencible» sobre este punto vendría a ser un flaco favor al pueblo de Dios.
Para la
revisión de vida ¿Vivo realmente unido a un tronco, a
unas raíces? ¿Cuál es el tronco en el que estoy establecido? ¿Cuáles son las
raíces últimas que alimentan mi vida? ¿Estoy en verdad unido a Dios? ¿Soy
realmente teocéntrico o me pierdo en ramas y sarmientos laterales, en
mediaciones religiosas que me apartan del verdadero y absoluto centro? Para la
reunión de grupo Juan elabora su evangelio cargado de teología
y de proclamación de fe. Hasta hace unos 70 años el cristianismo católico
consideró las palabras puestas por Juan en boca de Jesús como literalmente
históricas, pronunciadas además por una persona que tenía plena y absoluta
conciencia de sí misma como Hijo de Dios. Hoy día, ningún biblista piensa así. ¿Dialogar
en el grupo –con ayuda de algún experto si hace falta- sobre «la conciencia de
Jesús». Si esas
palabras no son de Jesús, sino de Juan, ¿qué cambia? ¿Nada? ¿Algo? ¿Qué? ¿Su
autoridad? ¿Su sentido? ¿La hermenéutica con que deben ser interpretadas? Cuando Jesús dice que es él la vid y que los
sarmientos no pueden tener vida sino unidos a la vid… ¿lo está diciendo en un
sentido absoluto y universal? ¿Todo ser humano se salva sólo por su unión a la
vid que es Jesús? ¿Y quienes no conocen a Jesús se salvan? ¿Cómo? El lenguaje
de la vid es metafórico o descriptivo? ¿Es real? ¿Cabe
entender la imagen de la unión de la viña con los sarmientos como una
justificación de una «vida espiritual» intimista, individual? ¿Puede mirarse
también en perspectiva comunitaria? Gianni
Vattimo ha publicado un artículo en el que considera a las religiones como
higueras secas... Puede ser objeto de un diálogo-debate en el grupo. (http://www.elpais.com/articulo/opinion/religion/enemiga/civilizacion/elpepiopi/20090301elpepiopi_12/Tes/). Para la
oración de los fieles Para que toda
la Iglesia siga siendo en medio del mundo el Camino, la Verdad y la Vida que
fue y es Jesús para todos nosotros. Oremos. Para que
sepamos orientar a las personas, especialmente a los jóvenes, que buscan su
camino en la vida. Oremos. Para que
seamos, con nuestro ejemplo de solidaridad con los pobres y necesitados, luz
orientadora de los que buscan la verdad. Oremos. Para que
seamos fomentadores y transmisores de vida entre quienes andan en sombras de
muerte. Oremos. Para que con
creatividad y solidaridad, construyamos el templo de piedras vivas que es la
comunidad. Oremos. Para que
corroboremos siempre nuestras palabras con el testimonio vivo de nuestra propia
vida. Oremos. Oración
comunitaria Oh Dios, Misterio incomprensible,
Presencia inasible, Amor inexpresable, Luz inefable. Ayúdanos a comprender que
la Verdad está más allá de nuestras formulaciones, que la Vida eres Tú mismo, y
que los Caminos que conducen a Ti son infinitos. Nosotros concretamente te lo
pedimos inspirados por Jesús, hijo tuyo y hermano mayor nuestro. Amén.
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