SANTÍSIMA TRINIDAD
CICLO "B" Primera
lectura: Deuteronomio 4, 32-34. 39-40
EVANGELIO -Se
me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. 19Id y haced
discípulos de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre y al
Hijo y al Espíritu Santo 20y
enseñadles a guardar todo lo que os mandé; mirad que yo estoy con vosotros
cada día, hasta el fin de esta edad. COMENTARIOS Cuando para la mayoría de los cristianos el
misterio de Las ideas que tenemos de Dios, por regla
general, no son demasiado cristianas, digámoslo abiertamente. Se han infiltrado
en el cristianismo cuando éste se sumergió en la cultura griega. En el mejor de
los casos son herencia del judaísmo. Para unos Dios es "ese algo que mueve
todo esto por ahí arriba", el principio y fin de todo, lo del "motor
inmóvil" de Aristóteles, o aquello de la "inteligencia creadora"
que apunta Platón en el Filebo. Para otros, Dios es alguien, pero
implacable, irascible, celoso, vengativo, justiciero, aguafiestas, tapahuecos,
inmóvil, impasible... Imágenes de un Dios cancelado por Jesús hace veinte
siglos. Dios no es así. Dios no es algo, sino alguien. Nos lo dijo
Jesús: "Cuando oréis decid: Padre..." (en arameo, la lengua hablada
de Jesús: "abbá" = papá). Que a Dios se le llamaba Padre estaba dicho
y descubierto muchos siglos antes de Jesús. En oraciones sumerias como el Himno
de Ur a Sin, dios lunar, el orante lo invoca como "Padre magnánimo y
misericordioso en cuya mano está la vida de la nación entera". Lo nuevo y
provocativo es que Jesús le llame "papá". Pero hoy que está en crisis la imagen del
padre, que hay crisis de autoridad, ¿debemos seguir hablando de Dios como
Padre-papá? ¿No será contraproducente? ¿Qué clase de padre es Dios? Dios, el Dios de Jesús, es padre, pero no
paternalista ni autoritario. En esto radica la crisis de autoridad que
atravesamos. Juan dice en su Evangelio: "El padre y yo somos una misma
cosa" y Jesús dice a su Padre: "Yo sé que siempre me escuchas".
La primacía del Padre en Dios es también Hijo (palabra que proviene
del latin "filius" y ésta de "filum"= hilo). Dicho de otro
modo, Dios es dependiente. En toda familia, el hijo depende al nacer de los
padres, pero para subsistir como persona tiene que cortar el cordón umbilical.
Dependencia originaria y autonomía consecuente. En nuestra sociedad se da
actualmente un rechazo del padre por parte de los hijos, de la autoridad por parte
de los gobernados; se puede hablar ya de un mundo que abandona su ser
patriarcal. ¿Y no será porque el padre corta la aspiración del hijo y porque el
hijo, al subrayar su libertad, no reconoce su dependencia del padre? En Porque Dios, finalmente, es Espíritu. Como
viento y fuego, calor, libertad, amor. Sin el Espíritu la relación Padre-Hijo
se convierte en tortura y martirio de frialdad y desamor. Y aquí es donde
II Esta es "Se me ha dado plena autoridad en el
cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones,
bautizándolos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y
enseñadles a guardar todo lo que os mandé; mirad que yo estoy con vosotros cada
día, hasta el fin de esta edad".
No. Dios no es un amo. Y nosotros no somos
sus siervos. A pesar de algunas expresiones que se conservan todavía en ciertas
oraciones del Misal Romano. Dios no quiere siervos, quiere hijos. Si observamos con atención la imagen
de Dios que ofrecen las distintas religiones de la tierra, al menos las más
conocidas, veremos que en todas ellas Dios es presentado como el amo
absoluto de todas las cosas: de la vida y de la muerte, de la felicidad y
de la desgracia, de las cosas y de las personas. Y esta imagen de un dios-amo
acaba siempre siendo utilizada para justificar la existencia de otros amos,
éstos de tejas para abajo. Esta es la inmensa revolución que se produce
con el mensaje de Jesús de Nazaret: Dios ya no se llama «el Señor», se llama ¡Padre!
Ya no se puede justificar ninguna esclavitud; ninguna actitud servil está
justificada. Porque los hombres, para Dios, ya no son siervos, sino hijos. A este respecto, es interesante recordar la
respuesta que recibe de su padre - figura de «el Padre»- el hijo mayor de la
parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). Éste se quejaba porque su padre, para
celebrar la vuelta de su hermano menor -que había abandonado a su padre y a su
familia y que volvía después de haberse dado la buena vida y de haber despilfarrado
toda su herencia-, había mandado matar el ternero cebado, mientras que a él,
que siempre había sido muy obediente y sumiso, jamás le había dado ni siquiera
un cabrito para celebrar una fiesta con sus amigos. A esta queja el padre
responde: «Hijo, ¡ si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!». Aquel
pobre muchacho era seguramente muy bueno..., pero ¡no sabía vivir como hijo!
«... en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo...
» Con estas palabras había iniciado su queja ante su padre. Y quizá porque no
sabía vivir como hijo no era capaz de comportarse como hermano.
No le bastó con negarse a ser amo para ser
Padre; Dios quiso también ser hermano. Y en el Hijo del Hombre se hizo presente
en el mundo de los hombres. Y lo hizo tan en serio, que desde ese mismo momento
ya no se puede llegar al Padre si no es a través del Hijo del Hombre. Y no se
puede ser hijo si no se quiere ser hermano. No hay más remedio que aceptarlo así, porque
él así lo ha querido, o mejor, porque ésa es la realidad de Dios, porque Dios
es así. Para conocer a Dios, al Padre, tenemos que
empezar por conocer a aquel que, sin demasiadas teologías, sino con su vida,
con la entrega de su vida, con su muerte por amor..., ha sido y sigue siendo la
explicación de Dios, a quien nadie ha visto jamás (Jn 1,18). Y para vincularse al Padre hay que vincularse
al Hijo y solidarizarse con él en la realización del proyecto de liberación
que, por medio de él, el Padre ofreció y sigue ofreciendo a la humanidad:
convertir este mundo en un mundo de hermanos.
Ese Espíritu que nos hace hijos. Y porque nos
hace hijos nos hace libres y nos hace hermanos. El
Espíritu es la vida que el Padre nos comunica, es el amor con que nos ama y la
fuerza con que nos capacita para amar. Y porque es garantía y es amor, es
garantía y testimonio de liberación y de libertad: «No recibisteis un espíritu
que os haga esclavos y os vuelva al temor; recibisteis un espíritu que os hace
hijos y que nos permite gritar ¡Abba! ¡Padre!» (Rom 8,15). Ya no se puede seguir diciendo que el
principio de la sabiduría es temer al Señor (Prov 1,7); el Espíritu de
Jesús, que es el espíritu de amor, se encarga de que no volvamos a recaer en el
temor... porque «el amor acabado echa fuera el temor» (1 Jn 4,18). Bien están las teologías que intentan
explicar cómo Dios puede ser a la vez uno y trino; pero quizá el
evangelio lo que nos propone es que intentemos vivir vinculados al Padre y
al Hijo y al Espíritu Santo sin permitir que otras cadenas hagan ineficaz
la sangre del Mesías. III . «Los once discípulos»: falta uno, Judas el
traidor, representante del Israel histórico que ha pedido la crucifixión de
Jesús. El Israel mesiánico se forma sin integrar al antiguo pueblo como tal. La
expresión «los once discípulos», que excluye la existencia de otros discípulos
(cf. 10,1: «sus doce discípulos»), muestra claramente que el número es
simbólico y que «los Doce / Once» abarcan a todos los discípulos de Jesús,
fuese cual fuese su número. En relación con la defección del Israel
histórico está la ida a Galilea. Jerusalén, capital de Israel, queda atrás y no
va a ser objeto de misión. La misión en Israel la han hecho Jesús (15,24) y los
discípulos (10,6). Ahora que Israel ha rechazado al Mesías, la misión se
dirigirá a los paganos. Galilea es el punto de arranque, pues es la tierra
limítrofe con las naciones paganas (cf. 8,28; 15,21). «El monte», como en 5,1,
representa la esfera divina, la del Espíritu; desde ella va a enviar Jesús a
los suyos. La presencia de Jesús en Galilea conecta al resucitado con el Jesús
histórico, que ejerció su actividad en esa región. Los discípulos se postran ante Jesús,
mostrando su fe en él como Hijo de Dios (cf. 14,33), pero al mismo tiempo dudan
El verbo «dudar/vacilar» se
encuentra en el evangelio solamente aquí y en 14,31, donde delataba la
falta de fe de Pedro, que lo llevó a hundirse en el agua. La escena está
también en relación con la transfiguración: la realidad de Jesús ahora es la
misma que se manifestó allí; la transfiguración anticipaba la resurrección.
Teniendo en cuenta estos datos, la duda significa que los discípulos no tienen
fe suficiente para asumir el destino de Jesús. Según Mt, es la primera vez que
tienen experiencia del resucitado, el vencedor de la muerte; saben que han de
afrontar la muerte para llegar a este estado. Como Pedro en 14,31, no se sienten
capaces de realizar en sí mismos la condición divina que ven en Jesús. v.v.18-20:
Jesús se acercó y les habló así: -Se me ha dado plena autoridad en el cielo
y en la tierra. 19Id y haced discípulos de todas las naciones,
bautizadlos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo 20y enseñadles a guardar todo lo
que os mandé; mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin de esta
edad. . Durante la vida mortal de Jesús, «el
Hombre» había tenido potestad «en la tierra» (9,6); ahora, después de su
resurrección, sentado a la derecha del Padre (26,64), su autoridad, como la de
éste, se extiende a tierra y cielo. A través de la cruz ha llegado a la plena
condición divina. En virtud de esa autoridad universal, los
manda en misión al mundo entero. Va a realizarse la promesa de Dios a Abrahán
(Gn 17,4s; 22,18); toda la humanidad va a constituir el Israel definitivo. «Id»
muestra que Galilea es el punto de partida. La misión consiste en hacer
discípulos, en proclamar el mensaje de Jesús para que los hombres sigan sus
enseñanzas, aprendan su mensaje y lo practiquen. Para ello, el primer medio es el bautismo. En
el evangelio han aparecido dos bautismos, el de Juan, con agua, y el de Jesús,
en su aspecto positivo, con Espíritu; en su aspecto negativo (atribuido por
Juan Bautista y que no pertenece a la misión), con fuego (cf. 3,11). El
bautismo con agua es signo de arrepentimiento y enmienda (3,6.8); sólo el
bautismo con Espíritu vincula con el Padre, con Jesús y con el Espíritu mismo.
Mt indica la vinculación personal (= nombre) que se produce en el bautismo: el
hombre queda vinculado al Espíritu, que completa su ser y lo pone en la línea
del «Hombre» (cf. 3,16); por ser el Espíritu, exhalado por Jesús en su muerte,
el mismo Espíritu de Jesús, vincula a él porque produce la unidad de Espíritu;
pero el Espíritu que recibió Jesús era el Espíritu de Dios (3,16), que lo hacia
Hijo; por él reciben también los hombres la calidad de hijos del Padre y
hermanos de Jesús (28,10). A la escucha y aceptación del mensaje sigue, pues,
el bautismo del Espíritu, dado directamente por Jesús (3,11). Mt, que tiene
una fuerte tradición judía, incluye probablemente en el encargo «bautizadlos»
ambos bautismos el de agua, administrado por los discípulos, y el del Espíritu,
obra de Jesús. El
segundo medio para hacer discípulos es la instrucción o enseñanza que lleva a
la práctica. No se trata ya de un primer acercamiento a Jesús por la audición
del mensaje, sino de la práctica de éste. Jesús no encarga a sus discípulos
enseñar doctrina (cf. 23, 8), sino «practicar todo cuanto os he mandado». Hay
que aclarar el contenido de la enseñanza. En Mt, el verbo «mandar», con sujeto
Jesús, ha aparecido solamente en 17,9, donde prohibe a Pedro, Santiago y Juan
decir nada de la visión que han tenido (la transfiguración) hasta después de
su resurrección. Esta orden no ofrece paralelo con el contenido de 28,20. Para
encontrar un paralelo hay que remitirse al término entolé, «orden,
mandamiento, encargo», de la misma raíz. Ahora bien, la única vez que aparece
«mandamiento» sin referirse a los del AT (cf. 15,3; 19,17; 22,36.38.40) es en
5,19, donde denota las bienaventuranzas. Éstas son los mandamientos de Jesús
que toman el puesto de los de Moisés. Por otra parte, la frase «todo lo que yo
os he mandado» es la misma que se usa a menudo para referirse a la antigua Ley
(cf. Ex 23,22; 25,21; 29,35; 34,11.18.32; 40,16; Dt 1,41; 61.3, etc.). Jesús
encarga a los suyos enseñar el código de la nueva alianza (cf. 26,28), que se
compendia en las bienaventuranzas propuestas en su primer discurso (5,3-10).
Nótese la oposición entre 5,19: «el que se exima de uno de estos mandamientos
mínimos y lo enseñe así a los hombres» (motivo de exclusión del reino), y la
totalidad que exige Jesús en la enseñanza y observancia: «todo lo que os he
mandado». Los que van a enseñar esto a las naciones han
de practicarlo (cf. 5,19: «el que lo practica y enseña»). La comunidad con su
modo de obrar y su fidelidad al mensaje de Jesús, constituye la escuela de iniciación
para los nuevos adeptos. La última frase de Jesús es una promesa que
mira sobre todo a la misión. No van a estar solos en ella, Jesús va a acompañarlos
en su labor (cf. Ag 1,13). Así se cumplirá el contenido de su nombre, Emmanuel:
«Dios entre nosotros» (1,23). Juntos van a beber el vino nuevo de la entrega
total (cf. 26,29). Tal situación durará hasta el fin de esta edad, que
coincide con el del mundo, es decir, durante todo el tiempo del reinado de «el
Hombre» en la historia (13,41). Después quedará solamente el reinado del Padre
(13,48; 26,29), fase definitiva del reinado de Dios. IV La reflexión
teológica podría centrarse en la «trinidad» misma, o sea «el hecho de que Dios
sea TRES personas», y la relación de esta trinidad con el monoteísmo. Veamos. Jesús era y
fue siempre judío, y como tal, fue absoluta y celosamente monoteísta. Jesús
nunca habló de, ni siquiera pudo pensar en una «trinidad» de personas en Dios,
lo que le hubiera sonado prácticamente a una blasfemia. Para Jesús, Dios es uno
y sólo uno y nada más que uno. Ello quiere
decir algo que muchos cristianos no saben, y que algunos se extrañan al
llegarlo a saber: que la doctrina de la Trinidad no es del tiempo de Jesús,
sino muy posterior. De hecho se adjudica al Concilio de Nicea (325) su primera
formulación definitiva. Ello quiere también decir que los evangelios no nos
pueden hablar de la Trinidad directamente tal como nosotros la conocemos, y que
esas frases que la citan –como la del evangelio de este domingo- son
inclusiones posteriores. Si la
doctrina de la Trinidad es una elaboración de los primeros siglos de la
Iglesia, que sólo en el siglo IV comenzaron a adquirir una formulación que
quedaría luego consegrada oficialmente, ello significa que tiene un componente
de construcción teológica, «construcción humana», pues. No es, como dice la
simplificación al uso, que Jesús vino del cielo a revelarnos este misterio que
no sabíamos, y que nos lo contó, como se daba por supuesto que el Evangelio
decía. Otro filón
importante de este bloque temático es la tremenda huella de la filosofía griega
que la doctrina de la Trinidad transpira: persona, sustancia, naturaleza,
hipóstasis... Todo en ella es una articulación de conceptos de la filosofía
griega. De alguna manera, la doctrina de la Trinidad es la respuesta que el
cristianismo de aquel momento histórico dio, en una sociedad imbuida de
filosofía griega, con la que estaba tratando de dialogar el cristianismo, a la
pregunta por el dios en que creía esa religión que estaba saliendo de las
catacumbas y luchaba por conseguir un puesto reconocido en la sociedad. No cabe
duda de que la doctrina de la Trinidad es un modelo ejemplar de lo que es la
«inculturación» de una religión en una cultura ajena. El judeocristianismo, que
no sabía nada de aquellas categorías filosóficas helénicas, acabó expresándose,
reformulándose a sí mismo en un lenguaje que nada tenía que ver con el lenguaje
bíblico neotestamentario. Esta «inculturación» ha sido puesta frecuentemente
como «modelo» de lo que debería ser la inculturación de la fe cristiana en
otras culturas. Es la «helenización del cristianismo», tan ejemplar por una
parte, como nefasta por otra. El problema
es que aquella filosofía griega hoy sólo se puede encontrar en los libros de
historia; en la vida real nadie echa mano de aquella filosofía para responder a
las preguntas actuales. Mientras el mundo y la cultura han dejado de creer en
la fiosofía griega, la Iglesia sigue formulándose a sí misma –y sus doctrinas-
en aquella filosofía, y teniendo esas fórmulas como oficiales. Más aún, como
intocables, y en no pocos casos como ininterpretables. (Un ejemplo
distinto al de la Trinidad, pero no al margen del domingo: la
«transubstanciación», que es «hilemorfismo» aristotélico, pura filosofía
griega, de la que nadie echa mano para comprender cosmológicamente la
realidad... De ahí que un elemento central de la eucaristía resulte
ininteligible para todo cristiano de hoy que no comparta esa filosofía de hace
25 siglos. En el último diálogo teológico que hubo al respecto, los censores
romanos desecharon toda otra explicación –se habían presentado varias, muy
buenas- y decidieron que sólo la explicación de la «transubstanciación» era
reconocida oficialmente como correcta. Desde entonces se acabó el diálogo
teológico y pastoral sobre ese tema. Quedó sobreseído y archivado). Otro elemento
es el mismo concepto de «persona». Se trata de un concepto también griego, y
más ampliamente occidental, pero que no es universal. En toda su concreta
riqueza cultural resulta intraducible a otras culturas, en las que esa
categoría no cuadra exactamente. Pero a los occidentales nos parece la
categoría suprema, como «lo máximo» que podríamos atribuir a Dios, y también
como un mínimo que no podríamos dejar de atribuirle. Así, frente al hinduismo,
al budismo, a la espiritualidad «no dual»... a muchos cristianos les resulta
imposible aceptar una idea de Dios menos «personal»... Pero si lo pensamos
bien, Dios no es persona... Llamarle así no deja de ser un «antropocentrismo».
No debiéramos estar tan seguros de que «persona» es una categoría bien aplicada
a Dios, un concepto que «le calza bien»... No hay ninguna palabra en la que
quepa Dios... y tampoco cabe en la palabra «persona». Más que «personal», puede
ser que tuviéramos que decir que Dios es transpersonal, suprapersonal... Un último
elemento de reflexión respecto a la teología trinitaria es la frecuencia con la
que los cristianos entendemos mal la doctrina oficial misma de la Trinidad. En
la práctica muchos cristianos guardan en su espiritualidad la imagen de «tres
personas como tres dioses», a pesar de la proclamación meramente verbal de la
unicidad de Dios... Transcribimos más abajo algunas cautelas que Schillebeeckx
expresara al respecto. Habría todo
otro tema a revisar, debajo mismo del plano de la Trinidad, y sería el tema del
«teísmo» mismo. Demasiado fácilmente hablamos de «Dios», como si supiéramos lo
que decimos, y como si en esa palabra sí que cupiera Dios, y le viniera justa
la talla... No es tema para desarrollar ahora, pero sí que puede ser bueno
simplemente apuntarlo: «Dios tampoco es dios», no es theos, no se le ajusta ese
concepto... En los últimos siglos muchos hombres y mujeres no han aguantado lo
mal que se sentían ante esa creencia de identificar el Misterio de la Realidad
con un theos, esa forma de creer que lo llama «Dios», y tuvieron que optar por
el «a-teísmo» para no asfixiarse. Hoy, a estas alturas de los tiempos,
afortunadamente, ya muchas personas sabemos que el «teísmo» no es más que un
«modelo», una forma de modelar mentalmente ese Misterio de la Realidad, para
entendernos. Y por eso mismo sabemos que no hay que darle más importancia a lo
que es simplemente un modelo. La alternativa ya no es teísmo/ateísmo. Ahora
conocemos la posibilidad del pos-teísmo... Podemos seguir creyendo en el
Misterio de la Realidad, en todo aquello que nuestros abuelos y ancestros
modelaron en la categoría theos, dios, sabiendo que no es sino un modelo, y
desestimándolo si no nos sirve. Si aquellas creencias no nos resultan asumibles
–en cuanto creencias, en cuanto modelos útiles- hoy podemos ser igualmente
espirituales, e incluso concretamente cristianos, sin tener que ser teístas, ni
ateos, sino «pos-teístas». El tema sería largo... Recomendamos para los
interesados solamente el libro de John Shelby Spong, Un cristianismo nuevo para
un mundo nuevo, colección «Tiempo axial» (tiempoaxial.org). « Para
mí, la Trinidad es el modo de Dios de ser persona. Todas las exigencias del
dogma las admito sin correr el riesgo de hablar de tres personas, de una especie
de familia y, de hecho, de un triteísmo, que es bastante popular en la fe
cristiana. (p. 85/86) En verdad no
comprendo la especulación sobre la Trinidad. Respeto las especulaciones de
Santo Tomás, por ejemplo, pero no le dicen nada a mi espiritualidad. Se
especula demasiado sobre la Trinidad. ¿Dónde está la utilidad para la fe de
todas estas especulaciones? Dios es
Trinidad (¡esto es dogma!), pero no es tres personas. Sería triteísmo. No he
escrito nunca sobre este tema porque tengo miedo. No quiero hacer
especulaciones. Hay una Trinidad en la naturaleza personal de Dios. (86) Soy por tanto
muy modesto, casi agnóstico con relación a una teología trinitaria. Confieso la
Trinidad, pero es necesario tener una especie de reticencia respecto a la racionalización
de las relaciones de las tres personas. (87) No estoy en
contra de estas especulaciones, pero no veo qué añaden a mi vida espiritual.
Diría que no añaden nada (88). »
Para la
revisión de vida -¿Me dejo inundar por la vida de
Dios? -¿Estoy atento a la "vida
comunitaria" para que mi comunidad se parezca a «la mejor Comunidad»? Para la
reunión de grupo Dios
estableció una Alianza con el pueblo judío basada en la Ley; pero luego renovó
esa Alianza, con toda la humanidad, basándola en el amor y sellándola no en
unas tablas de piedra sino en una persona: su Hijo Jesús. ¿Mi fe se basa en el
cumplimiento de la ley, o en la relación de amistad y amor con Dios? Alegría,
gusto por el progreso espiritual, fraternidad, un corazón común y vivir en paz:
¿es éste el clima de nuestras asambleas litúrgicas, de nuestra comunidad? En su
libro-entrevista del final de su vida, «Soy un teólogo feliz», Edward
Schillebeeckx presenta varias reflexiones sobre la Trinidad, que se prestan a
un buen debate en la reunión de estudio... Para la
oración de los fieles Por todos los
que se esfuerzan por crear comunidad en el mundo, por encima de las fronteras
políticas, ideológicas, étnicas, culturales y religiosas... roguemos al
Señor... Por todos los
que están solos, aislados, o se sienten "sin nadie en el mundo", sin
comunidad, o lejos o incomunicados de los que les aman; para que sientan la
"comunidad con Dios" más poderosa que toda lejanía o
incomunicación... Para que la
Iglesia sea un modelo de comunidad, en la que reina la fraternidad, la
participación, la comunión... más que el poder, la jerarquización, la
exclusión, los privilegios, la falta de participación y de democracia... Por nuestras
comunidades cristianas: para que cada una de ellas sea reflejo de la Trinidad,
que es "la mejor comunidad"... Oración
comunitaria Oh Dios-Trinidad, "la mejor
comunidad", misterio eterno, insondable, del que apenas podemos balbucir
una lejana aproximación. Aviva en nosotros tu misma Vida, la que creaste y
depositaste en cada una de tus criaturas, para que nos sintamos convocados a
acrecentar la Vida, arrollados por esa corriente original y eterna de vida en
comunión que tú mismo eres: Trinidad santa, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por
los siglos de los siglos. Amén.
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