EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
CICLO "B" Primera
lectura: Éxodo 24, 3-8
EVANGELIO -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la
cena de Pascua? 13Él envió a dos de sus
discípulos diciéndoles: -Id a la ciudad, os encontraréis con un
hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, 14y donde entre
decidle al dueño: «El Maestro pregunta dónde está su posada, donde va a
celebrar la cena de Pascua con sus discípulos». 15Él os mostrará un
local grande, en alto, con divanes, preparado; preparádnosla allí. 16Salieron los discípulos,
llegaron á la ciudad, encontraron las cosas como les había dicho y prepararon
la cena de Pascua. 22Mientras comían cogió un pan,
pronunció una bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: -Tomad, esto es mi cuerpo. 23Y, cogiendo una copa, pronunció
una acción de gracias, se la pasó y todos bebieron de ella. 24Y les
dijo: -Esta es la sangre de la alianza mía, que se
derrama por todos. 25Os aseguro que ya no beberé más del producto de
la vid hasta el día aquel en que lo beba, nuevo, en el reino de Dios. 26Y después de cantar salieron
para el Monte de los Olivos. COMENTARIOS I Su población
estaba compuesta por doscientos mil hombres libres y cuatrocientos mil
esclavos. Dicen que Corinto tenía ocho kms. de recinto amurallado, veintitrés
templos, cinco supermercados, una plaza central y dos teatros, uno de ellos
capaz para veintidos mil espectadores. En Corinto se
daban cita los vicios típicos de los grandes puertos. La ociosidad de los
marineros y la afluencia de turistas, llegados de todas partes, la habían
convertido en una especie de capital de Las Vegas del Mundo Mediterráneo.
"Vivir como un corintio" era sinónimo de depravación;
"corintia", el término universalmente empleado para designar a las
prostitutas, y ya puede uno imaginarse lo que significaba
"corintizar". En Corinto,
cuya población era muy heterogénea (griegos, romanos, judíos y orientales) se
veneraban todos los dioses del Panteón griego. Sobre todos, Afrodita, cuyo
templo estaba asistido por mil prostitutas. Hacia el año
50 de nuestra era llegó a esta ciudad Pablo de Tarso. Tras predicar el
Evangelio fundó una comunidad cristiana. Durante dieciocho meses permaneció
como animador de la misma. Sus feligreses pertenecían a las clases populares
(pobres y esclavos), pero también los había de entre la gente notable, por su
cultura y por su dinero. Nació así una de las comunidades cristianas primitivas
más conflictivas. Cuando Pablo,
por exigencias de su trabajo misionero, se marchó de Corinto, se declaró en su
seno una verdadera lucha de clases que se manifestaba vergonzosamente en la
celebración de la Eucaristía. Los nuevos cristianos, ricos y pobres, libres y
esclavos, convivían, pero no compartían; eran grupos insolidarios. A la hora de
celebrar la Eucaristía (por aquel entonces se trataba simplemente de comer
juntos recordando a Jesús) se reunían todos, pero cada uno formaba un grupo con
los de su clase social, de modo que "mientras unos pasaban hambre, los
otros se emborrachaban" (1Cor 11,17ss). ¡Qué actual es todo esto!. Desde Éfeso,
Pablo les dirigió una dura carta pastoral para recordarles qué era aquello de
la Eucaristía, lo que Jesús hizo la noche antes de ser entregado a la muerte
cuando, "mientras comían, cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y
se lo dio a ellos, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y, cogiendo una copa,
pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos bebieron. Y les dijo: Esta
es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos.. "(Mc
14,22-26). Poco hemos
entendido estas palabras los católicos. La teología concluyó que lo que Jesús
mandó fue ir a misa y comulgar, un rito que en nada complica la vida. Rito que
no sirve para nada si, antes de misa, no se toma el pan -símbolo de nuestra
persona, nuestros bienes, nuestra vida entera- y se parte, como Jesús, para
repartirlo con los que son nuestros prójimos cotidianos. Impresiona
visitar las iglesias y comprobar la diversidad de clases sociales que alojan.
Todas tienen cabida en ellas, sin que se les exija nada a cambio. El rico entra
rico y el pobre, si entra, sale igual. En circunstancias similares a las que
concurren en muchas misas dominicales, Pablo dijo a los feligreses de Corinto:
"Es imposible comer así la cena del Señor". Dicho de otro modo,
"así no vale la misa", pues la cena del Señor iguala a todos los
comensales en la vida, y comulgar exige, como condición para la validez,
partir, repartir y compartir. La lucha de
clases, como en Corinto, se ha instalado en nuestras eucaristías. Y donde ésta
existe, no puede ni debe celebrarse la cena del Señor. II
Dos pasajes
del Exodo resuenan hoy en el evangelio. El primero (Ex 12,1-20) habla de la
Pascua, fiesta que celebraban cada año los israelitas en recuerdo de la última
noche de esclavitud en Egipto, noche en la que sus antepasados sintieron con
fuerza la presencia liberadora del Señor. En cada familia se sacrificaba y se
comía un cordero, el cordero pascual, como aquel cordero de Egipto cuya sangre
salvaguardó la vida de los primogénitos israelitas y cuya carne les dio fuerzas
para emprender el camino (Ex 12,1-14); el padre debía explicar a sus hijos qué
significa lo que estaban haciendo: «Esto es lo que el Señor hizo en mi favor
cuando salí de Egipto» (Ex 13,8). Era,
por tanto, un día de acción de gracias por la liberación conseguida gracias a
la intervención de Dios. El segundo pasaje
(primera lectura) se refiere a la ratificación de la Alianza. «A los tres
meses de salir de Egipto, los israelitas llegaron al desierto de Sinaí...» (Ex
19,1). Allí el Señor les propuso hacer un pacto, una alianza. Él, que los había
librado de la esclavitud (Ex 20,2), se comprometía a estar siempre presente
entre ellos, su pueblo, su propiedad privada a partir de ese momento; ellos, a
su vez, debían comprometerse a obedecer los mandatos de Dios (Ex 19,5-6; Jr 7,23; 11,4; 24,7; Ez 11,20; 14,11),
que, fundados en la experiencia de la liberación (Ex 20,2; Dt 5,6), les exigían
dar culto sólo a él, Dios liberador, y respetar la dignidad y los derechos de
la persona, cuya violación habían sufrido siendo esclavos en Egipto (Ex 20 3 17
Dt 5 7 21) El pacto fue iniciativa de Dios (Ex 19,4), los israelitas, ya
hombres libres, libremente lo aceptaron (Ex 19 8 24 3). Entonces se celebro una
ceremonia para ratificar la alianza: se mato un novillo; la mitad de la sangre
se derramo en el altar y con la otra mitad Moisés roció al pueblo, diciendo
«Esta es la sangre de la alianza que el Señor hace con vosotros a tenor de
estas cláusulas» (Ex 24,8)
El primer día de los Ázimos, cuando se
sacrificaba el cordero pascual, le dijeron sus discípulos: -¿Dónde quieres que
vayamos a prepararte la cena de la Pascua?... Mientras comían, cogió un pan,
pronunció una bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: -Tomad, esto
es mi cuerpo. Y cogiendo una copa... se la pasó y todos bebieron de ella. Y les
dijo: -Esta es la sangre de la alianza mía, que se derrama por todos. La misión de
Jesús está llegando al final. Todo lo que tenía que hacer para animar a los
hombres a incorporarse al proceso de liberación que él debía iniciar está prácticamente
hecho. Ahora, en un clima de clandestinidad –"los sumos sacerdotes y los
letrados andaban buscando cómo darle muerte prendiéndolo a traición" (Mc
14,1)-, va Jesús a celebrar la Pascua con sus discípulos; como la primera vez,
habrá que esperar a que pase la noche (Ex 12,22) para que, cuando amanezca un
nuevo día (Mc 16,2), al vencer la vida a la muerte, se abran definitivamente
las puertas de la libertad. Marcos no da
detalles sobre la cena; no dice que se observara el ritual de la Pascua judía.
Centra la atención en dos gestos de Jesús que expresan el sentido de la nueva
Pascua y de la nueva Alianza. El primero no está recogido en el leccionario
oficial para la fiesta de hoy: Jesús denuncia ante sus discípulos que uno de
ellos lo va a traicionar entregándolo a quienes pretenden darle muerte (Mc
14,17-20). Es uno que está compartiendo la misma fuente de comida con él:
alguien a quien él está ofreciendo su amistad y con quien está dispuesto a
compartir la vida. La denuncia de Jesús tiene un doble valor: por un lado, la
advertencia al traidor es una muestra de amor más, un último intento de ganarlo
para su causa, la de Jesús (y si lograra comprenderlo, el mismo traidor descubriría
que es la causa que a él mismo de verdad le conviene). Para Jesús supone la
aceptación de la propia muerte. No porque él busque morir, sino porque su
compromiso de amor con la liberación de la humanidad así lo exige. Una vez
aceptada la muerte, Jesús realiza otro gesto que recuerda el reparto de los
panes y los peces; pero ahora, al repartir el pan, Jesús añade: «Tomad, esto es
mi cuerpo.» El pan que ahora se reparte es la misma persona de Jesús. Jesús se
ofrece a sus discípulos, quiere que lo acepten como el nuevo cordero, como el
alimento que garantiza sus vidas y les da fuerza para caminar hacia la libertad
definitiva. Además, este gesto completa la exigencia significada en el reparto
de los panes: hay que compartir el pan de cada día; pero esto no basta: es
necesario estar dispuesto a darse personalmente en favor de la vida y la
libertad de todos. Después,
Jesús pasa una copa de vino; cuando han bebido todos, les explica el
significado de aquel trago: si han aceptado su vida, eso supone que aceptan
también sus exigencias, las de una nueva alianza, «la alianza mía». La copa contiene la sangre de esa
nueva alianza; no es sangre de un animal; aquella sangre es el Hombre que se
entrega a la muerte para que los hombres vean que es posible el amor sin límite
alguno. Y nadie la rocía sobre el grupo: cada uno debe coger y beber la copa,
aceptando personalmente la nueva alianza. Aquella sangre, vida que se entrega,
es la exigencia misma: si dejamos que corra por nuestras venas es porque
estamos dispuestos a derramarla por la misma causa por la que pronto va a ser
vertida: para mostrar el amor por el hombre, fieles hasta el final al proyecto
de Jesús. Y porque en
esa nueva alianza se compromete también el Dios de la vida y la libertad, el
pan y el vino se reparten y se comparten después de bendecir al Señor y darle
gracias. La Eucaristía
es, por tanto, acción de gracias al Padre y solidaridad con el Hijo del Hombre
y con los hombres; fuente de vida y exigencia de amor; presencia de Jesús y
compromiso en favor de la justicia y de la igualdad; acción de Dios Padre y
experiencia de vivir en un mundo que se va haciendo de hermanos.
III Nueva
datación (cf. 14,1): el primer día de los
Ázimos era la víspera de Pascua; la cena pascual se celebraba a la puesta
del sol, cuando, según el cómputo judío, daba comienzo el día de Pascua. La
festividad duraba siete días, durante los cuales no se comía pan fermentado
(Ex 23,15; 34,18). La mención del sacrificio del cordero pone a toda la
narración siguiente, hasta la muerte y sepultura de Jesús, bajo el signo de la
Pascua. La iniciativa de celebrarla no es de Jesús, sino de los discípulos
(seguidores israelitas), que pretenden preparar la cena pascual judía; Jesús
les indicará qué pascua es la que tienen que preparar. v. 13: El envió a dos de sus discípulos
diciéndoles: «Id a la ciudad, os encontraréis con un hombre que lleva un
cántaro de agua; seguidlo.» Jesús envía
dos discípulos a la ciudad, el centro
que domina al pueblo con su ideología y su aparato institucional (no aparece ya
el nombre de Jerusalén), como antes los había enviado a «la aldea», subordinada
a ella (11,2). Para que
lleguen al lugar donde Jesús va a celebrar su Pascua, les da una señal:
encontrarán un hombre que, contra la costumbre, lleva un cántaro de agua
(tarea propia de mujeres). El individuo sabe lo que tiene que hacer, conducir a
los discípulos a un lugar determinado. Todo el episodio tiene sentido figurado:
el hombre que lleva el agua alude a
Juan Bautista, el que bautizaba con agua (1,8), como señal de cambio de vida. Seguir al hombre del cántaro significa
que tienen que cambiar, rompiendo con un pasado. Han acompañado a Jesús
aferrados a su mentalidad; como no se desprendan de ella, no participarán de la
Pascua que él va a celebrar. v.v. 14-15 «y donde entre decidle al dueño: "El
Maestro pregunta dónde está su posada, donde va a celebrar la cena de Pascua
con sus discípulos". 15El os mostrará un local grande, en
alto, con divanes, preparado; preparadnosla allí». El hecho de
que el hombre del cántaro guíe a los discípulos subraya la misión de Juan como
precursor que, como tal, lleva a Jesús: mi
posada indica el fin del camino (1,2); Jesús va a celebrar la Pascua verdadera; el local en alto, alude sin duda al monte donde
se realizó la antigua alianza (Ex 24,4-8) y a la cruz, levantada sobre la
tierra; es grande, porque está
destinado a «muchos» (14,24); está preparado
por parte de Jesús, pero los discípulos, después de romper con la
injusticia (1,4: «enmienda»), haciendo caso a Juan, han de colaborar en la
realización de la nueva Pascua (preparadnosla
allí); lo harán con su entrega personal (alusión a los puestos a la derecha
y a la izquierda, 10,37). Jesús va a celebrar
en medio de Israel una pascua alternativa que dará realidad a lo que anunciaba
la antigua; será liberación definitiva, creará el nuevo pueblo de Dios, que se
extenderá a toda la humanidad. Los discípulos tienen que contribuir a la
preparación de ese nuevo éxodo siempre abierto en la historia. En medio de
este sistema opresor (Jerusalén) se celebra la verdadera liberación. v. 16: Salieron
los discípulos, llegaron a la ciudad, encontraron las cosas como les había
dicho y prepararon la cena de Pascua. Los
discípulos ejecutan las instrucciones. En el plano narrativo, se trata de la
preparación de la cena; en el teológico, de la disposición personal a una
entrega como la de Jesús. v. 22: Mientras comían cogió un pan, pronunció una
bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». En la comida,
Jesús ofrece el pan (Tomad) y explica
que es su cuerpo (gr. sôma). En la antropología del tiempo, el
sôma significaba la persona en cuanto
identidad, presencia y actividad; en consecuencia, al invitar Jesús a tomar el
pan / cuerpo, invita a asimilarse a él, a aceptar su persona y actividad
histórica como norma de vida; él mismo da la fuerza para ello (pan / alimento).
No se indica que los discípulos coman el pan. vv. 23-24: Y,
cogiendo una copa, pronunció una acción
de gracias, se la pasó y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es la sangre de la alianza mía, que se derrama por
todos». Al contrario
que el pan, Jesús da la copa sin decir nada y, en cambio, se afirma
explícitamente que todos bebieron de
ella. Las palabras que explican el significado de la copa las pronuncia
Jesús después que todos han bebido (y les
dijo: etc.) La sangre... derramada significa
la muerte violenta o, mejor, la persona en cuanto sufre tal género de muerte. Beber de la copa significa, por tanto,
aceptar la muerte de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir de la
actividad salvadora (representada por el pan) por temor ni siquiera a la muerte
(8,34; 10,38.45; 13,37; 14,3; cf. 10,38, «el trago/copa»); a este compromiso responde el don del
Espíritu (cf. 1,10). Como se ha
dicho, en este evangelio Jesús ofrece el pan, pero no la copa; por el
contrario, no se menciona que los discípulos coman el pan, pero se subraya que todos bebieron de la copa. Estos datos
indican que «comer el pan» y «beber de la copa» son actos inseparables; es
decir, que no se puede aceptar la vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el
fin, y que el compromiso de quien sigue a Jesús incluye una entrega como la
suya, por causa suya y del evangelio (cf. 8,35). De este modo, la participación
en la eucaristía renueva el compromiso hecho en el bautismo de seguir a Jesús
hasta el final. Es precisamente el contenido del mandamiento de Jesús a sus
seguidores (13,34.35.37: «mantenerse despierto»). El segundo
aspecto de la Cena, propio del nuevo Israel (los Doce) está expresado sobre
todo en la explicación de la copa: Esta
es la sangre de la alianza mía. Por alusión a Ex 24,8b, Jesús les
interpreta su muerte en términos de alianza; quiere hacerles comprender que,
para el nuevo Israel, la alianza del Sinaí queda sustituida por la suya (cf.
2,19s, «el Esposo / novio»). Los paralelos
con la institución de la primera alianza son numerosos: Moisés cogió el
libro/código de la alianza, que contenía la Ley; Jesús coge el pan (a la Ley se
la llamaba «pan»). A la lectura de la Ley hecha por Moisés en presencia de
todos corresponden las palabras de Jesús: esto
es mi cuerpo: su persona y actividad son el pan/Ley de su alianza. Con la
lectura de la Ley pretendía Moisés que el pueblo se comprometiera a cumplir el
código de la alianza; la invitación de Jesús: Tomad, exhorta a los Doce a adoptar su persona como norma de vida. A la
aceptación del antiguo pueblo corresponde en Mc el acto de beber de la copa efectuado
por los Doce, el nuevo Israel. A la declaración de Moisés cuando roció al
pueblo con la sangre: «He aquí la sangre de la alianza que hace el Señor con
vosotros», corresponden las palabras de Jesús: Esta es la sangre de la alianza mía. Existe, pues, una alianza de
Jesús que deroga la antigua. Moisés roció con la sangre al pueblo y el altar,
expresando la unión de Dios con Israel. En la Cena, en cambio, el vino/sangre
se bebe: su penetración en el interior del hombre expresa la comunicación del
Espíritu, fuerza divina que lo capacita para cumplir el código propuesto. Pero,
además, la sangre de Jesús no se derrama sólo por Israel, sino por muchos/todos (cf. Is 53,12). Es una
alianza universal. v. 25 «Os
aseguro que ya no beberé mas del producto de la vid hasta el día aquel en que
lo beba, nuevo, en el Reino de Dios». Termina Jesús
con un dicho solemne (Os aseguro): no basta ya el fruto de la
antigua vid/Israel (12,1ss.29-31: los dos mandamientos); el día aquel es el de su muerte-exaltación (2,20), cuando dará el
Espíritu (15,37: «expiró»); el vino/amor
nuevo (2,21), expresado en el mandarniento de Jesús (13,34.37), será la
vida entregada de sus seguidores (8,34s), figurada en la unción hecha por la
mujer en Betania (14,3); en el Reino de
Dios, es decir, en la sociedad nueva cuya primicia es la nueva comunidad:
Jesús estará presente en ella en la misión y en la eucaristía (2,15; 9,1;
10,15s). v. 26: Y después de cantar salieron para el Monte de
los Olivos. Salen para el Monte de los Olivos. El punto de partida
es «el local grande, en alto», situado en «la ciudad» (14,13.16), donde se ha
celebrado la eucaristía (14,15), que simbolizaba anticipadamente la muerte
voluntaria de Jesús, y donde el beber de la copa era señal del compromiso de
los discípulos a entregarse como él. La meta final, el estado glorioso que
sigue a la muerte está simbolizado por el Monte de los Olivos (13,3). Por eso,
cuando pase Mc de la secuencia teológica a la narrativa, no se hablará de ese
monte: Jesús y los discípulos llegarán simplemente a un terreno llamado
Getsemaní. IV Su población
estaba compuesta por doscientos mil hombres libres y cuatrocientos mil
esclavos. Dicen que Corinto tenía ocho kms. de recinto amurallado, veintitrés
templos, cinco supermercados, una plaza central y dos teatros, uno de ellos
capaz para veintidós mil espectadores. En Corinto se daban cita los vicios
típicos de los grandes puertos. La ociosidad de los marineros y la afluencia de
turistas, llegados de todas partes, la habían convertido en una especie de
capital de «Las Vegas» del Mundo Mediterráneo. "Vivir como un corintio"
era sinónimo de depravación; "corintia", el término universalmente
empleado para designar a las prostitutas, y ya puede uno imaginarse lo que
significaba "corintizar". En Corinto,
cuya población era muy heterogénea (griegos, romanos, judíos y orientales) se
veneraban todos los dioses del Panteón griego. Sobre todos, Afrodita, cuyo
templo estaba asistido por mil prostitutas. Hacia el año
50 de nuestra era llegó a esta ciudad Pablo de Tarso. Tras predicar el
Evangelio fundó una comunidad cristiana. Durante dieciocho meses permaneció
como animador de la misma. Sus feligreses pertenecían a las clases populares
(pobres y esclavos), pero también los había de entre la gente notable, por su
cultura y por su dinero. Nació así una de las comunidades cristianas primitivas
más conflictivas. Cuando Pablo,
por exigencias de su trabajo misionero, se marchó de Corinto, se declaró en su
seno una verdadera lucha de clases que se manifestaba vergonzosamente en la
celebración de la Eucaristía. Los nuevos cristianos, ricos y pobres, libres y
esclavos, convivían, pero no compartían; eran insolidarios. A la hora de
celebrar la Eucaristía (por aquel entonces se trataba simplemente de comer
juntos recordando a Jesús) se reunían todos, pero cada uno formaba un grupo con
los de su clase social, de modo que "mientras unos pasaban hambre, los
otros se emborrachaban" (1 Cor 11,l7ss). (¡Qué actual es todo esto!). Desde Éfeso,
Pablo les dirigió una dura carta para recordarles qué era aquello de la
Eucaristía, lo que Jesús hizo la noche antes de ser entregado a la muerte,
cuando, «mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió
y se lo dio a ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. 23Y, tomando una copa,
pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos bebieron. 24Y les dijo: Esto
es la sangre de la alianza mía que se derrama por todos». Sería
malentender a Jesús que lo que estaba haciendo era mandar ir a misa y comulgar,
un rito que en nada complica la vida. Rito que no sirve para nada si, antes de
misa, no se toma el pan -símbolo de nuestra persona, nuestros bienes, nuestra
vida entera- y se parte, como Jesús, para repartirlo y compartirlo con los que
son nuestros prójimos cotidianos. [Impresiona
visitar las iglesias y comprobar la diversidad de clases sociales que alojan.
Todas tienen cabida en ellas, sin que se les exija nada a cambio. El rico entra
rico y el pobre, y salen igual que entran. En circunstancias similares a las
que concurren en muchas misas dominicales, Pablo dijo a los feligreses de
Corinto: "Es imposible comer así la cena del Señor". Dicho de otro
modo, "así no vale la eucaristía", pues la cena del Señor iguala a
todos los comensales en la vida, y comulgar exige, para que el rito no sea una
farsa, partir, repartir y compartir. La lucha de
clases, como en Corinto, se ha instalado en nuestras eucaristías. Y donde ésta
existe no puede ni debe celebrarse la cena del Señor. Los israelitas en el
desierto comprendieron bien que la alianza entre Dios y el pueblo los
comprometía a cumplir lo que pide el Señor, sus mandamientos. Jesús, antes de
partir, celebra la nueva alianza con su pueblo y le deja un único mandamiento,
el del amor sin fronteras. Éste es el requisito para celebrar la eucaristía:
acabar con todo signo de división y desigualdad entre los que la celebran]. Habrá que
recuperar, por tanto, el significado profundo del rito que Jesús realiza. «La
sangre que se derrama por ustedes» significa la muerte violenta que Jesús
habría de padecer como expresión de su amor al ser humano; «beber de la copa»
lleva consigo aceptar la muerte de Jesús y comprometerse con él y como él a dar
la vida, si fuese necesario, por los otros. Y esto es lo que se expresa en la
eucaristía; ésta es la nueva alianza, un compromiso de amor a los demás hasta
la muerte. Quien no entiende así la eucaristía, se ha quedado en un puro rito
que para nada sirve. Una mala
interpretación de las palabras de Jesús ha identificado el pan con su cuerpo y
el vino con su sangre, llegándose a hablar del milagro de la «transustanciación
o conversión del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo». Los
teólogos, por lo demás, se las ven y se las desean para explicar este misterio.
Como si esto fuera lo importante de aquel rito inicial. El significado de
aquellas palabras es bien diferente: «En la cena, Jesús ofrece el pan («tomad)
y explica que es su cuerpo. En la cultura judía «cuerpo» (en gr. soma)
significaba la persona en cuanto identidad, presencia y actividad; en
consecuencia, al invitar a tomar el pan/cuerpo, invita Jesús a asimilarse a él,
a aceptar su persona y actividad histórica como norma de vida; él mismo da la
fuerza para ello, al hacer pan/alimento. El efecto que produce el pan en la
vida humana es el que produce Jesús en sus discípulos. El evangelista no indica
que los discípulos coman el pan, pues todavía no se han asimilado a Jesús, no
han digerido su forma de ser y de vivir, haciéndola vida de sus vidas. Al
contrario que el pan, Jesús da la copa sin decir nada y, en cambio, se afirma
explícitamente que «todos bebieron de ella». Después de darla a beber, Jesús
dice que «ésa es la sangre de la alianza que se derrama por todos». La sangre
que se derrama significa la muerte violenta o, mejor, la persona en cuanto
sufre tal género de muerte. «Beber de la copa» significa, por tanto, aceptar la
muerte de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir de la actividad
salvadora (representada por el pan) por temor ni siquiera a la muerte. «Comer
el pan» y «beber la copa» son actos inseparables; es decir, que no se puede
aceptar la vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el fin, y que el
compromiso de quien sigue a Jesús incluye una entrega como la suya. Éste es el
verdadero significado de la eucaristía. Tal vez nosotros la hayamos reducido al
misterio -por lo demás bastante difícil de entender y explicar- de la
conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Para la
revisión de vida Digo yo también, por dentro, al
participar en la eucaristía, desde mi más honda opción: "tomad y comed,
éste es mi cuerpo...", poniéndome en disposición de dejarme comer por el
servicio a mis hermanos? Es mi vida realmente un
"compartir"? Estoy sentado, participo en alguno
de los "grupos de cincuenta" para reflexionar qué hacer frente al
hambre del pueblo? Para la
reunión de grupo La doctrina y
la teología clásica (de los últimos siglos sólo, al fin y al cabo) sobre la
Eucaristía ha estado centrada en el concepto de la transubstanciación.
Compartir en el grupo lo que este concepto filosófico, escolástico,
aristotélico en el fondo, comporta. ¿Es necesario
aceptar la filosofía escolástica para estar en la verdad de la Iglesia sobre la
Eucaristía? Explicitar las relaciones entre la fe en la eucaristía y las
opiniones filosóficas involucradas en los conceptos con que se expresan las
formulaciones oficiales de la fe. Para la
oración de los fieles Por los 200
millones de niños menores de cinco años que están desnutridos; por los 11
millones de niños que mueren al año por desnutrición... Por nuestras
"eu-caristías", para que sean realmente una acción de gracias, una
fiesta, una auténtica celebración... Para que la
liturgia de nuestra Iglesia se despoje de todo hermetismo hierático, acoja los
símbolos de los pueblos, se inculture, asuma nuestras vidas, con sus problemas,
sus esperanzas y todas sus riquezas culturales y espirituales... Por todos los
niños y niñas que en este día, en muchas iglesias locales, celebran su
"primera comunión", su primera participación formal en la eucaristía:
para que esa "primera" comunión no sea la última, ni sea demasiado
distanciada su participación en la comunidad... Oración
comunitaria Señor Jesús, que partiste y
repartiste tu pan, tu vino, tu cuerpo y tu sangre, durante toda tu vida, y en
la víspera de tu muerte lo hiciste también simbólicamente; te pedimos que cada
vez que nosotros lo hagamos también "en memoria tuya" renovemos
nuestra decisión de seguir partiendo y repartiendo, como tú, en la vida diaria,
nuestro pan y nuestro vino, nuestro cuerpo y nuestra sangre, todo lo que somos
y poseemos. Te lo pedimos a ti, que nos diste ejemplo para que nosotros hagamos
lo mismo, Jesucristo, Nuestro Señor.
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