DECIMOTERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "B" Primera lectura: Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24 EVANGELIO 22Llegó un jefe de sinagoga, de
nombre Jairo, y al verlo cayó a sus pies, 23rogándole con
insistencia: -Mi hijita está en las últimas; ven a
aplicarle las manos para que se salve y viva. 24aJesús se fue con él. 24bLo seguía gran multitud de
gente, apretujándolo. 25Una mujer que llevaba doce años
con un flujo de sangre, 26que había sufrido mucho por obra de muchos
médicos y se había gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada, sino más
bien poniéndose peor, 27como había oído hablar de Jesús, acercándose
entre la multitud, le tocó por detrás el manto. 28Porque ella se
decía: «Si le toco aunque sea la ropa, me salvare». 29lnmediatamente
se secó la fuente de su hemorragia, y notó en su cuerpo que estaba curada de
aquel tormento. 30Jesús, dándose cuenta
interiormente de la fuerza que había salido de él, se volvió inmediatamente
entre la multitud preguntando: -¿Quién me ha tocado la ropa? 31Los discípulos le contestaron: -Estás viendo que la multitud te apretuja ¿y
sales preguntando «quién me ha tocado»? 32El miraba a su alrededor para
distinguir a la que había sido. 33La mujer, asustada y temblorosa,
consciente de lo que le había ocurrido, se acercó, se postró ante él y le
confesó toda la verdad. 34É1 le dijo: -Hija, tu fe te ha salvado. Márchate en paz y
sigue sana de tu tormento. 35Aún estaba hablando cuando
llegaron de casa del jefe de sinagoga para decirle: -Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al
maestro? 36Pero Jesús, sin hacer caso del
mensaje que transmitían, le dijo al jefe de sinagoga: -No temas; ten fe y basta. 37No dejó que lo acompañara nadie
más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. 38Llegaron a
la casa del jefe de sinagoga y contempló el alboroto de los que lloraban
gritando sin parar 39Luego entró y les dijo: -¿Qué alboroto y que lloros son éstos? La
chiquilla no ha muerto, está durmiendo. 40Ellos se reían de él. Pero él, después de echarlos fuera a todos,
se llevó consigo al padre de la chiquilla, a la madre y a los que habían ido
con él y fue adonde estaba la chiquilla. 41Cogió a la chiquilla de la mano
y le dijo: -Talitha, qum (que significa: «Muchacha, a ti
te digo, levántate»). 42Inmediatamente se puso en pie la
muchacha y echó a andar (tenía doce años). Se quedaron viendo visiones. 43Les
advirtió con insistencia que nadie se enterase y encargó que se le diera de
comer.
I
A
esa situación de muerte había llevado la institución religiosa judía al
pueblo, representado en las dos mujeres que aparecen en el evangelio de hoy:
una, que llevaba doce años en los que toda actividad sexual le estaba prohibida
por la ley y que, además, por su enfermedad, era estéril. La otra, una muchacha
en edad de tomar marido, estaba a punto de morir, también ella, infecunda. La
institución religiosa a la que pertenecían no les daba esperanza alguna: a una
la declaraba «impura»; a la otra... es posible que le predicara resignación
ante la inapelable voluntad de Dios. Dios no hizo la muerte; pero siempre ha
habido quienes la manipulan en su nombre. UN
JEFE DE SINAGOGA -Mi
hijita está en las últimas; ven a aplicarle las manos para que se salve y
viva... Una
mujer que llevaba doce años con un flujo de sangre... como había oído hablar de
Jesús, acercándose entre la multitud, le tocó por detrás el manto. Porque ella
se decía: «Si le toco aunque sea la ropa, me salvaré.» Jesús
había roto públicamente con la institución religiosa judía (Mc 3,13-19.22-30).
Pero aquel hombre, jefe de sinagoga, se acerca a Jesús para ver si en él
encuentra la vida que su sinagoga no puede ofrecer á su hija. Hay
en este relato del evangelio dos procesos de liberación expresados por el
evangelista con una gran belleza. Por
un lado, el jefe de la sinagoga tiene que ir haciendo cada vez más profunda la
ruptura con la institución que él mismo representa: llega él solo y se
presenta ante Jesús, fuera del ámbito de la institución religiosa judía; en el
camino hacia su casa, en su presencia, Jesús lo alaba por su fe y devuelve la
salud a una mujer, quien, para conseguirla, viola la ley de Moisés (la que el
jefe de la sinagoga enseñaba y que decía que cualquier mujer con flujo de
sangre que tocara a otra persona cometía un pecado: Lv 15,19-31); poco después,
ante unos correligionarios suyos, y a pesar de la noticia que le dan, la
muerte de su hija, él mismo tiene que reafirmar su fe en Jesús, el hereje. Finalmente,
y delante de una multitud de adeptos, tiene que abrir la puerta de su casa a
quien los miembros más cualificados de su religión habían declarado aliado de
Satanás. Y,
por otro lado, se da un proceso de liberación de la muchacha, que, poco a poco,
se va soltando del sometimiento a su padre, del dominio de la sinagoga. Esto lo
expresa el evangelista usando distintas palabras para nombrarla: al principio
son palabras que indican minoría de edad y dependencia, «mi hijita», «hijita»,
para pasar a «chiquilla», que ya no indica dependencia, aunque sí minoría de
edad, y terminar con «muchacha», que se refiere a una joven casadera y, por
tanto, a punto de abandonar la tutela de su padre. Entonces recupera la vida.
-Thalitha,
qum (que
significa: «Muchacha, a ti te digo, levántate»). Inmediatamente
se puso en pie la muchacha y echó a andar (tenía doce años). Se quedaron viendo
visiones. Les advirtió con insistencia que nadie se enterase y encargó que se
le diera de comer. Levántate.
La vida no se impone; se ofrece y hay que acogerla y cuidarla -«encargó que se
le diera de comer»- y dejar que madure hasta que sea capaz de entregarse para
dar más vida. Jairo
y su hija -y también la mujer con flujo de sangre- representan la misma
realidad: el conjunto de hombres y mujeres, que son unas veces víctimas y otras
cómplices de un sistema religioso que, en lugar de contribuir a la felicidad
del ser humano, tiene como único objetivo el perpetuarse a sí mismo, y,
pervirtiendo su función, acaba por impedir la relación de la criatura con su
Creador, del viviente con la fuente de la vida, del hombre libre con el Dios
liberador, del hijo con el Padre... La
institución religiosa y la ley, convertidas en absolutos, en fin en si mismas,
habían condenado a estas dos mujeres a la infecundidad y la muerte. Tuvieron
que romper con «Y
salió de aquel lugar». No se queda a reformar una institución que se había
aliado con la muerte, que ya no tenía arreglo; pero antes... Jesús insiste:
Levántate, muchacha; levántate, pueblo: acepta la vida y construye tu
libertad.
Una
gran multitud judía acude a Jesús, el que ha roto con la institución,
mostrando su descontento con ella. Jesús vuelve de Gerasa: la multitud que
acude a él aceptando su contacto con los oprimidos paganos, muestra que también
ella ve en Jesús una esperanza de liberación. A
continuación desdobla Marcos en dos personajes esta multitud de oprimidos por
el régimen religioso judío: la hija de Jairo, que representa al pueblo sometido
a la institución (23: hijita del jefe de sinagoga) y la mujer con flujos
(5,24b-34), que representa al pueblo marginado por ella (impura). Tanto los
fieles de la institución religiosa como los excluidos de ella son víctimas de
la opresión que ella ejerce. v.
22: Llegó un jefe de sinagoga, de
nombre Jairo, y al verlo cayó a sus pies... Con
la figura de la niña, hija del jefe de sinagoga, describe Marcos la dramática
situación de los judíos integrados en la institución religiosa y sometidos a
ella. El tema había sido iniciado en el episodio del hombre con el brazo
atrofiado (3,1- 7a), donde se mostraba al pueblo como un inválido sin capacidad
de acción, debido a la paralizante observancia de Los
fariseos, que imponen este modo de proceder (3,1-7a), no aparecen en esta
perícopa, indicando que no se interesan por el estado del pueblo. Marcos
presenta en cambio, a un funcionario, encargado de la administración y
organización de la sinagoga, quien, ante la imposibilidad de encontrar solución
dentro de la institución que él mismo representa, se atreve, por amor al
pueblo, a acudir a Jesús, el rechazado por el sistema religioso del que él
forma parte. v.
23 ...rogándole con insistencia: «Mi
hijita está en las últimas; ven a aplicarle las manos para que se salve y
viva». El
problema está en que la opresión legalista va llevando a ciertos sectores del
pueblo a un estado de indiferencia y de inacción que equivale a una muerte en
vida (mi hijita está en las últimas). El
jefe de sinagoga (cargo) no encuentra remedio en su sistema y opta como persona
(Jairo) por acudir a Jesús, el excomulgado por ella. Piensa que Jesús puede
evitar el desastre infundiendo vida en el contexto de las instituciones del
pasado (para que se salve y viva); espera una revitalización del pueblo
antes que éste pierda la capacidad de reacción. 24a: Y se fue con él. Sin
decir palabra, Jesús lo acompaña, mostrando su entera disponibilidad para
ayudar al que recurre a él. v.
24b: Lo seguía una gran multitud que
lo apretujaba. Aparece
otra multitud, ésta de seguidores de Jesús (lo seguía, cf. 2,15) que no
proceden de la institución judía (cf. 3,32.34; 4,10: «los que estaban en torno
a él»); su cercanía y adhesión a Jesús las expresa aquí Marcos con la
observación lo apretujaba. vv.
25-26: Una mujer que llevaba doce
años con un flujo de sangre, que había sufrido mucho por obra de muchos médicos
y se había gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada, sino mas bien
poniéndose peor... En
este punto intercala Marcos el episodio de la mujer con flujos, representante
del otro sector oprimido dentro de la sociedad judía. Enlaza temáticamente con
el episodio del leproso (1,39-45), prototipo de los marginados por la
institución religiosa, y expone la alternativa que ofrece Jesús a este sector
del pueblo. Su colocación central, entre las dos partes de la narración sobre
la hija de Jairo, muestra la importancia que tiene el problema de la
marginación y la estrecha conexión que existe entre los dos modos de opresión. La
mujer, impura por su enfermedad (Lv 15,25-30), enferma y estéril, representa al
Israel (doce años) marginado por la institución sinagogal. Tras intentar
innumerables veces encontrar una solución, ha constatado la imposibilidad de
salir de su situación dentro del marco de vv.
27-29: ... como había oído hablar de
Jesús, acercándose entre la multitud, le tocó por detrás el manto, porque ella
se decía: «Si le toco aunque sea la ropa, me salvaré». Inmediatamente se secó
la fuente de su hemorragia, y notó en su cuerpo que estaba curada de aquel
tormento. Por
eso, los grupos marginados representados por ella se vuelven hacia Jesús, de
quien han oído hablar, animados por la presencia en torno a él de una multitud
de seguidores que no proceden del judaísmo. Tienen
plena confianza en que Jesús puede acabar con su estado. Ahora, mezclada con el
grupo no israelita, la mujer viola vv.
30-33: Jesús, dándose cuenta interiormente de la fuerza que había salido de
él, se volvió inmediatamente entre la multitud preguntando: «¿Quién me ha
tocado la ropa?» Los discípulos le contestaron: «Estás viendo que la multitud
te apretuja ¿y sales preguntando «quién me ha tocado»?» El miraba a su
alrededor para distinguir a la que había sido. La mujer, asustada y temblorosa
por ser consciente de lo que le había ocurrido, se acercó, se postró ante él y
le confesó toda la verdad. Es
decir, los marginados de Israel encuentran en Jesús una alternativa a su
situación; no se atreven, sin embargo, a hacerlo público. Pero Jesús no quiere
que estos grupos mantengan oculto nada de lo que ha sucedido. Con su decisión
han ejercido su libertad y asumido su responsabilidad; ahora deberán afrontar
la oposición de los círculos observantes haciendo saber el cambio que se ha
producido en ellos por la ruptura con la institución y la adhesión a él. v.
34: El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Marchate en paz y sigue sana de
tu tormento». Así
se integrarán en su alternativa (márchate en paz). El apelativo hija alude
de nuevo a Israel (cf. Sof 3,14; Zac 9,9: «hija de Sión»); tu fe te ha
salvado indica, a nivel narrativo, la curación; a nivel teológico, la salvación
(el don de Espíritu) obtenida por la fe. vv.
35-36: Aún estaba hablando cuando llegaron de casa del jefe de sinagoga para
decirle: «Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar ya al maestro?» Pero Jesús, sin
hacer caso del mensaje que transmitían, le dijo al jefe de sinagoga: «No temas;
ten fe y basta». Vuelve
Marcos al problema de los sometidos a la institución (la hija de Jairo). Para
mostrar la fuerza de Jesús y la diferencia radical de su proyecto con lo
pasado, lleva la situación hasta el límite: la niña / pueblo muere. La
muerte significa que este pueblo, víctima de la opresión religiosa, pierde su
fe en la institución, quedando sin objetivo en la vida y sin acceso a Dios
(cf. 6,34). Sin embargo, no hay situación desesperada para el que confía en
Jesús. El estado de muerte sería irreversible si no hubiera alternativa, pero
Jesús ofrece la suya. El pueblo desilusionado, sin esperanza y anulado por la
opresión que ha sufrido no está definitivamente perdido; en la adhesión a Jesús
tiene una nueva posibilidad de vida, independiente de las instituciones del
pasado, que lo han llevado a la muerte. vv.
37-42: No dejó que lo acompañara
nadie mas que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a la
casa del jefe de sinagoga y contempló el alboroto de los que lloraban gritando
sin parar. Luego entró y les dijo: «¿Qué alboroto y qué llantos son éstos? La
chiquilla no ha muerto, está durmiendo». Ellos se reían de él. Pero él, después
de echarlos fuera a todos, se llevó consigo al padre de la chiquilla, a la
madre y a los que habían ido con él y fue adonde estaba la chiquilla. Cogió a
la chiquilla de la mano y le dijo: «Talitha, qum» (que significa: «Muchacha, a
ti te digo, levántate»). Inmediatamente se puso en pie la muchacha y echó a
andar (tenía doce años). Se quedaron viendo visiones. Los
tres discípulos que acompañan a Jesús forman el primer grupo de la lista de los
Doce, a los que Jesús dio sobrenombres que indicaban su resistencia al mensaje
(cf. 3,16s). Jesús los toma consigo para que comprendan y sean testigos de que
la fuerza de vida que hay en él es más potente que la muerte misma. Entra
Jesús en un ámbito donde reina la desesperanza (lloraban gritando sin
parar) y la total incredulidad a que la situación tenga remedio (se
reían de él). Las
designaciones de la niña van cambiando: en boca de Jairo es mi hijita, indicando
dependencia y cariño (23); los emisarios la llaman tu hija, mera
dependencia (35); Jesús, la chiquilla, que subraya su edad imnadura,
pero no denota dependencia (40.41); luego se dirige a ella llamándola muchacha
(joven casadera), señalando su independencia y el porvenir fecundo que le
espera. Jesús, que da vida y fecundidad a este pueblo, es «el Esposo» (2,19). v.
43 Les advirtió con insistencia que
nadie se enterase y encargó que se le diera de comer. 6,1a Y salió de aquel lugar. La orden que nadie se entere, incongruente
en el plano histórico, muestra el sentido teológico de la perícopa. Al
contrario de lo sucedido con los marginados, representados por una mujer adulta
(5,25-34), este pueblo, sometido desde siempre a la doctrina de los letrados y
a una moral heterónoma y estricta (la observancia legalista) está infantilizado
(niña). Por eso no se encuentra preparado para hacer frente a la
oposición de los dirigentes si publica su adhesión a Jesús. Ésta, por el
momento, debe mantenerse secreta; el grupo cristiano tiene que ayudarle a
crecer y desarrollarse humanamente hasta que haga suya la propuesta de Jesús y
tenga fuerza en sí mismo (que se le diera de comer). Solamente entonces
será capaz de resistir el embate del sistema religioso, que se opone con todas
sus fuerzas a este programa y actividad.
Una gran multitud judía acude a Jesús, el que
ha roto con la institución, mostrando su descontento con ella. Jesús vuelve de
Gerasa: la multitud que acude a él aceptando su contacto con los oprimidos
paganos, muestra que también ella ve en Jesús una esperanza de liberación. A
continuación desdobla Mc en dos personajes esta multitud de oprimidos por el
régimen religioso judío: la hija de Jairo, que representa al pueblo sometido a
la institución (23: hijita del jefe de sinagoga) y la mujer con flujos
(5,24b-34), que representa al pueblo marginado por ella (impura). Tanto los
fieles de la institución religiosa como los excluidos de ella son víctimas de
la opresión que ella ejerce. v.
22 Llegó un jefe de sinagoga, de nombre Jairo, y al verlo cayó a sus pies... Con la figura de la niña, hija del jefe de
sinagoga, describe Mc la dramática situación de los judíos integrados en la
institución religiosa y sometidos a ella. El tema había sido iniciado en el
episodio del hombre con el brazo atrofiado (3,1- 7a), donde se mostraba al
pueblo como un inválido sin capacidad de acción, debido a la paralizante
observancia de Los
fariseos, que imponen este modo de proceder (3,1-7a), no aparecen en esta
perícopa, indicando que no se interesan por el estado del pueblo. Mc presenta
en cambio, a un funcionario, encargado de la administración y organización de
la sinagoga, quien, ante la imposibilidad de encontrar solución dentro de la
institución que él mismo representa, se atreve, por amor al pueblo, a acudir a
Jesús, el rechazado por el sistema religioso del que él forma parte. v.
23 ...rogándole con insistencia: «Mi
hijita está en las últimas; ven a aplicarle las manos para que se salve y
viva». El problema está en que la opresión legalista
va llevando a ciertos sectores del pueblo a un estado de indiferencia y de
inacción que equivale a una muerte en vida (mi hijita está en las últimas). El
jefe de sinagoga (cargo) no encuentra remedio en su sistema y opta como persona
(Jairo) por acudir a Jesús, el excomulgado por ella. Piensa que Jesús puede
evitar el desastre infundiendo vida en el contexto de las instituciones del
pasado (para que se salve y viva); espera una revitalización del pueblo antes
que éste pierda la capacidad de reacción. v.
24a Y se fue con él. Sin
decir palabra, Jesús lo acompaña, mostrando su entera disponibilidad para
ayudar al que recurre a él. v.
24b Lo seguía una gran multitud que
lo apretujaba. Aparece
otra multitud, ésta de seguidores de Jesús (lo seguía, cf. 2,15) que no
proceden de la institución judía (cf. 3,32.34; 4,10: «los que estaban en torno
a él»); su cercanía y adhesión a Jesús las expresa aquí Mc con la observación lo
apretujaba. v.v.
25-26 Una mujer que llevaba doce años
con un flujo de sangre, que había sufrido mucho por obra de muchos médicos y se
había gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada, sino mas bien poniéndose
peor... En
este punto intercala Mc el episodio de la mujer con flujos, representante del
otro sector oprimido dentro de la sociedad judía. Enlaza temáticamente con el
episodio del leproso (1,39-45), prototipo de los marginados por la institución
religiosa, y expone la alternativa que ofrece Jesús a este sector del pueblo.
Su colocación central, entre las dos partes de la narración sobre la hija de
Jairo, muestra la importancia que tiene el problema de la marginación y la
estrecha conexión que existe entre los dos modos de opresión. La
mujer, impura por su enfermedad (Lv 15,25-30), enferma y estéril, representa al
Israel (doce años) marginado por la institución sinagogal. Tras intentar
innumerables veces encontrar una solución, ha constatado la imposibilidad de
salir de su situación dentro del marco de v.v.
27-29 ... como había oído hablar de
Jesús, acercándose entre la multitud, le tocó por detrás el manto, porque ella
se decía: «Si le toco aunque sea la ropa, me salvaré». Inmediatamente se secó
la fuente de su hemorragia, y notó en su cuerpo que estaba curada de aquel
tormento. Por
eso, los grupos marginados representados por ella se vuelven hacia Jesús, de
quien han oído hablar, animados por la presencia en torno a él de una multitud
de seguidores que no proceden del judaísmo. Tienen
plena confianza en que Jesús puede acabar con su estado. Ahora, mezclada con el
grupo no israelita, la mujer viola v.v.
30-33 Jesús, dándose cuenta interiormente de la fuerza que había salido de
él, se volvió inmediatamente entre la multitud preguntando: «¿Quién me ha
tocado la ropa?» Los discípulos le contestaron: «Estás viendo que la multitud
te apretuja ¿y sales preguntando «quién me ha tocado»?» El miraba a su
alrededor para distinguir a la que había sido. La mujer, asustada y temblorosa
por ser consciente de lo que le había ocurrido, se acercó, se postró ante él y
le confesó toda la verdad. Es
decir, los marginados de Israel encuentran en Jesús una alternativa a su
situación; no se atreven, sin embargo, a hacerlo público. Pero Jesús no quiere
que estos grupos mantengan oculto nada de lo que ha sucedido. Con su decisión
han ejercido su libertad y asumido su responsabilidad; ahora deberán afrontar
la oposición de los círculos observantes haciendo saber el cambio que se ha
producido en ellos por la ruptura con la institución y la adhesión a él. v.
34 El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Márchate a la paz y sigue sana de
tu tormento». Así
se integrarán en su alternativa (márchate a la paz). El apelativo hija
alude de nuevo a Israel (cf. Sof 3,14; Zac 9,9: «hija de Sión»); tu fe
te ha salvado indica, a nivel narrativo, la curación; a nivel teológico, la
salvación (el don de Espíritu) obtenida por la fe. vv.
35-36 Aún estaba hablando cuando llegaron de casa del jefe de sinagoga para
decirle: «Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar ya al maestro?» Pero Jesús, sin
hacer caso del mensaje que transmitían, le dijo al jefe de sinagoga: «No temas;
ten fe y basta». Vuelve
Mc al problema de los sometidos a la institución (la hija de Jairo). Para
mostrar la fuerza de Jesús y la diferencia radical de su proyecto con lo
pasado, lleva la situación hasta el límite: la niña / pueblo muere. La
muerte significa que este pueblo, víctima de la opresión religiosa, pierde su
fe en la institución, quedando sin objetivo en la vida y sin acceso a Dios
(cf. 6,34). Sin embargo, no hay situación desesperada para el que confía en
Jesús. El estado de muerte sería irreversible si no hubiera alternativa, pero
Jesús ofrece la suya. El pueblo desilusionado, sin esperanza y anulado por la
opresión que ha sufrido no está definitivamente perdido; en la adhesión a Jesús
tiene una nueva posibilidad de vida, independiente de las instituciones del
pasado, que lo han llevado a la muerte. vv.
37-42 No dejó que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el
hermano de Santiago. Llegaron a la casa del jefe de sinagoga y contempló el
alboroto de los que lloraban gritando sin parar. Luego entró y les dijo: «¿Qué
alboroto y qué llantos son éstos? La chiquilla no ha muerto, está durmiendo».
Ellos se reían de él. Pero él, después de echarlos fuera a todos, se llevó
consigo al padre de la chiquilla, a la madre y a los que habían ido con él y
fue adonde estaba la chiquilla. Cogió a la chiquilla de la mano y le dijo:
«Talitha, qum» (que significa: «Muchacha, a ti te digo, levántate»).
Inmediatamente se puso en pie la muchacha y echó a andar (tenía doce años). Se
quedaron viendo visiones. Los
tres discípulos que acompañan a Jesús forman el primer grupo de la lista de los
Doce, a los que Jesús dio sobrenombres que indicaban su resistencia al mensaje
(cf. 3,16s). Jesús los toma consigo para que comprendan y sean testigos de que
la fuerza de vida que hay en él es más potente que la muerte misma. Entra
Jesús en un ámbito donde reina la desesperanza (lloraban gritando sin
parar) y la total incredulidad a que la situación tenga remedio (se
reían de él). Las
designaciones de la niña van cambiando: en boca de Jairo es mi hijita, indicando
dependencia y cariño (23); los emisarios la llaman tu hija, mera
dependencia (35); Jesús, la chiquilla, que subraya su edad inmadura,
pero no denota dependencia (40.41); luego se dirige a ella llamándola muchacha
(joven casadera), señalando su independencia y el porvenir fecundo que le
espera. Jesús, que da vida y fecundidad a este pueblo, es «el Esposo» (2,19). v.
43 Les advirtió con insistencia que
nadie se enterase y encargó que se le diera de comer. La
orden que nadie se entere, incongruente en el plano histórico, muestra el
sentido teológico de la perícopa. Al contrario de lo sucedido con los
marginados, representados por una mujer adulta (5,25-34), este pueblo, sometido
desde siempre a la doctrina de los letrados y a una moral heterónoma y estricta
(la observancia legalista) está infantilizado (niña). Por eso no se encuentra
preparado para hacer frente a la oposición de los dirigentes si publica su
adhesión a Jesús. Ésta, por el momento, debe mantenerse secreta; el grupo
cristiano tiene que ayudarle a crecer y desarrollarse humanamente hasta que
haga suya la propuesta de Jesús y tenga fuerza en sí mismo (que se le diera de
comer). Solamente entonces será capaz de resistir el embate del sistema
religioso, que se opone con todas sus fuerzas a este programa y actividad.
Se asemeja a
veces la sinagoga, de la que Jairo es jefe, a nuestra vieja iglesia y a algunos
de sus jefes, que no son capaces de sanar los males del mundo por estar
centrados en mantener unas estructuras que no dan vida. Al igual que Jairo,
nuestra iglesia, si quiere seguir siendo la iglesia de Jesús, tendrá que salir
al encuentro del maestro, rompiendo viejas estructuras que la mantienen cerrada
al mundo. Y en ese encuentro con Jesús y su evangelio, oirá las mismas palabras
que Jesús le dirigió a Jairo: “No temas, ten fe y basta”. Tal vez sea este el
mal de nuestra iglesia: tiene demasiado miedo y poca fe, y este miedo a perder
seguridades, prestigio y poder le impide lanzarse a la aventura de remediar los
males de un mundo abocado a la muerte; tal vez tenga que adherirse más al
mensaje de Jesús y a su estilo de vida pobre, libre, solidario y entregado a
los que viven en las márgenes del mundo. Sólo así podrá devolver la vida a
tanto muerto que hay vivo, a tantos que gritan llorando sin parar, lamentándose
de que no es posible luchar contra este injusto sistema mundano que ha
marginado a tanta gente, llevándola a las puertas de la muerte. Pablo, en su
carta a los corintios, invita a resolver el problema de la injusticia y la
desigualdad con generosidad. Y para ello pone el ejemplo de Jesús que, siendo
rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” y hacer un mundo más
igualitario donde “la abundancia de unos remedie la carencia de otros”, y brote
la igualdad. Un verdadero milagro que está en nuestras manos realizar para
devolver la vida a cuantos carecen de las mínimas condiciones de vida, para
hacer de nuevo el milagro del maná por el que Dios impedía que unos acumulasen
lo que era necesario para otros: “al que recogía mucho no le sobraba y al que
recogía poco no le faltaba” (Ex 16,18). Un mundo de iguales, un mundo regido
por un Dios que, como dice el libro de la Sabiduría, “no hizo la muerte ni goza
destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al
ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”... Todos, los
predicadores de las homilías, y también los oyentes, tenemos la obligación de
reivindicar un discurso «para hoy», que no repita -con frecuencia simplemente
por pereza, por falta de estudio, o por miedo- las manidas afirmaciones míticas
tradicionales, y, más importante aún, que no las repita como si de afirmaciones
reales («descriptivas» de algo que realmente hubiera sucedido) se tratara. Se
puede evocar el mundo simbólico del pasado para explicarlo pedagógicamente,
pero siempre con la obligación de hacer un discernimiento sobre él y de dejar
explícitamente claro que se trata de afirmaciones «simbólicas», que en otro
tiempo fueron ingenuamente tomadas como «literalmente reales» (así fue, y hasta
hace bien poco tiempo), pero que hoy sabemos que sólo son simbólicas, es decir,
que tienen un valor para nuestra vida espiritual, pero que en su sentido
literal no son históricas, o que incluso pueden realmente ser contrarias a la
verdad histórica. En el caso que nos ocupa en concreto -aunque aquí no debamos justificarlo- la verdad original profunda es contraria a lo que tradicionalmente nos ha sido dicho: lo «original», lo que se dio en el principio, no fue un «pecado original», sino una «bendición original». [Matthew Fox es el teólogo que más emblemáticamente ha desarrollado esta afirmación, en su libro «La bendición original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI», Ediciones Obelisco, Barcelona / Buenos Aires 2002].
Para la
revisión de vida Nos gusta la vida, nos gusta estar
vivos, tenemos eso que se llama “instinto de supervivencia” y que nos hace
alejarnos rápida y eficazmente de todo lo que amenaza nuestra existencia, pero
que también nos puede llevar a poner en el centro de todo (como absoluto, como
"dios" camuflado) nuestra propia supervivencia, dejando muy al margen
la preocupación por la vida de los demás. Nuestro Dios es un Dios de vida y de
vivos, que tiene su mayor gloria en las personas vivas, que envió a su Hijo
para que "tuviésemos vida y vida en abundancia" (Jn 10,10)... ¿Soy de los que se preocupan por la
vida de todos, por la vida de todo (también de la naturaleza), por la vida
sobre todo de los que la tienen más amenazada, por aquellos para quienes
sobrevivir es una dura tarea diaria, porque el mundo se organice en favor de la
Vida, de la vida para todos y especialmente para los más pequeños? Para la
reunión de grupo Ya el Antiguo
Testamento proclama que Dios no es el autor de la muerte sino el autor de la
vida. Pero nosotros solemos reaccionar ante el mal con expresiones como «Si
Dios lo ha querido...», o «Estaba de Dios que...». ¿De dónde nos viene esa
tendencia a atribuir a Dios el mal, las desgracias naturales, la enfermedad, la
muerte de los amigos...? Si Dios es un
Dios de Vida y quiere "la vida en abundancia"... ¿de dónde nos viene
en la tradición ascética el pensar que podemos agradar a Dios ofreciendo
"sacrificios", "morti-ficándonos", actuando contra nosotros
mismos ("ágere contra")...? ¿Son acaso influencias extra-bíblicas o
extra-cristianas? Vistas con nuestra sensibilidad actual, ¿no son también
anti-cristianas en su dimensión profunda? Podemos
refugiarnos en la excusa de que nosotros no tenemos capacidad para resucitar a
nadie, como hacía Jesús (evangelio de hoy) ¿Podemos hacer alguna otra cosa a
favor de la vida? Si lo pienso en serio, ¡cuántas cosas puedo hacer, aun desde
mi pequeñez, desde mi pobreza, desde mis limitaciones, a favor de la vida de
las personas! Para la
oración de los fieles Por la
Humanidad, para que se una en defensa de la vida de todos los seres humanos,
especialmente de los más pequeños y humildes, de los marginados y explotados,
roguemos al Señor. Por todos
los hombres y mujeres que habitamos esta casa común que es el planeta: para que
como "hermanos mayores" de todas las criaturas asumamos el cuidado de
la creación con amor, con ternura incluso, con responsabilidad, roguemos al
Señor. Por todas las
religiones de la humanidad, para que comprendan que todas ellas son destellos
únicos del Dios único, y que el "Dios de todos los nombres" quiere la
paz y la armonía entre todas las religiones de la tierra, roguemos al Señor. Para que las
religiones de la humanidad comprendan que el Dios de la Vida las quiere a todas
en una alianza macroecuménica, rindiéndole el culto del cuidado de la vida de
la naturaleza y del ser humano, roguemos al Señor. Por nuestra
Iglesia católica, para que haga su aportación específica a este concierto
universal según la voluntad de Dios, roguemos al Señor. Por esta
comunidad nuestra, para que reviva su vida comunitaria con el compromiso por la
defensa y la promoción de la Vida, roguemos al Señor. Oración
comunitaria Señor, Dios, Padre nuestro, que no
quieres la muerte de las personas ni te complaces con los sacrificios, sino que
has puesto tu gloria en el ser humano vivo, en la Vida en plenitud. Haz que te
sepamos imitar acogiendo, defendiendo y promoviendo la vida, sobre todo la de
nuestros hermanos necesitados u oprimidos. Nosotros te lo pedimos siguiendo el
ejemplo y la inspiración de Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
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