DECIMOCUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "B" Primera
lectura: Ezequiel 2, 2-5 EVANGELIO -¿De
dónde le vienen a éste esas cosas? ¿Qué clase de saber le han comunicado a
éste, y qué portentos son esos que le salen de las manos? 3¿No es
éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José, de Judas y
Simón? y ¿no están sus hermanas aquí con nosotros? Y
se escandalizaban de él. 4Jesús
les dijo: -Sólo
en su tierra, entre sus pan entes y en su casa desprecian a un profeta. No
le fue posible de ningún modo actuar allí con fuerza; sólo curó a unos pocos
enfermos aplicándoles las manos. 6y estaba sorprendido de su falta
de fe. Entonces
fue dando una vuelta por las aldeas de alrededor, enseñando. COMENTARIOS I A quien no tiene nada de eso no se le
escucha. No se le tiene en cuenta. ¿Qué puede ofrecer alguien que no ha conseguido
triunfar en la vida? ¿Que tiene un corazón que no le cabe en el pecho? ¿Que la
vida le ha enseñado a conocer el alma humana? Poco importan la bondad, la
experiencia, los argumentos o las razones Zapatero, ¡a tus zapatos! ¿Y por qué un zapatero no puede
hablar de arte.. o de cómo es el corazón del hombre? También Jesús, hijo del pueblo, tuvo que
soportar las consecuencias de esta manera de pensar. EL CARPINTERO ¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Qué
clase de saber le han comunicado a éste y qué portentos son esos que salen de
sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y
José, de Judas y Simón? y ¿no están sus hermanas aquí con nosotros? Llega como maestro, acompañado de un grupo de
discípulos. Antes que él seguramente que había llegado, también allí, la fama
de las cosas que decía y que hacía: que se había distanciado de la doctrina
oficial (Mc 1,22), que no observaba las tradiciones religiosas (Mc 1,39-45;
2,23-3,6), que trataba con gente poco recomendable (Mc 2,14.15-17), que hablaba
de un nuevo pueblo de Dios al que podrían incorporarse gentes de todas las
naciones (Mc 2,1-13.18-21; 3,13-19). Seguro que hasta allí habían llegado las
calumnias y las descalificaciones puestas en circulación por los enviados de
Jerusalén (Mc 3,22-30), centro del poder religioso... Por eso habían llegado a
decir que estaba loco, y por eso habían ido su madre y sus parientes más
cercanos a buscarlo (Mc 3,21), y él parece que se había negado a recibirlos (Mc
3,31-35). También había llegado a su tierra la fama de otras cosas que hacía:
por donde pasaba brotaba la libertad (Mc 1,21b-28.39; 2,23-27; 5,1-20), los
hombres recuperaban su dignidad (Mc 1,40-45; 3,1-6) y sobreabundaba la vida (Mc
1,29-34; 5,24-43). Pero allí, en su tierra, no le hicieron caso. Primero, le hicieron el vacío: nadie se le
acercó hasta que él fue el sábado a la sinagoga, en donde estaban todos reunidos;
y, aunque lo que dijo les impresionó, no se lo creyeron: ¡el carpintero,
dándoselas de maestro y de profeta! ¿De qué universidad habrá salido? En la
sinagoga de Cafarnaún (Mc 1,22.27-28) reconocieron su autoridad en cuanto que
lo escucharon. En su tierra no. No tiene títulos, y llegan a insinuar que su actividad,
la libertad, la dignidad y la vida que lleva y comunica por dondequiera que
pasa, podía provenir de fuerzas inconfesables: «¿... qué portentos son esos que
salen de sus manos?» Lo acusan de ser un mago, de practicar la magia negra. ALLÍ NO LE FUE POSIBLE -Sólo en su tierra, entre sus parientes y en
su casa, desprecian a un profeta. No le fue posible de ningún modo actuar allí
con fuerza; sólo curó unos pocos enfermos aplicándoles las manos. Y estaba
sorprendido de su falta de fe. Jesús, ante la reacción de los suyos,
reafirma, llamándose a sí mismo profeta, que su enseñanza y su actividad están
respaldadas por el mismo Dios en el que dicen creer (están en la sinagoga,
recinto religioso). Sus enseñanzas, que acaban de escuchar impresionados, no
son un invento suyo: les habla en nombre del Dios que ya había hablado por los
profetas en la antigüedad, profetas que fueron rechazados como él por su pueblo
(Is 18,7-13; 30,8-12; Jr 12,6; 18,18-20; 20,7-10; Ez 2,2-7; Am 7,10). Pero no reniega de su origen, de su tierra,
de su casa, de sus hermanos; no reniega de su ser de hombre de pueblo que ha
trabajado, que ha sudado entre aquellos que acaban de escucharlo y que ahora lo
rechazan, no porque no estén de acuerdo con lo que dice, no porque no sea
evidente que va por todas partes haciendo el bien, sino porque uno de ellos,
con su misma piel, con los mismos callos en sus manos..., porque es el carpintero. No, no pudo hacer nada en su pueblo; sólo
alguna curación. Porque les faltaba la primera condición para poder recibir
algo de Dios: la fe. Y ellos, aunque decían que tenían fe en Dios, no
podían tener fe en el Dios de Jesús porque les faltaba... fe en el hombre.
Por
primera vez después de la constitución del nuevo Israel (3,13-19) va a reanudar
Jesús el contacto con el público de las sinagogas de Galilea. En la primera
ocasión en que tuvo ese contacto la reacción fue favorable (1,21b-28); en la
segunda intentó liberar al pueblo de la opresión legalista (3,1-7a). Ahora,
cuando ya ha propuesto su alternativa para los oprimidos paganos y los de
Israel, vuelve al ámbito de la sinagoga para exponer esa alternativa a los
integrados en ella, esperando que le den su adhesión. No
se nombra a Nazaret, porque su tierra / su patria es el pueblo judío y,
en particular, Galilea: esta sinagoga representa todas las de esa región, donde
Jesús ha ejercido su actividad (1,39). Cuando llega a «su tierra», sin embargo,
nadie acude a él (cf. 2,ls; 4,1; 5,20), insinuándose ya el rechazo que va a
experimentar. v.
2: Cuando llegó el día de precepto se
puso a enseñar en la sinagoga: la mayoría, al oírlo, decían impresionados: «¿De
dónde le vienen a éste esas cosas? ¿Qué clase de saber le han comunicado a
éste, y qué clase de fuerzas son esas que le salen de las manos?» El
primer contacto con la gente lo tiene el día de precepto, en el que todos están
obligados a asistir al culto sinagogal. La escena tipifica la actitud hacia
Jesús de la mayoría del pueblo practicante, que está identificado con la
postura de los letrados (3,22). Están
de nuevo impresionados por su enseñanza, pero no reconocen que su
autoridad sea la del Espíritu. Cuando hablan de él, no pronuncian su nombre, lo
designan sólo con pronombres despectivos para su persona y su actividad (éste,
eso). Si ahora no ven que su autoridad provenga de Dios (¿De dónde le
vienen a éste esas cosas?), se deduce que no puede ser más que del demonio
(c£ 3,22: agente de Belcebú); por eso dan sentido peyorativo a su saber (magia)
y lo mismo a su actividad (no «hace» prodigios, le salen, como instrumento
de otro). v.
3 «¿No es éste el carpintero, el hijo
de María y hermano de Santiago y José, de Judas y Simón? y ¿no están sus
hermanas aquí con nosotros?» Y se escandalizaban de él. Lo
llaman entre ellos el hijo de María, como si fuese indigno de llamarse
hijo de un padre, y lo equiparan a sus parientes más próximos (sus hermanos,
sus hermanas); les resulta intolerable que uno como ellos, sin títulos
reconocidos, se erija en maestro y actúe como lo hace. El rechazo de los judíos
practicantes es así total. El
cambio de actitud respecto al pasado se debe a que, en el intervalo, el centro
de la institución religiosa ha emanado sentencia contra Jesús (3,22.30), y los
que una vez habían reconocido en él la autoridad del Espíritu (1,22), se han
plegado a esta sentencia. Los fieles de la sinagoga se han identificado de
nuevo con los letrados, sus opresores; la institución religiosa, a la que
ellos mismos inicialmente habían negado crédito (1,22), ha vuelto a imponerles
su autoridad. Se les ha dicho taxativamente que, a pesar de las acciones que
realiza, Jesús, que integra en su comunidad a los «impuros» y niega validez a
las instituciones y a los ideales de Israel, no puede ser un enviado de Dios,
sino un enemigo suyo (3,22). En consecuencia, el que al principio habían visto
como un profeta no es ahora para ellos más que un impostor, un agente del
demonio. vv.
4-5: Jesús les dijo: «No hay profeta despreciado, excepto en su tierra,
entre sus parientes y en su casa». No le fue posible de ningún modo actuar allí
con fuerza; sólo curó a unos pocos
postrados aplicándoles las manos. Jesús,
por su parte, se presenta como profeta, es decir, como inspirado por el
Espíritu de Dios, desmintiendo la acusación de magia, pero la falta de fe
impide casi completamente su actividad (curó a unos pocos postrados). v.
6: Y estaba sorprendido de su falta
de fe. Entonces fue dando una vuelta por las aldeas de alrededor, enseñando. Queda
sorprendido ante semejante retroceso. No volverá a pisar una sinagoga. No hay
nada que hacer con los sometidos a la institución religiosa: han estado tanto
tiempo sin criterio propio (infantilismo) que no se fían de sí mismos ni de su
experiencia y, en cuanto sus dirigentes emiten un juicio contrario a ella, los
siguen sin vacilar. Sin
embargo, no todo está perdido: hay mucha gente del pueblo alejada de la
institución religiosa; de hecho, los que están en la «periferia» siguen
escuchando su enseñanza.
Es
característico del Evangelio de Marcos presentar a sus destinatarios el
aparente fracaso, la soledad, el escándalo de la cruz de Jesús. Esa cruz es la
que comparten con él todos los perseguidos a causa de su nombre, como lo es la
comunidad de Marcos. En toda la segunda parte de este Evangelio lo
encontraremos al Señor tratando -a solas con los suyos- de revelarles el
sentido de un "Mesías crucificado" que será plenamente descubierto
por el Centurión -en la ausencia de cualquier signo exterior que lo justifique-
como el "Hijo de Dios". Los
habitantes de Nazaret no dan crédito a sus oídos: ¿de dónde le viene esto que
enseña en la sinagoga? "Si a éste lo conocemos y conocemos a toda su
parentela". La sabiduría con la que habla, los signos del Reino que salen
de su vida, no parecen coherentes con lo que ellos conocen. Allí está el
problema: "con lo que ellos conocen". Es que la novedad de Dios
siempre está más allá de lo conocido, siempre más allá de lo aparentemente
"sabido"; pero no un más allá “celestial”, sino un “más allá” de lo
que esperábamos, pero “más acá” de lo que imaginábamos; no estamos lejos de la
alegría de Jesús porque “Dios ocultó estas cosas a los sabios y prudentes y se
las reveló a los sencillos”, no estamos lejos de la incomprensión de las
parábolas: no por difíciles, sino precisamente por lo contrario, por sencillas.
El "Dios siempre mayor" desconcierta, y esto lleva a que falte la fe
si no estamos abiertos a la gratuidad y a la eterna novedad de Dios, a su
cercanía. Por eso, por la falta de fe, Jesús "no podía hacer allí ningún
milagro"; quienes no descubren en Él los signos del Reino no podrán crecer
en su fe, y no descubrirán, entonces, que Jesús es el enviado de Dios, el
profeta que viene a anunciar un Reino de Buenas Noticias. Esto es escándalo
para quienes no pueden aceptar a Jesús, porque "nadie es profeta en su
tierra". Y quizás, también nos escandalice a nosotros... ¿o no? Jesús es
mirado con los ojos de los paisanos como “uno más”. No han sabido ver en él a
un profeta. Un profeta es uno que habla “en nombre de Dios”, y cuesta mucho
escuchar sus palabras como “palabra de Dios”; cuesta mucho reconocer en quien
es visto como “uno de nosotros” a uno que Dios ha elegido y enviado. Cuesta
pensar que estos tiempos que vivimos son tiempos especiales y preparados por
Dios (kairós) desde siempre. Pero en ese momento específico, Dios eligió a un
hombre específico, para que pronuncie su palabra de Buenas Noticias para el
pueblo cansado y agobiado de malas noticias. No es fácil reconocer el paso de
Dios por nuestra vida, especialmente cuando ese paso se reviste de “ropaje
común”, como uno de nosotros. A veces quisiéramos que Dios se nos manifieste de
maneras espectaculares ‘tipo Hollywood’, pero el enviado de Dios, su propio
Hijo, come en nuestras mesas, camina nuestros pasos y viste nuestras ropas. Es
uno al que conocemos aunque no lo re-conocemos. Su palabra, es una palabra que
Dios pronuncia y con la que Dios mismo nos habla. Sus manos de trabajador común
son manos que obran signos, pero con mucha frecuencia nuestros ojos no están
preparados para ver en esos signos la presencia del paso de Dios por nuestra
historia. Muchas veces nosotros tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar o cosas extraordinarias y espectaculares, o mirar alguien de afuera. Es mucho más “espectacular” mirar un testimonio en Calcuta que uno de los cientos de miles de hermanas y hermanos cotidianos por las tierras de América Latina que trabajan, se “gastan y desgastan” trabajando por la vida, aunque les cueste la vida. Es mucho más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Es mucho más fácil esperar y escapar hacia un mañana que ‘quizá vendrá’, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo, y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo esto será más fácil, pero, ¿no estaríamos dejando a Jesús pasar de largo?
Para la
revisión de vida Sin pretender ser un «profeta»
admirado, sí que debo ser, como mínimo un profeta anónimo, un cristiano
ordinario que se toma en serio su ordinario deber profético: decir la verdad,
vivir la verdad, denunciar la mentira que me encuentre, ser incorruptible,
combatir la corrupción que me salga al paso... Estoy captando la nueva hora de
esperanza, el deseo popular de superación del neoliberalismo, a la búsqueda del
«otro mundo posible»? Para la
reunión de grupo En la década
pasada, en no pocos sectores cristianos, que ésta no es hora de profecía, sino
de sabiduría; que ahora no estamos como los israelitas en el éxodo, sino como
en la época del exilio, que lo que corresponde no es la denuncia, sino la
sabiduría de quien en silencio sabe resistir... Esa habría sido la máxima
profecía ahora posible... ¿Qué pensamos de ello? «Aunque es de
noche... ya es madrugada», se dice hoy día en América Latina: la situación
actual de la esperanza del Continente es bien distinta de la de hace unos años.
Los Foros Sociales Mundiales celebrados aquí, los cambios políticos en varios
países, evidencian otro tono y otra esperanza. Lamentablemente, la Iglesia
oficial no sintoniza con las esperanzas populares que tan bellamente expresaron
en su momento Medellín y Puebla. ¿Qué papel cabe a la Iglesia (a los cristianos
y cristianas) ante esta situación? La profecía
no es un deber para personas especiales, prodigiosas, extraordinarias... sino
deber todo cristiano, por seguir a Jesús, y de todo bautizado, por participar
en Jesucristo Sacerdote, Profeta y Rey. ¿Cómo debería vivir ese ministerio
profético una comunidad cristiana "cualquiera", como la nuestra,
tanto hacia la Sociedad como hacia su Iglesia? Para la
oración de los fieles Por toda las
Iglesias, para que al anunciar el mensaje evangélico hagan vida la verdad que
proclaman con las palabras, roguemos al Señor. Por todas las
naciones de nuestro mundo, para que se unan en la defensa de la justicia, la
libertad y los derechos de todos y cada uno de los ciudadanos de este mundo,
roguemos... Por todos los
que en su tiempo de juventud fueron utópicos luchadores por un mundo mejor y
hoy son personas acomodadas y resignadas al mundo tal cual está, para que Dios
haga revivir en ellas lo mejor que todavía habita el rescoldo de su corazón,
roguemos... Para los
profetas de nuestro tiempo, tan escasos, los que denuncian las injusticias, la
mentira y el carácter excluidor de nuestra sociedad, para que su mensaje sea
escuchado, roguemos... Por la
profecía al interior de la Iglesia: para que haya un ambiente que posibilite la
confianza, la opinión pública fraternamente compartida, el diálogo franco y
sincero, la libertad de la reflexión teológica... roguemos... Por los
"profetas laicos", hombres y mujeres pensadores libres que con su voz
o su pluma dan cuerpo en la opinión pública a los mejores sentimientos que los
demás no sabemos expresar, para que nunca falten entre nosotros, roguemos... Oración
comunitaria Dios, Padre nuestro, que
continuamente nos invitas a la conversión con llamamientos que con frecuencia
nos pasan desapercibidos; te pedimos abras nuestros oídos y nuestros corazones
para que estemos siempre atentos a acoger tu Palabra, sea cual sea el ropaje
con el que venga envuelta, para que nos dejemos transformar por ella y la
llevemos a la práctica con entusiasmo. Por Jesucristo N.S.
|
|
|