DECIMOSÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "B" Primera
lectura: 2 Reyes 4, 42-44 EVANGELIO 3Subió
Jesús al monte y se quedó sentado allí con sus discípulos. 4Estaba
cerca -¿Con
qué podríamos comprar pan para que coman éstos? 6(Lo decía para
ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que iba a hacer.) 7Felipe
le contesto: -Doscientos
denarios de plata no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo. 8Uno
de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: 9-Hay
aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso
para tantos? 10Jesús les dijo: -Haced
que esos hombres se recuesten. Había
mucha hierba en el lugar. Se
recostaron aquellos hombres, adultos, que eran unos cinco mil. 11Jesús
tomó los panes, pronunció una acción de gracias y se puso a repartirlos a los
que estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían. 12Cuando quedaron satisfechos dijo a sus discípulos: -Recoged
los trozos que han sobrado, que nada se eche a perder. 13Los recogieron y llenaron doce cestos con trozos de los cinco panes de
cebada, que habían sobrado a los que habían comido. 14Aquellos hombres, al ver la señal que había realizado, decían: -Ciertamente
éste es el Profeta, el que tenía que venir al mundo. 15Jesús entonces, dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza
para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo. COMENTARIOS I El
hambre es la enfermedad
que causa más muertes: decenas de millares de niños cada día, decenas de
millones de seres humanos cada año. Pero el hambre no es sólo una enfermedad:
para el que todavía no ha muerto, es la primera esclavitud. Jesús nos indica el
camino para salir de ella. No es una revolución más, es más que cualquier
revolución. UN
NUEVO EXODO Subió
Jesús al monte y se quedó sentado allí, con sus discípulos. Estaba cerca La
dirección ahora es la contraria a la del primer éxodo: entonces las tribus de
esclavos se encaminaron hacia la tierra de Canaán; ahora sale (éxodo
significa salida) de esa tierra una gran multitud, que busca, al otro lado del
mar, en tierra de paganos, a Jesús, quien, sentado en el monte (lugar de la
presencia de Dios; véase Ex 3,1; 4,27; 18,5; 24,1.9.12-13.15.18; Nm 10,33; 1 Re
19,8; Is 2,2-5; 11,9; Ez 28,14.16; Sal 24,3; 68,16-17), les va a enseñar el
camino de la definitiva libertad. ROMPER
CON ESTE SISTEMA ...se
dirigió a Felipe: -¿Con qué podríamos comprar pan para que coman ésos? (Lo
decía para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que iba a hacer.) Felipe le
contestó: -Doscientos denarios de plata no bastarán para que a cada uno le
tocase un pedazo. Uno
de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: -Hay
aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es eso
para tantos? La
plata, el dinero, no resuelve el problema. Felipe no sale bien de la
prueba a que lo somete Jesús. No encuentra el camino para saciar el hambre de
aquella gente. No conoce otro medio que la compraventa, y por ese camino sólo
se soluciona el hambre de unos pocos a costa del hambre de la mayoría. Y hoy,
ya casi en el siglo XXI, está más que probado que el hambre de los países
pobres no es sino la consecuencia del empacho de los países ricos. Más aún: el
bienestar de las clases trabajadoras de estos países ricos no se debe a que
haya más justicia, sino que es efecto de la injusticia que sufren los pueblos
del Tercer Mundo; el capital sigue explotando, aunque la mayoría de las
víctimas queden algo más lejos. Hay, por tanto, que romper con este sistema. Andrés,
sin embargo, parece que sí conoce la solución: que los que, siguiendo a Jesús,
han decidido ponerse al servicio de la humanidad (a ellos, al grupo de Jesús,
a la comunidad cristiana, representa el muchacho que tiene los panes y los
peces), compartan todo lo que tienen, aunque sea poco, aunque sólo sean cinco
panes y un par de pescados. Pero a Andrés le falta confianza, no está seguro de
que sólo compartiendo se pueda resolver completamente el problema: «¿qué es eso
para tantos?» EL
SEÑOR, EL ÚNICO DUEÑO Jesús
les dijo: -Haced que esos hombres se recuesten. Había mucha hierba en el lugar.
Se recostaron aquellos hombres, adultos, que eran unos cinco mil. Jesús tomó
los panes, pronunció una acción de gracias y se puso a repartirlos a los que
estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían. El
nuevo éxodo empieza con una comida, como el antiguo. Pero en éste la libertad
ya se empieza a gozar. Ahora los que comen lo hacen recostados, como los
hombres libres: silos hombres, en lugar de acumular lo que a otros les falta,
lo comparten como manifestación de amor, nadie tendrá que convertirse en
esclavo para poder ver satisfechas sus necesidades más primarias. El amor y la
solidaridad son siempre fuente de libertad. Pero
para que esto sea posible es necesario aceptar que el Señor es el único dueño
de lo que los hombres necesitan para vivir. Eso es lo que reconoce Jesús
cuando, con el pan y los pescados en la mano, pronuncia una acción de gracias:
la vida y el alimento necesario para la vida del hombre son regalos de Dios.
Los panes y los peces no son de aquel muchacho, no son propiedad de la
comunidad: son fruto del amor de Dios, y el amor de Dios, si no se comparte, se
rechaza. La
tierra entera es un regalo de Dios a toda la humanidad. El la entregó a
los hombres para que todos disfrutaran de sus frutos. Por eso nadie tiene
derecho a acumular lo que a otros les falta. ¿Verdad
que silos cristianos nos tomáramos esto en serio sería algo más, mucho más, que
cualquier revolución? Y, además, debemos hacerlo sin triunfalismos, sin
convertirnos en líderes de masas. Después de repartir panes y peces, Jesús,
«dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza para hacerlo rey, se
retiró de nuevo al monte, él solo». II La sección anterior había terminado con la
apelación de Jesús a sus obras como testimonio del Padre en su favor
(5,36); ellas ponían de manifiesto su sintonía con el Padre en una actividad
rehabilitadora del hombre que no conoce descanso (5,17). Estas obras han
provocado la ruptura entre Jesús y los dirigentes, quienes se han propuesto
darle muerte (5,18). La salida del territorio de Israel escenifica esta ruptura
por parte de Jesús. Jesús va al otro lado del mar. Se alude aquí
al mar que atravesaron los judíos en el antiguo éxodo. El lago-mar lleva un
doble nombre (de Galilea, de Tiberíades, cf. 21,1), uno
tradicional hebreo; el otro, reciente, de sabor pagano. Con esto indica el
evangelista la mezcla de población judía y pagana en la región. El éxodo de
Jesús está abierto a todos. El punto de partida del éxodo de Jesús es el
territorio de Israel, antigua tierra prometida, que, dominada ahora por los
dirigentes, se ha convertido en tierra de esclavitud. Pero, al pasar el mar,
Jesús no se lleva detrás a las multitudes. No es un caudillo que arrastra. Los
hombres tendrán que dar el paso también ellos si quieren estar con Jesús. La
nueva comunidad se funda en una opción libre. Por primera vez en este evangelio una
multitud sigue a Jesús, porque ve en él
un liberador: la acción de Jesús con el hijo del funcionario (4,46b-51) y con
el paralítico de la piscina (5,3-9), ambos figuras del pueblo oprimido, ha
despertado en muchos (una gran multitud) la esperanza de que pueda
llevarlos a una vida más humana. Lo que no fueron capaces de entender los
dirigentes lo ha entendido la multitud maltrecha: que las obras de Jesús con
los enfermos eran señales de algo más decisivo, y eso los mueve a
seguirlo. Aunque los que forman la multitud no están enfermos, son también
ellos débiles. 3-7 Subió Jesús al monte y se quedó
sentado allí con sus discípulos. Estaba cerca Jesús sube al monte, como Moisés (Éx
24,l-2.9.12). El monte es símbolo de la esfera divina;
representa el lugar donde reside la gloria de Dios, que en este evangelio se
identifica con su amor fiel, manifestado en Jesús. Jesús se queda sentado en el
monte, su lugar propio. Los discípulos están con él: la esfera de Dios está
abierta a los hombres. Aparece de nuevo La presencia de la multitud da pie al diálogo
con Felipe, el discípulo que Jesús fue a buscar (1,43) y que seguía aferrado a
las categorías de la tradición judía (1,45). Jesús prevé la necesidad del pueblo,
no espera a que le rueguen (cf. Éx 16,1-4). El dador de vida se preocupa de lo
necesario para vivir. Enfrenta a Felipe con la realidad que tiene
delante. La multitud ha optado por Jesús, deseando verse libre de la opresión:
se presenta el problema de la subsistencia de estas personas. Se esperaba la
justicia y la abundancia para el tiempo del Mesías y Jesús ya ha sido
reconocido como tal (cf. 1,41.45.49). Jesús pone a prueba a Felipe (cf. Éx
15,25; 16,4; Dt 33,8) para ver cómo reacciona. Felipe muestra su desaliento: en la economía
del dinero, única que comprende, no hay solución para el hambre; ateniéndose a
los principios de la sociedad, resulta imposible a los discípulos satisfacer la
necesidad de los pobres. Confiesa su impotencia: no se puede hacer nada.
Además, la cantidad de dinero que él ha calculado (doscientos denarios, más
de medio año de jornal) no bastaría para cubrir la necesidad, sino
solamente para engañar el hambre (un pedazo). Para Felipe, el éxodo
fracasa. 8-9 Uno de los discípulos, Andrés, el
hermano de Simón Pedro, le dice: «Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de
cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Interviene Andrés. Es el hermano de Simón
Pedro, quien, aunque está presente, no toma la palabra ni propone iniciativa
alguna. Se mencionan así los representantes de los tres grupos que siguieron a
Jesús o se encontraron con él al principio del evangelio: Felipe, representante
de los israelitas fieles a la tradición, llamado por Jesús (1,43); Andrés, el
discípulo de Juan Bautista que oyó su declaración sobre Jesús y espontáneamente
lo siguió para quedarse a vivir con él (1,39), y Simón Pedro, quien, al
contrario de los dos anteriores, no
mostró entusiasmo alguno al encontrarse con Jesús (1,42). La intervención de Andrés no es respuesta a
una pregunta de Jesús, habla espontáneamente. Ve la situación y quiere informar
sobre los medios de que se dispone. El muchacho, que se encuentra en el
mismo lugar de los discípulos (aquí), es figura de éstos en
cuanto servidores de la multitud. Así se
explica que Andrés hable de los panes y peces como de algo de lo que puede
disponer. El número cinco de los panes puede
aludir a los libros de Moisés, a los que se llamaba " Andrés, representando al grupo, está
dispuesto a poner a disposición de la multitud los recursos de su pobreza.
Vislumbra que la solución del problema está en el amor-solidaridad y querría
mostrarlo compartiendo lo que tienen, pero está seguro de que no basta. Tampoco
Andrés ve posible que el éxodo de Jesús pueda tener éxito. 10 Jesús les dijo: «Haced que esos hombres
se recuesten». Había mucha hierba en el lugar. Jesús no hace caso del pesimismo de los
discípulos y les da una orden. Los que antes eran multitud (v. 5)
indiferenciada, son llamados ahora hombres, es decir, individuos,
personas con rostro propio. Comer recostado era propio de hombres
libres. Particularmente en la cena pascual, se veía en ello el paso de la
esclavitud a la libertad. La orden de Jesús a sus discípulos tiene, por tanto,
ese significado. En el éxodo-Pascua de Jesús, los oprimidos han de tomar
conciencia de su libertad y dignidad; éste es el primer efecto de la acción de
Jesús. La nueva Pascua no se come de pie y deprisa
como la antigua (Éx 12,11); ésta es la de los hombres libres, no la de los
esclavos, y no hay largo camino que recorrer para llegar a la nueva tierra
prometida. La mucha hierba representa la
promesa de fecundidad propia del tiempo
mesiánico (cf. Sal 72,16), que va a traducirse muy pronto en abundancia. La
nueva comunidad no va a errar en un desierto; está desde el principio en un
lugar de vida. 10b Se recostaron aquellos hombres,
adultos, que eran unos cinco mil. Los que se recuestan, al adoptar la postura
de los hombres libres, son hombres adultos. De la masa de gente que se
le había acercado, Jesús hace personas independientes y emancipadas,
responsables de sí mismas. Este es el primer paso, presupuesto para toda la
labor subsiguiente. El número cinco mil (cf. Mt 14,21; Mc
6,44; Lc 9,14; Hch 4,4) es múltiplo de cinco (número de los panes/Ley) y de
cincuenta (número de los miembros de una comunidad de profetas, cf. 1Re
18,4.13; 2Re 2,7.15-17). Con esta doble correspondencia indica el evangelista
que 11 Jesús tomó los panes, pronunció una
acción de gracias y se puso a repartirlos a los que estaban recostados, y
pescado igual, todo lo que querían. Jesús va a poner remedio a la escasez con un
signo que explicará cómo se produce la abundancia mesiánica. No busca panes
fuera, toma los de la comunidad: ésta ha de encontrar la solución por sí misma,
sin depender de estructuras explotadoras que, al controlar los medios de vida,
privan de la libertad. La acción de gracias de Jesús introduce un nuevo
personaje, Dios Creador-Padre. Pronunciar la acción de gracias significa
reconocer que algo que se posee es don del amor de Dios y alabarlo por ello. Y
al reconocer que el origen de los panes está radicalmente en Dios, quedan
desvinculados de su poseedor humano para convertirse en bien de todos, como la
creación misma. La señal que da Jesús o el prodigio que
cumple consiste precisamente en liberar los bienes creados del acaparamiento
egoísta, para que recuperen su sentido de don gratuito y universal de Dios. Al
reconocer el hombre el amor que se manifiesta en ellos, debe disponerse a
compartir para manifestar su propio amor: compartiendo prolonga hacia otros el
amor de Dios, multiplicando el acto creador. El milagro es el amor, por parte
de Dios y por parte de los hombres: ofrecerlo todo sin reservarse nada. Frente a la confianza en el dinero está la
confianza en el amor- solidaridad. Los comensales reciben todo lo que
querían: se subraya la abundancia. El maná del desierto estaba tasado (Éx
16,16: “lo que pueda comer, dos litros por cabeza”). Jesús no traza reglas; él
responde a la necesidad humana hasta la satisfacción total. Jesús mismo distribuye el pan y los peces, se
hace servidor de los que están recostados. No se trata de un reparto
asistencial: el pan va acompañado del servicio, que es el don de la persona.
Jesús no da limosna, expresa solidaridad. Con su acción, enseña a los
discípulos cuál es la misión de la comunidad: la de manifestar la generosidad
del Padre, compartiendo los dones que de él ha recibido. 12-13 Cuando quedaron satisfechos dijo a
sus discípulos: «Recoged los trozos que han sobrado, que nada se desperdicie». Los recogieron y llenaron
doce cestos con trozos de los cinco panes de cebada, que habían sobrado a los
que habían comido. Todos quedan satisfechos: se ha
superado la imposibilidad; el límite lo han puesto los mismos comensales. Hay
muchas sobras que no deben desperdiciarse: deberán dar principio a otras
abundancias. Los discípulos recogen los trozos que han sobrado. Los dones de
Dios son copiosos, pero no superfluos. El núnero doce de los cestos alude
a Israel (las doce tribus) e indica que compartiendo puede satisfacerse el
hambre de la nación entera. Vuelven a mencionarse los panes de cebada.
El motivo de la repetición es claro: en los comentarios del tiempo a Sal 72,16:
"que abunden las mieses del campo, etc.", se afirmaba que en tiempos
del Mesías, como señal de abundancia, estaría el suelo cubierto de panes de
cebada. Esta alusión hace ver que lo sucedido no es sólo un signo profético,
como el de Eliseo, sino mesiánico. Lo perciben los discípulos, que recogen los
trozos. Jesús les hace ver cómo él realiza la abundancia mesiánica. 14-15 Aquellos hombres, al ver la señal que había
realizado, decían: «Ciertamente éste es el Profeta, el que tenía que venir al
mundo». Jesús entonces, dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza
para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo. Los que habían comido, al ver la abundancia (la
señal), llegan a una conclusión: Jesús es más que Eliseo, es el Profeta (cf.
1,22, pregunta a Juan Bautista) que tenía que venir al mundo. Hay en estas
palabras una alusión a las de Moisés en Dt 18,15.18 (“un profeta como yo”).
Para ellos, Jesús es, como lo fue Moisés, un enviado de Dios destinado a
Israel. Pero la señal que ha dado Jesús no era sólo
profética; tenía un claro sentido mesiánico, pues al dar de comer a la multitud
ha renovado los signos del éxodo, en particular el del maná, y, según se
pensaba, el nuevo y definitivo éxodo había de ser obra del Mesías. Por eso, además de la reacción general, surge
otra manera de concebir la figura de Jesús: hay quienes piensan en hacerlo rey,
sin duda los que han percibido el sentido mesiánico de su acción, entre ellos
los discípulos. Pretenden conferirle el poder, imponerle el programa mesiánico
propio de la mentalidad judía. Pero este propósito está en abierta
contradicción con la actitud que Jesús ha adoptado antes, poniéndose a servir a
los que estaban recostados. En vez de aceptarlo como servidor del hombre,
quieren darle una posición de superioridad y de fuerza. Jesús pretendía hacer
al pueblo libre; éstos quieren renunciar a su propia libertad. Jesús les pedía
generosidad y amor; ellos eligen rendirle obediencia. No aceptan la condición
de adultos; prefieren continuar siendo súbditos pasivos. Ante esa perspectiva, Jesús, como Moisés
después de la idolatría (Ex 34,3-4), se retira o huye solo al monte. La
situación es el reverso de la que presentaba el principio de la perícopa,
cuando aparecían Jesús y los discípulos en el monte y la multitud se les
acercaba. Ahora, la soledad de Jesús expresa una ruptura. Es la crisis. III 2Re 4, 42-44 La actividad
profética de Eliseo tuvo lugar en el Reino del Norte. Eliseo es un profeta
taumaturgo, a través de sus milagros intentó conducir al pueblo a Dios. En la
liturgia de hoy se nos presenta la multiplicación de los panes. Aunque parece
que no van a alcanzar para tanta gente, sin embargo, al repartirlos alcanza y
sobra. La fuerza de este pan es más de orden espiritual: basta un poco de pan
compartido con gusto y con alegría, para sentir su fuerza y su energía. Ef 4, 1-6 Este texto es
una exhortación a la unidad. Pablo desde la prisión suplica a los Efesios que
vivan de acuerdo con la vocación a la que han sido llamados y se esfuercen por
mantener la unidad, ya que han recibido un mismo bautismo. El reconocimiento de
la paternidad de Dios nos lleva a reconocer en los demás a nuestros hermanos. Una
intachable conducta de vida corresponde a la vocación que han recibido los que
antes eran gentiles. La vida digna del llamamiento a la esperanza se muestra en
el hecho de que los miembros de la Iglesia guarden la unidad obrada por el
Espíritu en el único cuerpo. Se habla de
la relación con la Iglesia y en la Iglesia como comunión que los abraza. La
desintegración de la unidad es señal de desesperanza de los miembros de la
Iglesia. Presupuestos internos para la unidad son: tener en más estima a los
otros que a sí mismo, saber apreciar los dones que Dios ha dado a los demás,
pensar y sentir unánimemente... Todo esto presupone apartarse de todas las
formas de ambición. La humildad y la modestia desempeñan un gran papel donde
hay amenaza contra la unidad. La mansedumbre, la apacibilidad, la dulzura son
comportamientos con el prójimo que alejan toda clase de riñas, evitan la
acritud y el sentimiento de superioridad. La paciencia es un rasgo esencial del
amor, hace posible y salvaguarda la unidad de la paz. El
llamamiento que se hace a los que antes eran gentiles es un llamamiento hacia
los otros, a respetar el espacio interno y externo, a permitirles que sean
ellos mismos y a poderles apreciar en el amor. El Espíritu es el poder que crea
y conserva la unidad y esta unidad es la que hay que guardar. Jn 6, 1-15 Mucha gente
acudía a escuchar a Jesús. A veces venían de lejos, y era lógico que vinieran
preparados para pasar unos días. Venían atraídos por la fama de los milagros y
señales que realizaba. Jesús aprovecha el momento para dar una lección a sus
oyentes. Comienza preguntándole a Felipe que con qué comprarían panes para dar
de comer a la multitud. Felipe le dice que no bastarían doscientos denarios.
Andrés le dice que hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces,
pero que eso no es nada para tanta gente. Es la misma pregunta que el criado le
hace a Eliseo. Jesús enseña
que la dinámica del Reino es el arte de compartir. Quizá todo el dinero del
mundo no fuese suficiente para comprar el alimento necesario para los que pasan
hambre... El problema no se soluciona comprando, el problema se soluciona
compartiendo. La dinámica
del mundo capitalista es precisamente el dinero. Creemos que sin dinero nada se
puede hacer y tratamos de convertirlo todo en dinero, no sólo los recursos
naturales sino también los recursos humanos y los valores: el amor, la amistad,
el servicio, la justicia, la fraternidad, la fe, etc. En el mundo capitalista
nada se nos da gratuitamente, todo tiene su precio, todo se tasa y se
comercializa. Se nos ha olvidado que la vida acontece por pura gratuidad, por
puro don de Dios. Jesús en esta
multiplicación de los panes y de los peces parte de lo que la gente tiene en el
momento. El milagro no es tanto la multiplicación del alimento, sino lo que
ocurre en el interior de sus oyentes: se sintieron interpelados por la palabra
de Jesús y, dejando a un lado el egoísmo, cada cual colocó lo poco que aún le
quedaba, y se maravillaron después de que vieron que al alimento se multiplicó
y sobró. Comprendieron entonces que si el pueblo pasaba hambre y necesidad, no
era tanto por la situación de pobreza, sino por el egoísmo de los hombres y
mujeres que conformados con lo que tenían, no les importaba que los demás
pasaran necesidad. El gesto de compartir marca profundamente la vida de la
primeras comunidades que siguieron a Jesús. Compartir el pan se convierte en un
gesto que prolonga y mantiene la vida, un gesto de pascua y de resurrección. Al
partir el pan se descubre la presencia nueva del resucitado. Si somos
hijos de un mismo Padre como reconoce Pablo en la lectura que hemos hecho, no
se entiende por qué tantos hombres y mujeres viven en extrema pobreza mientras
unos cuantos viven en abundancia y no saben qué hacer con lo que tienen. En el
mundo actual es mucho el dinero que se invierte en guerra, en viajes
extraterrestres, en tratamientos para adelgazar. Los que tienen el capital
crean condiciones cada vez más injustas y pretenden hacer más dinero,
explotando los recursos que quedan, aunque destruyan todo y acaben con las
condiciones de vida sobre la tierra. Ningún ser humano debiera morir de hambre,
pues la tierra tiene suficiente para albergarnos a todos. Los cristianos no
debemos olvidar el compartir: ésta es la clave para hacer realidad la
fraternidad, para reconocernos hijos de un mismo Padre. Cuando se comparte con
gusto y con alegría el alimento se multiplica y sobra. La multitud, al ver lo
que Jesús ha hecho, intenta llevárselo para proclamarlo rey pero Jesús huye
solo a la montaña. Para la
revisión de vida Dios está por encima de todas
nuestras divisiones; nosotros estamos guiados, movidos y animados por un mismo
y único Espíritu. ¿Veo las diferencias que pueda haber entre nosotros como las
riquezas que el Espíritu nos da para que construyamos juntos la unidad, o
prefiero la uniformidad que mata la pluralidad de carismas? Moisés, en el desierto, fue incapaz
de alimentar al pueblo y tuvo que recurrir a Yahvé. Jesús, él solo es capaz de
alimentar a la multitud, a cuantos tienen hambre, de modo que “todo el que crea
en él no se pierda, sino que tenga una vida imperecedera”. ¿Con qué “pan”
alimento yo mi vida: el del afán de dinero, o de fama, o de comodidad… o con el
pan del servicio? Para la
reunión de grupo Eliseo, siervo del Señor, aprovecha el pan que
le es ofrecido para que haga un sacrificio al Señor y lo emplea para dar de
comer, en época de carestía, a la gente que busca al Señor pero que no tiene
con qué alimentarse. Y es que el profeta de Dios tiene que llevar la palabra a
las gentes, pero lo primero de todo es que las gentes tengan qué comer para
estar vivas. ¿Qué es más importante que demos a los demás: el pan de la palabra
o la palabra del pan? Profundizar en es dialéctica entre el hambre material y
el hambre espiritual... ¿Se puede establecer divisiones y contraposiciones?
¿Qué pensar, en ese sentido, del "materialismo" de Mt 25, 31ss? Para la oración
de los fieles Por toda la
Iglesia, para que seamos capaces de alimentar a cuantos tienen hambre y sed de
justicia. Oremos. Por todos los
gobernantes del mundo, para que en sus gestiones sea cuestión primordial la
atención a los indigentes. Oremos. Por todos los
niños que siguen muriendo de hambre, para que su sacrificio sea estímulo que
nos una a todos en la lucha contra el hambre. Oremos. Por todos los
cristianos, para que nunca olvidemos nuestra vocación de animadores y
propagadores de la vida, el amor, la justicia y la esperanza. Oremos. Por nuestra
comunidad, para que se mantenga siempre fiel al ejemplo de Jesús a la hora de
comprometerse en la lucha por resolver las necesidades de las personas. Oremos. Oración
comunitaria Dios, Padre nuestro, protector de
todos los que en ti confían; danos el pan de cada día, que alimenta nuestro
cuerpo para seguir esforzándonos en la construcción de tu Reino; y danos el pan
de tu palabra, que nos da luz y sentido para nuestras vidas. Te lo pedimos por
Jesucristo N.S.
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