DECIMOCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "B" Primera lectura: Éxodo 16, 2-4. 12-15 EVANGELIO - Maestro,
¿desde cuándo estás aquí? 26Les contestó Jesús: - Sí, os lo
aseguro. Me buscáis no por haber visto señales, sino por haber comido pan
hasta saciaros. 27Trabajad, no tanto por el alimento que se acaba,
cuanto por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os va a dar el
Hijo del hombre, pues a éste el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello. 28Le preguntaron: - ¿Qué obras
tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? 29Respondió Jesús: - Éste es el
trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. 30Le replicaron: - Y ¿qué señal
realizas tú para que viéndola te creamos?, ¿qué obra haces? 31Nuestros
padres comieron el maná en el desierto; así está escrito: “Les dio a comer pan
del cielo”. 32Entonces Jesús les respondió: - Pues, sí, os
lo aseguro: nunca os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre quien os da
el verdadero pan del cielo. 33Porque el pan de Dios es el que baja
del cielo y da vida al mundo. 34Entonces le dijeron: - Señor, danos
siempre pan de ése. 35Les contestó Jesús: - Yo soy el pan
de la vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta adhesión
nunca pasará sed. 36Pero, como os he dicho, me habéis visto en
persona y, sin embargo, no creéis. I 22-24 Al día siguiente, la
multitud que se había quedado al otro lado del mar se dio cuenta de que allí no
había habido más que un bote y que no había entrado Jesús con sus discípulos
en aquella barca, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Llegaron de
Tiberíades otros botes cerca del lugar donde habían comido el pan, cuando el
Señor pronunció la acción de gracias. Así, al ver la gente que Jesús no estaba
allí ni sus discípulos tampoco, se montaron ellos en los botes y fueron a
Cafarnaún en busca de Jesús. La datación (Al día
siguiente) muestra la conexión con el episodio anterior. Aquella noche, los
discípulos habían intentado separarse de Jesús. La gente, en cambio, había
permanecido en el mismo lugar; querían continuar en la situación que había
puesto remedio a su indigencia. Desean encontrar de nuevo a Jesús. Se dan cuenta, por una parte, de que allí no había habido más que
una barca, la que habían cogido los discípulos, y, por otra, de que Jesús no se
había embarcado con ellos. Entretanto, se ofrece una solución: nuevas barcas llegan de
Tiberíades cerca del lugar donde estaban, donde habían comido. La nueva mención
de la acción de gracias de Jesús muestra su importancia: fue ella la que hizo
posible que todos comieran. Como "acción de gracias" se dice en
griego "eukharistía", el título el
Señor indica que el evangelista está leyendo el episodio desde la praxis
eucarística de la comunidad. La multitud se convence de que Jesús no está allí y, aprovechando
las barcas que han llegado, va en su busca. 25-27 Lo encontraron al otro
lado del mar y le preguntaron: «Maestro, ¿desde cuándo estás aquí?» Les
contestó Jesús: «Sí, os lo aseguro. Me buscáis no por haber visto señales,
sino por haber comido pan hasta saciaros. Trabajad, no tanto por el alimento
que se acaba, cuanto por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os
va a dar el Hijo del hombre, pues a éste el Padre, Dios, lo ha marcado con su
sello». Jesús está de nuevo entre la gente. Al encontrarlo, lo saludan con
un título de respeto: Maestro (Rabbí). Es
la primera vez que la multitud habla con Jesús y muestra deseo de aprender de
él. No se explican cómo se encuentra en esta orilla del lago y le preguntan
cuánto tiempo lleva allí. Jesús no responde a la pregunta, sino al deseo de encontrarlo. Han
sido los beneficiarios del amor de Dios expresado a través de Jesús y los
suyos, pero lo que ellos recuerdan es la satisfacción del hambre; por eso
buscan a Jesús. Repartirles el pan había sido una invitación a la generosidad.
No era solamente darles algo (el pan), sino que expresaba con el servicio la
entrega de la persona. Al retener sólo el aspecto material, la satisfacción de
la propia necesidad, lo han vaciado de su contenido y no han respondido al
amor. Jesús les da un aviso, reprochándoles la estrechez de su
horizonte: el alimento es factor de vida, pero ellos buscan sólo sustentar la
vida física; por eso se afanan únicamente por el alimento perecedero, que no
evita la muerte. Centrarse en obtener ese alimento equivale a renunciar a los
valores más nobles de lo humano, a negar en sí mismo la dimensión del Espíritu
y reducirse a ser "carne", cuya vida termina. Pero el hombre no debe conformarse con una vida mediocre y
efímera, debe aspirar a una vida plena y sin término, y ésta necesita su
particular alimento. Ahora bien, es el Hijo del hombre, el que es modelo de
Hombre, quien va a dar el alimento que no perece y que, por eso, producirá vida
para siempre. En otras palabras, no
basta esforzarse para subvenir a la necesidad material, hay que aspirar a la
plenitud humana, y también esto requiere la colaboración y el esfuerzo del
hombre (Trabajad). El don del pan ha sido expresión del amor, y es éste el alimento
permanente que desarrolla la vida del hombre; el que lo construye y lo realiza.
Ellos ven el pan sin comprender el amor, y en Jesús ven al hombre, sin
descubrir que es el portador del Espíritu y lleva así la marca indeleble del
Padre (sellado por el Padre), es
decir, de Dios como dador de vida que culmina la obra creadora. Él hace de
Jesús el Hijo del hombre, el poseedor
de la plenitud humana. Y es Jesús quien, de su plenitud, va a dar el alimento
que no se acaba, el amor y la lealtad (1,16-17). 28-29 Le preguntaron: «¿Qué
obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús:
«Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha
enviado». Ellos entienden que hay que trabajar, pero no saben cómo ni en
qué. Acostumbrados por la Ley a que Dios dicte mandamientos, preguntan a Jesús
cuáles son lo que ahora prescribe. No conocen el amor gratuito; creen que Dios
pone precio a sus dones. Jesús corrige el presupuesto de la pregunta. Dios no va a imponer
nuevos preceptos u observancias. El trabajo que Dios requiere es único: dar la
adhesión a Jesús como enviado suyo. Es una adhesión continua, que conlleva el
deseo por acercarse al modelo de Hombre, Jesús, en su ser y en su actividad.
Ese deseo de plenitud es el norte por el que el hombre tiene que orientarse.
Trabajar para obtenerla es la tarea noble, la propiamente humana, más allá con
mucho de la mera supervivencia. 30-31 Le
replicaron: «Y ¿qué señal realizas tú para que viéndola te creamos?, ¿qué obra
haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto; así está escrito: “Les
dio a comer pan del cielo”». No se esperaban esto. Estaban dispuestos a manifestar su adhesión
a Dios, de la manera que él pidiese. Habían visto en Jesús "el
Profeta" (6,14). Y un profeta es instrumento de Dios y reclama fidelidad a
Dios, no adhesión a su propia persona. Ahora la multitud comprende que Jesús se declara Mesías y, para
darle la adhesión, exigen un prodigio como los del antiguo éxodo, semejante al
del maná, el llamado pan del cielo (Neh
9,15; Éx 16,15; Nm 11,7-8; Sal 78,24). Oponen los prodigios de Moisés a la
falta de espectacularidad de la obra de Jesús. Exigen lo portentoso, lo que
deslumbra sin comprometer, en vez de lo personal, cotidiano, profundo y de
eficacia permanente. Hablan de "sus padres", cuando Jesús les ha hablado de
"el Padre" (v. 27); siguen apegados a su linaje y se refugian en el
pasado. Jesús, en cambio, tiene una perspectiva universal: mientras que
"sus padres" son los de Israel; "el Padre" lo es de la
humanidad entera. 32-33 Entonces
Jesús les respondió: «Pues, sí, os lo aseguro: nunca os dio Moisés el pan del
cielo; no, es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de
Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». La respuesta de Jesús es tajante: el maná no era pan del cielo; es
además cosa del pasado. El pan de Dios es cosa del presente y consiste en una
comunicación incesante de vida que él hace al mundo. Como el maná llovía de lo
alto, este pan baja del cielo, pero sin cesar; y no se limita a dar vida a un
pueblo; da vida a toda la humanidad. Como se ha visto en el episodio precedente, el pan expresa el amor
de Dios creador; el pan del cielo es una manifestación de ese amor superior a
la del pan material. 34 Entonces le
dijeron: «Señor, danos siempre pan de ése». La multitud manifiesta su deseo de ese pan. Llaman a
Jesús "Señor", creen en sus palabras, adivinan que puede satisfacer
todos sus anhelos. Con respeto le piden su pan, pero no se comprometen al
trabajo; no acaban de darle su adhesión. Siguen en su actitud pasiva,
dependiente; quieren recibir el pan sin propio esfuerzo (danos siempre pan de ése), encontrar la solución sin su
colaboración personal. 35-36 Les
contestó Jesús: «Yo soy el pan de la vida. Quien se acerca a mí nunca pasará
hambre y quien me presta adhesión nunca pasará sed. Pero, como os he dicho, me
habéis visto en persona y, sin embargo, no creéis». Jesús se había presentado como dador
de pan; ahora se identifica él mismo con el pan (Yo soy el pan de la vida). Él es el don continuo del amor del
Padre a la humanidad. Comer ese pan significa dar la
adhesión a Jesús, asimilarse a él; es la misma actividad formulada antes en
términos de trabajo (vv. 27.29). La unión a él comunica a los hombres la vida
de Dios. Él es el alimento que Dios ofrece a los hombres, con el que se obtiene
la calidad de vida que los encamina a su plenitud. La Ley dejaba una continua
insatisfacción, por proponer un modelo y exigir una fidelidad inalcanzables
(Eclo 24,21: "el que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más
sed"; cf. Jn 4,13a-14). Por el contrario, la adhesión a Jesús satisface toda necesidad y
toda aspiración del hombre (el que me
come nunca pasará hambre, el que me da su adhesión nunca pasará sed), porque
no lo centra en la búsqueda de su propia perfección, sino en el don de sí mismo.
Mientras la perfección tiene una meta tan ilusoria y tan lejana como el ideal
que cada uno se fabrique, el don de sí mismo es concreto e inmediato y sus
metas se van alcanzando con la práctica de cada día, pudiendo llegar al
extremo, como en el caso de Jesús. Con la búsqueda de la perfección el hombre
va edificando su propio pedestal; con la adhesión a Jesús, se pone al servicio
de los demás y crea la igualdad en el amor.
Han tenido delante a Jesús, pero no
descubren el sentido de su acción ni la calidad de su persona; en el hombre no
ven al Hijo. Desean el pan, pero no dan el paso, no se acercan a él. Quieren un
don suyo, pero no el de su persona; se mantienen a distancia. Pretenden separar
el don del amor que contiene, haciéndole perder su sentido. Quieren recibir,
pero se niegan a amar.
II
Mt 14, 13-21 Cinco
panes y dos peces son todo un símbolo. Hasta Jesús, el pueblo judío se
alimentaba de la doctrina-pan del Antiguo Testamento. (En arameo, doctrina
(“hamira”) y pan de levadura (“amira”) suenan igual. Cinco son los libros del
Pentateuco; dos, el resto de las Sagradas Escrituras: los Profetas y los Escritos.
Pan y pez, alimento básico en el norte del país junto al lago. Los panes y los
peces representan la enseñanza contenida del Antiguo Testamento, alimento que
no satisfacía al pueblo que estaba infraalimentado como oveja sin pastor... III Decíamos el domingo pasado que la opción por el
reino de Dios y la necesaria renuncia a todo lo que es incompatible con él debe
ser causa y efecto de la alegría de haber encontrado una mejor manera de vivir.
El evangelio de este domingo presenta un ejemplo concreto: hay que renunciar a
la riqueza no porque sea bueno pasar hambre, sino para que nadie la sufra. PANES Y PECES El evangelio de hoy es el relato conocido como «la multiplicación de
los panes y los peces», aunque, como vetemos, sería más acertado el título «el
reparto de los panes...». A continuación del discurso en parábolas, Jesús se entera de que
alguien le ha dicho a Herodes que él, Jesús, es Juan Bautista -que había muerto
asesinado por orden del rey-, que ha resucitado. El evangelio no explica por
qué, pero al conocer esta noticia Jesús se marcha en la barca hacia un lugar
despoblado. La gente no había aceptado el contenido de su predicación, pero, quizá
por curiosidad, quizá porque había empezado a despertarse en ellos una cierta
inquietud, averiguan el lugar al que se dirige Jesús, se ponen en camino y,
cuando él llega, se encuentra con que lo espera «una gran multitud». Como habían rechazado su mensaje (véase Mt 13,53-58), Jesús no
insiste, no sigue enseñando; peto no deja de manifestar su amor ofreciendo vida
a quienes están faltos de ella: «le dio lástima de ellos y se puso a curar
enfermos». En lugar despoblado, se hace tarde. Los discípulos se dan cuenta de
que aquellas gentes no habían traído nada para comer y proponen a Jesús que
los despida para que «compren» provisiones con las que sustentarse. Pero Jesús
les da una respuesta sorprendente: «No necesitan ir; dadles vosotros de comer».
Los discípulos, en tono que seguramente revelaba su asombro, le dicen: « ¡ Si
aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces! » Jesús pide que se lo lleven
todo, los cinco panes y los dos peces; manda sentar a la gente, «y tomando los
cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció una bendición,
partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos, a su vez, se
los dieron a las multitudes. Comieron todos hasta quedar saciados y recogieron
los trozos sobrantes: doce cestos. Los que comieron eran hombres adultos, unos
cinco mil, sin mujeres ni niños». La lección que da Jesús a sus discípulos es ésta: si renuncian a
quedarse con aquellos alimentos, que, según los criterios de este mundo, les
pertenecen, y, reconociendo que son un don de Dios, los ponen a disposición de
todos, su renuncia no les causará hambre; al contrario, saciará el hambre de
todos.
La misión de Jesús incluye la realización de un nuevo éxodo, de un
nuevo proceso de liberación abierto esta vez a todos los que estén faltos de
libertad. La mayor de las esclavitudes -¡vigente todavía en nuestro mundo!- es
el hambre. Por eso este episodio sirve como modelo del proceso de liberación
que promueve Jesús. La tierra de esclavitud son las ciudades y aldeas de las que procede
la gente; allí rige la ley de lo mío y lo tuyo; y siempre hay alguien a quien
le pertenece lo que a otros les falta. Allí, quien no puede comprar tiene que pasar hambre o, lo que
es peor, tiene que renunciar a su libertad y a su dignidad para conseguir lo
mínimo necesario para seguir viviendo. También allí hay una religión que
distrae la atención de los pobres con minucias sin importancia y los mantiene
quietos mediante el miedo al castigo divino, olvidándose de sus orígenes: la
formidable intervención liberadora del Señor en favor de aquel puñado de
esclavos. Salir de esa tierra de esclavos, romper con ese sistema social y
religioso es dar comienzo al nuevo éxodo, es emprender de nuevo el camino hacia
la libertad, ahora definitiva. En el primer éxodo Dios tuvo que alimentar a los israelitas que
caminaban por el desierto enviándoles el maná; ahora Dios no va a hacer ningún
prodigio. En este nuevo camino la intervención de Dios ya se ha producido: la
lección que da Jesús con el reparto de panes y peces (cuando se comparte con
amor, hay para todos y sobra) garantiza el alimento para todo el camino. La meta del primer éxodo fue la tierra de Canaán, la tierra prometida; ahora toda la tierra
se convierte en tierra prometida: está
allí donde hay un grupo que ha comprendido el mensaje de Jesús, ha confiado en
su palabra, ha descubierto que ese mensaje es el más valioso de todos los
tesoros y se ha puesto en marcha, camino de la libertad. DICHOSOS
LOS POBRES
A la luz de este relato podemos entender mucho mejor la primera
bienaventuranza, «dichosos los que eligen ser pobres» (Mt 5,3). No se trata de
buscar la pobreza porque ésta sea una virtud.
Se trata de luchar contra ella de la manera más eficaz: renunciando a la
riqueza, negándose a aceptar que pueda ser «mío» lo que el otro necesita para
vivir, sustituyendo el insaciable deseo de tener por la alegría de compartir. Y ahora se entiende también mucho
mejor la respuesta de Jesús a la primera tentación («Si eres Hijo de Dios, di
que estas piedras se conviertan en pan... Está escrito: No sólo de pan vive el
hombre, sino también de todo lo que Dios vaya diciendo»: Mt 4,3-5). Y lo que
Dios dice por medio de Jesús es que el hambre no se vence con milagros
espectaculares y portentosos, sino con el no menos portentoso milagro de la
solidaridad entre los hombres.
La segunda
lectura continuada de la carta a los Efesios pide a los creyentes que se dejen
renovar por el Espíritu Santo y pasen de un modo de obrar no digno del ser
humano, a un modo de obrar digno de quien tiene fe en Cristo. Pide que
abandonemos nuestro estilo anterior de vida pecaminosa y marchemos en adelante
por un nuevo camino de vida cristiana. Se nos invita a no dejarnos guiar por
esta “vaciedad de criterios”. En estos pocos versículos continúa la exhortación
a buscar la unidad y a vivir dignamente la propia vida cristiana, guiada y
fundamentada en un verdadero conocimiento de Cristo. Pablo desarrolla este
argumento jugando con la antítesis del ser humano viejo y el ser humano nuevo
(Col 3,9-10; 1Cor 5,7-8). Elegir la novedad, lo nuevo, es elegir a Cristo. Esto
significa romper con el viejo ser humano pecaminoso, con el pecado del mundo,
para estar dispuestos a una continua renovación en el Espíritu, a vivir en la
justicia y santidad y ser justos y rectos. Este texto es una clara respuesta a
quienes piensan que el cristianismo simplemente es una cosa del pasado. El evangelio
de hoy, de Juan, el discurso del pan de vida, se desenvuelve en tres afirmaciones
lógicamente sucesivas, y la primera que presenta este texto es: el real o
verdadero “pan del cielo” no es el maná dado una vez por Moisés, contrariamente
a lo que la gente pensaba (v.31). Es literalmente el pan que ha bajado del
cielo. Dios, no Moisés, es quien da este pan (v.32). Jesús ha realizado signos
para revelar el sentido de su persona (domingo anterior), pero la gente sólo lo
han entendido en la línea de sus necesidades materiales (6,26.12). Jesús ha
querido llevarnos a la comprensión de su persona, porque sólo a través de la fe
pueden entender quien es él y sólo así podrá donarse a ellos como comida: pero
para hacer esto es necesario trabajar o procurar por un alimento y una vida que
no tienen término y que son dones del Hijo del hombre (v.27). Los judíos
piensan de inmediato en las obras (v.28; Rm 9,31-32), pero Jesús replica que
sólo una obra deben cumplir: creer en él (v.29; Rm 3,28), reconocer que tienen
necesidad de él, como se tiene necesidad del alimento material. Al considerar
la exigencia de Jesús muy grande es por lo que piden una demostración de los
que afirma realizando una señal que al menos se compare con aquellas realizadas
por Moisés (vv. 30-31), pues aquellas que acaba de realizar (6,2) no se
consideran suficientes. Jesús responde afirmando que es más que Moisés, pues en
él (Cristo) se realiza el don de Dios que no perece. Su pan se puede recoger
(6,13), el maná se pudrió (Ex 16,20).
Para la
revisión de vida ¿Es capaz nuestra fe de descubrir la
presencia de Dios en los acontecimientos pequeños y grandes de nuestra
existencia?. Nuestro corazón busca la felicidad
pero ¿dónde solemos hacerlo: en las migajas pasajeras que ofrece el mundo o en
el pan de vida eterna?. ¿Soy de los que buscan más el pan
material que el pan que lleva a la eternidad?. Para la
reunión de grupo Investigar la
“tipología del maná” recorriendo los textos de Ex 16; Nm 11,4-9. 31-33). Leer algo más
del maná y las codornices como fenómenos objetivos y naturales. ¿Qué otras
interpretaciones ha recibido el milagro del maná? (cf. Filón de Alejandría). Para la
oración de los fieles Para que vivamos con confianza la
seguridad de que a través de las vicisitudes de la historia, en medio del caos,
siempre se manifiesta una Fuerza misteriosa que auto-organiza las fuerzas en
concurso y crea una nueva posibilidad, superior, para continuar ascendiendo y
convergiendo. Para que todos los cristianos
tengamos siempre hambre y sed de Cristo, hambre y sed de que se realice su Utopía,
y nos alimentemos en la mesa de la palabra y del pan de vida para tener fuerzas
para llevarla a término. Por los aquí presentes, para que la
misma fe que nos ha hecho adorar la Eucaristía, el “pan vivo bajado del cielo”,
nos haga reconocer a Cristo en nuestros hermanos, especialmente en los más
necesitados. Oración
comunitaria Dios Padre bueno que en Jesús de
Nazaret nos has presentado verdaderamente el pan del cielo, aumenta nuestra fe
para que, recibiéndolo, sacie el hambre de Verdad que hay dentro de cada ser
humano
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