VIGESIMOCUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "B" Primera lectura:
Isaías 50, 5-10 EVANGELIO -¿Quién dice la gente que soy
yo? 28Ellos le
contestaron: -Juan Bautista; otros, Elías;
otros, en cambio, uno de los profetas. 29Entonces él les
preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo? Intervino Pedro y le dijo: -Tú eres el Mesías. 30Pero él les conminó
a que no lo dijeran a nadie. 31Empezó a enseñarles
que el Hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los senadores, los
sumos sacerdotes y los letrados, sufrir la muerte y, a los tres días,
resucitar. 32Y exponía el
mensaje abiertamente. Entonces Pedro lo tomó consigo y empezó a increparlo. 33El
se volvió y, de cara a sus discípulos, increpó a Pedro diciéndole: -¡Quítate de mi vista, Satanás!,
porque tu idea no es la de Dios, sino la humana. 34Convocando a la
multitud con sus discípulos, les dijo: -Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue
de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga; 35porque el
que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la
buena noticia, la pondrá a salvo. COMENTARIOS 1
Entonces preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo? Intervino Pedro y le dijo: -Tú eres el Mesías. Pero él les conminó
a que no dijeran nada a nadie. Persistente
la sordera de Pedro y los discípulos. A pesar de la insistencia de Jesús,
siguen pensando que lo que se ha dicho
siempre es lo único que vale. Por eso Jesús les manda callar. No basta con
que afirmen que Jesús es el Mesías, porque, como se verá en seguida, el mesías
de Pedro no es el Mesías de Dios, sino el de los hombres. En el mesías
tenían puesta su esperanza los patriotas israelitas
para alcanzar la liberación de su pueblo. Pero no era ése el mesías de Dios. Y
no porque a Dios no le importara la liberación de su pueblo: él había dejado
claro a lo largo de la historia que estaba en favor de la libertad de los
hombres y de los pueblos. Pero había llegado ya la hora de todos los hombres,
de todos los pueblos. Para los discípulos de Jesús, en cambio, la liberación
que Dios ofrecía de nuevo debía ser, creían, sólo para ellos. Todavía no habían
descubierto, ni ellos ni quienes compartían su mentalidad, que el proyecto de
Jesús es algo totalmente nuevo y que supone una ruptura radical con cualquier
actitud excluyente, y a pesar de que Jesús les ha limpiado ya los oídos, siguen sin entender su mensaje. ¡No hay peor
sordo que el que no quiere oír!
Empezó a enseñarles que el Hombre tenía que
padecer mucho, ser rechazado por los senadores, los sumos sacerdotes y los
letrados, sufrir la muerte y, a los tres días, resucitar... Entonces Pedro lo
tomó consigo y empezó a increparlo. Por eso a
Pedro le parece una barbaridad que Jesús diga que va a ser rechazado,
perseguido y llevado a la muerte por los dirigentes del pueblo, senadores,
sumos sacerdotes y letrados. No es ése el camino que debía seguir el mesías
según las tradiciones que ellos habían recibido; al contrario: el camino del
descendiente de David debía ser el del triunfo y la gloria para sí y para el
pueblo que Dios se había elegido en propiedad. El hijo de
David (esperanza en un descendiente de David que devolvería a su nación el
antiguo esplendor) no deja sitio para el Hijo del Hombre. La mentalidad
nacionalista de los discípulos de Jesús excluye la idea de un Dios que no se
dedica a justificar el dominio de unos pueblos a otros, sino que ofrece a todos
la posibilidad de vivir como hermanos. Por eso Pedro no entiende otro camino
que el de la conquista del poder, el del éxito, el de la gloria humana y no
entiende que la muerte por amor no es una derrota, no es muerte definitiva. Por
eso el anuncio de la muerte suena tan fuerte y tan mal a sus oídos que le
impide escuchar las palabras que se refieren a la resurrección. SATANÁS: ENEMIGO DEL HOMBRE
El se volvió, y de cara a sus discípulos,
increpó a Pedro, diciéndole: ¡Quitare de mi vista, Satanás! Porque tu
idea no es la de Dios, sino la humana. El amor por
«lo suyo» convierte a Pedro en enemigo del hombre (Satanás no aparece nunca en Parece una
contradicción: la idea de Dios es más favorable a los hombres que la idea de
los hombres mismos. Lo que Dios quiere para el hombre es mejor que lo que los
hombres esperan de él, mejor que lo que los hombres quieren para sus
semejantes. Pero a nadie debe resultarle extraño: basta ver la historia de la
humanidad para comprender que los hombres, dejados
de la mano de Dios (porque los hombres se han soltado, no porque Dios se
haya despreocupado de sus criaturas), no producen otra cosa que muerte y
destrucción. SI
UNO QUIERE VENIRSE... Convocando a la multitud con sus discípulos,
les dijo: Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de si mismo, que cargue
con su cruz y entonces me siga; porque el que quiera poner a salvo su vida, la
perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia,
la pondrá a salvo. Por eso, para
que la vida sea posible en el mundo de los hombres, hay que romper con ese
mundo tan mal organizado que los hombres se han dado; por eso, para defender la
vida de verdad, no hay otro camino que el camino del Mesías: la entrega de la
propia vida por amor... y hasta la muerte, si es necesario, dispuestos a ser
considerados reos de muerte ("... que cargue con su cruz...") por los
que se empeñan en mantener un mundo en el que sólo unos pocos viven mientras que
los demás malviven. En medio de ese mundo en el que cada cual va a lo suyo, intentar defender ante todo
la propia vida sólo lleva a la
muerte; poner en práctica Y, ¡ojo!, que
no se trata de que para conseguir la vida
eterna haya que sufrir: que Dios no
nos pide sufrimientos para darnos como premio la vida eterna; lo que Jesús
nos dice de parte de Dios es que el egoísmo lleva a la muerte. Y que sólo el
amor es garantía de vida... aquí y luego. II Reaparece el
nombre de Jesús, que no se había mencionado desde 6,30, cuando la vuelta de los
enviados, lo que sitúa la narración en un terreno más cercano a la historia. La
escena se desarrolla en territorio pagano, donde los discípulos pueden estar
más libres de la presión ideológica de su sociedad, en particular de los
fariseos, y se plantea en ella la cuestión de la identidad de Jesús (4,41;
6,14-16). Las dos preguntas que Jesús hace a los discípulos corresponden a los
dos momentos de la curación del ciego (8,24.27). En primer lugar les pregunta
cuál es la opinión de la gente (los
hombres) sobre su persona. v. 28 Ellos le contestaron: «Juan Bautista; otros,
Elías; otros, en cambio, uno de los profetas». La gente
adicta al sistema judío sigue teniendo las mismas opiniones sobre Jesús que
aparecieron después del envío de los discípulos: lo identifica con figuras del
pasado (Juan Bautista, Elías, un profeta) (cf 6,14-16), con personajes
reformistas, pero cuyo mensaje no realiza la expectativa que el pueblo ha ido
acumulando a lo largo de su historia; la gente lo juzga positivamente, pero lo
que han aprendido del Mesías les impide identificarlo con Jesús. Son gente
adoctrinada por la institución judía y su opinión permanece inmóvil. Las
señales mesiánicas que Jesús ha dado en los episodios de los panes no han
tenido repercusión en ellos. v. 29 Entonces él les preguntó: «Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?» Respondió Pedro así «Tú eres el Mesías». La segunda
pregunta de Jesús, la decisiva, pretende averiguar si los discípulos continúan
aún en la misma mentalidad de «los hombres» o si han comprendido las señales.
Espera una respuesta distinta de la de la gente común. Pedro, por propia
iniciativa, se hace portavoz del grupo (cf. 1,36). Su respuesta es clara: Tú eres el Mesías. v. 30 Pero él les conminó a que no lo dijeran a
nadie. Esta
declaración, sin embargo, no es aceptada por Jesús: el Mesías. Esta palabra aparee con artículo determinado aludiendo
al mesías de la expectación popular nacionalista, en concreto la del «Mesías
hijo de David» (cf. 12,35-37) (recuérdese el título del evangelio, 1,1: «Jesús,
Mesías Hijo de Dios»). Los discípulos han sobrepasado la opinión popular sobre
Jesús y comprenden que inaugura una nueva época, la mesiánica, la del reinado
de Dios, pero mezclan ese conocimiento con la concepción mesiánica
nacionalista; en realidad, a pesar del esfuerzo de Jesús, no acaban de salir de
«la aldea» (8,26). Por eso Jesús les
conmina, como había hecho con los espíritus inmundos que lo habían
reconocido como «el Consagrado por Dios» (1,24) o «el Hijo de Dios» (3,12),
títulos equivalentes al de Mesías. La declaración que ha hecho Pedro es tan
poco aceptable como aquéllas y Jesús no quiere que difundan esa opinión sobre
él, pues podría suscitar un entusiasmo mesiánico falso. Mc pone de
relieve la resistencia de los discípulos (los Doce: seguidores procedentes del
judaísmo) al universalismo del mensaje (4,11: «el secreto del Reino»), debido a
su nacionalismo exclusivista. Es evidente el conflicto entre dos programas
mesiánicos: el de los discípulos y el de Jesús. v. 31 Empezó
a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, siendo rechazado
por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados y sufriendo la muerte, y
que, a los tres días, tenía que resucitar. La frase empezó a enseñarles (proponer el mensaje tomando pie del AT) queda
completada por la que sigue al dicho de Jesús: «exponía el mensaje
abiertamente» (32). Son las mismas que abrían y cerraban la enseñanza en
parábolas a la multitud (4,2.33). Esta enseñanza (por primera vez a ellos)
muestra que su incomprensión es tal, que se encuentran al nivel «de los de
fuera» (4,11); Jesús continúa la explicación que tuvo que darles después de
aquel discurso (4,34); hasta ahora, todos sus esfuerzos por hacerlos comprender
han sido vanos. El contenido
del dicho de Jesús corresponde, por tanto, al «secreto del Reino» expuesto en
aquel discurso mediante las dos parábolas finales: en el plano individual, lo
que constituye al seguidor es la disposición a la entrega (4,26-29); en el
plano social, la nueva comunidad universal no tendrá rasgos de esplendor y
grandeza, pero ofrecerá acogida a todos los hombres que aspiren a la plenitud
(4,30-32). El éxito de la persona y del mensaje depende de la calidad de la
entrega. Siendo
enseñanza, no se trata de dar mera información, sino de comunicar un saber que
el discípulo debe aplicar a su propia vida y conducta. Para aclarar
a los discípulos la índole de su mesianismo, Jesús sustituye el término
«Mesías», perteneciente a la tradición judía, por el Hijo del hombre, de alcance universal, cuyas características han
sido ya expuestas en el evangelio (2,10; 2,28): siendo portador del Espíritu de
Dios (1,10), posee la condición divina, cima del desarrollo humano; su misión,
ejercida con independencia de normas o leyes religiosas (2,28), es la de
comunicar vida a los hombres, liberándolos de su pasado pecador (2,3-13). Pero
la denominación «el Hijo del hombre», aunque designa primordialmente a Jesús, el
prototipo de Hombre, se aplica, por extensión, a los que de él reciben el
Espíritu y siguen su camino; el dicho siguiente implica, por tanto, que lo que
se afirma de Jesús afecta, en su medida, a todos sus seguidores. Ahora bien,
el destino de «el Hijo del hombre», portador del Espíritu, que constituye su
ser e informa su actividad, tiene dos fases: padecer-morir y resucitar. Su
actividad en favor de los hombres, en particular de los más oprimidos por el
sistema religioso judío, suscita inevitablemente (tiene que) la hostilidad de los círculos de poder de ese sistema,
que se oponen al desarrollo humano. Por eso ha de padecer mucho, frase que comprende desde el rechazo inicial por
parte de las autoridades (ser rechazado) hasta
su acto final (sufrir la muerte); las
tres categorías que componen el Sanedrín judío, senadores (poder económico-político), sumos sacerdotes (poder religioso-político), letrados (poder ideológico), considerarán intolerable su
actividad. Es la reacción inevitable de un sistema social injusto al mensaje de
Jesús. Pero la muerte del Hijo del hombre no será definitiva: la vida
indestructible del Espíritu triunfará sobre ella (al tercer día resucitar, cf. Os 6,2). v. 32 Y
exponía el mensaje abiertamente. Entonces Pedro lo tomó consigo y empezó a
conminarle. Les exponía el mensaje, como antes a la
multitud, pero abiertamente, sin
parábolas (4,33). La reacción es inmediata: Pedro, que se hace de nuevo
portavoz del grupo de discípulos (8,29), conmina
a Jesús, como antes éste había conminado al grupo (8,30), es decir,
considera que su concepto de Mesías rechazado y sujeto a la muerte es contrario
al plan de Dios; lo anunciado por Jesús significa para Pedro el fracaso de
todas sus aspiraciones; reafirma su idea de un Mesías poderoso y triunfador. v. 33 El
se volvió y, de cara a sus discípulos, conminó a Pedro diciéndole: «¡Ponte
detrás de mí, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la humana». Jesús, de cara a sus discípulos, a los que
Pedro representa, conmina a su vez a Pedro: lo identifica con Satanás, el
tentador, el enemigo del hombre y de Dios (1,13); la idea humana / de los hombres es la de la tradición farisea y
rabínica (7,8), la de los que «no ven ni oyen» (8,24.27), opuesta a la de Dios. Se enfrentan dos
mesianismos: el del Mesías Hijo de Dios (1,1; 14,61s), que se entrega por la
humanidad (1,9-11), y el del Mesías hijo, sucesor de David (10,47.48;
12,35-37), victorioso y restaurador de Israel. De nuevo se presenta a Jesús la
tentación del poder dominador (1,13.24.34; 3,11; 8,11), esta vez por parte de
sus discípulos mismos. Jesús pone en
su sitio a Pedro (ponte detrás de mí) porque
el seguidor pretendía ser seguido por Jesús.
III El profeta
Isaías nos enseña que el camino de la justicia, de la misericordia y la
solidaridad no es un idílico sendero tapizado de rosas. La persona que opta por
la verdad y la equidad debe prepararse al rechazo más rotundo e, incluso, a una
muerte ignominiosa. Esto puede sonar un poco «patético», sin embargo, basta
leer cualquier página del evangelio para verificar que ésta es la realidad de
Jesús, su opción y su camino. El camino a
Jerusalén estaba plagado de dificultades, incertidumbres y ambigüedades. Una de
ellas, era la incapacidad del grupo de discípulos para reconocer la identidad
de Jesús. Aunque él había demostrado a lo largo del camino que su interés no
era el poder, en todas sus variedades, sino el servicio, en todas sus
posibilidades, sin embargo, los seguidores se empeñaban en hacerse una imagen
triunfalista de su Maestro. Jesús, entonces, debe recurrir a duras palabras
para poner en evidencia la falta de visión de quienes lo seguían. Pedro, Juan y
Santiago, líderes del grupo de Galilea, siguen aferrados a la ideología del
caudillo nacionalista o del místico líder religioso y no descubren en Jesús al
«siervo sufriente» que anunció el profeta Isaías. Este episodio
marca el centro del evangelio de Marcos y es el punto de quiebre en el cual el
camino de Jesús sorprende a sus seguidores. Ninguno está de acuerdo con él,
aunque él esté realizando la voluntad del Padre. En medio de esta crisis del
grupo de discípulos, Jesús decide continuar el camino y tratar de enderezar la
mentalidad de sus discípulos, torcida por las ideologías sectarias y
triunfalistas. El anuncio
que Jesús hace de las dificultades que van a venir, la «Pasión», la «Cruz»,
debe ser tomada siempre como una consecuencia inevitable, no como algo buscado...
Jesús no buscó la Cruz, ni debemos buscarla nosotros... Véase el amplio
comentario al respecto que hemos hecho el pasado día 14, fiesta de la
«exaltación» de la Cruz. Para la
revisión de vida Hay preguntas decisivas en la vida
de todas las personas; incluso no darles una respuesta clara y consciente es ya
una manera de responder a esas preguntas. Una de ellas es la que Jesús hizo en
una ocasión a los suyos y, a través de ellos, a toda la humanidad, incluidos
nosotros. ¿Quién es Jesús para mí? Sólo que esta pregunta tiene un grave
riesgo: que la contestemos con la respuesta aprendida de memoria en el
catecismo infantil, en vez de contestar con el corazón. La pregunta ‘¿Quién es
Jesús?’ no podemos ponerla entre preguntas del tipo ¿quién fue Napoleón, quién
descubrió la penicilina o en qué año acaeció la Revolución francesa?, sino que
hemos de ponerla entre preguntas del tipo ¿quiénes son mis amigos, cuánto
quiero yo a mi familia, qué estoy dispuesto a hacer por aquellas personas alas
que quiero? Consciente de todo esto, debo preguntarme: ¿quién es Jesús para mí,
qué significa en mi vida? Para la
reunión de grupo Muchas veces hemos entrado en la
discusión de si lo importante es la fe o son las obras. ¿No sería mejor ser
consciente de que son las dos caras de una misma moneda, que si bien es cierto
que es la fe la que nos salva, como dice san Pablo, también es cierto que una
fe sin obras significa que no hay realmente fe? Después de casi 500 años de
separación y enfrentamiento hasta la excomunión y el cisma, las Iglesias
Católica y Luteranas han acordado una intepretación conjunta por la que ambas
opiniones son conciliables y las dos son verdaderas... ¿Qué reflexiones nos
plantea este hecho histórico, que incluye tantos enfrentamientos, condenas,
separación...? La pregunta la podría hacer
también Jesús hoy en nuestro círculo de estudio o grupo de reflexión: ¿Quién
dice la gente que soy yo? Respondamos a esa pregunta. Y también nos haría Jesús
su segunda pregunta: ¿y ustedes mismos, quién dicen que soy yo? Compartamos
también en el grupo la respuesta que cada uno de nosotros le daría Para la
oración de los fieles Por la Iglesia, para que anuncie
de palabra y, sobre todo, con las obras, que Jesús es el único Señor. Oremos. Por todos los cristianos, para que
seamos fieles a la llamada que hemos recibido del Padre, aunque ello nos traiga
las injurias e incomprensiones de la gente. Oremos. Por todos nosotros, para que
nuestro seguimiento de Jesús sea el fruto de una decisión personal, libre y
responsable. Oremos. Por todos los que sufren
incomprensiones, persecución y calumnias a causa del evangelio, para que se
mantengan fieles en su misión y en su amor a todos. Oremos. Por esta comunidad nuestra, para
que sepa ver y valorar siempre la vida y la historia, las personas y las cosas
con los ojos de Dios. Oremos. Oración comunitaria Escucha, Padre, nuestra oración,
abre nuestros oídos para que sepamos escuchar siempre las continuas llamadas a
la Justicia que Tú nos haces por medio de los pobres; abre nuestros ojos para
que sepamos ver la miseria y el dolor de nuestro mundo, que nosotros tenemos
que transformar en dignidad y esperanza; abre nuestros corazones para que
sepamos ver a todas las personas como a tus hijos, nuestros hermanos y
hermanas. Te lo pedimos por Jesucristo N.S.
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