VIGESIMOSÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "B" Primera
lectura: Génesis 2, 18-24 EVANGELIO -¿Qué os mandó Moisés? 4Contestaron:. -Moisés permitió repudiarla,
dándole un acta de divorcio. 5Jesús les dijo: -Por lo obstinados que sois os
dejó escrito Moisés ese mandamiento. 6Pero, desde el principio de la
humanidad Dios los hizo varón y hembra; por eso el hombre dejará a su padre y a
su madre 8y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos,
sino un solo ser. 9Luego lo que Dios ha unido, que no lo separe un
hombre. 10En la casa, los
discípulos le preguntaron a su vez sobre lo mismo. 11Él les dijo: -El que repudia a su mujer y se
casa con otra, comete adulterio contra la primera; 12y si ella
repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio. 13Le llevaban
chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se pusieron a regañarles. 14Al
verlo Jesús, les dijo indignado: -Dejad que los chiquillos se me
acerquen, no se lo impidáis, porque los que son como éstos tienen a Dios por
rey. 15Os lo aseguro: quien no acoja el reino de Dios como un
chiquillo, no entrará en él. 16Y, abrazándolos,
los bendecía imponiéndoles las manos.
La cuestión era meter a Jesús en un aprieto. Ahora sí que tendría que
definirse. "Se le acercaron unos fariseos y le preguntaron: ¿Le está
permitido a un hombre repudiar a su mujer? En este tema del divorcio los judíos andaban divididos: Unos, seguidores de Rabí Hillel, de talante liberal, decían rotunda y
absolutamente que si, que el hombre podía repudiar a la mujer por cualquier
motivo, con la única condición de extenderle un acta de divorcio, una especie
de certificado de separación matrimonial que permitiera a la mujer repudiada
poder contraer legalmente nuevas nupcias. Un plato mal cocinado, un asado
quemado, una torpeza, la salida a la calle sin velo eran sobrado motivo para
que el varón pudiera repudiar a su esposa y casarse con otra. Rabí Aqiba
enseñaba que bastaba con encontrar otra mujer más guapa que la propia para
poder hacerlo. Más facilidades, imposible... Otros, seguidores de Rabí Shammai, conservador, sólo admitían un caso
posible de divorcio: que el marido hubiese encontrado en la esposa una
"'erwat dabar", expresión hebrea que aparece en el libro del
Deuteronomio (24,1-4) y cuyo significado y alcance era discutido, pero que los
seguidores de este rabino interpretaban como una acción deshonesta cometida por
la esposa, o algo perteneciente al área de la desnudez o de lo impúdico. En todo caso, el divorcio era un derecho adquirido e incuestionable
del varón, derecho del que no podía disfrutar la mujer, considerada en este,
como en otros muchos aspectos, un ser inferior. Así estaban las cosas cuando los fariseos le preguntaron a Jesús si
está permitido a un hombre repudiar a su mujer". Jesús, que no aceptaba la práctica divorcista vigente en Palestina,
consideró que la pregunta no procedía. Se le preguntaba por la reconocida
institución del repudio, como derecho del varón y verdadero instrumento de
dominación de éste sobre la mujer. La respuesta dejó sorprendidos a sus
oyentes: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Con esta frase lapidaria Jesús se declara abiertamente en contra del
repudio tal y como lo practicaban los judíos, como privilegio del varón. Hombre
y mujer se sitúan ante el matrimonio a un nivel de igualdad. El ideal del
matrimonio es la indisolubilidad de un amor que supera con creces el que se
tiene a los padres. Al proclamar este ideal, el Maestro nazareno situaba a
varón y hembra, hombre y mujer, en igualdad de derechos y obligaciones para
conservar, alentar y fortalecer un vínculo, ratificado por Dios. En defensa de la mujer, con frecuencia abandonada arbitrariamente por
el marido, Jesús niega la licitud del ejercicio del repudio tal y como lo
practicaban los judíos. Nada dice el Evangelio de la licitud o no de éste en los términos en
que los plantea la sociedad moderna. El contexto socio-cultural ha cambiado
mucho desde Jesús a nuestros días. Por otra parte, nuestra práctica cristiana,
salvando siempre el ideal de la indisolubilidad del matrimonio, propuesto por
Jesús, debiera dar respuesta humana y misericorde a tantas quiebras
matrimonales, ya de suyo irremediables. Lo cortés no quita lo valiente. II La mujer, excepto en algunas sociedades primitivas,
ha ocupado siempre un lugar secundario. Hoy parece que las sociedades más
avanzadas, gracias a la lucha de las mujeres mismas, van reconociendo la
igualdad entre los sexos. La Iglesia, sin embargo, se va quedando atrás. Y no
por fidelidad al evangelio.
Se acercaron
a Jesús unos fariseos y, con
intención de tentarlo, le preguntaron si está permitido al marido repudiar a
su mujer... En tiempos de Jesús había diversas corrientes de opinión acerca de
este asunto: unos creían que era necesario sorprender a la mujer en adulterio
para que fuese lícito repudiarla; otros pensaban que para ello bastaba que le
causara al marido cualquier incomodidad, como el que un día se le quemara la
comida. Lo que ninguna corriente contemplaba, ni siquiera como posibilidad, es
que la mujer pudiera repudiar al marido (Jue 19,2-10); ése era un derecho
exclusivo del varón. Los fariseos, según el testimonio del evangelio, parece que no hacían
nada de buena fe. Con su pregunta es posible que buscaran enemistar a Jesús con
una parte del pueblo: si Jesús se mostraba tolerante, lo acusarían de tener la
manga demasiado ancha; si elegía la posibilidad más exigente, dirían que era
un estrecho. O quizá querían obligarlo a elegir entre los textos del Antiguo
Testamento: unos permitían el repudio (Dt 24,1); otros presentaban el
matrimonio indisoluble como el ideal para cualquier israelita fiel (Mal
2,14-16); así interpreta el evangelio el texto de Gn 2,24.
-Por lo obstinados que sois os dejó escrito Moisés
ese mandamiento. Pero desde el principio de la humanidad Dios los hizo varón y
hembra; por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y serán los dos un
solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. Luego lo que Dios ha
unido, que no lo separe un hombre. No se trata de establecer nuevas leyes para exigir que sigan viviendo
juntos, aunque su vida sea un infierno, aquellos que no han sabido o no han
podido realizar en plenitud el proyecto de Dios. Jesús se limita a aplicar a un
caso concreto su proyecto global: para conseguir la felicidad no hay otro
camino que la práctica del amor. Y el amor entre los hombres sólo es posible
-ya está claro en el primer libro de la Biblia- en un plano de igualdad. Quizá eso es lo que más debió de sorprender a los fariseos: que Jesús,
remontándose al momento mismo de la creación, estableciera un principio de
igualdad y ofreciera un modelo de convivencia basado no en la ley, sino en la
naturaleza misma, que manifiesta la voluntad de Dios: la relación entre el
hombre y la mujer es un proyecto de amor que debe conducir a la fusión de dos
personas en un único ser; se excluye toda relación de dominio de uno sobre
otro, todo privilegio de cualquiera de las partes, y, por otro lado, hay que
insistir, es de los dos la responsabilidad de mantener vivo el amor.
Le llevaban
chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se pusieron a regañarles.
Al verlo, Jesús les dijo, indignado: -Dejad que
los chiquillos se me acerquen, no se lo impidáis, porque los que son como éstos
tienen a Dios por rey. Os lo aseguro: quien no acoja el reino de Dios como un
chiquillo no entrará en él. La Iglesia -nosotros-, que tanto empeño ha mostrado en ocasiones en
imponer hasta a los no creyentes la indisolubilidad del matrimonio, incluso
por medio de leyes civiles, quizá se ha olvidado de dar el verdadero testimonio
que el evangelio exige: respetar el papel que le corresponde a la mujer en la
Iglesia, en un plano de absoluta igualdad con el varón, y así ser el ámbito
adecuado para que las parejas cristianas den su testimonio propio: mostrar al
mundo que es posible que un hombre y una mujer, iguales en naturaleza y
dignidad, mantengan una relación de amor hasta la muerte, como amó hasta la
muerte el mismo Jesús.
Los fariseos que se acercan a Jesús pretenden tentarlo (cf. 1,13: de Satanás; 8,11.33), es decir, ponerlo a
prueba. Se debatía mucho en las escuelas rabínicas cuáles eran los motivos que
justificaban el repudio, que estaba permitido por la Ley. Ahora quieren ver
hasta qué punto lo acepta Jesús. El repudio significaba que el hombre podía
despedir a su mujer por algún motivo, sin más explicación. Expresaba la
superioridad del hombre y su dominio sobre la mujer y reflejaba, en la esfera
doméstica, la opresión ejercida en todos los niveles de la sociedad judía. vv. 3-5: El les replicó: «¿Qué os mandó Moisés?» Contestaron: «Moisés permitió repudiarla,
dándole un acta de divorcio». Jesús les
dijo: «Por lo obstinados que sois os dejó escrito Moisés ese mandamiento». Jesús les pregunta sobre el fundamento de su
postura. Cuando citan a Moisés, Jesús no se intimida: les declara abiertamente
que, al dar ese precepto cediendo a la obstinación y dureza del pueblo, Moisés
fue infiel a Dios y frustró el designio divino. vv. 6-9: «Pero, desde el
principio de la humanidad, Dios los hizo varón y hembra; por eso el ser humano
dejará a su padre y a su madre y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser.
Luego lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe». El ideal del matrimonio está basado en el proyecto creador de Dios: un
amor superior al de los padres realiza una identificación que excluye el
dominio (serán los dos un solo ser). Contra
toda la mentalidad y praxis de la cultura judía, Jesús afirma claramente la
igualdad del hombre y de la mujer. No valen leyes humanas que destruyan esa
igualdad querida por Dios. La mera decisión unilateral de un cónyuge no basta
para anular el vínculo creado en la pareja (lo
que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe). v. 10: En la casa, los discípulos le preguntaron a su vez sobre lo mismo. De nuevo está Jesús en la casa/comunidad, y allí se vuelve a hacer
patente la incomprensión de los discípulos (cf. 7,17; 9,28), quienes no pueden
entender que se hable de igualdad entre el hombre y la mujer. Participan de la
dureza y obstinación que ha reprochado Jesús a los fariseos y al pueblo. vv. 11-12: El les dijo: «El que
repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si
ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio». Jesús reafirma la igualdad mencionando las dos posibilidades contrarias:
ni el hombre puede tomar esa decisión por su cuenta ni tampoco la mujer. Este
último caso era inconcebible en la sociedad judía, aunque sí se daba en la
sociedad romana. v. 13: Le llevaban chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se
pusieron a conminarles. Chiquillos, como en 9,36:
nuevos seguidores de Jesús, no procedentes del judaísmo, que aceptan plenamente
su programa. Los discípulos quieren impedir que se acerquen a Jesús y les
conminan como si tuviesen un mal espíritu (como Pedro a Jesús en 8,32). Aparece
de nuevo la tensión entre los dos grupos (cf. 9,37). v. 14: Al verlo Jesús, les dijo indignado: «Dejad que los chiquillos se me
acerquen, no se lo impidáis, porque sobre los que son como éstos reina Dios». Jesús se indigna. Su prohibición: no
se lo impidáis, relaciona esta perícopa con la del exorcista (9,39), figura
de un seguidor no israelita. Tienen derecho al contacto con Jesús porque,
gracias a su opción, Dios reina sobre ellos; de los que son como éstos (lit. «de estos tales»), es decir, de los
que se hacen «últimos de todos y servidores de todos» (9,35). v. 15: Os lo aseguro: «quien no acoja el Reino de Dios como un chiquillo, no
entrará en él». Jesús termina con un dicho solemne (Os
lo aseguro): La actitud de estos seguidores es la necesaria para entrar en
el Reino, cuya primicia es la comunidad cristiana. Para ellos, el Reino ya no
está cerca (1,15): su opción por Jesús ha colmado la distancia que lo separaba
y entran en él. Son modelo de aceptación/acogida del reinado de Dios. v. 16: Y, abrazándolos, los bendecía imponiéndoles las manos. Como hizo Jesús antes con un «chiquillo» (9,36), también aquí abraza a éstos, mostrándoles su
identificación y afecto. Ya se ha notado la correspondencia entre «abrazar» y
«ser hermano, hermana y madre» de Jesús (3,35). Al gesto del abrazo se une la
bendición de Jesús, la abundante comunicación de vida a los que han producido
(4,24s).
El autor de
la carta a los hebreos nos dice que la pasión y la muerte de Jesús no son fines
en sí mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación
plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del
viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la
muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida
mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía
salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una
alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del
Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la
contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida
cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección. En el
evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús preguntándole qué pensaba sobre
el divorcio y si era lícito repudiar a una mujer. La respuesta de Jesús es
significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el
mundo greco-romano, el repudio era algo muy corriente y estaba regulado por la
ley. Si Jesús respondía que no era lícito, estaba contra la ley de Moisés. Por
eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional y
que ahora se han inaugurado los tiempos de la plenitud en los que la vida se
construye desde un orden social nuevo, en el que el hombre y la mujer forman
parte de la armonía y el equilibrio de la creación. La novedad de esta
afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizaba no
sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que a una mujer se le
podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como dejar quemar la
comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la ley de Moisés.
Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad de los fariseos, que
despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los pobres, a los
enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se ponía de
parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’. Pero como los
discípulos en esto compartían las mismas ideas de los fariseos, no entendieron
y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar. Jesús no explicó
mucho más, simplemente les amplió las consecuencias de aquello: “Quien repudie
a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra la primera; y lo mismo
la mujer: si repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”. El segundo
episodio de nuestro evangelio nos presenta un altercado de Jesús con sus
discípulos porque ellos no permiten que los niños se acerquen a Jesús para que
él los bendiga. Los discípulos pensaban que un verdadero maestro no se debía
entretener con niños porque perdía autoridad y credibilidad. Decididamente algo
no era claro en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de Jesús ni los
criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos; su paciencia también tenía
límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo
con mucha energía: dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo
impiden, cuando el Padre ha decidido que su Reinado sea precisamente en favor
de ellos? ¿No entienden todavía que en el Reino de Dios las cosas se entienden
totalmente al contrario que en el mundo? Los niños que
no pueden reclamar méritos, carecen de privilegios y no tienen poder, son
ejemplo para los discípulos, porque están desprovistos de cualquier ambición o
pretensión egoísta y por eso pueden acoger el Reino de Dios como un don
gratuito. De los que son como ellos es el Reino de Dios, dice Jesús. Es necesario
que nuestra experiencia cristiana sea verdaderamente una realidad de acogida y
de amor para todos aquellos que son excluidos por los sistemas injustos e
inhumanos que imperan en el mundo. Nuestra tarea fundamental es incluir a todos
aquellos que la sociedad ha desechado porque no se ajustan al modelo de ser
humano que se han propuesto. Si nos reconocemos como verdaderos seguidores de
Jesús, es necesario comenzar a trabajar por la humanidad que a los débiles de
este mundo se les ha arrebatado. Una nota
crítica: En este tema
del evangelio, que centrará hoy la homilía de este domingo en muchas
comunidades cristianas, el divorcio, la liturgia, lógicamente, propone como
primera lectura el relato de la creación del hombre y de la mujer, en el relato
del Génesis. Por ser de la Biblia, por ser del Génesis, por ser del relato de
la creación... todo pareciera dar a suponer que contiene en sí mismo el
fundamento religioso último y máximo de la visión cristiana del matrimonio.
Probablemente, en muchas homilías, el relato bíblico se constituirá en la única
referencia, en la referencia total, y se querrá sacar de él el fundamento
integral de la postura actual de la Iglesia sobre el matrimonio. ¿No será eso
fundamentalismo? Hoy ya
sabemos que el relato de la «creación» no es un relato científico, de historia
natural: no tiene nada que decir ante lo que la ciencia nos dice hoy sobre el
origen de la Tierra, de la Vida, de nuestra especie humana o sobre nuestra
sexualidad. El relato no es -mucho menos- histórico: no hay que entenderlo como
una narración de algo que realmente ocurrió... hoy nadie sostiene lo contrario.
En las catequesis bíblicas solemos decir ahora que tenemos que «tratar de
captar lo que los autores bíblicos querían decir...», que no era lo que la mera
letra dice... En realidad, no se trata ni de eso, porque los autores bíblicos
no escribían para nosotros, ni estaban pensando en un mensaje distinto de lo
que leemos. La verdad es
que no deberíamos abandonar una postura de profunda humildad en este campo,
porque los cristianos, durante casi toda nuestra historia, hasta hace unos cien
años -algo más para los protestantes algo menos- hemos estado pensando lo
contrario de esto que ahora decimos. Hemos estado pensando que eran textos
históricos, que había que entender al pie de la letra y que había que creer
ciegamente, y que su contenido era real, e incluso «más que científicos» (la
ciencia no podría contradecirlos): porque eran textos directamente divinos,
revelados, y por tanto dogmáticos, contra los que la ciencia no tenía ninguna
autoridad. Hace apenas 100 años el Pontificio Instituto Bíblico, la máxima
autoridad oficial católico-romana, condenó taxativamente a quienes pusieran en
duda el «carácter histórico» de los once primeros capítulos del Génesis... y en
todo el conjunto de la Iglesia se pensaba así, desafiando arrogantemente a la
ciencia y a la antropología. Durante
siglos, durante más de un milenio, el texto del relato de la creación que hoy
leemos ha sido utilizado para justificar directa o indirectamente la
inferioridad de la mujer, creada «en segundo lugar», y «de una costilla de
Adán». Durante más de dos mil años -y aún hoy, para la mayor parte de la
civilización occidental- este texto ha justificado el antropocentrismo, el mirar
y entender la realidad toda como puesta al servicio de este ser diferente,
superior a todos los demás, «sobre-natura», que sería el ser humano, poniéndolo
todo bajo «el valor absoluto de la persona humana», a cuyo servicio y bajo cuyo
dominio habría puesto Dios toda la «creación», con el mandato de explotar
omnímodamente la naturaleza: «crezcan y multiplíquense, y dominen la Tierra»...
Desde hace
medio siglo forman un coro reciente y mayoritario las voces de científicos y
humanistas que achacan a los textos bíblicos la minusvaloración y el desprecio
que la tradición cultural occidental ha sentido y ejercido sobre la naturaleza,
hasta provocar la actual crisis ambiental que nos ha puesto al borde del
colapso y amenaza con colapsar efectivamente. Viene todo esto a decir que hoy no podemos deducir directamente de los textos bíblicos nuestra visión de los problemas humanos -matrimonio y divorcio incluidos-, como si la construcción de nuestra visión moral y humana dependiera de unos textos que en buena parte contienen las experiencias religiosas de unos pueblos nómadas del desierto hace unos tres mil años... Sería bueno que los oyentes de las homilías supieran discernir con sentido crítico la dosis de fundamentalismo que algunas de nuestras construcciones morales clásicas pueden contener. Sería todavía mejor que los autores de las homilías incorporaran a sus contenidos esta visión crítica y esta superación del fundamentalismo.
Para la
revisión de vida ¿Cuál es mi posición respecto al
matrimonio católico? ¿Qué pienso sobre las parejas separadas y vueltas a casar?
¿Hay recelos contra ellas? ¿Considero justa la norma según la cual esas
personas deben ser excluidas de la comunión? Confronto mis posiciones y las
disposiciones de la iglesia católica con el evangelio de Jesús. Para la
reunión de grupo Siguiendo el método de «lectura
popular de la Biblia» volver a tomar el relato de la creación completo, y
comentarlo desde una perspectiva de género, con ojos sensibles a la igualdad
del hombre y de la mujer. Hacer lo mismo desde un punto de
vista ecológico, enjuiciando la forma como estos textos presentan la relación
del hombre con la naturaleza. Debemos los cristianos hacer que
se sancione por ley civil la legislación canónica? ¿Por qué los cristianos no
podemos pedir que se exija a todos los ciudadanos lo que nos exigimos a
nosotros en razón de nuestra propia fe? Comparar esto con fundamentalismos de
otras religiones. Para la
oración de los fieles Oremos por nuestras iglesias, para
que las acciones pastorales que en ellas realizamos sean en verdad un signo
creíble del amor y acogida de Dios a los más débiles. Por quienes dirigen la sociedad para
que desde sus puestos de responsabilidad y gobierno impulsen políticas de
justicia y reconocimiento a la dignidad de la mujer. Por nuestras mujeres, para que
sepamos ver en ellas la presencia tierna del Padre que nos invita a trabajar
por el bien de todos y todas. Por nosotros, por nuestros grupos,
por las parejas de nuestra comunidad, para que en lugar de tanta teoría nos
empeñemos en dar testimonio del amor y la misericordia entre nosotros mismos. Oración
comunitaria
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