TRIGESIMOTERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "B" Interleccional: Salmo 15 Segunda lectura: Hebreos 10,11-14. 18 EVANGELIO Marcos 13, 24-32 24Ahora bien, en
aquellos días, después de aquella angustia, el sol se oscurecerá y la luna no
dará su resplandor, 25las estrellas irán cayendo del cielo y las
potencias que están en el cielo vacilarán, 26y entonces verán
llegar al Hombre entre nubes, con gran potencia y gloria, 27y entonces enviará a los ángeles
y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, del confín de la tierra al
confín del cielo. 28De la higuera,
aprended el sentido de la parábola: Cuando ya sus ramas se ponen tiernas y echa
las hojas, sabéis que el verano está cerca. 29Así también
vosotros: cuando veáis que esas cosas están sucediendo, sabed que está cerca, a
las puertas. 30Os aseguro que no
pasará esta generación antes que todo eso se cumpla. 31El cielo y la
tierra pasarán, pero mis palabras no pasaran. 32En cambio, en lo
referente al día aquel o la hora, nadie entiende, ni siquiera los ángeles del
cielo ni el Hijo, únicamente el Padre. COMENTARIOS Leo en el
Evangelio de Marcos: "Pero en aquellos días, después de aquella angustia,
el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán
del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir a este Hombre sobre
las nubes, con gran fuerza y majestad, y enviará a los ángeles para reunir a
sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte..." Los
predicadores de turno, interpretando este párrafo al pie de la letra, nos
asustaban con esa catástrofe a la que está abocado nuestro universo en su recta
final. El mismo Dios, que lo había creado y que parecía estar orgulloso de su
obra, parecería haber cambiado de opinión, pues estaría decidido -tal vez
debido al pecado del hombre- a acabar con el sistema que él mismo inventó. Dios
haría al final algo nuevo y mejor... Pero no terminaban ahí los comentarios.
Porque eso nuevo que Dios iba a hacer era enviar a su Hijo entre las nubes del
cielo, con ángeles a son de trompeta, con el fin de convocar a todas las
naciones para un ajuste de cuentas: un juicio de venganza para los malos y un
premio de vida eterna para los buenos. Y me digo yo:
¿de dónde se habrán sacado los predicadores todo este discurso? Porque me da la
impresión de que, en este párrafo, no se habla ni del fin del mundo ni del
juicio final. De nada de eso. Y por supuesto que nada se dice ahí de que todo
nuestro mundo creado por Dios - con su sol, luna y estrellas- vaya a venirse
por tierra, pues esto, si llega algún día, será por otras razones distintas a
las aquí expuestas. A mi juicio
-y tras un estudio lento y minucioso del extraño lenguaje de esta página
evangélica - hay que dar otra explicación: Vivimos en un
mundo que no funciona. La injusticia, la guerra, la división, la persecución de
todos aquellos que luchan por la verdad y la justicia, la opresión cada día
mayor de los oprimidos, la división en el seno de la familia, las luchas
fratricidas, la droga, el alcoholismo, la marginación, el paro, el hambre y un
largo etcétera de tristes realidades son el pan amargo nuestro de cada día.
(Con bellas palabras Marcos describe en el capítulo 13 de su Evangelio el mundo
de entonces, muy similar al nuestro). El mundo no funciona, ni hoy ni ayer. Y
ante tanta tragedia es necesario soñar y esperar que es posible un cambio al
que solamente llegaremos con la propia resistencia, lucha y unión de todos:
"Quien resista hasta el final, se salvará". El Evangelio
anima a seguir luchando a los cristianos, inmersos en este mundo de desgracias
y sombras. Y como la realidad era tan dura -hoy también- recurre a la poesía, a
la hipérbole, citando frases e imágenes de los profetas-poetas Isaías, Daniel y
Zacarías, y recomponiéndolas para hacer un canto a la esperanza: el día en que
venga el Hijo del Hombre para reunir a los elegidos, a todos aquellos que
lucharon por la causa de un mundo distinto, los cimientos del orbe, de este
sistema mundano se conmoverán... Nada se dice aquí de que Jesús venga a
castigar a los malos: vendrá a reunir a todos los elegidos dispersos por el
mundo. Aquél será un gran día. Mejor dicho,
fue un gran día. Porque el Hijo del Hombre ya vino, y ya comenzó a reunir a los
hijos dispersos de Dios. Por llevar adelante su tarea los hombres lo mataron,
pero Dios -así lo creemos- lo resucitó. Aquel día comenzó el fin de este mundo
que aú85no ha llegado a su fin; porque este mundo, con su egoísta
funcionamiento, fue sentenciado a muerte cuando Jesús se manifestó con poder y
majestad en el trono de la cruz, invitándonos a seguir en la brecha para poner
fin a un mundo que conduce a la muerte.
El fin del mundo ha comenzado ya. La luz del amor de Jesús -allí donde brilla-
hace oscurecer las tinieblas de todos esos soles y astros, -el dinero, el capital, el poder, los
honores...- en torno a los que gira nuestro universo mundo. II Desde que los faraones se declaraban hijos
de los dioses o los emperadores romanos exigían que sus súbditos les rindieran
adoración hasta los emperadores y los dictadores de este siglo, todos los
poderosos han justificado su poder en nombre de Dios; algunos incluso en nombre
del Dios de Jesús, a pesar de que Jesús dejó claramente establecido que su
Padre no es un Dios de tiranos "DESPUES DE AQUELLA ANGUSTIA..." Jesús acababa
de anunciar que el templo de Jerusalén sería destruido (Mc 13,1-2). Ante este
anuncio, los discípulos interpretan que, como había sucedido en otras
ocasiones, también a este próximo desastre seguiría una acción salvadora de
Dios para realizar la restauración, ahora definitiva, del reino de Israel, y
preguntan a Jesús que cuándo sucederán esas cosas y con qué señal anunciará
Dios su intervención salvadora en favor de la nación judía (Mc 13,3-4). La
respuesta de Jesús, de la que forma parte el evangelio de hoy, es doble: por un
lado, les dice que Dios no va a intervenir para salvar a la nación israelita y
que, por tanto, no habrá señal ninguna que la anuncie (Mc 13,5-8.14-23); por
otro, les comunica que con el desastre de la religión judía comenzará una nueva
etapa de la historia, un proceso de liberación abierto a toda la humanidad (Mc
13,24-27). La ruina del templo no pertenece al plan de Dios, sino que es efecto
de la infidelidad de Israel; esta infidelidad -que ha llegado al colmo cuando
los dirigentes y la mayor parte del pueblo han rechazado a Jesús- ha hecho
ineficaz la fuerza salvadora de la antigua alianza, que por eso deja ya de
tener vigencia; su ruina será un momento de gran
angustia, pero éste no será el final, sino el comienzo de los dolores de
parto que preceden al alumbramiento de una nueva humanidad; el nacimiento y la
maduración de ese mundo nuevo serán consecuencia del anuncio de la Buena
Noticia, que tiene que proclamarse a
todas las naciones (Mc 13,9-13). Al momento de la ruina de Jerusalén y al
comienzo de la entrada de los pueblos paganos en el reino de Dios se refiere la
comparación de la higuera. «...EL SOL SE
OSCURECERÁ...» En aquellos
días, después de aquella angustia, el sol se oscurecerá y la luna no dará su
resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo y las potencias que están en
el cielo vacilarán, y entonces verán llegar al Hombre entre nubes con gran
potencia y gloria... En el Antiguo
Testamento, el sol y la luna representaban a las divinidades paganas (Dt
4,19-20; 17,3; Jr 8,2; Ez 8,16); los astros y las potencias del cielo, a los
jefes de las naciones que justifican su poder en nombre de sus dioses y que se
divinizan a sí mismos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10). Diversos pasajes describen
la caída de los imperios usando imágenes de una catástrofe cósmica (Is 13; 34; Jr
4,20-26; Ez 32,1-8). Con este mismo lenguaje, Jesús anuncia cuál va a ser el
efecto del anuncio del evangelio a los demás pueblos. La traducción de todo
este conjunto de imágenes podría ser, en síntesis, ésta: Los sistemas
de poder establecidos en las naciones se asientan en la opresión de los pueblos
y son justificados por las respectivas religiones paganas. Al igual que la
predicación de Jesús descubrió la corrupción del sistema judío, la predicación
del evangelio a todos los pueblos va a descubrir que esos sistemas son
injustos, tiránicos y causa de sufrimiento y de muerte; entonces las
divinidades paganas aparecerán ante quienes las veneran como dioses falsos y
los poderes opresores que se apoyan en ellas irán cayendo. No se habla
aquí de un momento final en el que toda injusticia será derrotada, sino de un
proceso que se irá repitiendo a lo largo de la historia, consecuencia del
avance de la Buena Noticia entre los hombres y los pueblos del mundo. «...VERÁN LLEGAR AL
HOMBRE...» ... y entonces enviará a los ángeles y
reunirá a los elegidos de los cuatro vientos, del confín de la tierra al confín
del cielo. Naturalmente
que los poderosos se resistirán a caer, y usarán para defenderse su única arma:
la muerte, en la que afianzan sus cimientos sus sistemas de poder. Y como Jesús
entregó su vida por manifestar a los hombres que Dios es Padre, un Dios que es
amor, que comunica vida y que quiere que todos vivamos como hermanos, habrá
muchos otros seguidores de Jesús que continuarán su tarea y que serán perseguidos
a muerte por los poderosos, a quienes la revelación de un Dios que no soporta
la injusticia y la opresión deja en evidencia; muchos de estos seguidores,
fieles hasta el final, morirán, pero su muerte no será definitiva, porque el
Hombre, que posee la capacidad de dar vida definitiva, vendrá a recoger a aquellos que vayan cayendo en
la lucha por convertir este mundo en un mundo de hermanos. Y lo que podría
parecer una derrota, se revelará como el triunfo definitivo del Hombre y de sus
partidarios. A ese momento
se refiere la última frase del evangelio de hoy, frase con la que comenzaba el
evangelio del primer domingo de Adviento; así la comentábamos: «Ahora bien:
"en lo referente al día aquel o a la hora, nadie entiende, ni siquiera los
ángeles del cielo ni el hijo; únicamente el Padre", esto es, no hay que
vivir preocupados por esa hora y ese día: de ese asunto entiende sólo el Padre, quien, llegado el momento, prestará a sus
hijos la ayuda que sea menester. El peligro es dormirse mientras tanto en los laureles.» Y los peores
laureles en los que un seguidor de Jesús podría dormirse son los de los
tiranos, que, a pesar del evangelio, se empeñan en justificar sus tiranías por la gracia de Dios. III La frase
introductoria marca una nueva época, con las mismas características que el
tiempo de «la angustia» (en aquellos
días), pero que no se identifica con ella (después de aquella angustia). Continúan «los dolores» del parto
(13,7) de la humanidad nueva, el proceso liberador en la historia iniciado con
la caída de Jerusalén. Es la época de la instauración del reinado de Dios en la
humanidad, el período histórico que puede llamarse escatológico o último. Era un
recurso literario frecuentemente utilizado por los profetas describir la caída
de un imperio o nación opresora, concebida como un juicio divino o una
intervención de Dios en la historia, utilizando imágenes cósmicas; así en los
siguientes pasajes: Is 13, ruina de Babilonia; Is 34, de Edom; Jr 4,20-23, del
desastre que amenazaba a Judea y Jerusalén; Ez 32,7s, de Egipto; también Jl
2,10; 3,4; 4,15; Am 8,9. Cada una de estas descripciones indica un viraje
decisivo en la historia, pero no el final de la historia misma; en ellas, la
destrucción se concibe como un juicio de Dios, pero no como un juicio final; de
hecho, la vida continúa. Como en los textos proféticos, las imágenes cósmicas
que se encuentran en este pasaje de Mc no han de ser tomadas en sentido
literal, sino figurado, y, como en ellos, no indican el fin del mundo y de la
historia. Sin embargo,
a diferencia de los profetas, que usaban la imagen de la conmoción cósmica para
subrayar la gravedad de acontecimientos y desastres que afectaban a la
humanidad, en Mc los fenómenos cósmicos no aparecen como un reflejo de lo que
sucede en el mundo humano; se describen sin haber mencionado a éste, como
anteriores a las consecuencias que puedan tener. De hecho, las descripciones
de los profetas están teñidas de dolor y desgracia, mientras que en Mc la
figura de un sistema cósmico que se deshace es signo de liberación. A la luz de
los textos proféticos, el significado de estas imágenes puede exponerse así: en
el AT, los astros aparecen como objeto de culto idolátrico, y dar culto a Yahvé
o los astros establecía la distinción entre Israel y los paganos (Dt 4,19s;
17,3; 2 Re 17,16; Jr 8,2; Ez 8,16). A diferencia de la unidad anterior
(14-23), donde se trataba del mundo judío, en ésta, el sol y la luna representan a los falsos dioses: la conmoción
cósmica afecta al mundo pagano. El oscurecimiento de los astros mayores significa
el eclipse de esos dioses: los valores representados por ellos se juzgan ahora
inaceptables. v. 25: ... «las
estrellas irán cayendo del cielo y las potencias que están en el cielo
vacilarán». Las estrellas o astros designan en
ciertos textos del AT a los poderes políticos opresores (cf. Is 14,12-14;
24,21; Dn 8,10), que se han arrogado rango divino; irán cayendo del cielo (c£ Is 14,12) indica una serie de hechos
puntuales sucesivos; la caída de estos poderes se describe, por tanto, como un
fenómeno que irá teniendo lugar durante toda la época que sigue a la
destrucción de la nación judía. Las
potencias que están en los cielos, en oposición a «vuestro Padre que está
en los cielos» (11,25), son entidades que han usurpado el lugar exclusivo del
Padre. Representan fuerzas de muerte (Dios = fuerza de vida), es decir, los
poderes opresores que se arrogan rango divino y que verán cuestionado su rango
y su dominio (vacilarán) en la época
posterior a la ruina de Jerusalén. Bajo la
conmoción cósmica aparece, pues, el siguiente contenido: los valores del
paganismo se encarnan en los falsos dioses (sol y luna), que fundamentan la
divinización del poder (estrellas, potencias del cielo). El sistema
ideológico-religioso perderá crédito (oscurecimiento de sol y luna), lo que
provocará la caída progresiva de los regímenes legitimados por él. Mc no
explicita la causa de estos hechos, pero la supone. Lo mismo que la nación e
institución judías conocen su ruina por rechazar el mensaje de Jesús y dar
muerte al «Hijo» (12,6-8), haciendo culminar así su infidelidad a la alianza,
también los regímenes paganos opresores caen por rechazar el mensaje de Jesús,
predicado ahora por sus seguidores en el mundo entero (13,10), y dar muerte a
los que lo proclaman. Es la actitud ante el mensaje de Jesús en favor del
hombre la que va decidiendo el curso de la historia. v. 26: «y
entonces verán llegar al Hijo del hombre entre nubes, con gran potencia y
gloria». Y entonces indica que la llegada del Hijo
del hombre se verifica inmediatamente después del eclipse de los falsos dioses
y la caída de los poderes opresores y significa su triunfo sobre ellos. Son
éstos los que verán esa llegada y ese
triunfo. Es la segunda llegada del Hijo del hombre; la primera, que
corresponde a la caída del sistema judío, es la que anunciará Jesús en su
juicio ante el sumo sacerdote y será vista por sus jueces (14,62). Ahora bien,
dado que la caída de las estrellas/poderes no indica un hecho único, sino
sucesivo en la historia, tampoco la segunda llegada será única, sino iterada:
cada caída de un poder opresor («estrellas y potencias») será un triunfo del
Hombre, percibido por los mismos opresores (14,62). La dignidad
del Hijo del hombre (el Hombre en su plenitud, incluyendo la condición divina)
va explicada por varios símbolos: entre
nubes, marco que rodea su figura, señala su verdadera condición divina, por
oposición a la usurpada por los poderes; la llegada equivale a la de Dios mismo
(Sal 89/88,7; 68/67,34); la potencia es
la fuerza que da vida (12,24; 14,62); la gloria,
la realeza, que es la del Padre (8,38). Con estas
imágenes afirma Mc que, a partir de la caída de Jerusalén, se irá verificando
en la historia del mundo un triunfo progresivo de lo humano (el Hijo del
hombre) sobre lo inhumano (los regímenes opresores de la humanidad). v. 27: «y
entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos,
del confín de la tierra al confín del cielo». Así como la
conmoción cósmica no anuncia un juicio, tampoco la llegada del Hijo del hombre
presenta rasgo alguno de violencia o castigo; su objetivo es reunir a sus
elegidos. Enviará a sus ángeles, manera
de designar a sus seguidores que han llegado a la meta (cf. 8,38): la reunión
de los elegidos es la última misión
de los seguidores de Jesús; los que le ayudaron a realizar su obra le ayudan a
recoger el fruto (cf. 4,29). Como la llegada del Hijo del hombre, también esta
reunión tendrá lugar cada vez que se verifique «la caída de las estrellas». Sus elegidos (por oposición a los de la
antigua alianza, vv. 20.22) son los que, en la proclamación del mensaje, «han
resistido hasta el fin» (13,13; cf. 10,38s), la nueva humanidad, procedente del
mundo entero (de los cuatro vientos, cf.
Dt 28,64; 30,4). No se
menciona la resurrección de los elegidos antes de su reunión; se habla de
ellos, sin embargo, como de hombres vivos. En contexto de mundo pagano, Jesús
no utiliza el término «resurrección», perteneciente a la cultura judía, expresa
la misma realidad afirmando simplemente la continuidad de la vida. El objetivo
de la reunión es integrar a los elegidos en la comunidad definitiva, «el fin»
(13,7.13: «se salvará»), el reino de Dios y del Hombre. Esquematiza
así Mc la dinámica de la salvación en la historia: ésta no tendrá lugar
mediante una intervención divina portentosa (contra la ideología mesiánica del
judaísmo), sino mediante la colaboración de los hombres que, siguiendo a Jesús,
proclaman la buena noticia sin arredrarse ante la persecución. La caída de los
poderes, que aparece como instantánea, es un proceso histórico que se
desarrolla en el tiempo; lo cierto es que lo que se opone al desarrollo y plenitud
humanos acabará por caer. v. 28: «De la
higuera, aprended el sentido de la parábola: Cuando ya sus ramas se ponen
tiernas y echa las hojas, sabéis que el verano esta cerca». La mención de
la higuera coloca al lector en la
temática del templo y de su ruina (11,13.20s: la higuera seca); se conecta así
esta unidad con «la gran angustia» descrita en la parte anterior (13,14-23). Lo
que sucede con la higuera puede aclarar el sentido de una determinada parábola, en concreto la de los
viñadores homicidas, pronunciada en el templo (12,1-9); su sentido no ha sido
agotado por la predicción de la catástrofe, pues en ella se anuncian al mismo
tiempo destrucción (aspecto negativo) y paso del Reino a otros pueblos (aspecto
positivo). El verano es la estación de la cosecha
y, por tanto, de la abundancia y la alegría (Sal 126/125,5; Is 9,2); ha de
relacionarse con 4,29: «la cosecha está ahí», donde «cosecha» es un colectivo
que engloba los frutos individuales, imagen de los hombres nuevos. La alegría
connotada por «el verano» se refiere, pues, a una cosecha de hombres, en
particular paganos (Jl 4,10.13), que comenzarán a aceptar en gran número el
mensaje de Jesús. La ruina de la nación judía señalará el momento propicio para
ello. La fecundidad sigue existiendo, pero no ya en ese pueblo, cuyas
instituciones no han cumplido su cometido y están destinadas a desaparecer: el
reino de Dios se ha transferido a otros pueblos (12,9). v. 29: «Así
también vosotros: Cuando veáis que esas cosas están sucediendo, sabed que está
cerca, a las puertas». En este
contexto, la fórmula así también vosotros
implica de nuevo la incomprensión de los discípulos (cf. 7,17) y les
advierte que deben aprender, como ya han hecho otros y lo indicaba la parábola
de los viñadores, que la ruina que se ha descrito anuncia el paso del reinado
de Dios a la humanidad entera. Han de pasar de una solidaridad étnica a otra
universal. v. 30: «Os
aseguro que no pasara esta generación antes que todo eso se cumpla». Este dicho
solemne (Os aseguro) es el centro de
la unidad. Esta generación es la de
Jesús, la que mantiene la esperanza de un Mesías triunfador que había de dar a
Israel la hegemonía sobre los pueblos paganos (cf. 8,12.38; 9,19); es la
generación del segundo éxodo, el del Mesías, que se comporta como la del
primero (Dt 32,5.20; Sal 95/94,10); ella debía haber visto el cumplimiento de
las promesas, pero rechaza la oferta de salvación. Todo eso, lo que se va a cumplir dentro
de la misma generación, incluye tanto la ruina de Jerusalén como la entrada de
los paganos en el Reino. v. 31: «El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Este dicho
lapidario confirma la certeza profética de la predicción anterior: la promesa
del Reino es más segura que la continuación del universo. v. 32: «En
cambio, en lo referente al día aquel o la hora, nadie entiende, ni siquiera los
ángeles del cielo ni el Hijo, únicamente el Padre». En contraste
con el momento conocido («esta generación») expuesto en el dicho anterior, se
habla aquí de un momento desconocido. El
día es el de la llegada del Hijo del hombre en relación con la caída de un
poder opresor, descrita en la unidad anterior (13,26), y señala un acontecimiento
gozoso y definitivo: la vida, más allá de la muerte, de los que se han
entregado hasta el fin por la proclamación del mensaje (13,27: reunión de los
elegidos, el Reino definitivo); la hora es
la de la pasión de cada discípulo (13,11: ayuda divina, el Espíritu),
acontecimiento doloroso, pero transitorio. Los discípulos habían preguntado por
el momento de un «fin» colectivo, que iniciaría el reino mesiánico (13,4); pero
«el fin» no es único ni está ligado a la destrucción de Jerusalén; se va
verificando para cada individuo, como desenlace de su entrega personal (13,13).
Por eso no es importante conocer el momento, sino saber que está en manos «del
Padre», nombre de Dios en la comunidad cristiana, en la nueva humanidad (cf.
13,19: «Dios», el Creador, se refiere a la humanidad entera; 13,20.22: «el
Señor» Yahvé, a la antigua alianza). Nadie entiende: es decir, a nadie
compete actuar más que al Padre, con su amor hacia los discípulos, sus hijos
(11,25); él desplegará su actividad en esos momentos cruciales. En «la hora»,
dando al discípulo la ayuda del Espíritu para que tenga las palabras adecuadas
a la situación (13,11); en «el día», con la llegada del Hijo del hombre,
portador de la fuerza de vida (13,16); ésta hará que superen la muerte, y serán
reunidos en la gloriosa etapa final del Reino. Será el Padre quien reivindique
al Hijo y a los suyos ante los perseguidores (cf. 12,36). IV Por su parte
el evangelio nos presenta una mínima parte del «discurso escatológico» según
san Marcos. Un poco antes de comenzar la narración de la pasión, muerte y
resurrección de Jesús, los tres sinópticos nos presentan palabras de Jesús
cargadas de sabor escatológico. El pasaje de
hoy hay que leerlo a la luz de todo el capítulo 13. Es más, conviene que en
casa o en el grupo lo leamos completo y, de ser posible, leamos también el
discurso escatológico de Mateo y de Lucas, eso nos ayudará a ver mucho mejor
las semejanzas y las diferencias entre los tres y, por otro lado, nos
facilitará una mejor comprensión del sentido y finalidad que cada uno quiso
darle a esta sección. Tengamos en
cuenta que en ningún momento hablan los evangelistas del «fin del mundo», en
sentido estricto, esa es una interpretación equivocada que no ha traído los
mejores resultados ni a la fe del creyente ni a su compromiso con el prójimo y
con la historia. No es éste, con palabras sacadas de aquí y de allá, el
«fundamento» bíblico o teológico de las «postrimerías» del hombre que nos
enseñaba el «catecismo del padre Astete», o de los «novísimos» que nos
enseñaban en teología... O, por lo menos, no se debe reducir a eso. Jesús no
predica el fin del mundo, ése no era su interés. Las imágenes de una conmoción
cósmica descrita como estrellas que caen, sol y luna que se oscurecen, etc.,
son una forma veterotestamentaria de describir la caída de algún rey o de una
nación opresora. Para los antiguos, el sol y la luna eran representaciones de
divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás
astros y lo que ellos llamaban «potencias del cielo», representaban a los jefes
que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos,
sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10).
Pues bien, en línea con al Primer Testamento, Jesús describe no tanto la caída
de un imperio o cosa por el estilo, para él lo más importante es anunciar los
efectos liberadores de su evangelio; y es que el evangelio de Jesús debe
propiciar en efecto el resquebrajamiento de todos los sistemas injustos que de
uno u otro modo se van erigiendo como astros en el firmamento humano. Jesús es
consciente y sabe que la única forma de rescatar, redireccionar el rumbo de la
historia por los horizontes queridos por el Padre y su justicia, es haciendo
caer los sistemas que a lo largo de la historia intentan suplantar el proyecto
de la justicia querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado de vida
pero que en realidad es de muerte. Esta tarea la debe realizar el discípulo, el
que ha aceptado a Jesús y su proyecto. Recordemos la intencionalidad teológica
y catequética de Marcos: a Jesús, el Mesías (cuyo «secreto» se mantiene a lo
largo de todo el evangelio) sólo se le puede conocer siguiéndolo; y bien, el
seguimiento implica no sólo ir detrás de él, implica además, tomar el lugar de
él, asumir su propuesta como propia y luchar hasta el final por su realización.
Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los oprimidos cuando son liberados. Esa debiera de ser nuestra preocupación constante y el punto para discernir si en efecto nuestras tareas de evangelización y nuestro compromiso con la transformación de lo injusto en relaciones de justicia está causando de veras ese efecto que debe tener el evangelio o si simplemente estamos ahí a merced de las corrientes del momento esperando quizás que se cumpla lo que no ni siquiera pasó por la mente de Jesús.
Para la
revisión de vida ¿Cuál es mi compromiso real y
concreto en la transformación del orden de cosas actual para que llegue el
nuevo orden, el futuro orden, el «otro mundo posible», el «sueño de Dios». Para la
reunión de grupo Hacer un
cuadro en el que aparezcan lo que se denomina como «discurso escatológico» de
Jesús según la versión de Mt, Mc y Lc. Establecer las semejanzas y las
diferencias. Elaborar sus propias conclusiones en orden a corregir las falsas
creencias que sobre algunas palabras de Jesús nos han metido en la cabeza. El final de
este mundo, en cuanto tal, es algo que en principio no entra en nuestros
cálculos humanos; nadie se plantea la eventualidad de que pueda acontecer
durante su propia vida. ¿Qué pueden significar, en este contexto, los relatos
evangélicos (y bíblicos en general) sobre «el fin del mundo»? ¿Bajo qué
condiciones hermenéuticas (interpretativas) pueden ser «significantes» para el
hombre y la mujer actual? En la Edad
Media, y aun mucho después, y en algunos contextos culturales casi hasta hace
poco, la estrella principal del horizonte humano era la salvación/condenación,
la eternidad más allá de la muerte, el fin del mundo-global o del
mundo-personal por la muerte cósmica o personal. La sociedad y la cultura
occidental actual ignora positivamente estas dimensiones. ¿Qué hacer para
hablar de ellas: repetición, reinterpretación, resignificación, abandono…? Para la
oración de los fieles Por los
cristianos del mundo entero para que su esperanza en la venida de Cristo se
traduzca en un efectivo compromiso de lucha por la justicia, oremos. Por quienes
dirigen nuestras iglesias para que llenos de esperanza sepan promover el bien
entre los demás, oremos. Por nuestros
grupos y comunidades para que nuestro trabajo apostólico esté siempre orientado
a la búsqueda de una mejor calidad de vida para todos, oremos. Por quienes
no creen o no aceptan el Evangelio, para que viéndonos a nosotros lleguen a
descubrir el reino de la justicia y el amor, oremos. Oración
comunitaria Dios Padre del ser humano,
de la Tierra, del Cosmos, de los miles de millones de estrellas que pueblan la
noche… Tú que eres el origen misterioso de los Astros, y el fin inefable del
Universo, danos un corazón sensato para comprender la pequeñez de nuestra vida,
y lúcido para ponerse al servicio de la Vida hacia la que nos llamas. Tú que
vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.
|
|
|