LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
CICLO "C" Primera lectura: Eclesiástico 3, 2-6. 12-14 EVANGELIO 44 Creyendo que iba
en la caravana, después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre
los parientes y conocidos; 45al no encontrarlo, regresaron a
Jerusalén en su busca. 46A los tres días lo
encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y
haciéndoles preguntas. 47Todos los que lo oían estaban desconcertados
de sus inteligentes respuestas. 48Al verlo, quedaron impresionados,
y le dijo su madre: -Hijo, ¿por qué te has portado
así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo! 49Él les contestó: -¿Por qué me buscabais? ¿No
sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre? 50Pero ellos no
comprendieron lo que les había dicho. 51Jesús bajó con
ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo
aquello en la memoria. 52Y Jesús iba adelantando en saber, en madurez
y en favor ante Dios y los hombres. COMENTARIOS Los padres de
Jesús «iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús
cumplió doce años subieron a las fiestas según la costumbre, y cuando éstas
terminaron, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo
supieran sus padres. Estos, creyendo que iba en la caravana, al terminar la
primera jornada se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; y, como
no lo encontraban, volvieron a Jerusalén en su busca» (Lc 2,41ss). Esta fue la
primera trastada oficial de Jesús; después haría muchas más, hasta dar al
traste con las ideas mesiánicas de muchos, como había anunciado Simeón: «Mira:
éste está puesto para que todos en Israel caigan o se levanten; será una
bandera discutida, mientras que a ti una espada te traspasará el corazón; así
quedará patente lo que todos piensan» (Lc 2, 34-35). «A los tres
días lo encontraron por fin en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que lo oían estaban
desconcertados de sus inteligentes respuestas» (Lc 2,46-47). Jesús, el que
sería Maestro, comienza de alumno. Por primera y única vez llama el
evangelista Lucas 'maestros' a los doctores judíos, cuya enseñanza caería por
tierra ante la de Jesús. Más adelante, de mayor, éste se encargaría de minar la
doctrina de aquellos maestros, mostrando sus incoherencias y ridiculizándola
hasta el extremo. Lucas, desde el principio de su evangelio, ofrece un adelanto
de lo que sería el quehacer cotidiano de Jesús: dinamitar un sistema religioso
que alejaba al hombre de Dios y lo hundía en la conciencia de su propia culpa,
hasta el punto de no poder levantar cabeza. Lucas no dice
en torno a qué temas giró aquel primer diálogo de Jesús con los maestros. Pero
algo parece claro: sus respuestas produjeron desconcierto y extrañeza entre los
presentes. ¡Los que creían tener 'la llave de la ciencia', desconcertados por
las respuestas de un niño de doce años! Tal vez, desde el principio, no se
atuviese Jesús a la tradición de sus mayores, mostrándose crítico con el
magisterio oficial del templo; de ahí que sus respuestas produjesen
desconcierto o extrañeza. Pero Jesús no
sólo desconcertó a los maestros, sino también a sus padres, responsables de su
primera educación, transmisores de la educación tradicional en el seno de la familia.
La pregunta que le hace su madre y la respuesta de Jesús muestran a un Jesús
que no acepta la autoridad paterna. «-Hijo, ¿por qué te has portado así con
nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo! El les contestó: -¿Por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre? » Las
traducciones de la Biblia dicen 'en la casa de mi Padre', pero la palabra
'casa' (en griego oikos u oikia) no aparece en el texto original.
Dios no estaba en aquella casa o templo, a la que más tarde Jesús designaría
'cueva de bandidos'. Dios estaba más bien «en lo que es de mi Padre» (en
griego, en tois tou patros mou). Y lo
que era de su Padre, lo único que aquellos doctores habían dejado intacto, era
la palabra de Dios contenida en la Biblia; allí aparecía una imagen de Dios
muy distinta de la propugnada por la enseñanza oficial, que daba más
importancia a los comentarios a la Biblia que a la misma Biblia, anulando con
frecuencia la palabra divina para sustituirla por mandamientos humanos (Mc
7,9-13). La respuesta
de Jesús a sus padres es la primera intervención hablada de Jesús en el
Evangelio de Lucas. Denominando a Dios 'mi padre', Jesús se muestra
independiente de José y María, sus padres, transmisores naturales de la cultura
y tradiciones religiosas de Israel. Pero ellos
«no comprendieron lo que quería decir... María, su madre, conservaba todo
aquello en la memoria.» Tal vez algún día llegaría a comprender que su hijo
Jesús era hijo de Dios y había venido a desvelar el verdadero rostro de Dios,
tan distinto del Dios cuya presencia se había reducido al espacio del templo y
cuya voz había sido monopolizada por los maestros de Israel, mercenarios de un
rebaño al que quitaban a diario la vida. Mientras
tanto, a María no le quedaba otra alternativa que «conservar en la memoria todo
aquello» y darle vueltas hasta llegar a comprender que su hijo no les
pertenecía y que no estaba sometido a otra autoridad que a la de su padre-Dios. II
No le bastó con ofrecerse a todos como Padre y quiso ser también hijo y
hermano. Y se hizo presente, como hijo de hombre, en una familia para
enseñarnos a ser hombres y hermanos de los hombres. Hoy recordamos a aquella
familia de Nazaret, que podría servir de ejemplo para las familias cristianas.
Sus padres iban cada año a
Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había cumplido doce años, subieron
ellos a la fiesta según la costumbre... En Israel se
alcanzaba la mayoría de edad a los doce años. Desde entonces el israelita se
consideraba miembro de pleno derecho de la comunidad religiosa judía (excepto
para algunas cuestiones, como el servicio de armas) y quedaba plenamente
sometido a la Ley de Moisés; por eso era a esta edad cuando los niños judíos
acompañaban a sus padres por primera vez en la obligada peregrinación anual de
Jerusalén. José y María
eran dos israelitas piadosos, cumplidores de la Ley, observantes de las
costumbres y normas religiosas, y en ese espíritu querían educar a su hijo,
Jesús.
... y cuando los días
terminaron, mientras ellos se volvían, el joven Jesús quedó en Jerusalén sin
que se enteraran sus padres. Para Jesús,
las relaciones familiares son importantes: quiso nacer en el seno de una
familia sencilla y crecer en ella, como cualquier hijo de vecino. Al terminar
este relato, Lucas afirma que, después de que sus padres lo encontraran «en el
templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles
preguntas», y después de algunas aclaraciones que José y María «no
comprendieron», «Jesús bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su
autoridad». Pero la familia ni tiene por qué ser un ámbito en el que la
libertad y la independencia de todos quede subordinada a la autoridad de uno de
sus miembros, ni puede ser el principal centro de la vida de quien aspira a
romper todas las barreras que impiden a los hombres encontrarse y quererse como
hermanos; la independencia de Jesús en este relato anuncia la que, de modo
definitivo, mostrará cuando María y algunos de sus familiares pretendan
acercarse a él quedándose fuera del grupo de los que lo escuchan: «Madre y
hermanos míos son los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen por obra» (Lc
8,21).
¿Por qué me buscabais? No
sabíais que yo tengo que estar en lo que
es de mi padre? Su origen
humano no lo ata ni a una familia, ni a un pueblo, ni a una cultura, ni a unas
instituciones religiosas; él está en relación directa y privilegiada con el
Padre del cielo; por eso él es a partir de ahora el lugar de la presencia de
Dios en la tierra. Su atención a los que sólo esta vez el evangelio de Lucas
llama maestros, los expertos en la Ley de Moisés, no muestra más que el respeto
a la experiencia de un pueblo que sintió intervenir a Dios en su historia para
hacerlos hombres libres, experiencia que sirvió de preparación para otra que
la va a superar y que está ya a las puertas: Dios va a intervenir de nuevo en
la historia para ofrecer a todos los hombres la oportunidad de ser aún más
libres, dándoles la posibilidad de ser hijos y la de ser felices como hermanos.
Esa es la misión que trae a Jesús por esta tierra, y ante ella, todo lo demás
pierde importancia: la familia, las instituciones religiosas, la propia
persona, la misma vida. La
Sagrada Familia puede ser ejemplo de las familias cristianas sólo si la
miramos desde la perspectiva de Jesús. En ella el Hijo de Dios empezó a ser y
aprendió a ser hijo de hombre, para enseñarnos a ser hombres libres y a vivir
como hermanos. ¿Son las familias
cristianas escuelas de hombres libres, libres de prejuicios para con los demás
hombres?
Hemos llegado
al último relato del mal llamado «Evangelio de la infancia». Los pocos que se
han atrevido a negar el carácter histórico de este relato le han atribuido
valor legendario, han buscado paralelos en otras culturas, han puesto de
relieve trazos sobrehumanos propios de un niño prodigio... Después las aguas
han vuelto a su cauce, se ha mantenido su valor histórico y se han extraído
toda suerte de lecciones. Acostumbrados
ya a leer los relatos anteriores como una catequesis de adultos impartida a la
comunidad «para que compruebe la solidez de las enseñanzas con que había sido
instruida» durante el catecumenado, carece de sentido que Lucas se haya
explayado aquí contándonos un incidente que tuvo lugar cuando Jesús (según el
cómputo judío) alcanzó el umbral de su vida adulta. Al igual que en los relatos
anteriores, Lucas se ha preocupado del sentido teológico de la escena, ya que
en ningún momento se ha propuesto escribir unas memorias -ni siquiera
fragmentarias- de la vida privada de Jesús, sino, por el contrario, desglosar
su creciente personalidad y su progresiva emancipación de las categorías
socio-religiosas de su entorno judío. La escena no
tiene correlativo en la presentación paralela que ha hecho de la persona y
futura actividad del precursor. Por eso Lucas la ha enmarcado entre dos
colofones que se complementan mutuamente, como veremos en su momento. La
escena tiene valor teológico. Sirve para anticipar la nueva relación que se ha
establecido entre Dios y el Hombre, relación que produjo desconcierto entre sus
connacionales, pero que dejó trazas en la memoria del pueblo fiel.
Lucas crea un
marco apropiado para esbozar el que será el tema central de la nueva enseñanza
impartida por Jesús: el éxodo definitivo del hombre libre fuera de la
institución judía. Para ello nada mejor que las fiestas de Pascua, en que se
rememoraba el éxodo de Egipto: «Sus padres iban en peregrinación cada año a
Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había cumplido doce años,
subieron ellos según la costumbre, y cuando los días terminaron, mientras ellos
regresaban, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus
padres» (2,41-43). María y José,
exactos cumplidores de la Ley, observaron escrupulosamente el período prescrito
(dos días como mínimo), y una vez cumplidos los ritos pascuales regresaron a su
pueblo. Lucas subraya que «subieron ellos
según la costumbre», dejando entrever que Jesús no fue allí con la misma
intención, y que «mientras ellos regresaban» él se quedó. «Creyendo que iba en
la caravana, después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre los
parientes y conocidos; al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca»
(2,44-45). La triple
mención de «Jerusalén» (en sentido sacral) nos indica que lo que Lucas quiere
enseñarnos tiene que ver con la institución religiosa del judaísmo. Trece años
era la edad requerida para que un judío tomase parte activa en la comunidad
israelita. A partir de esa edad, Jesús, como buen judío, quedaría obligado a
las observaciones de su religión. Pero de momento ya se ha desmarcado de sus
padres, parientes y conocidos, es decir, de su entorno familiar.
«A los tres
días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían estaban
desconcertados de sus inteligentes respuestas» (2,46-47). Los «tres días» de
búsqueda incesante indican que lo buscaron por todas partes, menos en la
dirección que Jesús había tomado. Encuentran a Jesús en una escuela del templo,
«sentado en medio de los maestros», es decir, no como un discípulo (no se dice
que estuviese sentado a los pies de los maestros judíos) ni siquiera como un
maestro más (impartían la enseñanza «sentados»), sino como el centro de una
discusión entablada entre colegas a base de preguntas y respuestas, cuya
temática no podía ser otra que el sentido de la Pascua. Jesús, en lugar de
asistir a las ceremonias, había ido al templo para poner en entredicho la
enseñanza tradicional de los rabinos, mostrándose buen conocedor de las
tradiciones de Israel y evidenciando su sentido crítico frente a ellas. Los
maestros judíos, a su vez (única ocasión en que Lucas los llama «maestros»; en
adelante los llamará «maestros-de-la-Ley» 5,17], «letrados» [5,21] o «juristas» [7,30]), le harán
preguntas, pero él sembrará el desconcierto entre sus filas (lit. los dejará
«fuera de sí») con sus «inteligentes respuestas». Lucas anticipa así la
postrera enseñanza de Jesús en el templo (cf. 19,47-21,38), cuando el Mesías
declarará caduca la enseñanza judía.
«Al verlo,
quedaron impresionados, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué te has portado así
con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!" El les
contestó: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo
que es de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho»
(2,48-50). El reproche de la madre es el del
Israel fiel que ha intentado por todos los medios integrar a Jesús en su pasado
nacional y religioso. «Tu padre» recalca el vínculo legal y le recuerda a Jesús
el papel de José en su educación y comportamiento ante la Ley. No conciben que
el Mesías pueda separarse de la tradición representada por ellos. Jesús habla
por primera vez en el Evangelio y corrige el dicho de María: se extraña de que
lo 'buscaran', puesto que tenían suficientes elementos de juicio para llegar a
comprender que, según designio divino («tengo que estar»), no era en el templo
como lugar de sacrificios donde debían buscarlo (cf. 19,46: «cueva de
bandidos»), sino como lugar de la presencia divina («en lo que es de mi
Padre»), presencia que Jesús ve reflejada solamente en la Escritura antigua:
por eso discute con los maestros de Israel que se arrogaban el derecho de interpretarla
en exclusiva. Al llamar a
Dios «mi Padre», Jesús se independiza de los suyos y rompe con la integración
en la cultura religiosa de Israel que éstos han querido efectuar. Con la
incomprensión de «sus padres», Lucas anticipa ya la incomprensión de que será
objeto por parte de todos: dirigentes de Israel, pueblo y discípulos.
«Bajó con
ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo
aquello en la memoria» (2,51). Lucas
no podía ser más lacónico. Los plumíferos, buscadores de noticias de primera
plana, deberán estrujar su cerebro para conseguir un guión que satisfaga la
curiosidad de un público infantilizado. Pero Jesús
sigue allí, entre los suyos, como uno más. Ni siquiera se ha retirado al
desierto. No cuestiona la autoridad de sus padres, aunque ésta haya quedado muy
relativizada en la escena paradigmática del templo. Todavía no ha llegado el momento
de que manifieste su libertad. Jesús acumula imágenes y
experiencias, escucha el clamor de su pueblo humillado y oprimido, conoce de
cerca su entorno, los problemas de su gente, las represalias provocadas por los
fanáticos, la connivencia de las autoridades políticas y religiosas con los
invasores. Asiste a la sinagoga, escruta con diligencia las Escrituras, discute
con los rabinos. Sus padres no
comparten en absoluto el comportamiento tan singular de este joven, pero María
sigue almacenando en su memoria experiencias y recuerdos (cf. 2,19) cuyo
significado no llega a comprender: la mención de «su madre» al principio, en el
momento del encuentro, cuando le formula el reproche (2,48b), y al final, una
vez Jesús se ha sometido de nuevo a la patria potestad (2,5 1d), enlaza la
pregunta/reproche con la grabación en la memoria de la respuesta de Jesús;
María, aun cuando no lo comprenda, no se cierra en banda, antes bien, lo guarda
en su interior a la espera del momento en que el resto de Israel, a quien ella
representa como «madre» del Mesías, acepte y dé su adhesión a un Mesías que no está
sujeto a las tradiciones patrias, pues tiene a Dios como a único Padre. SEGUNDO COLOFÓN: CRECIMIENTO DE JESÚS EN
TODOS LOS SENTIDOS «Jesús iba
progresando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres» (2,52). El primer colofón, tras la primera
vuelta a Nazaret, habla del crecimiento del niño. En este segundo colofón ya no
se habla propiamente de «crecimiento», sino de «progreso», como compete a un
joven: «Jesús», precisa ahora (no ya «el niño», cf. 1,80a; 2,40a), sigue
adelantando en «saber» (cf. 2,40b; tanto él como Juan Bautista serán
reconocidos más tarde como «maestros»), en «madurez» personal asociada al crecimiento
en edad, más que en estatura física (el término griego es ambivalente), y en
«favor/gracia» no sólo «ante Dios», sino ahora también «ante los hombres». De
hecho, los dos colofones que conciernen a Jesús se corresponden con el único
colofón relativo a Juan. Este tenía dos partes, la que hacía referencia a su
«crecimiento» personal (1,80a) y la que anticipaba cuál sería su concepción de
la sociedad, «residía en lugares desiertos», y el alcance de su misión, su
«presentación ante Israel» (1 ,80b). El primer colofón resume el «crecimiento»
personal de Jesús en términos muy parecidos al de Juan, pero sin adelantar nada
respecto a su futuro; el segundo, después de la ruptura de Jesús con las
tradiciones ancestrales, apunta el alcance universal de la futura misión de
Jesús, «ante Dios y los hombres», en contraste con la del Bautista, «ante
Israel». IV Desde una
perspectiva cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible:
ser una comunidad de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás
con una total sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último
lugar da San Pablo, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las
costumbres y mentalidad de la época, la exhortación a la mansedumbre, a la
paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es algo realmente básico para la
familia de nuestro tiempo. El evangelio
de Lucas en el que se nos cuenta la pérdida del niño Jesús en el Templo, fue
escrito probablemente unos cincuenta años después de este suceso. Doce años es,
aproximadamente, la época en que los niños comienzan a sentirse independientes.
Para Lucas, esta primera subida de Jesús a Jerusalén es el presagio de su subida
pascual y por ello, estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte
y resurrección del Señor. La sabiduría
de Cristo ha consistido para Lc en entregarse desde su joven edad “a su Padre”,
sin que esto quiera decir que supiera ya adónde le llevaría esa entrega. Pero
en ella va incluida ciertamente la decisión de anteponer su cumplimiento a toda
otra consideración. Sus padres no tienen aún esa sabiduría. María parece que
llega a presentirla. Pero, de
todas formas, respetan ya en su hijo una vocación que trasciende el medio
familiar. Y esto es algo muy valioso para cada una de nuestras familias. La
educación de los hijos tiene que comenzar por una actitud de sincero respeto.
Si no, es imposible que surja la compresión y el amor. Pablo da
algunos consejos para la convivencia con otros. Se requiere humildad, acogida
mutua, paciencia. Y si fuese necesario, perdonar. Así procede Dios con
nosotros. Su actitud
debe ser el modelo de la nuestra (v.12-13). Pero, “por encima de todo”, está el
amor, de Él tenemos que revestirnos, dice Pablo empleando una metáfora
frecuente en sus cartas (v.14). De este modo “la paz de Cristo” presidirá en
nuestros corazones (v.15). Si el amor es
el vínculo que une a las personas, la paz se irá construyendo en un proceso, los
desencuentros irán desapareciendo (los enfrentamientos también) y las relaciones
se harán cada vez más trasparentes. En el marco de la familia humana, esos
lazos son detallados en el texto del Eclesiástico (3,3-17). Lucas nos
presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus deberes religiosos (vv. 41-42).
El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de
Jerusalén. A los tres
días, un lapso de tiempo cargado de significación simbólica, lo encuentran.
Sigue un diálogo difícil, suena a desencuentro; comienza con un reproche: “¿Por
qué nos has hecho esto?”. La pregunta surge de la angustia experimentada (v.
48). La respuesta sorprende: “¿Por qué me buscaban?” (v. 49), sorprende porque
la razón parece obvia. Pero el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían
que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. María y José no comprendieron
estas palabras de inmediato, estaban aprendiendo (v.50). La fe, la
confianza, suponen siempre un itinerario. En cuanto creyentes, María y José maduran
su fe en medio de perplejidades, angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente
más claras. Lucas hace notar que María “conservaba todas las cosas en su corazón”
(v. 51). La meditación de María le permite profundizar en el sentido de la
misión de Jesús. Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por
momentos difícil, que lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es
como primera discípula, la primera evangelizada por Jesús. No es fácil
entender los planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias
fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron
a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la
Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”). Para la
revisión de vida ¿Cómo vivo mi
vida familiar? ¿Pueden mis familiares estar sufriendo por mí? ¿Tengo un
desajuste entre lo que digo en la sociedad pública y lo que vivo en la familia? La familia es una realidad estática que pasa por etapas evolutivas muy diferentes… ¿Cuál es la próxima etapa que vivirá mi familia? ¿Precisa ya de alguna preparación o previsión?
Para la
reunión de grupo El tema de
la “defensa de al familia” es un área de conflicto entre la Iglesia y la
sociedad actual. Analizar las
posturas de ambos lados. Por parte de la Iglesia: ¿será que defiende no la
familia sino un modelo concreto de familia? ¿Cómo quedan ahí las relaciones y
diferencias entre Iglesia y realidades autónomas, fe y cultura, pluralismo
legítimo, inculturación… Concretamente: ¿qué actitudes nuevas sería bueno que
tomara la Iglesia en este tema? Comparar la
migración de Jesús (incluso aunque fuese simbólica) con la de los millones de desplazados
y migrantes del mundo actual. Jesús no destacó por ser un “defensor de la familia”… Para él, claramente, la familia no es lo más importante en la vida. Hay valores a los que debe someterse la familia, valores que uno debe poner también por encima de la relación con su familia… Comentar la conducta de Jesús.
Para la
oración de los fieles Por toda la
Iglesia, para que los cristianos hagamos de ella una verdadera familia en la
que no haya discriminaciones sino que reinen la justicia, el amor y la
fraternidad. Oremos. Por todos
cristianos, para que seamos solidarios en la tarea de hacer de este mundo una
única familia humana llena de paz y fraternidad. Oremos. Por las
familias cristianas, para que estén abiertas a todas las transformaciones
positivas que vive hoy la institución familiar. Oremos. Por las
familias rotas, los hijos que sufren las consecuencias de una separación, los
que estén alejados de sus familias, los que no aciertan a saber convivir con
los suyos. Oremos. Por las
familias sin vivienda, sin trabajo, emigrantes. Oremos. Por
nuestras familias, para que vivamos en coherencia con nuestra fe, trabajando
por el Reino. Oremos.
Oración
comunitaria Oh Dios,
Comunidad Trinitaria plena, Padre y Madre de toda la Familia Humana: haz vibrar
en todos nosotros el sentido de pertenencia a la misma y única Familia
Universal, para que el mundo y la humanidad se transformen a la búsqueda de tu
Proyecto de Amor. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos.
Amén. Señor Jesús
que quisiste comenzar tu vida como todo ser humano, en el seno de una familia, necesitado
del calor, el alimento y el apoyo de los más cercanos; comenzando a aprender a
caminar... Danos
apreciar las virtudes domésticas y el valor de autenticidad que da el
compromiso en el día-adía humilde y oculto. Por Jesucristo Nuestro Señor.
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