1 de enero
SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS CICLO "C" Salmo interleccional: Salmo 66 Segunda lectura: Gálatas 4,4-7 EVANGELIO 21Al
cumplirse los ocho días, cuando tocaba circuncidar al niño, le pusieron de
nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. COMENTARIOS Los pintores han dibujado a María sobre las nubes, rodeada
de ángeles, «envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una
corona de doce estrellas», subiendo hacia Dios y despegando de la tierra. Colocada entre Dios y los hombres, María parecía
pertenecer más a una esfera intermedia que al mundo de los humanos. Esta
imagen 'en ascensión', basada en la interpretación tradicional de De la escena de la anunciación, entendida al pie de
la letra por predicadores e intérpretes del texto bíblico, se ha impuesto otra
imagen de María, mujer clarividente que, desde el primer momento, conoce de
'pe a pa' todo el plan de Dios sobre ella, acatándolo con un 'sí' tajante y
decidido. Pero una lectura atenta entre líneas del Evangelio de
Lucas da a entender que la vida de María y su fe -su adhesión al plan de Dios
encarnado en Jesús- se acercan más a la de los cristianos de a pie que se
debaten entre dudas y preguntas, entre incertidumbres y contradicciones. En los dos primeros capítulos de su Evangelio, Lucas
lo pone de relieve: Los pastores «fueron corriendo y encontraron a María, a
José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían
dicho del niño. Todos los que lo oyeron se admiraban de lo que les decían los
pastores. María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo
en su interior» (Lc 2,l6ss). La noticia de un Mesías, niño, acostado en el
pesebre, coge de sorpresa a todos. Aquello no entraba en el programa de la
teología de entonces. ¡El mesías, el salvador, el heredero del trono de David
su padre, acostado en un pesebre! ¡El hijo del Altísimo sumergido en la debilidad
humana: un tierno niño, compartiendo ya desde el principio la condición de los
humildes y pobres de la tierra! «María -comenta Lucas- conservaba el recuerdo de todo
esto, meditándolo en su interior.» Difícil de digerir la escena; por eso María
tendría necesidad de meditar en su interior estos acontecimientos, que rompían
los esquemas que se habían trazado sobre el mesías venidero. Más adelante, cuando Simeón se refiere a Jesús como
'al salvador, colocado ante todos los pueblos, como luz para alumbrar a las
naciones y gloria de Israel', el evangelista vuelve a comentar que «su padre y
su madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño» (Lc 2,30-32).
Tampoco era éste el mesías esperado, un mesías universalista que venía a alumbrar
a las naciones y que se manifestaría en Israel. Se esperaba más bien un mesías
'de y para' el pueblo de Israel que firmaría sentencia de castigo contra las
naciones (los demás pueblos de la tierra, los no judíos o paganos). Finalmente, cuando más tarde sus padres lo encuentran
en el templo entre doctores, el evangelista apostilla de nuevo: «Ellos no
comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo
su autoridad. Su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello»
(Lc 2,50-51). El recuerdo de todos aquellos acontecimientos
posibilitaría a María su comprensión. Por estas frases de Lucas y otras que podemos leer
entre líneas en los restantes evangelistas concluimos que el camino de fe de
María hasta llegar a aceptar el plan de Dios en Jesús debió pasar, como el
nuestro, por momentos de oscuridad, de duda, de sorpresa y extrañeza. La luz se
haría a base de darle vueltas a los hechos, de meditar y reflexionar hasta
llegar a comprender que el mesías esperado no era el mesías anunciado a bombo
y platillo por las escuelas teológicas de la época. II «De modo que ya no
eres esclavo, sino hijo.» Así se expresa Pablo en la carta a los Gálatas: lo
que, en ultimo término, nos da el derecho a ser libres es que somos hijos de
Dios, hermanos del hijo de Dios. Por eso, porque él quiso ser hermano nuestro
en María y porque ella siempre fue fiel al Dios de la liberación, podemos
llamarla María de
En medio de una serie de instrucciones para los
sacerdotes, el libro de los Números, que sitúa a los israelitas al pie del
monte Sinaí, aún reciente la experiencia de El pueblo de Israel tendrá que completar un largo
proceso que empezó con la salida de Egipto y la liberación de la esclavitud,
llegar a la tierra que Dios le va a entregar, organizar una sociedad en la que
nadie sea esclavo de nadie y establecer unas relaciones de amistad con sus
vecinos. La paz es, por tanto, la meta; pero en nombre de la
paz no se puede eludir el proceso: para llegar a la meta no hay más remedio que
recorrer todo el camino. El fin último no es la liberación, sino la paz, pero
la paz es incompatible con la opresión y la injusticia. CUANDO SE CUMPLIÓ EL
PLAZO Esta bendición tiene al menos dos mil cuatrocientos
años de antigüedad y sigue siendo una aspiración presente en el corazón de
todos los hombres de buena voluntad, una aspiración tristemente frustrada en
tantas y tantas ocasiones. Su fracaso empezó a configurarse cuando lo que Dios
había querido que fuera una garantía de libertad y justicia se convirtió en
instrumento de opresión y de esclavitud: En la organización patriarcal de la familia, vigente
en MADRE DE LOS HIJOS DE
DIOS Para realizar esta misión, dice Pablo, «envió Dios a
su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que
estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción». Pablo
quiere subrayar que esta tarea quiso realizarla el Padre desde abajo,
haciéndose presente, en un hombre, en el mundo de los hombres. Jesús no fue un
dios disfrazado de hombre: la suya era carne nacida de una mujer, de una mujer
pobre y sencilla en la que se fijó de manera especial la mirada de Dios (Lc
1,48), centrando en ella el cumplimiento de todas las promesas del Señor a su
pueblo. Ella fue una mujer que, como todos los seres humanos,
tuvo que someterse a un proceso, a veces difícil, con momentos de especial
dureza, como algunos de los episodios que comentábamos el domingo pasado, para
ir alcanzando con la plenitud de la fe su propia liberación, para ir
incorporando a su papel de madre su vocación de hermana. Seguro que le resultó
difícil tener que dar a luz en un establo y acostar a su hijo en un pesebre;
sin duda que se sintió sorprendida al ver a los pastores que llegaban buscando
a su hijo recién nacido... Ella, «María, por su parte, conservaba el recuerdo
de todo esto, meditándolo en su interior». Todo esto debemos agradecérselo a María: la
aceptación de la tarea que Dios le propuso abrió para todos el camino del
encuentro con un Dios que quiere ser Padre de todos los que acepten ser sus
hijos. Y si el ser hijos equivale a ser libres, con toda justicia podemos
llamar a María, María de la liberación... y de la paz. III Los marginados, espoleados por aquella noticia tan
sorprendente, van derechos al objetivo: quieren comprobar con sus propios ojos
que su sueño se ha hecho realidad: «Cuando los dejaron los ángeles para irse al
cielo, los pastores empezaron a decirse unos a otros: «Ea, vamos derechos a
Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor. Fueron a toda
prisa y encontraron a María y a José, y al niño recostado en el pesebre»
(2,15-16). Dan con una pequeña comunidad familiar, descrita como
toda comunidad bien constituida, con tres personajes. Se trata de un grupo
humano real (nombres propios), con funciones bien diferenciadas: María, la
madre, personificando el amor fiel y desinteresado; José, el padre / la
tradición patria, quien ha puesto su linaje al servicio de la causa de la
humanidad; el niño (todavía sin nombre), recostado en un pesebre, impotente
(Dios no debe ser tan Omnipotente como decimos), tan marginado como los mismos
pastores (habla con hechos el mismo lenguaje). Es el inicio de un cambio de
valores que hará historia. DIVISIÓN DE OPINIONES
ANTE UNA NOTICIA PROPALADA POR
MARGINADOS «Al verlo, revelaron el contenido de lo que les
habían dicho acerca de aquel niño. Todos los que lo oyeron quedaron sorprendidos
de lo que les habían dicho los pastores» (2,17-18). No queda claro quiénes son
esos «todos» a quienes los pastores comunicaron el contenido del oráculo
celeste. Por analogía con 1,65-66, podría sugerirse que los pastores divulgaron
la noticia por el vecindario. De hecho, nadie en Israel se esperaba semejante
noticia, y menos todavía de labios de gente tan despreciada. Por eso no les
dieron crédito. La primera reacción, la de los oyentes, fue tan sólo
de sorpresa. «María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto,
meditándolo en su interior» (2,19). La reacción de María, figura del Israel
fiel, es distinta. Aun cuando no lo comprenda, «conserva el recuerdo», es
decir, lo ha grabado en su memoria. El hecho de conservar la memoria de estos
hechos «en su corazón» (lit.: cf. 1,66) y de «ponderarlos» posibilitará un día
su comprensión. «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por
todo lo que habían visto y oído; tal y como les habían dicho» (2,20). La
tercera reacción, la de los marginados y asociales, es pareja a la de los
ángeles («glorificando/gloria» y «alabando a Dios»). Han podido comprobar
personalmente la veracidad del anuncio del ángel: les ha nacido un salvador que
los va a sacar de su marginación, el Mesías de Israel y Señor de todas las
naciones. Sólo ellos estaban capacitados para comprender aquel lenguaje tan
crudo. “Al cumplirse los ocho días, cuando tocaba
circuncidar al niño, le pusieron de nombre Jesús, como lo había llamado el
ángel antes de su concepción” (2,21). En
paralelo con Juan, pero no sin un contraste significativo, circuncidan
al niño, integrándolo en la alianza que Dios hizo a Abrahán (cf. 1,59), y le
ponen el nombre de Jesús, es decir, “Dios salva”, según el ángel se lo había
ordenado (1,31), atendiendo a su calidad de “salvador”. IV Pero hoy es
también el primer día del año civil, «¡Año Nuevo!», y la Jornada Mundial por la
Paz, que aunque originalmente es una iniciativa eclesiástica católica, ha
alcanzado una notable aceptación en la sociedad, gozando ya de un cierto
estatuto civil. Como se puede
ver, pues, hay una buena distancia entre la conmemoración litúrgica y los
motivos «modernos» de celebración. Esta distancia, que se repite en otras
fechas, con bastante frecuencia, habla por sí misma de la necesidad de
actualizar el calendario litúrgico, y, mientras esa tarea no sea acometida
oficialmente por quien corresponde, será preciso que los agentes de pastoral
tengan creatividad y audacia para reinterpretar el pasado, abandonar lo que
está muerto, y recrear el espíritu de las celebraciones. Pero veamos
en primer lugar los textos bíblicos. Buen comienzo
del año éste de la bendición. El refrán popular ha consagrado ese deseo de
"volver a comenzar" que sentimos todos al llegar esta fecha:
"Año nuevo, vida nueva". Uno quisiera olvidar los errores, limpiarse
de las culpas que molestan en la propia conciencia, estrenar una página nueva
del libro de su vida, y empezarla con buen pie, dando rienda suelta a los
mejores deseos de nuestro corazón... Por eso es bueno comenzar el año con una
bendición en los labios, después de escuchar la bendición de Dios en su
Palabra. Bendigamos al
Señor por todo lo que hemos vivido hasta ahora, y por el nuevo año que pone
ante nuestros ojos: nuevos días por delante, nuevas oportunidades, tiempo a
nuestra disposición... Alabemos al Señor por la misericordia que ha tenido con
nosotros hasta ahora. Y también porque nos va a permitir ser también nosotros
una bendición en este nuevo año que comienza: bendición para los hermanos y
bendición para Dios mismo. Año nuevo, vida nueva, bendición de Dios. Gál 4,4-7 es
una apretada síntesis de lo que Pablo nos enseña en tantos otros pasajes de sus
cartas. En primer lugar, nos dice que el tiempo que vivimos es de plenitud,
porque en él Dios ha enviado a su Hijo, no de cualquier manera, sino «nacido de
mujer y nacido bajo la ley», es decir, semejante en todo a nosotros, en nuestra
humanidad y en nuestros condicionamientos históricos. Pero este abajamiento del
Hijo de Dios, nos ha alcanzado la más grande de las gracias: la de llegar a
ser, todos nosotros los seres humanos, sin exclusión alguna, hijos de Dios,
capaces de llamarlo «Abba», es decir, Padre. Nuestra condición filial
fundamenta una nueva dignidad de seres humanos libres, herederos del amor de
Dios. Parecerían hermosas palabras, nada más, frente a tantos sufrimientos y
miserias que todavía experimentamos, pero se trata de que pongamos de nuestra
parte para que la obra de Jesucristo se haga realidad. Se trata de que nos
apropiemos de nuestra dignidad de hijos libres, rechazando los males personales
y sociales que nos agobian, luchando juntos contra ellos. Esto implica una
tarea y una misión: la de hacernos verdaderos hijos de Dios, a nosotros y a
nuestros hermanos que desconocen su dignidad. Nacido de
mujer, nacido bajo la ley, nos recuerda Pablo (Gál 4,4). Nació en la debilidad,
en la pobreza, fuera de la ciudad, en la cueva, porque no hubo para ellos lugar
en la posada... Nace en la misma situación que el conjunto del pueblo, los
sencillos, los humildes, los sin poder. Este
nacimiento real y concreto es asumido por Dios para abrazar en el amor a todos
los que la tradición había dejado fuera. Es la visita real de aquel que, por
simple misericordia, nos da la gracia de poder llamar a Dios con la
familiaridad de Abba -"papito"- y la posibilidad de considerar a
todos los hombres y mujeres hermanos muy amados. En Jesús,
nacido de María -la mujer que aceptó ser instrumento en las manos de Dios para
iniciar la nueva historia- todos los seres humanos hemos sido declarados hijos
y no esclavos, hemos sido declarados coherederos, por voluntad del Padre. La
bendición o benevolencia de Dios para los seres humanos da un gran paso: Dios
ya no bendice con palabras, ahora bendice a todos los seres humanos y aun a
toda la creación, con la misma persona de su Hijo, que se hace hermano de
todos. Y nadie queda marginado de su amor. "Ha
aparecido la bondad de Dios" en Jesús, y es hora de alegría estremecida,
para hacer saber al mundo -y a la creación misma- que Dios ha florecido en
nuestra tierra y todos somos depositarios de esa herencia de felicidad. Lc 2,16-21,
en el lenguaje «intencionado» que por ser un género literario (“evangelio de la
infancia”) utiliza con sus signos, Jesús no nace entre los grandes y poderosos
del mundo sino, muy en la línea de Lucas, entre los pequeños y los humildes;
como los pastores de Belén, que no son meras figuras decorativas de nuestros
«belenes», pesebres o nacimientos, sino que eran, en los tiempos de Jesús,
personas mal vistas, con fama de ladrones, de ignorantes y de incapaces de
cumplir la ley religiosa judía. A ellos en primer lugar llaman los «ángeles» a
saludar y a adorar al Salvador recién nacido. Ellos se convierten en pregoneros
de las maravillas de Dios que habían podido ver y oír por sí mismos. Algo
similar pasa con María y José: no eran una pareja de nobles ni de potentados,
eran apenas un humilde matrimonio de artesanos, sin poder ni prestigio alguno.
Pero María, la madre, «guardaba y meditaba estos acontecimientos en su
corazón», y seguramente se alegraba y daba gracias a Dios por ellos, y estaba
dispuesta a testimoniarlo delante de los demás, como lo hizo delante de Isabel,
entonando el Magníficat. Todo ello
dentro de una composición teológica más elaborada de lo que su aparente
ingenuidad pudiera insinuar. En todo caso, la simplicidad, la pobreza, la
llaneza del relato y de lo relatado casan perfectamente con el espíritu de la
Navidad. La
«maternidad divina de María», motivo oficial de la celebración litúrgica de
hoy, y uno de los tres «dogmas» marianos -si se puede hablar así-, es una
formulación que hace tiempo «chirría» en los oídos de quien la escucha desde
una imagen de Dios adulta y crítica. Como ocurre con tantos otros «dogmas» y
tradiciones tenidas como tales, el pueblo cristiano las ha amalgamado
fantásticamente con los evangelios, llegando a pensar que provienen
directamente del evangelio. El versículo
Gál 4,4 que hoy leemos, es todo lo que Pablo dice de María. Ni siquiera cita su
nombre. La maternidad divina de María en el cristianismo es, claramente, una
construcción eclesial. Los evangelios no saben nada de ella, y no será
formulada y declarada hasta el siglo V. En este
contexto, es importante desempolvar y recordar la historia de tal «dogma», con
la conocida «manipulación» del concilio de Éfeso, en el año 431, cuando Cirilo
de Alejandría forzó y consiguió la votación antes de que llegaran los padres
antioqueños, que representaban en el Concilio la opinión contraria. Se dice que
el Pueblo cristiano acogió con entusiasmo esta declaración mariana, pero hay
que añadir que se trata de los habitantes de Éfeso, la ciudad de la antigua
«Gran Diosa Madre», la originaria diosa-virgen Artemisa, Diana... La fórmula de
Éfeso, en cualquier caso, ha sido siempre tenida como sospechosa de concebir la
filiación divina y la encarnación en términos monofisitas, que hasta cosifican
a Dios, como si se pudiera procrear a Dios y no más bien a un hombre en el que,
en cuanto Hijo de Dios, Dios mismo se nos hace patente a la fe... (Nos estamos
refiriendo a lo que dice Hans Küng, en Ser cristiano, Cristiandad, Madrid 1977,
pág. 584ss). El título
«madre de Dios» no es bíblico, como es sabido. Para el evangelio María es
siempre, nada más y nada menos que «la madre de Jesús», título tan entrañable,
real e histórico, que acabará sepultado y abandonado en la historia bajo un
montón de otros títulos y advocaciones construidos eclesiásticamente. San
Agustín (siglos IV y V) todavía no conoce himnos ni oraciones ni festividades
marianas. El primer ejemplo de una invocación directa a María lo encontramos en
el siglo V, en el himno latino Salve Sancta Parens. La Edad Media
europea dará rienda suelta a su imaginario teológico y devocional respecto de
María. Mientras los primitivos Padres de la Iglesia todavía hablan de las
imperfecciones morales de María, en el siglo XII aparece la opinión de su
exención del pecado, tanto del personal como del «original». En el mismo siglo
XII aparece el Avemaría. El ángelus en el XIII. El rosario en el XIII-XIV. El
mes de María y el mes del rosario en el XIX-XX. Los puntos culminantes de esta
evolución serán la definición de la «inmaculada concepción de María» (1854, por
Pío IX) y la definición de la «asunción de María en cuerpo y alma al cielo»
(1950, por Pío XII). Momentos finales de este apogeo mariano son la
«consagración del mundo al Corazón de María» en 1942 y 1954, por Pío XII. Pero todo
este marianismo remitió con sorprendente rapidez con el Concilio Vaticano II,
que renunció a nuevos «dogmas» marianos, desechó la anterior mariología
«cristotípica» (característica de la escuela mariológica española
preconciliar), dando paso a una comprensión mariológica mucho más sobria,
bíblica e histórica, en la línea «eclesiotípica» (de la escuela alemana
principalmente). Aunque la veneración a María (hyper-dulía), superior a la
tributada a los santos (dulía), siempre fue distinguida teóricamente de la dada
a Dios (latría), lo cierto es que en la religiosidad popular muchas veces María
fungió como un verdadero «correlato femenino de la divinidad», y su condición
de criatura y de discípula de Jesús y miembro de la Iglesia casi fueron
olvidadas (en forma paralela a lo que ocurrió con Jesús respecto de su
humanidad). Hoy, la
imagen conciliar de María que la Iglesia tiene es la de «la madre de Jesús»,
desmitificada, despojada de tantas adherencias fantásticas como se le habían
puesto encima a lo largo de la historia: María es una cristiana, muy cercana a
Jesús, una discípula suya, un destacado miembro de la Iglesia: la «madre de
Jesús», en un título insustituible que le da el mismo evangelio, y a cuyo uso
muchos creyentes vuelven en la actualidad, prefiriéndolo al creado en el siglo
V. La Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, en su
capítulo octavo (nn. 52-69) ofrece todavía la mejor síntesis de la mariología
para nuestros tiempos. El Concilio Vaticano II nos sigue marcando el camino,
también en mariología. A la hora de predicar sobre María, debemos remitirnos,
necesariamente, a ese capítulo octavo de la Lumen Gentium. Al comenzar
el año, al poner el pie por primera vez en este nuevo regalo que el Señor nos
hace en nuestra vida, vamos a agradecerle con todo el corazón la alegría de
vivir, la oportunidad maravillosa que nos da de seguir amando y siendo amados,
y la capacidad que nos ha dado para cambiar y rectificar. Otro enfoque
válido y provechoso de la homilía podría orientarse hacia el tema de la Jornada
Mundial de la Paz... así como hacia el hecho del Año Nuevo, que si bien es algo
simplemente convencional, astronómicamente insignificante, tiene el valor
simbólico inevitable y profundo de recordarnos el inexorable paso del tiempo... Para la
revisión de vida Hacer un retiro personal (o un
tiempo al menos) haciendo examen de mi vida en el año pasado Participar en alguna celebración
penitencial comunitaria, pedir perdón de mis pecados y reconciliarme con Dios y
con los hermanos. Hacerme un plan de vida al comenzar
el año ("año nuevo...: ¡vida nueva!"). Seguir viviendo con el espíritu de
la navidad en los diversos ambientes: familia, barrio, trabajo, lugar de
compromiso... Para la
reunión de grupo Ver: ¿cómo
está el mundo, nuestro país, nuestro barrio...? ¿En paz? ¿Cuáles los
principales obstáculos para la paz en el país, barrio, comunidad, familia...)? Cuál es
actualmente la mayor amenaza para la paz y la mayor fuente de inestabilidad en
el orden internacional? ¿Por qué? La crisis
económica internacional, ¿se superará simplemente salvando a los bancos y al
sistema financiero internacional... o superando el capitalismo, el sistema que
produce inevitablemente estas crisis periódicas cada vez más profundas? El
terrorismo, ¿es una causa original o derivada? Juzgar: ¿Cómo
enjuiciar la situación del mundo a la luz de la fe? ¿Cuál es el papel del
cristianismo en un mundo en tensión como el nuestro? Actuar: ¿Cómo
tendrá que evolucionar el mundo para hacer posible la paz? ¿Qué podemos hacer
nosotros, el cristianismo, yo mismo? Para la
oración de los fieles Por la paz
del mundo, en esta Jornada Mundial por la Paz, par que el Espíritu de Dios
mueva los corazones de todos los hombres y mujeres hacia la reconciliación, la
tolerancia, la igualdad entre los sexos, el respeto de las diferencias
culturales, y la Justicia, de la cual es fruto la paz, roguemos al Señor. Por los
gobernantes de todos los países, para que aúnen esfuerzos sinceros en favor de
la paz... Por las
instituciones internacionales, para que evolucionen hacia formas acordes con
los nuevos tiempos mundializados que vivimos y puedan ser instrumentos más
útiles al servicio de la humanidad... Para que
aprovechemos ahora la oportunidad que tenemos de hacer verdad en nuestra vida
el refrán: «Año nuevo, vida nueva»... Por nuestros
hogares, para que continúen en el espíritu familiar de la navidad... Por todos
los que no acabarán el año que ahora comienza, para que se reconcilien a tiempo
con la verdad de su vida... Por todos
nuestros amigos y conocidos que nos dejaron el año que acaba de pasar, por su
eterno descanso... Para que se
extienda en la sociedad la conciencia de la necesidad de un orden internacional
fuerte y unificado, para todo el mundo, al que todas las naciones se sometan,
sin excepciones ni privilegios ni actos de fuerza... Oración
comunitaria - Dios de la Vida, Creador del
Universo, que nos has concedido el espacio y el tiempo para vivir desarrollar
la Vida, para ser felices y hacer felices a los demás; al comenzar un Año Nuevo
te pedimos nos enseñes a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón
sensato y vivamos responsable y agradecidamente el don del tiempo que nos
concedes. Por Jesucristo nuestro Señor...
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