TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura:
Nehemías 8, 2-4 a. 5-6. 8-10 EVANGELIO 4 14Con la fuerza del Espíritu regresó
Jesús a Galilea, y la noticia se difundió por toda la comarca. 15Enseñaba
en aquellas sinagogas, y todos se hacían lenguas de él. 16Llegó a Nazaret,
donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, según su costumbre, y se
levantó para tener la lectura. 17Le entregaron el volumen del profeta
Isaías y, desenrollando el volumen, dio con el pasaje donde estaba escrito: 18El Espíritu del
Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena
noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los
cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los
oprimidos, 19 a proclamar el año
favorable del Señor (Is 611 2) 20Enrolló el volumen,
lo devolvió al sacristán y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados
en el 21y empezó a hablarles: -Hoy ha quedado cumplido este
pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado. COMENTARIOS I Como judío,
Jesús acudía cada sábado a la sinagoga (palabra de origen griego que significa
'reunión', y de ahí 'lugar de reunión de los judíos'). La sinagoga era una especie
de sucursal o sucedáneo del templo. En tiempo de Jesús, el culto con
sacrificios de animales estaba centralizado en Jerusalén, donde se hallaba el
único santuario del país. También había un templo con sacrificios de animales
en Samaría, pero los samaritanos eran considerados por los judíos como
cismáticos ya desde el siglo VIII a. C. La relación
estrecha entre la sinagoga y el templo quedaba patente hasta en su orientación
espacial: el ábside de la misma o el tabernáculo, lugar donde se colocaban los
rollos de la Torá, estaba orientado hacia el templo de Jerusalén. A los
rabinos, por lo demás, les gustaba considerar la sinagoga como un templo en
miniatura. El tabernáculo se hallaba en un espacio denominado (lugar) 'santo',
aludiendo al Sancta Sanciorum del
templo de Jerusalén; lugar que estaba separado del resto de la sinagoga por una
cortina, como en el templo jerosolimitano. A lo largo de las paredes de la
sinagoga solía haber bancos para los fieles; en medio, delante del (lugar)
'santo', sobre un estrado, estaba el púlpito (bimah) para la lectura de la Escritura, 'Torá o Haftará' (la Ley o
los Profetas), así como para la oración solemne. Había culto
todos los sábados, día en que Yahvé, según el libro del Génesis (2,2ss),
terminó de crear el mundo, tomándose un descanso de tan ardua tarea. Cuenta el
evangelista Lucas que Jesús volvió a Nazaret, su patria chica, tras su
bautismo, «y entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados, y se puso
en pie para tener la lectura». Conocido como era ya por su predicación y
milagros en la provincia, tal vez el jefe de la sinagoga -cuya función era
dirigir el culto, vigilar el orden y designar al lector o predicador de turno-
le invitó a leer y explicar la lectura de los Profetas. Por entonces la Biblia
hebrea no era entendida por el pueblo, que hablaba una lengua distinta: el
arameo. El lector leía, por tanto, en hebreo y el meturgeman o traductor traducía al arameo, al tiempo que comentaba
en la lengua vulgar lo leído. Jesús leyó
aquel día un fragmento del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre
mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha
enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para
poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor»
(Is 61,1-2). Esta lectura
debió llamar la atención tremendamente, dada la libertad que se tomó el Maestro
nazareno al suprimir una frase del texto sagrado que era sumamente grata a los
oídos del pueblo judío, vejado durante siglos por otros pueblos, animoso y
deseoso de que Dios se vengara de los pueblos que lo oprimieron. El párrafo de
Isaías, tras aludir al «año de gracia del Señor», continuaba: «para proclamar
el desquite de nuestro Dios». El ritual de
la sinagoga prohibía que el lector o comentarista añadiese o suprimiese verso
alguno de la lectura de turno. El atrevimiento de Jesús provocó la reacción de
sus paisanos e hizo que «toda la sinagoga tuviese los ojos fijos en él». Pero
la cosa no quedó ahí. Jesús, «enrollando el volumen, lo devolvió al sacristán y
se sentó. Y empezó a hablarles: Hoy, en vuestra presencia, se cumple este
pasaje». Con la
supresión de la frase de Isaías «el desquite de nuestro Dios», Jesús había
terminado la lectura del texto-base de su futura actuación. Lo suyo sería
proclamar el perdón y el amor de Dios no sólo para su pueblo, sino para todos
los pueblos de la tierra, incluidos los enemigos del pueblo elegido. Jesús
venía de parte de Dios a cancelar, de una vez para siempre, la ola de venganza
que, a lo largo de la historia, había ido tomando carta de ciudadanía en el
corazón humano. Lo del Dios de Jesús era proclamar el «año de gracia», perdonar,
olvidar, cancelar del diccionario de las relaciones humanas realidades tan
tristes como el desquite, la venganza, la revancha, el odio, la represalia, la
ley de 'talión' con su famoso «ojo por ojo y diente por diente» (Ex 21,23-25). II Cierto que
Jesús vino a hacer posible un mejor entendimiento del hombre con Dios. Pero para
poder entenderse completamente con Dios, el hombre debe primero ser totalmente
hombre: consciente de su dignidad, dueño de su destino, libre..., liberado.
Ese es el proyecto de Jesús que, aunque se realizará con la fuerza del
Espíritu, se dirige al hombre entero: a su carne y a su espíritu, a su
conocimiento y a su corazón. UNGIDO Llegó a
Nazaret, donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, según su
costumbre, y se levantó para tener la lectura. Le entregaron el volumen del
profeta Isaías, y desenrollando el volumen, dio con el pasaje donde estaba
escrito: El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido... Mesías es una
palabra que significa «ungido» y que hace referencia a una costumbre existente
en Israel y en algunos pueblos de su entorno que consistía en ungir con perfume
a determinados personajes el día en que se les encomendaba una determinada
tarea, como, por ejemplo, al rey el día de su coronación, al sumo sacerdote el
día que asumía su función, etc. La unción indicaba, pues, el encargo de una
misión. En tiempos de Jesús, sin embargo, la palabra Mesías se refería a un
enviado de Dios que todo el pueblo estaba esperando para que resolviera de
manera definitiva todos los problemas que hacían sufrir a la nación y al pueblo
israelita. Jesús,
declarado Mesías el día de su bautismo, fue entonces ungido; pero no con
perfume, sino con el Espíritu mismo del Padre, Dios, para que llevara a cabo la
tarea que le había sido encomendada y el compromiso que él, en el mismo bautismo,
había aceptado (Lc 3,21-22. Véase comentario núm. 29). Para
presentar su mensaje, Jesús se dirigía siempre adonde la gente se encontraba
reunida, a las sinagogas, en donde se reunían los judíos cada sábado a escuchar
la lectura de la Ley y los Profetas y a recitar salmos y oraciones. Y cuando
llega a Nazaret, su pueblo, adonde seguramente había llegado la fama de sus
predicaciones, lo invitan a hacer y comentar la lectura del día. Le dan un
volumen, y Jesús, con suma libertad, mezcla dos párrafos del profeta Isaías
(61,1-2 y 58,6) y corta uno de ellos por donde le parece que el texto del
profeta no refleja adecuadamente el ser de Dios. Y al terminar afirma que
aquellas palabras se están cumpliendo en ese momento, delante de quienes lo
están escuchando. Así se declara el Mesías -ungido- enviado por Dios: «Hoy ha
quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado». PARA LA
LIBERACIÓN ... me ha
enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los
cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a
proclamar el año favorable del Señor. El es el
Mesías, y el que acaba de proclamar, usando palabras del profeta Isaías, es su
proyecto: devolver la libertad a los que no la tienen porque, de una u otra
manera, con cadenas o mediante el miedo, otros se la han arrebatado. El viene a
devolver la conciencia a los hombres que, ciegos por cualquier razón, no son
capaces de reconocer la imagen y la presencia de Dios en el ser humano, en
ellos mismos. Y acabar con la más cruel de todas las esclavitudes, el miedo a
Dios, también es objeto de la acción liberadora del Mesías; a partir de ahora
nadie tendrá motivos para temer a Dios, nadie podrá asustar a los hombres en
nombre de Dios: la lectura de Isaías termina en el original con una amenaza, el
anuncio de «el día de la venganza de nuestro Dios»; Jesús censura y no lee esa
frase, pues con su misión comienza una nueva época en la que las relaciones de
Dios con sus criaturas se basarán exclusivamente en el amor, el amor de Dios a
la humanidad. Como siempre había sido, aunque algunos hombres se habían empeñado
en cargar sus propias venganzas en las espaldas de Dios. En tiempos de
Jesús había varias maneras de entender la misión del Mesías: las dos
principales consideraban que el Mesías tendría la misión de hacer que la gente
fuera más buena, más religiosa, que estuviera más atenta a sus relaciones con
Dios. Según otros, la tarea del Mesías sería devolver su poder, su grandeza y
su orgullo a la nación israelita. Todos iban a quedar decepcionados con el
Mesías Jesús. Si en la
sinagoga de Nazaret había algunos que esperaban un Mesías ocupado
preferentemente de las cuestiones religiosas, éstos fueron los primeros que
debieron experimentar una gran frustración: las palabras de Isaías con las que
Jesús presenta su proyecto no hablan de Dios más que en una dirección: de
arriba abajo, de Dios hacia el hombre. Dios ha concedido la fuerza de su
Espíritu al Mesías no tanto para que logre que el pueblo se preocupe de Dios,
sino para mostrar a los hombres hasta qué punto y por qué son ellos objeto de
la preocupación de Dios: a Dios le preocupa la felicidad de los hombres y, en
especial, que los que por cualquier razón no son realmente libres puedan
llegar a serlo, y así, puedan realizar plenamente su proyecto: ser imágenes
suyas, ser hijos suyos; por eso los ciegos, los pobres, los presos, los
oprimidos... constituyen la principal preocupación de Dios, y ellos ocuparán el
centro de la atención del Mesías y -así debería ser- de los seguidores de este
Mesías. Los que esperaban un Mesías
nacionalista también quedaron decepcionados. III El Evangelio
de Lucas (sigla: Lc) y el libro de los Hechos de los Apóstoles (sigla: Hch) no
constituyen dos obras independientes, destinadas a recopilar datos sobre Jesús
(el Evangelio) y sobre la iglesia primitiva (Hechos), a modo de una crónica de
hechos y dichos de personajes importantes, sino una obra doble (sólo
recientemente se ha empezado a hablar en los círculos de exegetas de la «doble
obra lucana») destinada a la edificación de la comunidad creyente, escrita en
forma de díptico: dos libros formando un solo volumen. La repetición
de unos mismos temas al final del Evangelio (Lc 24) y al comienzo de los Hechos
(Hch 1,3-14) religa los dos libros. El prólogo del Evangelio es válido para
ambos, como lo demuestra el hecho de que al inicio del segundo libro se haga
referencia a los contenidos del «primer libro» relativos a los «hechos y dichos
de Jesús» y a la «misión» encomendada por él a los apóstoles, a la par que se
repite el nombre de «Teófilo» como destinatario único de la obra. La actividad
y la enseñanza de Jesús narradas en el Evangelio permiten enjuiciar -por analogía
o contraste con el modelo- las tendencias existentes en el seno de la iglesia
primitiva que aparecen en Hechos. He aquí, de
forma estructurada, el prólogo de la doble obra lucana: «Dado que
muchos han intentado hacer una
exposición ordenada de los hechos que se han
verificado entre nosotros, según lo que
nos transmitieron los que desde
un principio fueron testigos oculares y llegaron a
ser garantes del mensaje, he resuelto
yo también, después de
investigarlo todo de nuevo con rigor, ponértelo por
escrito de forma conexa, excelentísmo
Teófilo, para que
compruebes la solidez de las enseñanzas con que has
sido instruido» (Lc 1,1-4). Lucas
presupone la existencia de evangelios -literalmente habla de «muchos»
intentos-, escritos en conformidad con una tradición vivida en el seno de la
comunidad cristiana («entre nosotros», «nos transmitieron»), tradición que se
remonta a los «testigos oculares» (primera generación) que fueron reconocidos
por las comunidades creyentes como depositarios auténticos («garantes») del
mensaje. Entre estos
«muchos» -probablemente una hipérbole- que «han intentado hacer una exposición
ordenada» de los hechos de Jesús hay que contar en primer lugar el Evangelio de
Marcos (Mc): dos terceras partes de Mc han sido asumidas por el Evangelio de
Lucas. Con Mateo (Mt) tiene en común una serie de "logia"
(sentencias, parábolas, dichos), que muchos atribuyen a una fuente común
(denominada «Q», de «Quelle» = fuente, en alemán), si bien no parece
absolutamente necesario postular una fuente independiente. Lucas habla adrede
de muchas exposiciones ordenadas de los «hechos» de Jesús; no alude a ninguna
colección de «dichos». (Poseemos, ciertamente, dos colecciones de sentencias al
estilo de la presunta «Q» en los llamados «Evangelio de Tomás» y «Evangelio de
Felipe», pero son de índole heterodoxa, pues estos «evangelios» prescinden de
todo lo que haga referencia al compromiso humano de Jesús.) Con Juan
(Jn), por otro lado, Lucas tiene una serie de motivos comunes que presuponen
interdependencia; la mayoría de autores considera que Jn es posterior a Lc; yo
me inclino más bien por una dependencia de Lc respecto de Jn. ¿Conocía Lucas
otros «evangelios»? Es muy probable. El hecho de
que Lucas califique de «intentos» las obras de sus predecesores, podría indicar
que no las considera definitivas, sea porque las juzga incompletas o porque no
responden ya a las nuevas circunstancias en que se encuentran sus comunidades,
sea porque las considera tendenciosas (en el caso que se inspirase en
colecciones de dichos de procedencia dudosa). De otro modo no habría «resuelto»
«investigarlo todo de nuevo». Lucas emprende una investigación «rigurosa», a
fin de poner en claro las omisiones y deficiencias que, a su juicio, tenían las
obras anteriores. Finalmente decide «ponerlo por escrito de forma conexa»,
señalando la sucesión lógica de los acontecimientos, las mutuas conexiones, la
evolución interior de determinados personajes, la encarnación del mensaje de
Jesús en comunidades y personas concretas, etc., así como ordenando los
materiales según determinadas figuras retóricas, estableciendo paralelismos,
marcando crescendos, configurando dípticos, trípticos, etc. La tarea
emprendida por Lucas tiene una finalidad pastoral: que los lectores,
personificados por «Teófilo» (= el amigo de / querido por Dios), puedan
«comprobar la solidez de las enseñanzas» que habían recibido durante el
catecumenado previo a la iniciación cristiana. Lucas quiere confirmar la
autenticidad de ese mensaje. No se trata,
pues, de una simple exposición de los hechos, en orden a componer una historia
de Jesús (Lc) o de la iglesia (Hch). Más bien se trata de lo que hoy
llamaríamos una «catequesis de adultos», destinada a profundizar las
cuestiones relativas a la fe/adhesión a Jesús y su mensaje. El suyo no es, por
consiguiente, un proyecto apologético, sino un discurso teológico que quiere
incidir en la vida de las comunidades cristianas y en su compromiso concreto.
Siguiendo el modelo de Jesús y rehaciendo el proceso que se vieron obligados a
recorrer los primeros creyentes hasta llegar a comprender y asimilar su
mensaje, el «lector» saldrá enriquecido y podrá disponer de pautas válidas para
la predicación. Hablo de un
«lector» (entre comillas), porque estas obras no fueron escritas pensando en
lectores modernos, sino en «lectores» que las proclamasen en público y
explicasen sus contenidos, es decir, en «evangelistas». Estos habían sido
adiestrados en las técnicas del género literario «evangelio», con el fin de que
las pudieran explicar en forma de homilía en las reuniones semanales de la
comunidad. La estructuración de la obra a base de secciones, secuencias y
pericopas (estas últimas constituyen las unidades menores, perfectamente
delimitadas, que tienen sentido por sí mismas) está condicionada por esta
enseñanza cíclica. Pero Lucas no
se contenta con el género «evangelio», el único -si exceptuamos el capitulo 21
de Jn- cultivado por sus predecesores. No le basta con la exposición ordenada
de los hechos relativos a Jesús y decide componer un segundo libro, el mal
llamado «Hechos de los Apóstoles», con el fin de seguir el desarrollo ulterior
de la «buena noticia» (= evangelio, del griego euaggelion) en las primeras comunidades. Detrás de este propósito
se adivina la situación de las comunidades «teófilas», a las que Lucas dirige
su doble obra, y sus problemas más candentes. En verdad, muchos de los
problemas que hoy nos acucian, Lucas ya se los había planteado, de tal manera
que el seguimiento que hace de ellos en el seno de las primeras comunidades,
aunque hayan cambiado notablemente los ingredientes culturales, continúa siendo
útil para nosotros. El Evangelio
de Lucas se compone de siete secciones. Las dos primeras contienen una
presentación global de los dos personajes clave de 1a historia de la
salvación: Juan Bautista y Jesús Mesías. Juan representa el punto culminante de
todo el Antiguo Testamento (AT), de la Alianza que Dios había hecho con el
pueblo de Israel, pero que había quedado obsoleta al establecer Jesús una nueva
con su muerte; Jesús, el Hombre nuevo, es el iniciador de la nueva y definitiva
Alianza de Dios con la humanidad. En la primera
sección (Lc 1,5-2,52) presenta a grandes rasgos los dos personajes, insistiendo
en los respectivos condicionamientos que los rodean y en la novedad que
aportarán. En la segunda (3,1-4,44) esboza globalmente la misión precursora de
Juan como Bautista y la misión liberadora de Jesús como Mesías. La tercera
sección (5,1-6,11) contiene la llamada del Israel histórico, tanto el ortodoxo
como el heterodoxo. La cuarta (6,12-9,50) traza el retrato robot, es decir, los
rasgos maestros de la figura de Jesús. La quinta (9,51-19,46), la más extensa,
es la sección del viaje de Galilea a Jerusalén atravesando Samaría. La sexta
(19,47-21,38) abraza el período de enseñanza y la polémica de Jesús en el
templo. Finalmente, la séptima sección (22,1-24,53) describe la última y
definitiva Pascua de Jesús, el éxodo del Mesías. CUALQUIER LECTURA REDUCTIVA
DE LA BIBLIA PROMUEVE EL FANATISMO
RELIGIOSO El primer
episodio tiene lugar en la sinagoga de Nazaret, bastión del nacionalismo más
exaltado, merced a su complicada orografía, que favorecía la resistencia armada
contra las tropas de ocupación. Jesús regresa a su pueblo con la aureola de
predicador / taumaturgo de que viene rodeado por su actividad en Cafarnaún
(cf. 4,23). Jesús tiene por costumbre acudir a la sinagoga el sábado, para
enseñar y encontrarse con el pueblo (4,15). En Nazaret, sin embargo, proclama
el cambio total que se ha producido en su vida después de la gran experiencia
de Dios que ha tenido en el Jordán. Jesús tiene ahora plena conciencia de ser
el Mesías que ha de inaugurar el reinado definitivo de Dios en la historia de
la humanidad. Pero sabe muy bien que su mesianismo no comulga con el
triunfalismo que lo rodea. Las tentaciones del desierto han servido para
clarificar este concepto. El ambiente
de la sinagoga es de suma expectación. Pretende que Jesús se pronuncie
públicamente a favor de la causa nacionalista y que se ponga del lado de los
fanáticos. Jesús es quien toma la iniciativa de levantarse para tener la
lectura. El responsable de la sinagoga pone en sus manos el rollo del profeta
Isaías, que contenía ciertas profecías mesiánicas que todos se sabían de
memoria. Jesús abre el volumen en el pasaje preciso (4,17: «dio», después de
buscarlo, «con el pasaje donde estaba escrito») donde se habla sin ambages del
cambio histórico que el Mesías debía llevar a cabo a favor de Israel y contra
las naciones paganas que lo oprimen. Lee en voz alta este pasaje, pero
interrumpe la lectura al final del primer hemistiquio de un verso, silenciando
el otro hemistiquio que todos esperaban. El texto de Isaías (61,ls) decía: «El Espíritu
del Señor descansa sobre mí, / porque él
me ha ungido... para
proclamar el año favorable del Señor / y el día del
desquite (de Dios).» Jesús
proclama que la profecía se acaba de cumplir en su persona (4,21: «Hoy ha
quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado») y centra
su homilía en la inauguración del Año Santo por excelencia, «El año favorable
del Señor», pero omite cualquier referencia al desquite / castigo contra el
Imperio romano opresor. IV El texto de
Lc 4, 14ss era un texto sin relevancia en la vida práctica de la comunidad
cristiana hasta hace sólo 50 años, un texto olvidado, como tantos otros que hoy
nos parecen fundamentales. Fue la teología latinoamericana la que puso de
relieve este texto como capital. Lucas lo pone al inicio de la vida pública de
Jesús. Puede que no corresponda a algo que aconteciera realmente al principio
(Juan, de hecho, pone otros pasajes como comienzo de su evangelio), pero lo fue
en su significación. O sea, tal vez no ocurrieron las cosas así (y no es
posible saberlo históricamente), pero Lucas tiene razón cuando sitúa esta
escena en su evangelio como un inicio programático que contiene ya, en germen,
simbólicamente, toda su misión. Jesús, sin
duda, tuvo que interpretar muchas veces su propia vida con estos textos
proféticos de Isaías. Parece obvio que Jesús vio su vida como el cumplimiento,
como la prolongación de aquel anuncio profético de la “Buena Noticia para los
pobres”. La misión de Jesús es el anuncio de la Buena Noticia de la Liberación.
La "ev-angelización" ("eu angelo" = buena noticia) no es
más que una forma de la liberación, la "liberación por la palabra". Las
aplicaciones son muchas, y bastante directas: -La misión
cristiana hoy, continuando la misión de Jesús, tiene que ser... eso mismo, o
sea: "continuación de la misión de Jesús", en sentido literal y
directo. Ser cristiano, en efecto, será «vivir y luchar por la Causa de Jesús»,
sentirse llamado a proclamar la Buena Noticia de la Liberación, entendiéndolo
en su literalidad más material también: la "Buena Noticia" tiene que
ser «buena» y tiene que ser «noticia». No se puede sustituir semánticamente por
el «catecismo» o la «doctrina». Jesús no vino a enseñar "la
doctrina"; la "evangelización" de Jesús no fue una «catequesis
eclesiástico-pastoral»... -La misión de
Jesús no puede pretender ser neutral, "de centro", "para todos
sin distinción", no inclinada ni para los ricos ni para los pobres... como
pretenden tantas veces quienes confunden la Iglesia con una especie de anticipo
piadoso de la Cruz Roja... Lo peor que podría decirse del evangelio es que
fuese neutral, que no se pronuncia, que no opta por los pobres. La peor
ideología sería la que ideologiza el evangelio de Jesús diciendo que es neutro
e indiferente a los problemas humanos, sociales, económicos y políticos, porque
se referiría sólo a "lo espiritual"... -Puede ser
bueno recordar una vez más: Jesús está lejos de la beneficencia y del
asistencialismo... No se trata de "hacer caridad" a los pobres, sino
de inaugurar el orden nuevo integral, el único que permite hablar de una
liberación real... Es importante caer en la cuenta de que muchas veces que se
habla de opción “preferencial” por los pobres se está claramente en una
mentalidad asistencial, muy alejada del espíritu de Lc 4, 14ss. -La palabra evangelizadora, o es activa y práctica en la praxis de liberación, o es anti-evangelizadora. La palabra evangelizadora no es palabra de teoría abstracta. Es una palabra que hace referencia a la realidad y la confronta con el proyecto de Dios. "Evangelizar es liberar por la palabra" (Nolan). Una palabra que no entra en la historia, que no se pronuncia, que se mantiene por encima de ella o en las nubes, que no moviliza, no sacude, no provoca solidaridad (ni suscita enemigos)... no es heredera de la «pasión» del Hijo de Dios.
Para la
revisión de vida Las palabras de Isaías que se aplicó
Jesús no son sólo para un «Hijo de Dios», sino para todos los hijos e hijas de
Dios... ¿Se cumplen en mí? ¿Me siento también yo «enviado a dar la Buena
Noticia a los pobres»...? ¿Es mi vida una buena noticia para los pobres? Para la
reunión de grupo ¿Qué
significa hoy anunciar la Buena Noticia de la liberación en un mundo donde los
pobres son inmensas multitudes en los barrios periféricos de las grandes
ciudades, un océano de pobreza en marea creciente, y están desanimados,
desmovilizados, resignados, alienados, soñando diariamente con la vida burguesa
que la telenovela les ofrece cada tarde-noche? ¿Qué pueden
anunciar de utopía de esperanza (buena noticia para los pobres) quienes de
hecho funcionan como si estuvieran convencidos de que estamos en el "final
de la historia", o sea, de que el neoliberalismo no tiene alternativa, de
que “no se puede hacer nada”, de que estamos en “el mejor de los mundos”, y que
los problemas que hay son solamente "accidentales"? (Esto es lo que
de hecho piensan -muchas veces sin habérselo confesado a sí mismos- muchos
cristianos y muchos agentes de pastoral). Tomar el
capítulo 22 citado de Un tal Jesús, escucharlo y comentarlo en reunión de grupo
de estudio. Es un ejercicio excelente, no sólo para este domingo, sino para una
buena catequesis sobre la Causa y la Misión de Jesús, y, por tanto, sobre la
Misión y la Identidad cristiana. Para la
oración de los fieles Por todos los
hombres y mujeres que todavía esperan la buena noticia de su liberación: para
que haya también hoy profetas que se la anuncien, roguemos al Señor. Por todos los
que, consciente o inconscientemente, piensan que la historia llegó a su final,
porque creen que ya nada se puede conseguir realmente nuevo distinto de este
(des)orden actual: para que el Evangelio les abra a la esperanza... Por todos los
que sirven al pueblo de Dios con la palabra, los agentes de pastoral:
predicadores, catequistas, educadores, escritores, teólogos, profesores: para
que su palabra sea, como la de Jesús, comprometida y eficaz, encarnada y
utópica... Para que
llenos de entusiasmo nos decidamos con alegría a asumir nuestra misión de
seguidores de Jesús, anunciadores de la Buena Noticia, constructores de un
mundo de paz, de reconciliación universal y de esperanza... Por todos los
que vivimos sin conflicto, para que nos preguntemos si ello puede obedecer a un
incumplimiento de la misión de dar la Buena Noticia a los pobres... Oración
comunitaria Oh Dios que en tantos pueblos y
religiones has suscitado desde el principio de los tiempos, por obra de tu
Espíritu, hombres y mujeres capaces de intuir tu amor liberador por los pobres,
y que en Jesús nos has dado a nosotros el modelo perfecto; haz, te pedimos, que
también nosotros "hoy", en nuestro día a día, demos cumplimiento al
sueño de los profetas, sintiéndonos enviados a anunciar la Buena Noticia a los
pobres y a todos los que necesitan convertirse a los pobres. Nosotros te lo
pedimos inspirados por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.
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