CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura:
Jeremías 1, 4-5. 17-19 EVANGELIO -Hoy ha quedado cumplido este
pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado. 22Todos se declaraban
en contra extrañados del discurso sobre la gracia que salía de sus labios y
decían: -Pero, ¿no es éste el hijo de
José? 23Él les repuso: -Seguramente me citaréis el
proverbio aquel: "Médico, cúrate tú"; todo lo que nos han dicho que
ha ocurrido en esa Cafarnaún, hazlo también aquí en tu tierra. 24Y añadió: -Os aseguro que a ningún profeta
lo aceptan en su tierra. 25Pero no os quepa duda de que en tiempo de
Elías, cuando no llovió en tres años y medio y hubo una gran hambre en toda la
región, había muchas viudas en Israel; 26y, sin embargo, a ninguna
de ellas enviaron a Elías, pero sí a una viuda de Sarepta en el territorio de
Sidón. 27Y en tiempo del profeta Eliseo había muchos leprosos en
Israel y, sin embargo, ninguno de ellos quedó limpio, pero sí Naamán el sirio. 28Al oír aquello,
todos en la sinagoga se pusieron furiosos
29y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad y lo
condujeron hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificada su ciudad,
para despeñarlo. 30Pero él se abrió paso entre ellos y emprendió el
camino. COMENTARIOS I Nadie es
profeta en su tierra. La frase se la debemos al evangelio. La experiencia la
padeció Jesús en Nazaret, entre sus paisanos, en la sinagoga. Tras
proclamar, de parte de Dios, una amnistía para todos los pueblos de la tierra
(Lc 4,14-19), Jesús dio por inaugurado «el año de gracia del Señor. Enrolló el
volumen, lo devolvió al sacristán y se sentó» (Lc 4,21ss). Los libros, por
entonces, tenían un formato particular: se componían de piezas de papiro,
cosidas una a continuación de otra, de manera que, una vez fijados sus dos
extremos en sendos palos o cilindros, pudieran enrollarse en torno a los
mismos. El lector liaba o desliaba el rollo de papiro, haciendo girar los
cilindros hasta encontrar el texto deseado. «Hoy, en
vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje», apostilló el maestro ante una
nutrida concurrencia de paisanos y conocidos. Según Jesús, la era del desquite
de Dios, de un Dios pintado como vengativo, había terminado. Pero la
autoridad que aquel Maestro se había arrogado, queriendo cambiar incluso la
imagen de Dios que tenían los judíos, llenó de furia a sus paisanos: «Todos se
declaraban en contra, extrañados de que mencionase sólo las palabras sobre la
gracia.» Por eso apelaron a sus humildes orígenes: «Pero ¿no es éste el hijo de
José? » -se preguntaban asombrados-. ¿Quién se ha creído que es? ¿Va a venir
éste a darnos lecciones...? «Jesús les
dijo: Supongo que me diréis lo del proverbio aquél: 'Médico, cúrate a ti
mismo'; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en
Cafarnaún.» Ante la
evidencia, piden pruebas. Pero Jesús no se las da. Sólo les invita a recordar
el comportamiento de su Dios en el Antiguo Testamento: «Os aseguro -añadió- que
a ningún profeta lo aceptan en su tierra. Además, no os quepa duda de que en
tiempos de Elías, cuando no llovió en tres años y medio y hubo una gran hambre
en todo el país, había muchas viudas en Israel; y, sin embargo, a ninguna de
ellas enviaron a Elías; lo enviaron a una viuda de Sarepta en el territorio de
Sidón. Y en tiempo del profeta Eliseo había muchos leprosos en Israel y, sin
embargo, a ninguno de ellos curó; sólo a Naamán el sirio.» Dicho de otro modo:
el Dios de Israel, aquel Dios que creían los judíos tener en monopolio, era patrimonio
también de gentes de otra raza, tierra o religión. Prueba de ello era su
comportamiento benéfico para con una pobre viuda de Sidón o un leproso de
Siria, ambos extranjeros. La viuda había perdido a su hijo, y el profeta Elías
se lo devolvió vivo (1 Re 17,1ss); Naamán fue limpiado de su lepra por el
profeta Eliseo tras bañarse siete veces en las aguas del río Jordán (2 Re
5,1ss). Las palabras
de Jesús no agradaron a sus oyentes, que se habían hecho un Dios a su imagen y
semejanza. Por eso trataron de arreglar el conflicto por la vía rápida: «Al
oír esto todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo
empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del cerro donde se alzaba su
pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se
alejó.» Aquel día, en
Nazaret, en su propio pueblo, comenzó la pasión de Jesús. Sus mismos paisanos
lo sentenciaron a muerte. Por aquella vez, «Jesús se abrió paso entre ellos y
se alejó», si bien no sabemos cómo. Dos o tres años después, el pueblo entero
lo empujaría fuera de la ciudad, lo subiría a un monte y lo asesinaría
colgándolo de un madero. Desde el día en que habló en Nazaret se veía venir tan
trágico final. Nosotros creemos que no acabó
todo con la muerte de aquel hombre: Jesús se abrió paso entre la muerte y se
fue con Dios: un Dios que no sabe de venganza, que sólo entiende de amor y
perdón; el Dios de Jesús, nuestro Dios. II El proyecto de Jesús encontró muy pronto oposición, especialmente en
los que pretendían poseer a Dios en exclusiva. Pero Jesús no se arrugó ante las
dificultades y, anunciando un Dios que es amor y gracia para todos, empezó a
realizar su programa: construir un mundo de hermanos en el que todos los
hombres pudieran encontrarse, como dice Pablo, en un camino excepcional: la
práctica del amor. EL PUEBLO ELEGIDO El pueblo de
Israel había nacido como tal pueblo gracias a una intervención liberadora de
Dios: era un pueblo de esclavos, sin esperanza, hasta que Dios les abrió los
ojos por medio de Moisés, que les hizo tomar conciencia de su situación y les
abrió el camino de la libertad. Transcurrió el tiempo y en aquel pueblo hubo
quien se encargó de volver a cerrar los ojos de los pobres, a veces con la
misma religión, para que no se dieran cuenta de las causas de su pobreza, y los
pobres fueron perdiendo poco a poco, dentro y fuera de las cárceles, su
libertad (véanse, por ejemplo, Os 4,1-9; Am 2,6; 7,10-13). La misma sinagoga,
en donde se debería haber recordado constantemente la actividad liberadora de
Dios, se convirtió en venda, en cárcel, en mazmorra, y por las sinagogas
comienza Jesús a realizar su tarea: continuar la actividad liberadora de Dios
para que el hombre pudiera lograrse plenamente. La sinagoga,
la religión en cuanto tal, debería haberse constituido en la conciencia del
pueblo de Israel, por un lado, para evitar que se reprodujeran en éste las
relaciones de dominio y sometimiento que habían sufrido en Egipto y que habían
sido superadas gracias a la intervención liberadora de Dios, y por otro lado, y
supuesto lo anterior, para que Israel realizara plenamente su vocación de
iluminar la realidad de los demás pueblos presentando su modo de vivir como lo
que Dios quería que fuera la vida de los hombres. De hecho, los profetas habían
concebido la realidad de Israel como pueblo elegido, como la meta a la que un
día llegarían todos los pueblos (Is 2,2-5; 60,1-9; Miq 4,1-3; Sal 87).
Israel no fue
capaz de realizar en ninguno de estos aspectos su vocación. Al contrario, la
injusticia y la opresión fueron práctica habitual entre los dirigentes del
pueblo, como denuncian constantemente los profetas (véanse Jr 23; Ez 34; Am
4,1; 5,7-13). Y la religión fue utilizada más como un instrumento de dominio
de los poderosos que como conciencia crítica de la realidad social. Uno de los
elementos que los dirigentes judíos usaron para mantener dominado al pueblo fue
convertir en nacionalismo vacío y excluyente la alegría de haber sido elegidos
por Dios y llevados por El a la libertad; insistiendo en que Israel era el
mejor, el más grande, incluso el más santo de todos los pueblos, distraían a la
gente de sus auténticos problemas, y atizando el odio hacia los de fuera,
conseguían que el pueblo no fijara su atención en lo que estaba sucediendo
dentro del mismo. TODO FAVOR, SOLO FAVOR Todos se declaraban en
contra, extrañados del discurso sobre la gracia que salía de sus labios, y
decían: -¿No es éste el hijo de
José? NO ERA LA PRIMERA VEZ Os aseguro que a ningún
profeta lo aceptan en su tierra. Pero no os quepa duda de que en tiempo de
Elías... había muchas viudas en Israel y, sin embargo, a ninguna de ellas
enviaron a Elías, pero sí a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y
en tiempo del profeta Eliseo había muchos leprosos en Israel y, sin embargo,
ninguno de ellos quedó limpio, pero sí Naamán el sirio.
Los
traductores y los comentaristas de Lucas andan de cabeza acerca de la
interpretación de la expresión griega lucana, a causa su ambivalencia. En
efecto, el verbo «dar testimonio», se puede construir, en griego, de dos
maneras, con dativo favorable o desfavorable. Generalmente se interpreta que
«todos daban testimonio a su favor», cuando aquí lo que es más propio es el
sentido opuesto: «Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase
tan sólo las palabras sobre la gracia.» La frase despectiva con que lo
apostrofan a continuación lo confirma: «Pero ¿no es
éste el hijo de José?» (4,22b), el hijo del Pantera, apodo de la familia de
Jesús (según antiguos documentos rabínicos y cristianos). Con esta
manera de hablar, rehuyendo hacer suyos los ideales político-religiosos del
pueblo, obligado a pagar enormes impuestos de guerra y sometido al vasallaje
de las tropas de ocupación, no se parece en nada -dicen- a su padre ni continúa
la tradición de los Pantera. El rechazo de que es objeto en su «patria»
presagia el rechazo de que será objeto en Israel. Lucas lo anticipa, como
anticipa también la futura extensión del programa mesiánico de Jesús a todas
las naciones paganas: «Os aseguro que a ningún profeta lo aceptan en su tierra»
(4,24). Las dos analogías, la de la «viuda de Sarepta» y la de «Naamán el
sirio», ambos extranjeros, que les echa en cara (4,25-27; cf. 1Re 1-16 y 2Re
5,1-14), dejan entrever que el alcance de la misión no se circunscribirá sólo
a Israel. El fanatismo
religioso de sus compatriotas no se contenta con recriminarle su falta de
compromiso político: «Mientras oían aquello, todos en la sinagoga se fueron
llenando de cólera y, levantándose, lo expulsaron fuera de la ciudad y lo
empujaron hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificado su pueblo,
con la intención de despeñarlo» (4,28-29). De hecho, al final de su vida, lo
sacarán «fuera» de la ciudad de Jerusalén y lo ejecutarán como si fuese un
zelota más, crucificándolo en medio de dos malhechores, y, para más inri, en la
inscripción de la cruz se lo reprocharon de nuevo, echándole en cara, esta vez,
que se haya autoconstituido «rey de los judíos», Mesías de Israel. Sea como
sea, conseguirán hacerlo callar de momento, porque su mensaje estorba a unos y
a otros. Al fin, todos se pondrán de acuerdo contra él. Ya se veía venir...
desde el principio. Pero Jesús, abriéndose paso
entre ellos, emprendió el camino» (4,30). Con todo, nunca podrán ahogar su
clamor universalista: su persona y su mensaje continuarán influyendo en la historia,
encarnándose en hombres y mujeres que, fieles a su compromiso, se alejarán de
todo sistema de poder e irán creando pequeños oasis de solidaridad y de
fraternidad. IV A partir del
v. 17 Jeremías se convierte en palabra de Dios ambulante. Debe decir en público
lo que Dios le mande. Pero decir la verdad siempre ha sido problemático y
peligroso porque se tocan los intereses de muchas personas y de las estructuras
sociales. Por esto Dios se anticipa a decirle que no tenga miedo de afrontar su
misión. El temor no es ajeno a la vocación profética; lo importante es no
abandonar la vocación porque entonces sería Dios el que podría asustarnos, es
decir, dejar de llamarnos, de elegirnos y de consagrarnos, dejar de confiar en
nosotros, y ¿qué susto peor puede recibir un profeta? La promesa de
Dios no plantea su intervención para salvar al profeta en tiempos difíciles,
sino que a él, personalmente, lo fortalecerá internamente como un “pilar de
hierro”, y externamente lo consolidará como una “muralla de bronce”. La palabra
será su fuerza en su lucha contra las autoridades (reyes, ministros, sacerdotes
y propietarios), que han olvidado la alianza de Yahvé, oprimiendo y marginando
a su propio pueblo. La fortaleza también la encuentra el profeta en la
obediencia a la palabra que recibe y anuncia. Esto le asegura la compañía
permanente de Yahvé. Este bello
canto al amor, tiene como contexto la discusión de los corintios en torno a los
carismas. Con el texto de hoy, Pablo afirma categóricamente que el único
“carisma” absoluto es el del amor. El amor al que se refiere el autor no es el
amor helenista (eros), sino el amor cristiano (ágape), que es un amor que se
recibe, se entrega, se sirve y hasta da la vida por los hermanos. Sin amor, no
tiene sentido ni el mejor de los carismas; sin amor, la palabra profética queda
en el vacío, sin amor el amor de Dios pasa de largo en nuestras vidas. Podemos
dividir el canto en tres partes. En la primera (vv. 1-3) se enumera una serie
de carismas que no son nada si falta el amor. En la segunda (vv. 4-7) se
enumeran quince características del amor cristiano; siete se plantean de forma
positiva y ocho de forma negativa. En la tercera parte (vv. 8-13) Pablo termina
su canto reafirmando la eternidad del amor. El amor, que puede cambiarlo todo,
es el único que no cambiará, que será el mismo eternamente. Entre la fe, la
esperanza y el amor, este último es el mayor, quedando clara, para los
corintios y para los cristianos de todos los tiempos, la superioridad del amor
sobre cualquier otro carisma. El domingo
pasado, después de la lectura que hizo Jesús del profeta Isaías, el evangelio
terminaba diciendo que “todos los presentes tenían fijos los ojos en él...”. El
evangelio de hoy continúa la escena, que —recordemos— se desarrolla en la
sinagoga de Nazaret. Jesús dice que en él se cumplen las palabras de Isaías, es
decir, que es «el ungido» (Mesías) para anunciar la Buena Noticia a los pobres
y oprimidos... y el «año de gracia» del Señor. Los vv. 22-30
los podemos dividir así: v. 22: la reacción de la gente; vv. 23-27: la
respuesta de Jesús; vv. 28-29: indignación e intentos de matar a Jesús por
parte de los nazarenos; vv. 30: Jesús continúa su camino. Es
interesante constatar el contraste entre la reacción de la gente en el v. 22 y
la de los versículos 28-29. Inicialmente los de su pueblo aprobaban, y se
admiraban de su paisano, pero no alcanzaban a ver en Jesús la gracia de Dios
que salía de sus labios, ni al profeta anunciado por Isaías, sino simplemente
al Jesús hijo de José. Jesús percibe que sus paisanos no están interesados en
sus palabras sino en sus hechos, les interesa ante todo un espectáculo
milagrero, que cure los enfermos del pueblo y basta. Jesús les responde con
otro refrán: “ningún profeta es bien recibido en su patria”, dejando claro que
en Nazaret no hará ningún milagro. Entre los vv.
25-27 Jesús acude al AT para explicar su situación. El verdadero profeta no se
deja acaparar ni mucho menos presionar para satisfacer a un auditorio
interesado sólo por el espectáculo o por intereses individuales, aunque sean
los de sus familiares o su propio pueblo. El profeta es libre y se debe a la
palabra de Dios. La historia de Elías y Eliseo recuerda a los nazaretanos cómo
éstos tuvieron que irse a tierra de paganos porque su propio pueblo no quería
escucharlos. La característica de la mujer de Sarepta es su confianza en Dios,
confiando su vida y la de su propio hijo en un extraño como Elías; y
característico del sirio Naamán es que depone su orgullo y soberbia
nacionalistas ante las palabras de Eliseo. La misma Iglesia reconocerá en este
texto su misión de anunciar la Buena Noticia a los más alejados, es decir, que
la Palabra echa sus primeras raíces en las personas y en las familias, pero ése
no es su destino final; tiene que ser una palabra que busque siempre el camino
de los más alejados y necesitados. Las palabras finales de Jesús enfurecen a los presentes e intentan arrojar a Jesús por un barranco en las afueras del pueblo. Es curioso cómo los pobres de Nazaret, sujetos preferenciales del Anuncio de la Buena Nueva, desprecian la palabra presente en su tierra. Pero la palabra no puede morir, y Jesús continúa su camino misionero al servicio de los pobres, marginados y excluidos, con una palabra de vida, aunque amenazada siempre de muerte por quienes hacen de su vida una mala noticia de egoísmo.
Para la
revisión de vida La cruz, en su forma de rechazo de
los demás, de conflicto con los otros, sobre todo con el poder... a todos nos
asusta y nos acobarda... ¿Siento que por temor al conflicto, al qué dirán, al
rechazo de los bienpensantes, a las posibles represalias de los poderosos o de
la sociedad o de la institución... he dejado de comprometerme con la lucha por
la justicia y la transformación de la sociedad? ¿Me he mantenido al margen de
ciertos temas para no perturbar la comodidad o la "paz" de mi vida?
¿Tengo miedo a la opción por los pobres... para no complicarme la vida? Para la
reunión de grupo La cruz de
Jesús el rechazo que él sufre, no es una cruz cualquiera... ¿Cómo podríamos
caracterizarla?: ¿Quiénes rechazan a Jesús? ¿Por qué? ¿Por qué tipo de
intereses? Jon Sobrino
suele decir que los mártires latinoamericanos de las últimas décadas son
"jesuánicos", en cuanto que su persecución y su muerte tienen una
gran semejanza con las de Jesús: por la misma causa, y por la misma Causa, la
Causa de Jesús (el Reinado de Dios, este mismo mundo pero introducido en el
orden de la voluntad de Dios... bajo los mismos perseguidores... Cuidado,
porque otros mártires murieron por causa de Cristo Rey... que no es lo mismo
necesariamente. Comentar. ¿Qué tipos de
personas seguidoras de Jesús están padeciendo hoy día la persecución y el
rechazo como Jesús? (Téngase en cuenta que la Causa de la Liberación no es sólo
económica, ni sólo política, ni sólo interhumana, ni sólo social, ni sólo se
realiza por la praxis histórica...). Para la
oración de los fieles Para que los
cristianos asuman con alegría y entusiasmo la Causa de Jesús como su propia
Causa y misión, roguemos al señor... Para que los
cristianos que ejercen cargos públicos sean realmente honestos e insobornables,
dando al mundo el testimonio de que le mundo puede ser cambiado con el espíritu
de las bienaventuranzas... Para que
todos seamos coherentes con nuestros principios y nuestra vocación, sin temor a
las presiones sociales, al qué dirán, o a vernos señalados... Para que
también "hoy" hagamos nuestra la misión de Jesús y hagamos así que
también “se cumpla hoy la Escritura”... Por todas las
religiones de la tierra, para que convivan en fraternidad, dialogando con
gestos concretos a la búsqueda del rostro del Dios único... Oración
comunitaria
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