TERCER DOMINGO DE CUARESMA
CICLO "C" Primera
lectura: Éxodo 3, 1-8 a. 13-15
EVANGELIO -¿Pensáis que esos galileos eran
más pecadores que los demás, por la suerte que han sufrido? 30s digo
que no; y, si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también. 4Y
aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que
eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 5Os digo
que no; y, si no os enmendáis, todos pereceréis también. 6Y añadió esta parábola: -Un hombre tenía una higuera
plantada en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. 7Entonces
dijo al viñador: -Ya ves: tres años llevo
viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué,
además, va a esquilmar la tierra? 8Pero el viñador le
contestó; -Señor, déjala todavía este año;
entretanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol; 9si en
adelante diera fruto..., si no, la cortas. COMENTARIOS I 'Castigo de Dios' es una expresión que se suele oír cuando sucede
alguna tragedia. Pronunciar esta frase produce alivio a quienes consideran que
Dios es un juez severo que, con frialdad, examina la vida y obras de sus
clientes, dictando sentencia condenatoria para los culpables. 'Dios premia a
los buenos y castiga a los malos', nos dijeron desde pequeños; pero esta
afirmación no corresponde, tal vez, a la etapa de nuestra existencia en la
tierra, pues ese Dios -justo juez-parece callar demasiadas veces ante la
injusticia flagrante, ante el dolor y la opresión humana. Para algunos, Dios no interviene siempre, sino que manda de vez en
cuando un aviso, a modo de escarmiento, para que estemos alerta. Dios se puede
cansar, se nos ha dicho. Tiene paciencia hasta un cierto límite. Pero ¿es éste el rostro del Dios de Jesús? En una ocasión «se
presentaron a Jesús algunos para contarle que Pilato había mezclado la sangre
de unos galileos con la de las víctimas que ofrecían». Pilato había asesinado a
unos galileos mientras mataban en el templo de Jerusalén unos animales que
iban a ofrecer a Dios. En las épocas de gran afluencia de público al templo,
cada uno de los oferentes de animales mataba su propia víctima, limitándose el
sacerdote a recoger la sangre del animal y derramaría sobre el altar. Lo que
sucedió aquel día fue considerado como una gran profanación del templo, un
sacrilegio, pues se había mezclado la sangre de los animales con la de sus
oferentes asesinados. Quienes pasaron la noticia a Jesús pensaban que se trataba de un
'castigo de Dios' hacia aquellos galileos, gente propensa a sublevaciones
contra el poder romano ocupante y sin demasiados escrúpulos religiosos. Quienes
no habían sido asesinados podían considerarse justos delante de Dios. Jesús, que no estaba de acuerdo con semejante raciocinio, les
contestó: «-¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás porque
acabaron así? Os digo que no; y si no os enmendáis, todos pereceréis también. Y
aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Sibé, ¿pensáis que
eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no, y si
no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también» (Lc 13,lss). Los informadores de Jesús debieron de llevarse una sorpresa. La
situación se volvió contra ellos. Dios no actúa castigando o haciendo
escarmentar a nadie. De ser así, el castigo les hubiera tocado también a
ellos, pues eran igualmente pecadores. Y por si esto no hubiera quedado bien claro, Jesús añadió esta
parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar higos
y no encontró. Entonces dijo al viñador: Ya ves, tres años llevo viniendo a
buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué, además, va
a esquilmar el terreno? Pero el viñador le contestó: Señor, déjala todavía
este año; entre tanto yo cavaré y le echaré estiércol; y si en adelante diera
fruto..., si no, la cortas.» La higuera, árbol con muchas hojas y bella apariencia, es imagen de un
Israel que no da el fruto del cambio y la conversión (Jr 8,13). Pero Dios
tiene paciencia y espera. En lugar de cortar la higuera-Israel, está siempre
decidido a seguir cavándola y abonándola como el viñador de la parábola. Dios
no es partidario de escarmientos: tiene una paciencia infinita. Nadie debe
utilizar la tragedia humana como mecanismo de justificación propia. Lo único
que justifica ante Dios son las obras. Sólo éstas muestran quién es bueno o
malo ante El. Lo demás son falsas imágenes de un Dios del que sabemos Muy
poco... LA RESPONSABILIDAD ES DE TODOS Si la sociedad es injusta, si vemos que en la comunidad eclesial hay
mucho que corregir, eso afecta no sólo a los políticos o a la jerarquía
eclesiástica; la situación presente y el futuro de los grupos humanos es
responsabilidad, en mayor o menor grado, de todos sus miembros. Al menos para
los cristianos así queda dicho en el evangelio. PECADO
Y CASTIGO ...le contaron que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos
con las víctimas que ofrecían. Jesús les contestó: -¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás por la
suerte que han sufrido? Y aquellos
dieciocho que murieron aplastados por la torre de Sibé, ¿pensáis que eran más
culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os
enmendáis, todos pereceréis también. Según la mentalidad más extendida en el pueblo de Israel, los
sufrimientos son siempre consecuencia del pecado, el castigo que Dios impone
como sanción a quien desobedece sus normas (Ex 20,5). En un primer momento esta creencia se refería sobre todo a los
desastres colectivos: derrotas militares, catástrofes..., se consideraban la
consecuencia del alejamiento del pueblo respecto a Dios y a sus mandamientos
(Gn 19,1-26; Is 40,2; Am 1,3-2,16). En tiempos de Jesús, y desde unos siglos antes, la idea de que el
sufrimiento era siempre castigo por el pecado se mantenía, pero el acento
recaía en el sufrimiento personal y, sobre todo, en el pecado individual: cada
enfermedad, cada desgracia era la consecuencia directa de cada pecado cometido
por quien la sufría o, en todo caso, por sus progenitores (véase Jn 9,2).
Además, la doctrina oficial, especialmente la farisea, reducía el concepto de
pecado a la pura transgresión de la ley, resaltando, aún más en el aspecto
individual, y encerrando la cuestión en el ámbito exclusivo de la relación
entre Dios y el individuo. Que la gente pensara así resultaba muy beneficioso para las clases
dirigentes: los sumos sacerdotes, que
colaboraban con los invasores romanos; los
fariseos, que no movían un dedo para que la situación cambiara; todos los instalados en la cumbre de la
sociedad podían decir, siempre que sucedía algo como lo que cuenta el evangelio
de hoy, que la sangre derramada, ya por la violencia del imperio, ya por la
casualidad o por la incompetencia, era un castigo
de Dios: los galileos asesinados por los romanos o los habitantes de Jerusalén
aplastados por la torre de Sibé habrían pagado con su muerte sus propios
pecados. Las víctimas acababan así convertidas en culpables; los verdaderos
culpables, absueltos, y el pueblo, asustado y sometido, pues, si no obedecían a
los jerarcas, a cualquiera podría pasarle lo mismo. SI
NO OS ENMENDÁIS... Jesús no está de acuerdo con ese punto de vista. El sufrimiento que
pueda padecer un individuo no es consecuencia directa de sus propios pecados;
sin embargo, la capacidad de hacer sufrir y el potencial de muerte que se han
instalado en las sociedades humanas sí que son consecuencia del pecado colectivo del que todos somos personalmente responsables. Por eso, la ruina o la salvación de una sociedad son cuestiones que
afectan a todos Se trata de un asunto que, al mismo tiempo, es personal y
colectivo, de tal modo que ni se puede diluir la responsabilidad de cada uno en
la de la masa ni se puede eludir la solidaridad olvidando que se trata de un
problema común Cada uno, por tanto, debe cambiar en sus actitudes y sus
comportamientos y abandonar aquellos -si
no os enmendáis - que comportan o favorecen la injusticia, la violencia, el
egoísmo porque en el cambio personal se
encierra ya la semilla de una sociedad nueva: al nacimiento de un hombre nuevo
corresponde la aparición de una nueva humanidad. OBRAS
SON AMORES Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar fruto en
ella y no lo encontró... Cierto que la cuestión no es sólo individual. Porque se trata no sólo
de evitar el mal, sino de construir, como acabamos de indicar un mundo nuevo. El fruto que, con firmeza aunque sin agobio exige el dueño de la viña
es una sociedad organizada de acuerdo con la voluntad de Dios- para nosotros
los cristianos sería lo que el evangelio llama «el reino de Dios», puñados de
humanidad, comunidades que organizan su convivencia de tal modo que todos se
tratan y se sienten tratados como hermanos. No es sólo una sociedad en la que
no hay injusticia, odio, egoísmo, violencia..., sino una sociedad en la que se
han instalado definitivamente la justicia, el amor, la solidaridad, la paz. No se puede formar parte del pueblo de Dios (la viña, véase Is 5,1 7)
sin estar contribuyendo eficazmente a que ese pueblo sea cada vez más fiel al
proyecto del evangelio, sin crecer personalmente en la vida y en el compromiso
cristiano y sin asumir como propio el testimonio colectivo de la comunidad y
la misión de presentar a otros e invitarlos a incorporarse a la tarea de
realizarlo. Sería como un árbol que no da fruto, que estorba y resulta
perjudicial en un campo. Esto vale para personas y para grupos, organizaciones,
instituciones... La higuera, en otros lugares de los evangelios, y posiblemente
aquí, es figura de la estéril institución religiosa judía. Recordemos el refrán
español: ¡Obras son amores -el amor es el fruto- y no buenas razones! III La maldad de los fariseos se hace patente en la mala fe con que lo
informan. Vienen a decirle: 'Tú y tu gente acabaréis tan mal como aquellos
galileos, ya que sois galileos y os comportáis como ellos.' Ellos ya han
emitido su veredicto: son unos pecadores. Jesús, no obstante, jamás condena a
ningún zelota o fanático nacionalista, a pesar de que él morirá como un zelota más: «¿Pensáis
que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos porque
acabaron así? Os digo que no; y si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis
también» (13,2-3). Ahora es Jesús quien les advierte severamente: «Vosotros no
sois menos pecadores que aquéllos y pereceréis igualmente si no os enmendáis a
fondo.» Todos tenemos necesidad de cambiar de conducta, de no ser así
perderemos la oportunidad de vivir para siempre. Acto seguido
pasa a la carga y los pone en evidencia: «Y aquellos dieciocho que murieron
aplastados por la torre de Sibé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás
habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os enmendáis, pereceréis
también todos vosotros» (13,4-5). Informe contra informe. A los que le habían
recordado, como galileo que era y presuntamente zelota, el castigo ejemplar
infligido por Pilato a unos nacionalistas galileos, Jesús les recuerda, como
jerosolimitanos que son, la muerte por accidente de unos conciudadanos suyos,
accidente que ellos consideraban en su casuística como un castigo de Dios. No
son menos culpables que aquella pobre gente que ellos han inculpado sin motivo. PARÁBOLA
DE LA COMUNIDAD ESTÉRIL La secuencia
concluye con la conocida parábola de la higuera estéril, figura de Israel. Es
necesario que nos la apliquemos nosotros, individualmente y, sobre todo, como
comunidad cristiana o iglesia. Una iglesia, una comunidad que no dé frutos no
tiene razón de ser, por mucha hojarasca que ostente. Nuevamente Jerusalén? Os
digo que no; y si no os enmendáis, pereceréis también todos vosotros» (13,4-5).
Informe contra informe. A los amo (= Dios) con la del viñador (= Jesús mismo).
Pero todo tiene un límite: «hace tres años... déjala aún este año» (13,7-8), un
período completo. Jesús suplica por su pueblo y por cada comunidad cristiana. Y
se compromete con ella: «entre tanto yo la cavaré y le echaré estiércol»
(13,8). Siempre espera, contra toda esperanza: «si en adelante diera fruto...»
(13,9a). Resuena la buena noticia del ángel Gabriel a María: «y la que decían
que era estéril está ya de seis meses; para Dios no hay nada imposible»
(1,36-37). Isabel personificaba el estamento religioso, causa de esterilidad.
«¡Si no, la cortas!» (13,9b). IV Análisis El texto del
libro del Éxodo nos presenta una versión -la más conocida, seguramente- de la
así llamada vocación de Moisés, que es también la “autopresentación” de Yavé. Las antiguas
opiniones sobre diferentes fuentes hablan de dos antiguas tradiciones que se
integran en este texto. Según Gen 4,26 Enosh fue el primero en invocar el nombre
de Yavé, sin embargo, acá Moisés no lo conoce por lo que Diosa se lo debe
revelar. Por otra parte el nombre del monte es Horeb y no Sinaí, y el suegro de
Moisés es Jetró mientras que en 2,18 es Reuel. Así se ha hablado de las
diferentes tradiciones a las que históricamente se las llamó Elohista y
Yahvista, aunque el tema hoy está en discusión (en especial la antigüedad de
estas, y la existencia del primero). Muchos
elementos podríamos señalar, pero destaquemos solo algunos: Moisés es
llamado, y como es frecuente en los relatos de vocación de la Biblia se sigue
un esquema similar: (1) oración y respuesta, v.7 y v.9; (2) promesa de
salvación, v. 8 y v.10; (3) encargo, v.16-17 y v.10; (4) objeción, 4,1 y v.10;
(5) signo, 4,1-9 y v.12; (6) nueva objeción, 4,10 y v.13; (7) respuesta final
de Dios, 4,13-16 y 4,17. Como se ve, parecería que las dos fuentes
entremezcladas tienen el mismo esquema. Que se utilice un “relato de vocación”
nos pone en el contexto de los profetas, lo que no es ajeno al texto, ya que Moisés
debe ser “escuchado” como uno que habla “en nombre de Dios”. Otro elemento
es lo que causa la intervención de Dios: lo que lo motiva es “el clamor”. El
grito de dolor no deja a Dios “fuera” de la historia. Desde el clamor de la
sangre de Abel, Dios toma partido por “los-que-claman”, los que sufren la
opresión e injusticia (Gn 18,21; 19,13; Ex 11,6; 22,22: “no dejaré de oír su
clamor”; 1 Sam 9,16; Is 5,7; Sal 9,13). El clamor de su pueblo no le permite
“hacer oídos sordos”, y frente a ese dolor es que elige y envía a su elegido
“Moisés”. Finalmente
digamos algo sobre el ”nombre” de Dios. Entre los antiguos semitas, el “nombre”
es el sentido, es su misma existencia. Que Dios tenga nombre, y distinto del
nombre que recibió hasta ahora indica que algo ha cambiado (cambiamos de Dios);
este es un Dios que se muestra a partir de la historia, como un Dios que manda
a los que elige para dar respuesta a los clamores que lo conmueven y no lo
dejan indiferente. ¿Qué significa el nombre de Dios? Podemos preguntarnos qué
significó en su origen, y qué significó para los lectores del Éxodo. No es
fácil dar respuesta, lo cierto es que parece incluir el verbo “ser”/“estar”:
las opiniones más sólidas hoy son tres: “yo soy el que hace ser”, lo que remite
a que Dios es creador, aunque no se entiende a qué viene esta confesión de fe
en este momento; además de que el reconocimiento de Dios como creador parece
más tardío, como en el 2º Isaías, en tiempos del exilio); “yo soy el que soy”
en el sentido de resaltar Dios existe, mientras que los dioses-ídolos no
existen (en ese sentido parece usarlo Os 1,9), el marco remite en cierto modo a
la alianza y la “duplicación” destaca la soberanía de Dios que “hace
misericordia con quien hace misericordia” (Ex 33,19), es decir: siempre; finalmente,
“yo soy el que estaré” (con ustedes), es el Dios de la presencia salvadora, el
que acompaña la historia. Este último por el contexto, y el anterior por el
marco son los que nos parecen más probables: Dios garantiza su presencia y se
enfrenta con los dioses de Egipto: el clamor de su pueblo por el sufrimiento no
puede quedar impune. Nos
encontramos ante uno de los salmos (el 94) más “cristianos” del AT. La
misericordia aparece como la característica fundamental de Dios que, además, es
presentado como “padre”, como un Dios que supera la justicia yendo más allá,
hasta las fronteras del perdón. Como ocurre con frecuencia en los “himnos” de
“acción de gracias”, al comienzo (v.1) y al final (v.22) se repite la misma
idea (en este caso literalmente). Quizá debamos señalar que no es este uno de
los salmos más creativos literariamente (por ejemplo, no parece muy amante de
sinónimos y algunas palabras, como rhm y hsd, ternura y misericordia, se
repiten con frecuencia, casi monótonamente), aunque esto no impide que sea muy
profundo teológicamente. No es fácil
saber en qué contexto nació ya que a veces parece individual (alma mía) y otras
parece comunitario (no nos trata, Moisés, Israel...), y no hay un contexto
histórico aparente (por algunos elementos parece post-exílico, pero no parece
importante en este caso): puede ser una persona curada de una enfermedad
(vv.3-4), una situación nacional (vv.7.18), o una reflexión religiosa sobre
Dios, tanto en lo personal como en lo comunitario (v.8). Todas son posibles. La liturgia
incorpora sólo los vv.1-4.6-8 (con lo que omite la extraña comparación del
águila que se “renueva” de v.5) y v.11 (con lo que también omite la actitud de
Dios que “no paga conforme a las culpas” sino que las supera en misericordia).
En v.11 comienzan varias comparaciones marcando la distancia entre el amor de
Dios y el hombre con una serie de imágenes (horizonte, padre, polvo, hierba).
En la liturgia de hoy sólo tenemos la primera: la distancia entre el cielo y la
tierra. El orante se
invita a sí mismo (alma mía) a bendecir a Dios. Los “beneficios” tienen que ver
con la retribución (la raíz gml dice relación a eso), no se alaba la justicia
rígida, sino que va más allá de la mirada a los méritos (como vuelve a
recordarlo en vv.8-10). Luego lo siguen una serie de participios que se aplican
a Dios (vv.3-6): que perdona, que cura, que libra, que corona, que sacia, que
renueva. Por el lado negativo nos libra de culpas, enfermedades (que suelen ser
vistas como consecuencia de las culpas) y -por tanto- de la muerte;
positivamente nos da ternura, misericordia, bienes (hsd, rhm, twb). Ambos
elementos, negativos y positivos, tienen como conclusión que nos rejuvenecen. De allí se
pasa a algo más social que personal: la justicia y la liberación con lo que
prepara a la referencia -ahora nacional- a Moisés e Israel (v.7). La idea de
que Yavé es clemente y compasivo la encontramos en Ex 34,6; Jl 2,13; Jon 4,2;
Sal 86,15; 145,8; Neh 9,17 con coloración litúrgica. Esto se expresa por
comparaciones que -como vimos- la liturgia sólo incorpora la primera, la
diferencia de altura entre cielo y tierra -la más grande imaginable- (ver Sal
36,6; 57,11), que sirve para mostrar cómo es de grande el amor de Dios (“como
[min] el cielo es más alto que la tierra...” Is 55,9; ver Jb 11,8; 22,12). El
Salmo aparece, entonces, como una presentación de Dios en la historia tanto
personal como comunitaria, y su característica principal radica en su ternura
(materna) y su paternidad que actúa en esa historia y nos debe llevar
(imperativo) a alabarlo constantemente. La Primera
carta de Pablo a los Corintios presenta muchas dificultades cuando pretendemos
“ubicarla”. Parece muy desordenada, y no es evidente que todo esté en el lugar
que Pablo lo pensó. Sabemos que Pablo contesta preguntas escritas que la
comunidad le ha hecho (7,1) y es probable que cada vez que usa “con respecto a”
también lo esté haciendo (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12). Eso no impide que se
hayan introducido en el resto de la carta textos provenientes sea de otras
cartas o de nuevas circunstancias que exigieron una reelaboración del escrito
por parte del mismo Pablo (esta última es nuestra opinión pero no es el caso
destacarla acá). En principio, entonces, el texto de 1 Cor 10,1-13 pertenece al
bloque donde Pablo responde acerca de la carne ofrecida a los ídolos. Sin embargo,
la frase “no quiero que ignoren” destaca que comienza una nueva unidad, como
además se ve en el uso de “hermanos”. La referencia evidente a los
acontecimientos del desierto nos hace pensar que estamos ante una relectura del
A.T., o una breve homilía, en clave evidentemente cristiana: se compara la nube
y el paso del mar con el bautismo, el maná y el agua con la eucaristía, y se
recuerda que esos acontecimientos ocurren “en figura” (vv. 6.11) y que no
deben, los corintios, repetir lo malo que hicieron en el desierto “nuestros
padres”. El discurso se mueve de a pares: nube/mar, alimento/bebida espiritual,
y pretende que “no hagamos como ellos hicieron” donde se repiten, siempre de a
pares, los verbos que caracterizan el comportamiento incorrecto de los
israelitas en el desierto y que Pablo pretende que los cristianos eviten:
codiciar, fornicar, tentar, murmurar. En el centro encontramos una actitud que
también se debe evitar pero no tiene su par, pero -por el contrario- está
iluminada por un texto bíblico: “no idolatren”; la referencia es al “becerro de
oro”, pero la cita remite a la comida y bebida. Seguramente Pablo podía haber
escogido otra cita mejor para aludir a la idolatría, pero esta hace referencia
a la comida que es lo que a Pablo le interesa marcar. De allí que pase a la
siguiente unidad recordando “huyan de la idolatría” (10,14) para volver a la
comida de carne ofrecida a los ídolos, que -como vimos, es el marco de la
unidad. El hecho de que “no idolatren” no tenga par (“como ellos idolatraron”)
y que sea iluminado con la Escritura revela que para Pablo es el corazón del
relato. La referencia
a las figuras (typos) del AT que recuerdan el bautismo y la eucaristía, parecen
decir que no se debe creer que por ser partícipes de la comunidad sacramental,
no por estar bautizados y tomar parte de la eucaristía tenemos la garantía de
no caer (eso sería hacerse un ídolo; ver 11,30). La idolatría es la clave de la
unidad (lamentablemente omitida por el texto litúrgico). Los israelitas
cayeron, y también nosotros debemos cuidarnos de no caer: “el que crea estar de
pie cuide de no caer” es la conclusión y la clave del texto. El Evangelio
se ubica en el “viaje a Jerusalén” donde Lucas presenta muchos textos de su
fuente propia, “L”, un poco -aparentemente- desordenados. Sin embargo, el
relato presenta una cierta semejanza en la forma con lo que viene diciendo: en
12,51 también había preguntado “creen que...” y su respuesta fue “les aseguro
que...” concluyendo con una parábola. En este caso se presenta abruptamente una
situación histórica, con una aparente interpretación religiosa. Jesús corrige
esa interpretación e incluso presenta otra situación semejante que se prestaría
a la misma interpretación. “No, les aseguro” es la corrección que Jesús propone
(vv.3.5) para lo cual presenta otra parábola (vv.6-9). El
acontecimiento histórico nos es desconocido. Se han propuesto diferentes
hechos, pero ninguno coincide exactamente con este. Es extraño que Flavio
Josefo no lo haya narrado siendo, como es, muy poco amigo de Pilato. Pero el
debate supone un (o dos) acontecimiento(s) ocurridos realmente. La mezcla de
sangre de galileos con la de los sacrificios hace pensar en la fiesta de la
Pascua: en esa fecha Pilato y los peregrinos -también los de Galilea- se
encuentran en Jerusalén, y los laicos participan de los sacrificios ya que
deben llevar a su casa, o lugar de tránsito, el cordero para ser comido en
familia. El otro hecho afecta a 18 personas, si el primero es incidental, este
es ocasional, en el primero hay un criminal, pero en el segundo hay un hecho
casual, lo común de ambos son los muertos y la interpretación que los
interlocutores de Jesús hacen del hecho. De la torre de Siloé sabemos de su
existencia, y su ampliación. Josefo la narra, pero no cuenta -tampoco- ningún
accidente de este tipo. No sabemos si Lc no está pensando o puede estar
releyendo la caída de Jerusalén posterior al 70, pero más allá del o los hechos
históricos, lo importante es la respuesta a la imagen de Dios que todo esto
supone. La opinión
teológica clásica establece una estrecha relación entre culpabilidad y castigo,
de allí que los interlocutores piensan que en estas muertes Dios ha castigado
sus pecados; estamos cerca de la teología tradicional de la “retribución”, la
misma que defienden los amigos de Job. Jesús no cuestiona la culpabilidad de
los galileos, pero se niega a presentar un Dios así de cruel, y prefiere
mostrar un Dios en diálogo con los hombres, un Dios que dé espacio a la
conversión. “Si ustedes no se convierten” pone a los oyentes en el mismo nivel
que los galileos y parte de la ideas de que “todos son culpables”. Y nos lleva
a mirar el mundo y los acontecimientos no como espectadores sino como actores.
En vv. 2 y 4 se pone en paralelo pecadores y deudores; seguramente los lectores
griegos de Lucas no entienden “deuda” en un sentido también religioso (ver el
Padre nuestro donde Lc dice “pecados” donde la fuente decía “deudas”) pero al
estar en paralelo no precisa explicación y se comprende que aquí por “deuda”
debe comprenderse “culpa”. Al rechazar esta imagen de Dios, Lc presenta una
divinidad menos poderosa y más misericordiosa, presenta un Dios de amor y nos
invita a tener presente que nuestra suerte se juega en el perdón de Dios más que
en nuestras actitudes. En este
marco, Jesús nos presenta una parábola. Con frecuencia se la ha alegorizado
(por ejemplo los 3 años harían referencia a la vida pública de Jesús, dato del
que Lc nunca habla y parece desconocer). Sabemos que con muchísima frecuencia
Israel es comparado con una vid (el ejemplo más evidente -y es solo uno entre
muchos- es Is 5,1ss-, pero también se ha comparado a Israel con una higuera
(ver Jer 24,1-10). Es interesante que ambas imágenes se mezclan algunas veces
en los profetas (Jer 8,13; Os 9,10; Mi 7,1). No es necesario decir que la vid
representa a Israel y la higuera a Jerusalén, probablemente el uso de ambas
imágenes tiene como intención simplemente reforzar la idea (ver Mi 4,4) y que
quede muy claro de quienes se está hablando, de Israel, y de ese modo mover a
la “conversión” (metánoia) que es el centro de toda la unidad. La higuera no
sólo no da fruto sino que ocupa un lugar importante. El poseedor repite lo que
sabemos, que ha ido a buscar infructuosamente, pero aporta nuevos elementos:
que hace tres años que lo hace, y su decisión de cortarla; la destrucción es
aquí, imagen del juicio. Lo sorprendente ocurre con la intercesión del viñador
(es común en la Biblia que el intercesor sea uno inferior como es en este caso
el viñador sobre el dueño de la viña), él se ocupará de dar alimento y bebida a
la planta y mueve al dueño a una nueva -y última- esperanza, en este caso un
año. Este será la última oportunidad del árbol de dar frutos, sino será
cortado. Como otras parábolas, el final permanece “abierto”, no sabemos si la
higuera dio o no el fruto esperado, como no sabemos si el hijo mayor entró a la
fiesta del padre por el regreso del hijo menor. Como la parábola pretende mover
a una actitud, son nuestras actitudes la que darán el final sea negativo o
positivo... Los oyentes,
pecadores, tienen también su última oportunidad de dar fruto de conversión para
Dios. Los israelitas están invitados, tanto en las desgracias cotidianas, como
en la palabra de Jesús, a escuchar la voz de Dios que los invita a la
conversión. Y con ellos también nosotros. Comentario La vid y la
higuera, representan en la Biblia, frecuentemente, al pueblo de Israel, para
que quede claro que se refiere a esto, el pasaje de la parábola nos habla de
una higuera plantada en un a viña. Pero en estos casos, el problema, con
muchísima frecuencia son los frutos, o para ser precisos, los frutos malos la
falta de ellos... ¿De qué sirve una higuera que no da frutos? Si no da frutos
reiteradamente, el problema se agrava: no sólo no da fruto sino que ocupa un
lugar que se podría aprovechar para otra planta. Dios preparó el terreno, hizo
todo lo necesario, se tomó un tiempo prudencial, pero ¿y los frutos? El pueblo
que Dios se ha preparado con tanto cariño, ¿cómo responde al cariño de Dios?,
el tiempo se acaba y la higuera puede ser cortada. Sólo la intercesión de los
trabajadores puede postergar esto un breve tiempo más. Vivimos en
sociedades llamadas cristianas. "Occidental y cristiana" se decía, y
los frutos fueron torturas, desapariciones, asesinatos, delaciones, miedo,
desesperanza... y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de
salud y vivienda, desesperanza... y "por los frutos se conoce el
árbol". Hoy, muchos llamados cristianos siguen viviendo su fe muy lejos de
los frutos de amor y justicia que nos pide el Evangelio: participan de mesas de
dinero, de la tiranía del mercado, pagan sueldos "estrictamente «justos»”
y precisamente bajos, están afiliados a partidos que nada tienen que ver con la
Doctrina Social de la Iglesia (¿se puede -por ejemplo- ser cristiano y neo-
liberal? ¡ciertamente no!). ¿Y los frutos? Individualismo, hambre, pobreza...
Así, por ejemplo, vemos que uno de los problema que tenemos en América Latina
para el reconocimiento “oficial” de nuestros mártires es que quienes los han
matado “se llaman ellos mismos cristianos!”, y esto desconcierta a muchos. ¡Cuántos se
llaman cristianos entre nosotros! ¡Cuántos son "cristianos comprometidos"
participantes de misas y movimientos!... Pero también, ¡cuánto es el escándalo! "Dios
mío: quiero pedirte perdón hoy por haberme olvidado de lo más importante: que
eres mi Padre; Señor, nunca más quiero tenerte miedo, soy tu hijo y no tu esclavo.
Desde hoy en adelante quiero que estés contento conmigo. Quiero demostrarte con
hechos, y no con meras palabras, que te quiero... quiero amarte en cada hombre
que me salga al encuentro, porque ésa es tu voluntad. Quiero sufrir con mis
hermanos que están sin trabajo, quiero sentir como mía la angustia de miles y
miles de jubilados... Haz, Señor, que como Tú, pase por la vida desparramando
amor" (Carlos Mugica, http://carlosmugica.com.ar).
No bastan las palabras. De nada sirve una higuera estéril. Una higuera debe dar higos ya que para eso ha sido plantada. Un pueblo redimido por Cristo, debe edificar, con su vida (y con su muerte si fuera necesario) un Reino que dé frutos de verdad, de justicia y de paz, de libertad, de vida y de esperanza.... Estamos lejos, ¡muy lejos! de lograrlo. Es verdad que en decenas de comunidades hay también frutos muy vivos de solidaridad, de paz, de oración, de justicia y de vida, de celebración y de esperanza... y podríamos multiplicar los frutos que vemos en las comunidades; pero todo lo anterior también es cierto. Faltan muchos frutos que dar, falta mucha vida que cosechar y alegría que festejar. El continente de la violencia, de la injusticia y el hambre reclama frutos de los cristianos. Y esos frutos deben darse en la historia. Los acontecimientos cotidianos, de dolor y de muerte, que tan frecuentes vivimos en América Latina nos dan una palabra de Dios, una palabra que debemos aprender a escuchar, que debemos comprender para no creer que Dios dice lo que no está diciendo. Jesús nos enseña la “dinámica del fruto” para aprender a reconocer allí un Dios que sigue hablando y que nos sigue llamando a la conversión. no para una conversión individual y personal, sino que dé frutos para los hermanos, para la historia y para la vida. Y la Cuaresma es tiempo oportuno para empezar a darlos...
Para la
revisión de vida ¿Será que, en mi imaginario
religioso, yo creo que el mundo tiene un «segundo piso», el celestial, que
maneja lo que pasa en este mundo, y que a su intervención se deben los males y
los bienes de lo que nos ocurren? ¿Y que por eso tengo que rezar, o conseguirme
de cualquier otra forma el favor del cielo? ¿Tengo una mentalidad premoderna,
mágica? ¿Creo que hay Alguien más arriba (o más abajo) que interviene en mi
vida? ¿Considero todavía que Dios es algo/alguien separado del mundo,
separado/diferente de la realidad? [Estudiar el tema del teísmo, panenteísmo...
≠ panteísmo]. Para la
reunión de grupo Solemos tener en nuestra visión
inconsciente una imagen de Dios como mecanicista: si nos portamos bien nos han
de salir bien las cosas, y si nos salen mal pensamos que se deberá a que algo
hemos hecho mal… Como si fuera Dios quien enviase el mal al mundo… ¿Qué tipos
de mal podemos encontrar en el mundo, y cuáles serían sus orígenes? (Mal
natural, mal cometido por el ser humano, mal provocado por él…) Se dice que la escena del Éxodo que
hoy leemos es como la primera presentación de Dios en la historia, la primera
vez que entra Dios en ella de un modo decidido… ¿Qué características podemos
decir que tiene el Dios bíblico, con semejante «tarjeta de visita»? ¿Qué imagen
de Dios refleja este texto bíblico? Roger LENAERS, jesuita, ha escrito
el libro «Otro cristianismo es posible», donde analiza lo frecuente que es que
los cristianos seguimos pensando como Platón imaginó el mundo, dividido en dos,
con un piso superior donde habita lo divino, que sigue manejando los sucesos de
este mundo, por lo que no somos un mundo autónomo, sino “heterónomo”, que
depende enteramente de arriba, por lo que debemos estar pendientes de la
“revelación” que ese mundo de arriba nos concedió a los humanos, y conducirnos
con humildad y sumisión, sin pretender tener una responsabilidad propia y
nuestra... Esa división platónica del mundo en dos pisos (el Timeo) nos la han
solido presentar como esencial al cristianismo... ¿Es posible otro
cristianismo, reconciliado con el pensamiento moderno que reconoce que estamos
en un solo mundo, sin dos pisos? Se puede organizar un debate sobre
estas dos formas de ver el mundo. El libro está accesible en internet: http://cursotpr.adg-n.es/?page_id=3 Para captar el favor de ese
“segundo piso” está la oración de petición, o los sacrificios y otras prácticas
religiosas para conseguirnos el favor del cielo... ¿Tiene sentido la oración de
petición? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué sentido nos parece que ya no puede tener? Para la
oración de los fieles Para que
tengamos en nuestra fe una imagen de Dios conforme a lo que la Palabra de Dios
nos manifiesta: un Dios que interviene en la historia, escucha el clamor de su
pueblo y sin quedarse en la pasividad decide entrar en acción, roguemos al
Señor. Para que también
nosotros tengamos una espiritualidad que corresponda al Dios bíblico: abierta a
captar los signos de la presencia de Dios en la historia, y principalmente
dispuesta a escuchar el clamor de los hermanos que sufren, roguemos al Señor. Para que no
achaquemos a Dios el mal que nosotros mismos provocamos, roguemos al Señor. Para que no
decepcionemos una y otra vez al Señor que viene a recoger los frutos que espera
de nosotros, sino que con tesón y con esperanza produzcamos frutos de amor
comprometido, roguemos al Señor. Por la
humanidad, para que se haga cada vez más consciente de que tiene que cuidar
este mundo, sus riquezas naturales, sus aguas, sus bosques, su capa de ozono…
como el hogar que nos ha sido dado y que debemos conservar para las futuras
generaciones, en vez de destruirlo simplemente por ambición y afán irracional
de lucro, roguemos al Señor. Oración
comunitaria Oh Dios, misterio inabarcable.
Acostumbrados como estamos a atribuir a tu acción todo lo que nosotros no
sabemos explicar, sobre todo el mal cuyo sentido no logramos captar. Queremos
expresarte nuestra voluntad de ser adultos, de asumir nuestras
responsabilidades en el mal, y de preferir maduramente el silencio y la acogida
del misterio, a la respuesta fácil de achacarte los sucesos incomprensibles o
nuestros límites y deficiencias. Nosotros lo aprendemos esto del ejemplo de
Jesús, nuestro hermano, tu hijo bienamado.
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