CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
CICLO "C" Salmo responsorial: Salmo 33 Segunda lectura: 2 Corintios 5, 17-21 EVANGELIO Lucas 15, 1-3. 11-32 15 1Todos los recaudadores
y descreídos se le iban acercando para escucharlo; 2por eso tanto
los fariseos como los letrados lo criticaban diciendo: -Éste acoge a los descreídos y
come con ellos. 3Entonces les propuso
Jesús esta parábola: 11Y añadió: -Un hombre tenía dos hijos; 12El
menor le dijo a su padre: -Padre, dame la parte de la
fortuna que me toca. El padre les repartió los
bienes. 13A los pocos días, el hijo menor, juntando todo lo suyo,
emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido. 14Cuando se lo había gastado todo,
vino un hambre terrible en aquella tierra, y empezó él a pasar necesidad. 15Fue
entonces y buscó amparo en uno de los ciudadanos de aquel país, que lo mandó a
sus campos a guardar cerdos. 16Le entraban ganas de llenarse el
estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pues nadie le daba de comer. 17Recapacitando
entonces se dijo: -Cuántos jornaleros de mi padre
tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre. 18Voy a
volver a casa de mi padre y le voy a decir: "Padre, he ofendido a Dios
y te he ofendido a ti; 19ya no merezco llamarme hijo tuyo;
trátame como a uno de tus jornaleros". 20Entonces se puso en
camino para casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se
conmovió; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. 21El hijo empezó: -Padre, he ofendido a Dios y te
he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. 22Pero el padre dijo
a sus criados: -Sacad en seguida el mejor traje
y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; 23traed
el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete, 24porque este
hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y se le ha
encontrado. Y empezaron el banquete. 25El hijo mayor
estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de la casa, oyó la música y la danza;
26llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba. 27Este
le contestó: - Ha vuelto tu hermano, y tu
padre ha mandado matar el ternero cebado por haber recobrado a su hijo sano y
salvo. 28Él se indignó y se
negaba a entrar; su padre salió e intentó persuadirlo, 29pero él
replicó a su padre: -A mí, en tantos años como te
sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo, jamás me has dado un cabrito para
hacer fiesta con mis amigos; 30en cambio, cuando ha venido ese hijo
tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero
cebado. 31El padre le
respondió: -Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! 32Además, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, andaba perdido y se le ha encontrado.
I ¿DOS HERMANOS? Mirando alrededor constatamos, a simple vista, que la familia humana
está rota, dividida, descompuesta. Resulta difícil encontrar gente capaz de
perdonar, olvidar, amar y confiar en un nuevo estilo de relaciones humanas que
no esté basado en el propio interés, la rencilla, el rencor o la 'ley del
talión', del «ojo por ojo y diente por diente» (Ex 21,22-23). Y así no queda,
de tejas abajo, lugar para el amor verdadero. El que la hace, la paga. Por eso es conveniente volverse al evangelio para oxigenarse, y
resulta cada vez más hermoso volver a leer alguna de las parábolas que el
Maestro nazareno proponía a la sociedad de la época, estructurada como la
nuestra en clases enfrentadas. Eso si, hay que volverse al evangelio,
liberándose de la versión oficial que se nos ha transmitido, deformadora, con
frecuencia, de la verdad evangélica; unas veces por hacerle decir al evangelio
lo que no dice, otras por no referir todo lo que narra, sino sélo una parte. La mal titulada parábola del Hijo pródigo (del latín prodigere: gastar profusamente) puede
servir de ejemplo para ilustrar lo dicho. Jesús la pronuncié para responder a
las críticas que los fariseos y letrados, oficialmente justos le hacían sobre
su convivencia sin escrúpulos con gente de mala fama, recaudadores y
descreídos. «Un hombre tenía dos hijos. El menor le dijo a su padre: -Padre, dame
la parte de la fortuna que me toca. El padre repartió los bienes» (Lc 15,1-2.11ss). Y lo que sigue, en parte, lo conocemos: el hijo menor se marchó lejos
del país y dilapidé su capital hasta el punto de tener que volver arrepentido a
la casa paterna, donde encontré a un padre con los brazos abiertos, dispuesto
a olvidar y perdonar y, más aún, pronto a festejar su vuelta. Hasta aquí lo que casi siempre hemos oído, el relato del abandono de
la casa paterna por parte de su hijo un tanto insensato; relato enternecedor,
si pensamos en el amor de padre que olvida, perdona y festeja el reencuentro. Pero la parábola no termina ahí. El padre mandé que se preparara un
banquete porque «este hijo mío se había muerto, y ha vuelto a vivir; se había
perdido y se le ha encontrado. Y empezaron el banquete». «El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de la casa,
oyó la música y el baile; llamé a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba.
Este le contesté: ha vuelto tu hermano y tu padre ha mandado matar el ternero
cebado, porque ha recobrado a su hijo sano. El hijo mayor se indigné y se negó
a entrar, pero el padre salió e intenté persuadirlo. El hijo replicó: Mira, a
mí en tantos años como te sirvo sin desobedecer una orden tuya, jamás me has
dado un cabrito para comérmelo con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo
tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero
cebado. El padre le respondió -¡Hijo mío, si tú estás siempre conmigo y todo lo
mío es tuyo! Por otra parte, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este
hermano tuyo se había muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y se le ha
encontrado. » Magnífica lección de padre. Triste -pero real- historia. Siempre hay
alguien que no está dispuesto a perdonar, que distorsiona la familia humana,
que hace de la fiesta un conflicto; de la sociedad, una pugna fratricida.
Personas que, como los fariseos y letrados, representados en el hermano mayor,
se cierran al diálogo con los 'oficialmente perversos, pero arrepentidos'. Por
esos derroteros, la familia humana se autodestruye. Sólo el olvido y el perdón
hacen de la vida una fiesta, borrón y cuenta nueva de un pasado de división y
lejanía. Es el único camino posible para la reconstrucción de la fraternidad.
II
Sí Dios, tal y como lo
presentaban los fariseos, anulara la libertad del hombre manteniéndolo en
permanente minoría de edad, la huida del hijo pródigo habría estado
justificada. Si todavía, y dentro del ámbito de influencia del cristianismo,
hay quienes piensan que creer en Dios supone renunciar a la libertad, ¿no será
que seguimos presentando al Dios fariseo en lugar de presentar al Padre de
Jesús, y por eso muchos nada quieren saber de El? EL
HIJO PRÓDIGO Un hombre tenía dos hijos; el menor le dijo a su padre: -Padre, dame la parte de la fortuna que me toca. Según los fariseos, Jesús andaba con malas compañías: recaudadores, descreídos, mujeres de mala fama...
Y ellos, que eran gente decente, lo
criticaban, le echaban en cara que se sentara a la misma mesa con sujetos tan
poco recomendables (Lc 15,1). Jesús responde a estas críticas con tres parábolas
en las que explica, especialmente a los fariseos, cómo Dios no tiene corazón de
juez, sino de Padre. Y cómo, sin abandonar el ámbito de su amor, hay que tener
la osadía de vivir no como siervos, sino como hijos. «Un hombre tenía dos hijos...», y uno, el menor de ellos, quiso de
pronto ser mayor. Y creía que para eso tenía que alejarse de su padre. Pensaba
que así sería más libre, más feliz. Y pidió su parte de la herencia. Y se fue a
otro país. Pero muy pronto pudo comprobar que duran poco la felicidad que se
compra y la alegría que hay que pagar: pronto se le acabó todo el capital que
había recibido, y empezó a sentir necesidad. Se puso a trabajar. Pero en aquel
país, lejos de su padre, no habitaba la justicia: por su trabajo no recibía ni
siquiera lo necesario para satisfacer las necesidades más elementales. Y
sintiéndose explotado y víctima de la injusticia, se le abrieron los ojos y se
dio cuenta de que en la casa de su padre nadie carecía de nada: «Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de
hambre». Había renunciado a ser hijo marchándose de la casa de su padre y se
había convertido en esclavo de gentes extrañas. La experiencia de la esclavitud le hizo desear la libertad perdida,
aunque no se atrevió a pedirla toda: «Voy a volver a casa de mi padre y le voy
a decir: Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco
llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros». A pesar de su mala
cabeza siempre se había sentido hijo; por eso, cuando pensó en volver y cuando
se encontró de nuevo con quien le había dado la vida, la primera palabra que
vino a su pensamiento y le brotó de los labios fue «PADRE»; a pesar de sus
miserias, no había cortado la comunicación con la fuente de su vida. CORAZÓN
DE PADRE Pero el padre dijo a sus criados: -Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; .. celebremos un
banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba
perdido y se le ha encontrado. Alcanzó el perdón y recobró la libertad. El padre no aguardó a que llegara, ni lo dejó que terminara con las
explicaciones que traía preparadas. Lo esperaba y sale a su encuentro. Y lo
perdona -estaba deseando hacerlo-. Y hace una gran fiesta. Porque lo quiere y
lo quiere vivo y feliz. Porque lo ha recuperado y le basta con que haya decidido
volver a su casa, de la que nunca debió salir. No era un padre que limitara la
libertad de sus hijos. Cuando decidió alejarse de su lado respetó su decisión,
aunque sabía que iba a sufrir y a poner en peligro su vida. Tampoco es un padre
rencoroso: ahora que vuelve lo perdona sin más, sólo porque ha decidido volver.
El muchacho no había sido un buen hijo; pero él sí que era un padre bueno. Y en
su corazón de padre sólo cabe el amor y, cuando es necesario, el perdón. El Padre es el auténtico protagonista de esta parábola: su corazón es
tan grande que sólo le sirve para querer; no guarda rencor, sino que está
convencido de que al mal sólo se le vence con el amor y el perdón, y no reniega
de su hijo por muy mal hijo que sea. EL
HIJO «BUENO» El hijo
mayor... se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentó persuadirlo,
pero él replicó a su padre: -A mí, en tantos años como te sirvo, sin saltarme nunca un mandato
tuyo, jamás me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos; en
cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo, que se ha comido tus bienes con malas
mujeres, matas para él el ternero cebado. El padre le respondió: Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! El último personaje de la parábola es el hijo mayor. Un buen chico:
obediente, ahorrador, poco amigo de juergas. Se sentía muy orgulloso de sí
mismo y de tener un padre como el suyo, pero... todo se agotaba en el orgullo,
porque, siendo ya mayor, o no había dejado de ser niño o no se atrevía a ser
hijo. Actúa como un niño envidioso que destaca los defectos de su hermano
para, de esa manera, acaparar él solo la atención de su padre. Y cuando se
entera de que su padre ha perdonado y acogido al hijo perdido, se enfada y se
niega a entrar en la casa. Era adulto, pero no se quería arriesgar a vivir Como un hijo y
prefirió la seguridad de vivir como siervo. Al poner todo su interés en quedar
bien ante su padre en lugar de intentar parecerse a él, no fue capaz ni de amar
ni de dejarse querer. Creía que sólo él tenía derecho a la simpatía de su
padre; pero se había cerrado a la posibilidad del amor: lo tenía todo, pero no
era capaz de disponer de nada. Y ahora se irrita porque se festeja la
recuperada vida de su hermano. Y es que, porque no había sabido o no había
querido vivir como hijo, no supo comportarse como hermano. «Mira... ese hijo
tuyo... » Se olvidó de que hablaba con su padre,
no cayó en la cuenta de que hablaba de su hermano. ¿O quizá rechazaba un padre «Padre» para no tener que vivir como hermano?
III RESPUESTA
EN MASA DE LOS MARGINADOS «¡Quien tenga oídos para oír, que escuche!» (14,35a): así concluía el
primer cuadro, una invitación a aceptar sin condiciones el magisterio de
Jesús. En el segundo cuadro (15,1-32) se
constata la reacción del auditorio: «Se le iban acercando todos los
recaudadores y descreídos para escucharlo; por eso tanto los fariseos como los
letrados se pusieron a murmurar diciendo: "Este acoge a los descreídos y
come con ellos"» (15,1-2). Los
proscritos por la sociedad teocrática, atraídos por los planteamientos
radicales de Jesús, reaccionan en masa y aceptan sus condiciones. Son los que
han hecho ya la experiencia de la marginación..., insatisfechos por la vida
que llevaban dentro de aquella sociedad religiosa. Jesús habla un lenguaje
distinto y, sobre todo, muestra hacia ellos una actitud abierta, compartiendo
su situación. La flor y nata de la religiosidad judía reacciona haciendo
aspavientos, porque «acoge a los descreídos», rompiendo con el apartheid religioso, y «come» con ellos,
sin importarle su mentalidad arreligiosa. «Comer» comporta participar de una
misma manera de pensar, crea comunidad. TRÍPTICO
PARABÓLICO: LA GRAN FIESTA DE LOS CRISTIANOS Como toda respuesta, Jesús les propone una parábola, precedida de dos
analogías. Lucas no dejará constancia de reacción alguna de la clase dirigente.
La reserva para el libro de los Hechos, donde el retorno de los marginados
coincidirá con la conversión de Felipe, Saulo y Pedro, y la «murmuración» irá
a cargo de los creyentes de origen judío por la apertura de Pedro a la causa de
los paganos (Hch 8,4-11,18). Entre el enunciado de la parábola (v. 3a) y su exposición (vv. 11-32),
Lucas intercala dos analogías en forma de dos preguntas retóricas, una basada
en el mundo cultural del hombre (vv. 3-7) y la otra en el de la mujer (vv.
8-10). Cien ovejas 1 diez dracmas representan la unidad (100/10 = 1). Si se
pierde la unidad, se ha perdido todo. La unidad de la humanidad para Jesús es indivisible:
no se puede dividir el mundo en sagrado (los 99/9 «justos» o buenos) y profano
(los malos). Es lo que hacían los fariseos, los que se «tenían por justos»,
«separándose» (pharisaios quiere
decir «separado») de la chusma. En el ámbito de Dios («el cielo») «hay más
alegría por un pecador que se enmienda que por noventa y nueve justos que no
sienten necesidad de enmendarse» (15,7; cf. v. 10). Se invierten los valores:
los perdidos, los descreídos, los marginados por la sociedad religiosa, si se
enmiendan, activan su capacidad de hacer fiesta y la comparten con los demás;
los que se tienen por justos, los seguros de sí mismos, los que desprecian a
todo el que no piensa como ellos, no tienen capacidad ni sienten necesidad de
enmienda... ni, por tanto, de hacer fiesta. Son unos hipócritas, que sólo
cuidan de su imagen, centrados en sí mismos, unos aburridos. CÓMO
SE APRENDE A HACER FIESTA La parábola
propiamente dicha es la del hijo pródigo. Ahora bien: sin las analogías
anteriores se podría entender que el núcleo de la parábola lo constituye la
conversión del hijo pródigo. Si eso fuese así, bastaría el encabezamiento: «Un
hombre tenía un hijo; éste le dijo a su padre: "Padre, dame la herencia
que me corresponde", etc.» La parábola, en cambio, empieza así: «Un hombre
tenía dos hijos...» (15,1 la). A la luz de lo que acabamos de ver, el hijo
menor representa a los «recaudadores y descreídos», mientras que el hijo mayor
personifica a «los fariseos y letrados». El primero es el prototipo de los
marginados, de los descreídos, de aquellos que, si se enmiendan, tienen gran
capacidad de hacer fiesta y de mostrarse agradecidos por el don que han
recibido, conscientes de que todos los placeres juntos, que desgraciadamente ya
han experimentado y que tanta vaciedad ha dejado en ellos, no tienen sentido en
comparación de la alegría que sienten en la casa del Padre. El hijo mayor, en
cambio, es el prototipo del hombre religioso y observante, quien a pesar de ser
hijo se comporta como un sirviente/esclavo en la casa de su padre («Mira: a mí,
en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo...», 15,29),
sin que nunca se haya atrevido a pedirle... lo que era suyo. No ha
experimentado jamás confianza alguna, preocupado únicamente por cumplir, obedecer,
observar órdenes y mandatos. No sabe qué significa ser «hijo», y cuando lo
descubre en su hermano, «se indigna y se niega a entrar» en la nueva relación
afectiva con su padre, en vez de alegrarse y de hacer fiesta por la vida
recuperada y redescubierta en la persona de su hermano.
IV Análisis La primera
lectura, del libro de Josué, nos presenta un elemento fundamental para la
liturgia, que es la celebración de la Pascua en el desierto. El texto presenta
una serie de elementos que pueden discutirse desde una perspectiva “histórica”:
el nombre Guilgal seguramente no se remite a lo que dice aquí el texto sino a
un “círculo” de piedras que puede haber dado origen a un sitio que hoy no
conocemos con seguridad (hay diferentes locaciones posibles). Pero no es esto
lo importante, sino que algo importante ha terminado. Esto es presentado como
“el oprobio” de Egipto. Dado que el término oprobio se usa en Gn 34,17 para
hablar de la circuncisión se ha pensado en que se refiere a haber estado bajo
el dominio de “incircuncisos”. Esto ha sido cuestionado porque los egipcios se
sometían a la circuncisión, pero no es a la “sola circuncisión” que debemos
referirnos, no se ha de olvidar que esta es signo de la alianza de Dios con su
pueblo (Gn 17,2.11) y ciertamente los egipcios no participan de esta alianza.
Por otra parte, el v.9 pertenece de hecho a la unidad anterior (5,1-9) donde la
circuncisión es el tema fundamental. Haber estado dominados por un pueblo
“incircunciso” constituye un verdadero oprobio, pero el fin del éxodo (que de
eso se trata esta unidad) marca también el fin de esta etapa. En los
vv.10-12 se trata de otra temática estrechamente ligada a lo anterior: el fin
del maná, que es el símbolo de la peregrinación por el desierto. Egipto y
desierto han llegado a su fin, ahora se está en la tierra que nos alimenta y
donde debemos ser fieles a la alianza expresada en la circuncisión, alianza que
ha hecho que dejen de ser “gentiles” (goy) para pasar a ser “pueblo” (‘am). La
temática de la alimentación (“comer”, “pascua”, “maná”) marca esta unidad. Es
interesante que el éxodo comienza con una pascua y finaliza con otra, como la
peregrinación está marcada por la aparición del maná y clausurada por su
culminación. No interesa,
en este comentario, la parte histórica de notar que todavía no se han unido en
la fiesta pascual la comida del cordero y la comida de los panes sin levadura.,
Esto parece haber ocurrido en tiempos de Josías (622 a.e.c.; 2Re 23,21-23:
¿Josué = Josías?), lo importante es que la celebración no sólo marca la
culminación de un período sino el comienzo de uno nuevo, y este período está
marcado por la memoria de los acontecimientos salvadores de Dios en el éxodo y
el desierto. Es interesante notar la importancia que da esta unidad a los
tiempos: “catorce del mes”, “día siguiente”, “ese mismo día”, “al día
siguiente”, “aquel año”, un tiempo nuevo ha comenzado, y la celebración de la
pascua es signo de ello. El Salmo 34
(33) es un salmo “acróstico”, es decir, un salmo “alfabético”, donde cada verso
comienza con una letra del “alfabeto” ordenadamente. La liturgia finaliza en el
v.7 con lo que sólo tenemos hoy la primera parte del texto. Como muchos salmos
de este tipo, la necesidad de encontrar palabras y llenar espacios los torna a
veces monótonos, a veces poco creativos en lo literario. Veamos algunos
elementos: El que reza
es un individuo que está ante la comunidad. En todo momento es él quien alaba a
Dios. Expresamente nos dice que su oración es de “alabanza”, un himno (de aquí
toma su nombre el Salterio, “libro de himnos”) y que quiere repetirlo
constantemente (la idea de “totalidad” es frecuente en el salmo,
vv.5.7.18.20.21). Su motivo de
gloria es Dios mismo, algo que repetirá con alguna frecuencia el AT (ver Jr
9,22s) y que Pablo resume con la idea “el que se gloría, que se gloríe en el
Señor” (1 Cor 1,31; 2 Cor 10,17). Si el que reza afirma que los pobres
(‘anawîm) se alegran, es porque él está dentro de esa categoría (ver v.7:
“cuando el pobre [‘ani] grita...”). La humildad, o abajamiento contrasta con el
engrandecer y ensalzar a Dios (v.4). La distancia
entre el orante y Dios no le impide la búsqueda (muchas veces en los salmos es
sinónimo de ir al Templo), sabiendo que responde y eso tranquiliza. En v.6 hay un
contraste entre “refulgir” y “opacarse”. En Is 60,5 se dice que la ciudad que
está en lo alto “brilla”, “refulge” en medio de la oscuridad al salir el sol,
en tanto que la luna se opaca en un eclipse (Is 24,23; ver Jer 15,9); esto se
dice de la nueva Sión en Is 54,4 y 60,5. Este triple elemento mirar - brillar -
no opacarse, recuerda a Moisés y su encuentro con Dios del que salía con el
rostro resplandeciente hasta el punto que el pueblo no puede mirarlo sin que
use un velo (Ex 34,29-35). La oración humilde y confiada nos pone como Moisés
ante Dios y el orante saldrá radiante del encuentro, el privilegio que era de
Moisés se extiende ahora a toda la comunidad. A lo largo
del Salmo encontraremos otros elementos característicos del Éxodo y Moisés (en
v.8, “acampar”; v.10, “santos”; “enseñanza”; v.21: “romper los huesos”) con lo
que la comunidad en oración sabe que alabando a Dios vuelve a vivir los
momentos originarios y puede encontrarse con el Señor que escucha y salva de
los peligros a los pobres (hay momentos del salmo de clara influencia en el
Magnificat, ver v.11 y Lc 1,53). En el texto
de la 2º carta a los Corintios, Pablo nos ha dicho cómo se ve él ante Dios.
Ahora señala que todo esto es obra de Cristo. Estamos ante una de las unidades
más cristológicas de la carta. Un nuevo juego de opuestos (que volveremos a
encontrar en Rom 5,12-21) entre uno y todos da sentido a la muerte de Cristo.
Es una muerte de uno por (hyper), palabra que se repite seis veces en esta
unidad y parece provenir de la lectura cristológica del canto del Siervo de Is
53 y señala la acción en favor de todos nosotros (cf. Rom 5,6.8). El efecto de
esta muerte es la reconciliación (también en Rom 5,6.8). Y porque estamos
reconciliados -se reconcilia el mundo, cf. v.19, se nos confía, a los ministros
de la palabra, el ministerio de la reconciliación. La misión del apóstol parece
claramente hacer realidad (imperativo) lo que ya ocurre (indicativo) por obra
de Cristo: estamos reconciliados, ¡reconciliémonos! Y lo que nos debe mover (a
todos nosotros) es el amor, que nos apremia, nos oprime y compele (a anunciarlo
a todos) por eso el efecto reconciliador busca que los que viven no vivan para
sí, sino para el Señor. Solidarios con la muerte de Cristo, como su muerte es
solidaria con nosotros, no debe preocuparnos que se desmorone el hombre
exterior; por el contrario, eso significa una muerte a ese hombre y la
irrupción de la novedad de Cristo, novedad que es presentada como nueva
creación. Una nueva paradoja: pecado-justicia se revela en esta ‘solidaridad
por’. Jesús fue hecho pecado por nosotros (se supone: hecho por Dios, es un
“pasivo divino”) y en él venimos a ser justicia, así como en él somos nueva
creación. Estar en
Cristo, muestra una in-corporación, entrar en un cuerpo, fundirse en la
realidad que es Cristo, lo que se logra por el bautismo. La preposición en, en
este caso, está cargada de sentido. Por eso puede decir algo tan terminante,
aplicado a los cristianos lo que no ha de entenderse de un modo individualista:
si alguno (está) en Cristo, (es) nueva creación. Así lo primero, lo viejo, lo
anterior a Cristo y según la carne, ya pasó (aoristo, ¿refiere al bautismo?), y
ya estamos (y seguimos estando, tiempo perfecto) en el nuevo tiempo. Siguiendo en
el mismo contexto, ahora Pablo pasa a desarrollar algo nuevo: cinco veces usa
el término reconciliar/reconciliación en esta unidad, pero siempre la
iniciativa parte de Dios y la reconciliación es con él. No se entiende que Dios
se reconcilie con nosotros, sino nosotros con él. Como se ve en esta perícopa
(y también en Rom 5,10-11) la reconciliación con Dios es el fruto por
excelencia de la muerte y resurrección de Cristo (5,15), y por lo tanto es el
contenido principal de la predicación apostólica; el ministerio de la
reconciliación es aquí sobre, acerca de, la reconciliación predicada como
efecto de la Pascua. Los apóstoles deben ser ministros, deben comunicar esta
novedad comenzada y que ya podemos conocer. Sumergiéndonos en Cristo ya
viviremos para él y seremos justicia de Dios. El acento
está puesto en la obra de Dios, obra siempre caracterizada por la gratuidad,
por eso no cuenta los delitos. Con el lenguaje económico se contrasta
nuevamente por un lado, la gratuidad de Dios -que no saca cuentas-, y que Pablo
quiere imitar, y por otro la explotación o paga que pretenden los adversarios.
Reconcíliense está en aoristo, lo que supone una urgencia; sin embargo los
corintios ya estaban reconciliados - convertidos. ¿Entiende Pablo que los
adversarios han deshecho la obra de Dios y deben renovar la reconciliación? El
uso del término embajadores parece que debe entenderse como un reclamo de
status, seguramente en comparación con el que la comunidad da a los otros; y
pretende también tener en cuenta el lugar que debe ocupar el mensaje, la
liturgia y beneficencia, que debe transmitir el embajador de parte del
Emperador (embajadores de Cristo). Lo evidente es la instancia mediadora entre
Cristo y los corintios. Es extraña la
frase que indica que fue hecho pecado. Conocer el pecado es un semitismo por
experimentarlo en la vida. Es un tema frecuente en el Nuevo Testamento la
afirmación de que Jesús no pecó (cf. Jn 9,16.31; Rom 6,10; Heb 4,15; 1 Pe 2,22;
1 Jn 3,5), mientras que manifiesta solidaridad con el pecador. La frase, sin
embargo, no parece remarcar esta solidaridad sino que fue hecho pecado; la voz
pasiva -como es frecuente- remite a Dios (pasivo divino). Este tipo de
paradojas son habituales en Pablo para señalar los frutos reconciliadores de la
obra de Cristo (ver también 8,9; Gal 3,13; Rom 8,3-4; el tiempo pasado en hecho
pecado parece remitirnos a la Pascua). Preposiciones como para (hina) y también
por (hyper) apuntan a dar un sentido a la muerte de Jesús que no ha perdido su
dimensión de escándalo. El mismo Pablo en la carta a los romanos nos da una
clave de lectura: Dios ha “enviado a su propio Hijo de modo semejante a la
carne de pecado (sarkòs hamartías) y con respecto al pecado, condenó el pecado
en la carne” (Rom 8,3). Es un “hecho carne” en el sentido de “solidario con” la
carne de pecado, es representante de todos los pecadores. En este sentido es
semejante a murió por todos - todos pecaron de v. 14 y forma inclusión
literaria con ellos enmarcando el relato. Sabemos el
lugar central que da el evangelio de Lucas a la “misericordia”. Se ha de ser
misericordioso como lo es el Padre (6,36), y -como el “buen samaritano”- el
oyente debe “hacer lo mismo”. En el capítulo 15, después de una presentación de
la situación que causa escándalo: “recibe a los pecadores y come con ellos”
Jesús pone 3 parábolas. La idea es la misma en las tres, aunque en la última se
incorpora un nuevo elemento en el debate. La idea principal es la de una cosa
querida que es perdida, buscada y encontrada. El acento recae en la alegría que
causa el encuentro de la cosa perdida, sea esta una oveja, una moneda, o un hijo.
Las dos primeras, como es frecuente en Lucas, presenta un par donde se integran
un varón y una mujer: el pastor y la mujer (recordar el profeta y la profetisa
de Lc 2,25-38, o las parábolas de la mostaza y la levadura en 13,18-21). La
liturgia de hoy ha omitido este “par mixto” y se ha detenido -luego de la
introducción, que le da el marco a la parábola- en la así llamada “del hijo
pródigo”. Veamos
brevemente el marco redaccional de los vv. 1-2. Se aproximan a Jesús para oirlo
“todos” los publicanos y pecadores. No hace falta demasiada imaginación para
saber que se trata de una construcción artificial. “Todos” deberían ser mucha
gente, pero el acento está puesto en destacar que estos grupos de rechazados
escuchan de boca de Jesús una predicación en la que no se encuentran excluidos.
Muchas veces se hace referencia en el Tercer Evangelio a grupos que “oyen” a
Jesús, pero es evidente que esto no basta, es necesario “ponerlo en práctica”
(6,47-49; ver 8,11-15; 11,28) para ser como una casa edificada sobre roca y no
sobre arena. Quedarse sólo en las parábolas no sirve, ya que es oír y no
entender (8,10), “quedarse en la cáscara” sin ir al nudo , a diferencia de “la
madre y los hermanos” que escuchan la palabra y la cumplen (8,21). Pero
escuchar es la actitud primera, es signo de reconocerlo como profeta semejante
a Moisés (9,35); luego se trasladará a los suyos: quien los escucha, escucha al
Hijo (10,16). Oír es la actitud del discípulo que elige la mejor parte, la
única importante (10,39), y por eso los buenos judíos deben “oír" a Moisés
y los profetas (16,29.31). El rico no sigue a Jesús al oír sus exigencias y no
estar dispuesto a “vender todo” (18,23). Los adversarios no pueden deshacerse
públicamente de Jesús porque el pueblo lo oye atento (19,48; ver 20,45; 21,38).
Podemos decir, entonces, que “oír” es el primer paso del discipulado, y en esta
etapa están “todos los cobradores de impuestos y pecadores”. Por otra
parte encontramos a fariseos y escribas (5,21.30; 6,7; 11,53), siempre los
encontramos mirando “de afuera” a Jesús y confrontando con sus opiniones y
actitudes. Los escribas, por otra parte, cuando los encontramos con los
sacerdotes ya es para conspirar contra Jesús buscando matarlo. Son expresión de
lo que en cierta manera podríamos llamar “ortodoxia” judía, los fieles a la ley
y las tradiciones, y por ello cuestionan lo “heterodoxo”, lo que no
corresponde, como “recibir” a los pecadores. Como es frecuente en Lc, los
fariseos se escandalizan de las actitudes de Jesús frente a los pecadores, y
murmuran (diagong_zô). El término vuelve a aparecer en 19,7 por única vez en Lc
y todo el NT, Jesús se hospeda en lo de Zaqueo y “murmuran”: ha ido a
hospedarse a casa de un hombre pecador”; también lo encontramos como murmurar
(gong_zô) en 5,7 (8 veces en el NT, Mt 1 Lc 1 Jn 4 Pablo 2): “comen y beben con
publicanos y pecadores”. El término es frecuente en las tradiciones del
desierto (en ese sentido también en Jn y Pablo) donde el pueblo “murmura”
contra Dios y Moisés (Ex 16,7; 17,3; Num 11,1; 14,27-29) y en caso de Jesús,
van en aumento. La acusación es que Jesús prosdéjetai: acepta favorablemente,
recibe, espera a los pecadores, y -seguramente lo más grave- “come con ellos”. El tema de
las comidas de Jesús es sumamente interesante e importante. La actitud de synesthíô
(literalmente “comer con”) marca una actitud. Es la única vez que lo
encontramos en los Evangelios, y se repite otras dos veces en Hechos y otras
dos en Pablo; los apóstoles se presentan como los que “comieron y bebieron con
el resucitado” (Hch 10,41) y Pedro recibe una reprimenda de “los apóstoles y
hermanos de Judea” porque “has entrado en casa de incircuncisos y comido con
ellos” (11,3), como se ve, en este caso el marco es semejante al de los
Evangelios. 1 Cor 5,11 habla de no comer con los que se llaman hermanos y viven
como paganos, y Ga 2,12 recuerda a los cristianos de Antioquía que comían
juntos, pero cuando llegaron “los de Santiago”, los judíos se separaron de la
mesa... Como se ve, la imagen es que sólo se puede comer con los que son puros,
y la comida con impuros nos vuelve impuros también a nosotros. La comida de
Jesús con pecadores es una expresión evidente de que no vino “a llamar a los
justos sino a los pecadores” (5,32); es su costumbre contraria a la
religiosidad “tradicional” la que está en cuestión; Jesús quiere cambiar el
rostro de Dios como se ha dicho más de una vez, quiere reemplazar el Dios de la
pureza por el Dios de la misericordia, sus comidas reflejan ese Dios que Jesús
propone, uno que recibe a pecadores, a “todos”. Este marco de las comidas de
Jesús que revela un nuevo rostro de Dios es el que el Señor quiere ahora
mostrar en la parábola. No vamos a
desarrollar un comentario a toda la parábola sino a detenernos en lo
fundamental. El movimiento de la parábola es sencillo: presentación de los
personajes (vv.11-12), actitud del hijo menor (vv.13-20a), actitud del padre
frente al hijo perdido (vv.20b-24), actitud del hijo mayor frente al hijo
perdido (vv.25-32). Como se ve, las tres primeras escenas son paralelas a las
actitudes del pastor y la mujer ante el objeto perdido, la novedad viene dada
por la actitud del hijo mayor. Ciertamente este refleja la actitud de los
fariseos y escribas ante los pecadores. No deja de ser interesante el lenguaje
de la comida en la parábola, lo que nos recuerda el contexto: “hubo hambre”
(v.14), deseaba comer las algarrobas (v.16), los jornaleros del padre “tiene
pan en abundancia” (v.17), el padre manda “matar el novillo engordado, comamos
y celebremos una fiesta” (v.23), “nunca me diste un cabrito para una fiesta con
mis amigos” se queja el mayor (v.29) y aclara “ese hijo tuyo que devoró tus
bienes con prostitutas” (v.30); además, en vv.23.24.29.32 utiliza eufrainô que
como vimos es festejar en un banquete... Como se ve,
el contraste es entre dos personajes con respecto a una misma situación: el
hijo/hermano menor. Como otras parábolas de dos personajes, quizá el título
debería reflejar estas dos actitudes más que remitir al “hijo pródigo”. Por una
parte, se ocupa de mostrar qué bajo cayó el hijo menor con una serie de
elementos muy críticos para cualquier judío: “país lejano”, “vida
libertina/prostitutas”, “pasar necesidad”, “cuidar cerdos”, no le dan ni
siquiera algarrobas, que es comida preferentemente de animales (¿las debe
robar?), hasta el punto que pretende volver “a su padre” como un asalariado.
Hay que prestar atención a palabras como “no merezco” (vv.19.21) y “es
bueno/conviene” (v.32), a las que volveremos. Descubriendo su miseria el hijo
parte “hacia su padre” (no dice a su casa, aunque se supone “pros”; vv.18.20),
el hijo mayor es quien no entra “en la casa” (v.25). El movimiento de partida y
regreso del hijo es semejante al perder-encontrar, y más aún a la
muerte-resurrección (con este paralelismo termina la intervención del padre y vuelve
a repetirse al intervenir el hijo mayor). El hijo ha
preparado un discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en
generosidad e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al
encuentro del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que
había “perdido”: eso significan el anillo (sello), las sandalias y el mejor
vestido, digno de un huésped de honor. La alegría del padre queda reflejada,
además, en la fiesta por “este hijo mío”. El hermano
mayor, que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere
ingresar a la casa y participar de la fiesta. Nuevamente el padre sale al
encuentro de un hijo y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a
reconocerlo como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda (“tu
hermano”). El padre no le niega razón a que el hijo mayor “jamás desobedeció
una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el padre” y todo lo
suyo le pertenece, pero el padre quiere ir más allá de la dinámica de la
justicia: el menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia
supone un salir hacia los otros, los pecadores que -por serlo- no merecen, pero
el amor es siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído.
Los fariseos y escribas son modelos de grupos “siempre fieles”, pero su
negativa a recibir a los hermanos que estaban muertos y vuelven a la vida los
puede dejar fuera de la casa y de la fiesta. Los mayores también pueden irse de
la casa si no imitan la actitud del padre, o pueden ingresar y festejar si son
capaces de recibir a los pecadores y comer con ellos. Comentario Es importante
saber cómo es el Dios en el que creemos, pero más importante es saber cómo es
el Dios en el que creyó Jesús, cómo es el Dios que Él nos reveló. Como siempre,
Jesús nos hablaba de Dios no sólo con palabras, sino también con lo que hacía.
Haciendo, Jesús nos mostraba al Padre Dios, ¡al verdadero! Hoy Jesús nos cuenta
una parábola, una parábola que nos habla de Dios, pero una parábola que nace de
una actitud de Jesús, y él nos dice que frente a los hermanos despreciados,
podemos obrar de dos maneras diferentes, como Dios -que es también como obra
Jesús- o también como los judíos religiosos, los “separados” del resto, los
puros. El pecado es
el no-amor-dado, y el amor no-dado, y por eso nos aleja de Dios, que es amor;
nos separa de su casa paterna. Pero con su amor, que se sigue derramando, y de
un modo preferencial por los pecadores, Dios sigue tendiendo constantemente su
mano amiga, a la espera de la vuelta de sus hijos. Nosotros, en una frecuente
caricatura de Dios, solemos rechazar, juzgar y condenar a los que creemos
pecadores. Nosotros, al igual que Jesús, también mostramos con nuestras
actitudes al Dios en el que creemos; pero, a diferencia de Jesús, mostramos un
Dios que en nada se asemeja al Eterno Buscador de Hijos Perdidos. El Jesús que
ama y prefiere a los pecadores, y come con ellos, no hace otra cosa que conocer
la voluntad del Padre y realizarla concretamente, sus mesas compartidas y sus
comidas nos hablan de Dios, ¡claramente! En el comportamiento de Jesús se
manifiesta el comportamiento de Dios, Jesús mismo es parábola viviente de Dios:
su acción es entonces una revelación. ¿Qué Dios, qué Iglesia, qué ser humano
revelamos con nuestra vida? Con frecuencia, como hermanos mayores estamos tan
orgullosos de no haber abandonado la casa del padre, que creemos saber más que
Él mismo: “Dios es injusto”, para nuestras justicias; Dios es "de poco
carácter" para nuestra inmensa sabiduría. Quizá, Dios ya esté viejo, para
dedicarse a su tarea y debería jubilarse y dejarnos a nosotros... Frente a
tanta gente que rechaza la Iglesia ("creo en Dios, no en la
Iglesia"), a veces decimos "pero Dios sí quiere la Iglesia", ¿no
debemos preguntarnos constantemente qué Iglesia es la que Él quiere? ¿No debemos
preguntarnos, en nuestras actitudes, qué Iglesia mostramos? Esta Iglesia, la
que yo-nosotros mostramos, ¿es como Dios la quiere? Jesús, con su vida, y hasta
con sus comidas, muestra el rostro verdadero de Dios, muestra la comunidad de
mesa en la que él participa; hasta comiendo Él revela al verdadero Dios. Quizá
debamos, de una buena vez, dejar nuestra actitud de hijo mayor, y ya que nos
sale tan mal el papel de Dios, debamos asumir el papel de hijo menor; debemos
volver a Dios para llenarlo de alegría, para participar de su fiesta; y,
participando de su alegría empecemos a mostrar el rostro de la misericordia de
este Dios de puertas abiertas. La misma cena eucarística es expresión de la universalidad del amor de Dios: es comida para el perdón de los pecados. El Dios de la misericordia, no quiere excluir a nadie de su mesa; es más, quiere invitar especialmente a todos aquellos que son excluidos de las mesas de los hombres por su situación social, por su pobreza, por su sexo o por cualquier otro motivo; y va más allá, no ve con buenos ojos que crean participar de su cena quienes no esperan a sus hermanos excluidos de la mesa por ser pobres. El Dios que no hace distinción de personas, ama dilectamente a los menos amados. Sin embargo, muchas veces tomamos la actitud del hermano mayor. ¿Cuándo nos sentaremos en la mesa de los pobres, y abandonaremos nuestra tradicional postura soberbia y sectaria de "buenos cristianos"? ¿Cuándo nos decidiremos a participar de la fiesta de Dios reconociéndonos hermanos de los rechazados y despreciados? Jesús nos invita a su comida, una comida en la que mostramos -como en una parábola- cómo es el Dios, como es la fraternidad en la que creemos. Y nos mostraremos cómo somos hermanos, cómo somos hijos en la medida de participar de la alegría del padre y del reencuentro de los hermanos.
Para la
revisión de vida ¿Qué hay en mi corazón de hijo
pródigo… huidizo respecto al Padre, dilapidador de la herencia gratuitamente
recibida? ¿Qué hay en mí de hijo mayor que se cree mejor, con más derechos,
irreprochable, despectivo hacia los demás hermanos? ¿Qué hay en mí que evoque
la misericordia paciente y madura del Padre? Para la
reunión de grupo Ver quiénes
son los actores de la parábola y ordenarlos de mayor a menor protagonismo. Esta parábola
del evangelio de hoy era conocida hasta hace poco como "del hijo
pródigo"; nuestro comentario la llama de otra manera... ¿Qué pensar de ese
cambio? Calificar el
significado de cada actor. ¿Qué actitudes actuales podrían representar estos
actores? Para la
oración de los fieles Por todos los
que padecen hambre en este mundo en el que sin embargo el problema no es de
producción sino de distribución; para que seamos capaces de llevar a la
práctica la confesión teórica de que somos hermanos por ser hijos de Dios,
roguemos al Señor. Por las
relaciones familiares entre padres e hijos, para que estén presididas por las
“entrañas de misericordia” que Dios tiene para con todos nosotros... Para que
caigamos en la cuenta de que Dios es tanto Padre como Madre; para que poco a
poco vaya calando en nuestra iglesia una conciencia crítica respecto a la
masculinización que hemos proyectado sobre la imagen de Dios... Para que
tengamos un corazón amplio que se alegra por el bien de los demás y nunca tiene
celos de las alegrías ajenas... Para que “nos
dejemos reconciliar con Dios”, que de tantas y tan suaves maneras nos llama a
la conversión en este tiempo cuaresmal... Oración
comunitaria Dios nuestro, a quien podemos llamar
verdaderamente Padre y Madre, lleno de entrañas de misericordia, dispuesto
siempre a la acogida y al perdón, a pesar de nuestra ingratitud o infidelidad;
danos imitarte en ese tu amor, para que podamos llamarnos honradamente y ser en
verdad “hijos tuyos” y “hermanos unos de otros”. Te lo pedimos en el nombre de
Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
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