VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
CICLO "C" Salmo responsorial: Salmo 30 (31) Segunda lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9 EVANGELIO Juan 18, 1-19 18 1Dicho esto, salió Jesús con
sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto; allí
entró él, y sus discípulos. 2(También Judas, el que lo entregaba, conocía
el lugar, porque muchas veces se había reunido allí Jesús con sus discípulos.) 3Entonces Judas cogió la cohorte
y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y llegó allí con faroles,
antorchas y armas. 4Jesús, entonces, consciente de
todo lo que se le venía encima, salió y les dijo: -¿A quién buscáis? 5Le contestaron: -A Jesús el Nazoreo. Les dijo: -Soy yo. (También Judas, el que lo entregaba, estaba
presente con ellos.) 6Al decirles. "Soy yo",
se echaron atrás y cayeron a tierra. 7Les preguntó de nuevo: -¿A quién buscáis? Ellos dijeron: -A Jesús el Nazoreo. 8Replicó Jesús: -Os he dicho que soy yo; pues si me buscáis
a mí, dejad que se marchen éstos. 9Así se cumplieron las palabras
que había dicho: "De los que me entregaste, no he perdido a ninguno". 11Jesús le dijo a Pedro: -Mete el machete en su funda. El trago que
me ha mandado beber el Padre, ¿voy a dejar de beberlo? 12Entonces, la cohorte, el
comandante y los guardias de las autoridades judías prendieron a Jesús, lo
ataron 13y lo condujeron primero a presencia de Anás, porque era
suegro de Caifás, que era sumo sacerdote el año aquel. 14Era Caifás
el que había persuadido a los dirigentes judíos de que convenía que un solo
hombre muriese por el pueblo. 15Seguía a Jesús Simón Pedro y,
además, otro discípulo. El discípulo aquel le era conocido al sumo sacerdote y
entró junto con Jesús en el atrio del sumo sacerdote. 16Pedro, en
cambio, se quedó junto a la puerta, fuera. Salió entonces el otro discípulo, el
conocido del sumo sacerdote; se lo dijo a la portera y condujo a Pedro dentro. 17Le
dice entonces a Pedro la sirvienta que hacía de portera: -¿Acaso eres también tú discípulo de ese
hombre? Dijo él: -No lo soy. 18Se habían quedado allí los
siervos y los guardias, que, como hacía frío, teñían encendidas unas brasas, y
se calentaban. (Estaba también Pedro con ellos allí parado y calentándose.) COMENTARIOS La
frase inicial: Dicho esto, enlaza la
Pasión con el discurso de la cena, en particular con la oración final (cap.
17). Con su salida al otro lado del torrente, que indica el comienzo de su paso
al Padre, muestra Jesús su determinación de dar la vida (cf. 10,18). El
torrente señalaba el límite de la ciudad. Jesús, con los suyos, abandona
Jerusalén, centro de la institución que busca darle muerte (11,53). Él y los
discípulos van juntos. Ni él ni ellos pertenecen al orden injusto. Primera
mención de un huerto, lugar de vida y
fecundidad. Este huerto era el lugar habitual de reunión, privado y
clandestino, para Jesús y los suyos. Para poder localizar a Jesús, los
dirigentes tienen que esperar la delación de un miembro de su grupo. El
huerto tiene un valor simbólico: situado más allá del torrente, fuera de la
ciudad y de la institución judía, aparece como el lugar propio de la comunidad
que, unida a Jesús, se encuentra en el
ámbito de la vida. 3-9 Entonces Judas cogió la cohorte y guardias
de los sumos sacerdotes y de los fariseos y llegó allí con faroles, antorchas y
armas. Jesús, entonces, consciente de todo lo que se le venía encima, salió y
les dijo: «¿A quién buscáis?» Le
contestaron: «A Jesús el Nazoreo». Les dijo: «Yo soy ». (También Judas, el que lo entregaba, estaba
presente con ellos.) A1 decirles: “Yo soy”, se echaron atrás y cayeron a
tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» Ellos dijeron: «A Jesús el
Nazoreo». Replicó Jesús: «Os he dicho
que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad que se marchen éstos». Así se cumplieron las palabras que había
dicho: “De los que me entregaste, no he perdido a ninguno”. Al
ofrecer Jesús a Judas el trozo mojado (13,26), había puesto en su mano su
propia persona. Judas cogió el trozo y salió para entregar a Jesús (13,30).
Ahora coge la cohorte y los guardias para detenerlo y que le den muerte. Ha
cumplido el encargo de Jesús: Lo que vas
a hacer, hazlo pronto (13,27). Resalta
el número de las fuerzas que intervienen en el prendimiento. Esto muestra, por
un lado, el peligro que representa Jesús para “el mundo” y, por otro, la
intensidad de la violencia de éste y la magnitud del odio (7,7; 15,18-25). Se
hacen presentes todos los componentes de la oposición a Jesús: la cohorte
representa el poder político romano; los guardias, a los sumos sacerdotes,
poder religioso oficial y miembros de la aristocracia del dinero, y a los
fariseos, los defensores e intérpretes de la Ley. Es una movilización de las
fuerzas del “mundo” con toda su capacidad represiva. A
la cabeza, Judas hace de jefe; él es quien conduce la tropa; personificando al
jefe del orden este (14,30). Es
una escena clamorosa; no pretenden ocultarse. Los faroles y antorchas muestran que
caminan en la tiniebla. Llevan armas, instrumentos de muerte. Se
identifican tinieblas y muerte. Quieren extinguir la luz-vida (1,5). Jesús
es plenamente consciente de la circunstancia. Él mismo sale; los que llegan no
pueden entrar en el huerto, lugar de la vida. Su salida señala de nuevo la
voluntariedad de su entrega. No
se dirige a Judas, sino al grupo entero (¿A
quién buscáis?). Preguntan por “el Nazoreo”, denominación que señala al descendiente de David (alusión a Is
11,1; Jr 23,5; 33,15; Zac 3,8 y 6,12: “el Germen”). Jesús se identifica él
mismo, no hacen falta contraseñas. La expresión Yo soy lo designa como
Mesías, la presencia salvadora de Dios (8,24.28; cf. 6,20). Por
última vez se menciona al traidor (También
Judas...); queda alineado con los enemigos de Jesús, a los que siempre
había pertenecido (6,70). La
frase se echaron atrás (Sal 27,2;
35,4; 56, 10; 70,13) y cayeron a tierra es
lenguaje simbólico que significa la derrota
total. La entrega de Jesús no es su derrota, sino la del mundo (14,30; 16,33).
No se señala reacción alguna de la tropa a la caída, lo que confirma el sentido
simbólico de la escena. Cuando
ha quedado constancia de su identidad y de su entrega voluntaria, Jesús repite
su pregunta, que va a permitirles detenerlo. Aunque podría hacerlo, no intenta
escapar. Jesús se identifica de nuevo (os
he dicho que yo soy) y les da orden de limitarse a la misión que traen y
dejar en libertad a los suyos. Éstos no son capaces de seguirlo, y Jesús no
quiere que simplemente pierdan la vida por la violencia; tienen que aprender a
darla por amor. Pone
a salvo a sus amigos, por quienes va a dar la vida (15,15), para darles la vida
definitiva. 10-11
Entonces, Simón Pedro, que llevaba un machete,
lo sacó, agredió al siervo del sumo sacerdote y le cortó el lóbulo de la oreja
derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús le dijo a Pedro: «Mete el machete en
su funda. El trago que me ha mandado beber el Padre, ¿voy a dejar de beberlo?» Simón
Pedro va armado, dispuesto a la agresión o a la defensa violenta. No ha
comprendido la alternativa de Jesús ni su designio (1,42; 13,8), que no
consiste en triunfar dando muerte, sino en entregarse para comunicar vida.
Estaba dispuesto a arriesgar la suya para mostrar su amor a Jesús (13,37), pero
quiere impedir que Jesús, con su entrega, le manifieste el suyo. No ha
superado la tentación de hacerlo rey (6,15; 12~13) y no acepta su muerte
(12,34). “El
siervo”, determinado, es un personaje
calificado, el delegado del sumo sacerdote. Pedro se enfrenta con el
representante de la suprema autoridad política y religiosa de Israel, que
encarnaba la institución. La
extrema precisión del evangelista, le
cortó el lóbulo de la oreja, alude a Éx
29,20 y Lv 8,23, donde se prescribe y se ejecuta la consagración de Aarón, el
sumo sacerdote, y de sus hijos. Para consagrarlos, se les untaban con sangre
del animal sacrificado varias partes del cuerpo, entre ellas el lóbulo de la
oreja derecha. Así, el gesto de Pedro, que corta al siervo el lóbulo de la
oreja, es figura de la destitución del
sumo sacerdote. Pedro no se enfrenta con los soldados, sino con la máxima
autoridad religioso-política de su pueblo. Muestra con ello su espíritu
reformista violento. Con su gesto, declara ilegítimo el sumo sacerdocio
existente. El nombre del siervo, “Malco”, en arameo significa “rey”. Malco, por
tanto, por la representación que ostenta y por su nombre, es figura del sistema
teocrático, del poder político en manos de la jerarquía sacerdotal. Por
tercera vez a partir de la Cena aparece el sobrenombre Pedro sin acompañar al
nombre Simón (13,8.37), de nuevo ahora en un pasaje donde Pedro se opone al
designio de Jesús. Se confirma que el sobrenombre “Piedra”, que Jesús le
anunció (1,42), describía la obstinación de su carácter. Jesús
detiene a Pedro. La aceptación de la muerte entra en el designio del Padre: él
debe presentar, ante el odio y la violencia, la alternativa del amor. El Padre
no ha destinado a Jesús a la muerte; la misión que le había encomendado era dar
testimonio de su amor a los hombres. Pero, en el mundo de la tiniebla
opresora, el enfrentamiento era inevitable y su muerte violenta va a manifestar
hasta el máximo la maldad del mundo y el amor de Dios. Jesús
no busca el dolor, pero lo acepta cuando es consecuencia ineludible del testimonio
del amor y la denuncia de la opresión. No responde al odio con el odio ni
combate la violencia con la violencia, para no imitar, aunque le cueste la
vida, la maldad del sistema opresor. Muestra así que Dios es puro amor y ajeno
a toda violencia. 12-14
Entonces, la cohorte, el comandante y los
guardias de las autoridades judías prendieron a Jesús, lo ataron y lo
condujeron primero a presencia de Anás, porque era suegro de Caifás, que era sumo
sacerdote el año aquel. Era Caifás el que había persuadido a los dirigentes
judíos de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo. Insiste
el evangelista en la complicidad de todos los poderes, civiles y religiosos (la cohorte, el comandante y los guardias).
En el momento decisivo, todos descubren su verdadero rostro: son los enemigos
del hombre y de la vida. Las palabras lo
ataron recuerdan el pasaje de Is 3,9-10: «"Atemos al justo, porque nos
es insoportable". Pero comerán los frutos de sus obras». Anás
había sido sumo sacerdote en los años 6-15, y sus cinco hijos lo fueron después
de él. Era conocido por su ambición, riqueza y codicia. Es el personaje más
importante de la institución judía, el verdadero poder, que maneja a los que
ejercen la función en cada momento (Caifás,
el año aquel); representa “al Enemigo” (8,44), del que Caifás es
instrumento. La mención del dicho de Caifás: conviene que un solo hombre muera por el pueblo, revela el sentido
del prendimiento de Jesús: quieren ejecutar el acuerdo del Consejo (11,53). 15-16a Seguía a Jesús Simón Pedro y, además, otro
discípulo. El discípulo aquel le era conocido al sumo sacerdote y entró junto
con Jesús en el atrio del sumo sacerdote. Pedro, en cambio, se quedó junto a la
puerta, fuera. Pedro
no hace caso del aviso que le había dado Jesús (13,36) de que no está preparado
para seguirlo. El otro discípulo, innominado, pero asociado a Pedro, como en
13,23s (cf. 20,2.4; 21,7.20-22), es el predilecto de Jesús. Ahora muestra el
evangelista el amor con el que este discípulo corresponde a Jesús. El
discípulo aquel era conocido del sumo sacerdote. Esta afirmación alude al dicho de Jesús en 13,35: En esto conocerán todos que sois discípulos
míos, en que os tenéis amor entre vosotros. Es decir, este discípulo lleva
el distintivo propio de los que son de Jesús, el amor a los demás, y por eso es
conocido. En consecuencia, como Jesús, que ha sido detenido, es objeto del odio
del “mundo” (15,18s), representado aquí por la autoridad religiosa suprema, el
sumo sacerdote. Se completa así la figura de este discípulo: el que experimentaba
el amor de Jesús (13,23) responde a ese amor aceptando el riesgo de seguir a
Jesús hasta el fin (entró con Jesús). Contraste
con Pedro. El otro entra porque es conocido como discípulo; Pedro, en cambio, a
quien no se le conoce como discípulo, no entra; se detiene fuera, junto a la
puerta. Por cuarta vez aparece el sobrenombre “Pedro” sin ir acompañado por el
nombre "Simón" (cf. 13,8.37; 18,11); el evangelista subraya así la
actitud negativa de Pedro. 16b-17
Salió entonces el otro discípulo, el
conocido del sumo sacerdote; se lo dijo a la portera y condujo a Pedro dentro.
Le dice entonces a Pedro la sirvienta que hacía de portera: «¿Acaso eres
también tú discípulo de ese hombre?» Dijo él:
«No lo soy». El
otro discípulo, representante de la comunidad fiel, va a ofrecer a Pedro la
oportunidad de declararse discípulo y seguir a Jesús en su entrega. Pedro, sin
embargo, no entra espontáneamente, sólo se deja conducir (cf. 1,42). Aunque es
llevado dentro, no ha dado el paso, sigue en su postura. No lleva el distintivo
del discípulo (13,35); hay que preguntarle si lo es, y tiene que definirse. Toda
su arrogancia ha desaparecido, se asusta de una sirvienta. Teme las posibles consecuencias
de declararse partidario del preso. Su adhesión se dirigía en realidad a su
propia idea de Mesías triunfador, que esperaba ver encarnada en Jesús. Pero
Jesús ha defraudado su expectativa y
Pedro ya no se siente vinculado a él. Niega ser discípulo suyo. 18
Se habían quedado allí los siervos y los
guardias, que, como hacía frío, tenían encendidas unas brasas, y se calentaban.
Estaba también Pedro con ellos allí parado y calentándose. Al
romper con Jesús, Pedro se encuentra mezclado con sus enemigos, los que fueron
al huerto a prenderlo (los guardias).
No habiendo alcanzado la libertad, está entre los siervos. El frío, como la noche y la tiniebla, es símbolo de muerte. A los faroles y
antorchas que en el prendimiento intentaban vencer la tiniebla (18,3),
corresponden ahora las brasas, que intentan vencer el frío. 19
Entonces, el sumo sacerdote interrogó a
Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Contraste con lo que ocurre en el patio. El sumo sacerdote, el poder supremo, quiere saber quiénes apoyan a Jesús, su influjo (sus discípulos) y qué doctrina propone. No hace ninguna alusión a Dios, ni pregunta a Jesús por el origen o legitimación de su persona y doctrina. Su preocupación es meramente política: proteger los intereses de la institución. La entrevista no es un juicio; no hay formalidad jurídica alguna. La sentencia está ya dada (11,53).
El cuarto
poema del siervo muestra un personaje paciente y glorificado. Se trata de la
narración que se hace de la pasión, muerte y triunfo del personaje, enmarcada
por una introducción y epílogo que el autor pone en boca de Dios. El contenido
es clarísimo. Un inocente que sufre, dejando de lado la doctrina de la
retribución que considera el sufrimiento como consecuencia del pecado; mientras
que los culpables son respetados. Más sorprendente es aún, que el humillado
triunfe y que un muerto siga viviendo. El mismo texto proclama que se trata de
algo inaudito. La biografía
del siervo se presenta de una manera escueta: nacimiento y crecimiento (15,2),
sufrimiento y pasión (3,7) condena y muerte (8), sepultura (9) y glorificación
(10-11a). Los que narran los acontecimientos participan en ellos; son
transformados y dan cuenta de esta transformación. Dios confirma
el mensaje con su oráculo. Anula el juicio humano declarando inocente a su
siervo. Este sufrimiento del inocente servirá para la conversión de los demás.
Su vida, pasión y muerte han sido como una intercesión por los demás y el Señor
lo ha escuchado. El triunfo del Siervo es la realización del plan del Señor (v.
10). Si después de
leer el texto nos preguntamos ¿quién es este personaje que sufre hasta la
muerte y sigue vivo? ¿a quién nos recuerda? Sin duda que la figura se parece a
Moisés, o a Josías, quizás a Jeconías el desterrado, o al profeta Jeremías.
Algunos piensan que es el mismo siervo de los cantos precedentes, otros que el
profeta Isaías II, otros lo identifican con el pueblo judío o el pequeño resto.
Una cosa si es evidente. Jesús, el Mesías quiso modelar su vida de acuerdo con
el siervo de Is 53. Cristo tenía
muy clara la idea que El debía sufrir y morir y estos eran elementos de su
misión redentora. Su identificación con el siervo de Yahveh en Mc 14,24 y sus
paralelos, sacrificado por todos, es evidente. El Hijo del Hombre viene a
cumplir su misión de Siervo de Yahveh. Desde qué momento se reconoció Cristo
como Siervo de Yahveh? Desde el Bautismo (Mc 1,11 par. Is 42,1). En San Juan
también aparece mucho la idea de la identificación de Cristo con el Siervo.
Entonces no es una identificación posterior que hizo la comunidad cristiana,
sino que es anterior. Es posible que el autor no hubiera comprendido la
significación completa y total, tal vez no pensó en Cristo, pero sí en un
personaje posterior que haría la intercesión total. El Siervo de
Yahveh es una personalidad corporativa. Es Cristo que actúa personalmente y su
actuación repercute en toda la comunidad. Se trata de un
salmo de súplica y una acción de gracias. En medio de la angustia, el salmista
mezcla los gritos de socorro con las expresiones de confianza porque está
seguro de que el Señor es su roca y su fortaleza. Esta confianza del salmista
en el momento de la prueba nos invita a evocar en nosotros ese mismo
sentimiento, seguros de que Dios escuchará nuestras súplicas. El autor de
la carta a los Hebreos presenta a Jesús como Sumo Sacerdote, no solamente como
el responsable del sacrificio como lo era en el antiguo testamento, sino como
el hombre lleno de misericordia, que asumió todos los sufrimientos del ser
humano hasta la muerte, de tal manera que se convirtió en el modelo para todos
los hombres. Su vida estuvo siempre condicionada a la voluntad del Padre, aún
en el sufrimiento. A este sumo
sacerdote podemos acercarnos con libertad, sin miedo, porque en su trono abunda
la gracia y por su misericordia conseguiremos el apoyo necesario. Cristo fue
llamado por Dios de la misma manera que Aarón y según el orden de Melquisedec,
pero ya no para ofrecer el sacrificio y las oblaciones, porque él mismo es la
víctima. Es un nuevo tipo de sacerdote que proporciona la salvación a cuantos
se aproximan a él y su gran tarea es conducirlos al Padre. La narración
de la pasión según San Juan nos presenta la imagen de Jesús que el evangelista
ha querido forjar a través de todo su evangelio: un Jesús que es la revelación
del Padre, al mismo tiempo que en él se revela la plenitud del amor. Aún
pendiente de la cruz su vida y su muerte es una victoria, porque "todo se
ha cumplido" como era la voluntad del Padre.
Las oraciones
comunitarias Las oraciones que la liturgia nos propone expresan los sentimientos que mueven a la comunidad cristiana. La universalidad de esta oración incluye aún a las personas que no pertenecen a la Iglesia y que no creen en Dios. La muerte de Jesús es una propuesta para que todos unidos participemos realmente de la nueva historia que surge de la cruz victoriosa.
La muerte ha
sido el gran misterio que ha preocupado al hombre a través de toda su historia.
Porque aunque éste ha pretendido negar todas las verdades, sin embargo hay una
que siempre le persigue y nunca ha podido rechazar: la realidad de la muerte.
Ni siquiera los ateos más recalcitrantes se han atrevido a negar que ellos
también han de morir. Para el
pagano la muerte era toda una tragedia; no tenían ideas claras sobre el más
allá, por eso no obstante que admitían una existencia más allá de la tumba,
dicha existencia estaba rodeada de oscuridad y enigmas. Además no todos
admitían una vida después de la muerte porque ésta era un desaparecer total, el
fin de todas las esperanzas, la frustración de todos los anhelos. Los mismos
judíos aceptaban la resurrección pero la dilataban hasta el fin de la historia.
Para los
discípulos la situación era muy desalentadora; ellos esperaban un Mesías
terreno que iba a revivir las glorias del reinado de David y Salomón y he aquí
que sus ilusiones se desvanecieron como la espuma. Esa sensación de desaliento
está claramente expresada en uno de los discípulos de Emaús: Nosotros
esperábamos que sería él quien rescataría a Israel; más con todo, van ya tres
días desde que sucedió esto. (Lc 24,21) La muerte de
Jesús había sido un acontecimiento trágico; sus enemigos habían logrado lo que
querían: quitarlo de en medio; los fariseos, porque había desenmascarado su
hipocresía, los sacerdotes porque había denunciado la vaciedad de un culto
formalista; los saduceos porque había refutado la negación de la resurrección;
los ricos porque les había echado en cara la injusticia de sus actuaciones; los
romanos porque pensaron que era un sedicioso. Jesús murió
abandonado por todos; sus discípulos huyeron, los judíos lo despreciaban; el
Padre se hizo sordo a su clamor; esa tarde en la cruz colgaba el cuerpo de un
ajusticiado, condenado por la justicia humana y rechazado por su pueblo.
Parecía que el odio hubiera vencido sobre el amor; el poder sobre la debilidad
de un hombre; la tinieblas sobre la luz; la muerte sobre la vida. Aquella tarde
cuando las tinieblas cayeron sobre el monte Calvario parecía que todo había
terminado y los enemigos de Jesús podían por fin descansar tranquilos. Pero he aquí
que en lo más profundo de los acontecimientos, la realidad era distinta. Jesús
no era un vencido, sino un triunfador; no lo aprisionaba la muerte, sino que se
había liberado de su abrazo mortal; lo que parecía ignominia se transformó en
gloria; lo que muchos pensaban que era el fin, no era sino el comienzo de una
nueva etapa de la historia de la salvación. La cruz dejó de ser un instrumento
de tortura, para convertirse en el trono de gloria del nuevo rey y la corona de
espinas que ciñó su cabeza es ahora una diadema de honor. Al morir
Jesús dio un nuevo sentido a la muerte, a la vida, al dolor. La pregunta
desesperada del hombre sobre la muerte encontró una respuesta. Pero esto no
significa que podamos cruzarnos de brazos y contentarnos con enseñar que la
muerte de Jesús significó un cambio en la vida de la humanidad. Ese cambio debe
manifestarse en nuestra existencia porque él no aceptó su muerte con la
resignación de quien se somete a un destino ineludible, sino como quien acepta
una misión de Dios. Por eso su muerte condena la injusticia de los crímenes y
asesinatos, pero nos pide hacer algo contra la injusticia porque no solo
condena la explotación de los oprimidos, sino que nos pide mejorar su
situación; la muerte de Jesús no solo es un rechazo del abandono de las
muchedumbres, sino que nos exige que nos acerquemos al desvalido. Su muerte no
es solamente un recuerdo que revivimos cada año, sino un llamado a mejorar el
mundo, a destruir las estructuras de pecado; a restablecer las condiciones de
paz; a construir una sociedad basada en la concordia, la colaboración y la
justicia.
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