29 de junio
SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES
CICLO "C" Primera lectura: Hechos de los apóstoles 12, 1-11 Salmo responsorial: Salmo 33 Segunda lectura: 2 Timoteo 4, 6-8. 17-18 EVANGELIO -¿Quién
dice la gente que es el Hombre? 14Contestaron ellos: -Unos
que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jerernías o uno de los profetas. 15El les pregunto: -Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo? 16Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. 17Jesús le respondió: -¡Dichoso
tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y
hueso, sino mi Padre del cielo. 18Ahora te digo yo: Tú eres Piedra,
y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad y el poder de la muerte no la
derrotará. 19Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates
en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en el cielo.
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COMENTARIOS I El
paso a la parte pagana del lago (16,5) tenía por objeto salir del territorio
judío. Cesarea de Filipo era la capital del territorio gobernado por este
tetrarca, hermano de Herodes Antipas (cf. Lc 3,1). Para proponer a sus
discípulos la cuestión de su identidad, Jesús los saca del territorio donde
reina la concepción del Mesías davídico. Primera
pregunta: cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre Jesús («el Hijo
del hombre»). El Hijo del hombre es el portador del Espíritu de Dios (cf.
3,16s); por contraste, «los hombres» en general son los que no están animados
por ese Espíritu, los que no descubren la acción divina en la realidad de
Jesús. «El
Hijo del hombre/este Hombre» es una expresión que se refiere claramente a
Jesús, en paralelo con la primera persona («yo») de la pregunta siguiente (15).
Este pasaje muestra con toda evidencia que Mt no interpreta «el Hijo del
hombre» como un título mesiánico. Resultaría ridículo que Jesús, cuando va a
proponer a los discípulos la pregunta decisiva, les dé la solución por
adelantado; incomprensible sería, además, la declaración de que Pedro había
recibido tal conocimiento por revelación del Padre (17), si Jesús mismo se lo
había dicho antes. v.
14: Contestaron ellos: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que
Jerernías o uno de los profetas. La
gente asimila a Jesús a personajes conocidos del AT: una reencarnación de Juan
Bautista (cf. 14,2) o Elías, cuyo retorno estaba anunciado por Mal 3,23; Eclo
48,10. En todo caso, ven en Jesús una continuidad con el pasado, un enviado de
Dios como los del AT. No captan su condición única ni su originalidad. No
descubren la novedad del Mesías ni comprenden, por tanto, su figura. v.
15: El les pregunto: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pregunta
a los discípulos, que han acompañado a Jesús en su actividad y han recibido su
enseñanza. Simón Pedro (nombre más sobrenombre por el que era conocido, cf.
4,18; 10,2) toma la iniciativa y se hace espontáneamente el portavoz del grupo. Las
palabras de Pedro son una perfecta profesión de fe cristiana. Mt no se
contenta con la expresión de Mc 8,29: «Tú eres el Mesías», que Jesús rechaza
por reflejar la concepción popular del mesianismo (cf. Lc 9,20: «el Mesías de
Dios» «el Ungido por Dios»). La expresión
de Mt la completa, oponiendo el Mesías Hijo de Dios (cf. 3,17; 17,5) al Mesías
hijo de David de la expectación general. «Hijo»
se es no sólo por haber nacido de Dios, sino por actuar como Dios mismo. «El
hijo de Dios» equivale a la fórmula «Dios entre nosotros» (1,23). «Vivo»
(cf. 2 Re 19A.16 [LXX], Is 37, 4.17; Os 2,1; Dn 6,21) opone el Dios verdadero a
los ídolos muertos; significa el que posee la vida y la comunica: vivo y
vivificante, Dios activo y salvador (Dt 5,26; Sal 84,3; Jr 5,2). También el
Hijo es, por tanto, dador de vida y vencedor de la muerte. vv.
16-17: Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso
no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. A
la profesión de fe de Simón Pedro responde Jesús con una bienaventuranza. Llama
a Pedro por su nombre: «Simón». «Bar-Jona» puede ser su patronímico: hijo de
Jonás; se ha interpretado también como «revolucionario», en paralelo con Simón
el Fanático o zelota (10,4). Jesús declara dichoso a Simón por el don recibido.
Es el Padre de Jesús (correspondencia con «el Hijo de Dios vivo») quien revela
a los hombres la verdadera identidad de éste. Es el Padre quien revela el Hijo
a la gente sencilla y el Hijo quien revela al Padre. Pedro
pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos,
y ha recibido esa revelación. Es decir, los discípulos han aceptado el aviso
de Jesús de no dejarse influenciar por la doctrina de los fariseos y saduceos
(16,12) y están en disposición de recibir la revelación del Padre, es decir, de
comprender el sentido profundo de las obras de Jesús, en particular de lo
expresado en los episodios de los panes (cf. 16,9s). Han comprendido que su
mesianismo no necesita más señales para ser reconocido. La revelación del
Padre no es, por tanto, un privilegio de Pedro; está ofrecida a todos, pero
sólo los «sencillos» están en disposición de recibirla. Se refiere al sentido
de la obra mesiánica de Jesús. «Mi
Padre del cielo» está en paralelo con «Padre nuestro del cielo» (6,9). Los que
reciben del Padre la revelación sobre Jesús son los que ven en Jesús la imagen
del Padre (el Hijo), y los que reciben de Jesús la experiencia de Dios como
Padre (bautismo con Espíritu Santo) pueden invocarlo como tal. v.
18: Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi
comunidad y el poder de la muerte no la derrotará. Jesús
responde a la profesión de fe de Pedro (16: «Tú eres»; 18: «Ahora te digo yo:
Tú eres»). Lo mismo que, en la declaración de Pedro, «Mesías» no es un nombre,
sino indica una función, así «Piedra» en la declaración de Jesús. Hay
en ella dos términos, «piedra» y «roca», que no son equivalentes. En griego, petros
es nombre común, no propio, y significa una piedra que puede moverse e
incluso lanzarse (2 Mac 1,16; 4,41: piedras que se arrojan). La «roca», en
cambio, gr. petra, es símbolo de la firmeza inconmovible. En este
sentido usa Mt el término en 7,24.25, donde constituye el cimiento de «la
casa», figura del hombre mismo. De
hecho, los pasajes de 7,24s y 16,16-18 están en paralelo. En el primero se
trata de la vida individual del seguidor de Jesús; en el segundo, de la vida de
su comunidad. La primera se concibe como una casa; la segunda, como una ciudad
(iglesia) (cf. 27,53), es decir, como una sociedad humana. En
este pasaje expone Mt su tratado sobre la fe en Jesús. Esta es la que permite
la construcción de una sociedad humana nueva, la «iglesia de Jesús» o Israel mesiánico
(cf. ekklesía, la asamblea del Señor del antiguo Israel, Dt 23,2-4; Jue
20,2), que equivale al reinado de Dios en la tierra, al reino del Hombre
(13,41). Su base inamovible es la fe en Jesús como Mesías hijo de Dios vivo.
Todo el que dé tal adhesión a Jesús será «piedra» utilizable para la construcción
de la ciudad. «El
poder de la muerte», lit. «las puertas del Abismo», o reino de la muerte. Se
representa el reino de la muerte como una ciudad rival, como una plaza fuerte
con puertas que representan su poder y que combate la obra de Jesús (cf. Is
38,10; Job 38,17; Sal 9,14; 107,18; Sab 16,13). «No la derrotará» indica la
victoria sobre la muerte, la indefectibilidad de la ciudad de Jesús, la
permanencia del reino de Dios; pero no solamente en su etapa terrestre, sino
incluso a través de la muerte misma, Jesús es el dador de vida («el Hijo de
Dios vivo») y su obra no puede estar sujeta a la muerte. Se refleja aquí el
contenido de la última bienaventuranza, que anunciaba la persecución para los
que son fieles a la opción propuesta por Jesús (5,10s). También otros pasajes,
por ej., el ya citado de 7,24s y el de 10,28, sobre no temer a los que pueden
matar el cuerpo. v.
19: Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra
quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en
el cielo. .
Con dos imágenes paralelas se describen ciertas funciones de los creyentes. En
la primera, el reino de Dios se identifica con la iglesia o comunidad
mesiánica. Continúa la imagen de la ciudad con puertas. Los creyentes,
representados por Pedro, tienen las llaves, es decir, son los que abren o
cierran, admiten o rechazan (cf. Is 22,22). Se opone esta figura a la que Jesús
utilizará en su denuncia de los fariseos (23,13), quienes cierran a los hombres
el reino de Dios. La misión de los discípulos es la opuesta: abrirlo a los
hombres. Sin
embargo, no todos pueden ser admitidos, o no todos pueden permanecer en él, y
esto se explicita en la frase siguiente. «Atar, desatar» se refiere a tomar
decisiones en relación con la entrada o no en el reino de Dios. La expresión es
rabínica. Procede de la función judicial, que puede mandar a prisión y dejar
libre. Los rabinos la aplicaron a la explicación de El
pasaje no está aislado en Mt. Su antecedente se encuentra en la curación del
paralítico, donde los espectadores alababan a Dios «por haber dado tal
autoridad a los hombres» (9,8). La «autoridad» de que habla el pasaje está
tipificada en Jesús, el que tiene autoridad para cancelar pecados en la tierra
(9,6). Esa misma es la que transmite a los miembros de su comunidad
(«desatar»). Se trata de borrar el pasado de injusticia permitiendo al hombre
comenzar una vida nueva en la comunidad de Jesús. Otro pasaje que explica el
alcance de la autoridad que Jesús concede se encuentra en 18,15-18. Se trata
allí de excluir a un miembro de la comunidad («atar») declarando su pecado. Resumiendo
lo dicho: Simón Pedro, el primero que profesa la fe en Jesús con una fórmula
que describe perfectamente su ser y su misión, se hace prototipo de todos los
creyentes. Con éstos, Jesús construye la nueva sociedad humana, que tiene por
fundamento inamovible esa fe. Apoyada en ese cimiento, la comunidad de Jesús
podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, representadas por los
perseguidores. Los miembros de la comunidad pueden admitir en ella (llaves) y
así dar a los hombres que buscan salvación la oportunidad de encontrarla;
pueden también excluir a aquellos que la rechazan. Sus decisiones están
refrendadas por Dios mismo.
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