LA SANTÍSIMA TRINIDAD
CICLO "C" Primera lectura:
Proverbios 8, 22-31 EVANGELIO COMENTARIOS I Sobre la
humanidad se ciernen nubarrones de tragedia, una ola de muerte asedia a nuestro
planeta, la destrucción colectiva puede ser la terminal de la historia, la
carrera de armamentos se puede volver contra los que la corrieron, el mañana
puede que no llegue nunca: no hace falta ser profeta para adivinarlo. Estamos
destruyendo poco a poco la naturaleza, derrochamos los recursos humanos, se
contaminan mares y ríos, se exterminan las especies animales, la humanidad, en
su gran mayoría, padece hambre y violencia endémica. Por estos caminos no se
llega al futuro. La violencia,
la guerra, la muerte y la destrucción han tomado la sartén del mundo por su
mango y se han convertido en los auténticos señores de una humanidad
esclavizada que ve aproximarse irremediablemente su trágico final. Hoy, sin más
necesidad de futurólogos, profetas o adivinos, estamos en condiciones de
prever el posible fin de nuestro mundo. Hacia él vamos a pasos agigantados,
hacia él nos mal-llevan los grandes de la tierra con una hipocresía rayana en
la locura cuando bautizaron al verdugo de la humanidad, el terrible misil MX,
con el nombre de 'guardián de la paz'. 'Si quieres
la paz, prepara la guerra': es la consabida táctica por siglos recomendada. Y
no saben que por el camino de las armas no se llega al paraíso de la paz, ni
por el del consumo a la felicidad compartida, ni por el de la droga al mundo
feliz, ni por el de la violencia al orden justo. Pero si para
predecir el trágico final de la humanidad no es necesario ser profeta, no por
ello los profetas se deben apuntar al paro. Hacen falta más que nunca profetas
que ejerzan y recuperen su primigenia tarea, su auténtica vocación, reducida
por el diccionario a la parcela de predecir el futuro. El profeta es
algo diferente del adivino, del futurólogo, del agorero. En tiempos de Jesús,
la gente intuyó su misión. Cuenta el evangelista Lucas que, tras curar al
siervo del centurión, «Jesús fue a un pueblo llamado Nain, acompañado de sus
discípulos y de mucha gente. Cuando se acercaba a la entrada del pueblo,
resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era
viuda; un gentío considerable del pueblo la acompañaba. Al verla el Señor, le
dio lástima de ella y le dijo: -No llores. Acércandose al ataúd, lo tocó (los
que lo llevaban se pararon) y dijo: -¡Escúchame tú, muchacho, levántate! El
muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos
quedaron sobrecogidos y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido
entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7,11-16). «Gran
profeta» es quien, como Jesús, devuelve la vida, la ilusión, la esperanza, la
confianza en el futuro, a un mundo que, como la viuda de Nain, ha perdido su
porvenir, su único hijo. Quienes no
creen en la profecía, en la fuerza de la palabra, piensan que todo está
perdido, que sólo nos queda asistir al entierro del planeta, como el pueblo de
Nain. Pero
los que se suman al grupo de los profetas están soñando en otro mundo,
anunciando por doquier que todavía es posible la vida, otra vida para los que
malvivimos la presente. Eso sí, hoy, tal vez, no sea ya suficiente con un
profeta: necesitamos grupos de profetas cada vez más numerosos que se levanten
contra las armas, contra la destrucción sistemática de la naturaleza, contra la
explotación, la marginación, la guerra, la violencia, la insolidaridad humana.
Y «ojalá que todo el pueblo profetizara», alzándose con el arma de la palabra
contra este desorden establecido que lleva a la humanidad a la catástrofe.
Entonces comprenderíamos que la palabra del profeta es más poderosa que el
ruido de los cañones. II
Esta vida tiene toda su importancia. Aunque tengamos la esperanza de
que llegue a ser mucho mejor; esta vida es un regalo de Dios, y sí nosotros lo
queremos, puede ser ya el definitivo don de Dios. NO HABRÁ LLANTO, NI LUTO... Según el
Nuevo Testamento, con Jesús empieza la escatología.
Esta palabreja sirve a los estudiosos para referirse a la definitiva y
última etapa de la historia de las relaciones de Dios con la humanidad: la
etapa que estamos viviendo y que ya no acabará. La escatología, pues, es el presente y el futuro y el inmediato
pasado. Esa etapa, a su vez, puede dividirse en dos sectores: antes y después
de la muerte del cuerpo. En la primera la incorporación al reino de Dios puede
ser decidida o rechazada por el hombre, y la vida de los que han optado por
incorporarse a ese reino discurrirá en medio de conflictos y de persecuciones.
El segundo momento será el de la paz definitiva, cuando «ya no habrá más muerte
ni luto, ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado», según la descripción
que hace el Apocalipsis (21,4), que añade en seguida: «Escribe, que estas
palabras son fidedignas y verídicas... Ya
no son un hecho» (21,5-6). Esto
es lo que da unidad a esos dos momentos: que, por lo que se refiere a Dios,
todo es ya definitivo. Este es el
significado de estos relatos de milagros en
los que Jesús resucita a los muertos: la vida ya ha comenzado a vencer a la
muerte, la esperanza en una vida definitiva ha dejado de ser esperanza para
convertirse en realidad presente; la escatología no es una simple promesa: para
el que quiera, puede ser un hecho. EL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN Después de esto fue a una
ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Cuando se acercaba a las puertas de la ciudad resultó que sacaban a enterrar a
un muerto, hijo único de su madre, que era viuda... A
continuación del relato de la curación del siervo del centurión (véase
comentario núm. 37) coloca Lucas este otro. Si el paganismo estaba poniendo al
pueblo en peligro de muerte, el judaísmo... La viuda es
Israel, la nación israelí que, habiendo tenido marido, Dios, ahora ya no lo
tiene (véase Jr 51,5); pero el que ha
muerto no es su marido, sino su hijo. El hijo muerto es el pueblo, que camina
hacia la tumba en la que su muerte se hará definitiva. Y en ese camino el
encuentro con Jesús evita, al menos por el momento, el desastre. Acercándose,
tocó el ataúd... y dijo: -¡Joven, a ti
te hablo, levántate! El muerto se
incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. La muerte de
aquel hijo no había sido accidental. El haber abandonado a su Dios era lo que
había alejado a aquel pueblo de la vida. Pero Jesús no viene a condenar, sino a
ofrecer una nueva oportunidad. Por encima de las normas religiosas que habían
llevado a la muerte a aquel pueblo (estaba prohibido tocar un ataúd; el que lo
hacía quedaba impuro y no podía participar de la vida social y religiosa con
los demás), Jesús actúa y lo devuelve a la vida... y a su madre, que si
libremente lo quiere, podrá dejar de ser viuda: «Dios ha visitado a su pueblo»
(Lc 1,68). NO NOS ARREBATÉIS EL
PRESENTE Lo que hace
definitiva la historia humana, en lo que a las relaciones con Dios se refiere,
no es la muerte, sino la vida. Y la vida está garantizada por la presencia de
Dios. En el momento en que un grupo de personas decide dejar que Dios sea su
Padre y empieza a vivir como hijos y hermanos, en ese mismo momento se hace
firme la oferta de Dios y les comunica su propia vida, que por ser suya es
indestructible, eterna, definitiva. Cuando un grupo de personas decide adoptar
el amor al estilo de Jesús como única norma de comportamiento, en ese mismo
momento Dios se viene a vivir con ellas. Y para esas personas, hombres o
mujeres, ya ha empezado la escatologia. Y
asumen el compromiso y adquieren el derecho de luchar por que en el mundo
presente vayan desapareciendo la muerte, el luto, el llanto, el dolor...,
anticipando, adelantando la participación plena en la ya definitiva victoria
de la vida sobre la muerte. Nadie tiene
derecho a arrebatar a hombres y a mujeres esta posibilidad. Nadie tiene derecho
a hacer creer a quienes sufren, a tantos que atraviesan la existencia como un
permanente y angustioso esfuerzo por sobrevivir, por escapar a la muerte, al
luto, al llanto y al dolor..., que es voluntad de Dios el que tengan que
esperar a morirse para poder vivir, para poder encontrarse con el, con la
justicia, el amor, la alegría la felicidad... Nadie tiene derecho. Y quien lo
haga estará enviudando de la misma manera que enviudó Israel: alejando a Dios
de su lado. Y llevando a los hombres a una muerte que, si Dios no lo remedia,
será defintiva. Quien esté
sufriendo las consecuencias de una muerte que se resiste a dejarse vencer, que
escuche hoy las palabras del Señor: «¡Joven, a ti te hablo, levántate! » No desperdiciemos la
ocasión. ¡Hay que vivir! III Jesús posee
en común con el Padre,- en primer lugar, la gloria/amor que le ha comunicado (1,14),
la plenitud del Espíritu (1,32; cf. 17,10). No ha de concebirse como posesión
estática sino como relación dinámica con el Padre, incesante y mutua, que hace
de los dos uno (10,30) e identifica su actividad. Jesús realiza así las obras
del Padre (5,17.36; 10,25), su designio creador (4,34; 5,30; 6,38-40). Por
tanto, el criterio para interpretar la historia, basado en la sintonía con
Jesús, se concreta en la realización del hombre, designio del Padre y expresión
de su amor. IV La revelación
de Dios como misterio trinitario constituye el núcleo fundamental y
estructurante de todo el mensaje del Nuevo Testamento. El misterio de la
Santísima Trinidad antes que doctrina ha sido evento salvador. El Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la
humanidad, donando la vida y comunicando su amor, introduciendo y transformando
el devenir de la historia en la comunión divina de las Tres personas. Por eso
se puede hablar de una preparación de la revelación de la Trinidad divina antes
del cristianismo, tanto en la experiencia del pueblo de la antigua alianza tal
como lo atestiguan los libros del Antiguo Testamento, como en las otras
religiones y en los eventos de la historia universal. El Nuevo
Testamento, más que una doctrina elaborada sobre la Trinidad, nos muestra con
claridad una estructura trinitaria de la salvación. La iniciativa corresponde
al Padre, que envía, entrega y resucita a su Hijo Jesús; la realización
histórica se identifica con la obediencia de Jesús al Padre, que por amor se
entrega a la muerte; y la actualización perenne es obra del don del Espíritu,
que después de la resurrección es enviado por Jesús de parte del Padre y que
habita en el creyente como principio de vida nueva configurándolo con Jesús en
su cuerpo que es la Iglesia. La primera
lectura (Prov 8,22-31) es un himno a la sabiduría divina considerada en su
doble dimensión trascendente e inmanente. La Sabiduría es trascendente pues
ella es el proyecto de Dios, su voluntad, sus designios, su Palabra, su
Espíritu; pero también es encarnada ya que el proyecto divino se realiza en la
creación y en la historia, la voluntad de Dios se manifiesta en la Escritura y
a través de su Espíritu se convierte en una realidad interior al ser humano. De
esta forma la reflexión sapiencial bíblica supera la simplificación panteísta o
dualista en su visión de Dios. En los vv.
22-25 el autor bíblico nos sitúa “antes” de la creación, en la eternidad de
Dios, presentando la Sabiduría como una realidad divina y trascendente,
anterior a todas las realidades cósmicas: “El Señor me creó al principio de sus
tareas, antes de sus obras más antiguas... cuando no había océanos, fui
engendrada, cuando no existían los manantiales ricos de agua”. En los vv. 26-31
la Sabiduría parecer ser una realidad creada pues aparece contemporánea a la
creación. La Sabiduría está presente también en el ser humano, en su
inteligencia, en su felicidad: “Cuando consolidaba los cielos allí estaba yo,
cuando trazaba la bóveda sobre la superficie del océano, cuando señalaba al mar
su límite... a su lado estaba yo como confidente, día tras día lo alegraba y
jugaba sin cesar en su presencia; jugaba con el orbe de la tierra, y mi alegría
era estar con los seres humanos”. Este himno ha
llegado a ser en la tradición cristiana un preanuncio de la encarnación de la
Palabra (Jn 1), que “al principio estaba junto a Dios, todo fue hecho por ella
y sin ella no se hizo nada de cuando llegó a existir” (Jn 1,2-3), y que al
final de los tiempos “se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su
gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”
(Jn 1,14). La segunda
lectura (Rom 5,1-5) es una especie de declaración paulina de sabor trinitario
sobre la situación del ser humano que ha sido justificado gracias a la fe en
Cristo: “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en
paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo... y la esperanza no falla,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado” (vv. 1.5). Pablo afirma la dimensión trinitaria de
la vida creyente. Reconciliados con Dios por la fe, estamos en una situación de
“paz” y de “esperanza”, paz que supera la tribulación y esperanza que
transforma el presente. El evangelio
(Jn 16,12-15) constituye la quinta promesa del Espíritu en el evangelio de
Juan. Se habla del Espíritu como defensor (“Paráclito”) y como maestro,
llamándolo “Espíritu de la verdad”. La verdad es la palabra de Jesús y el
Espíritu aparece con la misión de “llevar a la verdad completa”, es decir,
ayudar a los discípulos a comprender todo lo dicho y enseñado por Jesús en el
pasado, haciendo que su palabra sea siempre viva y eficaz, capaz de iluminar en
cada situación histórica la vida y la misión de los discípulos. El Espíritu
tiene una función “didáctica” y “hermenéutica” con relación a la palabra de
Jesús. El Espíritu Santo no propone una nueva revelación, sino que conduce a
una total comprensión de la persona e del mensaje del Señor Resucitado. El
Espíritu, por tanto, “guía” (v. 13) hacia la “Verdad” de Jesús, es decir, hacia
su revelación, de tal forma que la podamos conocer en plenitud. Esta función
del Espíritu con relación a Jesús y a su palabra define la profunda relación
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu: la Revelación es perfectamente una
porque tiene su origen en el Padre, es realizada por el Hijo y se perfecciona
en la Iglesia con la interpretación del Espíritu. Por eso Jesús dice que “el
Espíritu no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído...
todo lo que les dé a conocer, lo recibirá de mí”. Jesús será siempre el
Revelador del Padre; el Espíritu de la Verdad, en cambio, hace posible que la
revelación de Cristo penetre con profundidad en el corazón del creyente.
Para la
revisión de vida ¿Cómo puedo hacer que se refleje
mucho más claramente en mi vida cristiana el ser “comunitario” de Dios, Padre,
Hijo y Espíritu Santo? ¿En qué aspectos concretos de mi
vida se manifiesta el misterio del Dios trinitario como amor y vida? ¿Cómo podría abrirme más a la acción
del Espíritu de la Verdad en mi vida, para que me lleve a un conocimiento
existencial y actualizado del evangelio de Jesús? Para la
reunión de grupo ¿Cómo puedo
hacer que se refleje mucho más claramente en mi vida cristiana el ser
“comunitario” de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¿En qué
aspectos concretos de mi vida se manifiesta el misterio del Dios trinitario
como amor y vida? ¿Cómo podría
abrirme más a la acción del Espíritu de la Verdad en mi vida, para que me lleve
a un conocimiento existencial y actualizado del evangelio de Jesús? Para la
oración de los fieles Dios Padre,
misterio infinito y eterno de amor, que nos has llamado a la vida y nos has
creado a imagen de tu Hijo Jesús, haz que experimentemos de tal forma tu bondad
y tu misericordia que lleguemos a ser constructores de un mundo de amor y de
paz. Roguemos al Señor... Señor Jesucristo,
Hijo eterno del Padre, que en tu vida, muerte y resurrección nos has revelado
el rostro del verdadero de Dios y nos has enseñado el camino que lleva a la
vida, concédenos la gracia de la fidelidad a tu evangelio, viviendo, a tu
imagen, en solidaridad con los pobres y los excluidos de este mundo. Roguemos
al Señor... Espíritu
Santo de Amor y de Verdad, fuente de todo bien y de toda gracia, ayúdanos a
superar la tentación del egoísmo, de la cerrazón, del miedo, del legalismo,
para ser testigos del reino en el mundo, dóciles a los caminos de Dios y
atentos a las necesidades de nuestros hermanos y hermanas. Roguemos al Señor... Oración
comunitaria Te Señor Dios Eterno, Único y
Verdadero, misterio infinito de amor y de vida, Trinidad Santísima, haz de la humanidad creada a tu
imagen una sola familia, y que la comunidad eclesial, redimida por la sangre de tu Hijo y
renovada por el Espíritu, sea siempre un vivo reflejo de tu
misterio comunitario de amor, signo de liberación para los pobres
y los últimos de la tierra, y fermento de unidad y de paz para
todo el género humano. Por nuestro Señor Jesucristo.
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