SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
CICLO "C" Primera lectura: Génesis 14, 18-20 EVANGELIO 12Caía la tarde y los
Doce se le acercaron a decirle: -Despide a la multitud, que
vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida,
porque esto es un descampado. 13Él les contestó: -Dadles vosotros de comer. Replicaron ellos: -¡Si no tenemos más que cinco
panes y dos peces! A menos que vayamos nosotros a comprar de comer para todo
este pueblo. 14Eran unos cinco mil
hombres adultos. Jesús dijo a sus discípulos: -Decidles que se echen en grupos
de cincuenta. 15Así lo hicieron,
diciendo a todos que se echaran. 16y tomando él los cinco panes y
los dos peces, alzó la mirada al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a
sus discípulos para que los sirvieran a la multitud. 17Comieron
todos hasta saciarse y recogieron las sobras de los trozos: doce cestos. COMENTARIOS I La sociedad
de consumo nos tiene acostumbrados al milagro de la multiplicación de los
bienes materiales. Hoy día se fabrica casi todo en serie, hay más alimentos que
nunca, más cultura, más desarrollo, más riqueza en la tierra. Sin embargo, y
siendo esto muy necesario, creo que hace falta poner urgentemente en marcha
otro milagro, aún mayor, más difícil de realizar. Se trata del milagro del
“reparto” de lo que ya hay entre los que estamos, practicando la comunión de
bienes. Porque si la
sociedad de consumo realiza a diario la multiplicación de panes y peces en
clave moderna, sin embargo, paradójicamente, cada día aumentan en la humanidad
las carencias más radicales, la miseria más increíble, el subdesarrollo más
inhumano, la ignorancia más brutal, la falta de cultura más absoluta. Del
milagro de la multiplicación de los bienes de consumo se benefician sólo unos
pocos, que se han habituado a lucrarse y a enriquecerse en detrimento de la
inmensa mayoría de los que habitan el planeta Tierra. No se trata
ya tanto de multiplicar cuanto de dividir. Al menos este es el camino que Jesús
enseña en el relato mal denominado de la “multiplicación de los panes”, pues la
palabra “multiplicación” no aparece en él. La situación
de aquella gente era similar a la de muchos de los hombres de hoy: «Despide a
la gente -dijeron a Jesús-; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a
buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado» (Lc 9,1 lss).
En descampado está la mayoría de la humanidad, carente de las necesidades más
vitales: pan y habitación. Inesperadamente,
Jesús invita a sus discípulos a realizar el milagro: «-Dadles vosotros de
comer. Y como ellos piensan que el milagro consiste en multiplicar los
alimentos, replican: -No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que
vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil
hombres.)» La vía de salida que ellos piensan para resolver el problema es
inviable: se trata de comprar. Pero Jesús
trata de mostrar que 'comprar' no es el camino. «-Decidles que se echen en
grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron. El, tomando los
cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición
sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran
a la gente.» Jesús no
compra ni multiplica, sino que parte y reparte. Tal vez éste sea el camino para
salir de este callejón sin salida en el que nos hemos metido los humanos.
Partir el pan entre todos, partirse por los demás, repartir, dividir entre
todos eso que la técnica, gracias a Dios, ha conseguido multiplicar. Y éste es el
símbolo de la eucaristía: un pan -cuerpo-persona- que se parte y se entrega
como alimento que genera vida alrededor. II
No se trata de tranquilizar conciencias con limosnas. Decimos amar, que significa trabajar para que los que amamos sean felices, y según el
evangelio nadie debe quedar excluido de nuestro amor. Y decimos también con
el bolsillo para que el amor no quede
reducido a un sentimiento más o menos romántico. El amor cristiano es un amor
-también económicamente- revolucionario. UN LENGUAJE TRASNOCHADO Hablar de
revolución en la próspera Europa de finales del siglo XX suena a rancio. Las revoluciones se han desmoronado todas
(o han sido arrasadas a sangre y fuego, como la sandinista). El capitalismo
-nos dicen- se ha mostrado el menos malo de todos los sistemas conocidos (eso
se había dicho de la democracia, pero nuestros progres quieren hacer méritos y demostrar que son más demócratas que nadie); sin embargo, como
demuestran los millones de vidas que cada año se cobra el hambre, el capitalismo
es incapaz de resolver el problema de la pobreza de dos terceras partes de la humanidad porque está basado en la
idolatría del dinero, un dios que
premia a los que le ofrecen como sacrificio la vida de los pobres. Pero éste es
un lenguaje trasnochado; de hecho -o mejor, de palabra-, nadie aconseja el
capitalismo, sino la democracia, la libertad..., aunque la única libertad que
realmente interesa es la del capital, que permite a los amos del dinero
disponer de él a su capricho. Pero hablar de todo esto es, sin duda, anticuado
y de muy mal gusto. DESPIDE A LA MULTITUD Caía la tarde y los Doce se
acercaron a decirle: -Despide a la multitud, que
vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida,
porque esto es un descampado. Al volver de la primera misión importante de los
Doce -Jesús los había enviado para que anunciaran la Buena Noticia, la
presencia del reinado de Dios-Jesús quiere retirarse con ellos para revisar
cómo han llevado a cabo la misión y para ver el grado de maduración al que han
llegado en su comprensión del reinado de Dios. Pero las multitudes, el pueblo,
habían empezado a descubrir en el mensaje de Jesús la posibilidad de la
liberación tanto tiempo esperada y se van tras él. Jesús aprovechará la
circunstancia para enseñar, tanto a sus discípulos como a las multitudes, que
la justicia y la libertad se logran siempre que -y sólo si- nos comprometemos
a conquistarla. Los Doce se
dieron cuenta de que había un importante problema que resolver: aquellas
personas tenían hambre. Pero no encontraron otra solución más que dejar que
cada cual lo resolviera por su cuenta
–“Despide a la multitud... “-. Y no allí, en despoblado, sino en la civilización, en donde había actividad
económica y comercial y se podía comprar la vida: el alimento y
el descanso; así, cuando Jesús les dice «Dadles vosotros de comer», no se les
ocurre otra cosa que acudir al mercado -«
¡ Si no tenemos más que cinco panes y dos peces! A menos que vayamos nosotros a
comprar de comer para todo este pueblo»-, volviendo a la sociedad que divide a
los hombres en pobres y ricos y que, según el programa de Jesús, debe ser
superada (Lc 6,20-26; véase comentario núm. 34).
Y tomando él los cinco panes
y los dos peces, alzó la mirada al cielo, los bendijo, los partió y se los dio
a sus discípulos para que los sirvieran a la multitud. Comieron todos hasta
saciarse y recogieron las sobras de los trozos: doce cestos. Lo que hace
Jesús no es un milagro en el sentido
en el que hoy se entiende esta palabra: es una lección para que nosotros
aprendamos a hacer el milagro y resolvamos esa cuestión que la humanidad tiene
pendiente desde que tenemos noticia: el hambre. Si consideramos que los bienes
que da la tierra, en especial los que son necesarios para vivir con dignidad,
no nos pertenecen, sino que son don de Dios para toda la humanidad, si obramos
en consecuencia y compartimos lo que tenemos, si organizamos nuestras
relaciones económicas de acuerdo con esta convicción, si superamos así la
injusticia que estructura nuestra sociedad, nadie pasará hambre, habrá pan para
todos y sobrará. Naturalmente
que con esto no basta: el evangelio no es un tratado de economía (nos indica
los efectos intolerables de cualquier sistema económico: todo lo que hace daño
al hombre: la injusticia, la explotación del hombre por el hombre, la
desigualdad, la destrucción del medio ambiente); el evangelio es un tratado
acerca del amor: no basta con dar lo que tenemos, tenemos que entregarnos por
entero. Por eso el reparto de los panes adquiere su pleno significado en el
reparto del pan eucarístico: «el Señor Jesús, la noche en que iban a
entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo,
que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía”...» (primera
lectura). Para el cristiano, comprometerse en la lucha por un mundo
económicamente más justo adquiere su pleno sentido cuando, celebrando la
eucaristía, se compromete a dar la propia vida por amor, en unión con Jesús;
pero es una traición celebrar la Eucaristía sin estar comprometidos en la
construcción de un mundo más justo y solidario, y una blasfemia si se trata de
compatibilizar con el culto al dios dinero. III
Las
multitudes de seguidores, en contrapartida,
han sido acogidas por Jesús. Este “se puso a hablarles del reino de Dios y fue
curando a los que lo necesitaban” (9,11). ¿Quiénes son estos “seguidores”?
Recuérdese que al comienzo del segundo tramo, cuando Jesús se dispuso a
«atravesar pueblos y aldeas proclamando la buena noticia del reino de Dios»,
lo acompañaban «los Doce», de un lado, y «algunas mujeres, curadas de malos
espíritus y enfermedades», de otro; María Magdalena, Juana y Susana, «y otras
muchas que habían puesto sus bienes al servicio del grupo» (8,1-3). Aquí
tenemos nuevamente «los Doce» y «las multitudes que lo seguían», tan marginadas
de Israel como «las mujeres», entre las cuales algunas tienen necesidad todavía
de curación. Pero los Doce no pagan con la misma moneda: las mujeres habían
puesto sus bienes a disposición del grupo, mientras que los Doce no están
dispuestos a compartir «los cinco panes y los dos peces» que traen consigo. A
lo sumo transigirían en «ir a comprar de comer» para toda esta clase de gente,
a la que designan despectivamente («para todo el pueblo ese»). El número de estos seguidores contiene una cifra
significativa: «Porque eran como cinco mil hombres adultos» (Lc 9,14a). Esta
misma cifra aparecerá en el libro de los Hechos (Hch 4,4). El número «cinco»,
muy subrayado en el contexto (vv. 14a: «cinco mil»; 14c: «como de cincuenta en
cincuenta»; 13d y 16a: «cinco»), es el número típico del Espíritu (cf. 1Re [3Re
LXX] 18,4.13: «de cincuenta en cincuenta»; 2Re [4Re LXX] 2,7: «cincuenta
hombres adultos, discípulos de los profetas»; así como el día de
«pentecostés»). Se trata de un grupo de creyentes adultos. Jesús los hace
sentar «en grupos de cincuenta», como los círculos de profetas (Lc 9, 14c). Se
anticipa aquí la edad adulta de la comunidad judeocreyente de los Hechos de los
Apóstoles. Jesús bendice
los panes y los peces, los parte y los va dando a los discípulos para que los
sirvan a la multitud (9,16). Con hechos palpables muestra a los discípulos
(«los Doce») cuál tendría que ser la función del nuevo Israel: el servicio de
la mesa es el signo por excelencia del tiempo mesiánico. Deben ponerse al
servicio de los marginados de Israel («la multitud» de seguidores). «Comieron
todos hasta saciarse, y recogieron las sobras de los trozos: doce cestos»
(9,17). Cuando se comparte, hay de sobra para todo el pueblo de Israel («doce
cestos» para las doce tribus de Israel). Lucas pone
fin aquí a la estructura simétrica: el programa que Jesús había propuesto a
Israel ha comenzado a realizarse. El acento está puesto en el compartir. Este
debería ser el rasgo distintivo del nuevo Israel. Los bienes mesiánicos son
extensivos a todo el pueblo. Se cumple así la promesa que el Señor había hecho
a Eliseo: «Comerán y sobrará: "Comieron y sobró", como había dicho el
Señor» (2Re [4Re LXX] 4,43-44). IV La eucaristía
sostiene toda la vida de la comunidad creyente. Mientras hacemos presente el
“amor hasta el extremo” por el que Jesús ofreció su vida en la cruz (pasado),
nos comprometemos a formar un sólo cuerpo animado por la fe y la caridad
solidaria (presente), “mientras esperamos su venida gloriosa” (1 Cor 11,26)
(futuro). La primera
lectura (Gen 14,18-20) es un antiguo texto, originalmente quizás de naturaleza
política-militar, en el que el misterioso personaje Melquisedec rey de Salem
ofrece a Abraham un poco de pan y vino. Se trata de un gesto de solidaridad: a
través de aquel alimento, Abraham y sus hombres pueden reponerse después de
volver de la batalla contra cuatro reyes (Gen 14,17). El pasaje, sin embargo,
parece contener una escena de carácter religioso, siendo Melquisedec un
sacerdote según la praxis teológica oriental. El gesto
podría contener un matiz de sacrificio o de rito de acción de gracias por la
victoria. El v. 19, en efecto, conserva las palabras de una bendición. Las
palabras de Melquisedec y su gesto ofrecen una nueva luz sobre la vida de
Abraham: sus enemigos han sido derrotados y su nombre es ensalzado por un
rey-sacerdote. El capítulo 7 de la Carta a los Hebreos ha construido una
reflexión en torno a Cristo Sacerdote a la luz de este misterioso texto del
Génesis, según la línea teológica ya presente en las palabras que el Sal 110,4
dirige al rey-mesías: “Tú eres sacerdote para siempre al modo de Melquisedec”. La segunda
lectura (1Cor 11,23-26) pertenece a la catequesis que Pablo dirige a la
comunidad de Corinto en relación con la celebración de las asambleas
cristianas, donde los más poderosos y ricos humillaban y despreciaban a los más
pobres. Pablo aprovecha la oportunidad para recordar una antigua tradición que
ha recibido sobre la cena eucarística, ya que el desprecio, la humillación y la
falta de atención a los pobres en las asambleas estaban destruyendo de raíz el
sentido más profundo de la Cena del Señor. Se coloca así
en sintonía con los profetas del Antiguo Testamento que habían condenado con
fuerza el culto hipócrita que no iba acompañado de una vida de caridad y de
justicia (cf. Am 5,21-25; Is 1,10-20), como también lo hizo Jesús (cf. Mt
5,23-24; Mc 7,9-13). La Eucaristía, memorial de la entrega de amor de Jesús,
debe ser vivida por los creyentes con el mismo espíritu de donación y de
caridad con que el Señor “entregó” su cuerpo y su sangre en la cruz por
“vosotros”. La lectura
paulina nos recuerda las palabras de Jesús en la última cena, con las que
cuales el Señor interpretó su futura pasión y muerte como “alianza sellada con
su sangre” (1 Cor 11,25) y “cuerpo entregado por vosotros” (1 Cor 11,24),
misterio de amor que se actualiza y se hace presente “cada vez que coman de
este pan y beban de este cáliz” (1 Cor 11,26). La fórmula del cáliz
eucarístico, semejante a la fórmula de la última cena en Lucas (Mateo y Marcos
reflejan una tradición diversa), está centrada en el tema de la nueva alianza,
que recuerda el célebre paso de Jer 31,31-33. Cristo establece una verdadera
alianza que se realiza no a través de la sangre de animales derramada sobre el
pueblo (Ex 24), sino con su propia sangre, instrumento perfecto de comunión
entre Dios y los hombres. La
celebración eucarística abraza y llena toda la historia dándole un nuevo
sentido: hace presente realmente a Jesús en su misterio de amor y de donación
en la cruz (pasado); la comunidad, obediente al mandato de su Señor, deberá
repetir el gesto de la cena continuamente mientras dure la historia “en memoria
mía” (1Cor 11,24) (presente); y lo hará siempre con la expectativa de su
regreso glorioso, “hasta que él venga” (1 Cor 11,26) (futuro). El misterio de
la institución de la Eucaristía nace del amor de Cristo que se entrega por
nosotros y, por tanto, deberá siempre ser vivido y celebrado en el amor y la
entrega generosa, a imagen del Señor, sin divisiones ni hipocresías. El evangelio
(Lucas 9,10-17) relata el episodio de la multiplicación de los panes, que
aparece con diversos matices también en los otros evangelios (¡dos veces en
Marcos!), lo que demuestra no sólo que el evento posee un alto grado de
historicidad, sino que también es fundamental para comprender la misión de
Jesús. Jesús está
cerca de Betsaida y tiene delante a una gran muchedumbre de gente pobre,
enferma, hambrienta. Es a este pueblo marginado y oprimido al que Jesús se
dirige, “hablándoles del reino de Dios y sanando a los que lo necesitaban” (v.
11). A continuación Lucas añade un dato importante con el que se introduce el
diálogo entre Jesús y los Doce: comienza a atardecer (v. 12). El momento
recuerda la invitación de los dos peregrinos que caminaban hacia Emaús
precisamente al caer de la tarde: “Quédate con nosotros porque es tarde y está
anocheciendo” (Lc 24,29). En los dos episodios la bendición del pan acaece al
caer el día. El diálogo
entre Jesús y los Doce pone en evidencia dos perspectivas. Por una parte los
apóstoles que quieren enviar a la gente a los pueblos vecinos para que se
compren comida, proponen una solución “realista”. En el fondo piensan que está
bien dar gratis la predicación pero que es justo que cada cual se preocupe de
lo material. La perspectiva de Jesús, en cambio, representa la iniciativa del
amor, la gratuidad total y la prueba incuestionable de que el anuncio del reino
abarca también la solución a las necesidades materiales de la gente. Al final del
v. 12 nos damos cuenta que todo está ocurriendo en un lugar desértico. Esto
recuerda sin duda el camino del pueblo elegido a través del desierto desde
Egipto hacia la tierra prometida, época en la que Israel experimentó la
misericordia de Dios a través de grandes prodigios, como por ejemplo el don del
maná. La actitud de los discípulos recuerda las resistencias y la incredulidad
de Israel delante del poder de Dios que se concretiza a través de obras
salvadoras en favor del pueblo (Ex 16,3-4). La respuesta
de Jesús: “dadles vosotros de comer” (v. 13) no sólo es provocativa dada la
poca cantidad de alimento, sino que sobre todo intenta poner de manifiesto la
misión de los discípulos al interior del gesto misericordioso que realizará
Jesús. Los discípulos, aquella tarde cerca de Betsaida y a lo largo de toda la
historia de la Iglesia, están llamados a colaborar con Jesús preocupándose por
conseguir el pan para sus hermanos. Después de que los discípulos acomodan a la
gente, Jesús “tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo,
pronunció la bendición, los partió y se los iba dando a los discípulos para los
distribuyeran entre la gente” (v. 16). El gesto de
“levantar los ojos al cielo” pone en evidencia la actitud orante de Jesús que
vive en permanente comunión con el Dios del reino; la bendición (la berajá
hebrea) es una oración que al mismo tiempo expresa gratitud y alabanza por el
don que se ha recibido o se está por recibir. Es digno de notar que Jesús no
bendice los alimentos, pues para él “todos los alimentos son puros” (Mc 7,19),
sino que bendice a Dios por ellos reconociéndolo como la fuente de todos los
dones y de todos los bienes. El gesto de partir el pan y distribuirlo
indiscutiblemente recuerda la última cena de Jesús, en donde el Señor llena de
nuevo sentido el pan y el vino de la comida pascual, haciéndolos signo
sacramental de su vida y su muerte como dinamismo de amor hasta el extremo por
los suyos. Al final
todos quedan saciados y sobran doce canastas (v. 17). El tema de la “saciedad”
es típico del tiempo mesiánico. La saciedad es la consecuencia de la acción
poderosa de Dios en el tiempo mesiánico (Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; Jer
31,14). Jesús es el gran profeta de los últimos tiempos, que recapitula en sí
las grandes acciones de Dios que alimentó a su pueblo en el pasado (Ex 16; 2Re
4,42-44). Los doce canastos que sobran no sólo subraya el exceso del don, sino
que también pone en evidencia el papel de “los Doce” como mediadores en la obra
de la salvación. Los Doce representan el fundamento de la Iglesia, son como la
síntesis y la raíz de la comunidad cristiana, llamada a colaborar activamente a
fin de que el don de Jesús pueda alcanzar a todos los seres humanos. En el texto,
como hemos visto, se sobreponen diversos niveles de significado. El milagro
realizado por Jesús lo presenta como el profeta de los últimos tiempos. Al
mismo tiempo el evento anticipa el gesto realizado por Jesús en la última cena,
cuando el Señor dona a la comunidad en el pan y el vino el signo sacramental de
su presencia. Por otra
parte, el don del pan en el desierto inaugura el tiempo nuevo de la
fraternidad, que prefigura la plenitud de la comunión escatológica en plenitud.
Además se pone en evidencia, como hemos señalado antes, el papel esencial de
los discípulos de Jesús como mediadores del reino. A través de aquellos que
creemos en el Señor debería llegar a todos los hombres el pan que del bienestar
material que permite una vida digna de hijos de Dios, el pan de la esperanza y
de la gratuidad del amor, y sobre todo el pan de la Palabra y de la Eucaristía,
sacramento de la presencia de Jesús y de su amor misericordioso en favor de todos
los hombres.
Para la
revisión de vida ¿En mi vida cristiana el misterio
eucarístico se manifiesta como fuente de unidad y de caridad? ¿Cómo podría comprometerme
concretamente en favor de las personas que viven en la pobreza y sufren hambre
de pan y de justicia? Para la
reunión de grupo ¿En nuestra
comunidad la celebración eucarística genera mayor amor y compromiso en favor de
los más pobres o se limita a ser un simple rito religioso? ¿Con cuáles
iniciativas concretas podríamos hacer que nuestra participación comunitaria en
la Eucaristía sea más activa y dinámica? ¿Cómo
podríamos como comunidad comprometernos más para llevar a los demás el pan del
bienestar material, el pan del amor y de la esperanza, y el pan del evangelio
del Reino? Para la
oración de los fieles Señor Jesús,
que en el misterio eucarístico has dejado para tus discípulos un memorial vivo
de tu vida, tu muerte y tu resurrección, haz que participando con fe de tu
Cuerpo y de tu Sangre seamos testigos fieles del evangelio de la liberación en
medio del mundo. Roguemos al Señor... Señor Jesús,
que congregas a tu Iglesia en torno al misterio de tu Cuerpo y de tu Sangre,
haz que nuestra comunidad viva el misterio de la comunión en la diversidad,
superando la intolerancia y el sectarismo, y así sea signo e instrumento de tu
reino. Roguemos al Señor... Señor Jesús,
que alimentaste a la multitud en el desierto con el pan material y el pan de la
Palabra, haz que la comunidad cristiana viva atenta a los signos de los
tiempos, a través de una misión de evangelización liberadora e integral,
llevando a todos el anuncio del Reino y comprometiéndose activamente en la
promoción humana. Roguemos al Señor... Oración
comunitaria Señor Jesús, Pan Vivo de esperanza y
de amor, concede a
cuantos participamos en la cena eucarística, vivir el
misterio de la comunión en el amor y ser
testigos de tu reino en el mundo. Por nuestro Señor Jesucristo.
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