DECIMOTERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura: 1
Reyes 19, 16b. 19-21 EVANGELIO -Señor, si quieres, decimos que
caiga un rayo y los aniquile. 55Él se volvió y los increpó. 56y
se marcharon a otra aldea. 57Mientras iban por
el camino, le dijo uno: -Te seguiré
adondequiera que vayas. 58Jesús le respondió: -Las zorras tienen madrigueras y
los pájaros nidos, pero el Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. 59A otro le dijo: -Sígueme. El respondió: -Señor, permíteme que vaya
primero a enterrar a mi padre. 60Jesús le replicó: -Deja que los muertos entierren
a sus propios muertos; tú vete a anunciar por ahí el reinado de Dios. 61Otro le dijo: -Te seguiré, Señor, pero
permíteme despedirme primero de mi familia. 62Jesús le contestó: -El que echa manó al arado y
sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios. COMENTARIOS La idea del
infierno, con su fuego eterno, nació en las afueras de Jerusalén. En el valle
Hinnón (la gehenna), hoy convertido
en un paseo ajardinado, se encontraban los estercoleros de la ciudad; el humo
perenne de la basura que allí se quemaba fue el trampolín para el nacimiento
teológico de la imagen del infierno de nuestros temores. Con la
amenaza del fuego eterno se ha arreglado casi todo en la Iglesia Católica.
Desde pequeños nos habituaron a este fuego; con él se nos asustaba y forzaba a
abandonar cualquier vicio o pecado, a fin de no caer en ese terrible castigo,
patentado por un Dios, antes que padre, justiciero terrible. La religión
católica, durante siglos, estuvo reducida a salvar a los hombres de aquel
fuego, como si se tratase de un servicio de bomberos o más terriblemente de un
culto pagano a Plutón y a todos los habitantes de lo subterráneo y oscuro,
fuerzas del mal utilizadas políticamente para aterrorizar la conciencia. A base
de oír hablar del fuego eterno, los católicos crecieron con el corazón
encogido, le tomaron miedo a la ciencia, a la razón y a la libertad;
prefirieron dejar de pensar y declinaron su responsabilidad en quienes, en
nombre de Dios y en conciencia, dictaminaban el camino a seguir. Históricamente
se llegó incluso a recomendar la ignorancia como el mejor camino para no caer
en herejías: '¡Oh cuánta filosofía, / cuánta ciencia de gobierno, / retórica,
geometría, / música y astrología, / camina para el infierno!', cantaba el
poeta. La ciencia, la razón, la investigación eran los mejores conductores
hacia lo más profundo de un abismo donde el fuego quemaría -maravilla de maravillas- por siempre sin consumir. El fuego del
infierno es, para mí, el signo del fanatismo e intolerancia en que hemos estado
sumidos los católicos. Pecado social que arrastra desde siglos el catolicismo
español y del que solamente nos veremos libres a base de razón, ciencia,
pérdida de dogmatismos, comprensión, pluralismo, aceptacion del otro y respeto
mutuo. Conscientes de que no hay nada más que un absoluto -Dios-, los católicos hubiéramos debido ser
menos intransigentes y deberíamos haber relativizado toda verdad o
comportamiento humano. Nada hay absoluto de tejas para abajo. Fanatismo e
intolerancia distan años luz del evangelio, exigente al máximo, pero no
intransigente; que invita, pero no impone; que ofrece, pero no fuerza; que
anima, pero no violenta. Jesús de Nazaret cortó por lo sano los brotes de
fanatismo de sus discípulos, como refiere el evangelista Lucas: «Cuando iba
llegando el tiempo de que se lo llevaran, Jesús decidió irrevocablemente ir a
Jerusalén. Envió mensajeros por delante; yendo de camino entraron en una aldea
de Samaria para preparar alojamiento, pero se negaron a recibirlo porque se
dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le
propusieron: Señor, si quieres, decimos
que caiga un rayo y acabe con ellos. El se volvió y les regañó. Y se marcharon
a otra aldea» (Lc 9,51-53). Para Jesús, quedaban atrás los tiempos de Elías,
profeta que fulminaba con fuego del cielo y rayos a los enviados del rey (2 Re
1,10-12), o que degollaba a los profetas de Baal, en nombre de Yahvé, Dios
único, soberano e intransigente (1 Re 18). Lo terrible
del caso es que los católicos hemos olvidado desde siglos la enseñanza del
Maestro nazareno: el aplastamiento de musulmanes y judíos, la Inquisición con
su calor de hogueras, la imagen de un Santiago matamoros, el 'fuera de la
Iglesia no hay salvación', la imposición de la fe por la fuerza a los no
católicos, la intransigencia y la intolerancia han configurado históricamente
una España en la que ser católico y español eran una misma realidad. Es hora de
volver los ojos al evangelio para acabar con tanto fanatismo histórico y
cancelar para siempre tan triste y poco evangélico pasado. El fanatismo hace
del mundo un infierno. II Jesús fue a Jerusalén, símbolo de (a institución religiosa, con el
ánimo de enfrentarse a ella pata liberar a los hombres de un modo de entender
la religión que los convertía en esclavos de Dios e incapaces para la
solidaridad con los hermanos. Dio su vida para hacernos libres para el amor.
Nada más y nada menos. A ENFRENTARSE CON JERUSALÉN Cuando iba llegando el
tiempo de que se lo llevaran a lo alto, también él resolvió ponerse en camino
para encararse con Jerusalén. La parte
central y más larga del evangelio de Lucas (casi diez capítulos: 9,51-19,46)
trata de la subida de Jesús a Jerusalén. En ella se narran los acontecimientos
que sucedieron a Jesús desde el momento en que decidió ir a Jerusalén (el
evangelio de hoy) hasta la expulsión de los mercaderes del templo. No es un acercamiento
pacífico, sino polémico: Jesús va a enfrentarse, «a encararse», con las
instituciones judías, en especial con la institución religiosa. Cabe
preguntarse por qué los evangelistas dedican tanto espacio a contarnos los
conflictos de Jesús con los dirigentes de Israel. ¿A qué se debe este afán de Jesús por entrar en conflicto
con las instituciones religiosas judías? ¿Cómo es posible que la ciudad que los
salmos dicen que fundó el mismo Dios (Sal 187) y que los profetas anunciaron
que sería el centro de atracción para todos los pueblos, sea ahora el centro de
todas las acusaciones de Jesús? ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Qué representa
ahora Jerusalén? Las razones
de este enfrentamiento que acabará con la muerte de Jesús, las expone Lucas a
través de la narración de los acontecimientos que se van sucediendo y de los
temas que Jesús trata en su enseñanza a lo largo de este viaje. El centro del
viaje está ocupado por el lamento-denuncia que Jesús denuncia a Jerusalén
cuando unos fariseos le sugieren que se vuelva, pues Herodes quiere
matarlo. «Jesusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!» (Lc 13,34); esta denuncia está incluida entre dos
sectores del evangelio que tratan acerca de la relación entre la Ley de Moisés y
el reino de Dios (13, 10-17M 14m 1-6), y al mismo tiempo, todo el viaje está
incluido en otras dos secciones en las que también se trata el tema de la ley
10, 25-37, la parábola del buen samaritano, que muestra cómo los cumplidores de
la ley no se sienten obligados a amar al prójimo y 10,18-30, el episodio del rico observante,
que muestra cómo es posible cumplir toda la ley y ser adorador del Dinero
y, por eso, negarse a seguir a Jesús. Este es el motivo principal del
enfrentamiento de Jesús con la religión judía; esto es lo que significa
Jerusalén: el modo de entender la relación del hombre con Dios, lo mantiene en
una permanente minoría de edad y hace que el hombre tenga para el hombre menos
importancia que un burro o un buey (Lc 10,5). VOCACIÓN DE LIBERTAD Para que seamos libres nos
liberó el Mesías; con que manteneos firmes y no os dejéis atar de nuevo al yugo
de la esclavitud... A vosotros hermanos, os han
llamado a la libertad; solamente que esa libertad no dé pie a los bajos
instintos. Al contrario, que el amor os tenga al servicio de los demás... Pablo era
fariseo, esclavo de la ley, hasta que Jesús lo tiró del caballo en el camino de
Damasco (Hch 9,1-9) y descubrió el gozo de la libertad; desde entonces se
dedicó a anunciar el mensaje de Jesús, expresando con apasionada claridad su
carácter liberador. Según la
segunda lectura de hoy, la vocación cristiana es una llamada a la virtud o a la
perfección, es una invitación a la libertad, y para eso, para que los hombres
pudiéramos responder a esa invitación, subió a Jerusalén, se enfrentó con la
institución judía, se jugó la vida y la perdió, y de tal modo esto es así, que
si alguien intenta volver la vista atrás y pretende someterse o someter a otros
a la ley está haciendo inútil la muerte del Mesías (Gál 2,21; véase comentario
núm. 39). La ley para
Pablo mantiene al hombre en minoría de edad (Gál 3,24), y sólo liberándose de
ella el hombre puede llegar a ser hijo de Dios (Gál 4,5) por medio del Espíritu
(Gál 4,6; Rom 8,15-17), que es incompatible con la ley, pues «donde hay
Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17). Por supuesto
que libertad no es lo mismo que libertinaje.
Pablo ya tiene esto al descubrir el cauce por el que la libertad se deberá
desarrollar: el amor. Y el que ama de verdad, nunca podrá ser considerado un
libertino. El hombre libre de la ley tiene capacidad para profundizar, por
medio del amor, en el camino de la libertad que conduce a la vida y la paz (Rom
8,6); el que ama, guiado por el Espíritu, nunca realizará «los deseos de la carne»,
nunca se dejará dominar por los «bajos instintos» que consisten precisamente en
la fuerza contraria al amor, contraria al Espíritu y, por tanto, a la libertad;
son el impulso que nos lleva a actuar de tal manera que rompamos la armonía en
las relaciones humanas: la falta de respeto a la dignidad y libertad de los
demás (en el terreno de la sexualidad y en todos los terrenos); los bajos
instintos «tienden a la muerte; el Espíritu, en cambio, a la vida y la paz»
(Rom 8,6), y en especial a la «codicia, que es una idolatría» (Col 3,5); en una
palabra : son el libertinaje «las pasiones pecaminosas que atiza la ley» (Rom
7,5) Por eso se enfrentó Jesús
a Jerusalén, a la ley; para liberarnos de ella dio su vida. ¿Estamos seguros de
que en la Iglesia de Jesús no nos hemos dejado “atar de nuevo al yugo de la
esclavitud”, a la esclavitud de la ley? III
Dándose cuenta Jesús de que los Doce, que él había elegido como los
representantes del nuevo Israel, se negaban rotundamente a aceptar que el
Mesías tuviese que fracasar, ve llegado el momento de atajar el problema de
cara, ya que de otro modo no logrará nunca hacerlos cambiar. El comienzo de la
nueva sección es muy indicativo: «Cuando iba llegando el tiempo de que se lo
llevaran» (9,5 la). Esta determinación temporal sirve para relacionar la
decisión que toma acto seguido con el doble éxodo que emprenderá de inmediato
fuera de la institución judía (muerte) y hacia el Padre (ascensión). De hecho,
el término griego empleado por Lucas (lit. «Cuando se iban a cumplir los días
de su arrebatamiento») es un término
técnico: tan pronto dice relación con el arrebatamiento de Elías (4Re [2Re LXX]
2,9.10.11; Eclo 48,9; 49,14; 1Mac 2,58) como con la ascensión de Jesús al cielo
(Hch 1,2.11.22). Con una serie de determinaciones análogas, Lucas irá indicando el
acercamiento progresivo de este momento histórico (18,35; 19,11.29.37.41;
22,1.7.14), la hora de la muerte de Jesús, que acaeció figuradamente el día de
la Pascua judía, figura del Exodo definitivo del Mesías fuera de Jerusalén. Por
eso continúa: «Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran, también él
decidió irrevocablemente ir a Jerusalén» (9,51b). La frase contiene una
referencia clarísima a una actitud semejante narrada en el Antiguo Testamento.
Literalmente dice que «también él (Jesús evidentemente) plantó cara a la
situación encaminándose hacia Jerusalén». En el libro del profeta Ezequiel, en la versión griega llamada de los
Setenta, hallamos una serie de expresiones análogas, en las que Dios invita al
profeta a encararse con una serie de situaciones (once pasajes). En concreto,
el pasaje a que aquí se hace referencia es Ez 21,7: «Por eso profetiza, hijo de
hombre, y planta cara a Jerusalén, fija la mirada contra su santuario y profetiza
contra la tierra de Israel. » (El original hebreo contiene algunas variantes:
«Hijo de hombre, gira tu cara contra Jerusalén y haz gotear tu palabra contra
el santuario y profetiza contra la tierra de Israel».) Jesús, como en otro tiempo Ezequiel, toma la decisión irrevocable de
encararse con la institución judía simbolizada aquí por el término sacro
«Jerusalén», término que empleaban los judíos y, casi de forma exclusiva, los
escritores del Antiguo Testamento. (Cuando Lucas quiere designar simplemente la
ciudad de Jerusalén, como lugar geográfico, se sirve del término «Jerosólima»,
término neutro empleado exclusivamente por los paganos y por los otros
evangelistas, si exceptuamos el logion de
Mt 23,37.) FRACASO
ESTREPITOSO DE LOS MISIONEROS ENVIADOS A SAMARÍA «Envió mensajeros delante de él» (lit. «delante de su cara o persona»)
(9,52a). Los mensajeros que envía
Jesús tienen que realizar una misión precursora en Samaría, semejante a la que
había llevado a cabo Juan Bautista en el país judío: «Habiéndose puesto en
camino, entraron en una aldea de samaritanos para prepararle (la acogida de la
gente)» (9,52b). Judíos y samaritanos
eran enemigos mortales. Era necesario, por tanto, que los mensajeros
preparasen convenientemente los ánimos de los Samaria nos, a fin de que éstos
recibieran a Jesús de buen grado. Si los misioneros les anuncian que Jesús se
dirige a Jerusalén para plantar cara a la institución judía, no hay duda de que
será bien recibido. Precisamente lo que no podían soportar era que el Mesías
fuese el rey destinado por Dios como caudillo del pueblo judío y que desde
Israel debiese dominar a los demás pueblos. Si ahora resulta que aquel de quien
habían oído decir que era un gran profeta o hasta puede que el Mesías, no iba a
Jerusalén a tomar el poder, sino a hacer frente al sistema teocrático judío,
los samaritanos le darán masivamente la bienvenida. «Pero como él se dirigía en persona a Jerusalén, (los samaritanos) se
negaron a recibirlo» (9,53). ¿Qué les han contado los mensajeros? Literalmente
han ido proclamando con aires triunfalistas que «su persona se dirigía a
Jerusalén», ¡para coronarse rey de los judíos! Jesús les había dicho que «iba a
plantar cara a la institución encaminándose hacia Jerusalén», ellos silencian
lo más importante y dicen simplemente que «su cara / persona se encamina a
Jerusalén». No es extraño que le cierren todas las puertas. La misión
precursora de los misioneros ha sido un fracaso rotundo. Un filtrado parecido del mensaje, según las conveniencias de cada uno
o de un grupo o comunidad determinada, lo hacemos con frecuencia. Cuanto más
fanáticos seamos y más cerrados estemos sobre nosotros mismos, más filtros
interpondremos entre la Palabra que nos quiere interpelar y el mensaje que dejamos
rezumar. «Profeta» es precisamente aquel mensajero «por cuya boca habla» Dios o
el Señor Jesús. Y lo es cuando el contenido de la palabra que pronuncia no es
lo que él piensa, sino aquello que, desde lo más profundo, experimenta de
manera irresistible que debe comunicar. SED
DE VENGANZA "Al
ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le propusieron: "Señor, si
quieres, decimos que caiga fuego del cielo y los aniquile"» (9,54).
Santiago y Juan, en representación del grupo de los Doce, después de haber
comprometido con sus tejemanejes el viaje de Jesús a través de Samaria, lanzan
ahora el grito al cielo y claman venganza. La propuesta que le hacen, la
formulan con palabras del libro de los Reyes, donde se dice que Elías, en un
caso parecido en que el rey Ocozías de Samaría le envió unos mensajeros
pidiéndole que acudiese para librarlo de la muerte con que Dios lo había
castigado por culpa de su idolatría, «hizo bajar fuego del cielo» que consumió
a los cincuenta hombres que había enviado (4Re [2Re] 1,1-14 LXX). Piden, por
tanto, a Jesús que actúe al modo de Elías y se vengue de la mala acogida de los
samaritanos. No les basta con tergiversar el mensaje, sino que exigen un
castigo en nombre de Dios contra sus enemigos mortales. «Jesús
se volvió y los increpó» (lit. «conminó», como si estuviesen endemoniados)
(9,55). De hecho, están «poseídos» por una ideología que les impide actuar como
personas sensatas: están repletos de odio, de intolerancia religiosa y de
exaltación nacionalista. Jesús «se vuelve»: esto quiere decir que él no se
había inmutado y que proseguía su camino, mientras que los discípulos se habían
quedado atrás, esperando la venganza del Mesías contra aquellos canallas
samaritanos. El conjuro que les lanza debía ser sonado. «Y se marcharon a otra
aldea» (9,56). La travesía de Samaria continúa. Ahora veremos las consecuencias
de esta oposición sistemática de los Doce a los planes de Jesús.
La perícopa de 9,57-62 contiene
la reacción de Jesús. Como sea que los discípulos judíos le llevan la contra y
que algunos samaritanos que han comprendido su actitud quieren incorporarse al
grupo, Jesús hace una nueva llamada de discípulos, ahora en territorio
samaritano, precisando cuáles han de ser las actitudes del verdadero discípulo.
La escena tiene forma de tríptico. En las tablillas laterales hay constancia de
dos ofrecimientos («Te seguiré»), si bien condicionados; en el centro hay una
llamada directa de Jesús («Sígueme»). El personaje central ha sido invitado
por Jesús, en vista de sus disposiciones; los otros dos han tomado ellos mismos
la iniciativa, en vista de las actitudes de Jesús. Lucas describe con estos
tres personajes la constitución de un nuevo grupo (tres indica siempre una
totalidad). Estos personajes, sin embargo, no tienen nombre. La situación que
describe tiene más de ideal que de real. Hay una referencia implícita a la
primera llamada de discípulos israelitas: Pedro, Santiago y Juan. También tres.
Las condiciones que les impone ahora son más exigentes si cabe: les exige una
ruptura total con el pasado: casa, familia y, sobre todo, padre, como portador
de tradición. Al personaje del centro lo invita él mismo porque sabe que ya ha roto
con la tradición paterna (muerte del «padre», figura de la tradición que nos
vincula con el pasado). Le pide que se olvide del pasado («enterrar») y que se
disponga a anunciar la novedad del reino. Al primero, que se ha ofrecido
espontáneamente, le exige que no se identifique con ninguna institución («no
tiene donde reclinar la cabeza»). Jesús nos quiere abiertos a todos y
universales. La respuesta que da al tercero, quien también se ha ofrecido
espontáneamente, se ha convertido en una máxima: «El que echa mano al arado y
sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios. » La «familia» es figura,
en este contexto, de Samaria: la opción por el reino universal rompe con
cualquier particularismo. IV Nunca como
hoy el ser humano ha sido tan sensible a la libertad; el ser humano prefiere la
pobreza y la miseria antes que la falta de libertad. Pablo dice con relación a
este tema: el cristiano es libre: la vocación cristiana es vocación a la
libertad, esta libertad nos la conquistó Cristo; la libertad se expresa y
alcanza su plenitud en el amor; ante el peligro de que muchos seres humanos
caigan en el libertinaje so pretexto de libertad, Pablo les advierte que la
verdadera libertad, la que viene del Espíritu, libera de la esclavitud de la
carne y del egoísmo. El tema
fundamental del evangelio es la presentación de tres vocaciones. Lucas las
coloca en el marco del viaje de Jesús y sus discípulos hacia Jerusalén. Jesús,
al que quiere seguirle le exige: despego de los bienes y comodidades
materiales, pues el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza; llamamiento
de Dios; ruptura con el pasado y el presente, incluso con la propia familia, y
seguimiento. Todo esto para que el discípulo quede libre y disponible para
poder anunciar el Reino de Dios. Las lecturas
de hoy tienen un tema común: las exigencias de la vocación. En ellas
descubrimos cómo subyace la necesidad del desprendimiento, de la renuncia, del
abandono de las cosas y personas como exigencia para seguir a Jesús. Por eso,
no existe respuesta a la llamada para ponerse al servicio del Reino de Dios, en
aquellos que anteponen a Jesús condiciones o intereses personales. El Evangelio
nos dice que el desprendimiento exigido por Jesús a los tres candidatos a su
seguimiento, es radical e inmediato. Se tiene, incluso, la impresión de una
cierta dureza de parte de Jesús. Pero todo está puesto bajo el signo de la
urgencia. Jesús ha iniciado “el viaje hacia Jerusalén”. Esta “subida”
interminable (que ocupa 10 capítulos en el evangelio de Lucas) no se encuadra
en una dimensión estrictamente geográfica, sino teológica: Jesús se encamina
decididamente hacia el cumplimiento de su misión. El viaje de
Jesús a Jerusalén no es un viaje turístico. Por eso el maestro exige a los
discípulos la conciencia del riesgo que comparte esa aventura: “la entrega de
la propia vida”. Se diría que
Jesús hace todo lo posible para desanimar a los tres que pretenden seguirle a
lo largo del camino. Parece que su intención es más la de rechazar que la de
atraer, desilusionar más que seducir. En realidad, él no apaga el entusiasmo,
sino las falsas ilusiones y los triunfalismos mesiánicos. Los discípulos deben
ser conscientes de la dificultad de la empresa, de los sacrificios que comporta
y de la gravedad de los compromisos que se asumen con aquella decisión. Por tanto,
seguir a Jesús exige: -
Disponibilidad para vivir en la inseguridad: “No tener nada, no llevar nada”.
No se pone el acento en la pobreza absoluta, sino en la itinerancia. El
discípulo lo mismo que Jesús, no puede programar, organizar la propia vida
según criterios de exigencias personales, de “confort” individual. - Ruptura con
el pasado, con las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales que
atan y generan la muerte. Es necesario que los nuevos discípulos miren
adelante, que anuncien el Reino, para que desaparezca el pasado y viva el
proyecto de Jesús. - Decisión
irrevocable. Nada de vacilaciones, nada de componendas, ninguna concesión a las
añoranzas y recuerdos del pasado, el compromiso es total, definitivo, la
elección irrevocable. Hoy como
ayer, Jesús sigue llamando a hombres y mujeres que dejándolo todo se
comprometen con la causa del Evangelio y, tomando el arado sin mirar hacia
atrás, entregan la propia vida en la construcción de un mundo nuevo donde reine
la justicia y la igualdad entre los seres humanos. Por otra
parte, observamos una nota de tolerancia y paciencia pedagógica en el evangelio
de hoy. Un celo apasionado de los discípulos es capaz de pensar en traer fuego
a la tierra para consumir a todos los que no acepten a Jesús... Llevados por su
celo no admiten que otros piensen de manera diversa, ni respetan el proceso
personal o grupal que ellos llevan. Jesús «les reprocha» ese celo. Simplemente
marcha a otra aldea, sin condenarlos y, mucho menos, sin querer enviarles
fuego. El
seguimiento de Jesús es una invitación y un don de Dios, pero al mismo tiempo
exige nuestra respuesta esforzada. Es pues un don y una conquista. Una
invitación de Dios, y una meta que nos debemos proponer con tesón. Pero sólo
por amor, por enamoramiento de la Causa de Jesús, podremos avanzar en el
seguimiento. Ni las prescripciones legales, ni los encuadramientos jurídicos,
ni las prescripciones ascéticas pueden suplir el papel que el amor, el amor
directo a la Causa de Jesús y a Dios mismo a través de la persona de Jesús, tiene
que jugar insustituiblemente en nuestras vidas llamadas. Una vez que
ese amor se ha instalado en nuestras vidas, todo lo legal sigue teniendo su
sentido, pero es puesto en su propio lugar: relegado a un segundo plano. «Ama y
haz lo que quieras», decía san Agustín; porque si amas, no vas a hacer «lo que
quieras», sino lo que debes, lo que Dios amado espera de ti. Es la libertad del
amor, sus dulces ataduras. Una homilía para la celebración de hoy también podrá enfocarse desde el núcleo de la libertad religiosa. Jesús no acepta la intolerancia de los discípulos, que quisieran imponer a fuego la aceptación a su maestro. Y Pablo nos recuerda la vocación universal (de los cristianos y de todos los humanos, y de todos los pueblos) a la libertad, a vivir sin coacción su propia identidad, su propia cultura, su propia religión... El Vaticano II tomó decisiones históricas respecto a la libertad religiosa. Las posiciones de "cristiandad", de unión con el poder político, no son conformes con el evangelio. Y todo ello exige de los cristianos unas actitudes nuevas desde el fondo de nuestro corazón.
Para la
revisión de vida Deja que me vaya a enterrar primero
a mi padre... Permíteme que me despida de los míos... ¿Qué ataduras me impiden
seguir a Jesús? ¿Soy yo de los que a veces querría
“hacer bajar fuego del cielo”? Para la
reunión de grupo ¿Quieres que
mandemos bajar fuego del cielo que los consuma? Utilización religiosa del
poder. Poner a Dios y sus poderes de nuestra parte. Imponer nuestra verdad
religiosa. Estar en una posición de poder... ¿Hay algo de todas estas actitudes
en la actualidad de la vida de nuestra Iglesia local? Ver las
condiciones o exigencias del discipulado que aparecen en este pasaje del
evangelio y en otros pasajes. Hacer una síntesis sobre las exigencias del
seguimiento en el texto del evangelio. (Algún miembro del grupo puede haber
preparado el tema previamente y exponerlo en la reunión). Buscar entre todos la
aplicación al contexto actual: ¿cuáles son hoy las principales exigencias del
seguimiento en nuestro mundo? Habéis sido
llamados a la libertad... ¿Cómo está la libertad hoy en la vida de los
cristianos? ¿Es la fe cristiana una potenciación real de la libertad humana?
¿En qué? ¿Por qué? Para la
oración de los fieles Por todos los
cristianos que quieren seguir a Jesús pero sólo después de haber atendido
primero a otras muchas obligaciones menores, para que tomen una decisión de
radicalidad, roguemos al Señor... Por todos los
que, convencidos de su verdad religiosa, quisieran imponerla al mundo, y por
todos los que han sufrido en la historia las consecuencias de un proselitismo
religioso compulsivo; para que, después de las enseñanzas del Vaticano II,
"nunca más" los cristianos impongamos la fe a los pueblos ni a las
personas... Por todos los
que interpretan el poder religioso como un poder mundano, de coerción y fuerza,
de privilegio; para que comprendan que el poder de Jesús no es ese poder... Para que
seamos celosos cuidadores de nuestra libertad y comprendamos que ella acaba
donde empieza la libertad del otro... Para que los
deberes familiares no dificulten la generosidad de los que quieren seguir con
radicalidad a Jesús... Oración
comunitaria
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