DECIMOQUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura:
Deuteronomio 30, 10-14 EVANGELIO -Maestro, ¿qué tengo que hacer
para heredar vida definitiva? 26ÉL le dijo: -¿Qué está escrito en la Ley?
¿Cómo es eso que recitas? 27Este contestó: -"Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu
mente. Y a tu prójimo como a ti mismo". 28El le dijo: -Bien contestado. Haz eso y
tendrás vida. 29Pero el otro,
queriendo justificarse, preguntó a Jesús: -Y ¿quién es mi prójimo? 30Tomando pie de la
pregunta, dijo Jesús: -Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó y lo asaltaron unos bandidos; lo desnudaron, lo molieron a palos y se
marcharon dejándolo medio muerto. 31Coincidió que bajaba un
sacerdote por aquel camino; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 32Lo
mismo hizo un clérigo que llegó a aquel sitio;- al verlo, dio un rodeo y pasó
de largo. 33Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba
el hombre y, al verlo; se conmovió, 34se acercó a él y le vendó las
heridas echándoles aceite y vino; luego lo montó en su propia cabalgadura, lo
llevó a una posada y lo cuidó. 35Al día siguiente sacó dos denarios
de plata y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes
de más te lo daré a la vuelta". 36¿Qué te parece? ¿Cuál de
estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos? 37El jurista
contestó: -El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo. -Pues anda, haz tú lo mismo. COMENTARIOS «Un último
aviso, hijo mío: nunca se acaban de escribir más y más libros, y el mucho estudiar
desgasta el cuerpo.» Así reza la penúltima recomendación del libro del
Eclesiastés (12,12), aconsejando al lector poner en práctica su contenido sin
necesidad de buscar una mayor ilustración; el autor alude con esta frase a
todos aquellos que, sabiendo lo que tienen que hacer, se refugian en
elucubraciones mentales para no hacer lo que ya saben, y a quienes se debaten
día y noche entre teorías sin poner los pies sobre la tierra, estirpe bastante
común entre los humanos, hoy como ayer. - Ayer.
«Se levantó un jurista y preguntó a Jesús, para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? » La pregunta iba
de teoría; su objetivo, poner a prueba la ciencia de Jesús, su saber, su
conocimiento de las Escrituras. Pregunta nada fácil de responder: entre tanto
mandamiento -más de cinco mil- era difícil establecer una jerarquía. Leyendo
superficialmente se podría pensar que se trataba de alguien deseoso de
encontrar el camino de la vida verdadera, pero no. Aquel jurista sólo pretendía
poner a prueba a Jesús. Jesús no cayó
en la trampa. Respondió preguntándole: «-¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo es
eso que recitas? El jurista contestó: -Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu
prójimo como a ti mismo. Jesús le dijo: -Bien contestado. Haz eso y tendrás la
vida.» A la vida se llega sólo por el amor al prójimo, sin interés, con la
medida sin límite del amor a uno mismo. Camino difícil que exige mucha renuncia,
a la que, tal vez, el letrado no estaba dispuesto. Por eso,
«queriendo justificarse, preguntó de nuevo a Jesús: -Y ¿quién es mi prójimo?
Jesús le contestó: '-Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y lo asaltaron
unos bandidos; lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo
medio muerto. Coincidió que bajaba un sacerdote por aquel camino; al verlo, dio
un rodeo y pasó de largo. Lo mismo hizo un clérigo que llegó a aquel sitio: al
verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de viaje,
llegó adonde estaba el hombre, y, al verlo, le dio lástima; se acercó a él y le
vendó las heridas, echándoles aceite y vino; luego lo montó en su propia
cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó cuarenta
duros, y dándoselos al posadero, le dijo: -Cuida de él, y lo que gaste de más
te lo pagaré a la vuelta.' -¿Qué te parece? ¿Cuál de estos tres se hizo prójimo
del que cayó en manos de los bandidos? El letrado contestó: -El que tuvo
compasión de él. Jesús le dijo: -Pues anda, haz tú lo mismo» (Lc 10,25-37). - Hoy. Aquel
hombre indeterminado, viajero solitario, sin nombre ni compañía, maltratado por
bandidos, y medio muerto, tiene rostro y nombre: son los dos millones de parados,
los minusválidos, los jóvenes a la búsqueda del primer empleo, los miles de
ancianos con pensiones de miseria, los enfermos de SIDA, los gitanos, los
drogadictos, las comarcas subdesarrolladas, las bolsas geográficas de pobreza,
los suburbios de las capitales, las zonas rurales olvidadas, los países del
Tercer Mundo... Todavía hay muchos
'letrados' en nuestra sociedad que prefieren seguir preguntando al viento: -Y ¿
quién es mi prójimo?, cerrándose a la evidencia. Basta ya de tanta teoría... II La parábola del buen samaritano tiene un sentido
claro: el prójimo no es quien está cerca de mí, sino el que me necesita y al
cual yo me acerco. A la luz del evangelio, la pregunta del jurista, «Y ¿quién
es mi prójimo?», debería formularse así: ¿Quién se hace hoy prójimo de las dos
terceras parles de la humanidad que están faltos de solidaridad? LOS SABIOS Y ENTENDIDOS En esto se levantó un
jurista y le preguntó para ponerlo a prueba: -Maestro, ¿qué tengo que
hacer para heredar la vida eterna? Cuando
volvieron los setenta enviados, Jesús, para celebrar el éxito de la misión,
dio gracias al Padre con estas palabras: «¡Bendito seas, Padre, Señor de cielo
y tierra, porque si has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, se las
has revelado a la gente sencilla! » No se deben entender estas palabras como
una condena de la inteligencia o de la preparación cultural: en las palabras
que Lucas pone en boca de Jesús resuenan otras mucho más antiguas, del profeta
Isaías: «Dice el Señor: Ya que este pueblo se me acerca con la boca y me
glorifica con los labios mientras su corazón está lejos de mí..., fracasará la
sabiduría de sus sabios y se
eclipsara' la prudencia de sus prudentes»
(Is 29,14). Uno de estos
sabios, un jurista experto en la Ley de Moisés, es quien se acerca a Jesús y
le pregunta qué debe hacer para alcanzar la vida eterna, con la intención de
«ponerlo a prueba» (¿quizá porque Jesús no trataba con demasiada frecuencia el
tema de la otra vida? ¿Pensaba quizá el jurista que Jesús había olvidado la
dimensión vertical de la fe?) Los judíos
piadosos como aquel jurista recitaban cada día algunos pasajes de la Biblia; la
respuesta de Jesús no es sino decirle a su interlocutor que recite una vez más
lo que él tan bien sabe de memoria: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...
Y a tu prójimo como a ti mismo». Ese es el camino para la vida eterna: «Haz eso
y tendrás vida», le dijo Jesús. El sabio había quedado al descubierto: ¿qué
sentido tenía preguntar acerca de algo que todo buen israelita sabía? Y ¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO? Pero el otro, queriendo
justificarse, preguntó a Jesús: -Y ¿quién es mi prójimo? Tomando pie de la pregunta,
dijo Jesús.. -Un hombre bajaba de
Jerusalén a Jericó y lo asaltaron unos bandidos... dejándolo medio muerto.
Coincidió que pasaba un sacerdote por aquel camino... y pasó de largo. Lo mismo
hizo un clérigo... Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el
hombre y, al verlo, se conmovió, se acercó a él y le vendó las heridas... Cuando el letrado aquel intentó enmendar su
patinazo, lo empeoró, pues puso de manifiesto que él era uno de esos sabios que
honran a Dios sólo de boquilla. Y Jesús aprovechó la ocasión para, sirviéndose
de una bellísima parábola, hacer una dura crítica a la religión judía, que, a
pesar de las muchas denuncias de los profetas (véase, por ejemplo, Is 1,10-19;
58,1-12; Am 5,18-27), seguía haciendo compatible el culto a Dios con la falta
de amor al ser humano y, al mismo tiempo, presentar una propuesta para superar
las fronteras y las creencias y unir a los hombres en un abrazo de solidaridad. La víctima de
aquellos ladrones era un hombre, sólo un hombre, sin nombre; quizá judío, pues
venía de Jerusalén. Quedó tendido junto al camino, sintiendo cómo se le
escapaba la vida sin poder valerse por sí mismo; sólo la solidaridad de otro
hombre podría salvarlo. Al principio tuvo mala suerte, porque no pasaron
hombres corrientes, sino un sacerdote y un clérigo -un levita-. Seguramente iban o venían de dar culto a Dios, pero no se
detienen; no parece que sus devociones los impulsaran a la solidaridad; no
escuchaban los gritos de aquella sangre derramada, que seguramente Dios sí que
estaba oyendo (véase Gn 4,10). Pero su
suerte cambió cuando por aquel paraje pasó... un hereje, un samaritano, y este
hombre, que si suponemos que el herido era judío estaba, por religión y por
raza, lejos de él, se le acerca, se le aproxima,
se hace su prójimo. El jurista
había preguntado «y ¿quién es mi
prójimo?»; después de la parábola Jesús le pregunta: «¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de
los bandidos?» La cuestión, por tanto, no es ayudar al que tengo cerca, sino
acercarme al que me necesita. ¿Quién es hoy
mi prójimo? O mejor, ¿quién está dispuesto a hacerse prójimo de tantos hombres
y mujeres que están tendidos a lo largo del camino de la vida, apaleados por
tantos bandidos? De los que mueren de hambre que hoy se puede saciar, de los
que mueren de enfermedades que sería fácil curar, de los que mueren por
ignorancia que habría sido posible enseñar...? Cierto que
hoy no basta con dar una limosna o regalar unas medicinas; hoy podemos intentar
ser prójimos de pueblos enteros, de toda la humanidad; hoy la parábola del buen samaritano tiene que tener una
dimensión política: promover e impulsar un nuevo orden económico internacional
que esté basado en la justicia y no en la prepotencia de los ricos, solidaridad
y no en la ambición. ¿Quién estará
haciendo hoy los papeles del sacerdote y el clérigo y quién el del buen samaritano? III
Jesús no debía hablar demasiado de la otra vida, de la «vida eterna»,
cuando tanto un jurista o maestro de la ley como un dirigente de Israel le
formulan la misma pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida
eterna?» (10,25; 18,18), para ponerlo a prueba, es decir, para atraparlo con la
pregunta, el primero, y para adularlo, es decir, para ganárselo para la clase
rica, el segundo. Quienes no quieren comprometerse con el hermano necesitado
hablan siempre de la vida eterna. Es como una droga que los aliena de los
deberes con la vida presente. Y no solamente hablan de ella, sino que quieren
imponer este lenguaje, el lenguaje común a todas las religiones, que brota de
lo más profundo del hombre, pero que necesita ser clarificado por el mensaje
liberador y comprometido de Jesús. El jurista está molesto porque Jesús no
habla a la gente de lo que él cree esencial para un buen judío y que es el
centro de su religión: los diez mandamientos, contenidos en las dos tablas de
la Ley de Moisés. Se trata de la Ley fundamental de Israel, como lo es la
Constitución para las naciones modernas. Siendo, sin embargo, Israel una
teocracia, Constitución es igual a Ley de Dios. Jesús no se deja atrapar. Ni siquiera se digna recitarla. Hace que sea
el propio jurista quien se dé la respuesta: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo
es eso que recitas?» (10,26). La recitación del Shema Israel (= «Escucha, Israel») es perfecta, como quien recita
el Credo. El jurista no se ha
contentado con recitar largo y tendido el encabezamiento solemne del
Deuteronomio: «Amarás al Señor tu Dios...» (Dt 6,5), sino que ha añadido una breve referencia al prójimo (segunda tabla
de la Ley), sacada del Levítico: «Y a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18).
No basta con recitar de memoria y con los labios, es preciso ponerlo en
práctica. Quien cumple la Ley tiene garantizada la vida eterna. Pero, entonces,
¿qué ha venido a hacer Jesús si no ha venido a hablarnos de la otra vida? La
respuesta la reserva Lucas para el final de la estructura, cuando, en la
perícopa gemela, un dirigente de Israel le formulará la misma pregunta. Pero no
anticipemos. Primero es preciso asimilar las enseñanzas que encierran las
secuencias que componen esa gran estructura. LOS HOMBRES RELIGIOSOS PASAN
DE LARGO La secuencia que ahora examinamos tiene forma de tríptico. Acabamos de
ver la hoja izquierda. En el centro se encuentra la parábola. En la hoja
derecha, la enseñanza o «moraleja». El jurista que quería atrapar a Jesús se ha
quedado atrapado en su propia trampa («queriendo justificarse»): ha recitado
demasiado bien los mandamientos. Jesús lo ha invitado a «hacer», y cuando se
trata de «hacer» no hay más remedio que tener en cuenta al prójimo. El jurista
pretende escurrirse: «Y ¿quién es mi prójimo?» (10,29), como quien dice: Esto
es muy difícil de saber. Jesús le propone una parábola. El centro de la parábola es «un hombre». Lucas ha escogido el término
«hombre», y no otro de los muchos posibles, y lo acompaña del indefinido
«un/cierto»: este individuo personifica la humanidad y, en concreto, la qué
está de vuelta en sentido figurado: «un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó»
(10,30b). «Bajar de Jerusalén», siendo «Jerusalén» el término sacro empleado
para designar la institución judía y, en especial, su centro, el templo, tiene
sentido negativo. El alejamiento del templo se paga muy caro; puede significar
la pérdida de la propia vida, desde el punto de vista judío. Lucas lo expresa
en imágenes: «lo asaltaron unos bandidos, lo desnudaron, lo molieron a palos y se
marcharon dejándolo medio muerto» (10,30c). Se explica, ahora, que bajando por
aquel camino (no se dice que bajen de ¡Jerusalén!)
un sacerdote del templo y un levita o clérigo perteneciente a la misma
alcurnia, uno y otro den un rodeo y pasen de largo (vv. 31-32). Su comentario
sería unánime: Le está bien empleado, por abandonar las prácticas
religiosas..., él se lo ha buscado! LA COMPASIÓN DE LOS QUE
EXPERIMENTAN LA MARGINACIÓN Lucas hace coincidir fortuitamente
(explicitado en el texto) tres individuos que representan a otros tantos
estamentos: los dos primeros están estrechamente vinculados al templo, mientras
que el tercero, un samaritano, representa al pueblo más odiado por un judío
religioso. En los dos primeros hay coincidencia con el desgraciado, pero sólo material: «Coincidió que bajaba por
aquel camino un sacerdote...; igualmente un clérigo, que llegó a aquel
lugar...»; el tercero va derecho: «Pero
un samaritano, que hacía su camino, llegó adonde estaba el hombre» (10,33). Hay
una clara oposición entre el templo, que es el lugar por excelencia donde
reside Dios, para un judío, y «aquel lugar» donde se encuentra el hombre que ha
abandonado la institución. El samaritano está ya habituado a la maldición de
los judíos. profieren contra quienes abandonan la Ley y el templo: es un
excomulgado. Va directamente «adonde estaba el hombre», como si hubiese olido
la desgracia que ha caído sobre el hombre que ha abandonado la religión. Se
compadece de él, y no sólo lo cuida personalmente, sino que se preocupa de que
luego otros se ocupen de él (10,34-35). EL PRÓJIMO SE CREA HACIÉNDOSE UNO MISMO PRÓJIMO «¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» (10,36). El jurista quería escurrirse de amar al prójimo con la excusa de que es muy difícil de individualizar quién es y dónde se encuentra. Jesús le responde que el prójimo no se pasea por la calle, no lleva ningún distintivo: uno mismo se hace prójimo cuando se acerca a los más necesitados, cuando toma partido por el hombre a quien han pisoteado sus derechos y que ha sido reducido a una condición infrahumana... El samaritano, marginado él también por su condición religiosa heterodoxa, es capaz de sentir compasión por los proscritos por la institución oficial. No indaga en absoluto. Pasa a la acción y se vuelca haciendo el bien. El jurista no se atreve a pronunciar la palabra maldita («el samaritano») y responde: «El que tuvo compasión de él.» Jesús remacha el clavo: «Pues anda, haz tú lo mismo» (10,37). Quien se compromete con su prójimo tiene la vida eterna asegurada.
IV Este era el
contexto en que nació la parábola del buen samaritano: un hombre necesitado de
ayuda, caído en el camino, más muerto que vivo, sin derechos, violentado en su
dignidad de persona, es abandonado por los cumplidores de la ley (sacerdotes y
levitas) y en cambio es socorrido por un ilegal samaritano (que no tenían
buenas relaciones con los israelitas). Jesús hizo una propuesta de verdadera
opción por los derechos de ese ser humano caído, condenado por las estructuras
sociales, políticas, económicas y religiosas que aparecen excluyentes
(estructuras que se encargan de no respetar los derechos de las personas y no
les permitan vivir en libertad y en autonomía). Jesús quiere decirnos cómo la
solidaridad es un valor que hay que anteponer no solo a la ley del culto, sino
también a la misma necesidad personal, buscando el bienestar social y
comunitario, la defensa de los derechos de tantos y tantas que viven en
situaciones de falta de solidaridad y de reconocimiento de sus derechos, nos
hace pensar en la opción por continuar el camino de compromiso y de trabajo en
nuestras comunidades y organizaciones, desde el compromiso solidario con los
hermanos y hermanas que están caídos en el camino, por el no reconocimiento de
sus derechos. La parábola
es todo menos un juego de palabras bonitas, es algo más que una pieza literaria
de la antigüedad. Es una constante interpelación para hoy. Sólo Lucas
nos conserva en su evangelio esta parábola. Este texto,
tan ampliamente conocido en la liturgia, se inicia con una pregunta de un
maestro de la ley, o letrado, frente lo que hay que hacer para ganar la vida
eterna. Jesús, a su
vez, le devuelve la pregunta para que el letrado la busque en su especialidad,
él tiene la respuesta en la ley... El letrado, citando de memoria Dt 6,5 y Lv
19,18, hace una apretada síntesis del sentido frente a los 613 preceptos y
obligaciones que se alcanzaban a contar en la cuenta de los rabinos, para
responder en dos que son fundamentales: Amar a Dios y al prójimo... Jesús
aprueba la respuesta.. El letrado
interroga nuevamente, pues en el Levítico el prójimo es el israelita y en el
Deuteronomio se reserva el título de hermanos únicamente para los
israelitas...Jesús, en lugar de discutir y entrar en callejones sin salidas, no
busca plantear nuevas teorías e interpretaciones frente a la ley antigua y su
práctica, sino que propone una parábola como ejemplo vivo de quién es el
prójimo. Podemos
contemplar en la parábola los personajes y sacar de allí las consecuencias de
enseñanza para el día de hoy: un hombre (v. 30) anónimo que es victima de los
ladrones y cae medio muerto en el camino; un samaritano (v. 33) un medio pagano
– o tal vez un pagano completo- cuyo trato y relación con los judíos era casi
un insulto a sus tradiciones; un sacerdote (v. 31) y un levita (v. 32), la contraposición
y la diferencia entre dos rangos de poder religioso, pues el levita era un
clérigo de rango inferior que se ocupaba principalmente de los sacrificios,
“testimonios” de un culto oficial y de los rituales a seguir en la religión
establecida. La relación
entre cada uno de los personajes de la parábola es distinta: el sacerdote y el
levita frente al hombre caído en el camino no se basa en el plan de la
necesidad que tiene este último, sino en el de inutilidad que presentaría ante
la ley y el desempeño del oficio, el prestarle cualquier atención al hombre
caído, impediría a estos representantes del culto oficial poder ofrecer los
sacrificios agradables a Dios. El samaritano, por el contrario, no encuentra
ninguna barrera para prestar su servicio desinteresado al desconocido que está
tendido y malherido, que necesita la ayuda de alguien que pase por ese camino.
El samaritano únicamente siente compasión por la necesidad de ese hombre
anónimo y se entrega con infinito amor a defender la vida que está amenazada y
desposeída. Prójimo,
compañero, dice Jesús en esta parábola, debe ser para nosotros, en primer lugar
el compatriota, pero no sólo él, sino todo ser humano que necesita de nuestra
ayuda. El ejemplo del samaritano despreciado nos muestra que ningún ser humano
está tan lejos de nosotros, para no estar preparados en todo tiempo y lugar,
para arriesgar la vida por el hermano o la hermana, porque son nuestro prójimo.
Para la
revisión de vida ¿Nos portamos como prójimo ante el
ser humano despojado y abandonado? ¿Hay en nuestras preocupaciones
religiosas espacio para aprender lo que Dios nos manifiesta en la vida
cotidiana? ¿Somos acaso de los que vamos al
culto del templo o al cumplimiento legalista, pero no atendemos en la vida real
a los que nos necesitan? ¿Nos hacemos prójimos (próximos) de
los necesitados que nos encontramos en nuestro camino?, ¿somos capaces de
meternos en caminos ajenos para aproximarnos (aprojimarnos) a los que nos
necesitan aunque no estén en nuestro camino? Para la
reunión de grupo Se dice que
esta parábola de Jesús tiene algo de "anticlerical"; ¿en qué sentido
podría ser cierto? Las tres
actitudes que Jesús compara son la del sacerdote, la del levita y la del
samaritano. Pero este "tercer término de la comparación" no era el
que lógicamente esperaba el auditorio. Este esperaba que Jesús contrapusiera el
comportamiento del sacerdote y del levita con el de "un buen judío
misericordioso". ¿Qué lección añade el hecho de que Jesús salte ese
término lógicamente esperado y lo sustituya nada menos que por un
"samaritano", con lo que entonces éstos significaban? Para la oración
de los fieles Para que
comprendamos que la ley de Dios no es un capricho voluntarista de Dios, sino
que obedece a la dinámica misma de nuestro ser, a la lógica del amor que Dios
mismo es, incluso a nuestro interés más profundo, roguemos al Señor... Para que los
hombres y mujeres de nuestro mundo, especialmente aquellos que no practican
ninguna religión, se dejen llevar de las inspiraciones de lo mejor de su
corazón, donde Dios actúa y les inspira... Para que
seamos capaces de hacernos prójimos de los muchos hombres y mujeres que hoy
yacen despojados y medio muertos en los márgenes del camino... Para que
nuestro culto en el templo siempre esté precedido y continuado por el culto del
amor y la solidaridad en la calle... Por los
"samaritanos" de hoy, aquellos de quienes nadie espera nada bueno
pero que en realidad a los ojos de Dios practican el amor solidario... Para que
nuestra Iglesia, y nuestra comunidad cristiana, sean una Iglesia
"samaritana", a la que no le importe "echar su suerte con los
pobres de la tierra"... Oración
comunitaria Gracias, Padre, porque no andamos solos por la
vida, ni marchamos a la deriva, perdidos en la niebla del aislamiento o la
soledad que nos empobrece. Tú eres presencia constante a nuestro lado,
presencia palpable y sensible en tu Hijo hecho carne; presencia hoy actual
mediante tantos samaritanos y samaritanas de amor comprometido que, siguiendo
las huellas de Cristo saben cambiar desinteresadamente el camino de sus vidas
para ofrecer sus servicios a los necesitados. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
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