DECIMOSEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura:
Génesis 18, 1-10 a EVANGELIO -Señor, ¿no se te da nada de que
mi hermana me deje sola con el servicio? Dile que me eche una mano. 41Pero el Señor le
contestó: -Marta, Marta, andas preocupada
e inquieta con tantas cosas: 42sólo una es necesaria. Sí, María ha
escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará. COMENTARIOS Fue Orígenes,
al parecer, quien introdujo en la Iglesia la famosa distinción entre los
preceptos y los consejos evangélicos. Según ésta, los primeros obligan a los
cristianos, mientras que los segundos (concretamente la pobreza, castidad y obediencia)
ofrecen el modo de conseguir una perfección mayor dentro del cristianismo a
quienes los practiquen. Tal distinción no concuerda demasiado con una
interpretación seria del evangelio, pues monopoliza el radicalismo evangélico
en provecho de una clase, la de los religiosos, de modo que la vía de los
cristianos no religiosos sería menos perfecta, menos segura. En el Nuevo
Testamento no se habla de una clase de creyentes a quienes estén reservadas
unas exigencias particulares que les conviertan en un grupo de 'perfectos'. El
evangelio va dirigido en su totalidad a todos los cristianos; lo que Jesús
exigió de un modo particular a sus discípulos, los evangelistas lo proponen
como una exigencia siempre actual para todos. La distinción de Orígenes no
tiene fundamento evangélico. Como tantas otras. Y si entre
los creyentes se han hecho siempre dos grupos -unos considerados más perfectos
y otros menos-, también entre los religiosos, ya de suyo 'perfectos', se ha
establecido una distinción entre los contemplativos (dedicados a la oración) y
los activos (menos dedicados a la oración que a la acción); la perfección de
los primeros excede a la de los segundos. Nada más disparatado. A la base de
esta última afirmación está la interpretación tradicional de un texto del
evangelio de Lucas que dice asi: «Por el camino entró Jesús en una aldea, y una
mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada
María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Marta, en
cambio, se distraía con el mucho trajín; hasta que se paró delante y dijo:
-Señor, ¿no se te da nada de que mi hermana me deje trajinar sola? Dile que me
eche una mano. Pero el Señor contestó: -Marta, Marta, andas inquieta y
nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. Sí, María ha escogido la
parte mejor, y ésa no se le quitará» (Lc 10,38-42). Marta -se
decía- representa a todos aquellos cristianos seglares que viven en el mundo;
María es el prototipo de los religiosos dedicados a la vida contemplativa.
María, sin duda, ha escogido la parte mejor, alejándose del mundo para dedicarse
a Dios. La peor parte corresponde a todos los que tienen que andar distraídos,
como Marta, con tanto trajín mundano. Según esta
interpretación, el evangelio sólo puede ser vivido en perfección dentro de los
muros de un convento de clausura; quienes no estén en esa situación, la inmensa
mayoría, son condenados a ser cristianos de a pie, segundones, clase de tropa.
Pero, en realidad, no es así. Lo que en este evangelio se contrapone no es la
acción y la contemplación, sino más bien dos modos de ser: uno, el de Marta,
distraída con un activismo a ultranza, que le impide oír la palabra del
Maestro, empeñada en que su hermana deje también de escucharlo; otro, el de
María, que se ha hecho discípula de Jesús («se sentó a los pies de Jesús para
escuchar sus palabras»), camino seguro para poder hacer realidad «la única cosa
necesaria: buscar el reino de Dios y su justicia». Quien elige este objetivo,
según Jesús, ha escogido «la parte mejor». Lo demás, si se es
religioso, contemplativo o activo, fraile o seglar, poco importa. II
¿Contemplación o acción? ¿Y quién nos obliga a elegir? Más aún, ¿es posible
elegir? Ni acción sin contemplación ni escuchar el mensaje de Jesús y olvidarse
de ponerlo en práctica. Esta es la única cosa importante: conocer el mensaje de
Jesús y realizarlo unidos a él. UN ALTO EN EL CAMINO Mientras iba de camino entró
también él en una aldea, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María... La parábola
del buen samaritano terminó con esta
recomendación de Jesús al jurista que lo había interpelado: «Pues anda, haz tú
lo mismo». Pero ese consejo era la conclusión de una parábola con la que Jesús
trató de explicar una de las exigencias de la antigua alianza. ¿Era eso todo lo
que tenía que decir Jesús? ¿Seguían siendo los antiguos mandamientos la norma
para sus seguidores? De hecho Jesús había formulado algunas exigencias que
superaban con mucho las de la antigua religión judía (Lc 6,20-36) y que incluso
las contradecían (Lc 6,1-11). ¿Cómo saber entonces qué es lo propio de la
comunidad cristiana? La escena que
cuenta el evangelio de hoy se desarrolla en un escenario totalmente nuevo: una
aldea en donde dos hermanas reciben y dan hospitalidad a Jesús. Nada se dice
de los discípulos ni del resto de seguidores de Jesús (incluidos en el relato
sólo por el uso del plural, al principio «iban
de camino»); por otro lado, a Jesús se le llama, por dos veces, el Señor. Todo esto indica que, más allá
del valor histórico de esta narración, Lucas refleja la situación de la
comunidad para la que escribe y pretende ofrecer un ejemplo para cualquier comunidad:
se trata de una propuesta de reflexión, un alto en el camino, para descubrir
«lo verdaderamente importante». ¿QUÉ HACER? ¿CÓMO ESCUCHAR? llamada María, que se sentó
a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Marta, en cambio, se
dispersaba en múltiples tareas. Se le plantó delante y le dijo: Señor, ¿no se te da nada que
mi hermana me deje sola con el servicio? Dile que me eche una mano. Marta y María
representan dos maneras de entender el seguimiento de Jesús. Marta se dispersa
en múltiples tareas, es una mujer servicial, incansable, atenta seguramente a
todo lo que pudiera necesitar Jesús y cualquiera de los que iban con él. Lo que hace está
seguramente bien, pero ¿qué es lo que hace? y ¿con qué criterios actúa? Podemos
pensar que, puesto que no se había parado a escuchar a Jesús, su actividad no
irá mucho más allá de las exigencias del Antiguo Testamento, y ya que no les
presta mucha atención, acabará por interpretar las palabras de Jesús de
acuerdo con las viejas tradiciones. María, por el
momento, no hace nada: escucha a Jesús; sólo a Jesús. Como había que hacer,
según la voz del cielo que acabó con las ilusiones de Pedro (pretendía escuchar a la vez la Ley y los Profetas
y el mensaje de Jesús; «Este es mi hijo,
el Elegido. Escuchad/o a él. Al
producirse la voz, Jesús estaba solo» (Lc 9,35-36). El mensaje de
Jesús resulta tan radicalmente nuevo que no se entenderá si no se le presta
toda la atención; lo acabaremos falseando si lo escuchamos con la atención
dispersa por demasiadas preocupaciones, y se acabará adulterando si se intenta
combinar con prácticas o mensajes ya superados. Por eso María «ha escogido la
parte mejor, y ésa no se le quitará», dice Jesús: María se ha centrado en las
palabras de Jesús, en la Buena Noticia. SOLO UNA COSA ES NECESARIA Lucas ni
siquiera plantea en este pasaje la cuestión que, según la interpretación
tradicional, se trataba en este pasaje: qué es más importante: la contemplación
o la acción; porque escuchar a Jesús sólo tiene sentido si después se «pone por
obra» el mensaje que se ha escuchado (Lc 8,21; 11,28). El problema es otro: qué
es lo verdaderamente importante para el seguidor de Jesús, de dónde debe
extraer los criterios para su vida (contemplación y acción) entera; cuál es su
tarea específica. Y tampoco responde aquí, de manera completa, a esta cuestión;
se limita a formular un criterio: sólo en Jesús se encuentra la respuesta; lo
único importante es el mensaje de Jesús, el proyecto de Jesús, la Buena Noticia
de Jesús Mesías. No estaría de
más que la comunidad cristiana hiciera un alto en el camino para ver cuáles son
las fuentes de donde se nutre y el objetivo al que se dirige; no estará de más
analizar si no hay una serie de preocupaciones que, aun siendo cuestiones
importantes (la moral sexual, los métodos anticonceptivos, el aborto, la
enseñanza), nos están haciendo olvidar el proyecto global de Jesús de Nazaret:
buscar que Dios reine en un mundo de hombres libres, porque son hijos, y que se
quieren como hermanos (Lc 41,14-21; 6,17.20-26; 27-38; 7,36-8,3; 15,1-32). Por supuesto que sin caer
en fundamentalismos de ningún tipo, respetando la autonomía de la ciencia y de
la técnica, de la filosofía y de la política; pero sabiendo que para nosotros
la piedra de toque es siempre el mensaje y, sobre todo, la persona de Jesús. III Cuando nos disponemos a leer la Escritura no vamos con una mente
transparente. La memoria hace de las suyas. Proyectamos nuestro reticulado
mental sobre los textos y los prejuzgamos. ¡ Oh si pudiésemos borrar de la
memoria la interpretación tradicional del paradigma de «Marta y María» como dos
concreciones complementarias, «la vida activa y la contemplativa»! ¡ El plato
nos lo han servido siempre así! El encabezamiento sitúa la perícopa en el
«camino» que Jesús ha emprendido hacia Jerusalén para cantar las cuarenta a la
institución: «Sucedió que, mientras ellos
iban de camino, también él entró
en una aldea» (10,38a). Jesús (« él ») -mientras los discípulos («ellos») iban
de camino- entra en una aldea («aldea» = reducto de fanatismo, símbolo de una
mentalidad cerrada, donde predomina una determinada ideología común a todos
los que habitan allí). La aldea, a diferencia de Marta y María, no lleva
nombre. Se subraya así el realismo de la situación descrita a través de Marta y
María, personajes reales (llevan nombre), en detrimento de una hipotética
concreción histórica. Sólo Jesús entra en ella. Lucas puntualiza que algún
personaje o colectividad había hecho antes algo parecido: «también él entró en una aldea». Una vez conozcamos el contenido de
la perícopa, será posible identificar esta situación del pasado. «Cierta mujer, de nombre Marta, lo recibió en su casa» (10,38b). Marta
es un personaje representativo («cierta») y real («de nombre Marta»). A
diferencia de los samaritanos, que no 'recibieron' a Jesús porque los
discípulos los habían indispuesto con él, Marta lo 'recibe' como discípula que
es. Después veremos cómo. Tiene una casa, de su propiedad («en su casa»):
siendo «casa» una expresión para designar la familia, Marta domina como señora
(«Marta» significa en arameo «señora») la comunidad o familia que,
conjuntamente con María ('dos' -mínima expresión comunitaria- y 'hermanas'
-relaciones de intimidad y afectivas-), representa. Por eso Lucas no ha hecho entrar a los discípulos (representación
masculina) en esta aldea, para describir así el grupo de Jesús desde la
vertiente femenina. Tampoco aquí la comunidad será homogénea. Saber relacionar
es el secreto de una comprensión más profunda.
Pero Marta no tiene solamente una casa o familia en abstracto; tiene
también una hermana: «y ésta tenía una hermana llamada María» (10,39a). De
María se precisa que «se sentó a los pies del Señor y se puso a escuchar sus
palabras» (10,39b): 'sentada' como un discípulo ante el maestro, escuchando con
atención el mensaje de Jesús. De Marta no se ha dicho con qué disposiciones lo
ha recibido. Ahora Lucas puntualiza: «Marta, en cambio, se afanaba con todo el
trajín (gr. diakonia)» (10,40a). De
por sí, la diakonia, es decir, el
servicio hecho a los demás, no es negativa; todo depende de cómo se haga. En el
presente contexto es negativa y equivale al «trajín» de la casa, según la
letra, y, según el espíritu, al «cumplimiento del deber» llevado a su máxima
expresión. El acento está puesto en el hacer
porque está mandado por la Ley, mientras que en el caso de María está
puesto en escuchar la novedad del
mensaje de Jesús. Marta está tan segura de sí misma y tan predispuesta a juzgar
la conducta de los demás, como toda persona observante, que no se arredra ante
la situación y planta cara a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me
deje sola con el servicio?» (10,40b). El celo de buena cumplidora de la Ley la
impele a involucrar al «Señor», para que ponga más interés y use de su
ascendente para hacer observar la Ley, y a que «su» hermana se deje de cuentos
y la cumpla. «Dile que me eche una mano» (1 0,40c). El imperativo traiciona el
ascendente que ella se ha arrogado sobre Jesús. En lugar del «mensaje», ¡ lo
que Jesús debe inculcarle es la Ley! ¡Todo es de su posesión! Y es que la Ley
despierta en el que la cumple el instinto de posesión. LA HERENCIA DEL REINO Jesús responde
al regaño de Marta con una severa advertencia: « ¡Marta, Marta, te inquietas y
te pones nerviosa por tantas cosas...! Sólo una es necesaria» (10,41-42a).
Marta anda de cabeza: lo quiere dominar todo, es esclava de las muchas
necesidades que crea la casa. Poniéndolo en clave legalista, Marta, que es
partidaria de la observancia minuciosa de la Ley, quiere ser fiel en los más
mínimos detalles y no puede dar abasto a las múltiples imposiciones que la
institución va creando. Para Jesús todo es secundario, a excepción de la
escucha atenta del mensaje. El que escucha, acoge; y quien acoge el mensaje, lo
acoge a él. «María, en efecto, ha escogido la parte mejor, y ésa no se le
quitará» (10,42b). Marta había escogido la parte que le ofrecía más
seguridades, la herencia del Antiguo Testamento compendiada en la Ley mosaica;
María que se encontraba también en la aldea-, «la parte mejor», que nadie le
podrá quitar, puesto que no se expresa en símbolos externos, como son casa,
tierras, observancia legal, etc. Jesús, como antiguamente Josué (= Jesús, en griego),
ha entrado «también él en una aldea», camino de la Tierra Prometida, que tiene
como meta Jerusalén. Mientras Marta ha tomado posesión de la tierra («tenía una
casa»), como las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés, que
heredaron territorios de la Transjordania (cf. Nm 32; Jos 13), María, igual
que la tribu de Leví, tiene al Señor como única heredad (cf. Jos 13,14). Vive
materialmente en la «aldea», pero sin comulgar en la ideología que allí
predomina. IV Tres rasgos
fundamentales caracterizan el texto: la fe de Abraham al reconocer al Señor. La
hospitalidad con que se recibe al Señor y la familiaridad de Dios con Abraham y
su familia. Es un bello ejemplo de la relación y acogida de Dios por el ser
humano, la única posible para caminar. Volvemos a
encontrar en la segunda lectura de hoy el pensamiento de Pablo sobre el
misterio de Dios y su revelación por medio de la predicación y lo que Pablo
aporta a esa revelación por el sufrimiento. Cristo revela la riqueza de Dios en
la pobreza de la cruz y el apóstol será el distribuidor de la misma a hombres y
mujeres. Un primer
comentario al evangelio de hoy: Lucas nos
presenta finalmente una anécdota perteneciente al fondo de las tradiciones
recibidas por el evangelista en el círculo de sus discípulos, especialmente
mujeres. Marta y María, hermanas de Lázaro, reciben en su casa al Señor. El caso de
Marta y María es aprovechado una vez más por Lucas para resaltar el valor de la
escucha de la Palabra de Dios. Sin entrar en la teoría del valor de la
contemplación sobre la acción, que se ha querido ver en las dos actitudes
opuestas de Marta y María, lo cierto de la anécdota es que el Reino de Dios no
puede dejarse distraer por una preocupación demasiado exclusiva por las
realidades terrenas. Por otra parte escuchar la Palabra de Dios es todo, menos
ocasional. Nos
encontramos con un cuadro familiar en el que Jesús visita en su casa a unas
amigas suyas. Ellas, Marta y María lo reciben en su casa. Marta se multiplicaba
para dar abasto con el servicio para atender al huésped, y Jesús la reprende
porque anda inquieta “con tantas cosas”.. Marta no encuentra la colaboración de
nadie. La hermana, en efecto, se ha sentado a los pies de Jesús y está ocupada
completamente en la escucha de su palabra. El Maestro no
aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones “del
ama de casa”. ¿Cuál es, pues, el error de Marta? El no entender que la llegada
de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y
por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante. Pero el
desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste
respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Jesús, elige
“recibirlo”, Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar, del
actuar; María se coloca en el plano del ser y le da la primacía a la escucha. Marta se
precipita a “hacer” y este “hacer” no parte de una escucha atenta de la palabra
de Dios, por lo que corre el peligro de convertirse en un estéril girar en el
vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas intenciones, a acoger a
Jesús en su casa. María lo acoge “dentro de sí”, se hace recipiente suyo. Le
ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido dispuesto
por él, y que está reservado para él. Marta ofrece a Jesús cosas, María se
ofrece a sí misma. Según el
juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, “la mejor parte” (que, a
pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse
que “entender la palabra”). Marta, desgraciadamente, que no quiere que falte
nada al huésped importante, que pretende llegar a todo, acaba dejando pasar
clamorosamente por alto “la única cosa necesaria”. Marta reclama a Jesús, no
sabe lo que él prefiere. El problema es precisamente éste: descubrir poco a
poco qué es lo que quiere Jesús de mí. Por eso es necesario parar, dejar el ir
y venir, y sacar tiempo para escuchar la Palabra de Jesús y comprender cuál es
realmente la voluntad de Dios sobre mi vida. Un segundo
comentario al evangelio de hoy: En el evangelio
de Lucas el camino de Jesús a Jerusalén marca una progresiva manifestación del
Reino. A medida que avanza va formando a los discípulas y discípulos en
actitudes de misericordia, de abandono de las pretensiones de poder, y en la
atenta escucha de la Palabra. En ese camino, al igual que los misioneros que
han venido anunciando su presencia, Jesús es recibido por dos mujeres en una
casa de familia. Allí se topa
con dos actitudes diferentes. Una de total atención y escucha, la otra, de afán
por los quehaceres habituales y de distracción. El trajín de la vida cotidiana
había atrapado a Marta y, probablemente, la había vuelto sorda a la Palabra de
Dios. Ella recibe a Jesús pero no lo escucha. Aunque Jesús entra a su casa,
ella lo deja por puertas. Jesús propone un plan encaminado a formar verdaderos
oyentes de la Palabra -auténticos discípulos- que Marta no está dispuesta a
atender. María, al
contrario, comprende bien el proyecto de Jesús y rompe con los prejuicios
culturales de su época. En lugar de andar atareada con los oficios domésticos
“propios de las mujeres” (las “labores propias de su sexo”, como se ha dicho y
pensado durante tanto tiempo), se pone “a los pies del Señor para escuchar su
palabra”. Este gesto, reservado entonces culturalmente a los discípulos
varones, la acredita como discípula. Marta, al
fatigarse con el interminable trabajo de la casa, cuestiona la contradictoria
actitud de María e interpela al Maestro para que "ponga a la mujer en su
sitio". Jesús le da una respuesta inesperada: felicita a María porque ha
acertado en su elección y reprende a Marta por dejarse envolver en las
preocupaciones cotidianas sin atender a lo importante. Efectivamente, María ha
hecho la mejor opción, la única necesaria para ponerse en el camino de Jesús y
ser su discípulo: ha decidido aprender a escuchar la Palabra y se deja
interpelar por la presencia del Maestro. En su camino
Jesús va formando, pues, a sus seguidores en las actitudes indispensables para
llegar a ser verdaderos discípulos. Una de esas actitudes es la de escuchar
atenta y serenamente su Palabra. Actitud que exige romper con el ritmo loco e
interminable de la vida cotidiana para ponerse, serena y atentamente, a los
pies del Maestro. Esta elección que a los ojos de la eficiencia puede parecer
superficial e inútil, es una condición fundamental para llegar a ser un
auténtico discípulo. Nosotros hoy
nos enfrentamos a un ritmo de vida más agitado que el de épocas anteriores. Los
medios proporcionados por la tecnología para ahorrar tiempo... también
multiplican las ocupaciones y acaban haciéndonos caer en un activismo
desenfrenado. Y el exceso de preocupaciones nos lleva a olvidarnos de lo
fundamental... Nuestro
cristianismo se convierte así en un tímido cumplimiento de algunas obligaciones
religiosas, sin espacio para la escucha de la Palabra. Se nos exhorta, se nos
bombardea continuamente con mensajes que nos invitan a ser "eficaces,
productivos y competitivos"... Pero con Marta y María, Jesús nos interpela
y nos llama a respetar la jerarquía de valores y a poner en su sitio la
"opción por lo fundamental": ponernos a sus pies y escuchar su
palabra. Jesús nos invita a que nuestro cristianismo sea un verdadero
discipulado. Para aprender la lección del Maestro, debemos formarnos en la escucha atenta de la Palabra en la Biblia y en la vida. La Biblia no puede permanecer guardada en un cajón mientras nosotros nos ahogamos en el interminable torbellino de los quehaceres cotidianos. La Palabra de Dios está hecha para caminar con nosotros paso a paso, día a día, minuto a minuto. Para enseñarnos a vivir en comunidad la solidaridad que hace efectivo aquí y ahora el reinar de Dios. Para ayudarnos a escuchar la Palabra que Dios nos dirige en la difícil realidad de nuestros pueblos: en las inhumanas condiciones de las grandes ciudades, en la soledad y el aislamiento de los campos. Debemos pues optar por las actitudes que nos conviertan en verdaderos discípulos de Jesús y auténticos cristianos.
Para la revisión
de vida ¿En el trajín de cada día tenemos
tiempo para escuchar atenta y serenamente la Palabra que Dios nos dirige en la
Biblia y en la vida? ¿Somos críticos ante nuestro propio
activismo y afán de eficacia, o están siendo también de alguna manera unos
nuevos "absolutos" en nuestra vida? Para la
reunión de grupo Marta,
María... y la otra María. María la hermana de Marta escogió "la mejor
parte". María, la madre de Jesús, ¿no escogió algo mejor que "la
mejor parte"? ¿Qué escogió? Comentar, tanto desde una perspectiva de
teología como de espiritualidad, sobre las relaciones entre "la
contemplación y la acción". Para la
oración de los fieles Por toda la
Iglesia de Dios, para que sea siempre tanto servicial y samaritana cuanto
orante y contemplativa, roguemos al Señor... Para que no
sigamos los pasos de Marta ni de María, sino los de Jesús, que vivió en armonía
y en síntesis apretada la oración y la acción... Por los
hombres y mujeres que viven en comunidades y monasterios el carisma de la
contemplación: para que sus comunidades estén sintonicen siempre con las
necesidades del mundo y se abran como escuela de oración y de contemplación
para toda la comunidad humana... Por las
muchas comunidades que han redescubierto la oración, para que ella les lleve a
un compromiso de servicio y solidaridad... Por todos los
que viven el servicio y la solidaridad, para que la alimenten con la oración y
sepan "contemplar" a Dios en los rostros de los pobres... Oración
comunitaria Oh Dios Padre nuestro, que en Jesús
nos has mostrado "el camino": ayúdanos a encontrar como El la
síntesis armoniosa entre la oración y la acción, entre contemplarte y
obedecerte, el servirte a ti y servir a los hermanos. Por N.S. Jesucristo tu
Hijo...
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