DECIMOSÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura: Génesis 18, 20-32 EVANGELIO -Señor, enséñanos a orar, como
Juan enseñó á sus discípulos. 2El les dijo: -Cuando oréis, decid: "Padre, proclámese ese nombre tuyo,
llegue tu reinado; 3nuestro pan del
mañana dánoslo cada día 4y perdónanos
nuestros pecados, que también nosotros perdonamos
a todo deudor nuestro, y no nos dejes ceder a la tentación". 5Y añadió: -Suponed que uno de vosotros
tiene un amigo, y que llega a mitad de la noche diciendo: "Amigo, préstame
tres panes, 6que un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que
ofrecerle". 7Y que, desde dentro, el otro le responde:
"Déjame en paz; la puerta está ya cerrada, los niños y yo estamos
acostados: no puedo levantarme a dártelos". 80s digo que, si
no se levanta a dárselos por ser amigo suyo; al menos por su impertinencia se
levantará a darle lo que necesita. 9Por mi parte, os
digo yo: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán; 10porque
todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren.
11¿Quién de vosotros que sea padre, si su hijo le pide
pescado, en vez de pescado le va a ofrecer una culebra? 12o, si le
pide un huevo, ¿le va a ofrecer un alacrán? 13Pues si vosotros, aun
si sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre
del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden! COMENTARIOS Que la
oración está en crisis es algo que no hace falta demostrar. Los cristianos,
casi en desbandada, se han apartado de las prácticas tradicionales de oración:
meditaciones, rezos, ejercicios espirituales, retiros. La misma palabra
«oración» está devaluada. Rezar, ¿para qué?, se pregunta mucha gente. Más vale
hacer más y rezar menos, se oye decir. Hacer es ya, en cierto modo, rezar. Hoy tiene
prioridad la acción, la opción por los oprimidos, el amor a los marginados, la
lucha por la justicia. Esto es lo específico del cristiano, se suele oír. Lo de
rezar está pasado de moda. Por otro
lado, la creciente secularización del viejo y cristiano continente y la
politización de los cristianos en el tercer mundo parecen hacer ineficaz, si
bien por diferentes razones, la práctica de la oración cristiana. A la oración
le llegan ataques desde todos los ángulos. Tras Freud, ha sido la psicología
quien la ha sentado en el banquillo. Según esta ciencia, 'la oración es para
muchos una creación de su fantasía delirante, o una proyección narcisista de
la propia imagen en un pretendido diálogo yo-tu' que equivale, en realidad, a
un diálogo yo-yo, un espejo donde uno se ve, se habla y se responde a sí mismo,
o un situarse ante un Dios que castiga toda transgresión e impone la sumisión
ante su ley: un diálogo en torno a la culpa, la rebelión-dependencia, los
propósitos y conversiones, un suplicio del que se intenta escapar sin
resultado, pues ese Dios, especie de superyó,
persigue al orante de modo implacable para que acabe de rodillas ante él.' Ante tanta
acusación, muchos cristianos han abandonado la práctica de la oración y se han
lanzado a la vida. Lo que la
psicología dice y lo que el hombre moderno sospecha no está desprovisto de
razón ni es del todo nuevo. En el evangelio, Jesús critica distintos modos o
métodos judíos de oración, entendida como el narcisismo espiritual del fariseo
en la parábola del 'fariseo y el publicano', donde se condena la autoafirmación
egoísta de aquél (Lc 18,9-14), o la falta de 'pobreza' ante Dios de aquellos
que oran en las calles y plazas haciendo de la oración obra de exhibicionismo
(Mt 6,5), o la de los que reducen la
oración a pura palabrería, al 'fatigar a los dioses' de la religión pagana (Mt
6,7), o la instrumentalización opresora de «los letrados, que se comen los
bienes de las viudas con pretexto de largos rezos» (Mc 12,40). No por ello consideró Jesús que la oración fuese
inútil, baldía, vana, alienante. Todo lo contrario. El mismo aparece orando en
los evangelios. Precisamente una vez, al terminar de orar, «uno de sus
discípulos le pidió: -Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus
discípulos. El les dijo: -Cuando recéis, decid: Padre, proclámese que tú eres
santo, llegue tu reinado, nuestro pan de mañana dánoslo cada día y perdónanos
nuestros pecados, que también nosotros perdonamos a todo deudor nuestro, y no
nos dejes ceder en la prueba» (Lc 11,1-5). Con estas
palabras trazó Jesús las líneas maestras de toda oración. Lástima que, de tanto
recitarlas, las hayamos reducido a pura monotonía. Orar, según Jesús, es
dirigirse a Dios como Padre, pedirle que venga su reino de justicia y amor y
empeñarse en hacerlo presente en nuestro mundo, esperar de él cada día el pan
de mañana, sin acumular o acaparar bienes, estar dispuesto a perdonar como
garantía del perdón divino, no ceder a la tentación del poder o del
triunfalismo. Una oración dentro de
estas coordenadas no es ni narcisista ni alienante. Quien la practica
encuentra en ella la fuente y el motor de su vida. II El Padre
Nuestro no es una oración para recitar de
memoria; de hecho, hay dos versiones en los evangelios (véase Mi 6,9-15); el Padre
Nuestro es un modelo que nos ofrece Jesús
para que sepamos a quién nos dirigimos, qué podemos pedir y cómo debemos
hacerlo. A QUIÉN REZAMOS Una vez estaba él orando en
cierto lugar; al terminar, uno de sus discípulos le pidió: -Señor, enséñanos a orar,
como Juan enseñó a sus discípulos. El les dijo: -Cuando oréis, decid:
«Padre... Entre los
judíos, el padre era el jefe de la familia (familia patriarcal, formada por los
hijos, los nietos y los siervos con sus respectivas familias...), una figura
caracterizada por la autoridad sobre todo; la relación del hijo con el padre
era de sometimiento, obediencia y respeto (Lc 15,29, véase comentario núm. 13);
por su parte, el padre garantizaba, dentro de la familia, medios de
subsistencia y protección contra las amenazas del exterior. Cuando en el AT se
llamaba a Dios «Padre» -el hijo es siempre, o el pueblo en su conjunto, o el
rey que lo representa, o el justo; predominan estos aspectos- (Ex 4,22; Jr
3,19; Os 11,1; Sal 2,7; 89,28; Sab 2,13; 5,5). Jesús, por el
contrario, cuando llama a Dios «Padre», le da un sentido totalmente nuevo: se
refiere a El de manera personal y expresa una relación de intimidad, conocimiento
mutuo, amor y comunicación de vida: «Mi Padre me lo ha entregado todo; quién es
el Hijo, lo sabe SÓlo el Padre; quién es el Padre, lo sabe sólo el Hijo...» (Lc
10,21-22). Marcos nos ha dejado el testimonio de la palabra concreta que Jesús
usaba: Abba, expresión del lenguaje
familiar semejante a «papá» y que expresa confianza y cariño. De esta manera (y
usando la misma palabra, según Rom 8,15; Gál
4,6) es como los seguidores de Jesús deben llamar a Dios Padre, pues también
lo es de ellos y tiene, como característica principal, el ser compasivo (Lc
6,36). Dios no es autoritario, violento o vengativo; esas imágenes de Dios
pertenecen ya, y para siempre, al pasado. Como en todas
las culturas, en la hebrea el padre gozaba al ver cómo sus hios se le parecían;
llamar a Dios Padre supone considerarse hijos suyos y, por consiguiente, tratar
de parecerse a él: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin
esperar nada; así tendréis una gran
recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque
El es bondadoso con los desagradecidos y malvados. Sed compasivos como vuestro
Padre es compasivo» (Lc 6,35-36); llamar
a Dios Padre exige comprometerse a vivir como hijos suyos, como hermanos de
todos sus hijos, sin excluir de nuestro amor ni siquiera a los que lo rechazan
a El como Padre. QUÉ Y
CÓMO REZAMOS ...proclámese ese nombre
tuyo, llegue tu reinado... Lo primero que dice Jesús que hay que pedir al Padre
es que sean muchos los que lo llamen por ese nombre, los que lo acepten y lo
llamen Padre, y de esa manera, los hombres se vayan haciendo hijos suyos y el
mundo de los hombres se convierta en un mundo de hermanos; o dicho de otra
manera: que los hombres lo acepten como rey y la humanidad sea, en lugar del
reinado de los poderosos, de los ricos y de los soberbios, el reinado de Dios,
en el que los pobres serán dichosos, los hambrientos se saciarán y podrán reír
los que ahora lloran (Lc 6,20-21). nuestro pan del mañana
dánoslo cada día y perdónanos nuestros pecados, que también nosotros perdonamos
a todo deudor nuestro y no nos dejes ceder a la tentación. Y en segundo
lugar hay que pedir que la comunidad de los que ya se saben hijos de tal Padre
realice plenamente ese proyecto de fraternidad universal: viviendo cada día con
la alegría de una fiesta, de un banquete de bodas (véase Lc 5,35; 13,29) en el
que participan todos los que han aceptado la invitación a construir un mundo
nuevo (Lc 14,15); superando las limitaciones propias de la condición humana
mediante el perdón de las ofensas, con la confianza de saber que Dios perdona a
quienes están dispuestos a perdonar, y, finalmente, venciendo, con la ayuda del
Padre, la tentación de volver a aceptar los valores de este mundo, el poder, la
riqueza, los honores... (Lc 4,1-13) y renegar de los que son propios de ese
nuevo mundo que es el reinado de Dios. En resumen:
todo lo que se debe pedir, según el Padre
Nuestro, se reduce a dos cosas: eficacia en la misión y fidelidad en el
compromiso de la comunidad, que los cristianos seamos de verdad cristianos, que
cada vez haya más cristianos de verdad y que el mundo sea, cada vez más, un
mundo de hermanos. Y añadió: Suponed que uno
de vosotros tiene un amigo... Pues si vosotros, aun si sois malos, sabéis dar
cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará Espíritu
Santo a los que se lo piden! Y hay que
pedir con la insistencia y la libertad con que se pide a un amigo y con la
confianza de saber que seremos escuchados, pues si nosotros respondemos a las
peticiones de nuestros seres queridos, mucho más cierta será la respuesta del
Padre Dios si le pedimos para esta tierra un pedazo de cielo: su Espíritu, su
vida, su presencia permanente en un mundo que con El nosotros nos comprometemos
a hacer a su medida. Si nuestras oraciones no
encuentran respuesta puede deberse a que o no nos dirigirnos al «Padre» o que
pedimos demasiado poco porque nos da miedo, porque nos parece demasiado
compromiso pedir el cielo. III Una nueva secuencia perfectamente marcada por a) el nuevo escenario (cambio de decorado): «Y sucedió que,
mientras él se encontraba orando en
cierto lugar» (11,la); h) unos
nuevos personajes Jesús y los discípulos) «al terminar, uno de sus discípulos le pidió» (1l,lb), y c) una nueva temática (la oración): «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos»
(11,lc). Los discípulos no han participado en la oración de Jesús («mientras él se encontraba orando»), pero sienten
la necesidad de tener unas formas de orar parecidas a las del Bautista
(«enséñanos a orar, como Juan...») Este
ya había hecho escuela; Jesús todavía no. Quieren unas formas rígidas, que
llenen las horas del día y de la noche, que den solidez e identidad al grupo
que se está constituyendo. La oración de Jesús, o no la han comprendido o no la
comparten (no le piden que les enseñe a orar como él lo hace). Quieren aprender
unas formas como las que Juan enseñó a sus discípulos. Jesús contrasta esta
forma de orar ritualizada con una oración de compromiso personal: «Cuando
oréis, decid: "Padre..." » (11 ,2 a). Inaugura una forma de orar
inaudita. La oración judía oficial se realizaba en el templo, el lugar por excelencia;
Jesús convierte el sitio donde se encuentra en «lugar» adecuado para la oración
(«mientras él se encontraba orando en cierto lugar»). Por primera vez hay quien
se dirige a Dios con confianza filial: «Abba» (en arameo, «Padre»). Jesús
introduce un cambio profundo en la relación del hombre con Dios. Todas las
religiones, incluyendo la religión judía (Antiguo Testamento), rezan a un Dios
lejano, al que tratan de aplacar. Jesús sustituye la verticalidad por la
horizontalidad: ¡Dios es Padre! A diferencia de Mateo («Padre nuestro»), Lucas
no pone el acento en el aspecto comunitario. En la primera parte de la
secuencia el centro es el Padre, en contraste con el Dios del Antiguo Testamento. LA ORACIÓN DE LOS HIJOS DE
DIOS «Que se
proclame que ese nombre tuyo es santo» (11,2b). Que las «buenas obras» de la
comunidad hagan que la humanidad proclame su santidad (en vez de la
blasfemia). «Que llegue tu reinado» (11,2c). Quiere que el reinado de Dios, del
que la comunidad ya tiene experiencia, se extienda a todo hombre y que ésta lo
haga presente con su estilo de vida. «Nuestro pan del mañana dánoslo cada día»
(11,3). Que lo que parecía reservado para el mañana (mentalidad escatológica),
se anticipe ya ahora (el banquete mesiánico en relación con la Eucaristía). Hablar
de «la otra vida» es propio de todas las religiones. Jesús habla de hoy: el
reino de Dios tiene que ir construyéndose «cada día». «Perdónanos nuestros
pecados, que también nosotros perdonamos a todo deudor nuestro» (11,4a).
Respecto al hermano no hay «pecado»: hay una «deuda». La comunidad se anticipa
en el perdón / amor al prójimo para forzar el perdón de Dios. «Y no nos dejes
ceder a la tentación» (11,4b). La comunidad no ha de ceder a las pretensiones
nacionalistas y religiosas del Tentador. Es el peligro que la amenazará en todo
momento. Jesús superó todas las pruebas (tres) en el desierto; la comunidad
pide poder hacer otro tanto en el desierto de la sociedad sin ceder al providencialismo
irresponsable o a la ambición de gloria y poder. INSISTENCIA EN LA ORACIÓN COMO TOMA DE
CONCIENCIA COMUNITARIA La segunda
parte de la secuencia contiene una parábola. Dios es comparado a un «amigo» a
quien otro amigo acude de noche, a una hora intempestiva, para pedirle unos
panes. Gracias a la insistencia, aquél terminará por dárselos. También Dios,
dice Jesús, hará lo mismo. Hay que «pedir», «buscar», «llamar», con la
seguridad de que «se recibe lo que se pide», que «se encuentra lo que se
busca», que «se abren las puertas cuando se llama» (11,9-10). Triple búsqueda,
insistencia total. A continuación se pone una serie de ejemplos entresacados de
la vida cotidiana. Para concluir con una frase lapidaria: «Pues si vosotros,
aun si sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más
vuestro Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden! »(11,13). A
diferencia de Mateo (Mt 7,11: «dará cosas buenas»), Lucas explicita que el don
por excelencia es «el Espíritu Santo». La comunidad no tiene que pedir cosas
materiales: es necesario que concentre su oración en el don del Espíritu, la
fuerza de que Dios dispone para llevar a cabo el proyecto de comunidad fraterna
que propugna Jesús. IV Este texto,
continuación del que se leía el domingo pasado, nos muestra a Abraham, padre de
la fe y antepasado de Israel, como gran intercesor antes los habitantes de
estas ciudades. Muestra una actitud a imitar: apertura y ayuda a los demás. La
negociación entre el intercesor y Dios, recuerda el estilo oriental (y muy
latinoamericano, también) del regatear. Lo que se busca es acentuar la
insistencia intercesora de Abraham y la magnitud del pecado de Sodoma y
Gomorra. El texto es el mejor ejemplo de oración como diálogo audaz y
comprometido con Dios, en el que vemos a Abraham hablar con el Señor y tratar
de convencerlo a partir de su bondad y justicia, pero , al parecer, abusando de
su confianza. El estilo y modo de proceder es, obvio, de una mentalidad
semítica: poner en juego el honor de Dios, su reputación de justicia pero que
muestran la confianza en Dios y la proximidad de los hombres a El. Por otra
parte , este texto, puede ser modelo para el tema de la hospitalidad: Al narrar
como estos “tres seres” escuchan a Abraham atentamente. Esta “atención” le
permite entrar en el misterio. Uno se revela como el Señor (18,10.13.20) y los
otros dos como sus ángeles (19,1). La narración, que al principio hablaba tres
hombres, adquiere aquí un carácter teofánico y manifiesta el sentido profundo
de la hospitalidad. Segunda
lectura A partir de
este texto los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el
que somos sepultados con Cristo; por otra parte, es también como la madre que
engendra a la vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual
que representa esta muerte y esta resurrección sólo tiene eficacia si
corresponde a la fe en Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos. Esta
expresa, pues, la vinculación entre bautismo y fe. Pecado y muerte, fe y
bautismo son correlativos. La inserción al misterio de Cristo acontece en el
bautismo, pero se funda en la fe. Haber resucitado significa en realidad vivir
en Cristo, como consecuencia de haber obtenido el perdón de los pecados como
resultado de la muerte del Señor. Siendo coherente, Pablo dice que “el perdón
del pecado es liberación de la ley y de su observancia, porque existe una
correspondencia entre Ley, muerte y pecado (cf. Rom 7,7-9). La mejor expresión
paulina al respecto se encuentra aquí como imagen. La Ley ha sido clavada en la
cruz. Evangelio La oración
forma parte de la vida del pueblo judío. Los piadosos volvían su espíritu a
Dios varias veces al día. Jesús aprende, desde el pueblo y su tradición a orar.
Como buen judío, aprendió a rezar en la familia y en la sinagoga. En su
ministerio, su oración toma adquiere una particularidad: su acercamiento a
Dios, “su Abbá”. Lucas lo describe en oración varias ocasiones (3,21; 5,16;
6,12; 9,29). Los exegetas reconocen en Lucas, la transmisión más fiel de la
oración del Padrenuestro y que es la más breve. Del arameo pasó al griego y así
la incluyó Lucas en su narración. La expresión
PADRE, ya la hemos comentado en la parte del diario bíblico “en papel”. Aquí
continuamos el resto: SANTIFICADO
SEA TU NOMBRE: o sea que Dios sea conocido, dado a conocer, alabado, amado,
bendecido, glorificado y agradecido por todas las gentes del mundo. Que el
nombre del Señor, o sea el mismo Dios, reciba estimación, amor veneración, y
piadosa adoración por todos y cada vez más. Hay que volver a notar el orden de
la oración en el Padrenuestro. Primero que Dios sea reverenciado y amado. VENGA TU
REINO: es una oración misionera. Lo que buscan los misioneros es hacer que Dios
reine en las gentes de las tierras que ellos están misionando desde sus
culturas e idiosincrasia. Y es lo que debemos desear y pedir y buscar todos en
todos los tiempos: que reine Dios. Que venga su Reino. Si primero buscamos el
Reino de Dios, todo lo demás vendrá por añadidura. Es un deseo de que Dios
reine en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro hogar, en la sociedad,
en la nación y en el mundo entero. Y en cuantas naciones y personas todavía no
reina! DANOS EL PAN
DE CADA DÍA. Pedimos para cada día el pan, sin afanarnos por el futuro, porque
Dios estará también en el futuro y El proveerá. Como el Maná del desierto, el
pan de cada día es un don maravilloso de la bondad del Señor. Con esta petición
del pan diario le estamos queriendo pedir que nos libre del desempleo o de la
demasiada carestía, y de las inundaciones y sequías que acaban con los
cultivos, y de las guerrillas que impiden a los campesinos recoger sus
cosechas, empleo para el esposo que tiene que mantener una familia, ayudas
económicas para esa madre abandonada; protección para el anciano echando a un
lado por la sociedad. El corporal y el espiritual. Todos los días los
necesitamos, por eso tenemos que pedirlo todos los días. PERDONANOS
NUESTROS PECADOS, COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN. El perdón es
un arte que se consigue con infinitos ejercicios. San Agustín enseña que a
algunos no les escucha Dios la oración que le hacen, porque antes no han
perdonado a los que los han ofendido, o no le han pedido perdón al Señor por
sus pecados. Sin pedirle excusas por los disgustos que le hemos proporcionado,
¿cómo queremos que nos conceda las gracias que le estamos suplicando?. Es un
recuerdo muy oportuno para que no se nos vaya a ocurrir nunca la mentirosa idea
de creernos buenos. Dios pone una condición para perdonarnos: no podemos
obtener perdón del cielo, si no perdonamos en la tierra. El día del Juicio no
tendrás disculpas: te juzgarán como hayas juzgado. Te condenarán si no quisiste
perdonar a los demás, y te absolverán si supiste perdonar siempre (San
Cripriano): El Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan. ÉL LES DARÁ
EL ESPÍRITU SANTO. El objetivo final y el contenido de la oración cristiana es
llegar a recibir el Espíritu que es capaz de renovar la faz de la tierra, incluidos
nosotros. El Espíritu Santo es la fuerza que viene de lo alto con poder
avasallador y aleja los vicios y nos trae muchos buenos pensamientos y deseos.
El Espíritu Santo quiere ser nuestro Huésped, y es enviado por el Padre
Celestial si se lo pedimos con fe y perseverancia. El Espíritu Santo es el que
nos hace comprender las Sagrada Escrituras. El Espíritu Santo cuando viene nos
ofrece: orar mejor, arrepentirnos de nuestros pecados y tener deseo de
dedicarnos a agradar a Dios. La gente veía
a Jesús orar con tanta devoción y notaba que el Padre Dios le escuchaba de
manera tan admirable su oraciones, que sentía el vivo deseo de aprender de El,
cómo es que se debe orar para ser mejor escuchando por el Altísimo. Y había la
tradición o costumbre de que los mas afamados maestros de espíritus les
enseñaran a sus discípulos métodos fáciles y prácticos de orar, pues la
oración, como todo buen arte, necesita de un maestro que guíe al principiante.
Juan el Bautista había enseñado a sus seguidores algunos métodos prácticos de
hacer oración y ahora a Jesús se le pedía también este gran favor. Es que un
arte no se aprende sin un buen maestro. Y orar es un arte. Esta debería
ser una de nuestras más frecuentes y fervorosas peticiones a Jesús: ¡Señor:
enséñanos a orar! Si Jesús no nos enseña el arte de orar, siempre estaremos
perdidos en esta labor tan noble y difícil. Debemos aprender a “orar”, es
decir, a hablar con Jesús y con su Padre y nuestro Padre, y con el Santo
Espíritu, con el amor y la confianza de hijos muy amados. Aprender a orar de
tal manera que nuestra oración siempre sea escuchada. Que nuestro orar no sea
solamente pedir , sino también adorar, agradecer y amar. Digámosle a
Jesús: “Enséñanos a orar”, no sólo con nuestros labios, sino desde nuestro
corazón y con toda la atención para que sea como decía Santa Teresa: “Un hablar
con un Dios que sabemos nos ama inmensamente”. Señor: enséñanos a orar!. Las cuatro
condiciones de la oración son: ATENCIÓN:
porque si no ponemos atención a lo que le decimos a Dios, ¿cómo podemos
pretender que El le ponga atención a eso que le pedimos? HUMILDAD:
reconocer que no tenemos nada que no hayamos recibido y por lo mismo pedimos
ser escuchados. CONFIANZA:
recordando que el Señor Dios nos ama mucho más que la más buena de las madres
al más amado de los hijos. INSISTENCIA:
como Abraham, cuando intercede por Sodoma: sin cansarse de pedir. La oración es
una página en blanco. Arriba dice “Les daré todo lo que necesiten y me pidan
con fe”. Abajo está la firma: “Dios “. ¿Qué escribimos en todo ese espacio
blanco? O seremos tan locos que no escribimos nada? Con la ayuda de El Espíritu Santo el gran maestro y guía que nos hace comprender debidamente la Sagrada Escritura, meditemos unos minutos acerca de esta, la más bella oración del mundo, el Padrenuestro, la oración en la que empleamos las mismas palabras de Jesús y que le debe ser muy grato al Señor. El Padrenuestro se compone de dos series de peticiones: las primeras se refieren a Dios, y las segundas, mas numerosas, se refieren a nosotros. Solamente después de haber pedido que Dios sea glorificado, debemos atrevernos a pedir que nosotros seamos socorridos. Tertuliano decía que el Padrenuestro es el resumen de todo el evangelio. Y San Cipriano afirma que el Padrenuestro no le falta nada para ser una oración completa. Quedémonos en nuestro diario bíblico de papel con la primera palabra: PADRE: es la palabra con la cual Jesús nos enseñó a llamar a Dios. Dicen ciertos autores que la noticia más bella que nos trajo Cristo es que Dios es nuestro Padre y que le agrada que lo tratemos como a un papá muy amado. San Pablo dirá: “no hemos recibido un espíritu de temor si no un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: Abbá, Padre! (Rom 8,15). No tenemos a un Dios lejano, es un papá cercano. Ninguno de nosotros es un huérfano. Ninguno de nosotros se sienta desamparado; todos somos hijos del Padre más amable que existe. Y si tenemos un mismo padre, somos todos hijos de El, por lo tanto debemos reconocernos y amarnos como hermanos. Si lo llamamos “Padre” amémoslo como a un buen padre y no seamos faltos de cariño para con El (Orígenes). Dios, pues, es un padre que conoce muy bien todo lo que necesitan sus hijos y se deleita en ayudarlos y siente enorme satisfacción cada vez que puede socorrerlos. El nos ayuda no porque nosotros somos buenos, sino porque El es bueno y tiene generosos sentimientos. Quizás no nos habríamos atrevido a llamar a Dios, nuestro Padre, si Jesús no nos hubiera enseñado a llamarlo así. No lo olvidemos, la oración es el medio más seguro para obtener de Dios las gracias que necesitamos para nuestra salvación (San Alfonso).
Para la
revisión de vida Nuestra oración está plena de
confianza en Dios y su Providencia, o sólo busca sacar algo que deseamos, aún
sabiendo que El no querría darnos? Oramos al Padre pidiendo que
intervenga en la vida sin respetar la autonomía del mundo y de las libertades? Cuando oramos deseamos que el
Espíritu disponga nuestras perspectivas, deseos y capacidades de actuación para
que sintonicen con las del Padre? Para la
reunión de grupo Comparar
entre los sinópticos, teniendo a Lucas como base, los momentos de oración en
Jesús. Hay
fundamentos y/o motivos para deducir que en verdad el pecado de Sodoma fue la
falta de hospitalidad, o se puede deducir otra falta que ocasionó su
destrucción? Reflexionar
como grupo ¿cuáles son las tentaciones que hoy pedimos al Padre que aleje?. Para la
oración de los fieles Escucha,
Padre, el clamor de tus hijos por la
Iglesia que comparte y te eleva el grito de la humanidad. Oremos. Para que haya
más justicia y paz. Por las
órdenes contemplativas, llamadas a servir al mundo por la oración. Por los que
no tienen el pan de cada día. Oración
comunitaria Padre, que a través de tu Hijo nos
enseñaste a pedir, buscar y llamar con insistencia, escucha nuestra oración y
concédenos la alegría de sabernos escuchados. Por nuestro Señor Jesucristo
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