DECIMONOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura:
Sabiduría 18, 6-9 EVANGELIO 33Vended vuestros
bienes y dadlo en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza
inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la
polilla. 34Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón. 35Tened el delantal
puesto y encendidos los candiles; 36pareceos a los que aguardan a
que su señor vuelva de la boda, para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame. 37¡Dichosos
esos siervos si el señor al llegar los encuentra despiertos! Os aseguro que él
se pondrá el delantal, los hará recostarse y les irá sirviendo uno a uno. 38Si
llega entrada la noche o incluso de madrugada y los encuentra así, ¡dichosos
ellos! 39Esto ya lo comprendéis, que si el dueño de la casa supiera
a qué hora va a llegar el ladrón, no le dejaría abrir un boquete en su casa. 40Estad
también vosotros preparados, pues, cuando menos lo penséis, llegará el Hijo del
hombre. 41Pedro le preguntó: -Señor, ¿has dicho esa parábola
por nosotros o por todos en general? 42El Señor prosiguió: -Conque, ¿dónde está ese
administrador fiel y sensato a quien el señor va a encargar de su servidumbre
para que les reparta la ración a su debido tiempo? 43¡Dichoso ese
siervo si el amo al llegar lo encuentra cumpliendo con su encargo! 44Os
aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. 45Pero
si ese siervo sé dice: "Mi señor tarda en llegar", y empieza a
pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, 46el
día que menos se lo espera y a la hora que no ha previsto llegará el señor de
ese siervo y cortará con él, asignándole la suerte de los infieles. 47El
siervo ese que, conociendo el deseo de su señor, no prepara las cosas o no las
hace como su señor desea, recibirá muchos palos; 48en cambio, el que
no lo conoce, pero hace algo que merece palos,
recibirá pocos. Al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá; al que mucho
se le ha confiado, más se le pedirá. COMENTARIOS
PREPARADOS PARA EL ENCUENTRO
En una
sociedad como la nuestra, con tantas casas aseguradoras, con tantos seguros de
bienes y de vidas, con tantas ofertas que garantizan un futuro feliz, el
evangelio suena a utópico, a algo que no tiene ya lugar, irrealizable o
realizable solamente por aquellos que tengan madera de héroes o de locos suicidas. «Tranquilizaos,
rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho sobre
vosotros. Vended vuestros bienes y dadlos en limosnas; haceos bolsas que no se
estropeen, un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones
ni echa a perder la polilla. Porque donde está vuestra riqueza, está vuestro
corazón. Tened el
delantal puesto y encendidos los candiles: pareceos a los que aguardan a que
su amo vuelva de la boda para, cuando llegue, abrirle en cuanto llamé. Dichosos
esos criados si el amo, al llegar, los encuentra en vela... » (Lc 12,32ss). La venida, la
visita de Jesús, el amo, a la comunidad cristiana, una comunidad de siervos o
servidores, pues no se puede ser cristiano si no se es servidor de los demás,
se efectúa en dos momentos: uno, en la eucaristía, en la que Jesús se hace
presente en medio de la comunidad por la palabra y por la fracción del pan;
otro, en la persecución y en la muerte de cada uno. Para estos
dos encuentros, el cristiano debe estar en vela. Y para estar en vela, dos son
las actitudes básicas del discípulo de Jesús: - Primera:
renunciar a los bienes de la tierra: «Vended vuestros bienes y dadlos en
limosnas.» Tal vez la fórmula 'vender y dar' no sea hoy en nuestra sociedad la
más eficaz. Hoy habría que hablar de invertir en crear puestos de trabajo, en
hacer partícipe al obrero de la ganancia de la empresa u otras fórmulas
similares. Pero el espíritu de dicho mandato evangélico es claro: ser
solidarios, compartir, hacer partícipes a los demás de los bienes que llamamos
'propios'; ser misencordes, compasivos, justos. - Segunda:
ejercer de servidores, pues la esencia del cristianismo es el servicio
incondicional al prójimo hasta la muerte. «Conque, ¿dónde está ese
administrador fiel y cuidadoso a quien el amo va a encargar de repartir a los
sirvientes la ración a sus horas? Dichoso el tal empleado si el amo, al
llegar, lo encuentra cumpliendo con su obligación. Os aseguro que le confiará
la administración de todos sus bienes. Pero si el tal empleado, pensando que su
amo tardará, empieza a maltratar a los mozos y a las muchachas, a comer y beber
y emborracharse, el día que menos se lo espera, y a la hora que no ha previsto,
llegará el amo y lo pondrá en la calle, mandándolo adonde se manda a los que
no son fieles» (Lc 12,42-47). De lo que llamamos 'nuestro' somos meros
administradores, no propietarios; y como administradores debemos servir sin
abusos ni egoísmos; cuanto más elevados estemos en el escalafón social, más
exigente será el servicio que debamos prestar. Sólo así estaremos preparados
para la vuelta del amo de la boda, imagen del reino definitivo, que se anticipa
cada vez que celebramos la eucaristía. II A DIOS ROGANDO...
Cuando el evangelio dice que no debemos confiar en las riquezas y que
toda nuestra seguridad debemos ponerla en Dios no quiere decir que debamos
sentarnos a esperar a que la solución de nuestros problemas baje del cielo; del
cielo bajará, pero siempre que no esperamos sentados sino activos confiados en
que Dios no permitirá que se frustren nuestro esfuerzo y nuestro compromiso BUSCAD QUE EL REINE No temas, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros. Vended vuestros bienes y dadlo en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla. Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón.
Y CON EL MAZO DANDO «¿Dónde está el
administrador fiel y sensato a quien el señor va a encargar de su servidumbre
para que les reparta la ración a su debido tiempo? ¡Dichoso ese siervo si el
amo, al llegar, lo encuentra cumpliendo con su encargo!» Entender las
cosas así entraña un peligro mayor, que consiste en convertir el evangelio en
ideología legitimadora de la situación presente y en opio adormecedor de la
conciencia de los pobres: si Dios se preocupa de los suyos, los que están bien
serán los que reciben más atención de parte de Dios, y los que están mal deben
resignarse con su suerte y no rebelarse contra la situación presente, pues será
rebelarse contra el designio divino; pero esta interpretación olvida las
palabras centrales de este párrafo: «No andéis preocupados por... Por el
contrario: buscad que él reine, y eso se os dará por añadidura. No temas,
rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre
vosotros» (Lc 12,31-32): Dios no solucionará nuestros problemas de manera
caprichosa, por arte de birlibirloque, cuando él arbitrariamente vaya decidiendo,
sino en el contexto de la realización de su reinado. Una de las
causas de la mala interpretación de estas recomendaciones de Jesús ha sido la
obstinación en reducir el reino de Dios a
la otra vida: el reino de Dios no es ni el cielo ni la tierra, sino las personas sobre las que Dios reina, las
personas que se esfuerzan en vivir como Dios quiere y en buscar la solución a
los problemas de este mundo en la dirección que el evangelio señala: la
solidaridad y el amor; en la medida en que los hombres acepten vivir así y se
comprometan seriamente con el proyecto de convertir este mundo en un mundo de
hermanos, en la medida en la que todos asuman seriamente su tarea de servir y
prestar ayuda a los demás como los buenos
administradores del evangelio, en esa medida, más lo mucho que añada la
inconmensurable generosidad del Padre, se irán resolviendo los problemas del
hambre, del vestido... y los de la soledad y la tristeza, problemas estos que
no se pueden solucionar con el dinero de las bolsas que se estropean y que
tanto gustan a los ladrones. NO TEMAS, PEQUEÑO REBAÑO Tened el delantal puesto y
encendidos los candiles... Estad también vosotros preparados, pues cuando menos
lo penséis llegará el Hombre. Así adquieren
pleno significado las palabras del evangelio: renunciar a la riqueza no es un
sistema para hacer méritos para el cielo, sino para ser coherentes con el
proyecto del evangelio, para estar más libres a la hora de comprometernos en
preparar este mundo para que Dios pueda realizar su decisión -que no la
realizará si nosotros libremente no la aceptamos- de reinar entre nosotros. Porque tampoco debe ser causa de preocupación, y
menos de miedo, el encuentro último con el Señor. No hay razón para el temor.
Nadie debe asustarse: no nos amenaza ningún peligro; él no viene a condenar.
Como la primera vez, que sólo vino a salvar, así será cuando muchas otras veces
vuelva para salir al encuentro de los que, entre los suyos, se vayan dejando la
piel por ser fieles a su proyecto. La piel, que no la vida, que está en las
manos del Padre. Será la época de la cosecha. Los frutos, los del amor
manifestado en la lucha por la libertad y la Justicia, por la fraternidad, la
paz, la felicidad..., en la lucha por el reino de Dios. Por eso no debe haber
lugar para el miedo: hay que estar preparados, sí, pero no asustados ni preocupados.
Porque también eso está en manos del Padre y forma parte de la «añadidura». III
La tablilla de la derecha (c. vv. 22-40)
del tríptico no hace sino insistir en las advertencias iniciales, convertidas
ahora en recomendaciones, después de
haber dejado bien claro que el problema crucial era el de la riqueza. El
desprendimiento no se produce de golpe ni de una vez por todas. De la misma
manera, la confianza no se compra sino que se gana. En la medida en que el
cristiano experimenta que dar no es perder, se va vaciando de preocupaciones materiales y va llenándose de confianza en el presente de Dios (el futuro para
Dios no existe, como tampoco el pasado): «Porque donde tengáis vuestra riqueza,
tendréis el corazón» (12,34). Hay quien la tiene en un banco o una caja, en
posesiones o en acciones; hay quien la tiene en Dios, porque la ha depositado
en los pobres: no hay ladrón ni atracador que pueda robar al que «vende sus
bienes y lo da en limosna» (12,33). El que vendrá como un ladrón, en cambio, es
el Hombre Jesús... en la persona que menos te esperas y cuando menos lo pienses
(12,35-40). BUENOS Y MALOS
ADMINISTRADORES La
intervención de Pedro, portavoz del grupo de los Doce, conduce a un colofón. Pedro, con su interpelación,
trata de excluir a los discípulos no israelitas (recuérdese que Jesús se ha
dirigido en primer lugar «a los discípulos», sin más, 12,1): «Señor, ¿has dicho
esta parábola por nosotros o por todos en general?» (12,41). La respuesta de
Jesús los engloba a todos: la figura del «administrador» se aplica tanto a los
de origen israelita como a los que proceden de la marginación. Los administradores
de la comunidad, cualquiera que sea su procedencia, deben ponerse al servicio de
los demás y prestar ayuda para que en la comunidad no falte nada (12,42). Jesús
declara «dichoso» al «administrador fiel y sensato» a quien «el Señor -término
característico del Resucitado-, cuando llegue, lo encuentre cumpliendo con su
encargo» (12,43: compárese con vv. 37-38). El que haga esto, como lo hace
Jesús, llega al mismo nivel que su Señor (cf. v. 37). «Os aseguro que le
confiará la administración de todos sus bienes» (12,44). El primer encargo que
le ha confiado ha sido el servicio de la mesa y de la despensa: la distribución
equitativa de los bienes de los pobres; si cumple bien ese primer encargo, le
confiará la administración de los bienes espirituales de la comunidad.
Mediante la parábola de los «administradores» Lucas anticipa y prepara el tema
de la administración de los bienes de toda índole de la comunidad creyente que
desarrollará en el libro de los Hechos. Por el contrario, si actúa con autoritarismo y con aires de grandeza y de poder, como hacen los que ejercen autoridad sobre los demás (cf. 22,25-26), «el Señor cortará con él y le asignará la suerte de los infieles» (12,45-46). Es de notar la dureza del lenguaje de Jesús con el grupo de discípulos procedentes del judaísmo. A la falta de libertad interna que aún padecen por no haber renunciado a la ideología autoritaria judía, corresponde un lenguaje propio de esclavos: «El siervo ese que, conociendo el deseo de su señor, no prepara las cosas o no las hace como su señor desea, recibirá muchos palos» (12,47), muchos más que los infieles que «desconocen su designio, pero hacen algo que merece palos» (12,48a). La razón es obvia: «Al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá; al que mucho se le ha confiado, más se le pedirá» (12,48b). La responsabilidad va pareja con los dones recibidos.
Los
israelitas, oprimidos en Egipto, experimentaron que el Señor era su salvador la
noche en que murieron los primogénitos de los egipcios. Por eso aquella noche
tuvo una significación trascendental para la historia de los hebreos. Les
recordaba las promesas que Dios había hecho a sus padres; que desde entonces
Israel fue un pueblo libre y consagrado al Señor. La primera cena del cordero
pascual sirve de modelo a lo que había de ser centro de la vida religiosa y
cultural. La participación
en un mismo sacrificio simbolizaba la unión solidaria de un pueblo en un
destino común. La celebración pascual recuerda que Dios no cesa de elegir a su
pueblo entre los justos y de castigar a los impíos. Hoy, toda
esta imagen de Dios, por más que la hayamos estado escuchando y venerando
durante milenios, desde siempre, aparece como profundamente inadecuada,
inaceptable. ¿Qué clase de Dios es ése que opta por un pueblo, lo elige, le
regala una tierra que está ya ocupada por otros pueblos da poder a su pueblo
elegido para que los expulse y los destruya? ¿Es verosímil esta imagen de Dios?
¿No es propia de los tiempos «tribales», donde cada tribu se imagina que tiene
su Dios protector que la defenderá contra las demás? (Recomendamos leer al
respecto, por ejemplo, de John Shelby SPONG, Un cristianismo nuevo para un
mundo nuevo, Abya Yala, Quito, Ecuador, www.tiempoaxial.org; también se puede
mirar en google y en youtube sobre este autor). Segunda
Lectura La fe de
Abraham y de los patriarcas sirve de ejemplo. Para estimular la perseverancia
en la fe que lleva a la salvación, la carta a los Hebreos aduce una serie de
testigos. Abraham, lo mismo que los hebreos del siglo I, conoció la emigración,
la ruptura respecto al medio familiar y nacional y la inseguridad de las
personas desplazadas. Pero en esas pruebas encontró Abraham motivo para ejercer
un acto de fe en la promesa de Dios. La fe enseña
a no darnos por satisfechos con los bienes tangibles ni con esperanzas
inmediatas. Abraham creyó por encima de la amenaza de la muerte. Sufrió los
efectos de esterilidad de Sara y la falta de descendencia. Esta prueba fue para
él la más angustiosa porque el patriarca se acercaba a la muerte sin haber
recibido la prenda de la promesa. Aquí se hace realidad la última calidad de la
fe: aceptar la muerte sabiendo que no podrá hacer fracasar el designio de Dios. Más que el
sufrimiento, es la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de
uno mismo a Dios. Abraham creyó en un “más allá de la muerte”, creyó le sería
concedida una posteridad incluso en un cuerpo ya apagado, porque le había sido
prometida. Esta fe constituye lo esencial de la actitud de Cristo ante la cruz.
También se entregó a su Padre y a la realización del designio divino, pero tuvo
que medir el fracaso total de su empresa: para congregar a toda la humanidad,
se encuentra aislado pero confiado en un por encima de la muerte que su
resurrección iba a poner de manifiesto. Evangelio El evangelio
de hoy nos presenta unas recomendaciones que tienen relación con la parábola
del domingo anterior del rico necio. Los exegetas se diversifican en cuanto a
la estructura que presente el texto y no determinan las unidades de las que se
compone. La actitud de confianza con el que inicia el texto no debería de omitirse
“no temas, rebañito mío, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”.
Esta exhortación a la confianza, al estilo veterotestamentario y que gusta a
Lucas, expresa la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo, pero
expresa también la autocomprensión de las primeras comunidades: conscientes de
su pequeñez e impotencia, vivían, sin embargo, la seguridad de la victoria. La
bondad de Dios, en su amor desmedido, nos ha regalado el Reino. Desde aquí
tenemos que entender las exhortaciones siguientes. Si el Reino es regalo, lo
demás es superfluo (bienes materiales). Recordemos los sumarios de Lucas en el
libro de los Hechos de los Apóstoles. Lucas invita
a la vigilancia, consciente de la ausencia de su Señor, a una comunidad que
espera su regreso, pero no de manera inminente como sucedía en las comunidades
de Pablo (cf. 1Tes.4-5). La Iglesia de Lucas sabe que vive en los últimos días
en los que el hombre acoge o rechaza de forma definitiva la salvación que se
regala. Cristo ha venido, ha de venir; está fuera de la historia, pero actúa en
ella. La historia presente, de hecho, es el tiempo de la iglesia, tiempo de
vigilancia. Fitzmyer,
ilustra esta afinada concepción de la historia, aparecen varias recomendaciones
en lo que puede considerarse como los “retazos de una hipotética parábola”. Lo
importante será descubrir en cuál de esas recomendaciones centramos la llegada
que hay que esperar de manera vigilante. La predicación histórica de Jesús
tiene estas máximas sobre la vigilancia y la confianza. Ahora, en este texto se
les reviste de carácter escatológico. El punto clave reside en la invitación
“estén preparados”; o lo que es lo mismo, lo importante es el hoy. A la luz de
una certeza sobre el futuro, queda determinado el presente. Esta es la comprensión
de la historia de Lucas: “se ha cumplido hoy” (4,21), “está entre ustedes”
(17,20-21) y “ha de venir” (17,20). El Reino es,
al mismo tiempo, presente y algo todavía por venir. De aquí la doble actitud
que se exige al cristiano: desprendimiento y vigilancia. Es necesario
desprenderse de los cuidados y de los bienes de este mundo, dando así
testimonio de que se buscan las cosas del cielo. La vigilancia
cristiana es inculcada constantemente por Cristo (Mc 14,38; Mt 25,13). La vida
del cristiano debe ser toda ella una preparación para el encuentro con el
Señor. La muerte que provoca tanto miedo en el que no cree, para el cristiano
es una meditación: marca el fin de la prueba, el nacimiento a la vida inmortal,
el encuentro con Cristo que le conduce a la Casa del Padre. La
intervención de Pedro, demuestra que la exhortación de Jesús sobre el
significado de actuar y perseverar en vigilancia es en primer lugar referido a
aquellos que son “la cabeza” de la comunidad, o mejor dicho para los que “están
al servicio” de la comunidad. La resurrección a la vida depende del modo como
ejercitaron ese servicio. Para la
revisión de vida ¿Cuál es tu tesoro, lo que valoras
más, lo que te mueve desde lo profundo...? ¿Cómo está de activa nuestra
esperanza? ¿Somos personas apasionadas por el futuro, por un «sueño loco», por
una Utopía? ¿Reconocemos al Dios-Misterio que
viene en cada momento, y sobre todo en los desafíos del amor, en los más
necesitados? Para la
reunión de grupo Esta palabra
escuchada, ¿qué dice de importante y a qué nos alienta? ¿Cuál es la
intención de Lucas al insistir en este tema escatológico? ¿Qué es «estar
preparados»? «Preparados»... ¿para qué, frente a qué, cómo...? En http://www.servicioskoinonia.org/martirologio/hb11.htm
hay una paráfrasis latinoamericana de Heb 11. Leerla y comentarla. Estudiar el
artículo de Karl Rahner, que propugna un "concepto ampliado y actualizado
de martirio" (http://servicioskoinonia.org/relat/142.htm). Comentarlo. Y
preguntarse: ¿Ya no es tiempo de martirio? ¿En qué sentido? Sobre el tema
de la fe: ¿puede ser que lo más importante que Dios puede querer de nosotros
sea que «creamos»? ¿Puede ser que el sentido de la vida humana sea que «Dios lo
ha creado para ponerle una prueba, y le pide que confíen en Él y crea lo que no
se ve? Ése fue el esquema central de la explicación religiosa clásica, que
hemos mantenido durante dos mil años. ¿Puede seguir en pie? Dificultades
actuales para seguir pensando que la fe es la actitud central de la religiosidad. Para la
oración de los fieles Ilumina
nuestros ojos para que podamos reconocerte en los acontecimientos y sobre todo
en los necesitados, roguemos al Señor... Fortalece
nuestra esperanza en el futuro de la humanidad para que no muera nuestra fe y
amor, roguemos al Señor... Que nuestra
vida se apoye en valores permanentes y no en los bienes materiales, roguemos al
Señor... Oración
comunitaria Dios Padre Nuestro: danos un corazón grande y
potente, capaz de ver con claridad que, más allá de las apetencias y
tentaciones de la vida, los valores verdaderos son los valores de tu Reino, y
que dar la vida por ellos es lo que más puede alegrar y pacificar nuestro
corazón, tal como nos enseñó Jesús, nuestro hermano mayor...
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