VIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura:
Jeremías 38, 4-6. 8-10
-Cuando veis subir una nube por el poniente,
decís en seguida: "Chaparrón tenemos", y así sucede. 55Cuando
sopla el sur, decís: "Va a hacer bochorno", y lo hace. 56¡Hipócritas!,
si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no
sabéis interpretar el momento presente? 57y ¿por qué no juzgáis
vosotros mismos lo que se debe hacer? COMENTARIOS
Algunas
palabras del evangelio resultan desconcertantes, demasiado duras como para
haber sido pronunciadas por Jesús, presentado con frecuencia como conciliador,
cuya imagen dulce se ha utilizado para mantener el ‘desorden establecido’, cuya
mansedumbre se ha confundido con neutralidad; ese Jesús resulta inquietante y
provocador cuando se le devuelve su rostro originario, libre de tanta ganga
sobreañadida a lo largo del tiempo. «Fuego he
venido a encender en la tierra, y ¡ qué más quiero si ya ha prendido! Pero
tengo que ser sumergido en las aguas y no veo la hora de que eso se cumpla.
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Paz no, división; porque de ahora
en adelante una familia de cinco estará dividida; se dividirán tres contra dos
y dos contra tres; padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e
hija contra madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra» (Lc
12,49-53). Desconcertante
párrafo con dos palabras claves: fuego y división. - Fuego.
Jesús ha venido a prender fuego a la tierra, como había anunciado
Juan Bautista: «El os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16);
fuego que es el mismo Espíritu, como aparece en Hch 2,3: «Y vieron aparecer
unas lenguas como de fuego, que se repartían posándose encima de cada uno de
ellos.» Ese Espíritu-fuego viene a prender en la tierra para devolverle la
unidad perdida desde Babel, momento en que Dios confundió las lenguas de los
hombres, dispersándolos por la faz de la tierra. El Espíritu-fuego, que viene
a traer Jesús, es la fuerza de la vida, de una vida cualitativamente distinta
en la que la norma suprema no sea el enfrentamiento con Dios o con el prójimo
por la rivalidad, la competencia, la dominación, el egoísmo, el horno hornini lupus. Pero la
sociedad, basada en estos pilares, no está dispuesta a dejar prender este fuego
de vida solidaria y fraterna. Por ello llevará a Jesús a la muerte: .... Tengo
que ser sumergido por las aguas y no veo la hora de que eso se cumpla.» Doloroso,
angustioso momento que le llegará a Jesús en Getsemaní, donde pedirá a Dios:
«-Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; sin embargo, que no se haga mi
voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). - División.
«Aunque, por motivos opuestos, la situación de división que existía
en la humanidad en tiempos del profeta Miqueas (7,5), a causa de la injusticia
de los poderosos, se va a reproducir con el anuncio e implantación del mensaje
de Jesús en el seno de la familia; si antes la práctica de la injusticia
creaba la división, ahora será el anuncio del reinado de Dios el que va a unir
a todos los que se oponen a él para luchar centra los que se adhieren al
evangelio. Con el
anuncio del evangelio se acaba esto que llamamos paz social', que no pasa, con
frecuencia, de ser un 'desorden consensuado'. A este desorden ha contribuido la presentación de un
evangelio descafeinado por parte de quienes debieran haber anunciado, 'sin
pelos en la lengua', la dureza del mensaje, aunque hubiera sido a cambio de
tener que beber, como Jesús, el amargo cáliz de la muerte. II ¡Qué fácilmente nos engañan y nos dan otra cosa (pasividad,
indiferencia. y hasta muerte) con el nombre de «paz». Jesús no quiere esa falsa
paz, basada en la mentira y en la injusticia, ni la unidad fundada en el
sometimiento y la complicidad; y declara la guerra a la falsa paz. Por supuesto
que esta guerra no contradice su compromiso de amor: nace de él. PAZ, PAZ, Y NO HAY PAZ La palabra de Dios, si se escucha, no puede producir
indiferencia: o se acepta apasionadamente, o provoca el más violento rechazo.
Los profetas, los voceros de Dios, han experimentado esta realidad al
encontrarse entre la fidelidad a Dios y las presiones de los que su palabra
pone en evidencia. Valgan como ejemplo estas palabras de Jeremías: «Me sedujiste,
Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me violaste. Yo era el hazmerreír todo
el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar
"Violencia", proclamando "Destrucción". La palabra de Dios
se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: No me acordaré de
él, no hablaré más en su nombre; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente,
encerrado en los huesos; intentaba contenerlo y no podía» Jr 20,79). No fue
sólo burlas lo que sufrió el profeta: en la primera lectura de hoy podemos leer
uno de los graves conflictos en los que estuvo a punto de perder la vida. La razón de
estos conflictos reside en que la palabra de Dios tiende siempre a iluminar los
lados oscuros de nuestra realidad, y los que viven cubriéndose por la tiniebla
intentarán siempre apagar esa luz (véase Jn 1,5). Por eso, para evitarse problemas, siempre ha habido quienes,
queriendo vivir a costa de la palabra de Dios -profetas profesionaes- (Am
7,14), la han dulcificado, limándole las aristas, convirtiéndola en apoyo del
sistema establecido, en un mensaje de salvación para la otra vida, sin nada que
decir sobre la presente. A éstos son a los que denuncia el profeta Jeremías,
porque engañan al pueblo ocultándole que está enfermo y haciendo así imposible
su curación: «Porque, pequeños y grandes, todos procuran aprovecharse;
profetas y sacerdotes practican el engaño. Pretenden curar a la ligera la
fractura de mi pueblo diciendo: paz, paz, y no hay paz» Gr 6,13-14). PAZ NO, SINO DIVISIÓN Fuego he venido a lanzar a
la tierra, y ¡qué más quiero si ya ha prendido! Pero tengo que ser sumergido
por las aguas y no veo la hora en que se cumpla. ¿Pensáis que he venido a traer
paz a la tierra? Os digo que paz no sino división. Jesús, ya
anunció el anciano Simeón a María, su madre, que sería una «bandera discutida»
(Lc 2,34), sabe que es necesario que la palabra de Dios cree conflictos en
medio de un mundo en el que domina la injusticia, la miseria y la muerte. El
sabe que la humanidad está dividida: en pobres hambrientos que lloran y en
ricos hartos que reían, y sabe que, ante esta situación, hay falsos profetas
que tratan de no crearse conflictos, de quedar bien con todos, especialmente
con los que tienen poder para hacerles daño, y profetas verdaderos que por
decir la verdad y denunciar la injusticia son marginados, insultados y
proscritos (Lc 6,20-26); Jesús sabe que
«anunciar la buena noticia a los pobres» y «la libertad a los presos», devolver
«la vista a los ciegos», tratar de «poner en libertad a los oprimidos» y
proclamar sólo «el año favorable del Señor» y no el día de su venganza (Lc
4,18-19; véase comentario núm. 31) le traerá problemas con los ricos, los
carceleros, los responsables de la ceguera del pueblo, los opresores y los que
hacen del rencor y de la venganza el motor de sus vidas; y de la misma manera
sabe que tiene que entrar en conflicto y enfrentarse con la institución
religiosa, desvelando la mentira de quienes dicen que hablan en nombre de Dios
y lo que hacen en realidad es explotar al pueblo (Lc 5,12-16; 9,51; 19,45), y anunciando que dicha institución ha
llegado ya a su fin (Lc 5,33-39), y diciendo que el Hombre, el bien del hombre,
es un criterio de mayor rango que la ley religiosa (Lc 6,1-5), declarando que la fe, esto es, la
adhesión personal y libre al proyecto de Dios es lo que de verdad importa y no
la raza, la nación y la religión (Lc 6,2-10), juntándose con descreídos (Lc
5,29-31), dejándose acariciar por una prostituta delante de un grupo de beatos
y poniéndola de ejemplo para ellos (7,36-50), presentando como modelo de
oración la de un colaborador de los opresores romanos que había tomado
conciencia de su crimen (Lc 18,9-14) y diciéndole a todo un pueblo que se
sentía orgulloso de ser el pueblo elegido
de Dios, que estaban a punto de dejar de ser la viña de Dios (20,9-19), y
sabía que, por ese enfrentamiento, se atraería el odio de los letrados y de los
sumos sacerdotes. Pero no le importó, como tampoco se echó para atrás a la hora
de llamarle «don nadie» al mismísimo rey Herodes (Lc 13,31-33) o de declarar
que no sólo no había que pagar los impuestos a los romanos, sino que había que
romper con todo lo que representaba el poder del César (Lc 20,20-26; véase el
comentario al texto paralelo de Mateo en el vol. 1, comentario núm. 50). Estos son algunos ejemplos de la guerra de Jesús:
guerra contra la pobreza, la injusticia y la explotación del hombre por el
hombre, contra la hipocresía, la manipulación de Dios y la opresión de los
débiles; pero en esta guerra no se derramará más sangre que la suya -«tengo
que ser sumergido por las aguas... » y
la de algunos de sus seguidores, desde Esteban a Romero y a Ignacio y sus
compañeros, testigos apasionados de la justicia y el amor. Y nosotros,
los cristianos de final del siglo XX, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a
complicarnos la vida para ser fieles a la palabra de Dios que escuchamos y
anunciamos?. «Aún no hemos llegado a
la sangre en nuestra lucha contra el
pecado» (segunda lectura). III La liturgia,
a su vez, nos pone estas frases en otro contexto diverso, al anteponer un
episodio de la vida del profeta Jeremías, que suele llamarse “la pasión de
Jeremías”; porque le toca sufrir golpes, burlas, acusaciones y prisión en una
cisterna llena de fango por causa de la palabra de Dios que tiene que anunciar.
El salmo que se nos propone es una súplica y acción de gracias a Dios, porque
libra al pobre de la fosa; y parece así reforzar la situación del profeta, y
anticipar una situación semejante para las frases del evangelio. Con ello se da
un sentido de anuncio de la pasión, que ciertamente parece tener, sobre todo si
lo leemos junto con la frase semejante de Marcos 10, 38; pero que no está muy
resaltado en Lucas; apenas en la frase del “bautismo” por el que ha de pasar.
El resto apunta a las diversas posturas que los hombres toman ante el mensaje
de Jesús, como ya le acontecía a Jeremías y a otros profetas. Pero la segunda
lectura, que nos presenta a Jesús como modelo germinal y definitivo de nuestra
fe, vuelve a insistir en su pasión y cruz, y en la posibilidad de que también
los cristianos nos veamos envueltos en la persecución y muerte; y, en todo
caso, en la dura lucha contra el pecado, tanto personal como social. Parece que
Jesús cambia aquí radicalmente su mensaje. La Buena Nueva nos parece tan
hermosa, tan atenta a los débiles y pequeños, tan llena de amor y solicitud
hasta por los pecadores y enemigos, que su mensaje no puede ser otro que el de
una gran paz y armonía entre todos los hombres. Eso es lo que proclamaban ya
los ángeles en el momento del Nacimiento (Lc 2, 24) y lo que vuelve a proclamar
el Resucitado apenas se deja ver por los discípulos atemorizados (Lc 24,20-21).
Aquí, sin embargo, Jesús parece decir todo lo contrario. Su mensaje no viene a
producir paz y concordia entre todos, sino que lleva a la división incluso
entre los miembros más allegados de la familia, padres e hijos, nueras y
suegras. Pero no se trata de cualquier mensaje, de cualquier propuesta, sino de
la presencia misma del Reino de Dios en sus palabras y sus gestos, en sus
milagros y sus actuaciones. No cabe oír esa Buena Nueva del Reino y permanecer
neutral o indiferente; no cabe entusiasmarse con Jesús y seguir en lo mismo de
siempre. Por eso hay que optar con pasión, hay que tomar decisiones y
actuaciones que implican cambios muy radicales en la vida. Por eso nos van a
afectar a todos profundamente, más allá incluso de los vínculos familiares, por
muy respetables que estos sean. El que no pone por delante a Jesús, incluso
sobre su propia familia, no puede ser su discípulo (Lc 14, 26). El episodio
de Jeremías nos pone un triste ejemplo de este sufrimiento que acarrea al
profeta su fidelidad a la palabra de Dios, cuando el pueblo y sus líderes no la
quieren escuchar. Él tenía que anunciar la destrucción del templo, de la
dinastía davídica y de la ciudad de Jerusalén, por no querer someterse a
Babilonia en ese momento. Era como poner punto final a las solemnes promesas
hechas por Natán y otros profetas a David y a su ciudad capital, Jerusalén.
Además, este descendiente de sacerdotes, debe predecir la ruina del templo
salomónico. No le gustaban para nada esas desgracias que le tocaba anunciar, y
sufrió enormemente por causa de esa misma palabra dura que debía predicar; pero
lo que pretendía era precisamente que eso no ocurriera, porque le hacían caso,
se convertían y se evitaban esas catástrofes. No logró esa conversión del
pueblo, y menos aún de los líderes religiosos y políticos. Más bien logró esa
división entre unos y otros, pues hasta entre el alto liderazgo político
encuentra opositores y ayudantes, mientras el rey se deja llevar del viento
político que sopla en cada momento. Pero la palabra de Dios y su profeta no es
un viento cambiante, sino una palabra firme y segura, que exige darle fe y
cambiar de mente y de conducta; que pide una opción radical de parte de los
oyentes. Esto mismo y
en grado supremo le acontece al oyente de la Palabra que es Jesús. Por eso, el
radicalismo con que se expresa en esta ocasión, pues se trata de la urgencia
misma del Reino presente. Mateo dice en el pasaje paralelo: “¿cómo es que no
son capaces ustedes de interpretar los signos de los tiempos?” (Mt 16, 3). Ver
los signos de la gracia de Dios, de la presencia del Reino en las palabras y
gestos humanos, en las acciones y hasta maravillas que acontecen en la vida.
También en nuestro duro y doloroso presente, pues no existen tiempos sin gracia
de Dios, sin presencia y fuerza de su Espíritu en medio de la historia, por
oscura que sea. Ciertamente son los santos los que más perciben esto y donde
mejor podemos ver los demás esa presencia, misteriosa pero eficaz, de la gracia
de Dios en medio de esta empecatada historia humana; pero no faltan mil
pequeños gestos, incluso o tal vez precisamente, en pobres y pequeños, en
prostitutas y pecadores, en publicanos y hasta en ricos zaqueos y centuriones
extranjeros. Hay gestos de solidaridad y simpatía con los pobres y pequeños,
con los marginados y despreciados, que nos muestran esa fuerza del Espíritu de
Dios y de Jesús actuando ya ese fuego en la tierra. Tal vez donde
más brilla esa fuerza de la gracia de Dios es en los momentos en que los
hombres se parcializan hasta el extremo, y llegan a preferir sus opciones a la
misma vida. No en vano Jesús alude al “bautismo” por el que ha de pasar,
refiriéndose sin duda a la hora de su pasión y cruz. Nunca la división entre
los hombres, incluso dentro de una misma familia, llegan a polarizarse tanto.
Por eso también es la hora de las opciones más decisivas, que pueden llevar, y
han llevado de hecho a muchos cristianos a la gracia del martirio, de seguir al
Maestro hasta la hora de la cruz. Hay en nuestra reciente historia eclesial,
sobre todo en América Latina, mucha sangre martirial; y es una tremenda ceguera
el no saber reconocer ese “signo de los tiempos”. Sin duda ellos son los que
más claramente han optado por Jesús, por la verdad esperada del Reino, y por la
fraternidad humana soñada y anticipada en su misma vida ordinaria o en sus
mejores gestos, como ese final glorioso. Si no hay que vanagloriarse, sí que
hay que captar esa señal, y tomar ejemplo de ellos para hacer la misma valiente
y radical opción que ellos hicieron con su vida entregada. La parte de la carta
a los Hebreos que hoy se proclama está invitando a los lectores a tener ese
coraje de dar incluso la vida, en esa lucha contra el mal, en seguimiento
entusiasta de ese iniciador y consumador de nuestra fe, Jesús el testigo del
fuego del amor, el mártir del Reino.
Para la
revisión de vida ¿Trabajamos por una paz como la que
propone Jesús? ¿Emprendemos con ánimo la misión que
nos encomienda la iglesia o caemos fácilmente en actitudes suavizantes por
temor al conflicto? Para la
reunión de grupo Se dice que
ya no es tiempo de éxodo, denuncias, de profecía, de martirio, de conflicto...
sino de exilio, silencio, de sabiduría, de saber sobrevivir con astucia a este
momento difícil... Después de tres fecundas décadas de mártires en América
Latina, ¿será que ya las palabras de Jesús en el evangelio de hoy no encuentran
en nuestro tiempo su mejor momento de aplicación? Para la
oración de los fieles Para que la
Iglesia de Jesús sea siempre la continuadora de aquel predicador que "vino
a traer fuego a la tierra", roguemos al Señor. Para que
predique la Buena Noticia a los pobres sin temor al conflicto... Para que
"fijos los ojos en Jesús" mantenga siempre en alto su utopía
evangélica precisamente con más fuerza en estos tiempos de desánimo y de
desaparición de las utopías... Oración
comunitaria Dios Padre Nuestro, que en la muerte de Jesús
nos has mostrado el destino conflictivo que el amor tiene en este mundo de
pecado, y en su resurrección nos has evidenciado de qué parte te sitúas tú en
el conflicto; animados por esta tu toma de posición, te rogamos nos concedas no
avergonzarnos jamás de Jesús, y ponernos también nosotros como él, de tu parte:
del lado de los pequeños y de todos los injusticiados de la historia, con la
esperanza inclaudicable de que triunfará siempre la resurrección. Por J.N.S.
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