VIGESIMOTERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura:
Sabiduría 9, 13-18 EVANGELIO 26-Si uno quiere venirse conmigo y no me
prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y
hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 27Quien
no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío. 28Ahora bien, si uno
de vosotros quiere construir una casa, ¿no se sienta primero a calcular los
gastos, a ver si tiene para terminarla? 29Para evitar que, si echa
los cimientos y no puede acabarla, los mirones se pongan a burlarse de él a
coro 30diciendo: "Este empezó a construir y no ha sido capaz de
acabar". 31Y si un rey va a dar batalla a otro, ¿no se sienta
primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente al que
viene contra él con veinte mil? 32Y si ve que no, cuando el otro
está todavía lejos, le envía legados para pedir condiciones de paz. 33Esto supuesto, todo
aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío. COMENTARIOS Para ser
cristiano, la Iglesia exige en realidad muy poco. Se bautiza a los niños recién
nacidos, y apenas se exige nada a sus padres; todo lo más, la asistencia a unas
charlas preparatorias del acto del bautismo y un vago compromiso de actuar en
cristiano, educando al niño según la ley de Dios y de la Iglesia. Sin embargo,
esto no era así al principio. Para ser cristiano o discípulo, Jesús ponía unas
duras condiciones, que llevaban a quien quería ser su discípulo a pensarlo
seriamente. Pocos seríamos cristianos si para ello tuviéramos que cumplir las
tres condiciones exigidas por Jesús a sus discípulos: - Primera
condición: «Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su
madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo,
no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27). El discípulo debe subordinarlo todo
a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de Dios,
evangelio y familia entran en conflicto de modo que ésta impida la implantación
de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan de crear
una sociedad alternativa al sistema mundano están por encima de los lazos de
familia. - Segunda
condición: «Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser
discípulo mío.» No se trata de hacer sacrificios o mortificarse, que se decía
antes. No. Se trata simplemente de aceptar que la adhesión a Jesús conlleva la
persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y
sobrellevar como consecuencia del seguimiento. Por eso hay
que pensárselo seriamente antes para no hacer el ridículo: «Ahora bien, si uno
de vosotros quiere construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los
gastos, a ver si tiene para terminarla? Para evitar que, si echa los cimientos
y no puede acabarla, los mirones se pongan a burlarse de él a coro, diciendo:
'Este empezó a construir y no ha sido capaz de acabar'. Y si un rey va a dar
batalla a otro, ¿no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil
hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil? Y si ve que
no, cuando el otro está todavía lejos, le envía legados para pedir condiciones
de paz.» No hay que precipitarse. Hay que sopesar las fuerzas. - Tercera
condición. Por si fuera poco dar la preferencia más absoluta al plan de Jesús
y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, el evangelio continúa: « Esto
supuesto, todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede
ser discípulo mío.» Casi nada. Así, como suena. Renunciar a todo lo que se
tiene es condición para ser discípulo de Jesús, pues esta renuncia es el camino
idóneo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus manos
los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. Sólo desde el
desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede
luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el
reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra. Para quienes quitamos con frecuencia el aguijón al
evangelio, para quienes nos gustaría que las palabras y actitudes de Jesús
fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues el Maestro nazareno
es tremendamente exigente. Para ser discípulo de Jesús, las condiciones son
tales que antes hay que pensárselo seriamente. II
Según
algunos, hay dos clases de cristianos: la mayoría -la clase de tropa, que dijo
uno que conocía poco el evangelio, que se limitan a ser buenas personas, no matan,
no roban, van los domingos a misa... y hacen alguna que otra obra de caridad, y
los selectos, los que aspiran a la perfección y deciden cumplir las exigencias
más duras del evangelio, los llamados consejos evangélicos. Pero esta
distinción, ¿está basada en el evangelio mismo? LO MÁS IMPORTANTE Si uno quiere venirse
conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a
sus hermanos y hermanas y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Jesús va de
camino (a enfrentarse con Jerusalén, lo ha dicho el evangelista un poco antes,
9,51) y lo acompañan grandes multitudes; no se trata de un grupo selecto de
discípulos, sino de una gran cantidad de personas que seguramente tenían
motivos muy diversos para seguir a Jesús. A ellos se dirige Jesús, a todos, sin
diferencias, sin ofrecer diversos niveles de exigencias. «Si uno
quiere»... Jesús habla a la multitud toda, pero sus palabras se dirigen a cada
uno de los oyentes en particular. Hace a todos la misma invitación, pero espera
una respuesta personal de cada uno. El ser cristiano es una propuesta, una
llamada, una vocación («la» vocación)
que nos llega a todos. Y a esa llamada corresponde una respuesta persona¡, responsable, adulta. Una
respuesta que tiene que ser ejercicio práctico de libertad personal. No podía
ser de otra manera, puesto que se trata de una invitación a vivir y a construir
la libertad: «A vosotros,
hermanos, os han llamado a la libertad» (Gál 5,13). «... venirse
conmigo». Y es una llamada para todo el que quiera ser discípulo de Jesús. No
se trata de exigencias especiales para grupos selectos; Jesús no propone un
camino de perfección, sino que plantea las exigencias
mínimas para todo el que decida irse con él, seguirlo, ser cristiano. «...y no me
prefiere...» La exigencia fundamental es que lo principal para quien decide ser cristiano es... ser cristiano. Ni siquiera algo tan
grande como el amor al compañero o a la compañera, el amor a los padres o el
amor a los hijos pueden ser considerados como valores más importantes que el
ser cristiano. Atención: Jesús no está diciendo que para seguirlo a él hay que
renunciar al amor o a la familia; lo que está diciendo es que, en caso de conflicto entre el compromiso
cristiano y alguno de estos amores, deberá vencer la fidelidad al compromiso
cristiano; incluso sobre los propios intereses, incluso sobre uno mismo. LOS RIESGOS Quien no carga con su cruz y
se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío. El compromiso
cristiano, seguir a Jesús, consiste en ponerse de su parte y aceptar que la
razón de nuestra vida sea contribuir a la realización de un proyecto:
transformar este mundo y convertirlo en un mundo de hermanos. Este proyecto va
a encontrar muchas resistencias (véanse comentarios núms. 48 y 49) y hay que
estar dispuesto a todo, incluso a ser considerado reo de muerte: «Quien no
carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío». Lo de
cargar con la cruz no es aceptar pasivamente las injusticias (ni siquiera el
dolor inevitable, como es el de la enfermedad, debe aceptarse pasivamente).
Dios no quiere que sus hijos sufran. No es cierto que el dolor, por ser dolor,
nos acerque a Dios. Dios es Padre bueno y quiere la felicidad para sus hijos.
Por eso nos anima a luchar contra la injusticia, que tanto sufrimiento causa, y
nos invita a incorporarnos a la tarea de construir un mundo en el que sea
posible la felicidad para todos. Pero ese compromiso de lucha contra el dolor
que unos hombres causan a otros nos enfrentará, como enfrentó a Jesús, con los
injustos, con los opresores, con los explotadores... y con sus consejeros
espirituales. Y eso nos puede llevar a la cruz, o a la hoguera, o al
descrédito... Este sufrimiento, por lo que tiene de amor, sí es agradable a
Dios. CALCULAR LAS FUERZAS Ahora bien: si uno de
vosotros quiere construir una casa, ¿no se sienta primero a calcular los
gastos, a ver si tiene para terminarla? Para evitar que, si echa los cimientos
y no puede acabarla, los mirones se pongan a burlarse de él... La fidelidad
a Jesús, por tanto, puede llevarnos al enfrentamiento con el poder de Jerusalén, el del imperio y el de sus colaboradores, el
político y el religioso, el económico y el militar... Y a quien no utiliza en
su lucha más armas que el amor le resultará difícil soportar la persecución de
tantos poderes. Por eso hay que calcular las fuerzas. Primer dato a
tener en cuenta: el dinero no sirve, estorba: «todo aquel de vosotros que no
renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío». No se puede anunciar
el evangelio a golpe de millones. El capital y la fraternidad son incompatibles,
y los servidores del capital no pueden ser seguidores de Jesús. La fuerza del
dinero es nuestra debilidad. Segundo dato: hay que calcular las propias fuerzas
o, quizá más bien, la propia generosidad, porque las fuerzas las suplirá, si es
necesario, el Espíritu de Jesús. En cualquier caso, el que decida ser cristiano
ya sabe a lo que se arriesga. III
En la primera
parte (vv. 25-35), Jesús invita a las
multitudes por triplicado a la renuncia total (vv. 26b.27a.33a) y al
seguimiento (vv. 26a.27b), de otro modo no podrán llegar a ser discípulos suyos
(vv. 26c.27c.33b). La primera condición dice así: «Si uno quiere venirse
conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre... y hasta a sí mismo, no
puede ser discípulo mío» (14,26). Se trata de hacer una opción radical por la
persona de Jesús y por la nueva escala de valores que él propone. (La antigua,
personificada por las relaciones familiares a la que es necesario renunciar, es
común a toda sociedad humana.) Los valores del reino deben estar por encima de
todo. Quien no hace opción por la Vida que él personifica, tendrá que
contentarse con una vida raquítica y no conseguirá superar jamás los problemas que
plantean las relaciones humanas. La segunda condición es consecuencia de la anterior:
«Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo
mío» (14,27). A imitación de Jesús, el discípulo tiene que estar preparado para
afrontar el rechazo de la sociedad que tan segura se muestra de sí misma, si
bien tiene los pies de barro como la estatua de Nabucodonosor. Quien no esté
dispuesto a aceptar el fracaso a los ojos de los hombres, viene a decir, que no
se apunte. Uno debe ir por el mundo sin seguridades de ninguna clase, llevando
a cuestas como Jesús la suerte de los marginados y asociales. La tercera condición es reasuntiva: «Esto supuesto,
todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser
discípulo mío» (14,33). Después se formula una pregunta doble, donde se
insiste en la absoluta necesidad de calcular/deliberar antes de tomar una
decisión tan importante: «¿Quién de vosotros, en efecto, si quiere construir
una torre, no se sienta primero a calcular los gastos...? Y ¿qué rey, si quiere
presentar batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si le bastarán
diez mil hombres para hacer frente...?» (14,28-32). Los dos ejemplos propuestos
sirven para demostrar que la decisión no puede hacerse a la ligera. Los medios
humanos con que se puede contar son del todo insuficientes para acometer la
construcción del reino de Dios y para afrontar las dificultades humanamente
insuperables que se derivan de ello. La única escapatoria inteligente de este
callejón sin salida es sopesar la gravedad de la situación, renunciando a
contar exclusivamente con los propios medios. Solamente así se podrá hacer la
experiencia del Espíritu, la fuerza de que Dios dispone para la construcción
del reino. IV Por la
primera ("si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su
madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo,
no puede ser discípulo mío"), el discípulo debe estar dispuesto a
subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el
reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto, de modo que ésta
impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia.
Jesús y su plan de crear una sociedad alternativa al sistema mundano están por
encima de los lazos de familia. Por la
segunda ("quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser
discípulo mío") no se trata de hacer sacrificios o mortificarse, que se
decía antes, sino de aceptar y asumir que la adhesión a Jesús conlleva la
persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y
sobrellevar como consecuencia del seguimiento. Por eso no es necesario
precipitarse, no sea que prometamos hacer más de lo que podemos cumplir. El
ejemplo de la construcción de la torre que exige hacer una buena planificación
para calcular los materiales de que disponemos o del rey que planea la batalla
precipitadamente, sin sentarse a estudiar sus posibilidades frente al enemigo,
es suficientemente ilustrativo. La tercera
condición ("todo aquel de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene no
puede ser discípulo mío") nos parece excesiva. Por si fuera poco dar la
preferencia absoluta al plan de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución
por ello, Jesús exige algo que parece esta por encima de nuestras fuerzas:
renunciar a todo lo que se tiene, Se trata, sin duda, de una formulación
extrema que hay que entender. El discípulo debe estar dispuesto incluso a
renunciar a todo lo que tiene, si esto es obstáculo para poner fin a una
sociedad injusta en la que unos acaparan en sus manos los bienes de la tierra
que otros necesitan para sobrevivir. El otro tiene siempre la preferencia. Lo
propio deja de ser de uno, cuando otro lo necesita. Sólo desde el
desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede
luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el
reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra. Para quienes
quitamos con frecuencia el aguijón al evangelio y nos gustaría que las palabras
y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues
el Maestro nazareno es tremendamente exigente. No en vano el
libro de la Sabiduría formula hoy a modo de interrogante la dificultad que
tiene conocer el designio de Dios y comprender lo que Dios quiere. Será
necesario para ello recibir de Dios sabiduría y Espíritu Santo desde el cielo
para adecuar nuestra vida a la voluntad de Dios manifestada por Jesús.
Necesitamos ir contra corriente y tener la capacidad de renuncia total que pide
el evangelio y a la que debemos estar dispuestos, llegado el caso. Pero esto
que en el evangelio se nos propone como exigencias radicales de Jesús hoy no es
tanto el comienzo del camino, sino la meta a la que debemos aspirar, aquello a
lo que debemos tender, si queremos seguir a Jesús. Tal vez no lleguemos nunca a
vivir con esa radicalidad las exigencias de Jesús, pero no debemos renunciar a
ello, por más que nos encontremos a años luz de esa utopía. Para la
revisión de vida En mi seguimiento de Jesús ¿cómo ha
sido mi discernimiento para asumir los valores del Reino? ¿He aceptado
fielmente las exigencias de Jesús para seguirlo? Para la
reunión de grupo Jesús sigue
llamando a seguirlo, con algunas condiciones y exigencias. ¿Cuáles serán esas
exigencias para nuestro tiempo? ¿Qué significará desprenderse de los vínculos
familiares? ¿Cómo asumimos los cristianos ese cargar con su propia cruz? Ante un
sistema mundial al que no le importa excluir a los pobres en aras de un
crecimiento económico para unos pocos, ¿no valdrá la pena tomar el ejemplo del
Evangelio de ponerse a pensar y programar, para después actuar en favor de la
Vida? ¿Cómo podríamos organizarnos en contra de la exclusión actual? Para la
oración de los fieles Para que los
hombres y mujeres se comprometan a vivir ya desde ahora los valores del Reino,
roguemos al Señor... Por todas las
organizaciones populares que buscan la vida de sus comunidades, para que en
este esfuerzo logren superar los conflictos que esto conlleva... Para que
nuestra comunidad cristiana acepte desde el discernimiento las exigencias del
seguimiento de Jesús... Oración
comunitaria Dios Padre nuestro que en Jesús te
has acercado a nosotros y nos lo has propuesto como modelo y Camino: ayúdanos a
escuchar su invitación a seguirle, y danos coraje y amor para dejarlo todo por
su Causa y seguirlo efectivamente, por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
|
|
|